Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Percy Bysshe Shelley nos pertenece a nosotros, los muchos

Piper Winkler

Karl Marx, Jeremy Corbyn, los cartistas ingleses del siglo XIX y las huelguistas de la ILGWU[1] del siglo XX coinciden en que la izquierda debería leer a Percy Bysshe Shelley. Tras el 200 aniversario de su muerte, volvemos la mirada sobre el gran romántico que incorporó la poesía a la lucha de clases.

En abril de 1888, Eleanor Marx y Edward Aveling prepararon un discurso que definía a uno de los más grandes escritores del siglo XIX como socialista, e identificaba su obra como un arma para la lucha de clases. El sujeto del discurso era Percy Bysshe Shelley y su audiencia la Sociedad Shelley —una organización de los admiradores más activos y destacados del poeta, que habían comenzado a abordar la cuestión de las lealtades políticas de Shelley y la forma como se expresaban en su obra.

Marx y Aveling escribían en respuesta a un miembro de la Sociedad, que veía la popularidad de Shelley entre los lectores de clase obrera como una ofensa oportunista al proyecto artístico del poeta y una amenaza a todo el oficio de la poesía. «Creo que la grandeza de sus escritos», había afirmado A. G. Ross ante la Sociedad un año antes, «permite tomar una medida aproximada de su incapacidad para manejar los asuntos del mundo». Ross pretendía rescatar la poesía de Shelley del «socialismo de las calles», cuyos sórdidos objetivos de reforma social consideraba incompatibles con las exigencias de la forma poética. Reducir la poesía de Shelley a un instrumento contundente de mensajes políticos, argumentó, impediría la apreciación de dicha poesía en sus propios términos.

Han pasado doscientos años desde la muerte de Shelley a la edad de veintinueve y, desde entonces, los peores temores de Ross se han hecho realidad. Los versos de Shelley han llenado panfletos y discursos de activistas, desde el movimiento cartista de la Inglaterra del siglo XIX hasta la huelga de la fábrica Triangle Shirtwaist de 1909 en Nueva York, y todavía más. Los organizadores de la clase obrera, durante dos siglos, han encontrado en los escritos de Shelley grandeza para expresar la brutalidad de la tiranía, el imperativo de la resistencia popular y las condiciones materiales de la libertad y, a su vez, los han utilizado para dar forma a los problemas del mundo.

Es gracias a la agitación del socialismo de las calles que la obra de Shelley ha encontrado sus interlocutores más vivos y perspicaces, aquellos que pueden imaginar la relación entre poética y política como algo más allá del agua y el aceite. Y es esencial que los socialistas de hoy —tal como hicieron Marx y Aveling, y los cientos de miles de trabajadores shelleyanos de los movimientos obreros de todo el mundo— reconozcan el género poético como un campo de batalla para la lucha de clases.

Leído como un conjunto de declaraciones políticas, las obras de Shelley no representan un manual completo, ni siquiera coherente, para la resistencia popular. Pero su ingenioso uso de la forma poética para atacar la explotación, en un lenguaje fogoso y elegante, y para clamar por la solidaridad contra el tirano lo convierten en una lectura socialista indispensable. Eleanor Marx recordó que Friedrich Engels decía: «Todos nos sabíamos a Shelley de memoria, en aquel entonces.» Todavía deberíamos.

«Vosotros sois muchos; ellos son pocos»

El 9 de septiembre de 1819, en Livorno, Italia, Shelley se sentó a componer un poema. Cuatro días antes, había recibido noticias de una masacre en las afueras de Manchester, Inglaterra, en la que 420 personas resultaron gravemente heridas y once murieron. Sesenta mil manifestantes pacíficos se unieron en una manifestación el 16 de agosto en St. Peter’s Field, pidiendo el sufragio universal y la abolición de las Leyes del Maíz, que habían elevado el precio del pan a niveles devastadores. Fueron recibidos por la caballería de la milicia local de Manchester, que había recibido órdenes de arrestar a los líderes de la protesta, pero que, sin embargo, cargaron directamente contra la multitud desarmada —una masacre que sería conocida como Peterloo.

«Espero ansiosamente escuchar cómo el país expresará su sentir sobre esta sangrienta y asesina opresión a manos de sus destructores», escribió Shelley a su editor, Charles Ollier, el 6 de septiembre. «Hay que hacer algo. El qué, sin embargo, aún no lo sé». Tres semanas después, terminó de escribir «La Máscara de la Anarquía» y se lo envió por correo a su amigo Leigh Hunt, con la intención de que lo publicara en su periódico, The Examiner. Por temor a la censura, Hunt retuvo el poema. No sería leído en vida de Shelley; Hunt finalmente lo publicó una década después de la muerte del poeta.

