Un punto de encuentro para las alternativas sociales

¿Debemos Leer “El Capital” de Marx?

José Valenzuela Feijóo

 

I.- Impacto y lectura de Marx.

Podemos suponer que en los comienzos del nuevo milenio, un hombre medianamente culto tendría que haber leído a Shakespeare, su Hamlet, su Macbeth o su Romeo y Julieta. También, que alguna vez leyó y recitó eso que escribiera el gran poeta:

“Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.

Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.”

O de lo que escribiera otro poeta, cuando empezaba a padecer el mal de la ceguera: “Esta penumbra es lenta y no duele; / fluye por un manso declive / y se parece a la eternidad. / Mis amigos no tienen cara, /las mujeres son lo que fueron hace ya tantos años, / las esquinas pueden ser otras, / no hay letras en las páginas de los libros./ Todo esto debería atemorizarme, / pero es una dulzura, un regreso.”

El primero fue comunista y nacido en el cono sur, hacia el lado del Pacífico: hablamos de Neruda. El segundo, también fue del cono sur, nacido en el lado opuesto, el del Atlántico, y fue también muy reaccionario: hablamos de Jorge Luis Borges.

De manera similar podemos y debemos suponer que se ha leído a Tolstoi, a Balzac, a Juan Rulfo, a Enrique Heine y a Bertold Brecht. Al Sartre de “Los caminos de la libertad” y de tantas obras teatrales memorables. Como bien se ha dicho, leer a estos autores va más allá del placer estético. También, nos permite profundizar en el conocimiento del ser humano, enriquecernos con esa experiencia de dolores y alegrías, infamias y noblezas.

Pero también deberíamos conocer a los grandes pensadores. Al gran Aristóteles, a Spinoza y Rousseau, a Diderot y Hegel, a los grandes científicos como Newton, Darwin, Einstein, Max Planck, a los Criks y Watson del código genético. Ciertamente, no se trata de que cada cual se convierta en un matemático, un físico o un biólogo profesional. El punto es otro: descubrir la perspectiva con que se aborda al mundo y lo que de él, en términos quinta esenciados, se  nos dice de su funcionamiento y desarrollo. En tales autores encontramos visiones a veces muy contrapuestas (que por ejamplo van desde el mecanicismo de Newton a la óptica dialéctica que trata de manejar Hegel); y también errores, hipótesis que se han revelado como completamente falsas. Pero adviértase: se trata de gigantes que hasta en sus errores nos dejan una gran enseñanza. Con mayor o menor fuerza, nos enseñan a pensar, a indagar con rigor en el mundo circundante. A emplear la imaginación creadora. Es decir, con ellos aprendemos a manejar esa singular arma que denominamos razón.

Y valga subrayar: no se vea en lo indicado el afán de jugar al erudito. Para nada. El punto es muy otro y nos remite al dato antropológico más elemental. El hombre, para vivir en este mundo, se vale de armas o herramientas singulares: el pensamiento conceptual (valga la redundancia), el reflejo consciente de lo real y su consiguiente capacidad para desplegar una actividad racional. Se trata de una exigencia vital y, por lo mismo, de la obligación de asimilar lo que a lo largo de la historia han sido adquisiciones más valiosas y permanentes.

¿Dónde queda Marx en este recuento? Ciertamente, aunque de joven lo intentara alguna vez, como poeta fue bastante malo. Pero en El Capital, en el Tomo I que es el único que pudo redactar y pulir personalmente, da muestras de un manejo de la lengua alemana que muchos califican de soberbio. Pero es como pensador el terreno desde donde se eleva a alturas insospechadas. Recordemos un testimonio de alguien que lo conoció en su juventud, a los 23 años, cuando aún casi nada había publicado. Moses Hess, uno de los pensadores alemanes más reputados de la época, en carta a B. Auerbach, refiriéndose a Marx escribe que pronto “conocerás al más grande, mejor dicho al único y verdadero filósofo actualmente vivo y que muy pronto, cuando se haga conocer públicamente con sus obras y sus cursos, atraerá sobre sí las miradas de toda Alemania. Este hombre supera por sus tendencias y formación filosófica no sólo a David Strauss, sino también a Feuerbach, lo cual es mucho decir (…). Marx combina el espíritu filosófico más profundo y más serio con la ironía más mordaz: imagínate a Rousseau, Voltaire, Holbach, Lessing, Heine y Hegel, no diré congregados, sino fundidos en una sola persona y te harás una idea del doctor Marx.” [1]

En filosofía, Marx se inicia como discípulo de Hegel. Maneja, por ende, una visión dialéctica: la realidad se entiende como un proceso, como contradicción y movimiento. Pero reemplaza la especulación muchas veces desaforada y gratuita de Hegel por la búsqueda de la dialéctica en lo real-material. En sus propias palabras, “allí donde termina la especulación en la vida real, comienza también la ciencia real y positiva, la exposición de la acción práctica, del proceso práctico de desarrollo de los hombres. Terminan allí las frases sobre la conciencia y pasa a ocupar su sitio el saber real. La filosofía independiente pierde, con la exposición de la realidad, el medio en que puede existir.” [2] En el mismo sentido, Schumpeter  -el grande y muy conservador economista austríaco- reconoce que Marx “en ninguna parte traicionó la ciencia positiva por la metafísica (…). Su argumentación siempre descansa sobre hechos sociales.” [3]

Por esta ruta, Marx también se encuentra con Spinoza y con los grandes franceses de la Ilustración: D’Holbach, Diderot, etc. De estos, asimila su materialismo y su respeto a la dimensión racional del ser humano. Y como suele suceder, no los deja indemnes. Al enunciado “el hombre es resultado ( o “producto”) de las condiciones sociales en que vive”, de inmediato agrega que también es un ser activo, capaz de transformar esas condiciones. Al culto abstracto de la razón, apunta el carácter históricamente condicionado de ésta: las posibilidades o imposibilidades que le abre el entorno histórico y la necesidad de también verla como un proceso.

