Un punto de encuentro para las alternativas sociales

El leninismo y la «legitimación democrática» del PCI

Enrico Berlinguer

Completamos este recuerdo de la personalidad política de Berlinguer, en el centenario de su nacimiento, con tres entrevistas en la que esa personalidad se despliega sin el obligado corsé estilístico y de contenido que tienen los documentos oficiales de partido. En las dos primeras Enrico Berlinguer juega en campo ajeno, aunque no enemigo, el del periódico La Reppublica, cuyo fundador y director Eugenio Scalfari es el entrevistador. La primera, que presentamos hoy, fue publicada el 2 de agosto de 1978, pocos meses después del asesinato de Aldo Moro –un golpe contra la traducción política inmediata del compromiso histórico– en un momento todavía incierto en el que la elección de Sandro Pertini como Presidente de la República, en julio, parecía mantener el espíritu unitario defendido por el PCI, a pesar de que la jefatura del gobierno estuviese en las manos del siempre sinuoso Andreotti. Berlinguer defiende la legitimidad histórica del movimiento comunista frente a las insidias sobre su carencia de legitimidad democrática, que se multiplican ahora no solo desde los sectores anticomunistas de la Democracia Cristiana, sino desde la nueva dirección socialista de Bettino Craxi. Y defiende, también el sentido profundo del compromiso histórico, deformado de manera intencionada por sus antagonistas como una mera operación de alianzas partidistas. Bajo las palabras que intercambian Scalfari y Berlinguer va apareciendo el todavía incipiente dibujo de la operación que quiere llevar, y conseguirá llevar, al PCI al aislamiento político para bloquear su proyecto de transformación de Italia. El hipócrita examen de democracia, e incluso de «izquierdismo», al que se quiere someter al PCI es una pieza angular de esa operación, de parte de los Craxi, Andreotti y Berlusconi que arrastraran a Italia no ya a la salvaguardia de la democracia sino a la plena corrupción de la República.

2 agosto 1978

Honorable[1] Enrico Berlinguer, ¿qué es para ustedes, los comunistas italianos, el leninismo?

No es fácil resumirlo en una entrevista. Yo diría que es el legado que nos ha dejado un gran revolucionario ruso y europeo, a lo largo de treinta años de lucha política e ideológica, que llevó a cabo como intelectual y líder del partido, como periodista y pensador marxista, como luchador y organizador, como hombre de gobierno y líder internacional. No se pueden considerar y fijar, separado uno de otro, ni las diversas facetas de la personalidad de Lenin ni los diferentes momentos, lo aspectos individuales y los desarrollos posteriores de su elaboración teórica y su conducta práctica. El suyo es un patrimonio muy rico y complejo, del cual nos sentimos continuadores pero también críticos e intérpretes, evaluando las circunstancias históricas en las que se expresaron y tuvieron lugar su pensamiento y su acción.

¿Es usted leninista? ¿Es el PCI leninista?

Si el término leninismo (o el término «marxismo-leninismo») significa una especie de manual de reglas doctrinales estáticamente concebido, un bloque de tesis endurecidas en fórmulas escolásticas, que debe aplicarse acríticamente en todas las circunstancias de tiempo y lugar, se haría el mayor mal al propio Lenin (así como a Marx), y se lo haría a uno mismo. Distorsionaría la sustancia de sus enseñanzas políticas, no sería posible comprender y comprobar en nuestro tiempo, en la medida en que sea cierto, la lección que Lenin nos dio. No somos leninistas de esa manera, aunque me doy cuenta de que hoy a muchos les gustaría que lo fuéramos, o consideran que lo somos solamente de esa manera conformista.

Entonces, ¿de qué manera lo son?

El Partido Comunista Italiano nació en la onda de la revolución proletaria soviética y a instigación de Lenin, para reaccionar y resolver una confusión ideológica y un vacío político en el que, de hecho, se habían encontrado, bajo la dirección del Partido Socialista, la clase obrera y las masas trabajadoras italianas, especialmente inmediatamente después de la Primera Guerra Mundial. Con la escisión de Livorno[2] nacimos para dar vida a un núcleo de luchadores proletarios que tenían fe en la revolución mundial y en la italiana. Nacimos de la manera que era históricamente posible. De una manera que, como sabemos, fue más tarde criticado por Gramsci y Togliatti. En el Ordine nuovo de 1924 Gramsci escribió: «Entramos, después de la escisión de Livorno, en un estado de necesidad. Sólo podemos dar esta justificación a nuestras actitudes, a nuestras actividades después de la escisión».

