Un punto de encuentro para las alternativas sociales

El desmantelamiento de la democracia en India afectará a todo el mundo

Arundhati Roy

Texto del discurso de la escritora al recibir el 45º Premio Europeo de Ensayo el 12 de septiembre de 2023

Agradezco a la Fundación Charles Veillon que me haya concedido el Premio Europeo de Ensayo 2023. Puede que no sea inmediatamente evidente lo encantada que estoy de recibirlo. Incluso es posible que me esté regodeando. Lo que más feliz me hace es que se trata de un premio de literatura. No para la paz. No para la cultura o la libertad cultural, sino para la literatura. Por escribir. Y por escribir el tipo de ensayos que escribo y he escrito durante los últimos 25 años.

Han trazado, paso a paso, el descenso de la India (aunque algunos lo ven como un ascenso) primero al mayoritarismo y luego al fascismo en toda regla. Sí, seguimos teniendo elecciones, y por eso, para asegurarse un electorado fiable, el mensaje de supremacismo hindú del gobernante Bhartiya Janata Party se ha difundido sin descanso entre una población de 1.400 millones de personas. En consecuencia, las elecciones son una temporada de asesinatos, linchamientos y silbidos de perro: el momento más peligroso para las minorías de la India, musulmanes y cristianos en particular.

Ya no sólo debemos temer a nuestros dirigentes, sino a toda una parte de la población. La banalidad del mal, la normalización del mal, se manifiesta ahora en nuestras calles, en nuestras aulas, en muchísimos espacios públicos. La prensa dominante, los cientos de canales de noticias 24 horas, se han puesto al servicio de la causa del mayoritarismo fascista. La Constitución de la India ha sido efectivamente dejada de lado. Se está reescribiendo el Código Penal indio. Si el régimen actual obtiene la mayoría en 2024, es muy probable que veamos una nueva Constitución.

Es muy probable que se lleve a cabo el proceso de lo que se denomina «delimitación» –una reordenación de las circunscripciones–- o gerrymandering, como se conoce en Estados Unidos, dando más escaños parlamentarios a los estados de habla hindi del norte de la India donde el BJP tiene su base. Esto provocará un gran resentimiento en los estados del sur y puede llegar a balcanizar la India. Incluso en el improbable caso de una derrota electoral, el veneno supremacista cala hondo y ha comprometido todas las instituciones públicas destinadas a supervisar los controles y equilibrios. Ahora mismo, prácticamente no hay ninguno, excepto un Tribunal Supremo debilitado y socavado.

Permítanme darles las gracias una vez más por este prestigioso premio y por el reconocimiento de mi trabajo, aunque debo decirles que un premio a toda una vida hace que una persona se sienta vieja. Tendré que dejar de fingir que no lo soy. En cierto modo, es una gran ironía recibir un premio por 25 años de escribir advirtiendo sobre la dirección en la que nos dirigíamos, que no fue tenida en cuenta, sino a menudo objeto de burlas y críticas por parte de los liberales y de quienes se consideraban también «progresistas».

Pero ahora se ha acabado el tiempo de las advertencias. Estamos en una fase diferente de la historia. Como escritora, sólo puedo esperar que mis escritos den testimonio de este capítulo tan oscuro que se está desarrollando en la vida de mi país. Y ojalá que el trabajo de otros como yo perdure, que se sepa que no todos estábamos de acuerdo con lo que estaba ocurriendo.

Mi vida como ensayista no estaba planeada. Simplemente ocurrió.

Mi primer libro fue El dios de las pequeñas cosas, una novela publicada en 1997. Coincidía con el 50 aniversario de la independencia de la India del colonialismo británico. Hacía ocho años que había terminado la Guerra Fría y el comunismo soviético había quedado enterrado entre los escombros de la guerra afgano-soviética. Era el comienzo del mundo unipolar dominado por Estados Unidos en el que el capitalismo era el vencedor incontestable. India se realineó con Estados Unidos y abrió sus mercados al capital corporativo.