Para no pocos comentaristas, Marx apunta a la supresión ulterior de la filosofía. Pero esta eventual hipótesis debería, por lo menos, ser calificada: i) acepta que el avance de la ciencia le va “comiendo espacios” a la especulación filosófica (un hecho, por lo demás, que hoy es indiscutible); ii) le reconoce una eventual misión: sintetizar lo que la ciencia indica en el correspondiente momento histórico;  iii) tratar de llenar los vacíos, históricamente delimitados, que deja la ciencia. Esto, por medio de la especulación (aquí inevitable) más controlada posible. Es decir: el hombre necesita una visión de conjunto y cuando hay espacios aún no dominados por el saber científico, la especulación resulta inevitable.

La contribución de Marx a la sociología y a la comprensión de los procesos históricos es simplemente monumental. Si uno compara a estas disciplinas antes de Marx y lo que son ahora, podemos constatar una mutación tan fuerte como la que por ejemplo  media entre la física aristotélica y la contemporánea. Pensemos en un punto de base: antes se creía que la posible existencia de leyes sociológicas e históricas, era equivalente a rechazar la libertad de los humanos. Algo que hoy, a las disciplinas sociales serias, les parece una pura tontería. De manera análoga, la noción de que las conductas –de grupo e individuales- vienen determinadas por el carácter de la estructura social, era muy borrosa. La lógica o perspectiva usual iba desde la voluntad de los individuos hacia la norma social y, más en general, a toda la estructura social. La óptica de Marx es muy diferente: “quien como yo concibe el desarrollo de la formación económica de la sociedad como un proceso histórico-natural, no puede hacer al individuo responsable de la existencia de relaciones de las que él es socialmente criatura, aunque subjetivamente se considere muy por encima de ellas.” [4]

En este marco, emergen dos hipótesis genéricas de vasto alcance. Uno: se supone que esas estructuras objetivas determinan serios conflictos de intereses. Dos: los diversos espacios (actividades) de la realidad social poseen una significación desigual en la marcha del conjunto. En concreto, el rol clave pertenece a las estructuras económicas y, por lo mismo, en ellas se debe buscar la clave de los procesos históricos. La relación postulada no es unidireccional: con las otras estructuras se supone que opera una interacción dialéctica. [5]

En la Economía Política, la parte más desarrollada de los estudios sociales y que ha sido y es el núcleo de la moderna ideología burguesa, el “efecto Marx” ha sido no menos fuerte.

En la historia del pensamiento económico, uno se encuentra con personalidades muy notables: Smith, Ricardo, Mill, Marshall, Walras, Böhm-Bawerk, Schumpeter, Keynes, M. Kalecki, Paul Sweezy, Alvin Hansen, Paul Samuelson. Pero de todos ellos, probablemente el más destacado, el más agudo, profundo y riguroso, sea Marx. Pocos tan criticados como él; a la vez, pocos que hayan provocado tanta preocupación. Algo que no puede sorprender: Marx maneja una perspectiva profundamente crítica del sistema y desde la teoría bombardea con singular precisión los mismos cimientos del capitalismo contemporáneo. Algo que hace con un rigor y atingencia raras veces alcanzado en las ciencias sociales. Y valga subrayar: no se trata de una ideología vulgar, de una especulación construida a partir de un a priori crítico, de rechazo al sistema. Muy por el contrario, lo que encontramos es una visión rigurosamente objetiva y descarnada de las realidades sociales  propias de la historia contemporánea. Pero es justamente por manejar tan bien este enfoque, que su obra resulta tan crítica y tan radical. [6]

Al respecto, el mismo Marx apuntaba que “si pensamos en la trabazón interna de las cosas, se derrumba, antes de que sobrevenga la bancarrota práctica, toda la fe teórica en la necesidad permanente de lo que existe.” [7] Asimismo, refiriéndose al enfoque dialéctico, señalaba que “en la inteligencia y explicación positiva de lo que exista abriga a la par la inteligencia de su negación, de su muerte forzosa; porque crítica y revolucionaria por esencia, enfoca todas las formas actuales en pleno movimiento, sin omitir por tanto, lo que tiene de perecedero y sin dejarse intimidar por nada.” [8]

Resumamos: el impacto de Marx en la cultura occidental (en la filosofía, en la historia y sociología, en la teoría económica) ha sido simplemente extraordinario. Por lo mismo, bien podemos sostener que todo hombre medianamente culto, en los inicios del siglo XXI, tiene la obligación de leerlo y de conocer medianamente sus principales aportes, hipótesis y categorías. Ello, independiente de la postura política que pudiera manejar el lector.

II.- Algo sobre la teoría económica de Marx.

Retomemos el aspecto económico de la obra de Marx.