Y la necesidad era la de la «lucha física para defendernos del asalto fascista, para preservar el partido, recién nacido, su estructura primordial». Las circunstancias, en resumen, y la concepción bordigiana que predominaba entonces, empujaron al Partido Comunista a cerrarse, a asumir inmediatamente una impronta, una dirección sectaria y esquemática, para ser una organización de tipo «militar» en lugar de político, directa y funcional, como dijo Togliatti, «mediante la codificación de ciertos límites que la estrategia y la táctica del partido nunca debería haber rebasado, según una visión formalista y jurídica de la realidad. De Hegel y Marx retrocedimos a Kant y al kantismo». Este sectarismo y abstraccionismo iniciales fueron abiertamente criticados y confrontados por el propio Lenin, quien repetidamente discutió fuertemente con Bordiga y el bordigismo: y estos entran en crisis a finales de 1924 y fueron abiertamente impugnados en la primera conferencia del partido de mayo de 1924. Con ella comienza la formación y constitución alrededor de Gramsci del grupo dirigente del partido que prevalecerá en el III Congreso, en enero de 1926 en Lyon, y afirmará aquella nueva orientación ideal y práctica, –que con sus desarrollos llega hasta el presente– derrotando las posiciones que dirigían el partido (todavía en palabras de Togliatti) para «transformarse en una secta marchita de talmudistas, separada de cualquier desarrollo real de los acontecimientos» que intentó «encapsular dentro de un marco estrecho el empuje revolucionario de la masa».

Esta es la «lectura» que Gramsci y Togliatti hicieron de Lenin, para empezar una operación política en Italia que arranca de la importancia histórica mundial de un hecho, como fue la Revolución Rusa del 17, pero que se enriquece y precisa de año en año (aunque sea con dificultad, con golpes represivos de arrestos, incluso con retrocesos, y entre no pocos debates) con caracteres peculiares, tanto políticos como ideológicos.

En la elaboración y la conducta del partido que de bordiguiano se convierte en gramsciano se introducen de manera efectiva, pero no ecléctica, Marx, Engels y Lenin, y también Maquiavelo, Vico, Cavour, Antonio Labriola, el filón de los meridionalistas: se introduce sobre todo el estudio cuidadoso de las fuerzas que se mueven y enfrentan en la sociedad italiana y en el mundo, y el esfuerzo continuo de mantenerse siempre –en las condiciones dadas– los lazos más sólidos y amplios con el movimiento concreto de las masas trabajadoras y populares. Es la visión de la historia de nuestro país y del mundo, no como una historia de grupos de intelectuales o de grupos dominantes, sino la de las clases subalternas y y los pueblos que luchan por renovar su sociedad nacional y liberar al conjunto de toda la humanidad.

Por un lado, de hecho, es un partido que sabe cómo ponerse en condiciones de poder medir y verificar gradualmente la validez de sus orientaciones teóricas y, por lo tanto, actualizar continuamente las formulaciones dentro de las cuales viven los principios e ideales que aprendió de sus propios maestros revolucionario, aquellos principios e ideales que lo distinguen como Partido comunista. Por otro lado, es un partido que sabe cómo conducir a la clase obrera a abrirse y construir un sistema de relaciones y alianzas políticas y sociales y de intercambios de ideales lo más amplio posible. Mantiene, por tanto, su propia identidad de partido, pero siempre busca una unidad con fuerzas diferentes a sí mismo para llevar a cabo una tarea de transformación. También Lenin desarrolló críticamente y renovó cualitativamente Marx. Lo mismo hicieron Gramsci y Togliatti con Lenin; y así nos esforzamos por seguir haciéndolo nosotros hoy.

