Austeridad. Una oportunidad para transformar Italia. Conclusiones a la conferencia de intelectuales
Enrico Berlinguer
Berlinguer no se limitó a plantear un compromiso histórico a la sociedad italiana, que se dirigía de manera particular al mundo cristiano y la que se presentaba como su representante político. A finales de 1976, en el Comité Central de octubre, planteó por primera vez como contenido estratégico de esa iniciativa una respuesta propia a la primera gran crisis que en los comienzos de los setenta había puesto fin al espejismo desarrollista y consumista de los Treinta Gloriosos: un nuevo modelo productivo basado en la consideración de las necesidades reales y las posibilidades de satisfacerlas, sin la lógica del consumo artificial y el despilfarro inherente al capitalismo; una alternativa que era capaz de conseguir un amplio consenso en Italia, la gran preocupación unitaria del PCI. Se situaba en oposición tanto a la consigna de «apretarse el cinturón» sin más de Amendola, como a la de limitarse a la invocación del comunismo de Longo; en su propuesta de la austeridad, Berlinguer incluía además la implementación de valores socialistas en el comportamiento social y la gestión política asumibles por quienes no compartieran la ideología socialista o comunista, pero que anticipaban la transición cultural, en el más amplio sentido, también en el del modelo productivo, hacia el socialismo. Durante unos meses, con la colaboración de Tortorella, preparó una conferencia de intelectuales para debatir esa propuesta, sus razones y algunas concreciones. Berlinguer clausuró la conferencia con «el discurso de la austeridad», discurso público en el Teatro Eliseo de Roma, el 15 de enero de 1977. Era también una manifestación pública de que la oferta de compromiso histórico no se limitaba a una coalición de partidos, sino que tenia un contenido trascendental de cambio de época; y una manera de presionar a Aldo Moro para que asumiera de manera necesidad no el deseo sino la necesidad de la entrada del PCI en el gobierno, para gestionar conjuntamente ese cambio de época. La propuesta de Berlinguer, deformada por medios de comunicación y partidarios opuesto al PCI, reducida de manera falsaria a la imagen de «apretarse el cinturón» a la política neoliberal de hacer caer en las clases populares los costos del cambio de ciclo económico, no fue comprendida en aquel momento por buena parte de la izquierda: por sectores del PCI, por los socialistas de derecha de Craxi –de manera interesada– por los de izquierda como Bobbio, por los sindicatos de la CGIL. Cuarenta y cinco años después sus palabras vuelven –siguen siendo– de actualidad ante la evidencia de que no solo los Treinta Gloriosos son el pasado, sino que el consumismo capitalista, el despilfarro que acompaña como rémora a la ley del máximo beneficio, está llevando a la actividad productiva humana a sus límites físicos y a un escenario de exacerbación de las respuestas individuales, desiguales e injustas.
Me gustaría expresar, en primer lugar, nuestra satisfacción, la de la dirección del partido, por la respuesta que la iniciativa que hemos tomado ha tenido entre los intelectuales comunistas y entre los intelectuales y exponentes políticos de diferentes orientaciones de otras corrientes. La participación y el interés que ha despertado nuestra conferencia muestran que ha demostrado ser madura y oportuna, como ya lo estaba en nuestras convicciones cuando nos propusimos «ponernos a trabajar» (volveré al significado de esta expresión más adelante) para un proyecto de renovación de la sociedad italiana.
El método de trabajo de los comunistas no es el del centro-izquierda.
Esto es lo que era y es el tema principal, la razón y el propósito de nuestro encuentro con ustedes. No pretendíamos volver a profundizar en cuestiones como las de la relación entre política y cultura, entre partido e intelectuales (sobre las cuales, sin embargo, me gustaría decir algo más al final de mi intervención), sino, más bien, abrir un debate sobre ese tema específico que, por otra parte, se afirma en la convocatoria de la propia conferencia: cuál puede ser la intervención de la cultura en la elaboración de un proyecto para la renovación de la sociedad italiana.
