La posición política de los franceses no es el compromiso, sino la espera
Enric Bonet
El largo ciclo electoral francés concluyó el 18 de junio con la segunda vuelta de las elecciones legislativas. Sólo cuatro de cada diez franceses participaron en una contienda que concedió una holgada mayoría absoluta al presidente Emmanuel Macron, que podrá llevar a cabo su programa neoliberal sin apenas oposición parlamentaria. Esta abstención histórica también se vio reflejada en los pobres resultados de la izquierda francesa, dividida entre un decadente Partido Socialista y el movimiento de la Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon que no termina de consolidarse.
La historiadora Sophie Wahnich analiza para CTXT la delicada situación de la izquierda francesa y la apatía política en un país que fue la cuna de las revoluciones democráticas. Directora de investigación en el prestigioso Centro Nacional para la Investigación Científica (CNRS), Wahnich forma parte de una generación de historiadores especialistas en la Revolución Francesa (1789-1794) que reivindican el legado de este proceso revolucionario, demonizado por la derecha y menospreciado por el marxismo clásico que lo califica de revolución burguesa.
“El desconocimiento de la historia de la Revolución Francesa contribuye a la ausencia actual de un imaginario emancipatorio”, lamenta Wahnich en su casa en el norte de París. Pocos meses antes de las elecciones presidenciales, esta historiadora de las mentalidades publicó su última obra, Le radeau démocratique. Chroniques des temps incertains (Éditions Lignes). En este ensayo analiza la historia francesa y europea de los último veinticinco años y defiende que “vivimos en una época posdemocrática que se parece al periodo prerrevolucionario de 1789”. En marzo llegó a las librerías su último libro, La Révolution française n’est pas un mythe(Klincksieck), en el que aborda la amnesia cultural en torno a este periodo en el espacio público francés.
Sólo el 42% de los franceses participó en la segunda vuelta de las elecciones legislativas. ¿Cómo explica esta apatía en una sociedad tradicionalmente bastante politizada como la francesa?
Para comprender la apatía actual, debemos remontarnos hasta el periodo de la posguerra. Después de la Segunda Guerra Mundial, aquellos franceses que resistieron a la opresión lo pagaron con su muerte o la de sus familiares. En cambio, a aquellos que no participaron en la Resistencia no les pasó nada. Esto creó una tradición familiar en Francia que dice que es mejor callarse cuando uno no está de acuerdo. La posición política ordinaria de los franceses no es el compromiso, sino la espera. Esperan que un hombre o un partido resuelvan los problemas de la sociedad. Durante las elecciones presidenciales, los franceses se movilizan y se interesan masivamente por la política. Pero luego dejan de interesarse a partir de las elecciones legislativas. Lo que favorece un modelo presidencialista, muy poco democrático.
Un desinterés de la política que se acentuó después del establecimiento de la Quinta República en 1958…
La Quinta República fue creada como una institución estabilizadora. No surgió del deseo de resolver los problemas coloniales, como la Guerra de Argelia, sino de la inquietud de que no se pudiera gestionar el conflicto y esto provocara un gobierno inestable. Esto favoreció que se impusiera un concepto limitado de la democracia y que el imaginario político se redujera a la metrópoli blanca.
Tras haber naufragado en las presidenciales, el PS sólo obtuvo el 5,68% de los votos en la segunda vuelta de las legislativas ¿Cómo explica el hundimiento electoral del socialismo francés?
Desde los años ochenta y la llegada al poder de François Mitterrand, el PS ha sido una formación que no ha elaborado ningún tipo de programa. No ha introducido ideales en la sociedad y siempre ha dicho que no hay que soñar. Se conforma con proteger a los menos favorecidos adaptándose a las transformaciones del capitalismo. Desde entonces, lo único que ha interesado a sus dirigentes es la conquista del poder. Esta cuestión ha quedado disociada de la elaboración de un programa.
Esto ha favorecido que el PS se convierta en un aparato político cerrado, compuesto por profesionales de la política. En Francia, la mayoría de las personas de izquierdas interesadas en la política entraron por oleadas en esta formación. Pero han salido de ella desencantadas. En cada momento el aparato del partido se ha cerrado en beneficio de aquellos que eran profesionales de la política. El mérito de una persona como Benoît Hamon es haber construido una corriente en el seno de esta formación. Pero no sabe trasladarla al resto de la sociedad cuando sale de la estructura del partido.
