Un punto de encuentro para las alternativas sociales

José Manuel Naredo: «Las verdaderas causas del deterioro ecológico son las reglas de juego económico»

Fernando Manuel Suárez

José Manuel Naredo es un veterano economista español, su obra combina el análisis con propuestas, huelga decirlo, bastante radicales. En pocas palabras, Naredo es prolífico, riguroso y combativo. En cuanto a lo primero, sólo en la última década Naredo publicó y reeditó (en ediciones corregidas y ampliadas) seis libros como autor, sin contar las compilaciones, artículos académicos o de divulgación. Su rigor conceptual y metodológico se evidencia en cada página de sus escritos que, tal vez, justamente por ello se tornan un poco arduos para lectores ignaros. La combatividad del autor es explícita y notoria, su compromiso con un ecologismo radical choca contra variantes más indolentes, así como critica sin disimulo a distintas variantes de la izquierda que, a su entender, han pisado todas las trampas teóricas y prácticas que los defensores del capitalismo han puesto a su paso.

La crítica agotada. Claves para el cambio de civilización (Siglo XXI, 2022) es un llamamiento a una izquierda maniatada y timorata, presa de sus propias galimatías conceptuales y debilidades empíricas. El libro es directo en sus críticas e intenta derivar de ellas una propuesta, abonando una mirada radical desde el rigor y la factibilidad. La transformación que propone es total y, en gran medida, civilizatoria, ataca algunos de los cimientos conceptuales y teóricos más arraigados en nuestro tiempo, comenzando por la valoración acrítica y reverencial de la «producción» como parámetro indiscutido de prosperidad.

La crítica agotada es una diatriba contra los pseudo-conceptos y las idolatrías que componen significantes inútiles para la querellas más urgentes. Muñecos de paja en la disputa política e intelectual contemporánea como el «neoliberalismo», concepto cargado de connotaciones pero muy débil e impreciso. Un enemigo invisible y escurridizo, tan poderoso en su indefinición que nos condena a la impotencia y el pasmo. La batalla conceptual que delinea Naredo va mucho más allá que una simple discusión de nombres o definiciones, implica asumir cierta derrota cultural e intentar revertirla, volver a pensar en adversarios concretos y en la materialidad de nuestra existencia. Su propuesta ecointegradora insta a volver a pensar la cuestión ecológica y la economía en conjunto, no como un mero control de daños o sostenibilidad en el tiempo. Sobre todas esas cuestiones, conversamos con José Manuel Naredo para La Vanguardia.

Una de las primeras preguntas, que subyace al libro y a su propia trayectoria, es sobre la mirada que señala que las izquierdas carecen en la actualidad de una propuesta económica sólida y que, por el contrario, ha quedado reducida a una posición defensiva y, en general, culturalista: ¿Está de acuerdo con esta afirmación? ¿Es preciso que las izquierdas forjen un nuevo pensamiento económico con bases en la crítica ecologista y cierto anticapitalismo de nuevo cuño?

En efecto buena parte de las izquierdas asumen acríticamente, entre otras cosas, la noción usual de sistema económico, con la metáfora de la producción y el objetivo del crecimiento (de dicha producción) a la cabeza, que son las piezas clave de la ideología económica dominante. Una vez asumidas estas categorías, sus propuestas quedan ya dentro del sistema y, por las circunstancias que señalo en el libro, han ido derivando hacia posiciones meramente defensivas.

Si queremos salir de ese impasse hemos de trascender el reduccionismo monetario que caracteriza la noción usual de sistema económico y el aparato conceptual y las instituciones (como la propiedad y el dinero) que le dan vida para plantear las cosas desde perspectivas más amplias. Como concluyo en el libro tendríamos que desplazar la reflexión desde la noción usual de el sistema económico hacia una economía de sistemas y desde la idolatría de PIB hacia una taxonomía del lucro que matice y jerarquice todas las formas de lucro (las que figuran en el PIB y las que quedan fuera). Pero esta «revolución científica» pendiente en economía implica trascender muchas creencias y valores de la ideología dominante, lo que difícilmente puede ser solo tarea de la izquierda. El enfrentamiento entre izquierda y derecha y la pelea de los partidos políticos por el poder parten a la gente, mientras que este cambio de ideas debe de ser horizontal. En el libro apunto que para vislumbrar el posible cambio de civilización hay que superar también las teodiceas que siguen interpretando ese cambio como fruto de la lucha de clases y la toma del poder por alguna de ellas. En él cito y suscribo una frase del geógrafo anarquista Élisée Reclus que, tras haber vivido y sufrido, entre otras, la terrible derrota de la Comuna de París en 1871, afirmaba que: «cada vez comprendo más que las luchas sangrientas llamadas revoluciones hacen el papel de tristes episodios y que la verdadera revolución es la que se realiza en las ideas, que es esencialmente pacífica».

Creo que el banco de pruebas de la historia evidencia hoy más todavía que las tomas de poder que resultan de enconar conflictos clasistas, partidistas, religiosos, racistas, xenófobos … que dividen a la gente, suelen desembocar en regímenes represivos, con Estados de derecho fallidos, en los que la discrecionalidad del poder y el despotismo corrupto reina incluso con más descaro que en las antiguas metrópolis del capitalismo. Creo que los logros del movimiento feminista aportan un buen ejemplo de cómo se pueden cambiar las ideas, las normas y los comportamientos sin violentas tomas de poder ni partidos políticos que los defiendan. Y sugiero que el movimiento ecologista debería de apuntar en este sentido, proponiendo metas y consignas inclusivas que trasciendan las ópticas partidistas, pese a que desde los poderes y los enfoques dominantes se lancen continuos señuelos y campañas de imagen verde para absorber y descarriar a sus militantes y dividir y desactivar sus protestas.

En el libro La crítica agotada se hace mucho énfasis en la pobreza del lenguaje alternativo al del capitalismo hegemónico y la aceptación acrítica de sus supuestos, ¿Por qué es tan difícil erradicar las ideas de crecimiento y desarrollo como los criterios preponderantes para evaluar el progreso de los países y la salud de su economía? ¿Qué forma alternativa se podría proponer?

Es que difícilmente cabe superarlas si no se relativiza y supera la idea usual de sistema económico y la metáfora de la producción a la que se refiere el objetivo del crecimiento o el desarrollo económico cifrado con el consabido PIB.

En el libro subrayo cómo al trascender la dogmática económica imperante, se abren otros mundos que permanecían eclipsados por la metáfora de la producción y la idea usual de sistema económico. Un ejemplo importante es la definición de lo que es un país rico o desarrollado desde perspectivas más amplias y reveladoras de lo que lo hacen los enfoques económicos ordinarios. De entrada, la creencia dominante de que un país rico o desarrollado es un país muy laborioso y productivo, que es capaz de ahorrar mucho y de prestar e invertir dinero en el resto del mundo, se revienta desde dentro si nos damos cuenta de que el país más rico o desarrollado del mundo que es EEUU, es el más endeudado de la Tierra: su pasivo neto frente al resto del mundo ha superado los 14 billones de dólares según datos del FMI. Creo que este pequeño detalle debería de subrayarse cuando se habla de la deuda, aunque generalmente se ignora porque los países ricos acostumbran a emitir deudas no exigibles (como el dólar o las acciones nominadas en dólares) que el resto del mundo acepta de buen grado. De esta manera, en mi último libro, así como en otros anteriores, como en los titulados Raíces económicas del deterioro ecológico y social. Más allá de los dogmas (2015) o Taxonomía del lucro (2019, Siglo XXI) he podido definir un país rico o desarrollado trascendiendo la metáfora de la producción y el reduccionismo del PIB como abajo se indica.