El hecho es, sin embargo, que en los estatutos de su partido hay un artículo 5, que cuenta entre los deberes del militante el estudio y aplicación de las enseñanzas del marxismo-leninismo. Una señal de que lo consideran una doctrina cerrada. Por lo tanto, usted, señor Berlinguer, cuando habla de la capacidad de su partido para actualizarse e innovar se contradice con lo que dicen los estatutos del PCI.

Esa parte de los estatutos ha permanecido tal como fue formulada hace muchos años, y por lo tanto, la redacción de ese apartado del artículo 5 es inadecuada, puede dar a pensar en la existencia de un «marxismo-leninismo» como un cuerpo doctrinal inmóvil y cerrado. Respecto a la frase en la que se habla de «marxismo-leninismo» debe ser reemplazado por una redacción diferente, que recuerda de una manera más correcta y actualizada todo nuestro patrimonio ideológico.

¿Quién va a decidir este asunto?

El próximo congreso.

Pero en resumen, ¿es usted leninista o no? No es una curiosidad, es un problema que tiene que afrontar hoy.

¿Está seguro? ¿Está usted está bastante seguro de que hoy, 1978, después de lo que sucedió y sucede en Italia, en Europa, en el mundo, el problema que debemos afrontar nosotros, los comunistas italianos, es precisamente responder a la pregunta de si somos leninistas o no? Y no digo usted, sino todos aquellos que hacen esta pregunta. ¿Realmente conocen a Lenin y al leninismo, saben de qué se trata realmente cuando hablan de ello? Permítanme dudarlo. Sin embargo, a mí me parece totalmente viva y válida la lección que nos dio Lenin, elaborando una verdadera teoría revolucionaria, es decir, yendo más allá de la «ortodoxia» del evolucionismo reformista, exaltando el momento subjetivo de la iniciativa autónoma del partido, luchando contra el positivismo, el materialismo vulgar, la expectativa mesiánica, los vicios propios de socialdemocracia, y en su lugar abrir un camino a las fuerzas proletarias de la renovación y liberación que lucharon en Rusia y en todo el mundo. Vale la pena la lección del Lenin que rompió la dominación y la unidad mundial del sistema capitalista, imperialista y colonialista, del Lenin luchador en todos los rincones de Europa por la paz y contra la guerra, del Lenin que descubrió el carácter decisivo de la alianza del proletariado industrial con los campesinos pobres, y que, todavía unos meses antes de octubre de 1917, «En esa situación enconada, no excluyó la posibilidad de un desarrollo pacífico de la revolución socialista y la continuación del pluralismo partidario» (estas son las palabras de Togliatti en 1956); del Lenin que concibió el socialismo como la sociedad que debía realizar la plenitud completa de la democracia.

¿Incluso el Lenin del centralismo democrático, el Lenin que sofocó al debate político y disidencia organizada dentro del partido y en la Sociedad soviética?

Distingamos. Es cierto que una limitación de la disidencia interna empezó a producirse en la parte final de la vida de Lenin, es decir, incluso antes del advenimiento de Stalin, y este hecho no dudamos en criticarlo y reprobarlo. Pero no olvidemos que Lenin fue quien asoció a la cabeza del partido y del poder soviético personalidades que, antes, tenían posiciones dispuestos contra su línea, e incluso contra la insurrección de los soviets en octubre de 1917, como Zinoviev y Kamenev. Y en cuanto al centralismo democrático, pongamos fin a las distorsiones de conveniencia. De todos modos, acabemos con su identificación con las degeneraciones del «centralismo orgánico»y del «centralismo burocrático» que sufrió posteriormente, pero que no tuvieron nada que ver con el centralismo democrático tal como fue concebido e implementado por Lenin: es decir, no como unanimismo preventivo, sino como como método para asegurar, al final, la unidad indispensable en la orientación y el trabajo concreto del partido. Es decir, después de que se hubiesen expresado libre y democráticamente las posibles posiciones diferentes, que la mayoría se convertiría con razón en la posición de todo el partido. El centralismo democrático no fue ni debe ser concebido, por lo tanto, como norma asfixiante de la libertad de opinión dentro del partido, sino como norma que garantiza, agotado el debate democrático interno, la condición elemental por la cual un partido es capaz de operar eficazmente, es decir, de manera unida, disciplinadamente. Y ten en cuenta que una cosa es aplicar correctamente este centralismo democrático en un partido de cuadros, que era el partido bolchevique, y otra cosa es su aplicación en un partido de masas, como el nuestro, en el cual es estructuralmente más amplia la dimensión y articulación democráticas, y donde cada militante no sólo puede expresar sus pensamientos, sino que puede pedir que, en las instancias estatutarias, sobre una de sus propuestas votemos y decidamos democráticamente, es decir, por mayoría.