Esta conferencia pretendía ser, y creo que fue, un momento del trabajo para tal proyecto. Y en este sentido la conferencia no me parece que dé lugar a decepciones: ni la nuestra ni la suya. Sólo podía haber decepción para alguien que, malinterpretando el significado de nuestra propuesta, y también más generalmente sin conocer bien el método con el que trabajamos los comunistas, pensó, tal vez, que el camarada Tortorella[1], o el camarada Napolitano[2] o yo vendríamos aquí para presentarles un bonito plato guisado, al que se les pidió agregar los condimentos o decir solo si gusta o no. Por el contrario, quisimos convocar esta conferencia antes de llegar, como partido, a un proyecto completado en sus diversas partes, por la sencilla razón de que este proyecto debe ser el resultado de una investigación y un trabajo común que van más allá de lo que el grupo dirigente de nuestro partido está haciendo y hará.
De hecho, aunque solo sea para evitar caer de nuevo en la experiencia negativa del centro-izquierda, tuvimos que y debemos protegernos contra el error de cualquier diseño hecho únicamente sobre la mesa de dibujo.
El camarada Napolitano le ha informado que la dirección del partido ha creado una comisión, que ya está trabajando en este proyecto, pero también le ha dicho que, antes de que esta comisión presente sus propuestas a la dirección y al Comité Central del partido, queremos llevar a cabo una verificación masiva de las propuestas a hacer, queremos estimular la contribución de todos aquellos que tienen la intención de participar activamente en el cambio de esta sociedad; en resumen, queremos hacer algo que nunca se ha hecho en Italia, tanto por el fondo como por el método: llegar a un proyecto de transformación discutido entre la gente, con la gente. Y puesto que, como hemos dicho varias veces, se trata de transformar nuestra sociedad no de aplicar doctrinas o esquemas, no de copiar modelos existentes de otros, sino de seguir caminos aún no explorados, es decir, de inventar algo nuevo que, sin embargo, esté bajo la piel de la historia, maduro, necesario y, por lo tanto, posible, Es natural que el primer momento de nuestro trabajo haya sido y deba ser el encuentro con las fuerzas que son o deberían ser creativas por definición, con las fuerzas de los intelectuales, de la cultura.
Creo que sólo esa puede ser la forma de proceder del partido más representativo de la clase obrera, es decir, de la formación política que continuamente tiende a lograr una síntesis entre espontaneidad y reflexión, entre inmediatez y perspectiva, y, por lo tanto, también entre la clase obrera y los intelectuales, entre la fuerza social que hoy es la principal fuerza motriz de la historia y los estratos que son portadores del pensamiento en cuanto expresan la acumulación y el desarrollo de la cultura. y civilización.
Esta conferencia es un primer resultado positivo del esfuerzo que estamos iniciando, y que ahora debe seguir intensificándose, entre los intelectuales y en el mundo de la cultura, tanto a través de esa desagregación de nuestro trabajo, del cual habló el camarada Asor Rosa[3], a realizar por temas, por amplios sectores, y a través de aquellas iniciativas de las que habló el camarada Tortorella (particularmente de esa iniciativa, que él propuso y a la que debemos prestar la máxima atención, de promover conferencias en instituciones culturales con las que tengamos semejanzas, con las debidas diferencias; conferencias de producción que hemos promovido y que tendremos que seguir promoviendo en las fábricas), y con otras iniciativas que solicitan el aporte de los obreros, campesinos, técnicos, gerentes de empresas, las masas juveniles y sus organizaciones, las mujeres y sus asociaciones.
Dar sentido y propósito a la política de austeridad: ¿pero qué austeridad? ¿De qué surgió, de qué surge la necesidad de empezar a pensar y trabajar en torno a un proyecto de transformación de la sociedad que indique objetivos y metas que pueden y deben perseguirse y alcanzarse en los próximos tres o cuatro años, pero que se traducen en actos, disposiciones, medidas, que marquen inmediatamente el inicio?
Esta necesidad surge de la conciencia de que es necesario dar sentido y propósito a esa política de austeridad que es una opción obligatoria y duradera, y que, al mismo tiempo, es una condición de salvación para los pueblos de Occidente, creo, en general, pero, de manera particular, para el pueblo italiano.
