Guerra contra Gaza: 100 días después, se avecina una catástrofe regional
David Hearst
Este fin de semana se cumplen 100 días desde que Israel lanzó su ofensiva en Gaza, y ha habido un aluvión de comunicados en los que se informaba de que la guerra entraría en la «transición» a una nueva fase, con menos tropas, menos bombardeos y más uso de ataques «selectivos».
Para que pareciera que la reducción de tropas era el acto de un Estado soberano, y no el resultado de la presión constante de Washington, el ejército israelí afirmó haber arrebatado el norte de Gaza del control de Hamás.
Sin embargo, mientras se celebraban estas sesiones informativas, el ejército israelí anunció que al menos 103 soldados habían resultado heridos en los combates de las 24 horas anteriores. Un día después, el ejército anunció la muerte de nueve soldados. En el mismo periodo, el Ministerio de Sanidad de Gaza anunció que 126 palestinos habían muerto en ataques israelíes. En las últimas 24 horas han muerto 147 más, según el ministerio.
Se vislumbra una contradicción. Las bajas que sufren a diario el ejército israelí y los civiles palestinos en Gaza no concuerdan con las afirmaciones de una nueva guerra de «menor intensidad».
La explicación más obvia de las bajas es que, 100 días después, la guerra se está librando con la misma ferocidad que el primer día. Hamás no agita una bandera blanca.
Yoav Gallant, ministro de Defensa israelí y miembro del gabinete de guerra compuesto por tres hombres, matizó la afirmación de que su ejército había establecido el control sobre el norte añadiendo «al menos sobre el terreno». Bien podría decir eso.
Entonces, ¿qué ha conseguido Israel al lanzar todo el poderío de su fuerza aérea y su ejército contra Gaza, sin importarle el coste en vidas civiles, y con la plena intención de hacer inhabitable la tierra para su población de 2,3 millones de habitantes?
El gabinete de guerra tenía tres objetivos en esta campaña: borrar a Hamás de la faz de la tierra, independientemente del destino de los rehenes retenidos; cambiar el desfavorable equilibrio demográfico entre judíos y árabes obligando a salir de Gaza al mayor número posible de palestinos; y alterar el paisaje para que ningún otro grupo militante pudiera volver a hacer lo que Hamás hizo el 7 de octubre.
¿Cómo le ha ido en cada caso?
¿Ha logrado Israel sus objetivos militares?
Evidentemente no, según el relato de Gallant, que advirtió de que los combates se prolongarían aún más. Sólo un rehén ha sido liberado con vida por la operación militar israelí, Ori Megidish, que Israel dijo haber rescatado durante las operaciones terrestres, aunque se discute si fue «liberada» por Hamás o «liberada» activamente por Israel durante sus operaciones.
Pero, ¿qué hay del desmantelamiento de la red de túneles que constituye la columna vertebral de la estructura militar de Hamás, proscrita como organización terrorista en el Reino Unido y otros países?
El ejército israelí se embarcó en esta operación con las capacidades más avanzadas del mundo en materia de detección, cartografía y destrucción de túneles y, sin embargo, parece haberse visto desbordado por la envergadura de la tarea, con unidades especializadas cayendo en una serie de trampas explosivas.
Como escribió en Foreign Affairs Daphne Richemond-Barak, profesora adjunta de la Escuela Lauder de Gobierno, Diplomacia y Estrategia de la Universidad Reichman de Israel: «Estas unidades también han descubierto una nueva generación de túneles de Hamás. Las rudimentarias estructuras del grupo de principios de la década de 2000 estaban reforzadas con tablones de madera. Las redes actuales son más profundas y endurecidas, parecidas a los grandes túneles de infiltración de Corea del Norte. Hamás utilizó avanzadas tecnologías de perforación civil para excavarlos, llevando sus capacidades subterráneas al siguiente nivel».
«La creciente dependencia de Hamás de los túneles y su elaborado esfuerzo de construcción han dado sus frutos. Nunca en la historia de la guerra de túneles ha podido un defensor pasar meses en espacios tan reducidos. La excavación en sí, las formas innovadoras en que Hamás ha hecho uso de los túneles y la supervivencia del grupo bajo tierra durante tanto tiempo no tienen precedentes».
Todo un elogio. Lo que Richemond-Barak no señaló fue la extensión de la red de túneles, que se extiende, según me han dicho, a muchos cientos de kilómetros.
Quizás esto pueda explicar por qué justo después de medianoche, al comienzo del nuevo año, se lanzó una nueva andanada de cohetes contra Tel Aviv.
Cien días después del bombardeo aéreo más feroz que el mundo ha presenciado desde los bombardeos de Dresde, Hamburgo y Tokio por los Aliados en la Segunda Guerra Mundial, Hamás ha conservado su capacidad para luchar e infligir pérdidas a los tanques y soldados israelíes.