La privatización y el ajuste estructural eran el himno del libre mercado. India se sentaba a la mesa principal. Pero en 1998 llegó al poder un gobierno nacionalista hindú dirigido por el BJP. Lo primero que hizo fue realizar una serie de pruebas nucleares. Fueron recibidas por la mayoría de la gente, incluidos escritores, artistas y periodistas, en un lenguaje de nacionalismo virulento y chovinista. Lo que era aceptable como discurso público cambió de repente.

Por aquel entonces, yo acababa de ganar el Premio Booker por mi novela y, sin quererlo, me había convertido en uno de los embajadores culturales de esta agresiva Nueva India. Era portada de las principales revistas. Sabía que si no decía nada, se daría por sentado que estaba de acuerdo con todo aquello. Comprendí entonces que callar era tan político como hablar. Comprendí que denunciar supondría el fin de mi carrera como princesa de cuento del mundo literario. Más que eso, comprendí que si no escribía lo que creía sin importarme las consecuencias, me convertiría en mi peor enemigo y posiblemente nunca volvería a escribir.

Así que escribí para salvarme a mí misma. Mi primer ensayo, «El fin de la imaginación», se publicó simultáneamente en dos importantes revistas de gran tirada, Outlook y Frontline. Inmediatamente me tacharon de traidora y antinacional. Recibí esos insultos como laureles, no menos prestigiosos que el Premio Booker. Me embarcaron en un largo viaje de escritura sobre presas, ríos, desplazamientos, castas, minería y guerras civiles, un viaje que profundizó mis conocimientos y entrelazó mi ficción y mi no ficción de tal forma que ya no pueden separarse.

Leeré un breve extracto de uno de los ensayos de mi libro Azadi [Libertad en hindi], que trata de cómo estos ensayos viven en el mundo. Se titula «El lenguaje de la literatura»:

Cuando los ensayos se publicaron por primera vez (primero en revistas de gran tirada, luego en Internet y finalmente como libros), fueron vistos con torva sospecha, al menos en algunos círculos, a menudo por aquellos que ni siquiera estaban necesariamente en desacuerdo con la política. La escritura se situaba en un ángulo opuesto a lo que convencionalmente se considera literatura. El recelo era una reacción comprensible, sobre todo entre los inclinados a la taxonomía, porque no podían decidir qué era exactamente: ¿panfleto o polémica, escrito académico o periodístico, cuaderno de viaje o simple aventurerismo literario?

Para algunos, simplemente no contaba como escritura: «Oh, ¿por qué has dejado de escribir? Estamos esperando tu próximo libro». Otros pensaban que yo era una pluma de alquiler. Recibía todo tipo de ofertas: «Querida, me encantó el artículo que escribiste sobre los pantanos, ¿podrías escribirme uno sobre el maltrato infantil?» (Esto ocurrió de verdad.) Me sermoneaban severamente (sobre todo hombres de casta superior) sobre cómo escribir, los temas sobre los que debía escribir y el tono que debía adoptar.

Pero en otros lugares –llamémoslos lugares fuera de la carretera– los ensayos se tradujeron rápidamente a otras lenguas indias, se imprimieron como panfletos, se distribuyeron gratuitamente en bosques y valles fluviales, en pueblos atacados, en campus universitarios donde los estudiantes estaban hartos de que les mintieran. Porque esos lectores, en el frente, chamuscados ya por el fuego que se extendía, tenían una idea totalmente distinta de lo que es o debe ser la literatura.

Menciono esto porque me enseñó que el lugar de la literatura lo construyen los escritores y los lectores. Es un lugar frágil en algunos aspectos, pero indestructible. Cuando se rompe, lo reconstruimos. Porque necesitamos cobijo. Me gusta mucho la idea de una literatura que se necesita. Literatura que da cobijo. Refugio de todo tipo.

Hoy es impensable que cualquier medio de comunicación de la India, que vive de la publicidad de las empresas, publique ensayos como éste. En los últimos 20 años, el libre mercado, el fascismo y la llamada prensa libre han bailado juntos para llevar a India a un punto en el que no puede llamarse democracia.

