Un clásico filosófico presentado por un maestro que no olvidaremos
Salvador López Arnal
Reseña de: Arthur Schopenhauer, Dialéctica erística o Arte de tener razón en 38 artimañas, Madrid: Editorial Trotta, 100 páginas (Presentación de Luis Vega Reñón y traducción de Fernando Leal Carretero)
Hay dos buenos motivos para leer (e incluso estudiar y releer) la reciente edición en Trotta de Dialéctica erística de Arthur Schopenhauer (el lector encontrará una sucinta biografía suya en las páginas 10-11 de la presentación del ensayo y un documentado apartado bibliográfico en las páginas 36-40): el clásico en sí, una magnífica demostración de las habilidades argumentativas del autor de Parerga y paralipómena (la dialéctica es para él una técnica natural de la razón, una dialéctica discursiva, no la del movimiento de las ideas platónicas, ni la sustantiva de la dinámica del Espíritu hegeliano, ni la concepción materialista de Marx, Engels y la tradición), y la excelente presentación, tal vez su último texto largo, de Luis Vega Reñón, uno de nuestros grandes filósofos, lógicos y teóricos de la argumentación recientemente fallecido.
Componen esta edición de Trotta la presentación (1. Arthur Schopenhauer. Venturas y desventuras de un espíritu libre. 2. La dialéctica erística o el arte de tener razón), Dialéctica erística o arte de tener razón en 38 artimañas, y Sobre la controversia (Parerga y paralipómena II, cap. II, 26). La dialéctica erística es para el filósofo pesimista por excelencia, traductor al alemán de Oráculo manual de Baltasar Gracián, «el arte de disputar y, por cierto, de disputar en forma tal que siempre se tenga razón, es decir, per fas et nefas (por las buenas o por las malas). Se puede, en efecto, tener razón objective [objetivamente] en cuanto a la cosa misma y, sin embargo, no tenerla a los ojos de los asistentes ni a veces incluso a los propios ojos.» (pp. 47-48). O también, en la misma línea: el «verdadero concepto de dialéctica», es el de «esgrima intelectual para tener siempre razón al disputar, si bien el nombre erística sería más apropiado, y por ello lo más correcto sería dialéctica erística. Y ella sí es muy útil: en los tiempos modernos se la ha descuidado injustamente.» (p. 57).
Cuatro ejemplos de artimañas (estrategias que pueden ser exitosas pero que suelen ser falsarias, contrarias en general a la buena argumentación, ardides las llama también Luis Vega) para abrir el apetito del lector:
Artimaña 2. «Utilizar la homonimia para extender el aserto planteado también a aquello que, aparte de igual palabra, poco o nada tiene que ver con el asunto de que se habla, y entonces refutarlo paladinamente, dándole la apariencia de haber refutado el aserto» (p. 62). Toda luz puede extinguirse, el intelecto es luz. Luego, por tanto, el intelecto puede extinguirse.
Artimaña 19. «Si el adversario nos invita expresamente a presentar un argumento contra un determinado punto de su aserto, y nosotros no disponemos de algo que sirva para ello, entonces debemos llevar la cosa a lo muy general y entonces discurrir contra eso. Si es cosa de decir por qué no hay que confiar en una determinada hipótesis física, entonces discurrimos que el saber humano es susceptible de engañarse y damos todo tipo de ejemplos de ello.» (p. 71).
Artimaña 36. «Desconectar, pasmar al adversario con una alud de palabras sin sentido. Esta artimaña descansa en el hecho de que: Suele creer el hombre, en cuanto oye palabras,/ que por fuerza debe haber ideas en ellas expresadas (J. W. Goethe, Fausto I, vv. 2565-2566.» (p. 82).
Artimaña 38. «Si uno nota que el adversario es superior y va uno a terminar no teniendo razón, hay que ir contra la persona, ofender, ser grosero. Ir contra la persona consiste en alejarse del objeto en disputa (pues allí la cosa está perdida) y volverse hacia el que disputa, atacando su persona de alguna manera: podría uno llamarlo argumento ad personam para distinguirlo del argumento ad hominem... «(pp. 85-85).
El sustantivo balance de Luis Vega: «La Dialéctica erística o Arte de tener razón de Schopenhauer es una paradigma de este modelo belicoso de discusión. Más aún, quizás el mismo, no sin reticencias, se habría avenido a estimarlo como un clásico menor dentro de la gran tradición dialéctica. Sin embargo, en la perspectiva de esta tradición y manteniéndose en la clave menor de la dialéctica discursiva, no deja de tener una significación un tanto singular en varios aspectos».
Vega Reñón menciona tres: «Su tono sarcástico a veces y a veces aleccionador, pero nunca escolar. Su prédica mediante ilustraciones y ejemplos en lugar de preceptos. Sus referencias a casos concretos del discurso cotidiano y de la discusión común, antes que a muestras artificiales y prefabricadas como las reiteradas por los repertorios habituales de falacias en medios escolásticos, a la sombra de las Refutaciones sofísticas del sufrido Aristóteles.»
Una sugerencia para el futuro lector: finalizar la lectura del ensayo con la relectura de la presentación.
Escribe en nota al pie de página, al final de la presentación (p. 40), el editor del ensayo: «Luis Vega no pudo ya acompañar las fases finales de la preparación del presente libro. Valga esta nota como homenaje a su memoria». Valga también esta reseña como sentido homenaje a su memoria, a la memoria de un amigo y maestro de muchos de nosotros. Un verdadero (y amable) filósofo de la cabeza a los pies.
Fuente: El Viejo Topo, abril de 2024.