Existe ahora cierta sensibilidad en Israel sobre la magnitud de las bajas que está sufriendo. Tras los persistentes informes sobre el elevado número de soldados heridos, el ejército israelí creó su propia página web, que actualmente informa de que desde el comienzo del ataque terrestre han muerto 186 soldados. El sitio también señala que alrededor de 2.500 soldados han resultado heridos desde el inicio de la guerra.
El panorama real es peor. Yediot Ahronoth informó de que se prevé que al menos 12.500 soldados sean reconocidos como discapacitados como consecuencia de la acción en Gaza. Una empresa contratada por el Ministerio de Defensa dijo que incluso esta cifra podría ser conservadora, señalando que el número de casos que solicitan el reconocimiento de invalidez podría alcanzar los 20.000. Actualmente hay 60.000 soldados en rehabilitación.
¿Ha forzado Israel el éxodo de Gaza?
Independientemente de lo que decida la Corte Internacional de Justicia (CIJ) de La Haya sobre la denuncia de Sudáfrica de que Israel es responsable de un genocidio, no cabe duda de que Israel ha creado una catástrofe humanitaria en Gaza, y lo ha hecho a propósito.
Un informe de la ONU elaborado en diciembre, con datos de 17 agencias diferentes, concluyó que el 80% de todas las personas del mundo que se encuentran en un estado catastrófico de hambre están ahora mismo en Gaza.
Incluso si la guerra se detuviera mañana, en Gaza se puede producir una pandemia, ya que la Organización Mundial de la Salud informa de que, de media, hay una ducha por cada 4.500 personas y un retrete por cada 220. Si juntamos todo esto, dentro de un año la tasa de mortalidad podría ser muchas veces mayor que en el momento álgido de la guerra relámpago.
Giora Eiland, ex jefe del Consejo de Seguridad Nacional israelí y asesor del gobierno, ha sido lo suficientemente insensato como para poner en palabras la estrategia del gabinete de guerra. Eiland dijo que no bastaba con cortar el agua, la electricidad y el gasóleo en Gaza.
En comentarios citados como prueba ante la CIJ de intención genocida, Eiland escribió en un diario online: «Para que el asedio sea efectivo, tenemos que impedir que otros den ayuda a Gaza… Hay que decir a la gente que tiene dos opciones: quedarse y morir de hambre, o marcharse».
Israel ha logrado crear un desastre humanitario en Gaza, pero hasta ahora no ha conseguido provocar el éxodo de palestinos que tanto desean los fundamentalistas sionistas. Es cierto que algunos extranjeros han abandonado Gaza, al igual que enfermos graves, pero en general no ha habido intentos de asaltar la frontera con Egipto en Rafah. Tampoco hay indicios, hasta ahora, de una revuelta popular contra Hamás.
Escuche, en cambio, lo que dice Hanaa Abu Sharkh. Vive en una tienda de campaña frente a su casa destruida. Forma parte de una larga cola para conseguir agua fresca, que a menudo se ha agotado cuando llega su turno.
«Cada vez que hago algo, como lavar, hacer la comida o recoger leña, recuerdo lo que nuestra gente solía contarnos sobre cómo fueron exiliados y cómo solían vivir. Me parecía extraño que vivieran en tiendas de campaña, pero ahora yo vivo en una tienda… No es fácil dejar tu tierra o tu hogar, y no es fácil ser exiliado… Mira, esta es la tierra en la que naciste y creciste. Es difícil olvidarla», afirma.
«Sigo diciendo: ‘¿Cuándo volveré a mi casa? Aunque esté destruida. Esta tienda la pondré delante de mi casa hasta que Dios alivie esta penuria y pueda reconstruirla», añade Abu Sharkh. «Nadie abandona su casa sólo por un vil plan, el llamado Plan del Gran Israel. ¿Y qué pasa con nosotros? ¿Somos ‘un pueblo sin tierra’, como decían? ¿Una tierra sin pueblo? No. Son ellos los que deberían irse, no nosotros».
También hizo esta advertencia a Israel: «Nos exiliasteis en 1948 y en 1967, y queréis exiliarnos de nuevo en 2023; ya es suficiente. Me consolaré y me diré que no estoy exiliada y que sigo en mi tierra».
Si hay una voz que describa la determinación de los palestinos a permanecer en el infierno que Israel ha creado, es la voz de Abu Sharkh.
¿Ha redibujado Israel el mapa de Oriente Próximo?