“El Capital”, es un libro con alcances que van bastante más allá de la economía. Pero en lo fundamental, es un texto de teoría económica. Es decir, trata de reflejar, explicar y describir, lo que es la realidad del sistema capitalista. Tarea que, por lo demás, han tratado de cumplir muchos otros autores. Por lo mismo, debemos preguntarnos: ¿en qué radica lo específico de la aproximación de Marx? ¿Qué es lo que lo distingue y le otorga, a su propuesta, un poder explicativo tan elevado?

En la perspectiva teórica de Marx sobre el capitalismo, podemos identificar dos aspectos decisivos. Primero: concentra la atención en el examen de los rasgos más esenciales del sistema. Es decir, no se pierde en la discusión de aspectos secundarios y circunstanciales, sino que apunta directamente a lo medular, a lo más determinante. Segundo: su enfoque es esencialmente dinámico. Esto es, le interesa examinar el curso que asume el desarrollo del capitalismo. Sus tendencias históricas de largo plazo. [9] En relación a la teoría convencional, tal vez en lo indicado radique tanto lo específico como la superioridad del enfoque de Marx en relación a otras grandes escuelas del pensamiento económico.

¿Cuál es el contenido de lo esencial? En pocas palabras, podemos decir que se trata de explicar cómo, en el capitalismo, se produce el excedente (que llamamos plusvalía), cómo es apropiado por el capital y cómo es utilizado por éste. En corto: producción, apropiación y utilización de la plusvalía.

¿Qué implica el fenómeno del desarrollo? Uno: la existencia del fenómeno supone que a lo largo del tiempo se van reproduciendo sus rasgos más esenciales: principio de conservación. Dos: que en este proceso, a la vez, el fenómeno experimenta mutaciones estructurales que aunque no suprimen la esencia, sí son de vasta significación: principio de la dinámica o cambio estructural. Tres: al cabo, el fenómeno se disuelve y transforma en otro cualitativamente diferente. Principio de la caducidad o de la “muerte inexorable”. Cuatro: el desarrollo y cambios que experimenta el fenómeno se explica a partir de las contradicciones internas que le son inherentes. En breve: las contradicciones no paralizan sino que, por el contrario son la fuente misma del movimiento.

Tratemos de concretizar, mínimamente, lo que hemos planteado. Tomemos el caso de una categoría central en el análisis del capitalismo: la tasa de plusvalía, y examinemos el impacto que tiene sobre el funcionamiento de la economía.

Primero, para bien situarla, digamos que esta categoría nos está reflejando, en términos muy sintéticos amen de cuantitativos, la relación social clave de todo el sistema, la que conecta a sus dos clases fundamentales: capitalistas y trabajadores asalariados. Una relación que es objetivamente contradictoria y de la cual se derivan los mayores conflictos, ideológicos y políticos, que caracterizan al sistema capitalista.

Segundo: a la vez nos está indicando la pauta que sigue la distribución del ingreso nacional, es decir, como éste se divide entre la parte que va a los trabajadores asalariados (el capital variable gastado) y la parte que va a los capitalistas (plusvalía). Consecutivamente, también incide en los niveles de vida que pueden alcanzar las dos clases fundamentales.

Tercero: es la variable que en muy alto grado determina el nivel que alcanza la tasa de ganancia, [10] es decir, la rentabilidad que logran los capitalistas al invertir y llevar adelante la gestión de los procesos de producción. Recalquemos: lo que persigue el capital es lograr la mayor tasa de ganancia posible y se siente feliz si lo logra, y triste si no lo logra.

Cuarto: esa tasa de ganancia, a su vez, pasa a determinar los niveles que alcanza la acumulación (o inversión) que efectúan los capitalistas. Si la rentabilidad es alta, la tasa de acumulación tiende a elevarse, y al revés: se debilita cuando la rentabilidad esperada resulta baja.

Quinto: el nivel de la acumulación funciona como el principal determinante del nivel que alcanza el ingreso nacional y, por lo mismo, la ocupación productiva. O sea, el llamado nivel de la actividad económica viene regulado por la tasa de inversión. La que depende de la tasa de ganancia, la que a su vez depende (en alto grado) de la tasa de plusvalía.

Sexto: ese ritmo de acumulación, a su vez, determina los ritmos de crecimiento de la actividad económica. Altos o bajos según altos o bajos sean los niveles de la acumulación productiva.

A lo indicado debemos agregar: en la tasa de rentabilidad del capital inciden también otros factores. De ellos conviene señalar por lo menos dos especialmente importantes.

El primero tiene que ver con el reparto de la plusvalía entre diversas fracciones del capital. Señaladamente entre intereses (pagos al capital de préstamo) y beneficio empresarial (ganancias del capital productivo). Si por ejemplo se eleva la tasa de interés, podría suceder que una tasa de ganancia elevada se asocie con una tasa de beneficio empresarial reducida. [11] Con lo cual, la inversión se vería afectada negativamente.

El segundo factor tiene que ver con el nivel de las ventas. Si la demanda global crece rápido, las ventas (como regla) también lo harán. Al revés, las ventas se pueden debilitar: crecer muy lentamente o paralizarse. Con lo cual, desciende la tasa de operación (o grado de utilización de las capacidades de producción) lo cual también impacta negativamente en la rentabilidad del capital y en los ritmos de la inversión. [12]

III.- El caso de EEUU: breve alusión.

Las nociones recién expuestas son sencillas y, por supuesto, no agotan ni remotamente el rico sistema teórico de Marx. Con todo, resultan muy útiles para iluminar algunos aspectos claves de los procesos económicos contemporáneos.

