«No hay tiempo para apostar por el capitalismo verde, necesitamos parar la máquina por supervivencia»
Andrés Actis
La crisis multidimensional -climática, ecológica, energética- que amenaza la civilización globalizada e industrializada es indisimulable. Ejemplos sobran. Los últimos registros meteorológicos confirman que junio fue el mes más caluroso de la historia, las temperaturas superficiales del mar no tienen precedentes y que la extensión del hielo marino antártico está en un mínimo que desconcierta y preocupa a los científicos.
Dentro del ecologismo, hay dos grandes posturas de cómo enfrentar este tsunami. Las dos corrientes coinciden que el actual capitalismo global es insostenible y que los países desarrollados tienen que reducir drásticamente sus consumos materiales y energéticos.
Una de ellas, aferrada al Green New Deal, propone llegar a este inevitable nuevo orden a través de un capitalismo verde anclado en el despliegue masivo de las renovables, transición institucional que está en marcha y que, por las correlaciones de fuerzas, es lo «políticamente posible» en estos momentos.
La otra postura, atravesada por el movimiento decrecentista, una teoría que ha dejado de ser tabú en la discusión política –en mayo el Parlamento Europeo albergará la conferencia «Beyond Growth 2023»– reniega de la transición verde («no hay tiempo») y no le teme a la palabra colapso, el norte al que va la humanidad en caso de no pegar un brusco volantazo.
Luis González Reyes, doctor en ciencias químicas y miembro de Ecologistas en Acción, es uno de los máximos representantes de esta segunda corriente. Junto a Adrián Almazán (licenciado en Física y Doctor en Filosofía) escribió un libro que surfea el decrecimiento del qué al cómo (enfoque por lo general incómodo y escondido) y que propone una transformación económica y social en el Estado español desde la perspectiva del Decrecimiento.
El título del libro tiene una palabra difícil de encontrar en el marco teórico del decrecimiento: cómo. ¿Por qué se habla tan poco del cómo?
Este cómo lo podemos diferenciar de dos formas. Por un lado qué tipo de políticas hay que poner en marcha para avanzar en el decrecimiento. Y cómo hacemos que esas políticas se hagan realidad. En lo primero, necesitamos reducir nuestro consumo material y energético, necesitamos economías basadas en lo local, necesitamos economías integradas en los ecosistemas. Además, necesitamos aterrizar estas ideas macro en el turismo, en la industria, en el sector alimentario, etc. A partir de analizar cómo es la economía productiva de España en estos sectores planteamos en el libro qué políticas se podrían poner en marcha para que nos metamos dentro de los márgenes de seguridad ambiental. Este aterrizaje necesita un segundo cómo: cómo conseguimos la fuerza social para impulsar esta transformación. Ahí reflexionamos sobre los tres grandes nichos de actuación de los movimientos sociales a nivel histórico: la resistencia frente a la degradación social y ambiental, la construcción de nuevos marcos culturales y nuevos sistemas de valores, y la construcción de alternativas políticas concretas para enfrentar esta crisis sistémica. Esa es la esencia del libro.
¿Qué ejemplo práctico le darías a un ciudadano que escucha hablar de decrecimiento y no entiende la magnitud de la transformación?
Por ejemplo: en el sector del turismo y de la construcción, que están muy relacionados, necesitamos reducir la actividad. No va haber una capacidad real de meternos dentro de los márgenes de seguridad ambiental construyendo la cantidad de casas que construimos o teniendo las millones de visitas que estamos teniendo. Hay una parte de reducción, sí. Pero en realidad la cosas es más complicada. Porque cuando te metes a hilar fino descubres que no todo el turismo tiene el mismo impacto ambiental. Se podría mantener parte del turismo de las clases populares, más de proximidad. Con la construcción pasa lo mismo. No hacen falta nuevas casas, pero sí acondicionar muchas de las existentes. En el libro damos cuenta de cuántas viviendas vacías hay en España, la mayoría en lugares donde tenemos que fijar población, en el mundo rural. La transformación del sector incluye la reducción, pero también la adaptación. En esta necesidad de reconversión general, el sector estrella en España es el alimentario, sobre todo su industrialización. Este sector sí tiene que crecer de forma considerable ante la necesidad de avanzar hacia economías agrarias que se inserten dentro de estos nuevos ecosistemas, pero desde el paradigma agroecológico. Conclusión: algunos sectores tienen que decrecer porque están absolutamente sobredimensionados y otros pueden crecer y a partir de ahí crear nuevos nichos de actividad económica y empleo. Ambos casos implican la reconfiguración de nuestras formas de vida.
