Jorge Riechmann: «La crisis no tiene solución si no implica usar mucha menos energía»
Antonio Cerrillo
Jorge Riechmann (Madrid, 1962), profesor de filosofía moral de la UAM, ensayista y poeta, ha dedicado su extensa obra a analizar la dimensión de la crisis ecológica. Su reflexiones quedan recogidas en libros como Otro fin del mundo es posible, Informe a la Subcomisión de Cuaternario o Ecosocialismo descalzo. Él mismo confiesa que ha sufrido la «ecodepresión».
¿Usted hará caso a las medidas que propone el Gobierno para reducir el consumo de energía?
¡Cómo no! Son medidas de ahorro insuficientes y que llegan tarde, pero más vale eso que nada. Para poder seguir viviendo en una Tierra habitable, necesitamos reducir drásticamente nuestro uso de energía en el Norte global.
¿Toma medidas en este sentido?
Medidas personales, sí: no tengo coche, nunca lo tuve;, dejé de comer carne en 1993, dejé de volar en 2015 y antes nunca lo hice en distancias cortas; uso pocos electrodomésticos, nada de televisión ni aire acondicionado; mi suministro eléctrico es con la cooperativa, Som Energia, que fomenta las fuentes renovables.
¿Tiene sentimiento de ecoansiedad o culpabilidad en el actual momento?
Viví mi «ecodepresión» en 2013-2014: fue cuando llegué a la conclusión de que no seríamos capaces de evitar la cadena de desastres que podemos llamar colapso. Hoy tengo un fuerte sentimiento no de ecoansiedad sino de pena, y algo de culpa, porque los movimientos ecologistas, con los que me identifico, no fuimos capaces de cumplir nuestra «misión histórica»: el giro hacia la sustentabilidad no se consumó, y en los años 1970-1980 perdimos frente al empuje del capitalismo neoliberal. Eso fue una tragedia para la humanidad (y para toda la vida en el planeta) y nos sitúa frente al abismo en el que ahora nos encontramos.
¿Cómo definiría a esta situación? ¿Estamos ante las consecuencias del final del petróleo barato?
Hay dos verdades que, más que incómodas –dice refiriéndose a la expresión an inconvenient truth que Al Gore acuñó–, que son inaceptables desde la visión que predomina sobre el mundo. Pero si no nos hacemos cargo de la realidad estamos perdidos.
La primera es que el calentamiento global, más bien hay que hablar de tragedia climática, no significa algunas molestias más para nuestra vida cotidiana, como un poco más de calor en verano, disponer de algo menos de agua de lo que solíamos: lo que está en juego son sociedades inviables en una Tierra inhabitable. Y la segunda es que la crisis energética no tiene ninguna solución que no implique vivir usando mucha menos energía, lo que significa empobrecimiento de algún tipo. No aceptamos que buena parte de lo que hemos llamado «progreso» y «desarrollo» a lo largo de los dos últimos siglos se debe en buena medida a la excepcionalidad histórica de los combustibles fósiles y a la estupefaciente sobreabundancia energética que nos proporcionaron.
Y aboga en sus libros por consumir menos y repartir mejor.
En el nivel de consumo actual de España, con las enormes desigualdades y la violenta fractura social existente, el planeta no podría soportar más que a 2.400 millones de habitantes, ¡y ya somos 8.000 millones!
Hay quien dice que las restricciones que se imponen son una coacción a la libertad individual. Usted habla de la necesidad de formas de vida más igualitarias y cooperativas. Y citando a Jackson dice que en un mundo con límites, determinados libertades son inmorales. Los liberales –supongo– le replicarían que en un mundo libre ciertas limitaciones son inmorales…
Libertad no puede querer decir licencia para dañar, para destruir, porque los otros existen; eso es elemental. Es lo primero que enseñamos a los niños y niñas, y que eso se cuestione nos da la medida de la tremenda infantilización de nuestra sociedad que padecemos hoy. El liberalismo clásico, el de un John Stuart Mill por ejemplo, tenía claros los límites que imponía el «principio del daño».
«Ecologizar la economía y la sociedad no es sólo apretarnos el cinturón; nos puede ayudar a vivir mejor». ¿Lo cree?