Usted, por lo tanto, no niega a Lenin…

¡Pero por caridad! Quiero añadir, sin embargo, que la mía no quiere ser y no debería ser entendida como una respuesta maniquea o apologética de una posición tomada. Nosotros, los comunistas italianos, tenemos nuestra propia peculiaridad, nuestra propia elaboración teórica, nuestra propia historia. Desde que nacimos, en nuestra experiencia, en nuestro análisis e investigación, en nuestras batallas, Lenin tiene su lugar, y muy relevante, pero está lejos de ser exclusivo y lejos de ser dogmático. Quien nos pide que emitamos condenas o que abjuremos de la historia y en particular de nuestra historia, nos pide una cosa que es a la vez imposible y necia. No se reniega de la historia, ni de la propia ni la de los demás. Tratamos de entenderla, de superarla, de crecer, de renovarse en continuidad. Los progresos en la adecuación y la actualización de nuestra línea política y conducta las hemos llevado a cabo no rompiendo con nuestro pasado peculiar, no separándonos de nuestros antecedentes, no cortando nuestras raíces, no haciendo un vacío a nuestras espaldas, sino desarrollando el gran, irrenunciable patrimonio teórico e ideológico acumulado en ciento treinta años de luchas de movimientos revolucionarios nacidos con el Manifiesto Comunista, comprometiéndonos con el esfuerzo de adherirnos a cada pliegue de la realidad italiana, para comprender y transmitir el sentido y dirección de nuestra historia nacional, para expresar, en los nuevos tiempos, lo mejor de nuestras tradiciones culturales y logros civiles. Decía Maquiavelo: «Si las repúblicas y las sectas (es decir, los partidos de hoy) no se renuevan, no duran. Y la forma de renovarlos es reconducirlos a sus principios».

Pero, al principio, ustedes los comunistas italianos querían hacer lo mismo que en Rusia, no buscaban un camino diferente, autónomo, original o incluso, como se dice inexplorado.

Sí, especialmente de 1921 a 1924 el PCI se comportó como usted dice: fue casi inevitable. Le recuerdo, sin embargo, que quien propuso que se establecieran los soviets inmediatamente en toda Italia (¡no recuerdo bien si por decreto del gobierno!) no fueron ni Gramsci ni Togliatti, sino ese «demagogo sin principios» que responde al nombre de Nicola Bombacci[3]. Sin embargo, la línea seguida al principio es lo que usted dice. Esa elección fue consecuencia de un error preciso de extremismo (en el que, además, incurrieron casi todos los partidos comunistas europeos). Querían exportar y trasplantar el leninismo fuera de la condiciones políticas, económicas y sociales específicas en las que había podido triunfar, querían transferir los métodos de la asunción por la vía insurreccional del poder del proletariado de la Rusia de los zares, a Occidente, desde el «punto más bajo» al «punto más alto» del sistema capitalista. Se necesitó unos veinte años para superar total y definitivamente ese error extremista. Cuando Togliatti aterrizó en Salerno en marzo de 1944, dijo muy claramente que en Italia los comunistas no nos habíamos propuesto el objetivo de «hacer como Rusia». No el soviet, sino el parlamento era la elección que la clase obrera italiana tenia que cumplir. Y, gracias al PCI, la ha logrado, hasta el fondo.

Usted está describiendo una historia de autonomía que viceversa ha registrado largas pausas.

