Una lectura equivocada de Palestina
Max Ajl
En los últimos tiempos han aflorado dos falsedades, derivadas de la misma raíz de irracionalidad, narrativas superficialmente ahistóricas y desinterés por comprender las luchas de liberación nacional contra el imperialismo. Una: Benjamin Netanyahu conspiró más o menos con Hamás para mantener la división nacional palestina y dio poder al movimiento en Gaza. Dos: Israel y su lobby parasitario llevan a Estados Unidos a un belicismo irracional.
Que ‘El Lobby‘ nos obligue a hacerlo no es nada nuevo. Ha sido una mentira barata vendida por las clases dominantes del Golfo para encubrir su provechosa integración en el paraguas financiero y de defensa estadounidense, por antisemitas financiados por la contrainteligencia enviados a destruir el movimiento palestino, por nazis, por el profesorado estratégico estadounidense como John Mearsheimer preocupado por el declive estadounidense, y recientemente en la advertencia de la New Left Review de que el apoyo a Israel «ha superado históricamente cualquier cálculo político razonable» (¿Cuándo decidieron los marxistas que su trabajo es susurrar a la clase exterminacionista que su cálculo está mal)?
El cuento de hadas de que «Netanyahu cortejó a Hamás» es más reciente, una extraña quimera de la verdad más antigua de que Israel y Estados Unidos preferían a Hamás –pero, rara vez mencionado, también a Fatah– a las fuerzas palestinas dirigidas por los marxistas en la década de 1980, y la verdad más reciente de que Netanyahu hizo tratos que habían permitido a Hamás cierto espacio de maniobra financiera desde 2014. Podemos considerar más adelante los orígenes de cada tópico. Por ahora, consideremos su contenido.
Israel, libra por libra, es la mejor inversión que Estados Unidos ha hecho jamás. Israel es la expresión más pura del poder occidental, que combina el militarismo, el imperialismo, el colonialismo de colonos, la contrainsurgencia, la ocupación, el racismo, la inculcación de la derrota ideológica, la enorme y rentable actividad bélica y el desarrollo de alta tecnología en una monstruosidad de destrucción, muerte y caos. Desde la victoria de Israel en la guerra de 1948-1949, los planificadores estadounidenses vieron en el país una potencia militar regional capaz de contener las ambiciones militares y políticas árabes. En medio del ocaso imperial de Francia en la región árabe, el país se alineó con Israel, tratando de asestar un golpe al Egipto nasserista mediante la Agresión Tripartita de 1956 con Gran Bretaña e Israel, y armando al sionismo para su exitosa guerra de 1967 contra el nacionalismo árabe radical en los Estados del frente. Con el visto bueno de Estados Unidos, la guerra dejó en ruinas la fusión siria baazista de nacionalismo árabe y marxismo-leninismo y hundió el proyecto de desarrollo nacional nasserista. Israel también se convirtió en un asesino útil, eliminando a luminarias radicales árabes desde Mehdi Ben Barka a Ghassan Kanafani.
A partir de 1970, la ayuda militar estadounidense a Israel convirtió al país en un activo único: una fábrica de armas en el extranjero; un irritante regional para la paz, la estabilidad y el desarrollo regional popular árabes; un giroscopio destructivo de la contrainsurgencia mundial; un agujero negro que extraía los excedentes regionales y los dedicaba a un armamento defensivo y ofensivo sin fin, alejándolos del gasto en bienestar social-popular y del desarrollo no militar. Singularmente, EEUU permitió a Israel mantener la ayuda militar parcialmente dentro del país, construyendo lenta y constantemente una capacidad industrial militar masiva. Mientras tanto, las entradas de capital estadounidense se aceleraron, aprovechándose de la mano de obra altamente cualificada de Israel en el sector de la defensa, apoyándose en la superexplotación de la subclase colonial palestina en otros sectores. A cambio, Israel armó a fuerzas reaccionarias en todo el mundo: desde Argentina a Brasil y Chile, ayudando a eludir las restricciones del Congreso sobre los envíos de armas a los Contras nicaragüenses y armamento avanzado al régimen del apartheid sudafricano. A escala mundial, Israel ha protegido la arquitectura política del capitalismo global. Y su adjunto nacional estadounidense, la Liga Antidifamación, fue precursora en una inversión capitalista sionista más amplia en la represión al llevar a cabo un amplio espionaje de los movimientos antirracistas, antisionistas, árabe-americanos y antiapartheid.