En enero de este año ocurrieron dos cosas que sirven para ilustrar esto de una manera que probablemente nada más podría hacerlo. La BBC emitió un documental en dos partes titulado India: The Modi Question, y unos días después, una pequeña empresa estadounidense llamada Hindenburg Research, especializada en lo que se conoce como venta en corto activista, publicó lo que ahora se conoce como el Informe Hindenberg, una detallada exposición de las escandalosas irregularidades cometidas por la mayor empresa de la India, el grupo Adani.

El momento BBC-Hindenburg fue retratado por los medios de comunicación indios como nada menos que un ataque a las torres gemelas de la India: el Primer Ministro Narendra Modi y el mayor industrial de la India, Gautam Adani, que era, hasta hace poco, el tercer hombre más rico del mundo. Los cargos que se les imputan no son sutiles. La película de la BBC implica a Modi en la instigación de asesinatos en masa. El Informe Hindenburg acusa a Adani de llevar a cabo «la mayor estafa de la historia empresarial». El 30 de agosto, The Guardian y Financial Times publicaron artículos basados en documentos incriminatorios obtenidos por el Organized Crime and Corruption Reporting Project que corroboran aún más el Informe Hindenburg.

Las agencias de investigación indias y la mayoría de los medios de comunicación indios no están en condiciones de investigar o publicar estas historias. Cuando los medios extranjeros lo hacen, es fácil entonces, en la actual atmósfera de pseudo hipernacionalismo, retratarlo como un ataque a la soberanía india.

El episodio 1 de la película de la BBC The Modi Question trata sobre el pogromo antimusulmán de 2002 que asoló el estado de Gujarat después de que se responsabilizara a los musulmanes del incendio de un vagón de tren en el que 59 peregrinos hindúes fueron quemados vivos. Modi había sido nombrado –no elegido– ministro principal del estado sólo unos meses antes de la masacre. La película no trata sólo de los asesinatos, sino también del viaje de 20 años que algunas víctimas hicieron a través del laberíntico sistema legal indio, manteniendo la fe, esperando justicia y responsabilidad política.

Incluye testimonios de testigos presenciales, el más conmovedor el de Imtiyaz Pathan, que perdió a diez miembros de su familia en la «masacre de la Sociedad Gulbarg», en la que una turba asesinó a 60 personas, entre ellas un antiguo diputado, Ehsan Jaffri, que fue descuartizado y quemado vivo. Era rival político de Modi y había hecho campaña contra él en unas elecciones recientes. Fue una de las varias masacres igualmente espantosas que tuvieron lugar esos días en Gujarat.

Otra de las masacres, que no aparece en la película, fue la violación en grupo de Bilkis Bano, de 19 años, y el asesinato de 14 miembros de su familia, incluida su hija de 3 años. El pasado agosto, en el Día de la Independencia, mientras Modi se dirigía a la nación para hablar de la importancia de los derechos de la mujer, su gobierno, ese mismo día, indultó a los violadores-asesinos de Bilkis y su familia, que habían sido condenados a cadena perpetua. Habían pasado la mayor parte de su tiempo en la cárcel en libertad condicional. Ahora son hombres libres. Fueron recibidos con guirnaldas a la salida de la cárcel, son ahora miembros respetados de la sociedad y comparten escenario con políticos del BJP en programas públicos.

La película de la BBC reveló un informe interno encargado por el Ministerio de Asuntos Exteriores británico en abril de 2002, hasta ahora inédito para el público. El informe de investigación estimaba que «al menos 2.000» personas habían sido asesinadas. Calificaba la masacre de pogromo planificado de antemano que presentaba «todas las características de la limpieza étnica». Afirmaba que contactos fiables le habían informado de que se había ordenado a la policía que se retirara. El informe culpaba directamente a Modi. Tras el pogromo de Gujarat, Estados Unidos le denegó el visado. Modi ganó tres elecciones consecutivas y fue ministro principal de Gujarat hasta 2014. La prohibición se revocó cuando se convirtió en Primer Ministro.

