Por qué creo lo que creo sobre la Revolución china
Vijay Prashad
Queridos amigos y amigas,
Saludos desde las oficinas del Instituto Tricontinental de Investigación Social.
A finales del año pasado, un colega me envió una carta criticando algunos de mis textos sobre China, en particular el último boletín de 2023. Este boletín es mi respuesta.
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La situación en China es causa de gran consternación entre la izquierda. Me alegro de que me haya planteado directamente la cuestión del socialismo chino.
Vivimos tiempos muy peligrosos, como usted sabe. La creciente tensión de Estados Unidos con otras naciones poderosas amenaza al planeta quizás más que en cualquier otro período desde 1991. La guerra en Ucrania y el genocidio en Gaza son ilustrativos de los peligros que nos acechan. Mientras tanto, me preocupa que EE. UU. intente atraer a Irán al conflicto, con Israel amenazando con intensificar las tensiones con Hezbolá en Líbano y luego provocar a Teherán para que dé un paso que permita a EE. UU. bombardear Irán. La Nueva Guerra Fría contra China llevará estos conflictos a otro nivel. Taiwán ya es la palanca. Espero que prevalezcan las mentes sensatas.
Como usted bien sabe, todos los proyectos socialistas se forman en el proceso de la lucha de clases y mediante el desarrollo de las fuerzas productivas. China no es la excepción. Recordará el libro de Bill Hinton The Great Reversal: The Privatisation of China, 1978-1989, publicado en 1990. Estuve con Bill en Concord, Massachusetts, más o menos un año antes de que muriera en 2004 y conversé varias veces con él sobre China. Nadie en Estados Unidos conocía China tan bien como Bill, toda su familia (incluida su hermana Joan y su marido Sid Engst, que modernizó la ganadería lechera en China) y, por supuesto, sus amigos Isabel Crook, Edgar Snow, Helen Foster Snow y, más tarde, la traductora Joan Pinkham, hija de Harry Dexter White.
En los años 90 y principios de los 2000, había una gran inquietud por China. Cuando visité el país décadas antes, me quedé perplejo ante la pobreza de las zonas rurales. Al mismo tiempo, me cautivó la dignidad de un pueblo que, inspirado en la gran historia de las luchas que dieron lugar a la Revolución china de 1949, sabía que estaba construyendo un proyecto socialista. Bill se aferró al maoísmo, consciente de las contradicciones del proyecto socialista, como escribió en Through a Glass Darkly: U.S. Views of the Chinese Revolution.
La desigualdad había alcanzado niveles elevados durante los años de Jiang Zemin (1993-2003) y Hu Jintao (2003-2013). En Las naciones pobres: una posible historia global del Sur (publicado originalmente en inglés en 2013), escribí sobre la Revolución china con parte de ese pesimismo, pese a comprender las dificultades de construir el socialismo en un país pobre (el único lugar para intentarlo, después de Rusia, desde que fracasaron las revoluciones en Occidente). Unos años después de eso, leí el excelente análisis de Ezra Vogel sobre Deng, Deng Xiaoping and the Transformation of China (2011), que situaba las decisiones del mandatario en 1978 en el contexto de todo el proceso revolucionario. Ese libro me permitió comprender mejor las reformas de Deng. Una de las conclusiones clave que me llevé fue que China tuvo que enfrentarse al estancamiento de la economía, permitiendo que el mercado hiciera avanzar las fuerzas productivas. Sin eso, estaba claro que China —un país pobre y poco desarrollado— caería en un socialismo de la desesperación. Tenía que ser pionera en un nuevo enfoque. Por supuesto, las reformas de Deng dieron un giro hacia las fuerzas del mercado y abrieron la puerta a una situación muy peligrosa. El pesimismo de Bill fue una respuesta a esa realidad.