La austeridad no es hoy un mero instrumento de política económica que debe utilizarse para superar una dificultad temporal y cíclica, a fin de permitir la recuperación y restauración de los viejos mecanismos económicos y sociales. Así es como la austeridad es concebida y presentada por los grupos dominantes y las fuerzas políticas conservadoras. Pero ese no es el caso para nosotros. Para nosotros, la austeridad es el medio para ir a las raíces y sentar las bases para superar un sistema que ha entrado en una crisis estructural y fundamental, no cíclica, de ese sistema cuyos rasgos distintivos son el desperdicio y el despilfarro, la exaltación del particularismo y el individualismo más desenfrenado, del consumismo más insensato. Austeridad significa rigor, eficiencia, seriedad, y significa justicia; es decir, todo lo contrario de todo lo que hemos conocido y pagado hasta ahora, y que nos ha llevado a la gravísima crisis cuyos fracasos se han ido acumulando durante años y que hoy se manifiesta en Italia en todo su dramático alcance.
En base a que juicio el movimiento obrero puede tomar la bandera de la austeridad.
La austeridad es para los comunistas una lucha efectiva contra lo existente, contra el curso espontáneo de las cosas, y es, al mismo tiempo, una premisa, una condición material para iniciar el cambio. Concebida de esta manera, la austeridad se convierte en un arma de lucha moderna y actualizada tanto contra los defensores del orden económico y social existente, como contra aquellos que la consideran como el único sistema posible de una sociedad destinada orgánicamente a permanecer atrasada, subdesarrollada y, además, cada vez más desequilibrada, cada vez más llena de injusticias, contradicciones, desigualdades.
Lejos de ser, por lo tanto, una concesión a los intereses de los grupos dominantes o a las necesidades de supervivencia del capitalismo, la austeridad puede ser una opción que tenga un contenido de clase avanzado y concreto, puede y debe ser una de las formas en que el movimiento obrero se convierte en portador de un modo diferente de vida social, a través de la cual lucha por afirmar, en las condiciones actuales, sus antiguos y siempre válidos ideales de liberación.
Y, de hecho, creo que en las condiciones actuales es impensable luchar real y eficazmente por una sociedad superior sin alejarse de la necesidad indispensable de la austeridad. Ahora bien, la austeridad, dependiendo del contenido que tenga y de las fuerzas que gobiernen su implementación, puede ser utilizada como instrumento de depresión económica, represión política, perpetuación de injusticias sociales, o como una oportunidad para un nuevo desarrollo económico y social, para una rehabilitación rigurosa del Estado, para una transformación profunda de la estructura de la sociedad, para la defensa y expansión de la democracia: En una palabra, como medio de justicia y liberación del hombre y de todas sus energías hoy mortificadas, dispersas, desperdiciadas.
Las consecuencias para los países capitalistas del avance del movimiento de liberación de los pueblos del Tercer Mundo.
Hemos recordado en otras ocasiones y también recientemente las profundas razones históricas, ciertamente no sólo italianas, que hacen obligatoria una política de austeridad, y no cíclica. Hay varias razones, pero necesitamos recordar siempre que el acontecimiento más importante, cuyos efectos ya no son reversibles, fue y seguirá siendo la entrada en el escenario mundial de los antiguos pueblos y países coloniales que se están liberando del sometimiento y subdesarrollo al que fueron condenados por la dominación imperialista. Estos son dos tercios de la humanidad, que ya no toleran vivir en condiciones de hambre, miseria, marginación, inferioridad en comparación con los pueblos y países que hasta ahora han dominado la vida mundial.
Este movimiento es, por supuesto, muy variado y complejo. Grandes son las diferencias históricas, económicas, sociales, culturales y políticas que existen tanto dentro de lo que se suele llamar el Tercer Mundo como en sus relaciones exteriores. En particular, en los últimos tiempos ha habido una tendencia hacia alianzas entre los grupos dominantes de los países capitalistas más desarrollados y los de ciertos países en desarrollo, alianzas que operan en detrimento de otros países más pobres y débiles, y contra cualquier movimiento popular y progresista. Fueron y son no sólo los Kissingers, sino también los Yamani[4] (habrán visto las recientes declaraciones) los que han seguido y continúan persiguiendo una política de hostilidad contra los estados y las fuerzas políticas que luchan por la renovación de su país, incluidas las fuerzas avanzadas del movimiento obrero occidental.