Cabe caracterizar a un país rico o desarrollado como aquel que consigue aumentar su capacidad de compra sobre el mundo utilizando algunos de los siguientes mecanismos: panorama comercial: se beneficia de una relación de intercambio favorable frente al resto del mundo (entre otras cosas se observa que la tonelada exportada vale más que la tonelada importada o que exporta servicios bien valorados); panorama financiero: atrae capitales del resto del mundo (emitiendo pasivos no exigibles y titulizando o magnificando la solvencia de sus pasivos exigibles). Lo que le permite erigirse en atractor neto de recursos y de población: panorama físico: suele ser deficitario en recursos y excedentario en residuos respecto al resto del mundo (importador neto de recursos y exportador neto de residuos); panorama demográfico: atrae población del resto del mundo.

Lo cual evidencia la naturaleza relacional de eso que se llama desarrollo económico, al definir un país desarrollado como aquel que ha conseguido aumentar su capacidad de compra sobre el mundo por los caminos indicados, alcanzando así una situación privilegiada. Ya que si un país cuenta con una relación de intercambio favorable es porque hay otros que la tienen desfavorable. Que si un país ejerce como atractor de capitales es porque otros no lo son y se les escapan sus capitales. Que si un país es deficitario en recursos y excedentario en residuos es porque puede utilizar el resto del mundo como base de recursos y sumidero de residuos. Y que si un país atrae población es porque otros países la pierden. Desde esta perspectiva el desarrollo se revela una cuestión más de posición que de producción, lo cual nos induce a pensar en modelos Depredador-Presa, que he venido aplicando desde hace tiempo para analizar cómo se produce la dominación entre los territorios, aplicaciones que van desde la escala regional, en el libro Extremadura saqueada (1978), hasta la escala planetaria, en el libro La incidencia de la especie humana sobre la faz de la Tierra (1955-2005) (2005).

Dicho de otra manera, esta visión posicional del desarrollo económico puede interpretarse como la habilidad de ciertos países para trepar hacia los tramos más valorados de la que Antonio Valero y yo hemos denominado Curva del Notario (que son los que se llevan la parte del león del valor monetario con escaso coste físico, unido a su capacidad para ejercer como atractores de capitales) lo que va asociado al proceso de «externalización» de los daños ecológicos y sociales de los países ricos. Creo que los análisis de estos daños ganarían presentándolos como confirmación de esa tendencia de valoración y evolución de los países que refleja la Regla del Notario (que, insisto, permite visibilizar la dimensión posicional de eso que se llama desarrollo). Regla que venimos proponiendo desde el libro titulado Desarrollo económico y deterioro ecológico (1999) hasta los más recientes ya citados, en los que presento la posibilidad de medir con indicadores cuantitativos el lugar que ocupan los países en la dimensión posicional del desarrollo arriba expuesta. Visión que muestra la imposibilidad absoluta de lograr por el camino indicado esa promesa histórica tan formidable que contenía el «discurso del desarrollo»: el hecho de que finalmente todas las sociedades serían capaces de cerrar la brecha con los ricos y disfrutar de las bondades de la civilización industrial, cuando como hemos visto si unas están arriba es porque succionan los capitales y los recursos de otras que están abajo. Imposibilidad que aflora hoy con más fuerza, cuando la realidad ha venido desmintiendo las promesas y haciendo que ahora se trate más de sobrevivir que de progresar. Pero si no se avanza en la demolición de ese tejido de conceptos clave que arma la ideología, las instituciones y las normas dominantes, por mucho que se pierda la fe en las promesas del desarrollo, resultará difícil que prosperen formas de vida radicalmente distintas cuando la noción usual de sistema económico sigue manteniendo sus conceptos clave, sus instituciones e imponiendo sus normas por toda la geografía planetaria.

En ese sentido, se refiere al marxismo, por su mesianismo y economicismo, como «caballo de Troya» de los movimientos críticos por aceptar ciertas premisas: ¿Podría desarrollar esa dura crítica? ¿Hay elementos destacables del marxismo a pesar de esa posición ingenua con respecto al crecimiento económico?

En primer lugar, quiero señalar que la obra de Marx es enormemente copiosa y poliédrica (con reflexiones filosóficas, históricas, antropológicas, políticas, económicas…) por lo que no considero posible ni razonable evaluarla globalmente en las pocas palabras de esta entrevista. Marx ha sido uno de mis autores de cabecera, con los que he aprendido a pensar por cuenta propia, coincidiendo y disintiendo libremente con ellos. Por lo que, si bien no me considero marxista, tampoco me considero antimarxista, aunque la sacralización de Marx invite a abrazar con entusiasmo o a rechazar con animadversión en bloque su pensamiento, como si de una religión o una biblia se tratara. Y, como librepensador, lo mismo podría decir de mis otros autores de cabecera. Así, preciso que la explicación que me demanda esta pregunta se va a referir solo a la asunción por parte de Marx y del marxismo de las categorías de la economía política, que vengo relativizando desde hace tiempo, y a las consecuencias que de eso se derivan, ya esbozadas en la pregunta anterior.

Es un hecho bien conocido y divulgado que el marxismo se apoyó en la dialéctica hegeliana y en las categorías de la economía política. Pero mientras que Hegel vio en el espíritu la fuerza impulsora que supuestamente permitiría la realización del reino de Dios en la historia, traduciendo así la teología cristiana en filosofía profana, Marx la vio en la economía construida sobre la noción de sistema económico y las categorías y de la economía política (producción, trabajo, etc.) considerándolas como paradigma de racionalidad y universalidad, cuando en realidad son creaciones dieciochescas de la mente humana que se han erigido en piezas clave de la ideología dominante, como analizo largo y tendido en mi libro La economía en evolución. Historia y perspectivas de las categorías básicas del pensamiento económico (Siglo XXI, 2015). Y para más detalles sobre el lugar que ocupa el marxismo en el pensamiento económico remito al lector interesado al capítulo 12 «Las elaboraciones económicas del marxismo» del libro arriba mencionado.

Valga decir ahora que el marxismo, no solo asumió la metáfora de la producción, sino que contribuyó a encumbrarla y divulgarla al entronizar el desarrollo de las «fuerzas productivas» como motor de la historia en su supuesta marcha inequívoca hacia el progreso, ignorando el paralelo aumento de fuerzas destructivas y ayudando así a divulgar la ideología dominante de la producción y el crecimiento económico entre las filas de la izquierda lo que le ha permitido hacer críticas desde dentro de la noción usual de sistema económico, pero a costa de eclipsar las críticas desde fuera y de  recortar su capacidad analítica y predictiva .