Tomemos el caso de los Estados Unidos. Entre 1991 y el 2000 experimentó un auge cíclico que resultó singularmente largo. En este período la tasa de plusvalía se elevó en casi un 20% y algo similar sucedió con la velocidad rotatoria del capital variable. La composición de valor del capital se mantuvo relativamente constante (o bajó algo), todo lo cual favorece la rentabilidad del capital. Asimismo, en el período la demanda creció a buen ritmo y la relación intereses-ganancias del capital productivo se modificó a favor del último. En consecuencia, se dieron prácticamente todos los factores que mejoran la tasa de ganancia. Con lo cual, se dispararon la inversión y el crecimiento del producto.

En este auge, el aumento de la tasa de plusvalía jugó un papel decisivo. Lo cual, nos lleva a preguntar por los factores que provocaron este aumento. En lo general, hay tres factores determinantes del nivel que alcanza la tasa de plusvalía: a) la productividad del trabajo en las ramas que producen los bienes que consume la clase obrera; b) el nivel del salario real por año; c) la extensión de la jornada anual de trabajo.

En el caso que nos preocupa, para 1991-99, la jornada experimenta un muy leve aumento, la productividad se eleva en un 19.2% % y el salario real sube un magro 5.5%. [13]

La información pertinente se muestra en el Cuadro I, que sigue.

CUADRO I: EEUU, evolución de la tasa de plusvalía y del valor de la fuerza de trabajo.

Año Tasa de plusvalía Indice

Valor de la fuerza

de trabajo.

Indice Tiempo de trabajo necesario (por hora)
1981        1.81   78.7       0.356 117.5       21’ 22”
1987        2.22   96.5       0.311 102.6       18’ 36”
1991        2.30 100.0       0.303 100.0       18’ 11”
1992        2.46 107.0       0.289   95.4       17’ 20”
1993        2.47 107.4       0.288   95.0       17’ 16”
1994        2.51 109.1       0.285   94.1       17’ 06”
1995        2.55 110.9       0.282   93.1       16’ 55”
1996        2.63 114.3       0.275   90.8       16’ 30”
1997        2.71 117.8       0.270   89.1       16’ 12”
1998        2.66 115.7       0.273   90.1       16’ 23”
1999        2.73 118.7       0.268   88.4       16’ 05”

Fuentes: Para 1981 y 1987, Fred Moseley, “The Falling Rate of Profit in the Postwar United States Economy”; MacMillan, 1991. Para 1991-1999, José Valenzuela Feijóo, “Japón y Estados Unidos: dos crisis”, Porrúa-UAM, México, 2003.

Como se puede ver, la tasa de plusvalía, entre 1981 y 1999, experimenta un aumento considerable, pasando desde 1.81 a  2.73. Se eleva en un alto 50.8% (lo que equivale a un 2.3% anual). Entre 1991 y 1999, pasa desde 2.30 a 2.73: se eleva en un 18.7%, lo que equivale a un 2.2% anual. En otras palabras, el ritmo de crecimiento parece ser relativamente constante y nos comprueba que el último cuarto de siglo, en los Estados Unidos, ha sido claramente desfavorable a la clase obrera. Valga también agregar: en los Estados Unidos, durante el último auge también operan dos movimientos a subrayar: a) en la distribución de la plusvalía cae el peso de los intereses en relación al beneficio industrial (relación que fue asfixiante, para el capital industrial, durante los ochenta); b) el comportamiento de la demanda fue muy dinámico. Tanto por el lado de la inversión (arrastrada por la “revolución cibernética) como por el consumo de altos ingresos.

IV.- El caso de México.

Veamos ahora el caso de México. En el país, desde 1982, ha imperado el modelo neoliberal. En este patrón, un rasgo central es el de un fuerte aumento en la tasa de explotación. Fenómeno que, a su vez, se asienta fundamentalmente en el descenso de los salarios reales. Se trata, por lo mismo, de un ataque frontal en contra de las condiciones vida de los trabajadores.

En el período 1981-96, la productividad del trabajo en las ramas que producen bienes-salarios, se elevó en un 14.9%, lo que equivale a un bajísimo 0.9% anual. [14] Luego hay cierta elevación en el ritmo, pero nada que alcance a aminorar tamaña debilidad. Para el período 1981-2000, la tasa media pudo ser de 1.1% anual. Claramente, en el país, el mecanismo de llamada “plusvalía relativa” (i.e. aumentar la tasa de plusvalía por la vía de elevar la productividad del trabajo) viene funcionando muy mal. La jornada de trabajo anual, en promedio, no parece haber sufrido cambios significativos. Finalmente, tenemos el salario real: éste se reduce, entre 1981 y 1996, en un impresionante 40%. Luego, se recupera pero sigue quedando lejos de los niveles de 1981 (ver cuadro II).

En este contexto, la tasa de plusvalía aumenta en un impresionante 218%, pasando desde un nivel ya alto de 3.10 en 1981, a 6.75 en 1996. La obvia contrapartida subyacente es el descenso del valor hora de la fuerza de trabajo: desde 0.244 en 1981 hasta 0.129 en 1996. Cae, en este período 1981-96, prácticamente a la mitad. Digamos que a escala mundial, saltos de esta magnitud son muy poco frecuentes, y lo que resulta igual de dramático, es el mecanismo utilizado: el descenso del salario real.

CUADRO II: MEXICO, TASA DE PLUSVALÍA Y VALOR DE LA FUERZA DE TRABAJO.

Año

Valor fuerza

De trabajo.

Índice

Salario real

Hora (+).