Pero si bien debemos ser capaces de comprender estas diferencias dentro del Tercer Mundo y tenerlas en cuenta, nunca debemos perder de vista el significado general del gran movimiento del que esos pueblos han sido y son protagonistas: un movimiento que cambia el curso de la historia mundial, que altera gradualmente todos los equilibrios existentes, y no solo los relacionados con el equilibrio de fuerzas a escala mundial, sino también los equilibrios entre de los países capitalistas individuales. Es ese movimiento, o al menos es principalmente ese movimiento, el que, operando en las profundidades, explota las contradicciones de toda una fase del desarrollo capitalista de posguerra, y determina en los países individuales condiciones de crisis de gravedad sin precedentes. Y si puede suceder, como podemos ver, que dentro del mundo capitalista algunas economías más fuertes puedan beneficiarse de la crisis y consolidar su posición de dominación, para otros países económicamente más débiles, como Italia, la crisis ahora se convierte en un rodar más o menos lento hacia el precipicio.
En el contexto de este agudo conflicto entre países y grupos capitalistas, mal oculto por la frágil solidaridad, avanzan procesos de desintegración y decadencia que, al tiempo que hacen cada vez más insoportables las condiciones de existencia de las grandes masas populares, amenazan los cimientos mismos no sólo de la economía, sino de nuestra propia civilización y su desarrollo.
No es necesario describir los mil signos en los que se manifiesta esta tendencia, que hiere y mortifica tan profundamente además la vida de la cultura. Lo que debe quedar claro para cualquiera que quiera comprender las razones y los objetivos de nuestra política, tanto dentro de nuestro país como en las relaciones con las fuerzas progresistas de otros países, es que todo se reconduce al esfuerzo de movilización e investigación para detener esta tendencia y revertirla.
Dos premisas fundamentales para iniciar «una transformación revolucionaria de la sociedad».
Vivimos, creo, en uno de esos momentos en los que –como afirma el Manifiesto Comunista– para algunos países, y en todo caso para el nuestro, se inicia «una transformación revolucionaria de la sociedad» o se puede encontrar «la ruina común de las clases en lucha»; es decir, a la decadencia de una civilización, a la ruina de un país.
Pero una transformación revolucionaria sólo puede iniciarse en las condiciones actuales si es capaz de hacer frente a los nuevos problemas planteados a Occidente por el movimiento de liberación de los pueblos del Tercer Mundo. Y esto, según nosotros, los comunistas, conlleva dos consecuencias fundamentales para Occidente, y sobre todo para nuestro país: abrirse a una comprensión plena de las razones de desarrollo y justicia de estos países y establecer una política de cooperación con ellos sobre la base de la igualdad. Abandonar la ilusión de que es posible perpetuar un tipo de desarrollo basado en esa expansión artificial del consumo individual que es fuente de despilfarro, parasitismo, privilegios, disipación de recursos, inestabilidad financiera.
Por ello una política de austeridad, rigor, guerra contra el despilfarro, se ha convertido en una necesidad irrefutable por parte de todos y es, al mismo tiempo, la palanca sobre la cual presionar para avanzar en la batalla para transformar la sociedad en sus estructuras y sus ideas básicas.
Una política de austeridad no es una política tendencial de nivelación a la pobreza, ni debe llevarse a cabo con el objetivo de asegurar la simple supervivencia de un sistema económico y social que ha entrado en crisis. Una política de austeridad, por otro lado, debe tener como objetivo –y por eso puede, debe ser asumida por el movimiento obrero– establecer la justicia, la eficiencia, el orden y, añadiría, una nueva moralidad.
Concebida de esta manera, una política de austeridad, incluso si implica (por necesidad, por su propia naturaleza) ciertas renuncias y ciertos sacrificios, adquiere al mismo tiempo un significado renovador y se convierte, en efecto, en un acto liberador para las grandes masas, sujeto a la vieja sujeción y a la marginación intolerable, crea una nueva solidaridad y, por lo tanto, puede obtener un consenso creciente se convierte en un amplio movimiento democrático, al servicio de un trabajo de transformación social.