Así es, si somos capaces de cambiar los disvalores que hoy prevalecen, como competitividad, individualismo, codicia, cortoplacismo… Pongo un ejemplo: según algunas encuestas, a siete de cada diez españoles y españolas les gusta cocinar, pero sólo una de cada diez personas tiene tiempo para hacerlo. ¡Así nos expropia el capitalismo del tiempo de nuestra existencia!
Algunos hablan de una corriente de opinión colapsista. Pero, al margen de si es un término despectivo o no, ¿cree que el ecologismo se había quedado corto en su diagnóstico sobre los límites del planeta y la crisis?
Sin duda sí que se quedó corta una parte del ecologismo: la que sigue aferrada a nociones como «desarrollo sostenible» y no toma distancias con respecto al «capitalismo verde», aquel ambientalismo que ya a comienzos de los años setenta Arne Naess llamaba «superficial».
Ciertas corrientes que también se consideran ecologistas sostienen que no es posible un modelo energético 100% renovables, por la falta de recursos minerales. ¿No abona esa tesis cierto inmovilismo…?
Para nada: necesitamos una rápida transición a un modelo 100% renovable, pero lo que ese ecologismo señala con prudencia, de la mano de investigadoras como Alicia Valero o Antonio Turiel, es que aquel modelo nuevo, renovable, sólo podrá proporcionar una fracción de la energía que estamos usando ahora y nos parece normal. Hemos de vivir con menos y vivir de otra manera, y eso pone sobre la mesa, con mucha fuerza, las cuestiones de redistribución e igualdad social.
Usted dice en su libro El socialismo puede llegar sólo en bicicleta (nueva edición actualizada, 2021) que la causa fundamental de la crisis ecológica es el sometimiento de la naturaleza a los imperativos de valorización del capital…
Así es. Son los imperativos de acumulación de capital, traducidos en la terna de extractivismo, productivismo y consumismo, los que llevan a las sociedades industriales a chocar contra los límites biofísicos y sobrepasarlos.
¿Qué datos ilustran para usted mejor la superación o extralimitación de los límites planetarios?
Lo que vemos con más claridad es el calentamiento global, pero incluso peor a largo plazo es el desgarro de la trama de la vida, el desplome de ecosistemas, de especies, de poblaciones de seres vivos, que estamos causando y se llama Sexta Gran Extinción.
Un dato que procede de una investigación que se conoció este verano: hoy el agua de lluvia no es ya potable en ningún lugar del mundo por contener altos niveles de compuestos per y polifluorados (PFA) sustancias químicas que son cancerígenas, hepatotóxicas, inmunotóxicas, y tóxicas para la reproducción, el desarrollo y el comportamiento.
Y escribe: «La cultura capitalista es un grito de guerra contra los límites»
El capitalismo es la civilización de la hybris. Su dinámica lleva a la destrucción de cualquier clase de barreras que pongan trabas a la generación de beneficios y la acumulación de capital.
¿El crecimiento ya no sirve como modo de medir el progreso y el bienestar?
Hace mucho que en los países centrales del sistema el crecimiento se ha convertido en antieconómico: los aspectos destructivos prevalecen ampliamente sobre los constructivos. Por eso necesitamos decrecer…
También señal que se debe reescribir nuestra narrativa cultural predominantemente orientada hacia el crecimiento. ¿Cómo?
La cuestión de fondo es sustituir el afán de dominación sobre la Naturaleza y los demás seres humanos por valores de cooperación y simbiosis. Por eso me parece tan importante, sin ir más lejos, el trabajo de la gran bióloga estadounidense Lynn Margulis, que nos ayuda a vernos como holobiontes en un planeta simbiótico.
Usted confiesa su gran admiración hacia el filósofo Manuel Sacristán. ¿Cuál es su valor hoy?
Fue un maestro que anticipó muchas de las cuestiones que nos preocupan hoy, pese a su temprana muerte en 1985; y dibujó el ideario de lo que después hemos llamado ecosocialismo. Sacristán vio antes, vio más lejos y vio con mayor agudeza que sus contemporáneos.
¿Marx era ecologista?
No llegó a tanto, pero sí analizó a fondo varios aspectos de la destructividad capitalista, tuvo algunos brillantes atisbos ecológicos e introdujo algunas nociones clave para nuestra comprensión actual de la crisis ecosocial, sobre todo las de metabolismo y fractura metabólica.
Fuente: La Vanguardia (tras muro de pago http://www.lavanguardia.com/natural/20220821/8473690/jorge-riechmann-crisis-solucion-implica-energia.html)