El gobierno de Modi prohibió la película. Todas las plataformas de redes sociales han acatado la prohibición y han retirado todos los enlaces y referencias a la película. A las pocas semanas del estreno de la película, las oficinas de la BBC fueron rodeadas por la policía y allanadas por funcionarios de Hacienda.

El Informe Hindenburg acusa al Grupo Adani de participar en una «descarada trama de manipulación bursátil y fraude contable», que –mediante el uso de entidades ficticias en paraísos fiscales– sobrevaloró artificialmente sus principales empresas cotizadas e infló el patrimonio neto de su presidente. Según el informe, siete de las empresas de Adani que cotizan en bolsa están sobrevaloradas en más de un 85%. Modi y Adani se conocen desde hace décadas. Su amistad se consolidó tras el pogromo de Gujarat de 2002.

En aquel momento, gran parte de la India, incluida la India empresarial, retrocedió horrorizada ante la matanza abierta y la violación masiva de musulmanes que se escenificó en las calles de las ciudades y pueblos de Gujarat por parte de turbas de justicieros hindúes que buscaban «venganza». Gautam Adani apoyó a Modi. Con un pequeño grupo de industriales gujaratíes creó una nueva plataforma de empresarios. Denunciaron a los críticos de Modi y le apoyaron mientras iniciaba una nueva carrera política como «Hindu Hriday Samrat», el Emperador de los Corazones Hindúes. Así nació lo que se conoce como el modelo de «desarrollo» de Gujarat: un nacionalismo hindú violento respaldado por el dinero de las grandes empresas.

En 2014, tras tres mandatos como ministro principal de Gujarat, Modi fue elegido primer ministro de la India. Voló a su ceremonia de investidura en Delhi en un jet privado con el nombre de Adani estampado en la carrocería de la aeronave. En los nueve años de mandato de Modi, Adani se convirtió en el hombre más rico del mundo. Su fortuna pasó de 8.000 millones de dólares a 137.000 millones. Sólo en 2022, ganó 72.000 millones de dólares, más que los ingresos combinados de los siguientes nueve multimillonarios del mundo juntos. El Grupo Adani controla ahora una docena de puertos marítimos que representan el movimiento del 30% de la carga de la India, siete aeropuertos que manejan el 23% de los pasajeros aéreos de la India y almacenes que colectivamente almacenan el 30% del grano de la India. Posee y explota centrales eléctricas que son las mayores generadoras de electricidad privada del país.

Sí, Gautam Adani es uno de los hombres más ricos del mundo, pero si nos fijamos en su despliegue durante las elecciones, el BJP no es solo el partido político más rico de la India, sino quizá incluso del mundo. En 2016, el BJP introdujo el sistema de bonos electorales para permitir a las empresas financiar a los partidos políticos sin que sus identidades se hicieran públicas. Se ha convertido en el partido con mayor cuota de financiación empresarial con diferencia. Parece como si las torres gemelas tuvieran un sótano común.

Del mismo modo que Adani apoyó a Modi cuando lo necesitaba, el Gobierno de Modi ha apoyado a Adani y se ha negado a responder a una sola pregunta formulada por miembros de la oposición en el Parlamento, llegando incluso a borrar sus discursos de las actas parlamentarias.

Mientras el BJP y Adani acumulaban fortunas, Oxfam afirmaba en un informe demoledor que el 10% de la población india más rica posee el 77% de la riqueza nacional total. El 73% de la riqueza generada en 2017 fue a parar al 1% más rico, mientras que 670 millones de indios, que constituyen la mitad más pobre de la población, solo vieron aumentar su riqueza en un 1%. Aunque la India es reconocida como una potencia económica con un enorme mercado, la mayor parte de su población vive en una pobreza aplastante.