Precisamente porque pensamos así, hay que reconocer, me parece, que la política de austeridad hasta ahora no se ha presentado al país, y mucho menos se ha implementado, no con ese espíritu de resignación, sino de conciencia y confianza. Y si podemos admitir –debemos admitir, de hecho– que ha habido y hay deficiencias y oscilaciones en este sentido del movimiento obrero y también de nuestro partido, sin embargo, las principales deficiencias deben atribuirse a las fuerzas que dirigen el gobierno del país.
No quiero examinar aquí las diversas medidas de política económica aplicadas o que está preparando el Gobierno, ni recordar nuestra actitud hacia ellas. Las posiciones, a veces favorables y a veces críticas, adoptadas por nuestro partido sobre los diversos aspectos de la política económica del gobierno son bien conocidas. Además, en esta misma sala, como saben, hace unos días nuestros camaradas autorizados hicieron balance –en una confrontación positiva con representantes de otros partidos, con distinguidos economistas y en presencia, también, de representantes gubernamentales– del marco económico general y de las intervenciones que deben realizar el gobierno y los partidos.
Falta de vigor y coraje, y estrechez de perspectivas, en la política de austeridad del gobierno.
En cambio, me gustaría reiterar una crítica general que los comunistas seguimos haciendo, no podemos dejar de hacer, de la acción del gobierno. La política de austeridad todavía está viciada por la falta de vigor, coraje y aliento. Por ejemplo: todavía no ha sido posible despertar el necesario movimiento de opinión y masa contra el despilfarro.
Contra los residuos directos, que siguen siendo enormes (pensemos en la organización energética o sanitaria) y contra los residuos en un sentido indirecto y amplio, como los derivados de la laxitud en empresas, escuelas y administración pública; o como aquellas, denunciadas aquí con particular rigor por los profesores Carapezza, Nebbia, Maldonado y otros, derivadas de imprevisiones, de las que hoy sentimos todo el peso, y de enormes errores cometidos en la política del suelo, de territorio, del medio ambiente; o de la negligencia en el campo de la investigación. Hay toda una acción amplia contra el despilfarro y por el ahorro en todos los campos que necesitaría el estímulo, la dirección, la iniciativa continua de un gobierno que realmente supo expresar la autoridad política y moral indispensable hoy.
No es casualidad, por supuesto, que todo esto haya faltado o haya faltado, ya que tal acción no se organizada solo con propaganda, lo que también debe hacerse y no se hace lo suficiente, sino que requiere que se identifiquen y golpeen intereses creados precisos, una gran parte de los cuales está en la base del mantenimiento del sistema de poder de la Democracia Cristiana.
Pero es evidente, sobre todo, y pesa muy negativamente, la estrechez de perspectivas que caracteriza la política de austeridad planteada y realizada hasta ahora por el gobierno. Aquí radica el punto de mayor diferenciación entre nosotros y los representantes del gobierno y los grupos económicos dominantes. En ellos, en el fondo, hay un estado mental de entrega, es decir, algo que está en las antípodas de lo que se necesitaría para obtener la adhesión convencida del pueblo a ciertos sacrificios necesarios. Para hacer un esfuerzo adecuado, el país necesitaría ver claramente hacia adelante, o al menos ver claros algunos elementos fundamentales de una nueva perspectiva. Y, en cambio, los exponentes de las viejas clases dominantes y muchos hombres del gobierno, cuando llegan a esto, no saben cómo ir más allá del objetivo de devolver a Italia a los mismos caminos en los que se desenvolvía el desarrollo económico antes de la crisis. Como si esas vías y modos de desarrollo todavía pudieran representar un ideal de sociedad a perseguir, y como si, sobre todo, la crisis de estos años y hoy no fuera exactamente la crisis de ese modelo de sociedad (crisis en curso no solo en Italia, sino también, aunque en diferentes formas, en otras naciones europeas).
