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Nuestro barómetro social se sale

Nuestro barómetro social se sale

Gregorio Morán en La Vanguardia

Acabamos de vivir la primera huelga general con tongo de nuestra historia. Otra aportación española a la Sociología del Conflicto. Llevamos más de treinta años innovando socialmente y aún no nos hemos dado cuenta de que somos la hostia en eso que se da en llamar I+ D político. Eso que los de letras y del plan antiguo tardamos en descubrir. Innovación y desarrollo. Desde la transición hemos hecho tantas aportaciones sociopolíticas que debería inventarse un premio para nosotros. Algo así como el Groucho Marx de las Ciencias Sociales Aplicadas. Habría tantos para recogerlo que nos será obligado hacer una selección.

Yo propondría a un ramillete de genios, no suficientemente recordados, empezando por Carlos Solchaga, inventor de aquel hallazgo terminológico de que España era un país ideal para hacerse rico, principio que aplicó él mismo al pie de la letra. Y cerraría con el tándem Salgado-Sebastián, con paso obligado a Zaplana -otro que descubrió la riqueza del mando-, y alguien más del PP, ¡pero fueron tan breves! Lo siento por los dogmáticos del principio de “al enemigo ni agua”, pero la economía del postfranquismo la conformó, la ensalzó y la jodió el PSOE.

Sin ellos no hubiéramos llegado tan de pleno y satisfechos al gozo que nos embarga. Somos una mierda como país, una basura como sociedad y una vergüenza como economía. Pero ánimo, el gálibo alto. Que nadie se arrugue. Y atengámonos al sacrosanto principio pujoliano de la autoestima.

Fíjense en los chinos. Gente dura y seria. En la periferia de Madrid, donde la industria y el comercio de ciudadanos orientales constituyen una fuerza de trabajo considerable, aceptaron la huelga y la siguieron. Una de esas cadenas de televisión que nació para mentir afirmaba que había sido por miedo. No ofenda. Lo hicieron probablemente por respeto. Si los trabajadores españoles hacen huelga y no les falta razón, lo menos que puede hacer una persona extranjera y decente es respetarla.

¿Cuál es la aportación española a la sociología de esta huelga con tongo? Pues parece un chiste. Se hacía contra las medidas económicas del Gobierno pero no contra el Gobierno. Mayor sutileza reivindicativa creo que no la he conocido en mi vida. Y eso ha dado como resultado otra singularidad, y es que no habiendo un solo trabajador en España que no tenga motivos sobrados para rebelarse, y eso es una huelga general, un acto de rebelión contra el sistema, al mismo tiempo sería difícil encontrar un trabajador normal, de la clase de tropa, que no juzgara que los sindicatos están vendidos, o hipotecados -por no usar palabra grosera- al Gobierno.

Y aquí aparece la otra aportación. Sin ese deterioro sindical el seguimiento ciudadano hubiera sido mayor, con toda probabilidad. Los sindicatos son necesarios -decir esta evidencia parece en algunos comentaristas un hallazgo, prueba de su radicalidad analítica-, pero no es menos cierto que los partidos políticos son también otra necesidad y sin embargo constituyen un foco permanente de corrupción. Entonces hablemos en plata y digamos que los sindicatos de aquí y nuestros partidos políticos de aquí son instituciones con un grado de institucionalización -término egregio que evita el más vasto de corrupción- tan evidente y palmario que sienten una inclinación reverencial hacia el tongo. Y ahora que se han prohibido los combates de boxeo y hasta los toros, nuestro mundo metafórico acabará obligado a las notas a pie de página. ¿Cómo entenderá alguien, sin la referencia taurina, los brindis al sol a que son tan dados los cronistas y los políticos? Pues bien, tongo es un combate amañado.

Toda huelga general trata de tumbar un gobierno, para eso se hacen, y lo explicó Rosa Luxemburgo hace ya tantos años que sus añejos discípulos, hoy en el poder, se han olvidado. Así fue contra Felipe González y contra José María Aznar. Y no era un acto de ruptura institucional, sino la indignación que provocaba en la ciudadanía el que habiendo ganado las elecciones con una política, luego hicieran la contraria. Por supuesto que el problema que ahora se plantea es aún más complicado. Disfrutamos del gobierno más incompetente, frívolo y aventado del postfranquismo.