En lo teórico suena todo muy bonito. ¿Pero cómo se hace para no destruir millones de empleos? ¿Este no es un talón de Aquiles del decrecimiento?
La destrucción de empleos en sectores concretos es inevitable. Y que esos sectores van a tender a la desaparición, también. Y eso va a ocurrir lo pongamos en marcha de manera más o menos ordenada o lo hagamos de forma caótica. Un ejemplo: España es un exportador neto de automóviles, un sector que se va a reducir. Y esto va a pasar porque se mueve por un combustible que está empezando a dar síntomas de agotamiento y porque las alternativas que hay sobre la mesa, el motor eléctrico, el motor de hidrógeno, tienen límites. Repito: hay sectores que por las buenas o por las malas van a decrecer. Y que no tienen posible reconversión. ¿Esto significa que tengamos una pérdida neta de empleos? Pues no. Porque una de las cosas que plantean distintos estudios sobre la economía española, sobre cómo meternos dentro de los márgenes de seguridad climática es que si reducimos la jornada laboral a 30 horas semanales, lo que tenemos es una creación neta de empleos. Esto significa que no podemos avanzar solamente por la senda de la sostenibilidad ambiental, sino que a la vez tenemos que dar una lucha sindical muy fuerte por el reparto del empleo.
La reducción de la jornada laboral ya está sobre la mesa en esta campaña electoral. La propuesta de Yolanda Díaz es una política de decrecimiento, entonces.
Si no va acompañada de un necesario incremento de la productividad, sí. Otra línea que planteamos sobre el empleo, sobre cómo los ciudadanos van a ganarse la vida, es esta: si yo tengo que comprar todas mis necesidades en el mercado, la energía, los alimentos, el transporte, etc. necesito un empleo bien remunerado con muchas horas de trabajo al no tener autonomía, al depender de ese mercado para hacer todas mis necesidades. Pero si una parte de la energía no la tengo que comprar porque la produzco, si algunos alimentos tampoco porque también puedo producirlos, si por la economía de cercanía me alcanza con la bicicleta, avanzaríamos en una autonomía económica, fundamental en políticas de corte decrecentistas. Qué le pasa a un trabajador de Volkswagen en Navarra: puede ser muy consciente de los impactos climáticos, pero con toda lógica dice «es esto o me muero de hambre». Necesitamos alternativas. Las hay.
Empezamos hablando del qué y del cómo y hemos omitido el diagnóstico. ¿No le temes a un término que genera mucha crispación en el ecologismo que es el colapso?
Lo que vemos es que ahora mismo se están juntando desde la perspectiva ambiental elementos muy preocupantes, todos a la vez. Estamos viviendo un cambio climático que se está disparando con efectos directos en la economía. A la vez tenemos una crisis de biodiversidad grandísima que está generando un desestabilización sistémica que también está teniendo impactos de primer orden sobre la economía. También tenemos una crisis energética, con síntomas claros de agotamiento de nuestro principal motor energético, los combustibles fósiles. Sri Lanka está en la quiebra porque no tiene diésel, producto de restricciones en los mercados y de las capacidades extractivas a nivel global.
Y un último elemento, no menos importante, es que muchas materias primas que son vitales para las industrias que tenemos están también con síntomas de escasez. Desde 2021 tenemos problemas de abastecimiento en las cadenas de producción globales que se deben a múltiples razones, una de ellas es que algunos materiales estratégicos empiezan a escasear. Tenemos un magma que ya está afectando a la economía y que no va a ir a mejor. Va ir a peor. Nuestro diagnóstico es que el sistema ya está colapsando, entendido como un proceso que dura décadas, pero que significa la ruptura de nuestro orden. No sabemos qué otros órdenes van a surgir. En este contexto es en el que enmarcamos las políticas decrecentistas.
¿Por qué, a pesar de un diagnóstico compartido, da tanto pavor, dentro mismo del ecologismo y del progresismo político, hablar abiertamente de decrecimiento?
