Una carta a Antonio Izquierdo Escribano
Francisco Fernández Buey
El 25 de agosto de 2022 hará diez años del fallecimiento de Francisco Fernández Buey. Se están organizando diversos actos de recuerdo y homenaje y, desde Espai Marx, cada semana a lo largo de 2022-2023 publicaremos como nuestra pequeña aportación un texto suyo para apoyar estos actos y dar a conocer su obra. En esta ocasión publicamos una carta dirigida a Antonio Izquierdo Escribano.
Edición de Salvador López Arnal
Carta fechada el 8/XI/1990
1. La relación entre los intelectuales y el movimiento obrero organizado en España ha sido durante décadas muy ambivalente. La hegemonía del anarco-sindicalismo en el movimiento obrero español desde sus inicios hasta la guerra civil de 1936-1939 fue un factor determinante de esta ambivalencia, la cual se puede caracterizar así: atracción sentimental y desconfianza mutua. Aproximación de los intelectuales a los sindicatos en los momentos malos de la historia y reticencia por ambos lados frente a la colaboración estable y continuada.
Aunque no con tanta decisión como la corriente anarquista, también la rama socialista del sindicalismo en España rechazó la tesis kautskiana y leninista de que la conciencia política les llega a los obreros industriales desde fuera de la propia clase. Esta idea, que tuvo cierta aceptación en otros países europeos y que, en cierto modo, continúa la tradición ilustrada, concedía un importante papel a los intelectuales simpatizantes con la causa de los obreros industriales al suponer que de ellos dependía en gran medida el paso de la conciencia sindical a la conciencia política. En España, sin embargo, una visión así de la función de los intelectuales en su relación con el movimiento obrero fue siempre muy minoritaria, incluso en el área comunista.
Hay un par de episodios que resumen bien lo que se acaba de decir. El primero es un episodio real; el segundo es ficción. La sorpresa, llena de agradecimientos y reticencias, con que los socialistas vascos acogieron el ofrecimiento de colaboración de Unamuno es síntoma de la histórica dificultad de comunicación. «Adquisición tan valiosa como la suya ha de parecernos un sueño», escribió Valentín Hernández, a la sazón director de La lucha de clases. El otro episodio lo cuenta Valle Inclán en Luces de bohemia: es el encuentro de Max Estrella con el anarquista catalán en los calabozos de una comisaría madrileña, un encuentro tan emotivo como esporádico, aunque preñado de premoniciones interesantísimas acerca de lo que durante mucho tiempo ha sido la historia de unas relaciones en las que las razones del corazón contaron siempre más que las otras.
2. El declive del anarquismo organizado, muy patente ya en los años cincuenta y sesenta de este siglo [XX], no ha hecho desaparecer el poso de desconfianza del obrero militante respecto del intelectual tradicional. Algunas de las más importantes crisis por las que ha pasado la cultura socialista en España tiene que ver con la persistencia de esta desconfianza. Ha habido circunstancias en las que este rasgo ha condicionado el enfrentamiento y hasta la incomunicación entre sindicatos y partidos de la misma familia ideológica. Caso, por ejemplo, de las viejas, y siempre renovadas, disensiones entre UGT y PSOE. Muy probablemente, el mismo factor ha contado mucho también en la crisis comunista que se produjo a finales de la década de los setenta, sobre todo en Cataluña, donde a la tensión tradicional entre trabajadores manuales e intelectuales se unía a veces la diferencia de lengua y de cultura, al ser la mayoría de los trabajadores organizados procedente de la inmigración castellanohablante. Todavía está por estudiar en detalle en qué forma se superpusieron y qué peso específico tuvieron la tensión tradicional y la diferencia cultural en la crisis del comunismo catalán que había sido electoralmente mayoritario (conviene no olvidar esto) en las primeras elecciones democráticas de 1977. Pero a la vista de los documentos más representativos de aquella ruptura podemos avanzar la hipótesis de que éste es un caso clave para investigar tres de los planos de interés para las relaciones entre trabajadores organizados e intelectuales.
Estos tres planos son: el de la cultura sustancial, el de las relaciones tradicionales entre obreros e intelectuales y el de la aparición de nuevos vínculos entre trabajadores intelectuales asalariados y trabajadores manuales. La distinción de planos, en particular de los dos últimos, tiene importancia metodológica en la medida en que permite establecer criterios operativos para la concreción del estudio. Pues admitiendo la persistencia de ese rasgo tradicional que hemos llamado ambivalencia de las relaciones entre el obrero de fábrica clásicos y el intelectual liberal (un rasgo, por cierto, intuitivamente bien captado por Federico Urales en su ensayo sobre el pensamiento hispánico), es evidente, sin embargo, que a partir de la década de los sesenta el plano que requiere mayor atención es el otro, el del nuevo tipo de relaciones que se establecen dentro y fuera de la organizaciones sindicales y de los movimientos socio-políticos entre intelectuales en la producción y trabajadores manuales.