Pues, por una parte, al interpretar la historia como una supuesta sucesión de modos de producción de riqueza espoleada por la lucha de clases, contribuyó también a soslayar la evolución efectiva de modos de adquisición y de dominación que, lejos de sucederse, han venido mudando y solapándose entre sí desde épocas inmemoriales. Por ejemplo, el clientelismo que caracterizaba las relaciones de dominación en el antiguo Imperio romano, sigue vivo bajo nuevas formas de clientelismo ―usualmente impregnado de prácticas corruptas― asociado a esos dos tipos de organizaciones jerárquicas imperantes que son las empresas y los partidos políticos, que acostumbran a premiar la adhesión y la obediencia y a castigar la disidencia. Lo cual lleva a preguntarnos si podemos definir bien la sociedad actual con un término tan simple como capitalismo, cuando las relaciones de clase se solapan con otras ―clientelismo, machismo, racismo…― que explican que siga gozando de buena salud la «servidumbre voluntaria» de la que nos hablaba La Boétie hace siglos. Por ejemplo, en el libro objeto de esta entrevista hago referencia a un estudio que clasifica a los países por el peso que tienen en ellos los ingresos condicionados por relaciones clientelares. Curiosamente, el hecho de que Rusia y Ucrania ocupen los primeros puestos del ranking nos lleva a preguntarnos si en vez de definir su sistema como capitalismo clientelar no sería mejor hacerlo como clientelismo capitalista. Pues esta definición explicaría mejor cómo la antigua Unión Soviética pudo pasar sin especial violencia contrarrevolucionaria del socialismo al capitalismo, sistemas sociales que se suponen antagónicos. La explicación más plausible estaría en que en realidad pasó de un clientelismo socialista a un clientelismo capitalista, mudado el tipo de clientelismo imperante al transformarse la antigua casta político-administrativa dominante en clase propietaria.

Por otra parte, al abrazar la metáfora de la producción de riqueza como elemento central del análisis económico se ha venido soslayando la deriva de la economía hacia la mera extracción y adquisición. En lo físico, el extractivismo propio de la civilización industrial, apoyado en el uso masivo de los combustibles fósiles, hizo que la noción de producción acuñada por los autores franceses del XVIII hoy llamados fisiócratas como sinónimo de «acrecentar las riquezas renacientes sin menoscabo de los bienes fondo» se quedara cada vez más obsoleta. Así, en los países más ricos o desarrollados el peso de la agricultura en el PIB es ridículo y el de la industria ha ido disminuyendo a la vez que se ha ido haciendo mayoritaria la contribución de los «valores añadidos» de los servicios, haciendo que el PIB tenga cada vez menos que ver con esa «producción material» de la que nos hablaba Marx. Pero, además, el proceso llamado de financiarización hizo que el valor de los activos patrimoniales creciera a ritmos trepidantes que superaban con mucho a los del PIB. Así, el lucro asociado a la generación, revalorización y comercio de bienes patrimoniales (financieros e inmobiliarios) ha ido ganando terreno frente a aquel otro derivado de la fabricación y el comercio de mercancías en el que Marx centraba sus análisis. Tras la «acumulación primitiva», practicada ocupando y explotando nuevos territorios, y tras la acumulación de capitales mediante la fabricación y venta de mercancías estudiadas por Max, asistimos ahora a lo que denominado Tercera fase de acumulación alimentada por la generación, revalorización y comercio de bienes patrimoniales que difiere de las anteriores, pues la adquisición de riqueza que en ella se produce ya no se apoya directamente  en la colonización de nuevos territorios, ni en la explotación fabril del proletariado.

A la vez que peso de las actividades agrarias e industriales fue decayendo en favor de «los servicios» y la metáfora de la producción fue perdiendo capacidad explicativa ante la eclosión de nuevas formas de adquisición de riqueza ajenas al PIB, la propia noción de trabajo se fue resquebrajando. La creciente automatización, no sólo ahorra trabajo, sino que cambia la naturaleza de los procesos y la función de los trabajadores: convierte a los antiguos obreros de las fábricas en meros vigilantes de máquinas mantenidas y reparadas por especialistas, que suelen depender de otras empresas que venden esos servicios. A este fraccionamiento de tareas se añade la posibilidad que ofrecen los actuales medios informáticos de ejercer múltiples actividades sin necesidad de «acudir al trabajo», diluyendo así la propia jornada y el tiempo presencial de trabajo, como bien ha ilustrado la eclosión de «trabajo virtual» practicado durante la reciente pandemia. Asimismo, las tecnologías digitales y la generalización en el uso de los medios sociales han desconfigurado las tradicionales líneas divisorias entre trabajo y ocio, convirtiéndonos en «trabajadores digitales» para las grandes corporaciones tecnológicas. Nuestra jornada laboral comienza en el momento que encendemos nuestros móviles, nos conectamos a internet y empezamos a generar datos aportando tiempo de «trabajo digital» que las empresas tecnológicas convierten en capital. Además de que las relaciones laborales se modificaron también, haciendo que muchos trabajadores asalariados se fueron reconvirtiendo en falsos autónomos y/o emprendedores y el «trabajo sombra» fuera invadiendo el llamado tiempo libre, a la vez que el ocio se sometía cada vez más a las servidumbres de la sociedad de consumo.

En el libro Taxonomía del lucro (2019) analizo en detalle cómo se ha ido produciendo el creciente desacoplamiento en entre el valor y el lucro asociado a al crecimiento de los activos patrimoniales y el crecimiento del PIB, desacoplamiento que resulta mucho más acusado en los países ricos o desarrollados. Lo cual explica por qué, mientras el PIB se estancaba o a penas crecía en los últimos lustros, los propietarios de bienes patrimoniales multiplicaban sus fortunas, acentuándose notablemente la polarización social.

La noción de producción ha venido, así, desempeñando la función de lo que en metaforología se llama una metáfora absoluta, entendiendo por tal una metáfora que aporta juicios de valor sobre cuestiones relevantes sin contar con respaldo lógico o empírico alguno, invitando en este caso a dar por bueno todo el lucro que incluye el PIB, por muy corrupto o destructivo que sea, y a ignorar el que excluye. Al seguir acaparando toda la atención, ese indicador de coyuntura que es el PIB ha servido para encubrir bajo el velo de la producción el desplazamiento que se ha venido produciendo hacia lo que es mera extracción o adquisición de riqueza… y es evidente que el marxismo contribuyó a extender y a avalar la ideología económica dominante de la producción, del trabajo y del crecimiento económico (de dicha producción) en el seno del pensamiento crítico.

Usted observa, no obstante, también las críticas vigentes en torno al decrecionismo y el ecologismo, por superficiales y poco consistentes. «Hacer hincapié en la meta del decrecimiento o del posdesarrollo puede oscurecer la verdadera meta de la reconversión»: ¿Qué implica dicha reconversión? ¿Qué despliegue social y político requiere para tornarse factible y viable?

Como había comentado en ocasiones, creo que enarbolar el decrecimiento como titular rompedor de revista o libro para coger a contrapié a la dogmática del crecimiento económico puede resultar adecuado. Sobre todo, cuando el término surgió en pleno auge consumista y fue, y sigue siendo, utilizado como crítica a la «sociedad de consumo». Pero que tomar en serio ese término como meta o bandera del movimiento ecologista es, en primer lugar, un gesto tributario del reduccionismo propio del enfoque del crecimiento económico dominante y, en segundo lugar, un objetivo genérico poco atractivo, sobre todo cuando durante la crisis que se viene arrastrando durante los últimos lustros el decrecimiento nos lo ha venido ofreciendo el propio sistema con creces, sometiendo a la población a continuas penurias y recortes.