Hay dos elementos que juegan un papel importante. Uno el estratégico-comunicativo. Y otro que hace al diagnóstico. En el primer punto, lo que se pone sobre la mesa es que determinados términos que hagan una confrontación muy abierta con nuestros ordenes sociales, no tienen una capacidad de acción política. Esto desde mi punto de vista tiene dos problemas. El primero es pensar que existe una especie de ciudadano medio al que se le comunica algo determinado. Esto no existe. No hay un ciudadano medio. Ni una clave comunicativa. Decir entonces que el decrecimiento es un término desmovilizador no es cierto. Podrá serlo y lo es para algunas personas. Para otras será un términos movilizador. Ni Adrián ni yo no tenemos especial apego al término más allá que sea clave en el título del libro. Lo podemos llamar de otra forma. En determinados contextos no hablaremos de decrecimiento, utilizaremos otras palabras, y no pasa nada. En segundo lugar, hablar de decrecimiento tiene la virtud de señalar claramente un elemento central de la causa de los problemas que tenemos: el crecimiento. El otro tema diferenciador es el diagnóstico. Hay quienes piensan que vamos a poder mantener nuestras sociedades industriales en el tiempo utilizando fuentes renovables y reciclando todos nuestros materiales. Para nosotros esto no es real. Las energías renovables son las energías del futuro, pero de un futuro distinto. Que la economía circular es el futuro, pero incompatible estructuralmente con el capitalismo. Este orden se sostiene a partir de unas bases energéticas y materiales que se vienen abajo. Si nuestro orden se basa en transportar mercancías, personas e información a largas distancias, en cortos tiempos y en grandes volúmenes, y esto solo se puede hacer con combustibles fósiles, claramente no es posible.
Muchos autores que comparten que hay que decrecer, sostienen que la única viabilidad política es que hay que transitar años de un «capitalismo verde» para avanzar luego sí en esta transformación estructural y sistémica. ¿Qué se le responde?
El argumento más fuerte es que no hay tiempo. Si este libro lo hubiésemos escrito en 1970 sería un libro distinto. Había márgenes temporales que permitían plantear políticas de corte reformistas. Había margen para las transiciones. Pero estamos en el 2023 con una crisis ecosistémica que no es algo del futuro, es una realidad que ya nos condiciona. No hay tiempo para una transición en dos pasos, primero lo fácil y después lo difícil. Tenemos que hacer una transición en un paso y de una vez. Esto nos coloca en otra dimensión estratégica. Este es un argumento muy pragmático por el que creemos que no se puede apostar al capitalismo verde. Sin tiempo, no hay forma de elegir estrategias.
¿Qué escenario imaginas si este decrecimiento, que es inevitable según lo que planteas, lo hace el mercado y fuerzas políticas ultraconservadoras?
En el libro diferenciamos dos tipos de decrecimiento. Uno con minúscula, ese hecho que va a suceder como consecuencia del choque con los límites ambientales y todo lo que ya hemos hablado, y otro con mayúscula, que es una propuesta política. Y es lo que lanzamos en el libro. Si el decrecimiento lo hace el mercado, lo que vamos a tener son situaciones de mucha pobreza energética, en las que el acceso a una elemento básico como la energía va a depender de tu capacidad adquisitiva. Se van a agudizar y generalizar situaciones que ya están pasando. Por eso planteamos un proceso de desmercantilización con una fuerte apuesta por la autogestión. Necesitamos racionalizar y repartir. Pero también apoderarnos de esta transformación. ¿Un ejemplo? Las comunidades energéticas. Colectivos que se organizan para producir y repartir la energía. Esta es la propuesta del decrecimiento con mayúsculas.
La pregunta iba porque hoy las urnas se abren y la tendencia es la conformación de gobiernos conservadores con participación de formaciones de extrema derecha.