Tal vez esté aludiendo a aquella que va desde la creación del Cominform y la condena de Tito, en 1948, hasta nuestro VIII Congreso, en 1956. En efecto, en aquel período hubo un cierto empañamiento en la afirmación de nuestra autonomía y originalidad –es decir, de lo explícita teorización del camino italiano al socialismo– en su debate con el movimiento comunista internacional. Pero no olvidemos que hubo la Guerra Fría. Sin embargo, incluso en esos años la conducta política del PCI era siempre coherente en la defensa de los intereses nacionales, la democracia y la unidad de las masas populares, y de las fuerzas democráticas, y ha llevado a la elaboración de nuevas posiciones importantes, como las formuladas y sostenidas por Togliatti en las batallas por la defensa del parlamento (1953), en la defensa de la paz contra la amenaza atómica, por el encuentro entre el movimiento comunista y el mundo católico. Los compañeros de Partido Socialista Italiano hicieron en aquellos años la misma experiencia. Con el congreso de 1956, nuestra autonomía estratégica recuperó impulso y llegó a nuevos desarrollos también en el plano ideológico. Particularmente en la concepción y la práctica del internacionalismo.

Usted acaba de decir que la pregunta sobre su leninismo es engañosa…

Personalmente, me parece provocativa.

¿Por qué?

Lo cierto es que se teme que la presencia de este Partido Comunista Italiano cambie el viejo equilibrio de poder en nuestra sociedad y en nuestro estado, que la entrada de la clase obrera en las instituciones (y hasta el máximo nivel), de los que siempre se la ha mantenido alejado con todo tipo de violencia, legal e ilegal, liquide los viejos y nuevos privilegios. Para evitar que suceda este proceso, que a pesar de todo está muy avanzado, se recurre al intento de exorcizar al Partido Comunista. Se le quiere hacer el examen de democracia. Y de ahí las preguntas sobre el leninismo. En realidad nuestros examinadores quieren escuchar de nosotros que nuestro partido, porque es comunista, no es legítimo en Italia. En otros países el Partido Comunista ha sido puesto fuera de la ley; se querría que nos pusiéramos fuera de la ley nosotros mismos. Gustaría oírnos decir: nos equivocamos al nacer, hurra por el socialdemocracia, la única forma de progreso político y social. Entonces nuestros examinadores estarían satisfechos: «La respuesta es correcta, disuelve el partido y vete a casa».

Honorable Berlinguer, ¿quiénes son sus examinadores?

Durante muchos años fue sobre todo la DC la que se arrogó ese papel, y la parte más importante de la reaccionario de la burguesía italiana, junto con las internacionales centrales que tenían a Italia bajo tutela. Tengo que decir que desde hace algún tiempo el grupo dirigente demócrata cristiano ha atenuado un poco, sin abandonarla sin embargo, esa vocación de examinador, y también grupos importantes de la burguesía productiva ve las cosas con ojos más atentos. Permanecen tan fuertes como indebidos, vetos internacionales.Y ahora hay una nueva vocación a someternos a examen por parte de la actual dirección del Partido Socialista Italiano. Esto es nuevo. No dudo en decir que esto es preocupante.

¿Cómo lo explica?

Oh, lo explico y lo entiendo. El Partido Socialista ha cometido sus errores y los ha pagado caro. Fue una gran fuerza de la izquierda italiana; todavía en 1946 fue el primer partido de la izquierda. Luego experimentó un declive mientras nosotros progresábamos. Las razones son varias, pero algunas datan de años lejanos. El socialismo italiano, como ya he mencionado, no ha construido su propia cultura totalmente autónomo de las corrientes burguesas, ni una estrategia autónoma de clase. Fue un movimiento poderoso que, hace cien años, fue el primero en despertar la conciencia de los proletarios y puso en marcha un gran proceso de liberación humana y política. Esta es su grandeza. Desafortunadamente, a pesar de las considerables contribuciones culturales y políticas individuales, el Partido Socialista carecía de una elaboración teórica adecuada. En el plano cultural vivió, cómo decirlo, de la mezcla ecléctica de positivismo, reformismo, anarcosindicalismo, maximalismo. Pero también hay una peculiaridad profundamente arraigada del socialismo italiano, su fuerte positividad, en comparación con otros partidos socialistas en Europa occidental. Nunca se identificó con las socialdemocracias europeas del tipo alemán o inglés. Mirando la fase posterior a la liberación, el PSI, tras un período de estrechamiento de las relaciones unitarias con nosotros, reclamó una autonomía que nadie le había socavado, y sucesivamente, siguiendo a lo largo de esta línea, llegó al centro-izquierda y la unificación con el PSDI, que le costó una grave pérdida de consenso y de fuerza política. Esta experiencia llevó a los camaradas socialistas a llevar a cabo correcciones. Pero desde hace unos meses, parece que el PSI tiende a convertirse en el punto de referencia de un espacio neoliberal y neosocialdemócrata y también extremista. Veremos a dónde conduce todo esto. Desde luego, no somos indiferentes. El Partido Socialista sigue siendo un partido importante en clases trabajadoras y, si se fortalece, es la izquierda italiana la que se fortalece. Pero si rompe la unidad de la izquierda, es la izquierda la que se está debilitando. Ya ha sucedido. No quisiéramos que volviera a suceder.