Ante la pasokización del PS, ha emergido el movimiento de la Francia Insumisa de Mélenchon. ¿Qué le parece esta formación? ¿Comparte su populismo de izquierdas?
La Francia Insumisa es una formación que expresa un deseo de democracia. Pero lo subvierte a una idea agonística de la democracia, donde lo más importante es la construcción de una frontera entre el amigo y el enemigo, el nosotros y el ellos. El debate es importante, pero este no significa que debamos estar en guerra todo el tiempo y que las situaciones de enfrentamiento se reproduzcan en todas las instituciones. Esta confrontación constante suele tener un impacto negativo para la democracia, que debe consistir en la elaboración de leyes justas que permitan resolver los conflictos.
Pero ante el auge del Frente Nacional y el populismo de derechas, ¿no considera necesario un discurso populista de izquierdas que se reapropie de la palabra pueblo?
No estoy de acuerdo con aquellos que dicen que se puede votar al Frente Nacional de forma inocente. Sus electores no son personas ingenuas y están de acuerdo con su ideología de extrema derecha. Pero si hubiera un verdadero debate con los responsables del Frente Nacional, la gente se daría cuenta de que existe una oferta política distinta que quiere proteger a los pobres y que rechaza la pérdida de soberanía causada por la Unión Europea. El concepto de pueblo no pertenece a la derecha, así que la izquierda debe reapropiarse de él. Por desgracia, existe un discurso muy confuso que dice que es lo mismo el concepto de pueblo identitario reivindicado por el FN y el que defiende la izquierda mélenchonista.
Para una historiadora de la Revolución Francesa, ¿qué es el pueblo?
El pueblo son aquellas personas capaces de poner en marcha un proyecto basado en una declaración de derechos humanos a partir del conflicto. Este concepto permite al mismo tiempo expresar que debe haber una justicia para todos, pero también defender que esta debe alcanzarse a través de la lucha social. El concepto de pueblo representa la universalidad de los ciudadanos, pero también la clase inmensa de los pobres. Son estos últimos los que deben afrontar las divisiones para promover una mayor justicia.
En su última obra, Le radeau démocratique, defiende que el modelo posdemocrático actual resulta parecido a la situación que había justo antes de la Revolución francesa de 1789. ¿Cuáles son las similitudes?
La Francia de hoy y la de 1789 comparten el hecho de tener una deuda que resulta impagable y que sirve para someter a las personas hasta el infinito. Como sucedía a finales del siglo XVIII, las desigualdades sociales se han acentuado y esto genera un sentimiento de injusticia, que se ve reflejado en el voto al FN, a Mélenchon o en la abstención. Pero esto no significa que nos encontremos en una situación prerrevolucionaria. Para que tuviera lugar una revolución, debería haber un deseo de emancipación mucho más fuerte. Un deseo de que la inteligencia colectiva produjera lo mejor para la libertad y el bienestar de cada uno. Pero este ideal de democracia ya no existe.
¿Cómo explica esta desaparición del deseo de emancipación?
El pensamiento único que predomina en la actualidad se basa en un lenguaje muy limitado. Lo que comporta una reducción muy drástica de los imaginarios sociales. Existen numerosas distopías en el mundo del cine, la literatura o los videojuegos. Pero no hay ninguna utopía que circule. Entonces, la gente llega a la conclusión de que, si no sabemos lo que nos puede suceder en el futuro, es mejor que aceptemos la realidad actual.
En países como Francia o España, ¿cómo podría llevarse a cabo una revolución política en la actualidad?
Lo primero que hay que hacer es construir un nuevo imaginario social, basado en experiencias reales. Para ello, hace falta reunir a todas aquellas personas que no están de acuerdo con el modelo actual y consideran que este destruye las bases de la democracia. Como la gente dedica actualmente la mayor parte de su tiempo al trabajo, debemos encontrar formas de movilización vinculadas al trabajo, una especie de anarcosindicalismo contemporáneo. Las disidencias se harían por oficios y la gente, gracias a su experiencia profesional, sabría lo que no funciona. Entonces, estas personas deberían crear una cooperativa de todas las disidencias y elaborar un programa común. A partir de ahí, podrían ser capaces de llegar hasta las instituciones y erigirse en un contrapoder antes de conquistar el poder.