Millones viven de raciones de subsistencia que se entregan en paquetes con la cara de Modi impresa en ellos. India es un país muy rico con gente muy pobre. Una de las sociedades más desiguales del mundo. Por sus penas, Oxfam India también ha sido asaltada. Y Amnistía Internacional y muchas otras ONG problemáticas de la India han sido acosadas para que cierren.

Nada de esto ha cambiado en absoluto para los líderes de las democracias occidentales. Pocos días después del momento Hindenburg-BBC, tras unas reuniones «cálidas y productivas», el primer ministro Modi, el presidente Joe Biden y el presidente Emmanuel Macron anunciaron que India compraría 470 aviones Boeing y Airbus. Biden afirmó que el acuerdo crearía más de un millón de puestos de trabajo en Estados Unidos. Los Airbus llevarán motores Rolls Royce. «Para el próspero sector aeroespacial del Reino Unido», dijo el Primer Ministro Rishi Sunak, «el cielo es el límite».

En julio, Modi viajó a Estados Unidos en visita de Estado y a Francia como invitado principal el Día de la Bastilla. ¿Te lo puedes creer? Macron y Biden le adulaban de la manera más embarazosa, sabiendo perfectamente que esto se convertiría en oro puro de campaña para las elecciones generales de 2024 en las que Modi se presentará a un tercer mandato. No hay nada que no supieran sobre el hombre al que están abrazando.

Conocerían el papel de Modi en el pogromo de Gujarat. Habrían sabido de la enfermiza regularidad con la que los musulmanes son linchados públicamente, de cómo algunos linchadores fueron recibidos con guirnaldas por un miembro del gabinete de Modi y del precipitado proceso de segregación y guetización de los musulmanes. Habrían sabido de la quema de cientos de iglesias por vigilantes hindúes.

Habrían sabido de la persecución de políticos de la oposición, estudiantes, activistas de derechos humanos, abogados y periodistas, algunos de los cuales han sido condenados a largas penas de prisión, de los ataques a universidades por parte de la policía y presuntos nacionalistas hindúes, de la reescritura de los libros de texto de historia, de la prohibición de películas, del cierre de Amnistía Internacional India, de la redada en las oficinas de la BBC en la India, de los activistas, periodistas y críticos del gobierno incluidos en misteriosas listas de exclusión aérea y de la presión sobre académicos, tanto indios como extranjeros.

Habrían sabido que India ocupa ahora el puesto 161 de 180 países en la Clasificación Mundial de la Libertad de Prensa, que muchos de los mejores periodistas indios han sido expulsados de los principales medios de comunicación y que los periodistas pronto podrían verse sometidos a un régimen regulador censor en el que un organismo nombrado por el gobierno tendrá potestad para decidir si los informes y comentarios de los medios de comunicación sobre el gobierno son falsos o engañosos. Y la nueva ley de tecnologías de la información, destinada a acallar la disidencia en las redes sociales.

Habrían sabido de las violentas turbas de vigilantes hindúes armados con espadas que, de forma regular y abierta, piden la aniquilación de los musulmanes y la violación de las mujeres musulmanas.

Habrían sabido de la situación en Cachemira, que a partir de 2019 se vio sometida a un apagón de comunicaciones de un mes de duración –el corte de internet más largo de una democracia– y cuyos periodistas sufren acoso, detenciones e interrogatorios. Nadie en el siglo XXI debería tener que vivir como ellos, con una bota en la garganta.

Habrían sabido de la Ley de Enmienda de la Ciudadanía aprobada en 2019 que discrimina descaradamente a los musulmanes, de las protestas masivas que desencadenó y de cómo esas protestas solo terminaron después de que decenas de musulmanes fueran asesinados al año siguiente por turbas hindúes en Delhi (lo que, por cierto, tuvo lugar mientras el presidente Donald Trump estaba en la ciudad en visita de Estado, y sobre lo que no pronunció ni una palabra). Habrían sabido cómo la policía de Delhi obligó a jóvenes musulmanes gravemente heridos que estaban tendidos en la calle a cantar el himno nacional indio mientras los pinchaban y pateaban. Uno de ellos murió posteriormente.