En «La Máscara de la Anarquía», un poeta sueña con el mal supremo montado en un caballo pálido. La figura se parece a la muerte, pero no es la Muerte; es la Anarquía, el estado de caos en el que la riqueza y la corrupción reemplazan la democracia y la justicia. Ante ella se acercan las figuras enmascaradas de Asesinato, Fraude e Hipocresía, cada una adornada con los símbolos de la crueldad apocalíptica. Asesinato arroja corazones humanos a un séquito de siete sabuesos, las lágrimas de Fraude se convierten en piedras de molino que aplastan a los niños que pasan, y a estas figuras las siguen más «Destrucciones» con la apariencia de figuras políticas y religiosas contemporáneas.

El motivo del disfraz le permite a Shelley establecer una vívida conexión entre los conceptos abstractos del mal y los arquitectos del sufrimiento humano que dominaban su momento político. Asesinato está oculto por «una máscara de Castlereagh», el reprobable vizconde que aplastó los levantamientos y torturó a los Irlandeses Unidos para proteger el gobierno británico a finales del siglo XVIII. Para afianzar su régimen extremadamente impopular, compró a todo el Parlamento Irlandés, asegurando los votos para su disolución en el Parlamento Británico. El homólogo de Fraude es Lord Eldon, quien inició una guerra abierta contra la clase obrera británica como fiscal general: suspendió el habeas corpus, prohibió las protestas políticas y declaró traición las quejas por la carestía del coste de los alimentos. Se dice que Eldon derramó lágrimas mientras condenaba a muerte a sus víctimas —los pobres, los disidentes, los acusados ​​injustamente. Por consiguiente, Shelley no fue sutil en su representación del peso de esas lágrimas en la vida de los inocentes.

El destripamiento de Castlereagh y Eldon en «La máscara de la Anarquía» muestra que el poeta pretendía hacer más que denunciar la tiranía y la corrupción en la teoría. En su discurso para la Sociedad Shelley, Eleanor Marx señala que Shelley «fue el hijo de la Revolución Francesa», pero a diferencia de otros herederos intelectuales de ese movimiento —aquí Marx nombra a Lord Byron—, Shelley tenía una comprensión avanzada de las condiciones materiales de las cuales dependía el ideal de libertad de la Revolución. La supresión de la democracia irlandesa por cuenta de Castlereagh, lograda gracias a su gran riqueza amasada a expensas de los irlandeses, afianzó su poder para explotar y aterrorizar a sus súbditos. Eldon esgrimió su poder político para criminalizar la disidencia pública contra el hambre y contra la represión de la clase obrera.

Tal como lo habían hecho sus homólogos de la vida real en los años que precedieron a Peterloo, Anarquía, el personaje de Shelley, y su procesión, aterrorizan a los ingleses en su camino a Londres, donde abogados y sacerdotes se inclinan ante su figura, reconociendo su autoridad. Anarquía envía a sus esclavos a saquear el Banco de Inglaterra y recuperar las joyas de la corona, pero en el camino se encuentra con Esperanza, que se arroja a los pies del caballo e invoca «una figura cubierta de malla», una visión de luz que deja a Anarquía muerta en el suelo. Su discurso posterior, dirigido a «la postergada multitud», se ha convertido en un elemento consolidado de la literatura socialista, y que ofrece quizás la mejor articulación de la lucha de clases en el género poético.

Alzaos cual leones tras el sueño
en número invencible,
arrojad a la tierra las cadenas
como el rocío que os cubrió durmiendo,
pues vosotros sois muchos; ellos son pocos.

El estribillo «Vosotros sois muchos; ellos son pocos» habla, a la vez, de la gran desigualdad y la gran debilidad del capitalismo. El sistema político que permitió la consolidación corrupta del poder bajo lords ricos como Eldon y Castlereagh aseguró, bajo su mando, el sufrimiento de millones de personas de clase obrera. En las páginas de «La Máscara de la Anarquía», Shelley hace una referencia mordaz a las deudas contraídas por el joven y frívolo príncipe regente, deudas de millones de libras saldadas por las arcas públicas. La prosperidad de los pocos dependía de la explotación material de los muchos.

