Un punto de encuentro para las alternativas sociales

El melodrama «nudie» de Russ Meyer (de nuevo en relación a Filmaffinity y lo pornográfico) [*]

Gerard Marín Plana

A juzgar por las puntuaciones de Filmaffinity, en la actualidad Russ Meyer es un director poco conocido y hasta despreciado por el público cinéfilo medio. Sólo Faster, Pussycat! Kill! Kill! (1965), su película más vista, supera el 6 de nota. El resto de su longeva producción oscila entre el aprobado y el suspenso, y no es raro leer reseñas de usuarios que, todavía hoy, se centran únicamente en la crítica de lo que en su tiempo fue el principal reclamo en taquilla: la omnipresencia en su cine de mujeres con grandes pechos, figuras explotadas por la mirada heterosexual del hombre. Ello llevaría a Meyer a conseguir cuantiosos beneficios económicos y, eventualmente, hasta a firmar por una gran productora como 20th Century Fox –que valoraba su eficiencia–; pero también a que su erotismo, enmarcado en el «destape» de los años 70 del siglo pasado, sea tildado de misógino, vacuo y simple, y algo a enterrar para las nuevas generaciones.

En este sentido, sin embargo, el mismo Meyer pudo responder a este tipo de críticas, que trivializan la importancia de una obra cuyo lugar en la historia del cine va mucho más allá de expresar cierta imagen del deseo masculino (algo que, por otro lado, tampoco sería moco de pavo). Cuando una mujer enfadada le acusó, en un coloquio, de no ser más que «a breast man», el bueno de Russ respondió: «That’s only the half of it.» A mí también me lo parece. Para empezar, es cierto que en sus películas el director proyectó una y otra vez sus fantasías e ideales eróticos particulares, hecho que podía encajonar a la mujer en un tipo de objeto sexual; pero también lo es que los hombres y la cultura patriarcal estadounidense de la época aparecen igualmente caricaturizados, relativizados, empequeñecidos; en cambio, las actrices y personajes femeninos de sus filmes cobraban una fuerza y una agencia sexuales inauditas en el cine mainstream, que llegaban a invertir los roles de género tradicionales y que deberían considerarse históricamente emancipadoras1.

Estos árboles, por otro lado, no deberían ocultarnos el resto de bosque: Meyer fue, en general, un autor de gran talento, evidente pese a la falta de medios; no en vano su sentido de la fotografía, del montaje o de la cinematografía, aspectos todos ellos de los que se encargaba personalmente, le llevaron a ser apodado «el Federico Fellini del sexploitation». Y su trato del «Nudie», género cercano al «porno softcore», siempre se desarrolló sinérgicamente con su voluntad de analizar de forma crítica, y con una envidiable soltura y perspicacia, numerosos comportamientos y creencias estandarizados de su sociedad; algo en lo que tuvo que ver, por supuesto, su colaboración con el legendario crítico de cine Roger Ebert, que se ocupó de realizar diversos guiones para el director. Y es que, como Quentin Tarantino ha afirmado en su recomendable libro Meditaciones de Cine, Russ Meyer fue fundamentalmente «un cineasta de la contracultura», alguien que deconstruyó sistemáticamente los géneros sobre los que trabajó, que permeó de ironía y comicidad todo aquello que hizo aparecer en pantalla y a quien debemos interpretar siempre, por lo tanto, en distintos niveles.

El ejemplo más sobresaliente de todo esto tal vez se encuentre precisamente en esta delirante, lisérgica e imprescindible película que es Beyond The Valley of the Dolls (1970), que Meyer consideró su obra definitiva, y donde fue capaz de unir coherentemente la tradición melodramática de Douglas Sirk con la estética camp, vanguardista y underground de Kenneth Anger o John Waters. Lo logró, además, en una de las «Majors», de la cual saldría poco más tarde para volver a las pequeñas producciones independientes, que podía controlar a su gusto.

En realidad, tal vez la mayor prueba del interés de Meyer en el presente se encuentre en el hecho de que, tras tantos años, sigue a caballo en los límites de lo aceptado, horma en el zapato de lo normativo y de lo comprensible. Es el único director que conozco que, al mismo tiempo, ha sido incluido en la prestigiosa Criterion Collection y puede encontrarse en páginas web porno piratas2, alguien cuya creatividad y cuyo atrevimiento destruyeron, así, los límites entre erotismo y pornografía, tabú en nuestra sociedad, al mismo tiempo más hipócrita e hipersexualizada que la de su tiempo –y tabú también, como he comentado con anterioridad, en Filmaffinity [*]–. Me repito: sería de gran provecho (y muy placentero) para una adecuada comprensión del cine convencional, de lo pornográfico y de eso tan complejo y sofisticado que es la sexualidad humana que intentáramos agarrarnos a la brillante estela de Meyer, entre otros, e ir «más allá» de las rígidas categorizaciones en las que nos hemos estancado; Beyond the Valley of the Dolls, con sus 53 «years young», es un excelente punto de partida.

Notas

[*] He tratado esta cuestión en una reseña a The Affairs of Lidia (2022), de Bruce La Bruce. Una película que, desde mi punto de vista, tiene un interés muy menor.

1 Y que han influido, además de a Quentin Tarantino o a Robert Rodríguez, por poner dos grandes ejemplos masculinos, en la obra de cineastas feministas como Anna Biller. Más afirmaciones de Meyer, que no era ajeno a los debates de género de su tiempo: «Mis películas funcionan como una especie de terapia o algo así.» «¿Y qué dicen las feministas al respecto?» «Nada, nada. Incluso he tratado de provocarlas. Pero ocurre que en mis filmes la mujer siempre es el ser superior. Por tanto, ¿qué van a decir?»

2 No son tantos los directores que pueden aparecer en páginas como Xvideos o Eporner mientras disfrutan de ficha en Filmaffinity. Una distinción que comparten con Meyer, al menos, Sergio Martino y Jess Franco –¡cuántas ideas, en este último, si bien no siempre bien ejecutadas!–. En la mayoría de casos, esta dualidad no es posible, incluso cuando nos referimos a películas consideradas pornográficas pero, por ejemplo, comentadas en revistas de cine convencional, como Behind the Green Door (1972), de los hermanos Mitchell, o incluso ¡exhibidas en el Festival de Cannes!, como Sensations (1975) de Lasse Braun, que generó «interminables colas» para poderla visionar y cuya proyección «tuvo diversas interrupciones a causa de los aplausos», hasta el punto de convertirse en la película favorita «del público norteamericano», según cuenta Tomás Pérez Niño en Las Diosas del Cine para Adultos.

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