A finales de la década de 1990, se empezó a debatir —incluso en los diarios del Partido Comunista de China (PCCh)— la posibilidad de hacer frente a los crecientes índices de desigualdad y pobreza mediante acciones de masas. En el quinto pleno del XVI Congreso del PCCh, celebrado en octubre de 2005, el partido anunció una «gran misión histórica» para «construir un nuevo campo socialista», utilizando la nueva expresión «los tres elementos rurales» para referirse a la agricultura, el campesinado y las zonas rurales. Esta misión pretendía mejorar las infraestructuras rurales mediante la inversión estatal, proporcionar educación gratuita y obligatoria y desarrollar servicios médicos cooperativos, al mismo tiempo que se alejaba de las reformas de mercado en el sector médico, esta última convertida en política nacional en toda China a partir de 2009. Me interesó que la campaña tuviera un carácter de masas y no burocrático, con miles de cuadros del PCCh involucrados en llevar a cabo esta misión. Fue un precursor de la campaña de erradicación de la pobreza extrema que llegaría una década después.
Mientras se desarrollaba esta misión, me interesó mucho el hecho de que se destacaran lugares con «recursos rojos» para la acción (como Hailufeng, en la provincia de Guangdong, que fue el corazón del primer Soviet rural chino). Resulta revelador que las y los académicos occidentales no se centraran en estos nuevos cambios, pues estaban casi obsesionados con la costa pacífica del país, en lugar de estudiar las condiciones del interior rural de China. Entre las pocas excepciones se encuentran personas honestas como la profesora Elizabeth Perry y la profesora Minzi Su (autora de China’s Rural Development Policy: Exploring the ‘New Socialist Countryside’, 2009), ignoradas por la mayoría de las y los especialistas en China.
Este impulso hacia un nuevo campo socialista animó al PCCh y a un movimiento tácito para contrarrestar las fuerzas puras del libre mercado, lo que creó la dinámica que condujo a la elección de Xi Jinping como líder del partido a finales de 2012. La preocupación de Xi por las zonas rurales del país proviene de haber pasado parte de su juventud en el subdesarrollado noroeste de China y de su etapa como secretario del partido de la prefectura de Ningde a finales de los 80, que era entonces una de las regiones más pobres de la provincia de Fujian. Un elemento ampliamente reconocido del liderazgo de Xi durante este periodo es que ayudó a disminuir la pobreza en esa zona y a mejorar los indicadores sociales, haciendo que la juventud fuera menos propensa a emigrar a las ciudades.
¿Era necesario que el crecimiento de China se produjera a expensas de la naturaleza? En 2005, durante su estancia en Huzhou (provincia de Zhejiang), Xi expuso la teoría de las «dos montañas», que sugería que el desarrollo económico y el ecológico debían ir de la mano. Prueba de ello es que, de 2013 a 2020, la contaminación por partículas en China disminuyó un 39,6%, aumentando la esperanza media de vida en dos años. En 2023, Xi anunció una nueva estrategia ecológica para construir una «China bella», que incluye un plan medioambiental para las zonas rurales.
Me llamaron la atención algunos de sus comentarios en el correo, en particular la idea de que «el retorno forzoso al campo es ahora política de Estado», que creo que merece una reflexión especial por formar parte de la política más amplia del «nuevo campo socialista». Es cierto que desde 2017 el presidente Xi está hablando de la necesidad de la revitalización rural, y también es cierto que varias provincias (por ej., Guangdong) tienen planes de acción para que las y los graduados universitarios vayan al campo y contribuyan a hacer lo rural tan atractivo como lo urbano. Sin embargo, esto no se hace por la fuerza, sino mediante programas innovadores.
La juventud está en la primera línea de estos programas, ya que formaba parte importante de los tres millones de cuadros que se desplazaron a las aldeas como parte de la política para abolir la pobreza extrema (cabe señalar que 1.800 cuadros murieron mientras llevaban a cabo esta tarea). Xi es muy sensible, como lo era Mao Zedong, a la importancia de que los miembros del partido conozcan la realidad de la China rural, dado el extenso territorio rural del país, y él mismo fue enviado al campo del noroeste durante la Revolución Cultural. Reflexionando sobre esta experiencia, Xi escribió en 2002: «A los 15 años, llegué al pueblo de Liangjiahe perplejo y perdido. A los 22, me fui con un objetivo claro y lleno de confianza». Hay algo de esta actitud en la política china. ¿Es malo que las y los miembros del partido, muchos de los cuales podrían tener empleos en el aparato estatal, pasen tiempo en el campo? No, si se quiere que comprendan mejor la realidad de China.