«Vosotros sois muchos; ellos son pocos», es recibido por la gente como un grito de guerra de Esperanza, igual que lo han recibido durante siglos los lectores de Shelley. Es un llamado directo a la desobediencia masiva contra una élite gobernante hostil. El poder del pueblo está en su número, y su objetivo es la libertad. Ya que la explotación que describe Shelley es propia de una opresión de clase, la libertad que concibe se expresa en el lenguaje de las condiciones materiales. «¿Qué eres tú, Libertad?», pregunta Esperanza:

Para el trabajador eres el pan
y una hermosa mesa puesta,
venidos de su trabajo diario,
en un feliz hogar cuidado.

La libertad de Shelley es tangible e intangible. Tal como se expresa en las siguientes estrofas del poema, la libertad es la restricción del poder entre los ricos, las leyes no contaminadas por la corrupción, el fin de las guerras en las que los pobres derraman sangre en beneficio de los ricos. Pero el lugar de partida que elige Shelley para explorar su idea de libertad es uno en el que el trabajador prospera gracias a los beneficios de su trabajo. Otras libertades se derivan de este derecho inmediato a la alimentación y la vivienda, y esta estabilidad proporciona la base crucial para la libertad humana.

La trompeta de una profecía

El propio Shelley no estaba convencido de que la poesía tuviera potencial revolucionario. En su ensayo «Forma poética y reforma política: ‘La máscara de la anarquía’ e ‘Inglaterra en 1819’», Susan Wolfson, académica especializada en el Romanticismo, señala los vacilantes puntos de vista de Shelley sobre la cuestión, en particular su creencia de que «nada puede expresarse igualmente bien en prosa que no sea tedioso y superfluo en verso». La lectura de Wolfson del inverso de esta declaración sugiere, sin embargo, un caso sólido para el papel de la poesía en la reforma social: «Cuando la poesía es la expresión, comunica algo que la mera prosa no puede».

La historia nos dice que «La Máscara de la Anarquía», junto con «La reina Mab» y otros versos políticos de Shelley, transmitieron algo a los organizadores socialistas y de la clase obrera que la prosa no pudo: no ofreció, por ejemplo, un modelo para la reforma o la revolución. «La Máscara de la Anarquía» termina con ese grito ensordecedor: «Vosotros sois muchos; ellos son pocos», pero al final del poema, el grito reúne a las masas recién despertadas y militantes para una protesta pacífica que termina en una masacre a gran escala. Siendo detractor de la violencia, Shelley imaginó un movimiento de desobediencia civil en respuesta a Peterloo. Su Esperanza insta a la gente a asimilar los ataques de sus tiranos, desenmascarándolos como demonios sedientos de sangre al ofrecerse a sí misma como objetivo:

Si los tiranos osan volver, dejad que
cabalguen otra vez entre vosotros,
que acuchillen, que corten, que desfiguren;
dejadlos hacer todo aquello que quieran.

La fe de Shelley en este método de confrontar el poder ciertamente no ha sido compartida por muchos de sus admiradores políticamente activos. Estos han encontrado, sin embargo, inspiración y una articulación clara y elegante de la lucha de clases en los versos de Shelley, dándoles un lugar persistente en las librerías socialistas y de la clase obrera. En su Historia popular de los Estados Unidos, Howard Zinn documenta el uso que las mujeres trabajadoras de la fábrica Triangle Shirtwaist encontraron en la poesía de Shelley, fortaleciendo a la vez la alfabetización y la conciencia política. Pauline Newman, organizadora sindical del Sindicato Internacional de Trabajadoras de la Confección (ILGWU), recordó la presencia que tenía la poesía de Shelley en las reuniones con sus compañeras de trabajo:

Tratábamos de educarnos a nosotras mismas. Invitaba a las chicas a mis salas, y nos turnábamos para leer poesía en inglés para mejorar nuestra comprensión del idioma. Una de nuestras lecturas favoritas era «La Máscara de la Anarquía» de Percy Bysshe Shelley.

Newman continúa citando la resonante estrofa final del poema, que debió de haber estado en la mente de algunos de esos veinte mil trabajadores, en su mayoría mujeres, que abandonaron sus trabajos en la industria de la confección a finales de 1909. Fue una huelga de solidaridad con las trabajadoras de la fábrica Triangle Shirtwaist, que llevaban en huelga desde septiembre para exigir condiciones de trabajo más seguras, representación sindical y salarios justos.

