La política y la guerra: las hermanas siamesas del neoliberalismo
«En la época moderna el Estado Nacional es un castillo de naipes frente al viento neoliberal. Las clases políticas locales juegan a que son soberanas en la decisión de la forma y altura de la construcción, pero el Poder económico hace tiempo que dejó de interesarse en ese juego y deja que los políticos locales y sus seguidores se diviertan, con una baraja que no les pertenece. Después de todo, la construcción que interesa es la de la nueva Torre de Babel, y mientras no falten materias primas para su construcción (es decir, territorios destruidos y repoblados con la muerte), los capataces y comisarios de las políticas nacionales pueden continuar con el espectáculo (por cierto el más caro del mundo y el de menor asistencia).
En la nueva Torre, la arquitectura es la guerra al diferente, las piedras son nuestros huesos y la argamasa es nuestra sangre. El gran asesino se esconde detrás del gran arquitecto (que si no se autonombra «Dios» es porque no quiere pecar de falsa modestia)»(1)
La reciente intervención militar de los Estados Unidos y sus aliados en contra del pueblo Irak ha puesto a la orden del día la discusión sobre el significado de esta nueva forma de la guerra y de su importancia para redefinir la hegemonía dentro de los que se mueven en la esfera de la dominación capitalista.
Hace ya varios años Carlos Marx y Federico Engels explicaron lo siguiente: «La burguesía no puede subsistir sin revolucionar constantemente los instrumentos de producción y por lo tanto las relaciones de producción y con ellos, el conjunto de las relaciones sociales»(2). Pues bien, ahora bajo la agudización de la competencia y la omnipresencia de las trasnacionales en el poder directo de los diversos gobiernos, la guerra se convierte en el nuevo factor que busca sobredeterminar a todos los otros. La formulación actual sería: El neoliberalismo no puede subsistir sin revolucionar constantemente los instrumentos de producción y por lo tanto las relaciones de producción y con ello el conjunto de las relaciones sociales y para lograr todo esto se está utilizando a la guerra como elemento definitorio.
Desde el 11 de septiembre, el gobierno de Bush, como fiel representante del poder de las trasnacionales, en especial las petroleras, pero también las vinculadas a la industria militar, han decidido utilizar esta acción terrorista para reorganizar la hegemonía mundial. Para lograr lo anterior han implementado una concepción de la guerra que, desde luego, tiene elementos de continuidad con otras guerras pretéritas, pero también tiene elementos nuevos que es indispensable clarificar. Aquí solamente abordaremos tres conceptos claves de la teoría de la guerra:
a) «La guerra es una continuación de la actividad política, una realización de la misma por otros medios»(3).
b) «La guerra es la ausencia de la paz».
c) La lucha es por «la paz perpetua»(4).
La nueva guerra y Clausewitz
Todo parece indicar que el viejo apotegma ha sido echado al cesto de la basura. Ahora deberíamos de decir: la paz es la continuación de la actividad militar, una realización de la misma por otros medios. Esta sería la característica central de la nueva guerra. La campaña propagandística («el imperio del mal», salvar al mundo de las armas de destrucción masiva, etcétera), las campaña mediáticas (un poco antes de que se iniciara el bombardeo contra Afganistán la CNN saca una serie de imágenes sobre una lapidación contra una mujer en el estadio de Kabul en ese país), el embargo comercial, los acuerdos y las alianzas regionales, y, desde luego, las superbombas financieras no son otra cosa que los prolegómenos de la guerra. Forman parte de ella y se subordinan a la misma, ya que ésta representa la base esencial de la nueva geoestrategia mundial.
Para esto se delimitan dos campos: los amigos y los enemigos. Nosotros y los otros. La democracia y el terrorismo. A partir de esa definición, todo está permitido, desde la mentira más ramplona, pasando por la provocación y llegando, incluso, eventualmente a la realización de actos terroristas que se le achacan a los enemigos. (Esta recuperación de los viejos conceptos de la política elaborados por Carl Schmitt se hace, evidentemente a costa de los otros conceptos del mismo autor sobre su crítica de identificar a la política con lo estatal). Esto crea una permisibilidad nunca antes vista: todo es válido. Ya hace algunos años esto había sido formulado pero ahora adquiere toda su dimensión: «Si la participación estadounidense es necesaria y justificada, el pueblo y los dirigentes de nuestro país deben comprender que la guerra de baja intensidad no se ajusta a la noción democrática de táctica y estrategia. La revolución y la contrarrevolución desarrollan su propia concepción ética y moral, la cual justifica el uso de cualquier medio para acceder a la victoria. La supervivencia se convierte en el criterio definitivo de moralidad». (Sam C. Sarkesian, «Low-Intesity Conflict: Concepts, Principies, and a Policy Guidelines»). El conflicto, entonces, no tiene posibilidades de solución en el terreno político. El conflicto no es entendido como desavenencia con posibilidades de subsistencia controlada o con posibilidades de su disolución. La guerra se convierte en el elemento clave para definir el conflicto. La guerra se convierte en la palanca para asegurar la hegemonía y la homogenización.