En los últimos diez años he estado muchas veces en China y he viajado mucho tanto por zonas rurales como urbanas. La estrategia de doble circulación que Xi ha adoptado (impulsada por esta política del «nuevo campo socialista») me parece de sumo interés, y he estado trabajando con una serie de académicos para construir una comprensión detallada y empírica del proyecto chino desde dentro y a través de sus propias categorías. Esa es la base del trabajo que hemos venido realizando, parte del cual se ha publicado en Wenhua Zongheng y parte en el estudio del Instituto Tricontinental de Investigación Social sobre la erradicación de la pobreza extrema en China. ¿Es propaganda? Espero que no. Espero que estemos cada vez más cerca de poder ofrecer una evaluación teórica de la Revolución china a medida que avanza. ¿Es perfecta la revolución? En absoluto. Pero requiere comprensión en lugar de clichés, que abundan en Occidente cuando se trata de China.
Tomemos, por ejemplo, las acusaciones de opresión sobre la población musulmana china (25 millones o el 1,8% de la población total). Recuerdo haber estado en Asia Central en la década de 2000, cuando Al Qaeda y los talibanes tenían un serio impacto en la región, incluso a través de las oficinas del Movimiento Islámico de Uzbekistán (IMU). El IMU formuló una política para apoderarse de toda la región de Xinjiang, razón por la que algunos uigures se pasaron al liderazgo de Juma Namangani.
El Partido Islámico del Turkistán, dirigido por personas próximas a Al Qaeda (como Abdul Haq al Turkistaní, que era miembro de la shura de Al Qaeda), nació de ese tipo de contactos. Los atentados con bomba en lugares públicos se convirtieron en algo habitual, incluyendo la región autónoma uigur de Xinjiang. Abdul Shakoor al-Turkistani, que en 2010 asumió el liderazgo de Abdul Haq (el ingeniero de los atentados de 2008 en Pekín durante los Juegos Olímpicos), fue responsable de los atentados de Kashgar en 2008 y 2011 y del atentado de Hotan en 2011. En 2013, este grupo se trasladó a Siria, donde conocí a algunos de ellos en la frontera turco-siria. Ahora tienen su base en Idlib y son una pieza clave de la formación de Al Qaeda allí. Este es su rasgo característico: no es mero nacionalismo turco, sino fundamentalismo islámico de la variedad de Al Qaeda.
En aquel momento, se podían haber adoptado varios enfoques frente a la insurgencia. El preferido por Estados Unidos y sus aliados en la región era el uso de la violencia, lo que incluía atacar zonas en las que se sospechaba que operaban estos insurgentes y detenerlos en masa, acabando algunos de ellos en centros clandestinos gestionados por EE. UU. Muchos de los miembros de este grupo, incluidos Abdul Haq y Abdul Shakoor, murieron en ataques estadounidenses con aviones no tripulados en Afganistán y Pakistán.
Curiosamente, China no siguió este camino. Hace algunos años, entrevisté a antiguos miembros del Libyan Islamic Fighting Group que se habían alejado de la violencia y de la ideología de Al Qaeda. Su grupo, la controvertida Fundación Quilliam (con sede en Londres), estaba dirigido por personas como Noman Benotman, que seguía el enfoque del proyecto egipcio de «arrepentimiento» y el argelino de «reconciliación». En esencia, estos programas trataban de adoptar enfoques tanto cognitivos como conductuales para la desradicalización (cambiar la ideología y poner fin a la violencia, respectivamente). Los antiguos yihadistas libios estaban ansiosos por aplicar este enfoque tanto en Libia (que fracasó) como en Occidente (donde muchos de ellos se reasentaron), en lugar de la alternativa de la violencia selectiva y las detenciones masivas. Fueron rechazados (excepto en Alemania, donde se creó el Programa Hayat en 2012). El problema del enfoque violento por el que optó Occidente fue que demoniza a toda la población musulmana en lugar de limitarse a tratar de desradicalizar a quienes se ven arrastrados a una política tóxica.