El Partido Socialista sostiene que dentro de la izquierda las relaciones de fuerza deben cambiar.

Es su derecho esperarlo. Eso no es lo que nos preocupa. Nos gustaría, sin embargo, que el crecimiento del Partido Socialista coincidiese con un fortalecimiento integral, general de la izquierda, y por lo tanto con un fortalecimiento de su unidad; mientras que nos parece que algunos camaradas socialistas sólo piensan en una redistribución dentro de la masa de votos de izquierda. Parecería que a los compañeros del PSI les importa muy poco este aspecto de la cuestión, de un fortalecimiento general de toda la izquierda, que es en cambio el esencial.

Algunos socialistas dicen que no están listos para gobernar. Pueden participar en gobiernos de coalición amplia, pero no en un despliegue de alternativa de izquierda que se erija como una fuerza de gobierno. Sus preguntas sobre el leninismo surgen de este análisis.

Ya he dicho que la cuestión de nuestra «legitimidad» democrática es un pretexto. Podría añadir que cincuenta años de historia de PCI, de antifascismo, de luchas democráticas, son exámenes aprobados con una puntuación máxima que nadie discute. Sobre las socialdemocracias europeas debo recordarles que ellos también tenían páginas negras. La socialdemocracia francesa hizo la guerra de Indochina, la de Argelia y el desembarco de Suez. Estos son hechos que se han sucedido en los últimos veinte años. Dejémoslo estar. La debilidad de la propuesta de la alternativa de izquierda no depende del hecho de que exista en Italia un partido comunista más fuerte que el socialista. La alternativa de izquierda en Italia no es una solución estable y realista por otras razones.

¿Cuáles, Honorable Berlinguer?

En Italia hay una cuestión católica con caracteres absolutamente peculiares, y hay una cuestión comunista con características igualmente peculiares; en Italia hay una burguesía y una clase obrera que no son la burguesía y la clase obrera alemana, inglesa o estadounidense; y, por último, la Constitución italiana fue hecho por una unidad de fuerzas que la hicieron y la hacen diferente y más avanzada que todas las Constituciones existentes hoy en los países capitalistas. Pero al mismo tiempo, en Italia siempre se cierne el peligro de un coágulo de fuerzas de derecha moderadas, conservadoras y reaccionarias con bases de masa. Estas son las razones que hacen abstracta la posición de la alternativa de izquierda, y no el supuesto leninismo del PCI que lo llevaría a obstruir la alternativa por apostar por el compromiso histórico. Creo que los compañeros socialistas, conocen también estas verdades en los momentos de más cuidadosa reflexión.

Se tiene la sensación de que últimamente se ha puesto bastante agua en su vino del compromiso histórico.

No hay agua. El compromiso histórico fue deliberadamente confundido con algo que nunca fue. Se ha dicho: el PCI quiere llegar a un acuerdo con la DC y aplastar a todas las demás fuerzas políticas. Nunca pensé en una tontería de este tipo. De hecho, se ha construido un objetivo de conveniencia para disparar en su contra.

Honorable Berlinguer, ¿puede explicar por fin el compromiso histórico con unas pocas palabras claras?