El mundo busca ser homogenizado por un modelo económico, un pensamiento, una cultura, un idioma, en síntesis, una forma de ver, sentir y actuar. Un mundo no solamente unipolar sino monocromático, monocorde.
Sin embargo el resultado de ese vano intento es exactamente el contrario: «Sin embargo sucede que esta Cuarta Guerra Mundial también produce el efecto contrario que llamamos ‘fragmentación’. De manera paradójica el mundo no se está haciendo uno sino que se está partiendo en mil pedazos»(5).
Al ser la fragmentación el destino de la globalización, en lugar de que disminuyan los «otros», los «enemigos», éstos crecen y se cuelan por los poros de los nuevos muros de la ignominia para llegar al corazón de las grandes megápolis. Los «enemigos» duermen en los cuartos de servicio de éstas.
Peor aún, existe una conciencia entre los nuevos ideólogos del poder del dinero: no pueden vivir sin el trabajo de esos enemigos, ya no sólo porque hay una serie de trabajos «despreciables» que solamente ellos pueden desempeñar sino, también, porque existe un problema estructural de dimensiones todavía no calculadas. En el año de 1900 la población mundial era de 1 645 millones de seres humanos, en 1960 casi se duplicó al llegar a 3 000 millones, pero en el año 2000 se llegó a 6 228 millones y se calcula que en el año 2050 la población mundial podrá llegar a 10 900 millones. Ahora el 60 por ciento de la población se encuentra en Asia; si analizamos el problema demográfico en edades, en el continente europeo el promedio de edad es de 37.1 años; en los Estados Unidos y Canadá es de 35.2; Oceanía 30.7; en Asia es de 25.5 (sería más bajo si descontáramos a Japón que tiene el promedio más alto de edad, 41 años); América Latina 23.9; África 18.3. Al ubicarse la inmensa mayoría de la población joven en África, Asia y América Latina, implica que una buena parte de la mano de obra se ubica precisamente en esas partes del mundo. Esto, desde luego, permite el problema de las migraciones; se calcula que 200 millones de seres humanos pueden ser considerados migrantes. Lo que todo esto quiere decir es que el cambio en la composición de la fuerza de trabajo representa algo estructural en la que ya no hay marcha atrás.
Los dueños de las megápolis, normalmente gente ya vieja, necesitan de esa mano de obra multicolor pero le tiene un pavor desmedido. Por eso su única respuesta, su única estrategia es diseñar un proyecto político que no es otra cosa que la continuación de la guerra por otros medios.
De esta manera «la guerra ya no es la ausencia de la paz» sino la paz es la omnipresencia de la guerra. De hecho la paz no es sino pequeños interludios en los que se preparan las condiciones de la próxima confrontación bélica.
La guerra en los Balcanes anunció la guerra en Afganistán y ésta la de Irak, luego seguirá Siria, Sudán, Corea del norte […] Cuba. Pero solamente un ingenuo puede pensar que hasta ahí llega el objetivo. La guerra también tiene un mapa y busca crear una nueva geografía. El poder de las grandes empresas multinacionales petroleras y del gobierno norteamericano busca en primer lugar generar una cuña entre Europa y China y la India y por otro lado, una cuña entre Rusia y Europa y entre Rusia y Asia.
Más allá de apreciaciones teóricas sobre la existencia del Imperio o el mantenimiento del imperialismo, o sobre la imposibilidad de la existencia del supraimperialismo o del superimperialismo, la realidad es que la visión que tiene de sí misma el sector fundamental de la clase dirigente de nuestro vecino del norte, visión que guía a su clase política y a sus medios de comunicación, tiene cada vez más un carácter fundamentalista, supremacista y unilateralista.
La «paz perpetua», en la perspectiva de los que están diseñando la nueva configuración mundial, se representa como una «guerra perpetua». La «paz perpetua» neoliberal solamente se conseguirá destruyendo al «otro», al «enemigo», pero como ese «otro», «enemigo», sigue reproduciéndose y cada vez representa una porción mayor de los habitantes de las megápolis neoliberales, entonces, se convierte en una «guerra perpetua». Así se hacen realidad los apuntes más crudos de Max Weber sobre lo qué era la política y los políticos profesionales: «Quien quiera en general hacer política y, sobre todo, quien quiera hacer política como profesión, ha de tener conciencia de estas paradojas éticas y de su responsabilidad por lo que él mismo, bajo su presión, puede llegar a ser. Repito que quien hace política pacta con los poderes diabólicos que acechan en torno de todo poder […] Quien busca la salvación de su alma y la de los demás que no la busque por el camino de la política, cuyas tareas, que son muy otras, sólo pueden cumplirse mediante la fuerza»(6). (Desde luego Weber no concebía otra forma de percibir y hacer política).