En el caso de China, en lugar de librar una guerra frontal contra los grupos radicales de Xinjiang y luego contra la sociedad en la que vivían y demonizar a todos los musulmanes, el Gobierno trató de llevar a cabo formas de desradicalización. Es útil recordar la reunión entre la Asociación Islámica China y el PCCh en Pekín en 2019, que se basó en el Esquema de planificación quinquenal para persistir en la sinificación del islam y buscaba compatibilizar el islam con el socialismo. Se trata de un proyecto interesante, aunque carece de claridad. Hacer al islam chino es una parte del proyecto; la otra es hacer que la práctica del islam esté en consonancia con el proyecto socialista. Este último es un enfoque sociológico sensato para el mundo moderno: hacer que la religión —en un sentido amplio— sea compatible con los valores modernos y, en el caso de China, con los «valores socialistas fundamentales» (como la lucha contra la discriminación de género).
Lo primero es más difícil de entender, y no he terminado de comprenderlo realmente. Cuando se trata de la idea de que la religión debe alinearse con los valores modernos, especialmente los socialistas, estoy totalmente de acuerdo. ¿Cómo debería hacerse? ¿Se prohíben ciertas prácticas (como el velo en Francia) o se inicia un proceso de debate y discusión con los líderes de las comunidades religiosas (que suelen ser los más conservadores)? ¿Qué hacer ante una insurgencia que tiene sus raíces fuera del país, como en Afganistán, Uzbekistán e incluso Siria, y no dentro, como las contradicciones de Xinjiang? Todos estos son dilemas acuciantes, pero no se puede permitir que las ridículas declaraciones sobre genocidio y demás impulsadas por el Departamento de Estado de Estados Unidos y sus amigotes —incluso por personas dudosas que trabajan para «think tanks» más dudosos cerca de la sede de la CIA en Langley, Virginia— definan nuestro debate dentro de la izquierda. Necesitamos una mayor comprensión de los asuntos en cuestión para no caer en una discusión al estilo Biden-Netanyahu, que reduce el debate a insistir en preguntas como «¿condena usted a Hamás?».
En su correo electrónico, usted señala que «no hay duda de que el nivel de vida de los chinos de a pie, especialmente de los habitantes de las ciudades, ha mejorado espectacularmente en las últimas décadas». De hecho, todos los datos —y mis propios viajes— demuestran que esto no solo es así «especialmente» para las y los habitantes de las ciudades, sino en todo el país y cada vez más en las zonas del extremo oeste y el extremo norte. Los datos de la Organización Internacional del Trabajo, por ejemplo, muestran que el crecimiento salarial real anual de China fue del 4,7%, muy por encima del de otros países del Sur Global, y desde luego superior al de India (1,3%) y EE. UU. (0,3%). En solo ocho años, de 2013 a 2021, el ingreso per cápita disponible de los 498 millones de residentes rurales de China aumentó más de un 72,6%, mientras que el de los 914 millones de residentes de zonas urbanas lo hizo en un 53,5%. Mientras tanto, la diferencia del ingreso disponible entre las zonas rurales y urbanas se redujo en un 5% durante este período, y la tasa de crecimiento del ingreso disponible de los residentes rurales ha superado a la de los residentes urbanos durante doce años consecutivos (2009-2021).
Entre 2012 y 2020, un programa focalizado en combatir la pobreza extrema sacó a 98,99 millones de personas de las zonas rurales de esa situación y permitió que todas y cada una de las familias que la sufrían recibieran ayuda. Como parte de este proceso innovador, el PCCh combinó la formación y el desarrollo de cuadros de base con la tecnología digital, mejorando así las capacidades de gobernanza moderna a nivel local y permitiendo a las y los militantes del partido servir al pueblo con mayor precisión y eficiencia.