He aquí. Estamos seguros de que Italia es un país que necesita grandes transformaciones sociales, económicas y políticas: una profunda renovación de las estructuras de la moral pública, de la organización social. Es imposible iniciar y llevar a cabo estas transformaciones sin acuerdo de las grandes fuerzas sociales (obreros, burguesía productiva, campesinos, masas juventud, mujeres) y políticas (comunistas, socialistas, católicos, laicos). Esta corresponsabilidad histórica no obliga necesariamente a todos a participar en la mayoría y el gobierno. Son posibles de vez en cuando fórmulas políticas, coaliciones de gobierno y diferentes mayorías. Siempre que permanezcan, esa responsabilidad común, esa solidaridad nacional, ese esfuerzo de comprensión mutua y siempre que sobre todo permanezca el compromiso común para transformar el país. Esto es el compromiso histórico. Y por esta razón afirmo que aquellos que están en contra del compromiso histórico a veces esconden, más o menos conscientemente, un prejuicio anticomunista y el deseo de que el proceso de transformación no tenga lugar, o no es tan profundo y radical como creemos que es necesario.

Atención, Honorable Berlinguer: usted excomulga de entrada a quienes no piensan como usted.

No excomulgo a nadie. Todas las posiciones democráticas son legítimas y todas ellas, de una forma u otra, deben tenerse en cuenta. Por otro lado parte, a pesar del hecho de que muchos, incluido usted, están en contra del compromiso histórico, sigue siendo un hecho incontrovertible: a pesar de todo, se han dado pasos notables hacia adelante en el camino político que hemos indicado.

El PCI, sin embargo, también ha pagado algunos precios.

Obviamente, usted se está refiriendo a las recientes elecciones locales. El día 14 de mayo, tuvimos en efecto pérdidas significativas: fue el día después de la muerte de Moro, la emoción fue grande y dio lugar a un aumento de votos de la DC; además, los lugares donde se llevó a cabo la votación se encontraban principalmente en el sur, donde la brecha entre las elecciones políticas y las administrativas siempre han sido notable para nosotros. En la segunda vuelta parcial de sesiones del 25 de junio, los resultados ya fueron diferentes. Pero no oculto el hecho de que los resultados de las administrativas parciales y de los referéndums inducen a meditar y nos han llevado, de hecho, a llevar a cabo un examen crítico y autocrítico.

¿Por qué?

Porque hemos permitido, durante algún tiempo, que nuestra lealtad hacia la mayoría nublase nuestras críticas al gobierno y a la DC. Y porque hemos estado y seguimos estando –como usted ha escrito varias veces– «en medio del vado», es decir, a medio camino entre la oposición y el gobierno. Pero esto no es culpa nuestra: todo el país está en medio del vado.

¿Ha terminado esta fase?

La cuestión de nuestra participación en el gobierno sigue abierta. Se acabó sin embargo, la fase «excepcional» de la emergencia: el secuestro y muerte de Moro, esos días terribles en los que, junto a los dirigentes de la DC, el PRI y otros partidos, hemos asumido la responsabilidad de responder con firmeza el ataque de los terroristas contra la República; y luego la prueba de los referendos; y luego el Quirinale… Han sido seis meses terribles. Ahora se ha abierto otra fase, la de la aplicación del programa de gobierno. Existe el problema del Mezzogiorno, de Nápoles, del empleo, de los jóvenes, de rehabilitación de las finanzas públicas. Seremos extremadamente rigurosos y exigentes en estos puntos. El gobierno sabe que si el programa no se implementa a tiempo y con contenidos acordados, estamos dispuestos a dejar la mayoría. Si alguien piensa que estamos en la mayoría tranquilos y felices porque en esa compañía nos «legitimamos», pues bien ha calculado mal.

Estamos en la mayoría por un sentido de responsabilidad hacia el país y porque somos conscientes de que nuestra contribución es importante; pero no nos quedaríamos si viéramos que no estaba a la altura de la tarea y los compromisos para los que se ha constituido.

1979 será el año de Europa. Y usted dijo en la última reunión de la Comité Central que el PCI ha hecho una elección europea definitiva. ¿Lo confirma?