¿También hacen falta tránsfugas sociales para llevar a cabo una revolución?
Sí, nunca ha habido una revolución sin que hubiera tránsfugas sociales. Es decir, personas que, aunque tengan una vida acomodada, llegan a la conclusión de que el sistema resulta insoportable. Para ello, están dispuestas a perder una parte de sus privilegios para construir un mundo más justo. Pero los tránsfugas sociales suelen ser personas que se encuentran al margen de su orden social. Durante la Revolución Francesa, fue el caso del conde de Mirabeau, que no era una persona demasiado apreciada por la nobleza francesa de finales del siglo XVIII.
En su obra destaca la falta de conocimiento actual sobre la historia de la Revolución Francesa. ¿Dificulta este desconocimiento la creación de un pensamiento emancipatorio?
Actualmente, existe una ausencia de imaginario emancipatorio y el desconocimiento de la historia de la Revolución Francesa contribuye a ello. El marxismo clásico dio a entender que la Revolución Francesa representó sólo una conquista del poder de la burguesía. Pero esto no es cierto, ya que el proceso revolucionario fue vivido por la gente de aquella época. Actualmente se ignoran el resto de movilizaciones de entonces, como las tasaciones del precio del grano o los avances en los derechos de las mujeres, con la aprobación del divorcio.
Además, la gente desconoce la gran radicalidad que tuvo entonces el concepto del derecho natural y la aprobación de las primeras declaraciones de derechos.
Si buscamos en Internet declaración de derechos, encontraremos decenas de páginas que hablan sobre este tema. Pero ninguna de ellas explicará la radicalidad de este concepto. El valor radical de las declaraciones de derechos ha quedado en el olvido por el uso ambiguo que las ONG y las asociaciones humanitarias hicieron de este concepto durante los años noventa. Estas se reivindicaban como defensoras de los derechos humanos, pero no profesaban una concepción radical de la política.
¿Por qué considera que las declaraciones de Derechos del Hombre son un instrumento transformador?
Porque las declaraciones de los Derechos del Hombre de 1789 o 1793 reconocían el derecho a la resistencia a la opresión como un derecho inalienable y sagrado. Esto permitía que el pueblo se opusiera al poder cuando sus decisiones lo oprimían. Había una conciencia de que el pueblo tenía que estar vigilante para proteger sus derechos, porque nadie más lo haría por él.
Además, las declaraciones de derechos reconocieron la universalidad y la unidad del género humano. Así impulsaron la igualdad entre los distintos pueblos del mundo y reconocieron la dignidad de cada uno de ellos. Esto no sucede en el modelo neocolonial actual. Por ejemplo, el gobierno norteamericano distingue entre aquellas personas (y nacionalidades) que pueden ser asesinadas y las que no.
Pero este concepto de la universalidad del género humano ha sido duramente criticado por los estudios poscoloniales que consideran las declaraciones de derechos como una idea occidental y asociada al imperialismo.
Sí, pero se trata de una crítica hecha con mala fe. Los teóricos poscoloniales saben perfectamente que las declaraciones de los Derechos del Hombre no se referían sólo al hombre blanco. Estas tuvieron una función universal, que produjo grandes disputas desde los inicios de la Revolución Francesa. Sus defensores las utilizaron para promover la abolición de la esclavitud. En cambio, las facciones monárquicas y coloniales deseaban que las declaraciones de derechos no afectaran a las colonias. Por desgracia, existe un discurso habitual en la izquierda francesa que consiste en decir que lo que sucedió en 1789, 1793 o 1799 era lo mismo. Considera que se trató de una revolución que impuso un modelo parlamentario que excluía al pueblo. Pero esto no es cierto. Un liberal conservador como Benjamin Constant no tenía nada que ver con un liberal radical como Maximilien Robespierre. Es evidente que la Revolución Francesa terminó con la detención y la ejecución de Robespierre el 9 y 10 Thermidor (27 y 28 de julio de 1794).