Por una parte, el objetivo del decrecimiento es tributario del reduccionismo del enfoque económico ordinario, porque el término no suscita por sí mismo ninguna idea de cambio de modelo o de sistema, sino que surge como el negativo del discurso del crecimiento económico. Pues al igual que crecimiento, decrecimiento refleja un verbo sin sujeto ni predicado y, para que tengan sentido, ambos han de referirse a la evolución unidireccional de alguna variable cuantitativa a definir. La ideología económica dominante le dio sentido al término crecimiento tras un arduo y prolongado trabajo ideológico de más de un siglo. Para llenar de contenido económico al término crecimiento tuvieron que inventarse primero y asumirse después la metáfora absoluta de la producción y la idea usual de sistema económico, para construir sobre estas ideas, por último, los sistemas de Cuentas Nacionales y cifrar el famoso PIB, que por fin otorga realidad monetaria domesticada a esa producción metafórica que se presupone que debe de crecer para colmar de «bienes y servicios» a la población. Es este largo trabajo ideológico el que ha otorgado tal peso y valor positivo al término crecimiento (económico) o a su análogo desarrollo, que ha llegado a eclipsar los otros posibles significados, permitiendo su utilización sin necesidad de adjetivarlo, ni de precisar ya que se refiere al agregado de renta o producto nacional. Para que tenga sentido el objetivo del decrecimiento, éste se ha de referir también a alguna variable cuantitativa y el problema es que esa variable ha de ser distinta de la producción, ya que su decrecimiento tiene nombre propio, se llama depresión y no puede resultar atractivo para la mayoría de la gente, que tendría que sufrir sus consecuencias. Por lo tanto, llenar de sentido el objetivo del decrecimiento exige referirlo a alguna variable igualmente cuantitativa que resulte tan altamente significativa y deseable que pueda movilizar a la población.

Por otra, el objetivo del decrecimiento es poco atractivo, porque rema a contracorriente de las metáforas que comunican sensaciones positivas (se habla, por ejemplo, de crecimiento personal, de las cosechas… o de los niños, que se ven con buenos ojos), como en mayor medida ocurre con la palabra desarrollo (pues se habla del desarrollo del conocimiento, de los organismos, o de un plan o de una carrera profesional; lo mismo que alto se considera, en general, mejor que bajo y se habla, por ejemplo, de alto standing, de alta gama, como de sentimientos elevados, frente a las bajas pasiones y los sentimientos rastreros; o también grande mejor que pequeño, aumentar mejor que disminuir, etc.). Precisamente la valoración metafórica positiva que acompaña a las nociones de crecimiento y desarrollo es lo que hace que autores, como Amartya Sen, les otorguen un sentido más amplio y positivo, asociado al desarrollo de capacidades y libertades humanas.

Pero con independencia de que juegue a favor o en contra de las valoraciones metafóricas habituales, hay que adjetivar o poner atributos al decrecimiento para que tenga algún significado concreto, en suma, hay que aclarar ¿qué es lo que se piensa y se propone que deba decrecer? Veamos cómo responden a esta pregunta los diccionarios del Posdesarrollo y del Decrecimiento.

La voz «Decrecimiento» del Diccionario del posdesarrollo (Kothari, A. et al., Barcelona, Icaria, 2019, p. 204), llamada a aclarar el tema, dice en su primer párrafo que «el decrecimiento […] reclama una reducción equitativa de la producción y del consumo en los países industrializados»

Y, por si hubiera dudas, en el mismísimo Diccionario del Decrecimiento (D’Allisa, G. et al., Barcelona, Icaria, 2015, p. 39) la rúbrica «El decrecimiento hoy» insiste pontificando que «los economistas ecológicos definen el decrecimiento como una reducción equitativa de la producción y del consumo».

Es decir que los principales teóricos del decrecimiento, no sólo usan de forma acrítica las categorías de producción y de consumo, sino que proponen que decrezcan, lo que como hemos dicho, por muy «equitativamente» que lo hagan, tiene nombre propio: se llama depresión y no puede ser una propuesta atractiva ni ilusionante para la mayoría.

Frente a estos empeños poco afortunados, en el libro La crítica agotada (2022) propongo hacer operativa y deseable para todo el mundo la meta del decrecimiento identificándola con el afán de conseguir que decrezca el deterioro ecológico que la especie humana inflige a la Tierra, a sus distintos niveles de agregación, utilizando para ello la metodología que Antonio Valero ha venido elaborando desde que hicimos el libro Desarrollo económico y deterioro ecológico (1999) antes mencionado (que no cabe detallar aquí), metodología que permite cuantificar en términos energéticos el coste físico de reposición de ese deterioro. Quiero advertir que la metodología propuesta, si bien aporta información precisa sobre el coste ecológico de los procesos y las mochilas de deterioro ecológico de los productos que sería deseable disminuir, no permite decir nada sobre su utilidad, individual o colectiva, ni menos aún sobre los aspectos redistributivos, que habría que tener en cuenta a la hora de enjuiciar y priorizar procesos y políticas.

Por último, en lo referente a que la meta del decrecimiento pueda oscurecer la verdadera meta de la reconversión, quiero subrayar que hoy por hoy es el reduccionismo monetario guiado por meros afanes de lucro, lo que mueve el comercio y arrastra los flujos físicos, que evolucionan con el pulso de la coyuntura económica. Por lo tanto, el objetivo de hacer que decrezcan ciertos flujos físicos no puede abordarse directamente, es decir, sin cambiar las reglas del juego económico que los mueven y que hacen que el crecimiento de los agregados monetarios (de renta, producción o consumo) acentúe el deterioro ecológico. Porque la evolución de los flujos físicos no es una variable independiente en el actual modelo de gestión, sino que depende de los flujos monetarios y de los beneficios y plusvalías que los mueven y orientan. Hay que visibilizar las actividades y lucros tan variopintos que alberga ese cajón de sastre de valor monetario que es el PIB para enjuiciar lo que hay dentro y lo que queda fuera, lo que debería crecer o decrecer. En mi libro ya citado Taxonomía del lucro (2019) he emprendido esta tarea de identificar y jerarquizar las actividades fuente de lucro, con el ánimo de generar una conciencia social y un marco institucional que desanime o impida aquellas que arrojan lucro sin contrapartida o con contrapartida corrupta o que resultan ecológica y socialmente dañinas y que incentive aquellas otras que se consideren social y ecológicamente saludables.

Para aclarar mi punto de vista a este respecto voy a poner un ejemplo. La última e intensa burbuja inmobiliaria ha explicado en buena parte el enorme uso y deterioro de energía, materiales y territorio que se ha venido dando en España. Esta burbuja ha sido propiciada por un modelo inmobiliario-financiero sui generis que incentiva la compra de viviendas como inversión, no como bien de uso.

Inducido por la crisis económica, tras la última burbuja especulativa el consumo de cemento se ha desplomado en España siendo hoy la tercera parte de lo que fue, situándose a niveles de hace sesenta años y apenas repunta… o el input total de materiales de la conurbación madrileña ha decrecido en más de un 30%. En esta situación de claros decrecimientos, más que seguir enarbolando la bandera del decrecimiento como si nada hubiera pasado, lo que habría que defender es el cambio de modelo inmobiliario, para conseguir que no sean las finalidades especulativas las que sigan gobernando los flujos físicos y los usos del territorio, en un sistema que tiende a encadenar burbujas especulativas. Es el cambio de modelo, de enfoques, de políticas y de instrumentos, lo que permitiría reducir en el futuro el deterioro ecológico y no al revés. Es lo que creo que debería de exigir el movimiento ecologista, ya que exigir decrecimiento, antes que reconversión del sistema, viene a ser como poner el carro delante de los bueyes: no resulta eficaz.