Lo confirmo. Sabemos que el proceso de integración europea está siendo conducido, al menos por ahora, principalmente por fuerzas e intereses aún profundamente ligado a las estructuras capitalistas que queremos transformar. Sabemos que la integración supranacional, llevada a cabo e impulsada por esas fuerzas, impone restricciones al proceso de transformación nacional. Esta es la razón, lejos de ser despreciable, por la qué, por ejemplo, los comunistas franceses y también los socialistas franceses miran con muchas reservas a la aceleración del proceso de unidad monetaria y económica y la política de la Comunidad Europea. Pero creemos que en cualquier caso debemos empujar hacia Europa y su unidad y que el desafío que este objetivo implica ser aceptado, traer la lucha de clases, democrática y de renovación, a escala europea y con conciencia europea.

Honorable Berlinguer, pero en Europa occidental todavía existe el capitalismo: ¿el PCI siempre quiere liquidar el capitalismo?

La respuesta es sí. Queremos lograr aquí, en el Occidente europeo, un orden económico, social, estatal que ya no es capitalista, pero que no sigue ningún modelo y no repite ninguna de las experiencias socialistas que se han llevado a cabo hasta ahora y que, al mismo tiempo, no se reduce a exhumar experimentos socialdemócratas, que se limitaron a la gestión del capitalismo. Estamos a favor de la tercera solución, que se requiere precisamente por la inestabilidad de la situación mundial actual.

Quiere liquidar el capitalismo. ¿Qué pasa con la democracia?

Precisamente para salvar la democracia, para hacerla más amplia, más fuerte, más ordenada, el capitalismo debe ser superado. La experiencia histórica –al menos desde los años 20 en adelante– muestra que la reconquista, la salvaguardia y el desarrollo de la democracia han sido y son el resultado de una lucha que tiene como protagonistas a la clase obrera, a los trabajadores, a sus partidos de clase y a los comunistas en primer lugar. Y eso es porque fueron las fuerzas capitalistas y burgueses las que, para mantener su dominación, no vacilaron en frenar, limitar, amputar, vaciar y, con el fascismo, destruir la democracia. Y, hoy, la larguísima crisis en la que se encuentran todas las sociedades del llamado capitalismo «maduro» muestran a qué procesos de la disolución anarquista y la desintegración corporativa está sujeta la democracia, a qué peligros de aventuras autoritarias reaccionarias está expuesta.

Ser consistentemente anticapitalista también significa ser consistentemente demócratas. Es por eso que hoy, en nuestra opinión, la democracia es una conquista indispensable e inalienable de la clase obrera. Y aquí hay un desarrollo y una superación de un aspecto del leninismo, al menos como se llevó a cabo en octubre de 1917 y los años siguientes. Lenin concibió la lucha por la democracia como una lucha que incluso el proletario tuvo que hacer hasta que la revolución burguesa se hubiese completado. Para nosotros, sin embargo, la democracia (incluidas las llamadas libertades «formales» que, inicialmente, conquista de la burguesía) es un valor que demuestra la experiencia histórica que es universal y permanente y que, en consecuencia, la clase obrera y la los partidos comunistas hacen suyos y deben afirmarse también en la construcción de una sociedad socialista. Así que, en cualquier caso, lo consideramos y queremos nosotros, los comunistas italianos. Después de todo, ésta no es una opción de ahora, no es una verdad descubierta ahora, sino durante décadas. No lo proclamamos con palabras sino con el ejemplo de muchos y muchos comunistas, con sangre, en las cárceles fascistas, en las montañas con el ejército partisano. Por eso no tenemos que pasar ningún examen.

Notas

[1] Tratamiento formal por su condición de diputado, que mantenemos en su versión literal.
[2] En la ciudad de Livorno se produjo el Congreso del Partido Socialista Italiano, en enero de 1921, en el que se rechazó la adhesión a la Internacional Comunista, lo que dio lugar al abandono de la minoría partidaria de ese ingreso inmediato, que pasó a reunirse por propia cuenta para fundar el Partido Comunista.
[3] Dirigente de la corriente «maximalista» del Partido Socialista Italiano, que participó en la fundación del PCI y fue uno de los miembros de la dirección bordiguista que más adelante abandonará el partido para unirse a Mussolini, al que acompañó hasta el momento de la ejecución de ambos en 1945.

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