Productividad en bienes salarios(+). Tasa de plusvalía. Índice
1981    0.244 100.0  100.0      100.0      3.10    100.0
1988    0.154   63.1    60.9        96.7      5.44    177.1
1989    0.154   63.1    62.9        99.9      5.49    177.1
1990    0.148   60.7    62.7      103.8      5.76    185.8
1991    0.149   61.1    64.4      106.0      5.71    184.2
1992    0.154   63.1    67.7      107.4      5.49    177.1
1993    0.155   63.5    69.0      108.9      5.45    175.8
1994    0.154   63.1    70.3      111.4      5.49    177.1
1995    0.134   54.9    62.4      114.2      6.46    208.4
1996    0.129   52.9    60.4      114.9      6.75    217.7
Media*    0.153    —      —         —      5.52       —
2001**    0.140   56.5    72.0      125.6      6.14    198.1

*Promedio simple, 1981-1996.   ** Estimación muy preliminar.   + Indice.

Fuente: José Valenzuela Feijóo, “Trabajo asalariado y valor de la fuerza de trabajo”, aparece en J. Isaac y J. Valenzuela coordinadores, “Explotación y despilfarro. Análisis crítico de la economía mexicana”. Plaza y Valdés, México, 1999.

Después de 1996, parece darse cierta estabilidad y alguna recuperación del valor de la fuerza de trabajo. Una estimación muy preliminar nos indica un valor hora de la fuerza de trabajo igual a 0.14 y una tasa de plusvalía igual a 6.14.

Valga comentar: el nivel de 1981 (para el valor de la fuerza de trabajo y para la tasa de plusvalía) constituye la resultante final del patrón de acumulación denominado “industrialización basada en la sustitución de importaciones”, o desarrollo en función del mercado interno. Y lo que va desde 1981 al presente, nos muestra los resultados del modelo neoliberal. El punto es muy claro: la tasa de plusvalía se duplica en este período, el valor de la fuerza de trabajo se reduce casi a la mitad y el nivel medio del salario real cae en casi un 30%. Así las cosas, se comprende el improperio de “populismo” que se le aplica al período antiguo y de “realismo eficiente” con que se propagandea al estilo neoliberal. Esto, por parte de los dirigentes del poder y de sus plumarios académicos.

Para mejor dimensionar el fenómeno que hemos descrito, podemos comparar la experiencia neoliberal mexicana con lo que ha venido ocurriendo en los Estados Unidos en el último período. La información básica la mostramos en el Cuadro III.

CUADRO III:  MEXICO Y ESTADO UNIDOS, TIEMPO DE TRABAJO NECESARIO (por hora trabajada).

MEXICO ESTADOS   UNIDOS Cuociente  tasas de plusvalía (*)
Año       TTN (+)     Año          TTN (+)   Año        Cuociente
1981      14’ 38”    1981       21’ 22”  1981          1.71
1988        9’ 14”    1987       18’ 36” 1988/87          2.47
1989        9’ 14”    1991       18’ 11”  1991          2.48
1990        8’ 53”    1992       17’ 20”  1992          2.23
1991        8’ 56”    1993       17’ 16”  1993          2.21
1992        9’ 14”    1994       17’ 06”  1994          2.19
1993        9’ 18”    1995       16’ 55”  1995          2.53
1994        9’ 14”    1996       16’ 30”  1996          2.57
1995        8’ 02”    1997       16’ 12”     —              —
1996        7’ 44”    1998       16’ 23”     —              —
2001        8’ 24”    1999       16’ 05” 2001/99          2.25

(*) Tasa de plusvalía de México sobre tasa de plusvalía de Estados Unidos.

(+) Tiempo de trabajo necesario (apropiado por el trabajador) por hora trabajada. En minutos y segundos. Nota: México 2001, estimación muy preliminar.

El cotejo de variables claves entre ambos países nos permite advertir: a) en ambos, se observa un muy significativo ascenso de la tasa de plusvalía; b) el aumento es bastante más fuerte en México. En Estados Unidos, la tasa de plusvalía sube desde 1.81 (1981) hasta 2.73 (1999). Crece en un 51% (2.31% anual). En México, entre 1981 y el 2001, pasa desde 3.1 al  6.14. Se eleva en un 98%, creciendo al 3.5% promedio anual; c) la tasa de plusvalía mexicana, que al comienzo del período ya era superior a la de EEUU, al final lo es mucho más. El diferencial era de 1.71 veces a favor de México, si cotejamos 2001 (México) con 1999 (EEUU), llega a 2.25 veces; d) como contrapartida de los niveles y evolución de la tasa de plusvalía, tenemos los niveles y evolución del valor de la fuerza de trabajo. En los EEUU, este valor por hora pasa desde 0.356 a 0.268. Por ende, el tiempo de trabajo necesario pasa desde 18’36” (1981) a los 16’05” en 1999. En México, el valor cae desde 0.244 (1981) a 0.14 (2001). Luego, el tiempo de trabajo necesario pasa desde los 14’38” de 1981 a los 8’24” del 2001; e) según se observa, el valor de la fuerza de trabajo estadounidense es casi el doble de la mexicana. Pero como la productividad es muy superior en los EEUU (alrededor de 5 veces), tenemos que el nivel de vida del obrero estadounidense es aproximadamente 10 veces superior al del obrero mexicano.

El excedente y sus usos en México.

El impresionante aumento que ha experimentado la tasa de plusvalía durante la experiencia neoliberal de México da lugar a algunos fenómenos de gran importancia que al menos conviene mencionar.

