Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Caras y aristas de un marxista poliédrico

Recordando a Manuel Sacristán (1925-1985), veinticinco años después.

Caras y aristas de un marxista poliédrico

Salvador López Arnal

Tan pronto como un ser humano obtiene un doctorado se produce un extraño fenómeno que hace que se vuelva incapaz de pronunciar las dos frases siguientes: “no lo sé” y “me he equivocado”.

En un ámbito menos académico, sus concepciones políticas y teóricas fueron sometidas a un verdadero giro copernicano tras la invasión de Praga por las tropas de países miembros del pacto de Varsovia en agosto de 1968. Cuatro días después, 24 de agosto, escribía al editor Xavier Folch [5]:

Tal vez porque yo, a diferencia de lo que dices de ti, no esperaba los acontecimientos, la palabra “indignación” me dice poco. El asunto me parece lo más grave ocurrido en muchos años, tanto por su significación hacia el futuro cuanto por la que tiene respecto de cosas pasadas. Por lo que hace al futuro, me parece síntoma de incapacidad de aprender. Por lo que hace al pasado, me parece confirmación de las peores hipótesis acerca de esa gentuza, confirmación de las hipótesis que siempre me resistí a considerar. La cosa, en suma, me parece final de acto, si no ya final de tragedia.

El marxismo gramsciano de Sacristán no fue nunca una ideología política progresista, ni la verdadera ciencia de la historia, ni el paradigma teórico insuperable de una época, ni un filosofar omnisciente que dictara leyes a un servil trabajo científico. Ante todo, y en clara contraposición con aproximaciones dominantes en la filosofía europea de los ’60 y ‘70, su marxismo fue una tradición de política revolucionaria (Doménech 2005), abierta a otros desarrollos políticos y otras posiciones normativas. Términos como “marxismo”, “comunismo”, “socialismo”, “anarquismo” abarcaban formulaciones con tantos matices diferentes que, en su opinión, aludían más a tradiciones de pensamiento que a fijados cuerpos de doctrina. Por ello, Sacristán sostuvo con tenacidad, no exenta de incomprensión, que la situación de crisis en la que ya entonces se encontraban muchas de estas concepciones podía y debían ayudar a remontarse a la fuente común de la que habían surgido, mientras que, por otra parte, las reiteradas y publicitarias afirmaciones sobre la definitiva crisis del marxismo no debían ser motivo de desesperación: como él mismo apuntó en una entrevista de 1983 (Sacristán 2004b: 203), todo pensamiento decente, marxista o no, debía estar en crisis permanente. En su concepción, el marxismo era un intento de formular conscientemente los supuestos y consecuencias del empeño por crear una sociedad y cultura comunistas. Dado que podían cambiar, y cambiaban de hecho, los datos de ese esfuerzo, sus implicaciones fácticas, Sacristán creía que tenían que cambiar también sus supuestos e implicaciones teóricas, su horizonte intelectual. Esta fue también una de sus últimas tareas: una reorientación del movimiento y de sus categorías centrales acorde con las urgencias ecológicas, la crisis del sistema patriarcal y la irrupción del militarismo y el armamento nuclear. En síntesis: su concepción del marxismo queda bien reflejada en una anotación de lectura de principios de los ochenta: No se debe ser marxista. Lo único que tiene interés es decidir si se mueve uno, o no, dentro de una tradición que intenta avanzar, por la cresta, entre el valle del deseo y el de la realidad, en busca de un mar en el que ambos confluyan

[4] “Entrevista con Carlos Ulises Moulines sobre Manuel Sacristán”. http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=2312.

[5] Véase carpeta Correspondencia, Reserva de la BC de la UB, fondo Sacristán.

[6] Ibidem

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