La chispa tras los incendios que arrasan Francia: un brutal legado colonial
Vijay Prashad
El sábado 1 de julio de 2023, una gran multitud se congregó en el interior y los alrededores de la mezquita Ibn Badis de Nanterre, Francia, donde se veló y posteriormente se enterró a un joven de 17 años, Nahel M. Nahel M, de ascendencia argelina y tunecina, quien fue asesinado por un policía durante un control de tráfico. Estaba claro que el policía no había actuado en defensa propia, sino que había disparado al joven a sangre fría. Una ola de indignación recorrió el país, con protestas y disturbios en toda Francia. El presidente francés, Emmanuel Macron, envió a las fuerzas de seguridad para frenar las protestas, lo que enardeció a los manifestantes, cuyos niveles de ira contra la policía están altísimos. El rechazo hacia la policía se reafirmó por el lenguaje de los sindicatos policiales (Alliance Police Nationale y UNSA), que calificaron a los manifestantes de «alimañas» y «hordas salvajes» y dijeron que «ya no basta con llamar a la calma; hay que imponerla». Se trata de una acción de guerra de la policía francesa contra la población procedente de las antiguas colonias.
El presidente Macron calificó de «inexplicable» el asesinato de Nahel M, pero es un enunciado poco creíble. El racismo contra las personas de ascendencia árabe y africana en Francia se ha «normalizado», como algo que ocurre y ya no llama la atención. Cuando el Ministerio del Interior francés dio a conocer las cifras de agresiones y asesinatos racistas de 2021, la Comisión Nacional Consultiva de Derechos Humanos de Francia (CNCDH) dijo que la situación era «alarmante». Sophie Elizéon, jefa de la delegación interministerial para la lucha contra el racismo, el antisemitismo y el odio anti-LGBT (DILCRAH) declaró que: «Lo que se está reportando desde el terreno es la exacerbación de [comportamientos] descarados». El asesinato de Nahel M, en este contexto, es absolutamente explicable como el resultado de una toxicidad social general hacia las minorías y que se expresa a través de las fuerzas policiales. No es de extrañar que la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos dijera: «Este es un momento para que el país aborde seriamente las profundas cuestiones del racismo y la discriminación en el cumplimiento de la ley».
Problemas profundos de colonialismo
Francia nunca llegó a asumir realmente su herencia colonial ni su mentalidad colonial. Los colonizadores franceses llegaron a América en el siglo XVI y, cien años después, establecieron una serie de plantaciones en el Caribe que funcionaban con una economía basada en la esclavitud. En el corazón de la empresa colonial francesa se encontraba la isla de La Española, la mitad de la actual Haití, y de donde el Imperio francés obtuvo un enorme volumen de su considerable riqueza. La actitud de Francia hacia sus colonias y sus ansias de libertad se resume en la historia de Haití. Cuando la población afrodescendiente de Haití se alzó en una gran rebelión en 1791, Francia, que bullía con su propia Revolución de 1789, negó a los haitianos su libertad y luchó hasta 1804 para privar a Haití de su independencia. Incluso después de que Haití derrotara a los plantadores franceses, el Estado francés – con el pleno respaldo de los Estados Unidos – obligó al Gobierno haitiano en 1825 a pagar una enorme indemnización de 150 millones de francos franceses, que Haití no pagó hasta 1947 al Citibank (que compró la deuda después de 1888).
La reticencia de Francia a permitir que sus propias pretensiones universales (Liberté, Egalité, Fraternité – la frase de la revolución que fue el centro de la Constitución de 1958 de la Tercera República –) tuvieran eco en las colonias se extendió desde 1804 en Haití hasta las guerras contra la liberación nacional por parte de los franceses (desde Argelia hasta Vietnam) en los años cincuenta y sesenta. Esta es una historia tan espantosa que, descarada y directamente, no se les enseña a los estudiantes franceses. Si se pregunta a un estudiante francés cuántos argelinos murieron a causa de la brutalidad del régimen francés durante la guerra de liberación (1954-1962), difícilmente podría dar con la cifra real, que supera el millón; tampoco sabría que cuando treinta mil argelinos se manifestaron en París el 17 de octubre de 1961, la policía francesa asesinó – por lo menos – a un centenar de ellos y arrojó sus cuerpos al río Sena, al tiempo que detenía al menos a catorce mil personas. Esta es una historia no reconocida, y una historia colonial no reconocida confunde al público francés que, por lo tanto, no está preparado para las estructuras coloniales que se afirman a través de la fuerza policial y a través de las continuas aventuras coloniales de Francia.