Tenemos muy claro la razón de esta falta de vigor, coraje, aliento y perspectiva en la política de austeridad que he mencionado antes. En estas deficiencias vemos la evidencia de un proceso histórico que está marcado por el declive irremediable de la función dirigente de la burguesía y por la confirmación de que esta función dirigente ya está empezando a pasar al movimiento obrero, a las fuerzas populares unidas: naturalmente a una clase obrera, a las masas populares, que demuestran la madurez necesaria para presentarse y demostrar a todo el país que son una fuerza que guía democráticamente a toda la sociedad hacia la salvación y el renacimiento. Esto requiere que en las mismas filas del movimiento obrero, y en sus organizaciones económicas y políticas, se ejerza un espíritu autocrítico más amplio y responsable, que conduzca a la superación de esas actitudes negativas y engañosas, ya sea de subordinación o de extremismo, que todavía pesan en una medida nada despreciable y que, en la práctica, luego obstaculizan la solución positiva de los problemas actuales candentes. como la recuperación económica, productiva y financiera de la sociedad y del Estado.
No podemos esperar a llegar primero al gobierno para presentar un proyecto de renovación: debemos movernos de inmediato. Para comprometernos con un proyecto de renovación de la sociedad, y hacer la propuesta de ponernos manos a la obra para definirlo, no podemos esperar a que maduraran primero las condiciones para nuestro acceso al gobierno. Esta necesidad, reiteramos, sigue más abierta que nunca. Mientras tanto e inmediatamente tenemos el deber de tomar las iniciativas apropiadas, que respondan a la necesidad ineludible de lucha del movimiento obrero y a los intereses generales del país que no pueden ser postergados, incluso dentro del marco político actual, que, a pesar de todas sus deficiencias, es un marco profundamente influenciado por los efectos positivos del avance popular y comunista de los últimos años, en particular, los del 20 de junio.
La propuesta del proyecto también surge de una necesidad dentro del movimiento obrero: la de evitar que no se entiendan bien las razones objetivas, la obligación de una política de austeridad, o que corramos el riesgo de instalarnos en la vida cotidiana, de acostumbrarnos al tran-tran diario. Pero surge sobre todo de una necesidad general, de toda la nación, de tener finalmente un horizonte diferente y puntos de referencia concretos.
La fase actual de nuestra vida nacional está ciertamente llena de riesgos, pero nos ofrece a todos la gran oportunidad de renovación. Esta oportunidad no se puede desaprovechar: es la más grande, quizás, –digámoslo sin retórica– que se presenta al pueblo italiano y a sus fuerzas políticas más serias desde que nació nuestra república democrática.
Aquí radica una peculiaridad italiana, de este país nuestro, turbulento, desordenado, sí, pero vivo, lleno de energía, fuerte en un gran espíritu democrático; de esta Italia nuestra, que es quizás la nación en la que la crisis es más grave que en otras áreas del mundo capitalista (y no solo en el sentido económico, sino también en el sentido político, de amenaza a las instituciones democráticas), y en la que, sin embargo, las posibilidades de trabajar dentro de la crisis misma son aún mayores que en muchos otros países, para convertirlo en un medio para un cambio general en la sociedad.
Por lo tanto, nuestra iniciativa no es un acto de propaganda o exhibición de nuestro partido. Quiere ser un acto de confianza; quiere ser, una vez más, un acto de unidad, es decir, una contribución que solicite a otras partes iniciar un trabajo y pedir un compromiso común, que involucre a todas las fuerzas democráticas y populares. También debido a su carácter unitario y su intención, nuestro proyecto no quiere ser, no debe ser, creo, un programa de transición a una sociedad socialista: más modesta y concretamente, debe apuntar a esbozar un desarrollo de la economía y la sociedad cuyas características y nuevas formas de funcionamiento puedan reunir la adhesión y el consenso de aquellos italianos que, aunque no son de ideas comunistas o socialistas, sienten agudamente la necesidad de liberarse a sí mismos y a la nación de las injusticias, distorsiones, absurdos, laceraciones a las que ahora nos lleva la estructura actual de la sociedad.
Pero quien siente esta ansiedad y tiene esta aspiración sincera no puede dejar de reconocer que, para emerger seguramente de las arenas movedizas en las que la sociedad actual corre el riesgo de ser absorbida, es esencial introducir en ella ciertos elementos, valores y criterios propios del ideal socialista.