A lo largo de este periodo, la «relación especial» entre Estados Unidos e Israel se hizo cada vez más íntima a medida que la implacable guerra imperial por poderes y las sanciones –desde Libia hasta el Líbano– empañaban el desarrollismo, degradaban las aspiraciones republicanas y, a menudo, evaporaban el marxismo regional. Las desigualdades de clase se ampliaron a medida que el Golfo, Egipto y Líbano se convertían en nodos de acumulación regional y mundial. La opción israelí de impulsar la acumulación mundial mediante guerras contra el republicanismo y la revolución sirvió bien a la clase dominante estadounidense.
El «proceso de paz», conocido como Oslo, impuesto tras la caída de la URSS y el cerco del Iraq baasista, buscaba el neoliberalismo neocolonial bajo ocupación militar en Cisjordania y la Franja de Gaza como parte del intento postsoviético de cristalizar «el fin de la historia» mediante la neutralización o evaporación de las fuentes de fricción u obstáculos estratégicos que quedaban para el proyecto estadounidense. El capital entrante de la diáspora palestina, junto con una Autoridad Palestina (AP) corrupta, fue el socio menor de Estados Unidos en la agenda de construcción del Estado. El capital israelí se convirtió en un componente transnacional continuo del proyecto de globalización estadounidense, con grandes elementos en la floreciente contrainsurgencia de alta tecnología.
Oslo fue un vector legal para el crecimiento de los mecanismos de asfixia política de las denominadas listas del terror, a medida que EEUU pasaba a las operaciones de limpieza postsoviéticas. Las fuerzas de rechazo –aquéllas que llevan la parte del león de las actuales operaciones de resistencia, a saber, Hamás y la Yihad Islámica, junto con el Frente Popular para la Liberación de Palestina– fueron incluidas en listas terroristas, a las que se unieron las insurgencias comunistas armadas restantes en Filipinas y Colombia, y prácticamente el Estado de Irán en su totalidad mediante la inclusión en la lista del Cuerpo de Guardias Revolucionarios Iraníes. Los partidos palestinos se enfrentaron a la muerte de los mil cortes a medida que iban perdiendo cuadros a favor de las ONG erigidas por la industria de la ayuda. El desarrollo palestino se deterioró hasta convertirse en un proceso apolítico de gobernanza, crecimiento y trabajo en proyectos aislados.
Aunque a lo largo de este período las arcas de la clase dominante estadounidense se hincharon e Israel adquirió un papel cada vez más central en la contrainsurgencia mundial, la construcción de muros, la vigilancia y el mantenimiento del orden, la operación estadounidense no consiguió cerrar el expediente palestino. La resistencia armada, la lucha contra la corrupción y un entramado de instituciones de bienestar de la sociedad civil dieron a Hamás la legitimidad necesaria para ganar las elecciones palestinas de 2006. Aunque pronto el ala política exterior sería cortejada por el proxy más sofisticado de Estados Unidos, Qatar, el ala militar en la Franja de Gaza se mantuvo cercana a sus aliados iraníes, libaneses y sirios. Mientras tanto, el fracaso de las FDI contra Hezbolá en Líbano en 2006 sentó las bases para la reorientación: armamento, entrenamiento, financiación y, a través de los medios de comunicación del Golfo, inculcación ideológica de milicias proxy suníes sectarias destinadas a romper el consenso popular árabe en torno a la resistencia y, desde 2011, a soltarlas hacia el fin del subdesarrollo regional y el colapso del Estado.
Esas líneas de división surgieron abiertamente con la guerra por poderes de EE.UU. contra Siria en 2011, la deserción de la dirección política de Hamás de Damasco a Qatar, y el objetivo de EE.UU. de destripar los movimientos de resistencia asimétrica armados regionales, mientras sanciona y hace la guerra abierta, ya sea a través del armamento por poderes del Ejército Sirio Libre u otras milicias, o directamente, sobre sus patrocinadores estatales y columnas vertebrales logísticas: Irán y Siria.
12 años de guerra regional, 100.000 muertos árabes, ciudades yemeníes y sirias bombardeadas e incendiadas, y cuatro guerras en la Franja de Gaza –2008/9, 2012, 2014, 2021– condujeron a los ataques del 7 de octubre. Dentro de la propia Franja de Gaza, la resistencia hizo ver a la población que eran una externalidad política del acercamiento y la normalización saudí/israelí/estadounidense. Que nadie iba a hacer nada por Gaza a menos que ellos hicieran algo por sí mismos. Que el asedio llenaba todos los horizontes.