Bajo la perspectiva del poder la política es fuerza y es una fuerza que al volverse, aparentemente, irresistible en el terreno militar arrasa con todo lo que encuentra a su paso. En ese sentido, lo nuevo, lo verdaderamente nuevo de la guerra no tiene que ver con la innovación tecnológica. Como toda transformación técnica, no es otra cosa que expropiación del saber del trabajador. En última instancia, esas armas son el resultado de la experiencia humana. Atrás de cada avance tecnológico en el terreno militar se encuentra la sangre de la guerra anterior. Antes de que sea lanzada, tal o cual bomba, o de que se utilice un nuevo tipo de tanque, ya son producto del arrasamiento de civiles en alguna parte del mundo, hace algunos años.
Pero lo apabullante de esa tecnología militar busca crear una falsa conciencia: no es viable ni posible oponerse a todo ese poderío. Para que esto sea incontestable la nueva guerra ha modificado su mira. No se trata como antes del enfrentamiento entre soldados sino en quién causa más bajas civiles. Aterrorizar a la población civil y masacrarla con el objetivo de arrasar es visto como la meta. Luego vendrá la reconstrucción, nada más que ésta se hará con una población aterrorizada, traumada, por lo que vivió. Mary Kaldor en su ya clásico, «Las nuevas guerras», señala el dato clave: mientras que en la primera guerra mundial por cada 8 soldados que morían solamente moría un civil, en la guerra de los Balcanes por cada soldado que moría 8 civiles eran asesinados. Esta cifra seguramente ya se modificó después de la intervención norteamericana en Afganistán y de la guerra de intervención en Irak. Para entender esto de una manera más clara, solamente hay que leer con cierto detalle los artículos de Robert Fisk sobre la invasión norteamericana a Irak, en especial las batallas en Bagdad. La guerra ya no tiene nada que ver con la confrontación de dos ejércitos en un terreno específico alejado de las poblaciones y de las ciudades. Ahora el escenario se da en el lugar de vida de la población civil, la guerra se desarrolla en medio de la vida cotidiana. Compran, rezan, bailan, van al cine, lo mismo que combaten, se esconden a determinadas horas, son milicianos y mueren. La guerra y la vida cotidiana se entrelazan, se funden hasta alcanzar niveles trágicos.
Las otras bases de esta «nueva» guerra son: utilización de los medios técnicos modernos; industrialización del homicidio y organización científica de las masacres; exterminio masivo, gracias a la utilización de tecnologías de punta; impersonalidad de la masacre. Poblaciones enteras -hombres y mujeres, niños y ancianos- son eliminadas con el menor contacto personal posible entre quien toma la decisión y las víctimas (las bombas antibunker, que estallan después de que se entierran 4 metros y los vuelos no tripulados de bombardeo son los más claros ejemplos). Gestión burocrática, administrativa, eficaz, planificada, «racional» (en términos instrumentales) de los actos de barbarie; ideología legitimadora de tipo «moderno»: guerra en contra de la pureza étnica, contra el fundamentalismo, contra el terrorismo, contra el narcotráfico, en síntesis en dos palabras, «guerra humanitaria»(7).
La rebeldía: la otra política
«La organización, entonces, queda liberada entonces del deber de representar (a la clase o a la opinión) para contentarse con buscar organizar la política, organización del futuro anterior. Para nosotros la política, en tanto que forma de ser en común, actuar en común, de pensar en común, inscribe esta existencia plural en las coordenadas del espacio y del tiempo que ella contribuye a producir. En la medida que implica una soberanía, supone un cierto dominio espacial de un territorio. En la medida que implica un poder de decisión, apunta hacia cierto dominio temporal del futuro. Mientras subsista el hiato (separación temporal o espacial, nota mía) de la sociedad civil entre sociedad civil y el estado, mantendremos que la política conserva una dimensión de representación, o que ella ‘deambula’ entre el acontecimiento (también podría traducirse como moda) y la representación»(8).
Desde luego, siempre que el poder elabora sus rutas críticas, su teoría de los escenarios, o su teoría de los juegos existe un gran ausente, la rebeldía. Esa que se expresa en la negación de lo que existe y en un proceso paulatino, molecular, pero que de tanto en tanto, se desarrolla a partir de rupturas y saltos espectaculares.