El movimiento ecologista, tal y como lo reconstruye el libro, parece haber sido capaz de establecer nuevos temas y horizontes, pero al mismo tiempo ha sido procesado de forma inocua a través de nociones como «desarrollo sostenible» y «medio ambiente»: ¿El movimiento ecologista realmente existente, con sus partidos y ONG, ha tendido a ser poco combativo? ¿La agenda ecologista debe romper esos corsés conceptuales?

Bueno, yo no calificaría al movimiento ecologista en general como «poco combativo» e «inocuo». Creo que en determinados casos ha sido bien combativo y ha conseguido resultados. Por ejemplo, la movilización antinuclear (apoyada con el libro Extremadura Saqueada (1978) antes mencionado) contra los proyectos de centrales nucleares de Valdecaballeros y en Lemóniz hizo que no llegaran a realizarse y que se cancelara desde entonces la construcción de centrales nucleares en España. Al igual que otras movilizaciones consiguieron parar o sustituir con éxito determinados megaproyectos hidráulicos, inmobiliarios u otros. A la vez que ha contribuido a sensibilizar a la población hacia los problemas que genera el deterioro ecológico y necesidad de paliarlo.

El problema que comento en el libro estriba en que el movimiento ecologista no pierda la iniciativa y se descarríe arrastrado por toda una serie de no-conceptos que a modo de señuelos vienen poblando el discurso político, económico y ecológico, contribuyendo a mantener indiscutidas ideas, relaciones sociales e instituciones clave que sostienen el statu quo, cuando su discusión y replanteamiento es condición necesaria para reorientar la actual crisis de civilización hacia horizontes ecológicos y sociales más saludables.

El libro va desgranando esa especie de no-conceptos e idolatrías que forman parte de un «lenguaje político correcto» que se impone y que acaban asumiendo en buena medida los movimientos críticos. Estos pseudo-conceptos unas veces son creaciones de los poderes establecidos y funcionan como instrumento y parte de la ideología dominante, pero otras son creaciones del discurso pretendidamente crítico de la izquierda y/o de los movimientos sociales, que contribuyen, sin quererlo, a descarriar o desactivar ese discurso.

Valgan como ejemplos de ideas o jaculatorias generadas desde los núcleos de poder el afán de centrar toda la atención en el «medio ambiente» y «el desarrollo sostenible». La idea de preocuparse por el «medio ambiente», al monopolizar la atención y crear ministerios y departamentos sin apenas competencias, a la vez que siguen funcionado los ministerios de siempre (de agricultura, industria, obras públicas…) ha ayudado a soslayar las verdaderas causas del deterioro ecológico, como son las reglas de juego económico y las instituciones imperantes que orientan el metabolismo propio del sistema industrial y los usos del territorio con el apoyo de convenciones sociales indiscutidas como las teorías y formas de propiedad y de dinero. Al igual que el objetivo del desarrollo sostenible al juntar los dos términos en conflicto (desarrollo económico y sostenibilidad o viabilidad ecológica) vino a sostener la mitología del crecimiento económico, consustancial a la idea usual de sistema económico, que se había tambaleado con las críticas de hace ya medio siglo. Y entre los no-conceptos creados esta vez, curiosamente, en el seno del propio movimiento ecologista, valga como ejemplo el estandarte del «decrecimiento», ya comentado en la pregunta anterior, que acapara la atención en los últimos decenios frenando los avances en la demolición del tejido de conceptos clave de la ideología dominante que siguen avalando y orientando las instituciones y comportamientos propios del mundo en que vivimos.

En suma, como ya apunté en la primera pregunta, creo que el movimiento ecologista debe reafirmar su carácter horizontal, situándose por encima los partidos políticos y las peleas habituales por el poder. Pues, con el peso que tiene la especie humana en el Planeta, pretender mejorar la calidad de vida degradando el entorno solo puede caber en mentes extremadamente obtusas o parcelarias. Tanto la razón como la ética sugieren hoy que es la simbiosis, no el enfrentamiento, entre especie humana y naturaleza lo que podrá mejorar la vida en el futuro. Y de ahí la necesidad de reconducir el metabolismo de la sociedad industrial hacia el modelo de la biosfera que permitió enriquecer la vida la Tierra.

Otra crítica, expresada desde los países periféricos o, mal llamados, en vías de desarrollo, consideran que las exigencias ambientalistas son imposiciones de los países centrales para frenar su desarrollo y que, en gran medida, ellos no cumplieron (o incluso no cumplen): ¿Qué opinión te merece este argumento desde, por decirlo de algún modo, desarrollismo periférico?

Creo que lo dicho en la segunda pregunta sobre la interpretación posicional del desarrollo económico aclara bastante esta pegunta. Hemos visto que los países ricos o desarrollados no lo son porque produzcan muchos bienes y servicios, sino porque disfrutan de relaciones de intercambio favorables y ejercen como atractores de capitales, recursos y población del resto del mundo. Así, su PIB per capita elevado suele ocultar procesos de apropiación de riqueza de otros territorios que ven mermada su capacidad de compra sobre el mundo por mecanismos comerciales y financieros.

De ahí que sea la condición de países política, económica e ideológicamente dependientes lo que explica la escasa capacidad de compra sobre el mundo de los países pobres, al ejercer como abastecedores de recursos de los países ricos, con relaciones de intercambio desfavorables y al sufrir huida de capitales y de población. Y eso difícilmente se arregla exportando más recursos a precios de saldo (con mayor deterioro ecológico) bajo el control de empresas transnacionales que se llevan la parte del león del valor generado.

Para que un país pobre pueda mejorar su posición en este juego económico, tiene que emanciparse de las redes de poder que lo controlan para avanzar hacia actividades de elaboración y comercialización más valoradas y mejorar su relación de intercambio, así como evitar la huida de capitales y creo que esto tiene poco que ver con que ese país «cuide más o menos su medio ambiente». El problema es que el éxito de un país para aumentar su capacidad de compra sobre el mundo erosiona por fuerza la posición de otros. De ahí que la emancipación y la mejora de la relación de intercambio de algunos «países emergentes» como China, Rusia o la India, con el consiguiente aumento de su capacidad de compra sobre el mundo y sus afanes de independencia financiera, estén alterando la geopolítica mundial.