La distorsión «Netanyahu permitió a Hamás» se basa en la afirmación correcta de que Netanyahu trató indirectamente con Hamás a través de Qatar y permitió la formación de un régimen de permisos para los trabajadores invitados palestinos de Gaza. Con ello pretendía garantizar una relativa tranquilidad en el sur. Lejos de que Hamás colaborara con Netanyahu o vigilara el alto el fuego, este montaje fue un logro de la resistencia palestina, que le permitió la apariencia de quietud política en sus aguas superficiales mientras que por debajo se movía con rapidez y construía una profunda infraestructura defensiva. La mentira pretende sugerir que la fuerza de Hamás se debe a la conspiración con Israel, cuando Hamás simplemente expresa las aspiraciones nacionalistas del pueblo palestino.
Este cuento chino también ha sugerido que Netanyahu deseaba evitar las conversaciones directas con la AP en Ramala para alcanzar un acuerdo de paz. La mentira es la insinuación de que la AP neocolonial es una fuerza para la construcción del Estado y la soberanía palestina. De hecho, es el guante de terciopelo –más a menudo estos días, de correo– de la colaboración neocolonial en Cisjordania, en medio de la coordinación de la AP con Israel y el asesinato de cuadros anticolaboracionistas como Nizar Banat en 2021. También es legible sólo con el telón de fondo de la progresiva normalización de Qatar con Israel y su agenda regional de una sofisticada desfiguración del proyecto de resistencia.
Esto nos lleva al 7 de octubre y a examinar lo que se ha desarrollado en la cuna popular de la Franja de Gaza y en las sociedades circundantes. Dentro de cada una de ellas, hay crecientes milicias antisistémicas o prosoberanas y ejércitos republicanos desplegados desde Líbano hasta Irak, desde Yemen hasta Irán. Como señala Al-Amjad Salama, «uno de los factores fundamentales que observamos al examinar las fuerzas de resistencia en toda la región es el respaldo popular… una forma de movilización de recursos», y añade que «uno de los aspectos más cruciales de la movilización para las fuerzas del eje de resistencia es la movilización de recursos materiales», especialmente seres humanos.
¿Qué es esta fuerza, estos seres humanos, a los que se refiere esta palabra: resistencia?
En primer lugar, literalmente, nos referimos al logro de los pueblos más pobres y estratégicamente desfavorecidos del planeta. Dentro de la cercada e inmisericorde Franja de Gaza, muchos de los combatientes de Al-Qassam son huérfanos. En medio del cerco y el subdesarrollo, la resistencia popular ha sido capaz de consolidar un arsenal y reunir al 1,5% de su población en una fuerza guerrillera de 30.000-40.000 hombres que puede –hombre por hombre– superar a casi cualquiera del mundo.
La resistencia, en segundo lugar, ha aleado el compromiso ideológico, la voluntad de sacrificio por su pueblo y el ingenio tecnológico en una capacidad armada capaz de enfrentarse cara a cara con una potencia nuclear desde túneles subterráneos, la «base de retaguardia» y la profundidad estratégica física necesarias para la insurgencia guerrillera. El hormigón son sus montañas. Desde ahí han puesto en peligro a un enemigo con órdenes de magnitud superiores en PIB per cápita –el PIB israelí es de 52.000 dólares al año–, con arsenales valorados en miles de millones.
Tercero, la resistencia, al lanzar su operación del 7 de octubre, es un ejemplo para el mundo de que los procedimientos postsoviéticos de asfixia y exterminio, las sanciones y las listas del terror y las contramedidas basadas en la ayuda, no pudieron impedir el surgimiento de un movimiento nacional disciplinado y nuevo que levanta la cabeza hacia el cielo.
En cuarto lugar, la cuna popular lleva la palabra resistencia más allá de los hombres armados, hasta los médicos que van a la muerte en lugar de abandonar a sus pacientes y las mujeres y hombres del norte de la Franja de Gaza, que se enfrentan al fósforo blanco en lugar de abandonar sus hogares. Es precisamente la fuerza del compromiso civil con el proyecto nacional lo que provoca el exterminio estadounidense-israelí: «los funcionarios civiles», incluidos los administradores de hospitales y de escuelas, y también toda la población de Gaza son, en consecuencia, los objetivos –no por crueldad, sino para doblegar a Hamás rompiendo su cuna–.