Este es el más ambicioso de los objetivos del gabinete de guerra, pero a medida que se desarrolla la guerra, es también uno en el que el gabinete se muestra más coherente. Benjamin Netanyahu, el asediado primer ministro israelí, dijo pocas horas después del ataque del 7 de octubre que Israel cambiaría la faz de Oriente Medio, y este sentimiento ha sido repetido con frecuencia desde entonces, sobre todo por Gallant.
En vísperas de una reciente visita del Secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, para apagar las llamas de la guerra regional, Gallant señaló lo que el Wall Street Journal describió como un cambio duradero en la postura militar de Israel.
«Mi opinión básica: Estamos luchando contra un eje, no contra un único enemigo», dijo Gallant. «Irán está acumulando poder militar en torno a Israel para poder utilizarlo».
Las palabras de Gallant, y las de muchos otros, podrían llevar a pensar que una guerra cuyo objetivo sea empujar a las brigadas de élite de Hezbolá al norte del río Litani, y alejarlas de la frontera norte de Israel, es una cuestión de cuándo, no de si.
Esto también significa que poco después podría producirse una guerra con Irán. Pero no muy por debajo de la superficie de la retórica militar israelí, hay más dudas, y aún menos certeza de que el ejército pueda terminar el trabajo en el Líbano, que en Gaza.
Como para enmarcar este objetivo de guerra como un hecho sobre el terreno, mientras Blinken volaba a la región por cuarta vez para impedir que esto mismo sucediera, Israel llevó a cabo dos asesinatos selectivos en el territorio de Hezbolá.
El segundo al mando de Hamás, Saleh al-Arouri, no fue avisado del ataque del 7 de octubre, como ningún otro miembro de Hamás fuera de Gaza, y aun así fue blanco de un ataque con misiles contra su oficina en Dahiyeh, el corazón densamente poblado del sur de Beirut, en hora punta. La zona se considera un área de seguridad para Hezbolá.
Tanto su asesinato como el de Wissam al-Tawil, jefe adjunto de una unidad de la fuerza de élite Radwan, fueron concebidos como golpes contra Hezbolá. El mensaje que Israel quería enviar a la milicia más poderosa de sus fronteras era que puede golpear al grupo en su corazón.
Sin freno a la respuesta regional
Al principio de la guerra, el líder Hassan Nasrallah había dicho que Hezbolá no era parte en el ataque de Hamás, pero sugirió que el objetivo de guerra de Israel de erradicar a Hamás era una línea roja para una mayor implicación de Hezbolá en el conflicto.
Tras la muerte de Arouri, Nasralá prometió venganza en un discurso con motivo del cuarto aniversario del asesinato del general iraní Qassem Soleimani, pero mantuvo su mensaje básico sobre las líneas rojas de Hezbolá.
En respuesta al asesinato de Arouri, Hezbolá atacó la base aérea israelí de Monte Meron, en el norte, con 62 cohetes; y tras el asesinato de Tawil, lanzó un ataque con drones contra el mando norte de Israel. Se trata de objetivos militares de alto valor, y Hezbolá estaba enviando su propia respuesta a Israel sobre la precisión y sofisticación del alcance militar del grupo. Hezbolá dejó claro su punto de vista.
Pero lo que está ocurriendo en otros lugares no tiene freno. Soleimani fue el arquitecto del eje de la resistencia, que ha empezado a comprometerse en respuesta a la campaña de Israel en Gaza.
Los huzíes de Yemen, tras más de dos docenas de ataques contra el transporte marítimo occidental que atraviesa el estrecho de Bab al-Mandeb, han obligado a cientos de buques portacontenedores a desviarse del Canal de Suez. En Irak, tras los ataques aéreos estadounidenses contra milicianos locales, el primer ministro Mohammed Shia al-Sudani anunció rápidamente que su gobierno cerraría todas las bases militares estadounidenses en Irak, uno de los principales objetivos de Irán desde el asesinato de Soleimani.
La guerra de desgaste en las fronteras de Israel se está haciendo sentir. Esto deja a Estados Unidos y Gran Bretaña, las dos potencias con mayor responsabilidad en la matanza de Gaza, con pocas o ninguna carta que jugar, y el tiempo se agota rápidamente.
Ninguno de los dos son espectadores desventurados, ya que han respaldado plenamente la guerra de venganza de Israel: el primero suministrando las bombas y proyectiles que Israel ha utilizado para reducir Gaza a escombros, y los dos frenando los intentos internacionales de imponer un alto el fuego inmediato y atacando a los huzíes de Yemen con ataques aéreos.
La lamentable actuación del ministro de Asuntos Exteriores británico, David Cameron, bajo el decidido examen de la Comisión de Asuntos Exteriores reveló plenamente el agujero moral y legal en el que se había metido Gran Bretaña, al permitir que Israel «se quitara los guantes» en Gaza. Cameron no pudo –o no quiso– responder si los abogados del gobierno le habían aconsejado que las acciones israelíes en Gaza eran crímenes de guerra.