Lo que tenemos delante es un diagnóstico de colapso y distintas visiones de cómo enfrentarlo y gestionarlo que podemos resumirlas en dos grandes extremos. Una es repartimos los bienes y los recursos disponibles y vamos hacia vidas frugales, pero dignas. O bien las élites mantienen sus situaciones de privilegios con situaciones de exclusión más grandes porque la torta se va haciendo cada vez más chiquita. Esto último es lo que defiende estas fuerzas. En la sociedad española, una sociedad claramente enriquecida a nivel global, que se ha acostumbrado a vivir muy bien en lo que respecta a consumos materiales y energéticos, hay sectores que abrazan el mantenimiento de los privilegios. En el libro rechazamos la lógica de la confrontación violenta en esta disputa de sentidos. Proponemos la lógica del encuentro, pero no el encuentro naif, sino encuentros como nos han enseñado los feminismos, en los que enfrento a mi antagonista, con ese hombre machista y maltratador, y en el que la gestión del conflicto es no violenta. No nos queremos «cargar» a la otra parte, sino transformarla. Y también vamos a necesitar frentes amplios para parar los neofacismos que se abren. Es difícil pensar que tengan más del 25% de apoyo activo de la población, por tirar una cifra estimativa. Nunca vamos a tener una sociedad 90% fascista, que abrece esos valores. Los frentes amplios son claves para movilizar las zonas grises que quedan entre el fascismos y el antifascismo. En estos grises está la socialdemocracia, no digo solo el PSOE, también la socialdemocracia más sociológica, todos los que se enmarcan dentro del progresismo. Pero esta no deja de ser una alianza conflictiva. Porque esta parte de la población, las clases medias, han sido las que han construido las bases de la situación en la que estamos ahora. La socialdemocracia va a estar claramente en la barricada antifascista, pero tenemos que saber que vamos a ir de la mano sabiendo que nos separan muchas cosas. Esto tenemos que aprender a hacerlo. No nos podemos sacar los ojos, ni evitar el conflicto con estos sectores.
Entiendo que estás haciendo una autocrítica por la crispación que hoy se respira dentro del ecologismo. ¿Por qué tanta virulencia discusiva en la misma trinchera?
La confrontación tiene mucho de matices, pero también hay diferencias de fondo, en parte del diagnóstico y en parte de las estrategias. Y no pasa nada. Necesitamos entender nuestras diferencias, ponerlas sobre la mesa, porque enriquecen el debate. Un ejemplo real: desde hace décadas las cinco organizaciones ecologistas de ámbito estatal (Ecologistas en Acción, SEO/BirdLife, WWF, Greenpeace y Amigos de la Tierra) hemos tenido una capacidad de interlocución y de hacer frente comunes en un montón de temas siendo organizaciones marcadamente distintas.
Ecologistas en Acción, claramente anticapitalista, que se enmarca dentro del decrecimiento, asamblearia, anclada en lo local, tiene muy poco que ver con WWF, una sucursal de una multinacional ecologista, que hace convenios con grandes empresas, etc. Así y todo, llevamos a cabo decenas de acciones conjuntas, por ejemplo en los pozos que están secando Doñana. Esto es lo que tenemos que trabajar.
Traducción: decrecentistas y capitalistas verdes tienen que encontrarse.
Así es. Cuando nos ponemos a discutir sobre las estrategias, discusiones que hay que dar porque no son para nada irrelevantes, afloran las diferencias. Pero cuando nos vamos al charco de lo concreto estas diferencias se diluyen muchas veces. En la política para pasado mañana es más fácil coincidir. Luego se juntan egos y elementos que van más allá de lo político que tienen que ver con las idiosincrasias personales y las herramientas de comunicación, sobre todo las redes sociales. Tenemos que ser responsables. Nos jugamos mucho más que nuestra carrera, que nuestros prestigios. Nos estamos jugando cosas muy serias a nivel de nuestras vidas. Esto implica una autocontención a gente que está de nuestro lado de la barricada por más que haya cosas que nos diferencias profundamente. En lo personal tengo fuertes diferencias con Pedro Fresco o con Emilio Santiago Muiño, pero están en mi barricada. Esto no me va a impedir llegar a acuerdos.
Una diferencia con este sector del ecologismo es el escepticismos hacia las renovables. En el libro hablan de mito. ¿Por qué?
Son un mito porque, simplificando, tienen características antagónicas a los combustibles fósiles, que son una fuente energética muy concentrada. Las renovables son fuentes dispersas, esto quiere decir que para conseguir un montón de radiación solar tengo que cubrir mucha área de panales solares, lo que hoy es un problema porque se necesitan altos costes energéticos y de materiales, ambos no renovables, en la construcción de esos paneles, y porque además este despliegue entre en conflicto con otros usos del territorio relacionados con la biodiversidad y con la agricultura. Este problema es estructural. Un segundo elemento es que los combustibles fósiles están en formato stock: quemo el petróleo y el carbón cuando me da la gana, independientemente si es de día, de noche, si sopla el viento o si llueve. Las renovables son intermitentes y estocásticas. No sé cuando va a soplar más el viento, por ejemplo. Y en tercer lugar las renovables no tienen la capacidad de generar la energía que nos han permitido los combustibles fósiles. En un escenario de máximos la disponibilidad energética sería mucho menor. Por lo tanto estos tres elementos, que no dependen ni de coyunturas política, económicas y tecnológicas, nos plantean que las renovables no van a mantener el mundo como los fósiles. Nosotros decimos que las renovables son claramente el futuro, pero de un futuro distinto.
