Un salto en las revoluciones árabes con su internacionalización
Jesús Sánchez Rodríguez
Fue mala suerte. Si la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU se hubiera demorado solamente dos días más, las tropas de Gadafi hubiera tenido tiempo para acabar con los bastiones rebeldes y no hubiera existido dicha resolución, ni la posterior intervención militar occidental. No habría guerra imperialista en curso, ni un escenario abierto a cualquier posibilidad como la que existe en estos momentos.
Gadafi continuaría en el poder, ahora reforzado, los rebeldes estarían masacrados y las alianzas con Libia cambiarían un poco. Francia y Gran Bretaña hubiesen quedado seriamente enfrentadas con Gadafi, en tanto que Italia, Alemania, Rusia o China pasarían a ser sus socios preferidos. Posiblemente cambiasen algunas de las empresas concesionarias que hacen negocios en Libia desde hace muchos años. Es posible que algunos no lo sepan, o se hagan los olvidadizos, pero el negocio occidental con el petróleo libio no necesitaba ninguna guerra. Fueron unos inoportunos rebeldes quienes complicaron una previa situación tranquila para los negocios.
Pero la cosa es difícil de desenmarañar, porque Gadafi era un socio apreciado entre los gobiernos y capitalistas occidentales, y un amigo inestimable para Chávez o Daniel Ortega. ¿Estaba engañando a alguno de los dos bandos o a ambos a la vez? ¿o a ninguno?.
Se ha escuchado por voces autorizadas de la izquierda, que las potencias imperialistas estaban deseosas de intervenir para quedarse con el petróleo. Insistimos, el petróleo ya se lo estaban quedando, lo que menos necesitaban era una guerra. Más bien han sido dos elementos los que han precipitado in extremis la situación. El primero viene dado por la ola de simpatías suscitadas por las rebeliones árabes en la opinión pública mundial, primero Túnez, luego Egipto, enseguida Libia, Yemen, Bahréin, Marruecos etc. Los medios de comunicación encandilaron a la opinión pública con una mentira piadosa, se pueden hacer revoluciones con apenas violencia (como antes habían vendido las guerras desde el aire sin que hubiese muertos), y una parte de la izquierda les siguió el juego con un matiz hasta cierto punto intrascendente. Para los medios de comunicación esa ausencia de violencia o violencia mínima se debería al poder de disuasión de Occidente al retirar su apoyo a los dictadores de turno (caso de Túnez y Egipto); para la izquierda la disuasión sería un efecto de la movilización de las masas. Los primeros cambiaron de opinión cuando Libia (y luego otros países) les sacaron del sueño; la izquierda a la que nos referimos se quedó perpleja, consultó sus viejas consignas y espero a la intervención militar occidental para decir no a la guerra. Y con los rebeldes, ¿qué hacemos?
Pero la ola de simpatías era insuficiente, el segundo y decisivo factor que intervino fue la posición del gobierno francés. Francia había quedado claramente descolocada con las rebeliones de Túnez y Egipto en un área sensible de su influencia, y necesitaba rehacer rápidamente su prestigio; y además, Sarkozy estaba en una clara situación de debilidad política frente a las presidenciales del año próximo, donde las encuestas le situaban en tercera posición, detrás de la izquierda y la extrema derecha. En esas condiciones se posicionó de manera decidida a favor de los rebeldes libios y arrastró a la votación del Consejo de Seguridad y la intervención militar inmediata, aún con graves contradicciones sin resolver entre los gobiernos occidentales.
La administración Obama no ha estado nada entusiasmada, al igual que otros gobiernos occidentales, con la intervención en curso. La impresión es que han sido arrastrados por los dos elementos anteriores, más la urgencia de una situación que se hacía imposible para los rebeldes a cada hora que pasaba.
A pesar de los argumentos artificiosos de algunos sectores de la izquierda, no es tan claro que la intervención haya sido la política deseada por el imperialismo. Ni siquiera el francés. Recordemos que el imperialismo también comete graves errores. Sin ir más lejos, en Irak y Afganistán en la actualidad.
Se puede comprobar que antes de la resolución de la ONU y la intervención militar, con la ofensiva de Gadafi arrasando a los rebeldes libios, las protestas habían comenzado a declinar en el resto de países árabes donde se habían iniciado, y, sin embargo, a partir de ese momento han vuelto a reactivarse, extendiéndose incluso a nuevos países como Siria. Esto es lógico, los distintos tiranos de la zona estaban esperando ver si había luz verde para la represión. Porque una victoria de Gadafi, autorizada por omisión internacional, hubiese enviado un mensaje claro, los rebeldes de no importa qué país árabe solo deberían contar con sus solas fuerzas, así que deberían calcular seriamente sus actos y consecuencias.