Primeros disparos de una guerra mayor
Los regímenes árabes, y los países del Golfo en particular, han eludido notablemente cualquier papel de liderazgo contra las acciones de Israel. Los más culpables son los saudíes, bajo cuyo patrocinio se hizo el último intento serio de poner fin al conflicto con la Iniciativa de Paz Árabe en 2002. Pero Riad no puede mirar más allá de su propia supervivencia. Considera a Hamás una amenaza para sus propios planes de reclamar el liderazgo del mundo suní normalizando los lazos con Israel.
El atentado de Hamás y su firme resistencia desde entonces han proporcionado un modelo rival –que se creía muerto y enterrado– de unidad panárabe. Esto está estrechamente relacionado con las revueltas populares de la Primavera Árabe, que Arabia Saudí, los EAU y Egipto se pasaron una década reprimiendo.
Para una mente racional, patear este avispero de milicias altamente armadas, en gran medida autónomas y curtidas en mil batallas, todas anidadas en Estados débiles y a corta distancia de las fronteras septentrional y oriental de Israel, es lo último que debería hacer el establishment de defensa israelí.
No tienen tropas para luchar en tres frentes a la vez. Israel es demasiado pequeño y sus centros de población demasiado vulnerables a los ataques con misiles. Nasralá no exagera cuando dice que Israel sería el primero en pagar el precio si estalla una guerra total.
Un antiguo alto oficial del ejército israelí y defensor del pueblo del Ministerio de Defensa, el general de división (reserva) Yitzhak Brick, afirmó recientemente que podrían dispararse miles de cohetes y misiles diariamente contra centros de población, bases del ejército e infraestructuras de electricidad y agua: «Todo el mundo lo sabe, no sólo Nasralá. Nosotros lo sabemos. Ellos saben lo que tienen. No nos hemos preparado para esto». Tampoco conseguirán que Estados Unidos respalde un ataque contra Irán.
Hacer todo esto, habiendo tirado por la borda la relación de Israel con Rusia por la guerra de Ucrania, es el colmo de la insensatez.
Después de que un ataque israelí con misiles matara el mes pasado en Siria a Seyyed Reza Mousavi, alto comandante de la Fuerza Quds del Cuerpo de Guardianes de la Revolución Islámica de Irán, en Teherán se hicieron preguntas sobre por qué los rusos no habían desplegado su sistema S-300 para proteger a los asesores iraníes en Siria. El presidente ruso Vladimir Putin está esperando, y aún tiene cartas que jugar en Siria.
Pero Israel no actúa racionalmente. Netanyahu sabe que está acabado en el momento en que cese la guerra. El público israelí –incluso después de 100 días– no puede conseguir suficiente sangre palestina para satisfacer su demanda de venganza, y una clara mayoría quiere Gaza arrasada.
No existe un movimiento contra la guerra. Lo que queda de la izquierda israelí ha huido, o está huyendo, al extranjero. Mientras tanto, las calles, los cafés y los mercados se llenan de israelíes judíos armados con pistolas. Los ciudadanos palestinos de Israel nunca se han sentido más solos ni más vulnerables.
¿Puede algo de esto considerarse un logro para alguien que piense racionalmente? En todo caso, estos 100 días parecen los primeros disparos de una guerra mucho mayor y más larga, que sería catastrófica para todos, tanto judíos como árabes.
En lo que respecta a Estados Unidos e Israel, los dos principales antagonistas de esta guerra, ya no se trata de que un ciego guíe a otro ciego. Son los estratégicamente débiles dirigidos por los tácticamente furiosos.
El jueves, aviones de guerra estadounidenses y británicos atacaron posiciones de los huzíes en Yemen, un golpe que los huzíes podrán soportar bien, tras haber sobrevivido a siete años de bombardeos por parte de Arabia Saudí.
Seguirá una guerra a tiros en el Mar Rojo. Y este es el resultado de una semana de diplomacia estadounidense intentando limitar una guerra regional. Demasiado para la diplomacia primero.
El camino por el que Israel está llevando a Estados Unidos conduce al aniquilamiento mutuo en Oriente Próximo.
La guerra de Israel contra Gaza podría significar el fin de este presidente estadounidense.
David Hearst es cofundador y redactor jefe de Middle East Eye. Es comentarista y conferenciante sobre la región y analista sobre Arabia Saudí. Fue redactor de asuntos exteriores de The Guardian y corresponsal en Rusia, Europa y Belfast. Se incorporó a The Guardian procedente de The Scotsman, donde era corresponsal de educación.
Fuente: Middle East Eye, 12-1-2024 (https://www.middleeasteye.net/opinion/war-gaza-100-days-regional-catastrophe-looms)