3. Para el estudio de este nuevo tipo de relaciones es necesario partir de los cambios que se produjeron en la estructura social de España en la década de los sesenta. Es sabido que en esos años tuvo lugar en el país una notable aceleración del ritmo de industrialización al tiempo que empezaba un proceso importante de modernización en algunas de las zonas rurales. Los movimientos migratorios en el interior de la Península y el flujo constante de mano de obra hacia Francia, Suiza y Alemania tuvieron consecuencias que eran ya muy perceptibles en el plano cultural hacia el final de esa misma década y, sobre todo, en los primeros años de la siguiente. Para lo que aquí interesa la transformación de la estructura social de España supuso: a) la formación de una nueva clase obrera, cuyos miembros más jóvenes enlazaban ya difícilmente con las viejas ideologías que habían dominado el movimiento obrero hasta la guerra civil; b) la aparición de los primeros núcleos importantes de intelectuales asalariados, profesionales con formación universitaria o técnica que entran en el mundo laboral a través de la industria editorial, o en relación con la demanda de técnicos en la construcción, o para cubrir las necesidades cada vez mayores de la generalización de la enseñanza secundaria y universitaria.
Para hacerse una idea de hasta qué punto cambiaron en esos años las relaciones entre trabajadores sindical y políticamente organizados e intelectuales lo mejor es comparar dos acontecimientos relevantes del período, que pueden ser tomados como síntomas. El primero de ellos se produjo en 1962-1963. Se trata de la intervención solidaria de un número cuantitativamente importante y cualitativamente notable de intelectuales en favor de los mineros asturianos en huelga. Personalidades conocidas de la intelectualidad española de la época enviaron una valiente carta al entonces ministro de Información del general Franco, Fraga Iribarne, protestando por las torturas que la policía franquista infligió a los mineros y por las vejaciones a las que sometió a sus familiares. La protesta tuvo amplia repercusión en las universidades del país y en la prensa internacional del momento.
Es interesante subrayar que muy pocos de los intelectuales firmantes de la carta de protesta de 1962 tenían relación directa con las organizaciones obreras clandestinas que habían promovido la lucha de los mineros asturianos, y que el número de los intelectuales militantes era aún más reducido por entonces. La mayoría de ellos era liberales en el doble sentido del término: por su estatuto profesional y por su ideario político. El comportamiento del régimen franquista fue, naturalmente, discriminatorio: encarceló o despidió del trabajo a los mineros y calumnió a los intelectuales e ironizó sobre el paso al liberalismo de algunas que habían sido falangistas. Este ha sido un comportamiento típico de los poderes dictatoriales habidos en el último siglo en España. Y su mención ayuda a comprender la mezcla de solidaridad y desconfianza que durante mucho tiempo ha dominado las relaciones entre el movimiento obrero clásico y los intelectuales tradicionales. Pues si la injusticia y la represión del poder engendra solidaridad entre dos sectores sociales maltratados, la patente discriminación que este mismo poder hizo entre trabajadores e intelectuales rebeldes no deja de complicar las relaciones en el ámbito de la disidencia.
La significación esencial de la protesta de 1962-1963 es, por tanto, que reanuda las tradicionales relaciones ambivalentes entre el movimiento obrero y la intelectualidad en unas condiciones especialmente difíciles, en las que el contacto y el diálogo no se puede establecer con normalidad. Es importante, en cualquier caso, no perder de vista la extensión de los períodos durante los cuales la libertad ha estado secuestrada en España. Pues en otro caso no se entendería la persistencia de unas relaciones de tipo clásico, en las que las motivaciones e impulsos morales ligados a la ética de la convicción cuentan más que las afinidades directamente políticas y que otros tipos de intereses en juego.
No es casual que, a diferencia de lo que ocurre en otras partes, el término solidaridad haya seguido estando muy presente en los debates actuales., ya que esta, la solidaridad, ha sido una constante y un rasgo central en las relaciones entre trabajadores y entre estos y la fracción de los intelectuales comprometidos en períodos de ausencia de libertades. Probablemente el análisis comparativo de la relación entre trabajadores manuales e intelectuales liberales en países con regímenes autoritarios y cultura católica de base arrojaría mucha luz sobre la relevancia y persistencia de este valor de la solidaridad y sobre su consideración continuada por encima de tantas otras cosas.