Cuando fijamos la meta de una planificación del desarrollo que tiene como meta la elevación del hombre en su esencia humana y social, no como un mero individuo opuesto a sus semejantes; cuando nos fijamos el objetivo de superar patrones de consumo y comportamiento inspirados en un individualismo exasperado; cuando establecemos el objetivo de ir más allá de la satisfacción de necesidades materiales inducidas artificialmente, e incluso más allá de la satisfacción en las formas irracionales, costosas, alienantes y, además, socialmente discriminatorias actuales, de necesidades que, sin embargo, son esenciales; cuando fijamos el objetivo de la plena igualdad y la liberación efectiva de la mujer, que es hoy uno de los mayores problemas de la vida nacional, y no sólo de ella; cuando fijamos el objetivo de la participación obrera y ciudadana en el control de las empresas, la economía y el Estado; cuando fijamos el objetivo de la solidaridad y la cooperación internacionales, que conducen a una redistribución de la riqueza a escala mundial; cuando nos fijamos objetivos de este tipo, ¿qué otra cosa hacemos sino proponer formas de vida y relaciones entre hombres y entre Estados que sean más solidarias, más sociales, más humanas y, por lo tanto, que salgan del marco y la lógica del capitalismo?
Salir de la lógica del capitalismo es una exigencia no sólo de la clase obrera ni de los comunistas solamente. Sin embargo, estos criterios, estos valores, estos objetivos, que son indudablemente propios del socialismo, reflejan una aspiración que no es exclusivamente de la clase obrera y de los partidos obreros, de comunistas y socialistas, sino que expresa una necesidad que hoy puede venir –y, de hecho, ya viene– también de ciudadanos y capas del pueblo y trabajadores de otras matrices ideales. de otras orientaciones políticas, en primer lugar de origen e inspiración cristiana; Es una necesidad que puede venir, y que viene cada vez más, de áreas sociales mucho más amplias, que van mucho más allá de la clase obrera.
La razón principal por la que consideramos la crisis como una oportunidad radica en que objetivos de transformación y renovación como los que he mencionado no solo pueden ser compatibles, sino que deben y pueden incluirse orgánicamente dentro de una política de austeridad, que es la premisa indispensable para superar la crisis, pero avanzar, no volver al pasado. De hecho, me parece claro que estos objetivos contribuyen a configurar un orden social y una política económica y financiera dirigida orgánicamente precisamente contra el despilfarro, los privilegios, el parasitismo, el despilfarro de recursos; dan cuenta de lo que debería constituir la esencia de lo que por naturaleza y definición es una verdadera política de austeridad. De hecho, se podría observar que con la misma frecuencia, en las sociedades decadentes han ido y van juntas la injusticia y el derroche, mientras que en las sociedades ascendentes van de la mano la justicia y el ahorro.
Por supuesto, esta convicción no nos hace olvidar, sino que nos compromete a afrontar en su concreción los problemas inmediatos, las opciones que deben tomarse, las prioridades que deben imponerse en todos los campos de la política económica, financiera, fiscal y educativa, para evitar los riesgos de colapsos repentinos, de retrocesos repentinos y asegurar, en cambio, que, paso a paso, se avance hacia objetivos de eficiencia y justicia, productividad y sociabilidad. La búsqueda de los vínculos que deben ligar las medidas inmediatas al inicio de esta línea de renovación será sin duda uno de los retos más exigentes de todos nosotros y de quienes quieran contribuir y participar en la elaboración completa de un proyecto, que corresponda a las características y necesidades que hemos tratado de esbozar a grandes rasgos.
Nuestra intención es llegar dentro de unos meses a la elaboración de un texto que represente una base inicial para el debate y la comparación, pero también es estimular, antes y después de la publicación de ese texto, un vasto y continuo compromiso de iniciativa y lucha. También y precisamente porque sentimos toda la dificultad de esta empresa, pero también su necesidad y su poder de sugestión, nos hemos dirigido a ustedes, nos dirigimos a todas las fuerzas intelectuales para que sean protagonistas –como dijo Tortorella exponiendo este tema de manera justa y eficaz– de propuestas e iniciativas destinadas a restaurar la vitalidad, renovar las instituciones culturales (empezando por las escuelas, universidades y centros de investigación) y, al mismo tiempo, contribuir a la elaboración de las opciones globales, y no sólo sectoriales, que deben ser la base del proyecto.