Por último, quiero matizar lo dicho en la segunda pregunta presentando algunos contraejemplos para advertir que no todos los países exportadores netos de recursos son pobres, aunque creo que este hecho no invalida la regla general antes expuesta. Pues hay que tener en cuenta que la posición económica de un país viene condicionada por muchos factores que van desde su autonomía política, asociada a su dotación cultural y su marco institucional, hasta la dimensión y los recursos que alberga su territorio. Por ejemplo, China y la India se han ido emancipando y han sido capaces de desarrollar actividades con mayor valor añadido que mejoran su relación de intercambio, por lo que han pasado a ser ―como el grueso de los países ricos importadores netos de energía y materiales desde la década de 1990. Y si Canadá, Australia y Noruega son, a la vez, exportadores netos de energía y materiales y tres de los países más ricos del mundo, es porque han conseguido sacar provecho de sus enormes recursos naturales sin ser masivamente expoliados por entidades y países foráneos, como ocurre con la mayoría de los países pobres

Otra observación muy interesante es la denuncia del uso de la noción «neoliberal» como una especie de muñeco de paja que ha entumecido a las izquierdas y forjado un enemigo imaginario, por el contrario propone hablar de un capitalismo oligárquico y clientelar: ¿Qué implica está dinámica oligárquica y clientelar? ¿Es la corrupción una faz de esa lógica de colusión? ¿Estamos ante un modelo cada vez más inequitativo y autoritario que nada tiene que ver con los principios liberales?

En el libro dedico cerca de cien páginas al tema porque lo considero un ejemplo muy relevante de la desorientación de la izquierda. Investigo primero la genealogía de los términos liberal y liberalismo, para luego hacerlo con el neoliberalismo concluyendo que es un no-concepto creado por la izquierda que ha sido un verdadero regalo para la derecha. Pues al postular la izquierda que todos los males han venido urdidos por un supuesto neoliberalismo… o por hipotéticos mercados libres inexistentes, quedan indemnes los verdaderos responsables de los atropellos que se vienen realizando desde el poder para facilitar el lucro de algunos, abusos que, como advirtió Varoufakis, no suelen ser ni «nuevos» ni «liberales», aunque en ocasiones cuenten con el respaldo de algunos liberales complacientes para justificar privatizaciones y recortes varios. Como muestro en el libro, la visión conspiranoica del neoliberalismo ha sido solventemente refutada. Por lo que el neoliberalismo como término fetiche contribuye así junto a los otros, como «la tiranía» o «el fundamentalismo del mercado libre», a encubrir el despotismo caciquil imperante y a naturalizar el statu quo, cuando lo que determina nuestro devenir no es el neoliberalismo maligno, ni la tiranía de los mercados, sino las élites y redes de poder que conforman la actual tiranía corporativa que controla un sistema más bien neocaciquil que, lejos de ser libre y desregulado, esta hiperregulado para favorecer los intereses de ciertas corporaciones agrupadas en oligopolios que, a la vez, solicitan desregulación y libertad para acometer el saqueo de lo público y para explotar a su antojo la mano de obra, los recursos naturales y los territorios. Y curiosamente, esto lo tenían muy claro autores los marxistas antes de culpar al neoliberalismo, cuando hablan de imperialismo y de capital monopolista, como subrayaba el clásico libro de Sweezy y Baran así titulado en 1966, resaltando las estrechas relaciones entre poder político y económico para facilitar negocios mutuos en detrimento de la mayoría y corrigiendo la querencia posterior a naturalizar el capitalismo identificando economías capitalistas con economías de mercado y confundiendo mercado con intercambio en general.

Por otra parte, al orientar la izquierda las críticas hacia el neoliberalismo, ha permitido a la derecha beneficiarse impunemente de las connotaciones positivas que durante siglos se han venido asociando a la palabra liberal y contribuye a que pueda presentarse ahora sin complejos como la verdadera defensora de la libertad, frente a supuestos socialismos o comunismos que la niegan. Resulta sorprendente que en España se haya podido invertir la situación respecto a lo que ocurría durante el franquismo y que, desde la «operación liberal» realizada en 1983 por un personaje tan visceralmente autoritario como el exministro franquista Manuel Fraga Iribarne, cuele impunemente que la antigua derecha conservadora franquista haya pasado a presentarse como defensora de la libertad frente a oposiciones tildadas despectivamente de socialistas y comunistas. La campaña ganadora de la candidata de la derecha Isabel Díaz Ayuso, en las elecciones de 2021 y 2023 a la Presidencia de la Comunidad de Madrid, a base de erigirse en defensora de la libertad frente a supuestos socialismos y comunismos que la niegan culmina esta tendencia.

En suma, que a mi juicio el problema no es solo que el afán de la izquierda de atribuir al neoliberalismo todos nuestros males no ayude a aclarar la situación, sino que resulta para ella misma contraproducente, al dar por bueno el supuesto liberalismo de la derecha permitiendo que se erija en abanderada de la libertad, a la vez que se corre un tupido velo sobre el despotismo clientelar de carne y hueso que puebla y mantiene la actual tiranía corporativa con todos sus comisionistas y beneficiarios a bordo.

Por si no queda claro mi punto de vista, me atrevo a redundar respondiendo a la pregunta ¿vivimos bajo un capitalismo neoliberal, gobernado por la tiranía de los mercados, o bajo un capitalismo clientelar, gobernado por las elites y redes de poder asociadas a una tiranía corporativa? En el libro alego múltiples razones para opinar que la segunda interpretación es más adecuada.

En el libro propone un enfoque ecointegrador que trascienda la economía ambiental y la economía ecológica: ¿Qué distingue cada una de las tres propuestas? ¿Qué implica el enfoque ecointegrador que las otras dos variantes no incluyen?

Tras denunciar el magma ideológico que protege la actual tiranía corporativa globalizada, la cuarta parte del libro recapitula sobre la encrucijada ideológica actual y replantea en positivo las trampas del lenguaje y las idolatrías denunciadas a lo largo del mismo para superar el actual impasse sociopolítico. Reflexiona sobre los requisitos necesarios para conseguir que prospere un nuevo conglomerado de enfoques y valores que se ha venido configurando para reorientar la actual crisis de civilización hacia horizontes sociales, económicos y ecológicos más prometedores. Considero que podríamos llamar al nuevo paradigma sociocultural emergente paradigma ecointegrador porque propugna la integración en un triple sentido. En primer lugar, la integración del conocimiento, para trascender el actual predominio de los enfoques sectoriales y parcelarios y, sobre todo, frente al sonado divorcio entre economía y ecología. En segundo lugar, la integración especie humana y naturaleza frente al tradicional enfrentamiento entre ambas, recordando que es la simbiosis, y no el enfrentamiento, la clave del enriquecimiento de la vida en la Tierra, lo cual induce a desplazar el actual antropocentrismo hacia un nuevo geocentrismo. Y en tercer lugar integrando individuo y sociedad, lo que implica una reconstrucción profunda de identidades y la recreación de la propia sociedad civil para generar un tejido social más cohesionado, frente al enfrentamiento y la polarización social que desata la actual pugna por la riqueza y el poder.

En lo que concierne al enfrentamiento entre economía ambiental y economía ecológica, hay que recordar que el hecho de que impere el reduccionismo monetario de la economía estándar explica que dicho enfrentamiento siga en pie, en consonancia con el dualismo cartesiano y los enfoques parcelarios propios de la modernidad, que han venido separando y enfrentando especie humana y naturaleza, como si de conjuntos disjuntos se trataran. Y hay que recordar también que el reduccionismo monetario de la idea usual de sistema económico es el que soslaya el «deterioro ambiental» que generan los procesos habituales de extracción, elaboración y uso de los recursos planetarios, olvidando que el llamado «medio ambiente» viene siendo el vacío analítico que deja inestudiado el enfoque económico ordinario, al circunscribir su razonamiento al universo de los valores monetarios. Y cuando la red analítica de la economía estándar deja un medio ambiente inestudiado hay dos formas de abordarlo: 1º) estirando la vara de medir del dinero para atrapar objetos de ese «medio ambiente» y llevarlos al redil del análisis usual coste-beneficio, y 2º) recurriendo a otras disciplinas que toman como objeto de estudio habitual ese «medio ambiente» del enfoque económico corriente. Estas dos formas de tratarlo son las que utilizan, respectivamente, por un lado, la llamada economía ambiental o verde y, por otro, la economía ecológica.