En comparación, utilizando el índice de Gini, que no incluye los servicios públicos (ignorando elementos como los alquileres subvencionados de viviendas rurales), la desigualdad de ingresos en India es un 24% mayor que en China.
Quienes analizan los datos sobre desigualdad en China suelen centrarse en los multimillonarios del país. Eso quedaba claro en su correo electrónico, en el que señalaba que China «está inundada de millonarios e incluso multimillonarios subvencionados por el Estado. De hecho, una creciente clase de superburgueses, muchos de los cuales ‘invierten en el extranjero’». Ciertamente, la era de las reformas creó las condiciones sociales para que algunas personas se enriquecieran. Sin embargo, ese número está en declive: en 2023, de los 2.640 multimillonarios que había en el mundo, unos 562 se encontraban en China, frente a los 607 del año anterior, y los últimos congresos del PCCh han definido como prioridad revertir el motor de este proceso de producción de multimillonarios. De los 2.296 delegados del 20º Congreso Nacional, solo 18 eran ejecutivos del sector privado, la mayoría de ellos de pequeñas y medianas empresas, una cifra inferior a los 34 que participaron en el 18º Congreso Nacional de 2012.
Como sabrá, en 2021 Xi abogó por una política de «prosperidad común» (un término utilizado por primera vez por el PCCh en 1953), lo que alarmó a muchos de estos multimillonarios. Desde entonces han tratado de huir al monte («invertir en el extranjero», como usted dice). Sin embargo, China tiene controles de capital muy estrictos, que solo permiten enviar al extranjero 50.000 dólares. En los últimos años se ha abierto una serie de operaciones ilegales para ayudar a los ricos a sacar su dinero, incluso a través de la región más porosa de Hong Kong. Pero el Estado ha tomado medidas fuertes contra esto, al igual que contra la corrupción. En agosto de 2023, la policía arrestó a los dirigentes de una empresa de inmigración de Shanghai que facilitaba transferencias ilegales de divisas. La presión sobre Jack Ma (empresa de tecnología financiera Ant Group), Hui Ka Yan (promotor inmobiliario Evergrande) y Bao Fan (banco de inversiones Renaissance Holdings) es indicativa de la posición actual del Partido Comunista de China respecto a los multimillonarios.
Usted escribe que, aunque el nivel de vida ha mejorado en China, «el socialismo no está en la agenda de ese país». Si no fuera por la agenda socialista que persigue el PCCh, ¿cómo ha podido China abolir la pobreza extrema y reducir los índices de desigualdad, especialmente en tiempos de aumento de la desigualdad global, cuando la agenda socialdemócrata en el Norte Global capitalista y en gran parte del Sur Global no ha logrado ni acercarse a estos logros? Ciertamente ayuda que los grandes bancos en China estén bajo el control del Estado para que el capital a gran escala pueda ser gestionado eficientemente para resolver problemas sociales, como vimos durante la pandemia de COVID-19. La lucha de clases continúa en China, por supuesto, y esa lucha de clases afecta al PCCh (con su extraordinaria membresía de 98 millones).
Con este breve texto he intentado no solo aportar algunos datos para orientar nuestro debate, sino también hilvanarlos con la teoría del socialismo que considero más atractiva. Según esa teoría, el socialismo no es un acontecimiento sino un proceso, y este proceso —enraizado en la lucha de clases— va en zigzag, un vaivén cuya tensión a menudo se ve acentuada por la necesidad urgente de aumentar las fuerzas productivas en los países pobres. Es importante acompañar estos procesos en lugar de adoptar un punto de vista omnisciente.
Cordialmente,
Vijay
Fuente: Instituto Tricontinental, Boletín 2 (2024) (https://thetricontinental.org/es/newsletterissue/por-que-creo-lo-que-creo-sobre-la-revolucion-china-boletin-02-2024/)
Imagen de portada: Liu Hongjie (China), Skyline, 2021.