4. Si este acontecimiento de 1962 abre un período nuevo –señalado por la continuidad– en las relaciones entre trabajadores clandestinos sindicados e intelectuales de corte tradicional, el otro episodio al que querríamos referirnos indica emblemáticamente la transformación de la sociedad española antes aludida. Se trata de movimiento del profesorado intermedio de la universidad y de los institutos de todos el país, desde 1972, en favor de un vínculo laboral establece con la administración. El hecho de que un número importante de profesores de instituto y de universidad se consideraran trabajadores intelectuales y reivindicaran con insistencia un contrato laboral (es decir, un vínculo laboral semejante al de los trabajadores manuales) muestra bien a las claras el surgimiento de un nuevo tipo de intelectual. Junto al intelectual liberal, y superándolo en número, crece en esos años el intelectual en la producción, el trabajador intelectual asalariado. No fue el ámbito de la instrucción pública el único en el que se manifestó esta presencia, ni siquiera el primero (ya antes de 1972 el intelectual asalariado de nuevo tipo jugaba un importante papel en la industria editorial); pero sí fue en ese marco en el que la diferencia entre categorías de intelectuales se hizo más patente por la fuerza de las reivindicaciones muy por la presión social que representó.
La aparición y crecimiento de este nuevo segmento social amplía y complica las relaciones entre trabajadores e intelectuales. Con independencia de las exageraciones que en aquellos años se escribieron acerca de la progresiva proletarización de los intelectuales y de su incidencia en la polarización y el conflicto social, lo cierto es que este proceso fue relegando a un lugar secundario y más bien excepcional la tradicional relación entre trabajadores e intelectuales basada sobre todo en la solidaridad moral de los privilegiados con los de abajo. Amplía la relación, porque a partir de ese momento se produce un diálogo directo a veces incluso en el mismo centro de trabajo. De ahí que empezara a hablarse con razón de una confluencia entre trabajadores manuales e intelectuales. Pero también complica la relación en el plano político, puesto que en aquella situación de transición los dirigentes de los trabajadores sindical y políticamente organizados dudaban acerca de qué tipo de contacto considerar preferencial, si el que iba estableciéndose por abajo en el marco de las reivindicaciones sindicales o el vínculo, menos estable pero más llamativo, con el sector progresista de la intelectualidad liberal tradicional.
El debate, la indecisión y las vacilaciones acerca de cómo abordar las nuevas relaciones condicionó durante la primera mitad de la década de los setenta toda la política de alianzas en el área social comunista. Hay dos ámbitos en los que se puede investigar esta complicación progresiva de la realidad tradicional entre intelectuales y obreros. Uno es el de las plataformas unitarias antifranquistas que cristalizaron durante los últimos años de vida del dictador. El otro ámbito es el seguimiento de la controversia sobre la organización de intelectuales y profesionales en los partidos comunistas y socialistas existentes en España durante la década de los setenta. La duración de esta polémica y su repercusión en la crisis del comunismo hispánico pone de manifiesto no solo la nueva tensión entre intelectuales tradicionales e intelectuales en la producción dentro de las organizaciones políticas y sindicales de la izquierda, sino también cómo las reticencias de los trabajadores sindicados respecto del intelectual tradicional se trasladaron miméticamente a su relación con los intelectuales de nuevo tipo con los intelectuales en la producción. En los primeros años de la transición política este era todavía un asunto que hay que considerar irresuelto. De ahí que los embriones de las organizaciones políticas y sindicales de oposición, crisol privilegiado entonces de la relación entre obreros e intelectuales, oscilaron entre privilegiar el papel del intelectual liberal por razones inmediatamente políticas (o más bien, politicistas) y potenciar la relación autónoma, por abajo, entre trabajadores manuales y trabajadores intelectuales.
Se prefigura ahí, en cualquier caso, una nueva división entre los intelectuales vinculados al área socialista en un sentido amplio. Esta nueva división se expresa en las distintas preferencias hacia el trabajo en los gabinetes técnicos de los sindicatos particularmente en CCOO y UGT) o en la profesionalización temporal en la política.
Foto de portada: Fragmentos de Clase obrera e intelectuales, de Werner Tübke. Fuente de la imagen: https://twitter.com/marcoderksen/status/1234114769818472448