El primero es muy obvio y se refiere al aumento de la masa anual de plusvalía que genera el sistema. En 1996, por ejemplo, el producto excedente llegó a representar nada menos que un 87% del producto agregado total generado en el país. En el 2001, esta relación podría haber sido del orden de un 86%. [15]

En este contexto, recordemos la hipótesis neoliberal: si el excedente aumenta, aumenta la acumulación y el crecimiento. Al respecto, ¿qué ha sucedido en México?

En el país, del producto excedente total, hacia 1981 se aplicaba a acumulación alrededor de un 27%. Pero en 1994 sólo un 16%, en 1995 menos del 11% y en 1996 casi un 16%. Después, en el 2001, la relación acumulación neta a plusvalía asciende a un muy pequeño 12.9%. Es decir, mientras aumenta el excedente y el grado de explotación, la acumulación productiva se desploma.

Al mismo tiempo se observa otro movimiento que sólo puede preocupar: el muy fuerte crecimiento de los gastos improductivos. Estos crecen incluso más rápido que el excedente y, por lo mismo, llegan a explicar entre un 85% y 87% del excedente total.

La conclusión es bastante clara: en México caen los salarios, se eleva el grado de explotación y el nivel del excedente. Pero la acumulación productiva cae y la economía tiende al estancamiento. Es decir, mayor miseria y explotación a cambio no de mayor crecimiento sino de un mayor y aberrante despilfarro.

Cuadro IV: Usos del excedente en la economía mexicana.

(composición porcentual).

Variables 1981 2001
Excedente (plusvalía anual) 100 100
Acumulación 27.2 12.9
Exportaciones netas – 3.64 –     2.1
Gastos improductivos 76.4 89.2
PIB 100.0 158.4
Tasa media anual de crecimiento del PIB —–

2.1%  (1981-01)

1.5% (2000-04)

Fuente: estimaciones del autor a partir de datos del INEGI.

Como vemos, en relación al excedente (que ya sabemos se eleva respecto del Producto Agregado), el gastos improductivo se eleva y la acumulación cae. La consecuencia ineludible es el descenso en el ritmo de crecimiento. A lo largo del período neoliberal, la tasa media es del orden del 2.1% anual, cifra que está algo por debajo del crecimiento demográfico. En consecuencia, estancamiento o leve descenso en el Producto por habitante.

El problema de la acumulación.

En México, la acumulación, pese al aumento del excedente, se ha desplomado. [16] ¿Por qué? Antes hemos indicado que en la tasa de rentabilidad del capital (y, por ende, de la inversión) también inciden la distribución de la plusvalía entre intereses y ganancias industriales y el nivel de la demanda global, por su impacto en las ventas. Ambos factores, en México, han jugado un papel muy negativo.

Muy homeopáticamente, mencionemos algunos factores retardatarios. Uno: la demanda interna se ha estancado o aun decrecido. En esto influyen: a) el brutal descenso de los salarios; b) el recorte del gasto público; c) la mayor penetración de las importaciones (que crecen más rápido que las exportaciones) y que pasan a comerse buena parte de la mayor demanda global. [17] Dos: de las ganancias totales, se eleva la proporción apropiada por los capitales improductivos y cae la que queda en manos del capital productivo. Por ende, se castiga la inversión en los sectores productivos. Como el modelo tiene una propensión espontánea al déficit externo, trata de salvarlo atrayendo capitales extranjeros por la vía de elevar las tasas internas de interés. Lo cual puede mejorar el financiamiento externo pero a costa de paralizar la inversión y la actividad económica. Tres: la creciente penetración de capitales extranjeros y el mayor grado de concentración y monopolio que ello conlleva. Lo cual, amen de provocar un freno relativo a la inversión, eleva el drenaje de excedentes. Cuarto: la “especialización” internacional espontánea que provoca el modelo a favor de la producción de bienes cuya demanda, a largo plazo, crece en términos relativamente lentos.

V.- La no neutralidad de las ciencias sociales.

Para terminar estas notas ensayemos una última reflexión sobre lo que podemos denominar “dimensión clasista” de las teorías económicas y sociales. Aunque casi siempre se trata de ocultar, el punto es relativamente sencillo: en un mundo que es conflictivo por estar atravesado por intereses sociales objetivamente contrapuestos, las teorías sociales no pueden ser neutrales. Siempre –se den o no cuenta de ello los autores respectivos- favorecen a uno u otro tipo de intereses.

En el espacio de la teoría económica, en términos gruesos, hoy podemos distinguir cuatro grandes corrientes teóricas: a) la escuela clásica (Smith, Ricardo, Mill) que ha renacido por la vía de Sraffa y los llamados “neo-ricardianos”; b) la escuela keynesiana, contemporáneamente enarbolada por los denominados postkeynesianos (Joan Robinson, Kaldor, Eichner, etc.); c) la escuela neoclásica (Marshall, Walras, Menger, como fundadores. Hoy representada por autores como Friedman, Barro y otros);  d) la escuela marxista (Marx, Luxemburgo, Hilferding, Paul Sweezy, Paul Baran, M. Kalecki, E. Mandel, etc.). [18]

De tales paradigmas, los dos fundamentales son el neoclásico y el marxista. Y los dos primeros (el clásico y el de Keynes) tienden a fluctuar y a alinearse, en última instancia, en los dos carriles fundamentales. Con lo cual, no hacen sino reflejar las contradicciones estructurales que atraviesan al sistema capitalista. Dicho de otro modo, cada perspectiva teórica funciona, por así decirlo, como un “alimento natural” para las grandes clases sociales en juego dentro del sistema.