En el transcurso de los últimos seis meses, los Gobiernos de Burkina Faso y Mali han expulsado a las tropas francesas. Argumentan que la intervención francesa de 2013, supuestamente contra Al Qaeda, en realidad intensificó la inestabilidad en la región y que Francia en realidad se asoció con grupos secesionistas contra los Estados nacionales. Un creciente sentimiento antifrancés y antioccidental se extiende desde estos países del Sahel africano hacia el norte, hasta Argelia y Marruecos, donde el presidente Macron ha sido abucheado durante sus recientes visitas. La confianza está creciendo en la región del norte de África, donde la gente tiene ahora muy claro que las intervenciones francesas no son por el bien del pueblo africano, sino por los estrechos intereses de Francia. Por ejemplo, los franceses siguen acuartelando la ciudad de Arlit, en Níger, no por razones de misión civilizadora, sino para alimentar los reactores nucleares franceses; un tercio de todas las bombillas de Francia funcionan con el uranio de Arlit. En las antiguas colonias francesas existe un sentimiento antifrancés generalizado, ahora exacerbado por el asesinato de un niño de ascendencia tunecina y argelina.
La deuda y la carga francesa
Pocos días antes del asesinato de Nahel M, el presidente Macron fue el anfitrión de la Cumbre de París para un Nuevo Pacto Financiero Mundial. La idea de esta cumbre partió de la Primera Ministra de Barbados, Mia Mottley, quien sugirió que los países especialmente vulnerables al clima – principalmente los Estados insulares de baja altitud – necesitaban acceder más fácilmente al financiamiento para compensar los peligros de la subida del nivel del mar. Mottley había argumentado que el coste de la mitigación – construir diques – y los costes de las catástrofes, así como el elevado coste de los préstamos para energía verde, hacían imposible que países como Barbados se protegieran o emprendieran el tipo de transición necesaria a medida que aumentaban los desastres climáticos. «Lo que se requiere de nosotros», dijo Mottley, «es una transformación absoluta, y no una reforma, de nuestras instituciones».
La cumbre de Macron sobre el Pacto Financiero fue tan hueca como las promesas de reformar la policía francesa o las actitudes coloniales de Francia hacia los Estados africanos. Akinwumi Adesina, el jefe del Banco Africano de Desarrollo, dijo que «sólo África pierde entre 7.000 y 15.000 millones de dólares al año a causa del cambio climático, y eso va a aumentar a… casi 50.000 millones de dólares al año en 2040. Así que el mundo tiene que cumplir su compromiso, los países desarrollados, de los 100.000 millones de dólares» que han prometido. Según Adesina, se han incumplido las obligaciones y promesas de los tratados realizadas al menos desde 2009. «Es una cantidad de dinero muy pequeña comparada con la magnitud del problema, pero al no cumplirla se ha creado una crisis de confianza en los países en desarrollo».
Macron y el presidente entrante del Banco Mundial, Ajay Banga, pronunciaron discursos que sonaban como si hubieran podido pronunciarse hace más de una década. El mismo lenguaje, las mismas desgastadas promesas. «Esperanza y optimismo», dijo Banga, ante un público que no se sentía esperanzado ni optimista. Al menos Macron puso sobre la mesa algunas sugerencias tangibles, como un impuesto global sobre el transporte marítimo, sobre la aviación y sobre los ricos para recaudar 5.000 millones de dólares para un fondo de pérdidas y daños. Es poco probable que el sector empresarial, que tiene influencia en la Organización Marítima Internacional (que se ocupará de los impuestos sobre el transporte marítimo), permita un aumento de la fiscalidad en este sector.
El Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, apuntó directamente al residuo de la mentalidad colonial y la estructura neocolonial cuando se trata de financiamiento. Los Derechos Especiales de Giro (DEG) del Fondo Monetario Internacional están disponibles para paliar el impacto negativo de la crisis permanente de la deuda y aportar la tan necesaria financiación de emergencia a los países más pobres. Pero incluso en este caso, dijo Guterres, la Unión Europea – con una población total de 447 millones de personas – recibió 160.000 millones de dólares en DEG, mientras que el continente africano – con una población total de 1.200 millones de personas – sólo recibió 34.000 millones de dólares en DEG. «Un ciudadano europeo recibió en promedio casi 13 veces más que un ciudadano africano», señaló Guterres. «Todo esto se hizo según las reglas. Pero seamos realistas: estas reglas se han vuelto profundamente inmorales». Podría haber estado hablando del código policial francés.
Este artículo fue producido para Globetrotter. Vijay Prashad es un historiador, editor y periodista indio. Es miembro de la redacción y corresponsal en jefe de Globetrotter. Es editor en jefe de LeftWord Books y director del Instituto Tricontinental de Investigación Social. También es miembro senior no-residente del Instituto Chongyang de Estudios Financieros de la Universidad Renmin de China. Ha escrito más de 20 libros, entre ellos The Darker Nations y The Poorer Nations. Sus últimos libros son Struggle Makes Us Human: Learning from Movements for Socialism y The Withdrawal: Iraq, Libya, Afghanistan, and the Fragility of U.S. Power (con Noam Chomsky).
Fuente: Globetrotter