Encomiable sensatez analítico-marxista
Salvador López Arnal
Terry Eagleton, Ideología. Una introducción, Paidós, Barcelona, 1ª edición en la colección Surcos, 2005; 293 páginas (traducción de Jorge Vigil Rubio).
Ideología de Eagleton se abre con dos breves textos de Rorty de Contingencia, ironía y solidaridad. El segundo de ellos dice así: “Sobre la inutilidad de la noción de “ideología” véase la obra de Raymond Geuss, The Idea of a Critical Theory”. Este ensayo, este deslumbrante ensayo del autor de Después de la teoría, puede leerse como un documentado intento de discutir la (satisfecha) tesis de Rorty sobre la inutilidad de este concepto, a pesar de que también él reconoce las bondades de este ensayo: “un estudio particularmente elegante y riguroso sobre el tema, con especial referencia a la escuela de Frankfurt” (p. 285).
Si el Ser se dice de numerosas maneras, la noción de ideología no habla con menos registros. Ideología, como es sabido, es una noción particularmente polisémica. Eagleton da una lista con dieciséis significados (pp. 19-20), no todos ellos internamente consistentes. La categoría jugó un papel central en algunas discusiones del marxismo de los años sesenta y setenta. Autores como George Lichtheim, Adolfo Sánchez Vázquez o Raymond Williams, entre muchos otros, desde diferentes perspectivas y con resultados diversos, se aproximaron a esta noción. La crítica a las ideologías fue central en la filosofía de Althusser y en su defensa del carácter científico del marxismo maduro. Pero también en otras tradiciones la noción sobrevoló con frecuencia: en los intentos de Popper de delimitar la ciencia natural frente a teorías formales, metafísicas o bien frente a criticadas concepciones pseudocientíficas (acaso, ideológicas), o en la insistencia de Kuhn en el papel de los aspectos valorativos, culturales, acaso ideológicos, en los momentos de crisis, de revolución científica y de irrupción e instauración de nuevos paradigmas.
Que aquellas discusiones no siempre tuvieron una deseable precisión conceptual es cosa admitida; que la situación planteaba algunas aristas paradójicas a las propias tradiciones emancipatorias no fue tampoco asunto ignorado. Se pretendía, por una parte, construir teoría, no repetir litúrgicamente citas de clásicos, intervenir políticamente de forma informada, alejada de ideologismos o presupuestos poco analizados, pero, por otra parte, se sostenía la necesidad del compromiso político, de la pulsión y debate ideológicos, del humanismo con valores normativos, frente a concepciones tecnocráticas bien instaladas que, previamente al reiterado final de la historia, proclamaban gozosas el anhelado fin de las ideologías (que solía ser, eso sí, el feliz entierro de las ideologías adversas) y el indiscutible triunfo de lo único posible, del saber tecnocrático, que coincidía básicamente con las líneas, intereses, valores y reflexiones afines a los círculos mejor instalados. De ahí la sabia recomendación de Eagleton: la medida en que se está dispuesto a utilizar el término “ideología” en relación con las propias ideas políticas es un índice fiable de la naturaleza de la ideología política, atendible o no, de cada uno (p. 25).
¿Tiene sentido después de todo ello aproximarse a este concepto con alguna utilidad teórico-práctica, con alguna posibilidad de ganancia conceptual? ¿Puede aún servirnos esta noción? ¿No ha proclamado reiteradamente la misma izquierda la caducidad de esta categoría? ¿No condenamos por ideológicas las creencias asociadas al neoliberalismo omnimercantil o a “la teoría” del diseño inteligente? ¿Las teorías postmodernistas no han insistido acaso en la coincidencia del fin de la modernidad y del final de las ideologías? Este es precisamente uno de los temas centrales del ensayo de Eagleton: la explicación de esta paradoja, mostrar por qué en un mundo atormentado por conflictos ideológicos la noción misma de ideología se ha evaporado sin dejar huella en los escritos postmodernos y postestructuralistas, con la diferencia de que la vieja ideología del final de las ideologías era netamente de derechas (con una difícil intersección con la concepción marxiana y marxista de la ideología como falsa consciencia) y que, en cambio, el rechazo postmoderno adquiere en ocasiones tintes radicales. Eagleton responde a estas cuestiones en este ensayo que estructura en apartados como los siguientes: a) ¿Qué es la ideología? b) De la Ilustración a la segunda internacional. c) De Lukács a Gramsci. d) Discurso e ideología. Combina, pues, precisas discusiones analíticas y rigurosas miradas históricas a un tiempo: Ideología no es tan sólo una aproximación al devenir de este concepto sino una atenta mirada, lleva de matices y de ideas novedosas, sobre grandes debates de las últimas décadas del XX. Si se quiere una prueba concluyente del modélico hacer de Eagleton, basta mirar atentamente las páginas 42 y ss que dedica a las posiciones de Louis Althusser en este campo.