Joan Robinson, la gran economista inglesa, lo señalaba así: “debemos admitir que toda doctrina económica que no sea formalismo trivial, contiene juicios políticos”(…). Pretender que no es así (…) es rehusarse en forma anticientífica a aceptar los hechos.” [19] En este marco, nuestra autora agregaba que “Marx trata de entender el sistema con objeto de precipitar su caída. Marshall trata de hacerlo aceptable mostrándolo bajo una luz agradable. Keynes trata de encontrar en qué aspectos ha estado equivocado, con objeto de aconsejar los medios que lo salven de destruirse a sí mismo.” En suma, “Marx está haciendo propaganda contra el sistema, Marshall lo defiende y Keynes lo critica con objeto de mejorarlo.” [20]

La no neutralidad de la teoría de Marx, es algo más que obvio. La diferencia, vis a vis las otras grandes perspectivas teóricas reside en que: i) en su visión no hay ningún afán por ocultar este aspecto. Si en la escuela neoclásica se desviven por posar de “neutrales”, Marx -por el contrario- es muy explícito y abierto en señalar el carácter partidista de la teoría; ii) el alineamiento se dirige contra la clase dominante y el sistema establecido, a favor del trabajo y de la superación del capitalismo.

En la actualidad, en la región latinoamericana, podemos observar un alineamiento bastante sugerente. Los intereses del capital financiero e internacional vienen estrictamente representados por el bando neoclásico. Los de una eventual burguesía industrial con vocación de cierta autonomía, por la perspectiva keynesiana y el estructuralismo cepalino. Los intereses del trabajo, en especial del proletariado industrial, por la perspectiva de Marx, pero valga advertir: en la misma medida que la clase obrera aparece políticamente débil, desorganizada y replegada, la lectura y el estudio de “El Capital” retroceden y disminuyen. En la sociedad civil y en el mismo mundo académico donde sufre embates desaforados. [21] En realidad, podemos hablar de una especie de ley: cuando hay un auge de las luchas obreras hay también un auge en el estudio de la obra de Marx, y vice-versa. En que un factor (la lucha) empuja al otro (el estudio) y vice-versa. La moraleja es clara, si buscamos incentivar la reorganización y la lucha de los trabajadores, si buscamos recuperar los afanes por encontrar un orden social superior, el estudio de la teoría de Marx resulta imprescindible.

Retomemos la pregunta inicial: ¿debemos leer “El Capital”?

La respuesta, debería quedar clara. Todos los que pensamos que el actual orden social no se condice con las exigencias del ser humano, con lo que exige su desarrollo pleno, libre y multilateral, no debemos leerlo sino ir mucho más allá de una pura lectura. Debemos estudiarlo a fondo, asimilar sus principios rectores y con ello, aprenderlo a manejar como una  real herramienta de trabajo, como un orientador intelectual clave en el esfuerzo y lucha que exige el avance a un nuevo y superior orden social. [22] Más aún, diríamos que para los trabajadores, es ésta una obligación que opera como estricta condición de vida y de libertad.

Dicho esto, volvamos a la poesía.

Si hemos comenzado recordando a Neruda, permítasenos terminar recordando a otro gran poeta, el alemán Bertold Brecht. Este, en versos hoy muy actuales señalaba que “lo firme no es firme./ Todo no seguirá igual. / Cuando hayan hablado los que dominan, / hablarán los dominados. / ¿Quién puede atreverse a decir “jamás”? / ¿De quién depende que siga la opresión? De nosotros. / ¿De quién que se acabe? De nosotros también.” Pero esto, el fin de la opresión, agregaba el mismo Brecht, exige que el sujeto social, que el pueblo trabajador, estudie y conozca, que no se deje engañar por la ideología dominante. Por ello, reclamaba: “¡Estudia, hombre en el asilo! / ¡Estudia, hombre en la cárcel! / ¡Estudia mujer en la cocina! / ¡Estudia, sexagenario! / Estás llamado a ser un dirigente.”

E insistía:

“ ¡Asiste a la escuela, desamparado!

¡Persigue el saber, muerto de frío!

¡Empuña el libro, hambriento! ¡Es un arma!

Estás llamado a ser un dirigente. ”

En suma, si el mundo del trabajo se va a liberar y tornar dueño de su destino, debe estudiar. Y en primerísimo lugar, debe estudiar “El Capital”, la gran obra de Carlos Marx.

 

[1] Carta de Moses Hess a B. Auerbach, 2/septiembre/1841. Citado por A. Cornu, “C. Marx-F. Engels. Del idealismo al materialismo histórico”; pág. 199. Edits. Platina Stilcograf, Buenos Aires, 1965.

[2] C. Marx y F. Engels, “La ideología alemana”, en Obras Escogidas, Tomo I, pág. 22. Edit. Progreso, Moscú, 1973.

[3] Joseph Schumpeter, “Capitalismo, socialismo y democracia”,Tomo I, pág. 22. Edic. Orbis, Barcelona, 1983.

[4] C. Marx, “El Capital”, Tomo I, pág. XV (Prólogo a la Primera Edición). FCE, México, 1973.

[5] Amén de la interacción mutua, esto supone que bajo determinadas condiciones o circunstancias, la variable subordinada se puede transformar en dominante. Por ejemplo, muy típicamente, en fases de transición, la variable política suele pasar a ser el factor dirigente de la coyuntura.