La tecnología no nos va a «salvar» entonces.
La idea fuerte sería: cuando se plantea que la tecnología va a salvar lo que tenemos es un pensamiento muy poco científico. Estamos diciendo que vamos a inventar junto lo que necesitamos, justo en el momento en el que lo necesitamos, que además va a ser económicamente rentable y que vamos a poder expandirlo por todo el planeta a una velocidad de vértigo. Esto no es un pensamiento científico, es mágico. No nos engañemos. Los seres humanos somos falibles. La ciencia y la tecnología, apéndices humanos, no son omniscientes y omnipotentes. Y otra cosa: a diferencia de la idea extendida de que inventamos cada vez más cosas, los datos científicos plantean que cada vez avanzamos más lento. Lo que tenemos por descubrir es cada vez más complicado. Tiene más sentido anclarse en cosas que sabemos que funcionan que puedan dar satisfacción a nuestras necesidades.
Volviendo a las bases del decrecimiento, ¿se puede decrecer dentro del sistema capitalista global o el decrecimiento es tan revolucionario como lo fue el comunismo en el siglo XX?
Desde nuestra perspectiva claramente hay que cambiar de sistema. El capitalismo intrínsicamente no va a poder meterse dentro de los márgenes de seguridad ecosistémica. Decir lo contario es hacernos trampas al solitario. Podemos tener un capitalismo menos depredador. Lo podemos hacer. Es mucho mejor, no caben dudas. Pero no podemos tener un capitalismo que no sea depredador, porque es su esencia. Y ahora necesitamos un sistema económico que deje de depredar y que sane. Necesitamos parar la maquinaria no ya por una cuestión ideológica, sino de supervivencia, nos va la vida en ello.
¿Y cómo hacer para que lo ecológicamente necesario, cambiar de sistema, nada menos, sea políticamente posible?
No existen recetas mágicas. En el libro plantemos algunas ideas. Pero todas requieren picar piedras. No hay ningún asalto a ningún palacio de invierno en el que vamos a llegar y hacer las transformaciones. Es un camino de construcción y de mucho conflicto. Pensar que podemos hacerlo con facilidad es engañarnos. Las correlaciones de fuerza son totalmente desiguales. Dentro de ese margen, algunas ideas decrecentistas que pueden tener una conexión con el deseo más de lo que a priori podemos pensar. Si tu le dices a la gente qué pasa si reduce el consuno energético, te van a decir que no mola nada. Pero si le dices a la gente qué pasa si en lugar de currar 40 horas a la semana va a currar 30, ya es otra cosa. La construcción del deseo que tiene que ver con la buena vida es determinante. Pensar en comer más sano, en vivir con más tranquilidad, en trabajar menos horas, es un camino a lo políticamente posible.
Ligas el deseo con el decrecimiento. A priori uno puede pensar que es todo sacrificio.
Es que el mundo en el que hemos entrado ya no tiene nada de normalidad. Vamos a tener nuevas excepcionalidades. Ayer una pandemia, hoy una guerra de implicaciones geopolíticas muy grande. Tenemos muchas papeletas para que tengamos fuertes distorsiones de nuestras vidas. Y esto es un elemento de disputa que nos puede permitir dar saltos cualitativos que de otras maneras tenemos más complicado. La pandemia es el ejemplo más claro. Cuando nos encerramos en nuestras casas nos dimos cuenta de que lo que deseamos, independiente de nuestra golosina, no era ir a comprar al centro comercial, sino estar físicamente con la gente que queríamos. Este es un elemento fundamental de bienestar humano que encajan perfectamente con las ideas decrecentistas. Cuando vimos lo que el Gobierno definió como servicios básicos nos damos cuenta que coincide mucho con lo que plantemos en el libro. Y la economía se paró, contradiciendo este mantra de que la economía nunca se para. Se paró y se puso la salud por delante. Necesitamos en esas situaciones de ruptura de la normalidad disputar los relatos. Tenemos que cabalgar en las situaciones de shock y disputemos para salidas emancipadoras.
De todas formas, en la parálisis económica de la pandemia, los poderes públicos, los Estados nacionales y en el caso de Europa la UE, fueron determinantes para mantener a flote el sistema. En el libro sostienen que el decrecimiento no necesita Estados fuertes. ¿Cómo se explica?