En quinto lugar, a través de estos logros, la resistencia palestina ha sido capaz de presentar una amenaza aguda a las estructuras de propiedad colono-capitalistas llamadas Israel, a la acumulación militarizada, al taller mundial de tecnología de contrainsurgencia y a toda la arquitectura de la represión regional con sus flujos asociados de petrodólares, tesorería, compras de seguridad y comercialización de armas. Porque el capitalismo no es sólo el mecanismo de relojería de la acumulación a través del intercambio generalizado de mercancías y la explotación laboral, sino que es la maquinaria de la violencia –su tecnología– la que garantiza el buen funcionamiento del reloj, la cosificación de sus elementos humanos, las decisiones políticas para mantener y reajustar la maquinaria de la acumulación monopolista y el despilfarro de vidas humanas, que es cada vez más la principal aportación árabe al capitalismo global.
Y lo que es más preocupante desde la perspectiva del poder monopolista, la resistencia palestina no está sola. Forma parte de una resistencia populista regional que implica a los pueblos más pobres de la Tierra. El PIB per cápita yemení es de 677 dólares, y sus 200.000 hombres en armas han hecho polvo a los ejércitos mercenarios de Estados Unidos y el Consejo de Cooperación del Golfo en amplias zonas de Yemen. Son portadores de una ideología explícitamente antiestadounidense y antiisraelí, un arsenal considerable, una gran experiencia en el campo de batalla y una bandera de republicanismo revolucionario que recuerda a la Edad de Oro del nacionalismo árabe. Siria, con un coste inimaginable, ha aislado a las fuerzas proxy estadounidenses, que se contaban por cientos de miles en su cénit, ha mantenido las funciones del Estado y ha preservado los corredores logísticos y materiales para la resistencia. Al menos 100.000 personas están bajo las armas en Hezbolá, ahora una fuerza de combate híbrida de élite sustancialmente más avanzada y experimentada que en 2006.
Es inimaginable que los Estados autoritarios neocoloniales ni su benefactor estadounidense toleren ni remotamente una milicia masiva de la clase trabajadora que hable un lenguaje de justicia y republicanismo y se levante en armas contra los patrocinadores de esos Estados. A su vez, es tan natural como que el sol salga por Oriente que EEUU, el Reino Unido, Alemania, Francia y sus sátrapas árabes y del Golfo converjan en el apoyo a Israel como punta de lanza del asalto a la milicia popular árabe circundante.
Y dado que Israel es la piedra angular del orden imperialista regional –mantenido no por el consenso hegemónico sino por la brutalidad de Apaches y Merkavas– es tan natural como que el agua caiga de las nubes que lo que se ha desarrollado en la Franja de Gaza, en cuanto se movilizara política y militarmente, incitaría la reacción occidental para borrarlo de la faz de la Tierra e imponer un horror inimaginable para aterrorizar a los pueblos palestino, árabe y del Tercer Mundo para que nunca más levanten la cabeza.
La operación del 7 de octubre ha superado quizás el papel central del Estado israelí en la acumulación a escala mundial: arraigar un estado de derrota entre las clases trabajadoras árabes, como parte integrante de la derrota ideológica postsoviética impuesta por el capital al trabajo a escala mundial. La disuasión es la forma que adopta la derrota cuando se lleva al plano militar, e Israel admite abiertamente que su disuasión se ha hecho añicos.
Visto desde esta perspectiva, los riesgos que corren los estados capitalistas occidentales –su imposición de una regulación fascista contra las libertades de expresión y reunión, su respaldo al genocidio, su desesperación por ver a la milicia armada palestina borrada de la faz de la Tierra– es lógica, razonable y racional en su sociopatía. Es la lógica del monopolio que intenta defenderse a sí mismo y a la conciencia que lo escolta con fuego del cielo. Es una lógica que llena cementerios, y una lógica que produce huérfanos, y es una lógica que todavía podría encontrar su fin en ese cruce de continentes – ese saliente, y la ciudad y sus campos y su gente.
Max Ajl es investigador del Departamento de Estudios sobre Conflictos y Desarrollo de la Universidad de Gante y editor de Agrarian South. Es autor de A People’s Green New Deal. Sus escritos sobre el desarrollo árabe pueden consultarse aquí.
Fuente: Ebb Magazine, 29-11-2023 (https://www.ebb-magazine.com/essays/misreading-palestine)