Un llamamiento, una invitación tan directa y explícita a la cultura italiana de hoy tiene su propia razón muy precisa: de hecho, por un lado, como sabemos, las fuerzas intelectuales de hoy en Italia, como de hecho lo han hecho en casi todos los países capitalistas más desarrollados, tienen un peso social como nunca habían tenido en el pasado, y también tienen, en Italia, en gran medida, una orientación política democrática y de izquierda; pero junto a este hecho positivo (Giulio Einaudi ha subrayado esta contradicción) está el negativo de la condición de crisis, decadencia, mortificación en la que se han sumido nuestras instituciones culturales después de treinta años de poder demócrata cristiano y desarrollo social distorsionado y desequilibrado. Y es evidente que ninguna obra de salvación y renovación general del país puede continuar sin superar esta crisis, sin disolver esta contradicción: sin, yo diría, un crecimiento del conocimiento y del amor por el conocimiento, sin una renovación de los instrumentos del conocimiento, para que la producción de cultura, y por lo tanto de las instituciones culturales, también sean artífices de la curación y renovación de toda la sociedad.
Los comunistas italianos por la función autónoma y libre de la cultura: no pedimos obediencia a nadie.
La forma en que planteamos hoy la función de la cultura para la transformación del país corresponde a una tradición, a una peculiaridad del Partido Comunista Italiano, como partido de la clase obrera, como partido democrático y nacional, como gran organismo que es en sí mismo productor de cultura. Siempre hemos luchado y luchamos por el progreso y la expansión de la vida cultural. Pero en este compromiso debemos siempre protegernos contra intervenciones que pueden, en la más mínima medida, dañar la autonomía de la investigación teórica, las actividades culturales, la creación artística, ya que éstas tienen como condición vital para el desarrollo no la de obedecer a un partido, a un Estado, a una ideología, sino la de poder desplegarse en la plenitud de la libertad y el espíritu crítico.
Este enfoque, que forma parte de nuestra visión más general de la relación entre democracia y socialismo, difiere del de ciertos partidos en el poder en los países socialistas; Las actitudes y el comportamiento de las autoridades políticas como las denunciadas (por ejemplo, en Checoslovaquia, donde incluso nos enfrentamos a actos represivos) son inaceptables para nosotros en principio. Interpretando esta posición general del partido, algunos de nuestros camaradas intelectuales han tomado la iniciativa de una declaración pública, que consideramos correcta y oportuna.
Una parte indispensable de nuestra herencia es un concepto que reconoce la tarea del Partido Comunista, de los demás partidos democráticos y de las autoridades públicas, en la medida en que también están orientados en una dirección democrática, por una parte, la creación del clima político moral y, por otra, la aplicación de las condiciones materiales, prácticas y organizativas que permitan el desarrollo positivo y libre de la investigación. de iniciativa cultural y debate. Pero no es tarea ni de las partes ni del Estado exigir obediencia, hacer prevalecer las cosmovisiones, limitar las libertades intelectuales de ninguna manera.
Y yo, queridos camaradas y amigos –no sin antes daros las gracias a todos vosotros y de modo muy especial al camarada Argan, que ha venido a representar a la ciudad de Roma y a la nueva administración popular romana– deseo concluir mi discurso precisamente con la tranquila confirmación de nuestro enfoque: nunca debemos apartarnos de él.
Notas
[1] Aldo Tortorella, miembro de la dirección del PCI, responsable de cultura
[2] Giorgio Napolitano, miembro de la Oficina política del Comité Ejecutivo del PCI, responsable de cultura entre 1969 y 1975
[3] Escritor y docente en la Universidad La Sapienza de Roma. Miembro del PCI, por el que fue diputado entre 1979 y 1980
[4] Ahmed Zaki Yamani, Ministro del Petróleo y Recursos Minerales de Arabia Saudí entre 1962 y 1986 y defensor en los tiempos de la crisis de petróleo de los setenta de una política de precios bajo, para mantener la posición dominante de Arabia saudí en el sector y desalentar el desarrollo de fuentes de energía alternativas