Nuestra propuesta es que los Estados no pueden ser los actores que nos lleven a estas transformaciones estructurales. Lo cual no quiere decir que en determinados momentos pueden cumplir un papel importante. ¿Por qué? Porque si miramos la historia del Estado descubrimos que es una estructura jerárquica. No existe en la historia de la humanidad ningún Estado que haya sido justo, democrático y sostenible dentro de una amplia gama de matices. Entonces si queremos avanzar en políticas justas, democráticas y sostenibles el Estado no puede ser el actor principal. Difícilmente uno puede pensar que los Estados se van a pegar un tiro en el pie en políticas netamente decrecentistas. Por eso decimos que el Estado no puede ser el motor del cambio, no puede ser el actor que genera las transformaciones. Hay que buscar en otro lado. ¿Dónde? En la ciudadanía organizada que monte otras formas de satisfacer nuestras necesidades. El Estado sí puede catalizar los cambios. Forzarle a que ponga su financiación, su capacidad económica, sus legislaciones al servicio de estas transformaciones, pero siempre fruto del empuje de los movimientos sociales.
Retomando a lo políticamente posible. Si uno mide las actuales correlaciones de fuerza, con el avance en casi toda Europa de la ultraderecha, la consolidación de una capitalismo verde, con sus límites, parece revolucionario. ¿No es arriesgado dinamitar este anclaje institucional cuando el decrecimiento aún no lo tiene?
Dos ideas. Es cierto que el decrecimiento no tiene un anclaje institucional. Pero la institución no es la misma de antes. Izquierda Unida, una formación clave dentro de Sumar, tiene una corriente interna que se enmarca dentro del Decrecimiento. Las CUP no son una formación mayoritaria, pero tienen una implantación en Cataluña que no es menor. También se enmarcan en estas líneas decrecentistas. Incluso si nos vamos al PSOE descubrimos que su presidenta, Cristina Narbona, es una persona con posiciones políticas y planteos retóricos que pueden sonar con cierta música decrecentista. La primera conclusión es que en el plano institucional están cambiando las cosas. Hasta hace nada esto era impensado. Este debate era tabú. Y la segunda idea es que cuando pensamos quién hace la política dentro de los Estados, descubrimos que si bien los partidos políticos son actores fundamentales, no son los únicos. Yo vengo de Ecologistas en Acción y tenemos un montón de ejemplos de medidas institucionales que hemos impulsado, que hemos puesto en marcha e incluso que hemos redactado, políticas que se plasmaron fruto de la presión social. Las políticas públicas también se hacen en la calle. Obviamente en el juego de la presión, no solo juegan los movimientos sociales, también los lobbies empresariales con sus cabildeos.
Has hecho hincapié en la necesidad de aprovechar las situaciones de ruptura para avanzar movilizar a los ciudadanos con este enfoque. Pero en el libro, a diferencia del dogma marxista de «cuanto peor, mejor», hablan que en esta crisis ecosocial «cuanto peor, peor». ¿No es contradictorio?
Frente al lema al lema del siglo XX de cuanta más explotación a la clase obrera más fácil las revueltas, más contradicciones y por ende más cerca está la revolución. Nuestra tesis es antagónica. Porque planteamos que cuanto más avance el proceso de degradación ambiental en peores condiciones vamos a estar, porque somos ecodependientes, necesitamos de las naturaleza para satisfacer nuestras necesidades. Esto no quiere decir que no vamos a tener que enfrentar situaciones de shock. Estamos en la época de las consecuencias. En esas situaciones tenemos que tejer comunidad, fortalecer las redes de apoyo vecinal que hubo en los edificios durante el confinamiento. Estamos hablando de que le hicimos la compra al vecino al que no habíamos hablado en la vida.
¿Qué papel cumplen las prácticas individuales en el decrecimiento?
Buena pregunta. Hablamos del mercado, de los Estados y de los movimientos sociales. Pero también están los individuos. Desde el ecologismo se suele hacer énfasis en las conductas individuales, por ejemplo de las compras conscientes. Y es importante. Si uno no es capaz de hacerse cargo de su propia vida, tiene que olvidarse de hacer transformaciones más macro. Es necesario pero muy insuficiente. La clave está en las colectividades, en la organización.
Fuente: La Política Online, 8/7/2023 (https://www.lapoliticaonline.com/espana/entrevista-es/entrevista-luis-gonzalez-reyes/)
Foto de portada: LPO / Javier Barbancho