Habrían sabido que al mismo tiempo que festejaban a Modi, los musulmanes huían de una pequeña ciudad de Uttarakhand, en el norte de India, después de que extremistas hindúes afiliados al BJP marcaran con una X sus puertas y les dijeran que se marcharan. Se habla abiertamente de un Uttarakhand «sin musulmanes». Habrían sabido que, bajo el mandato de Modi, el estado de Manipur, en el noreste de la India, se ha sumido en una bárbara guerra civil. Se ha producido una forma de limpieza étnica. El Centro es cómplice, el gobierno estatal es partidista, las fuerzas de seguridad están divididas entre la policía y otros cuerpos sin cadena de mando. Se ha cortado Internet. Las noticias tardan semanas en filtrarse.

Aun así, las potencias mundiales deciden dar a Modi todo el oxígeno que necesita para destruir el tejido social y quemar la India. Para mí, esto es una forma de racismo. Dicen ser demócratas, pero son racistas. No creen que los «valores» que profesan deban aplicarse a los países no blancos. Es una vieja historia, por supuesto.

Pero no importa. Lucharemos nuestra propia batalla y, al final, recuperaremos nuestro país. Sin embargo, si se imaginan que el desmantelamiento de la democracia en India no va a afectar a todo el mundo, deben de estar delirando.

Para todos aquellos que creen que India sigue siendo una democracia, estos son algunos de los acontecimientos que han tenido lugar en los últimos meses. A esto me refería cuando decía que hemos entrado en una fase diferente. Se acabó el tiempo de las advertencias, y debemos temer a sectores del pueblo tanto como tememos a nuestros líderes:

En Manipur, donde hace estragos una guerra civil, la policía, totalmente partidista, entregó a dos mujeres a una turba para que las pasearan desnudas por un pueblo y luego las violaran en grupo. Una de ellas vio cómo asesinaban a su hermano pequeño ante sus ojos. Mujeres que pertenecen a la misma comunidad que los violadores les han apoyado e incluso han incitado a sus hombres a violar.

En Maharashtra, un agente armado de la Fuerza de Protección Ferroviaria recorrió el pasillo de un tren disparando a pasajeros musulmanes y pidiendo a la gente que votara a Modi.

Un vigilante hindú enormemente popular, a menudo fotografiado codeándose con altos cargos políticos y policiales, pidió a los hindúes que participaran en una marcha religiosa a través de un asentamiento de mayoría musulmana densamente poblado. Es el principal acusado del asesinato de dos jóvenes musulmanes que fueron atados a un vehículo y quemados vivos en febrero.

La ciudad de Nuh linda con Gurgaon, donde tienen sus oficinas grandes empresas internacionales. Los hindúes de la marcha llevaban ametralladoras y espadas. Los musulmanes se defendieron. Como era de esperar, la marcha acabó en violencia. Seis personas murieron. Un imán de 19 años fue masacrado en su cama, su mezquita destrozada e incendiada. La respuesta del Estado ha sido arrasar todos los asentamientos musulmanes más pobres y provocar la huida de cientos de familias para salvar sus vidas.

El Primer Ministro no ha dicho nada al respecto. Estamos en época electoral. El próximo mayo habrá elecciones generales. Todo forma parte de una campaña electoral. Estamos preparados para más derramamiento de sangre, asesinatos en masa, ataques de falsa bandera, guerras fingidas y cualquier cosa que polarice aún más a una población ya polarizada.

Acabo de ver un pequeño y escalofriante vídeo filmado en el aula de una pequeña escuela. La profesora hace que un niño musulmán se ponga de pie junto a su pupitre y pide al resto de los alumnos, chicos hindúes, que se acerquen uno a uno y le den una bofetada. Amonesta a los que no le han pegado lo bastante fuerte. Hasta ahora, los hindúes del pueblo y la policía han presionado a la familia musulmana para que no presente cargos. Al niño musulmán se le ha devuelto la matrícula y se le ha retirado de la escuela.