Ni ellos saben adónde van ni adónde nos llevan. Se limitan a resistir y manipular, porque el que resiste y manipula gana tiempo. Felipe González fue un encantador de serpientes, pero este es un payaso sin gracia. ¡Ya me gustaría a mí saber por lo menudo qué les dijo a los magnates de Wall Street! Tuvo que ser una escena entre Pitarra y Jardiel Poncela sobre un escenario de Broadway. ¡Un mentiroso amateur desayunando con profesionales de la mentira! Esa crónica sí que valdría un saco de doblones. Casi tanto como los millones que se habrán invertido en la operación. Los minutos de los grandes tiburones de la finanza no sólo no son gratuitos sino que se pagan fuera del mercado.

La huelga ha demostrado que incluso sabiendo que el combate estaba amañado, la indignación del personal ha subido tantos grados que siguen a unos sindicatos cuya credibilidad supera, por ínfima, la de la clase política. Nuestro barómetro social está que se sale. Con una juventud diezmada por un paro sin precedentes y sin otra alternativa que la emigración, ya me dirán ustedes cómo enfocamos lo de los antisistema.¿Quién fue el ingeniero de la palabra que se inventó la denominación antisistema? La verdad es que hay que estar ciego o negarse a la evidencia para no detectar que fuera del sistema hay cada vez más gente. ¿No les parece más que una encuesta el hecho de que cada vez que se produce una manifestación de jóvenes en Barcelona, sea por lo que sea, se acaba en quemas, saqueos y destrozos? ¿Acaso olvidan que en esta ciudad hubo un tiempo en que se quemaban iglesias? En las horas libres que les dejan sus múltiples ganapanes institucionales sería bueno que los historiadores de Catalunya explicaran al personal qué era eso de La rosa de fuego, además de literatura para rastas.

Hagamos un cálculo somero. ¿Los del sistema quiénes son? Los trabajadores fijos de empresas con garantía de que sus jefes seguirán con suculenta tasa de beneficios -de no ser así, irán a la calle, y sin trámites, con la nueva política económica-, también los funcionarios o quienes les han creado un hueco en las variadas administraciones, los tertulianos y la gente dedicada al mercado financiero. De seguro que me olvido de algunos. Pero dudo mucho que los demás sean del sistema. Pónganse a pensar, porque el sistema está que sea cae, con una base de sustentación enganchada por las hipotecas.

Que Barcelona tenga el mayor y más agresivo volumen de jóvenes antisistema debería obligarnos a reflexionar si no estamos viviendo en una ficción de sistema, que cada vez suma menos y margina más. Es posible que alguien descubra un nuevo hallazgo del premio Groucho Marx de Sociología Urbana Aplicada y resulte que los mandan de fuera, porque nos tienen envidia, o que son la última operación de sabotaje de los servicios de Madrid para menoscabar nuestro irresistible camino hacia la independencia. ¿Se han dado cuenta de que buena parte de la inteligencia asentada y dependiente de las fuentes nutricias de la administración autonómica se ha vuelto independentista? Han descubierto, dicen, lo de las dos Españas de Machado. Un hallazgo.

En el fondo lo peligroso de fenómenos sociológicos como el que representa Zapatero es su poder de contagio, la seducción que ofrece su aparente simpleza. Imagínense que Catalunya fuera el país más zapaterista de España. Empezaríamos refiriéndonos al talante y terminaríamos contemplando el páramo de una economía destrozada por la crisis -la más castigada de España- y con una sonrisa de suficiente autosatisfacción diríamos, emulando al presidente Zapatero: “no pasa nada, vamos por el buen camino. Frente a la crisis, el derecho a decidir, y a echarle cojones. Si no tienen trabajo, que se coman la estelada. ¿No somos patriotas?”.


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