El enfoque ecointegrador que vengo proponiendo desde hace tiempo busca conectar ambas aproximaciones primando la integración del conocimiento para unir la reflexión monetaria con la física y la institucional. Pero esta puesta en común está lejos de producirse: a la torre de Babel de las especialidades científicas se añade, así, la habitual incomunicación entre economía ambiental y economía ecológica, permaneciendo la primera más al servicio de los poderes políticos y económicos establecidos y la segunda más asociada al movimiento ecologista y a las corrientes sociales más críticas del statu quo. Se suele ignorar que una gestión razonable exige romper con este artificial conflicto, para emprender una puesta en común que fusione economía y ecología. Pues hemos de recordar que la especie humana forma parte de la biosfera y que esa biología de sistemas que es la ecología debe incluir a la especie humana, con sus convenciones culturales e institucionales de la propiedad y el dinero de las que se ocupa la economía ordinaria, convenciones que, como es sabido, orientan y condicionan las formas actuales de gestión y comportamiento. Soslayando esta evidencia, la economía ambiental mantiene el dualismo cartesiano que refleja la propia noción de «medio ambiente» y trata de valorar en dinero los «servicios de los ecosistemas», como «externalidades» ajenas al sistema económico desatando una inflación de valoraciones tanto más arbitrarias cuanto carentes de interés y significado. Pues, por una parte, no tiene sentido valorar en dinero que el Sol salga todos los días y mueva los ciclos de materiales asociados a la vida como el agua mueve la rueda de un molino, porque de todas maneras la radiación solar y las energías renovables seguirán fluyendo y degradándose aunque no haya fotosíntesis ni función vital alguna. Y, por otra, si nos referimos a territorios y ecosistemas concretos, tampoco cabe valorarlos como algo ajeno a nuestra especie, cuando la incidencia humana que interactúa con ellos desde épocas inmemoriales es tan relevante que ha llegado hasta a modificar el clima y cuando los servicios ya mercantilizados los otorgan básicamente los ecosistemas agrarios, industriales… o urbanos, cuyo comportamiento, adaptación e incidencia local y global es la que de verdad habría que estudiar y reorientar con todas sus piezas.

En resumidas cuentas, que en lo económico el paradigma ecointegrador propone pasar del dogmatismo de ese único sistema –«el» sistema económico– a una economía de sistemas, fusionada con esa biología de sistemas que es la ecología. Para ello la Contabilidad Nacional centrada en el PIB, tendría que perder el protagonismo absoluto que hoy ocupa para permitir que las «cuentas satélite» que informan sobre las dimensiones físicas y sociales relacionadas con la gestión, accedan a la categoría de verdaderos planetas, a la vez que se amplía y matiza la reflexión monetaria para reflejar toda la taxonomía del lucro. Además de desplazar la reflexión hacia el marco institucional que orienta y facilita su funcionamiento, con sus convenciones sociales de las formas de valoración, de propiedad y de dinero.

Subrayemos por último que, en el caso del conflicto de paradigmas que nos ocupa, no se trata de sustituir un reduccionismo por otro, sino de erosionar la hegemonía del antiguo con una visión más amplia que lo trasciende y relativiza. El mayor potencial analítico y predictivo del que ha venido dando muestras el enfoque ecointegrador –que se ejemplifica en el libro– unido a su carácter abierto, transdisciplinar, multidimensional y a la mayor amplitud de su objeto de estudio, deberían potenciar también su naturaleza inclusiva, frente a los dogmatismos reduccionistas al uso.

El libro señala que dos ideas centrales de las democracias capitalistas, es decir el «sistema político democrático» y el «sistema económico mercantil», son más bien artimañas ideológicas que permiten fundamentar la dominación y la explotación: ¿Cuál es la génesis de esas dos ideas y por qué han resultado tan exitosas? ¿Es preciso recuperar y disputar la idea de democracia?

Las ideas de «sistema político democrático» y de «sistema económico mercantil», con sus supuestas leyes y automatismos a los que han de someterse las personas, son las creaciones ideológicas de origen ilustrado que mantienen la actual sociedad jerárquica, tras haber pasado de moda las monarquías absolutas y las dictaduras. Pues dan por buenas las nociones de propiedad absoluta, de dinero y de Estado en las que se sustenta el statu quo de poder reinante. Pero además ambas nociones de sistema canalizan y descarrían la implicación y la participación ciudadana en la vida política y económica a través de dos instituciones jerárquicas y centralizadas que pelean por acumular poder y riqueza: los actuales partidos políticos y las empresas capitalistas. En una sociedad en la que tienen fuerte presencia personas ávidas de poder y de lucro, que compiten entre sí agrupadas en partidos políticos y empresas, así como en estados parasitados por ellos, la batalla en favor de una sociedad de individuos libres e iguales que columbraba la Ilustración está perdida de antemano. No, con esos mimbres no pueden salir estos cestos.

Así, en lo político, la democracia no es ningún sistema que nos venga dado llave en mano con la capacidad de lograr automáticamente la cohesión y la paz social haciendo que las voluntades individuales de los votantes lleven a la voluntad general y que la división de poderes sea moneda común. Sino que la contradicción entre pueblo (demos) y poder (cracia) que alberga la propia noción de sistema político democrático hace que esta etiqueta pueda dar cobijo a los despotismos más extremos. Pues en el fondo el peso de la participación social en las tareas de gobierno depende de aspectos institucionales y culturales que la propicien implicando a diario a la ciudadana.

Y en lo económico, el sistema económico mercantil, con su entelequia de mercado libre, transparente y perfecto, tampoco asegura para nada que el afán de lucro de algunos poderosos vaya en beneficio de todos. Porque la realidad no tiene costuras y lo político y lo económico no son conjuntos disjuntos: como los políticos tienen la llave de buenos negocios asistimos al habitual juego de una picaresca empresarial que cuenta con políticos conseguidores, haciendo que sea la mano pretendidamente invisible del poder la que maneje entre bastidores las normativas y las decisiones que condicionan tanto las grandes operaciones y megaproyectos, como el intercambio comercial en general, tendencia que solo puede ser paliada por filtros institucionales y culturales que pongan freno a las mordidas y a los tratos de privilegio propios de las relaciones clientelares.

Cabe advertir que las dimensiones que supone la adopción del enfoque ecointegrador trascienden el campo de lo político y lo económico. La revolución científica que se produciría para relativizar y readaptar en el sentido indicado las nociones usuales de sistema político y económico, entraña cambios de conciencia mucho más amplios que implican a otras ramas del conocimiento y del pensamiento: el cambio de paradigma sociocultural ecointegrador tendría que abarcar por fuerza las «tres ecologías» a las que se refiere Félix Guattari –la mental, la social y la del mundo físico a gestionar– para integrarse, con palabras de este autor, en una «ecosofía» de nuevo cuño, a la vez práctica y especulativa, ético política y estética.