Lo que está ocurriendo en la India no es esa variedad suelta de fascismo de Internet. Es algo real. Nos hemos convertido en nazis. No sólo nuestros líderes, no sólo nuestros canales de televisión y periódicos, sino también amplios sectores de nuestra población. Un gran número de hindúes que viven en Estados Unidos, Europa y Sudáfrica apoyan a los fascistas tanto política como materialmente. Por el bien de nuestras almas, y por las de nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos, debemos levantarnos. No importa si fracasamos o tenemos éxito. Esa responsabilidad no recae sólo sobre nosotros en la India. Pronto, si Modi gana en 2024, se cerrarán todas las vías de disidencia. Ninguno de ustedes en esta sala debe fingir que no sabía lo que estaba pasando.

Si me lo permiten, terminaré leyendo una sección de mi primer ensayo, El fin de la imaginación. Es una conversación con un amigo sobre el fracaso –y mi manifiesto personal como escritora.

Dije que, en cualquier caso, la suya era una visión externa de las cosas, esta suposición de que la trayectoria de la felicidad de una persona, o digamos la realización, había llegado a su punto máximo (y ahora debe descender) porque había tropezado accidentalmente con el «éxito». Se basaba en la creencia poco imaginativa de que la riqueza y la fama eran la materia obligatoria de los sueños de todo el mundo.

Has vivido demasiado tiempo en Nueva York, le dije. Hay otros mundos. Otro tipo de sueños. Sueños en los que el fracaso es factible. Honroso. A veces incluso merece la pena esforzarse. Mundos en los que el reconocimiento no es el único barómetro de la brillantez o la valía humana. Hay muchos guerreros que conozco y quiero, personas mucho más valiosas que yo, que van a la guerra cada día sabiendo de antemano que fracasarán. Es cierto que tienen menos «éxito» en el sentido más vulgar de la palabra, pero no por ello se sienten menos realizados.

El único sueño que merece la pena, le dije, es soñar que vivirás mientras estés vivo y morirás sólo cuando estés muerto. (¿Presciencia? Tal vez.)

¿Qué significa exactamente?” (Arqueó las cejas, un poco molesta.)

Intenté explicarlo, pero no lo hice muy bien. A veces necesito escribir para pensar. Así que se lo escribí en una servilleta de papel. Esto es lo que escribí: «Amar. Ser amado. Para no olvidar nunca tu propia insignificancia. Para no acostumbrarte nunca a la indecible violencia y a la vulgar disparidad de la vida que te rodea. A buscar la alegría en los lugares más tristes. Para perseguir la belleza hasta su guarida. A no simplificar nunca lo complicado ni complicar lo sencillo. A respetar la fuerza, nunca el poder. Sobre todo, a observar. Intentar comprender. No apartar nunca la mirada. Y nunca, nunca, olvidar».

Permítanme agradecerles de nuevo el honor de este premio. Me ha encantado la parte de la cita del premio en la que dice: «Arundhati Roy utiliza el ensayo como una forma de combate».

Sería presuntuoso, arrogante e incluso un poco estúpido por parte de una escritora creer que puede cambiar el mundo con sus escritos. Pero sería lamentable que ni siquiera lo intentara.

Antes de irme… sólo quiero decir esto: Este premio viene con un montón de dinero. No se quedará conmigo. Lo compartiré con los muchos activistas, periodistas, abogados y cineastas increíblemente valientes que siguen plantando cara a este régimen casi sin recursos. Por sombría que sea la situación, sepan que hay una tremenda lucha contra ella.

Arundhati Roy fue galardonada con el 45º Premio Europeo de Ensayo a toda una vida con motivo de la traducción francesa de su ensayo Azadi – Liberté, Fascisme, Fiction el 12 de septiembre.

Fuente: Scroll, 14/9/2023 (https://scroll.in/article/1055943/arundhati-roy-the-dismantling-of-democracy-in-india-will-affect-the-whole-world)

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