Hay varias presuposiciones (sin duda, ideológicas) en esta recomendación de Ideología. Confesaré una de ellas: este reseñador tiene predilección por ensayos que se enfrentan a sesudos asuntos filosófico-políticos, como sin duda es éste, y lo hacen con pertinentes descensos terrenales. Así, Eagleton señala de entrada que la consabida consideración de ideología como un conjunto particularmente rígido de ideas no se puede mantener por la simple razón de que no todos los conjuntos rígidos de ideas son ideológicos. El ejemplo es del propio autor: “Yo puedo tener ideas inflexibles poco comunes acerca de cómo cepillarme los dientes, sometiendo a cada uno de mis dientes a un número exacto de cepillados y utilizando sólo cepillos de dientes de color malva, pero seria extraño, en cualquier caso, llamar ideológica tal postura” (p. 24). Para Eagleton, algo más en serio, la fuerza del término reside en su capacidad para discriminar entre aquellas luchas por el poder que son de alguna manera centrales a toda forma de vida social y aquellas que no lo son.
Las conclusiones del ensayo está sucintamente expuestas en las páginas 281-284. Como, una vez más, lo decisivo no es la meta sino el camino hacia ella, no me resisto a dar aquí un pequeño adelanto:
1. La visión racionalista de las ideologías como sistemas de creencias conscientes y articulados es insuficiente, porque “pasa por alto las dimensiones afectiva, inconsciente, mítica, simbólica de la ideología”, pero ello no implica que las ideologías carezcan de un importante contenido proposicional o que proposiciones como las que formulan no puedan valorarse semánticamente.
2. Gran parte de las afirmaciones que sostienen las ideologías son verdaderas, dado que serían ineficaces en caso contrario, pero contienen también enunciados falsos: no por una cualidad inherente sino por su frecuente intento de ratificar y legitimar sistemas políticos injustos y opresivos.
3. La concepción sociológica que señala que la ideología es el cemento de una formación social, o una proyección cognitiva que orienta a sus agentes a la acción, tiene un efecto despolitizador, vaciando al concepto de todo conflicto y contradicción. La ideología nunca es mero efecto expresivo de intereses sociales objetivos, aunque tampoco todos los significantes ideológicos son independientes de estos intereses. La ideología contribuye a la constitución de intereses sociales, no sólo refleja pasivamente posiciones dadas de antemano.
4. Las ideologías no son entidades ultramundanas. Todo lo contrario: la ideología suele ser una fuerza social que constituye a los sujetos humanos en la raíz de su experiencia vivida y les dota de formas de valor y creencia relevantes para sus tareas sociales y para la reproducción del orden social.
5. No se impone fácilmente el optimismo en relación a la forma de rebajar la letal presión de las ideologías. El ámbito donde estas formas de conciencia pueden transformarse muy rápidamente es en la lucha política: cuando en un determinado lugar, de forma aparentemente modesta y local, algunos ciudadanos se ven llevados a una confrontación directa con el poder del Estado e instituciones dominadoras, su conciencia política puede modificarse de manera irreversible y definitiva. ¿Qué valor tiene entonces la teoría de la ideología? Contribuir a iluminar el proceso por el que puede llevarse a cabo en la práctica esta liberación respecto de creencias que versan, frecuentemente, sobre la muerte. La traducción de Jorge Vigil Rubio hace justicia al texto de Eagleton. Tres breves comentarios: a) “performativo” acaso sería una palabra que deberíamos evitar en la lengua castellana. b) Hay un “sino” que falta en la página 23 (“Esto, como el lector advierte, no es en sí mismo … un punto de vista ideológico”). c) Hay una errata de “suprimidos” por “oprimidos” en “De hecho, la mayoría de los pueblos suprimidos a lo largo de la historia no han concedido de manera patente este crédito a sus gobernantes…” (p. 60) y un “reducible por “irreducible” en “La estructura del fetichismo de la mercancía es igualmente reducible a la psicología del sujeto humano” (p. 283).
En síntesis: si al igual que a este reseñador compungido, a alguno de ustedes les faltó tiempo o información y no leyó en su momento (original inglés, Verso, 1995; primera traducción castellana, 1997) este deslumbrante trabajo de Eagleton, no tengan duda alguna: regálenselo, no se arrepentirán se lo aseguro. Merece ser un clásico (y esto no es sólo una creencia ideológica).
Nota: Esta reseña fue publicada en la revista El Viejo Topo.