Si de hacer un primer balance sobre la acción bélica norteamericana se trata, sería necesario decir lo siguiente:
a) Esta acción generó una agudización de las contradicciones en el seno del Imperio. Estas contradicciones son innegables, como también lo es que sería erróneo política y éticamente, apoyar al gobierno francés, alemán o ruso contra el gobierno norteamericano en la disputa por la hegemonía mundial y por la reorganización del planeta.
b) Esta acción generó un malestar en varios sectores de la burguesía árabe que se vieron entre la espada y la pared. Una vez más es indispensable hacer la constatación, pero sería un error lamentable apostar a la radicalización de una burguesía que ha dado muestras más que evidentes de su cobardía y de su capacidad de represión. Lo que sucede es que los sectores más lúcidos, entre ellos, se dan cuenta que incluso los regímenes más afines a los Estados Unidos corren peligro, frente a la agresividad norteamericana para ahogar a Europa y a China por medio del control directo del petróleo.
c) La respuesta militar que se ha estado generando en Irak fue mayor a la que se esperaba, no tanto por la fuerza social de ese régimen (que ha llevado a cabo masacres terribles) sino por un sentimiento de defensa nacional contra el nuevo dominio colonial.
d) Pero sobre todo, los señores de las nuevas guerras no se esperaban esa impresionante respuesta social, que se ha dado en todo el mundo. Del gran No que se levantó el 15 de febrero se ha ido avanzando paulatinamente hacia la asimilación de que existen tres aspectos que no se pueden separar: el neoliberalismo, la crisis de lo político (del Estado-nación) y la guerra, es decir hacia la rebeldía.
Hace algunos meses el primer ministro británico Tony Blair, en el 50 aniversario de la formación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), señaló lo siguiente:
«Hoy, todos somos internacionalistas, nos guste o no. No podemos negarnos a participar en los mercados mundiales si queremos prosperar. No podemos ignorar las nuevas ideas políticas en otros países si queremos innovar. No podemos dar la espalda a los conflictos y las violaciones de los derechos humanos si queremos permanecer seguros»(9).
Los iraquíes han vivido en carne propia el significado del «nuevo» internacionalismo pregonado por el vocero de la tercera vía. Los misiles que cayeron y arrasaron con casi todo Irak, los miles de niños muertos, los ancianos que no pudieron encontrar refugio y que quedaron descuartizados, todo eso y más fue hecho bajo el «nuevo» internacionalismo, que se resiste a llamarse a sí mismo como debe: neocolonialismo.
Abajo, un nuevo internacionalismo se está conformando. El internacionalismo que ya no sueña con un modelo único, o con un epicentro de la revolución mundial. El internacionalismo que busca y se identifica con la gente sencilla, que desde su vida cotidiana sufre los efectos de esta fase del capitalismo. El internacionalismo que no se engaña sobre el papel de caudillos represivos. El internacionalismo que busca encontrar los vasos comunicantes, los ríos subterráneos que unen Bagdad, con los altos y la selva de Chiapas, con las calles de Roma o Madrid, con la quinta avenida de Manhattan, con las fabelas de Río de Janeiro, etcétera.
Un nuevo internacionalismo que no cree más en las farsas como las de la tercera vía o que, en aras de una supuesta condena a la invasión, no olvida el papel de los gobiernos y de sus partidos en la opresión y explotación de sus pueblos.
Un nuevo tipo de internacionalismo que se caracteriza por su fondo poroso en tanto está abierto a dialogar y a contaminarse de la multitud.
Un nuevo tipo de internacionalismo que camina a pasos agigantados en su carácter constituyente y soberano, que no suspira por el viejo estado-benefactor ni por el viejo concepto institucional de soberanía.
Un nuevo tipo de internacionalismo: el internacionalismo de la rebeldía. Ese que no será derrotado en Bagdad, ese que se levanta como la única, y quizá ultima, alternativa civilizatoria.
Notas:
1. Subcomanadante Insurgente Marcos: «Otra geografía», Revista Rebeldía número 5.
2. Carlos Marx y Federico Engels: El manifiesto del Partido Comunista.
3. Carl Von Clausewitz: «De la Guerra».
4. Kant: «Por la paz perpetua»
5. Subcomandante Insurgente Marcos: «¿Cuáles son las características de la IV Guerra Mundial?»
6. Max Weber: «El político y el científico»
7. Michel Lowy : Barbarie y modernidad en el siglo XX
8. Daniel Bensaid: Le pari melancolique, ediciones Fayard, París, 1997
9. Tony Blair: «Doctrine of the Internacional Community»
Publicado en Rebeldia http//:www.revistarebeldia.org