La escalofriante familiaridad del nombre de la fábrica Triangle Shirtwaist nos dice que las huelguistas de 1909 no ganaron la representación sindical ni las condiciones laborales que necesitaban para sobrevivir en el trabajo[2]. Pero el impacto de la huelga de la industria de la confección de 1909 atrajo a decenas de miles de trabajadoras a un movimiento obrero insurgente, y organizadoras como Newman recurrieron a las palabras de Shelley para animar su apremiante lucha material contra los patrones y en favor de la prosperidad de la clase obrera.

La resonancia de esas palabras ha perdurado a través de generaciones de organizadores socialistas y militantes de la lucha de clases. Jeremy Corbyn terminó su campaña de 2017 como líder del Partido Laborista leyendo las mismas líneas de Shelley que Pauline Newman y sus camaradas de la fábrica Triangle Shirtwaist se habían recitado unas a otras más de un siglo antes. Esa campaña, que rechazó el giro neoliberal de los laboristas a favor de una plataforma socialista democrática robusta, logró obtener un número de votos mucho mayor que los que había obtenido desde 2005. El Partido Laborista se restableció como un partido de política de masas para el bienestar de la gente común —un programa que los miembros más liberales del partido habían luchado por evitar y contra el que aún luchan ahora. El eslogan elegido por Corbyn para la campaña, «Para los muchos, no para los pocos», resulta adecuado, y su terminología resulta familiar.

Quizás el elemento de la poesía de Shelley que con más seguridad tocará la fibra sensible de una audiencia izquierdista es la capacidad del poeta para explorar momentos de incertidumbre y desesperación en busca de su potencial para generar esperanza presente y un futuro revolucionario. La línea final de su «Oda al Viento del Oeste» deja una pregunta abierta: «Si llega el Invierno, ¿puede estar muy lejos la Primavera?». En sus escritos políticos, Shelley no excluyó la posibilidad de una lucha brutal, de miseria y sufrimiento en el derrocamiento de los tiranos y la liberación de la clase trabajadora. Ni siquiera estableció la certeza del triunfo: la Esperanza «más parecía Desesperación» cuando se arrojó a merced de la Anarquía. Conocemos el desgarrador coste que las trabajadoras de la fábrica Triangle Shirtwaist pagaron por la codicia de sus jefes, cuando en 1909 lucharon con uñas y dientes por las protecciones que habrían evitado la tragedia dos años después. No lucharon porque el triunfo fuera seguro, sinó porque luchar era su única opción.

En otras palabras: nuestra victoria no es una conclusión anticipada, ineludible. Es el proceso de tomar conciencia y escuchar la llamada incendiaria hacia la lucha a lo que Shelley recurre como punto de acceso a una vida mejor y más libre. Una y otra vez, desde las salas de las trabajadoras de la fábrica Triangle Shirtwaist hasta las campañas laboristas y las manifestaciones públicas de Tahrir a la plaza de Tiananmen, los organizadores y revolucionarios han atendido al llamado de la obra de Shelley, y nos lo han transmitido. A menudo nos referimos a los esfuerzos artísticos, tal es la poesía, como a las «rosas» que la organización socialista lucha por ganar para los trabajadores. Pero no podemos olvidar que poesía como la de Shelley nos ha ayudado también a ganarnos el pan y, dado que nuestro propio tiempo nos enfrenta de nuevo a los muchos contra los pocos, seguro que volverá a hacerlo.

Notas
[1]  International Ladies’ Garment Workers’ Union (Sindicato Internacional de Trabajadoras de la Confección)
[2] El 25 de marzo de 1911 se produjo un incendio en la fábrica Triangle Shirtwaist en el que murieron 146 trabajadores —129 mujeres, en su mayoría inmigrantes de entre 14 y 23 años de edad. El fuego se originó y se propagó por la falta de prevenciones en el cuidado y mantenimiento de los medios de producción. Además, la fábrica ocupaba las plantas más altas del edificio, y las trabajadoras se encontraban encerradas en dichas plantas puesto que los vigilantes bloqueaban habitualmente las puertas para evitar que se produjeran robos; las trabajadoras murieron por quemaduras y asfixia, o bien por fuertes impactos al saltar a la calle desde el octavo, noveno y décimo piso. Tanto la huelga de 1909 como el incendio de 1911 son hechos centrales en la conmemoración del 8M.

 

Fuente: Texto publicado originalmente en inglés en la revista Jacobin, el 20/VIII/2022, con motivo del 200 aniversario de la muerte del poeta. Disponible online.

Traducción y notas al pie de Aldara Pereñíguez Rodríguez.

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