Arabia ya había intervenido en Bahréin contra las protestas de la mayoría chiita, y si se hubiese consolidado la victoria de Gadafi, a estas alturas el panorama más probable sería el del fin de todas las protestas y rebeliones, bien por la represión, bien por la inhibición de las masas. La estabilidad de los tiranos y del imperialismo se hubiera consolidado en la zona por un largo período de tiempo dada la magnitud de la derrota. Pero con la intervención en Libia, el panorama vuelve a quedar abierto y con resultados inciertos. El imperialismo ha vuelto a incurrir en una seria contradicción. En Afganistán e Irak fue fruto de la soberbia de la administración neocon norteamericana, ahora de los intereses del gobierno conservador francés.
Entonces, la izquierda ¿debe estar a favor o en contra de la guerra? Éstas son el tipo de preguntas que están mal planteadas, porque al intentar contestarlas se cae en contradicciones insuperables, como está ocurriendo.
En primer lugar, la cuestión no debe enfocarse sobre la situación concreta de Libia, sino sobre la del mundo árabe en conjunto y las rebeliones que están teniendo lugar en una situación compleja. Regímenes dictatoriales, masas rebeldes sin objetivos claros más allá del deseo de libertad y mejora de su situación, intereses de distintas potencias, organizaciones islamistas, ausencia de organizaciones e influencias socialistas. Es necesario tener perspectiva histórica para analizar estas revoluciones dentro del amplio movimiento de masas que lleva convulsionando al mundo desde al menos la revolución iraní, a la que siguieron la ola democratizadora del este europeo y Rusia, la ola antineoliberal del América latina y ahora la nueva ola democratizadora en el mundo árabe.
En segundo lugar, si se apoyan las rebeliones, se debe ser consciente que la situación más probable es que se genere un alto nivel de violencia y sufrimiento e incluso una guerra de consecuencias imprevisibles. Por eso la decisión solo corresponde a los pueblos protagonistas que van a pagar ese precio. Los gobiernos, occidentales o no, son más realistas en este sentido que la izquierda, por eso en la arena internacional el recurso más importante entre los Estados es la capacidad militar y las alianzas al respecto.
En tercer lugar, una actitud pacifista a ultranza, como principio inamovible, es una actitud irreal, contradictoria y cínica para la izquierda. Toda guerra y violencia es odiosa y deberían ser erradicadas, pero eso no se consigue con piadosos deseos. Incluso los ciudadanos poco politizados saben diferenciar entre conflictos o guerras justas e injustas. Y la izquierda debería tener, además, una visión estratégica. Debería abogar por la resolución pacífica de los conflictos y por la utilización de medios no violentos para presionar y alcanzar resultados, pero sin perder de vista que los medios de coacción son los determinantes en última instancia. Por tanto en situaciones complejas no sirven respuestas simplistas. Las masas se habían levantado en Libia como en Túnez y Egipto, Gadafi las iba a derrotar sin paliativos, y sus antiguos aliados en Occidente se volvían contra él para apoyar a los rebeldes. El no a la guerra imperialista ¿es toda la respuesta? Si es tan absoluta, porque entonces no a la guerra que desencadenaron los rebeldes con su levantamiento, o el no a la guerra con la que contestó Gadafi. Con todos los respetos y admiración por las tácticas de Gandhi, esas no han sido las de la izquierda a pesar de sus muchas diferencias en su seno. ¿La izquierda ha decidido hacer suyas estas tácticas? ¿Coyunturalmente o de forma permanente?
En cuarto lugar no se puede caer en algunas de las dos posturas extremas. En el extremo ingenuo pensando que unas idílicas masas revolucionarias van a acabar por si solas con dictaduras sólidamente establecidas y con enormes recursos militares, financieros y organizativos, y sin que intervengan otros actores internos (islamistas) o internacionales (los intereses de las diferentes potencias o vecinos). En este sentido no se puede olvidar que toda acción u omisión es una toma de postura, y en este caso, un no a la intervención militar de occidente, por muchos motivos morales que se quieran esgrimir, es un sí a favor de Gadafi, que a estas alturas ya habría acabado con la rebelión, y es un claro mensaje al resto de las rebeliones, debéis de contar con vuestra sola fuerza, aunque tengáis nuestra simpatía.
En el extremo cínico, diferenciando si el autócrata de turno está apoyado por el imperialismo (Egipto o Túnez), está enfrentado a él (Irán) o es amigo de gobiernos de izquierda latinoamericanos (Libia, Irán), y sacando como consecuencia que en el primer caso son rebeliones populares y en los otros dos son manipulaciones de la CIA.
En definitiva una situación compleja que requiere un debate complejo y no consignas simplistas. Y sobretodo huir del fácil expediente de adoptar posiciones moralistas en lugar de análisis rigurosos.
(*) Se pueden consultar otros artículos y libros del autor en el blog : http://miradacrtica.blogspot.com/, o en la dirección: http://www.scribd.com/sanchezroje