[6] En realidad, el radicalismo objetivo de Marx viene impuesto por la postura clasista que asume. Inscribirse en las posiciones (e intereses objetivos) de la clase obrera, supone la necesidad de superar las estructuras de base del capitalismo. Lo cual, obliga a desplegar un enfoque teórico capaz de develar los rasgos más esenciales del sistema en términos no contaminados por la subjetividad. Esta, por decirlo de alguna manera, impone el objeto de estudio. Pero el estudio (o investigación) en tanto tal, debe plegarse a las exigencias de la práctica científica. Una praxis radical exige una teoría radical, profunda y veraz. Por lo mismo, en las teorías que responden a los intereses del “stablishment” dominante, suele haber mucha ideología y poca objetividad.

[7] Ibidem, pág. 706.

[8] Ibidem, pág. XXIV.

[9] Según Marx, “la sociedad actual no es algo pétreo e inconmovible, sino un organismo susceptible de cambios y sujeto a un proceso constante de transformación.” Asimismo, en muy famoso enunciado, declara que “la finalidad última de esta obra es, en efecto, descubrir la ley económica que preside el movimiento de la sociedad  moderna.” Cf. “El Capital”, Tomo I, págs. XVI y XV( Prólogo a la Primera edición), FCE, México, 1973.

[10] En la tasa de ganancia también inciden la composición de valor del capital y la velocidad de rotación del capital variable. Esto, en una primera aproximación. En una segunda hay que introducir el aspecto de la demanda (por la vía del grado de utilización de las capacidades de producción), el nivel de la tasa de interés y su impacto en la rentabilidad del capital industrial (efecto de apalancaje), el grado de monopolio, etc. Autores como Kalecki, Steindl, Sweezy, Baran, Minsky y Howard Sherman, mucho aportan en estos aspectos. Con ellos, se avanza a un manejo creador (en función de las realidades contemporáneas) de la teoría de Marx.

[11] Según Marx, “las circunstancias que determinan la magnitud de la ganancia (…) , difieren mucho de las que determinan su reparto entre estas dos clases de capitalistas y actúan no pocas veces en direcciones contrarias.” Asimismo, sostiene que “el tipo de interés –a pesar de hallarse subordinado a la cuota general de ganancia- se determina independientemente.” Ver C. Marx, “El Capital”, Tomo III, págs. 346 y 361. FCE, México, 1973.

[12] “La plusvalía se produce tan pronto como la cantidad de trabajo sobrante que puede exprimirse se materializa en mercancías. Pero con esta producción de plusvalía finaliza solamente el primer acto del proceso capitalista de producción, que es un proceso de producción directa. El capital ha absorbido una cantidad mayor o menor de trabajo no retribuido.” Luego, “empieza el segundo acto del proceso. La masa total de mercancías, el producto total, tanto la parte que repone el capital constante y el variable como la parte que representa la plusvalía, necesita ser vendida. Si no logra venderse o sólo se vende en parte o a precios inferiores a los de producción, aunque el obrero haya sido explotado, su explotación no se realiza como tal para el capitalista, no va unida a la realización, o solamente va unida a la realización parcial de la plusvalía estrujada, pudiendo incluso llevar aparejada la pérdida de su capital en todo o en parte.” En suma, “las condiciones de la explotación directa y las de su realización no son idénticas. No sólo difieren en cuanto al tiempo y al lugar, sino también en cuanto al concepto.” Cf. C. Marx, “El Capital”, Tomo III, pág. 243. Edic. citada. Cursivas nuestras.

[13] La información la tomamos de José Valenzuela Feijóo, “Dos crisis: Japón y Estados Unidos”, edit. Porrúa y Uam, México, 2003.

[14] A este ritmo, la productividad del trabajo se duplicaría en nada menos que 75 años.

[15] Estas cifras y las que siguen las tomamos de J. Isaac y J. Valenzuela coordinadores, “Explotación y despilfarro. Análisis crítico de la economía mexicana.” Edic. citada.

[16] Para la formación bruta de capital, si hacemos 1981= 100, tenemos 1994= 104.5 ; 2002= 136.6;  2003=125.7. Entre 1981 y 2003 el ritmo de crecimiento anual es de un muy raquítico 1.04% anual.

[17] En 1981, un 15.9% de la demanda global se satisfacía con importaciones y un 84.1% con producción interna. En 2002, las importaciones satisfacían un 27.8% y la producción del país un 72.2%. En breve, los productores del país han perdido 12 puntos porcentuales con cargo a la apertura neoliberal.

[18] Valga advertir: al interior de cada gran escuela, podemos observar corrientes y diferencias a veces no menores. Pero para los fines que aquí perseguimos, nos basta la muy gruesa distinción que hemos recogido.

[19]   Joan Robinson, “Ensayos de economía poskeynesiana”, págs. 337 y 334. FCE, México, 1987.

[20]   Ibidem, págs. 331 y 334.

[21] No olvidemos que el modelo neoliberal provoca un efecto de reducción y descomposición muy fuertes en la clase obrera industrial.

[22] Quien estudia y bien asimila la teoría de Marx, deja de repetir sus textos como un vulgar papagayo. Asimismo, no confunde el respeto al genio con la idolatría y la postración torpe y ciega. En realidad, hay muchos “discípulos” de Marx que han contribuido grandemente al desprestigio de la teoría marxiana.

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