Entre otras cosas, habría que superar la idea hoy dominante de individuo como categoría pre o antisocial, ávido de dinero y poder. Esta ideología desemboca, por fuerza, en la actual escisión entre una elite de políticos y empresarios activos y una mayoría de gobernados y explotados pasivos. Frente a esta idea de individuo, el nuevo paradigma ecointegrador ha de considerar las personas como sujetos morales, propugnando un individualismo ético, y como ciudadanos llamados a ejercer como sujetos políticos y económicos activos que tienen el derecho y el deber de contribuir a organizar la convivencia y la intendencia.

Hemos visto que el nuevo paradigma ecointegrador emergente propugna la integración en un triple sentido: del conocimiento; de especie humana y naturaleza; y de individuo y sociedad. De ahí que mis reflexiones vayan en la línea de autores que analizan cómo establecer un marco institucional antioligárquico que propicie esos comportamientos. Un marco institucional y mental que desplace la actual concepción bélica de la economía y la política hacia el predominio de la reciprocidad y la convivialidad, desactivando y reconvirtiendo hacia la cooperación y la participación esas dos instituciones jerárquicas hoy hegemónicas: las corporaciones empresariales y los partidos políticos. A la vez que para responder a la pregunta de por qué las personas no acostumbran a rebelarse contra las redes de poder imperantes, haga referencia a autores entre los que destaca La Boétie, que nos enseñó hace siglos en su libro La servidumbre voluntaria que un sistema que incentiva el egoísmo, la avaricia, la rivalidad, la competencia, la desconfianza y el miedo, genera el caldo de cultivo propicio para que prospere la tiranía, por muchos «contrapesos» ceremoniales que se le pongan. Mientras que la democracia participativa necesita asentarse sobre la amistad, la cooperación, la solidaridad, el desprendimiento, la confianza, la libertad, la reciprocidad… Y como la ideología imperante en la civilización occidental, no solo considera dominantes e invariables las propiedades más perversas de la naturaleza humana, sino que las incentiva, el resultado de esta forma de pensar no puede ser otro que el actual despotismo democrático, en el que la clase política es a la vez instrumento y parte de las elites beneficiarias de la actual tiranía corporativa.

Finalmente, el libro cierra proponiendo el contraste entre la Cacotopía y la Eutopía como dos escenarios posibles a futuro, entre inercias y reconversiones: ¿Qué implica cada una de estas opciones? ¿Cómo se concilian la viabilidad con la radicalidad de cada propuesta?

Con este planteamiento trato de sintetizar la brecha que se abre entre las posiciones de los dos grandes paradigmas socio-culturales en pugna e incentivar a pensar sobre este conflicto. Para ello retomo algunas reflexiones de Patrick Geddes que creo que mantienen gran actualidad, ya que plantearon anticipadamente ―en su libro Ciudades en evolución (1905)― «la transición ecosocial» de la que hoy tanto se habla.

Para este autor, las tendencias en curso por las que discurría la sociedad industrial apuntaban hacia una utopía negativa, que llamó Cacotopía, en el doble sentido de que no veía posible ni deseable la extensión de ese modelo a escala planetaria, porque se revelaba social y ecológicamente degradante. Entre otras cosas, los trabajos de Antonio y Alicia Valero precisan bien ―e identifican hoy con el nombre de Thanatia― ese horizonte de degradación geológica hacia el que el extractivismo cada vez más potente de la civilización industrial va empujando al planeta Tierra.

Frente al horizonte hacia el que apunta la Cacotopía, Geddes esboza otro que más posible y deseable, pero que considera también utópico porque se enfrenta a inercias mentales e institucionales y a intereses establecidos que tienden a perpetuar el statu quo: Geddes denomina Eutopía a esta utopía positiva. Aparece así el conflicto fáustico que muestra el presente como un prolongado conflicto entre Cacotopía y Eutopía.

La Eutopía propuesta por Geddes marca en buena medida la meta ilusionante hacia la que debería apuntar la transición ecosocial de la que ahora se habla, frente a la Cacotopía o utopía negativa (en el doble sentido de que su extensión espacio-temporal no es posible ni generalmente deseable) hacia la que nos arrastra la actual tiranía corporativa globalizada

Así, aunque la Eutopía presente un horizonte generalmente más viable y deseable que la Cacotopía, tiene la virtud de revelarse también utópica, porque asume que se enfrenta a inercias mentales e institucionales y a intereses establecidos que mantienen el statu quo y que habrá que combatir permanentemente ya que, por mucho que se arrinconen, no tienen visos de desaparecer por completo. Creo que buena parte del aluvión de modas y términos novedosos comentados a lo largo del libro que ha dado lugar a esta entrevista ha venido oscureciendo la meta ilusionante de la Eutopía, que debería de ser la que iluminara y orientara los planteamientos y las acciones de los movimientos sociales críticos en general y, sobre todo, de los ecologistas o ecofeministas. Meta de fondo que debería de guiar y coordinar las reconversiones que se están planteando penosamente para fines parciales y realidades sectoriales que a veces entrañan una sinrazón global. Por ejemplo, las exigencias de reconversión energética deberían de incentivar la realización de planes integrados mucho más ambiciosos de reconversión del metabolismo de la sociedad y de saneamiento económico y territorial adaptados a las distintas realidades y orientados hacia horizontes ecológicos y sociales generalmente deseables, viables y saludables. Con este planteamiento más amplio e integrador aparece más claro el conflicto que muestra el presente entre Cacotopía y Eutopía, en el que la demolición de la ideología dominante es condición necesaria para conseguir que la situación se incline en favor de esta última. En cualquier caso, acabo apuntando que no hace falta precisar cómo debería de ser un mundo ideal a prometer para tomar conciencia de los graves despropósitos que genera la actual crisis de civilización y sentir la necesidad corregirlos trabajando en el sentido que apunta el paradigma ecointegrador emergente.

QUIÉN ES

José Manuel Naredo es doctor en Ciencias Económicas y Estadístico Facultativo, es una de las voces más prestigiosas de la economía ecológica. Autor y editor de numerosos estudios que abarcan desde el seguimiento de la coyuntura económica en relación con aspectos patrimoniales, hasta el funcionamiento de los sistemas agrarios, urbanos e industriales en relación con los recursos naturales, entre sus publicaciones más recientes destacan Economía, poder y política. Crisis y cambio de paradigma (2.ª ed., 2015), Diálogos sobre el Oikos. Entre las ruinas de la economía y la política (2017), Raíces económicas del deterioro ecológico y social. Más allá de los dogmas (2.ª ed., 2015), La economía en evolución. Historia y perspectivas de las categorías básicas del pensamiento económico (4.ª ed., 2015), Taxonomía del lucro (2019) y La crítica agotada. Claves para el cambio de civilización (2022).

Su dilatada trayectoria ha sido reconocida con prestigiosos galardones como el Premio Nacional de Medio Ambiente, el Premio Internacional Geocrítica, el Panda de Oro y, más recientemente, la Distinción de la Fundación Fernando González Bernáldez.

Fuente: La Vanguardia digital (https://lavanguardiadigital.com.ar/index.php/2023/07/08/las-verdaderas-causas-del-deterioro-ecologico-son-las-reglas-de-juego-economico/)

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