Breve crónica de una infamia previsible
Salvador López Arnal
Palabras de José Bono en el Congreso de los Diputados
1. Obertura antifascista.
Con el siguiente poema abría el químico y resistente antifascista Primo Levi Si esto es un hombre.
Los que vivís seguros En vuestras casas caldeadas Los que os encontráis, al volver por la tarde, La comida caliente y los rostros amigos: Considerad si es un hombre Quien trabaja en el fango Quien no conoce la paz Quien lucha por la mitad de un panecillo Quien muere por un sí o por un no Considerad si es una mujer Quien no tiene cabellos ni nombre Ni fuerzas para recordarlo Vacía la mirada y frío el regazo Como una rana invernal Pensad que esto ha sucedido Os encomiendo estas palabras Grabadlas en vuestros corazones Al estar en casa, al ir por la calle, Al acostaros, al levantaros; Repetídselas a vuestros hijos O que vuestra casa se derrumbe La enfermedad os imposibilite, Vuestros descendientes os vuelvan el rostro. ¡Quienes han muerto por un sí o por un no! ¡No olvidemos que todo esto ha sucedido! ¡Repetid estas palabras a vuestros descendientes!
2. La ignominia (un solo acto).
Martes, 19 de julio de 2011, minutos después de las 19:30. Declaración institucional del Congreso de Diputados. Toma la palabra la tercera autoridad del Reino borbónico de España, el presidente del Congreso de Diputados, el “socialista” José Bono. Sus palabras:
“La Junta de Portavoces [por iniciativa de IU e ICV] acordó que el presidente del Congreso hiciera pública una declaración en el Pleno de la Cámara, con motivo de que ayer se cumplieron 75 años del inicio de la Guerra Civil.
Ayer también se cumplieron 73 años [en 1938] de que el Presidente de la República don Manuel Azaña, pronunciara un discurso en el Ayuntamiento de Barcelona, cuyas últimas palabras, de ese discurso, en plena guerra civil, fueron estas: ‘…cuando la antorcha pase a otras manos, a otros hombres, a otras generaciones … si alguna vez sienten que les hierve la sangre iracunda y otra vez el genio español vuelve a enfurecerse con la intolerancia y con el odio y con el apetito de destrucción, que piensen en los muertos y que escuchen su lección: la de esos hombres, que han caído embravecidos en la batalla luchando magnánimamente por un ideal grandioso y que ahora, abrigados en la tierra materna, ya no tienen odio, ya no tienen rencor, y nos envían … el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos: Paz, piedad, y perdón’.
Sirvan, señorías, estas palabras del presidente Azaña para rendir homenaje a quienes murieron en defensa de sus ideales y ojalá sirvan también para desterrar el odio y la intolerancia de nuestras vidas”.
Déjenme que no comente el grado de abyección que representa que José Bono, precisamente él, tome pie en las palabras del presidente Manuel Azaña sin tener en cuenta lugar, tiempo y contexto; déjenme que no comente con detalle las propias palabras del presidente republicano en las que se hace un llamamiento a que pensemos “en los muertos y que escuchen su lección: la de esos hombres, que han caído embravecidos en la batalla luchando magnánimamente por un ideal grandioso”, ideal, innecesario es apuntarlo, que por ser grandioso no era, desde luego, el del fascismo español y sus aliados europeos (lo peor, juntado, de todas las casas y países).
El punto es otro, la herida que no se cierra ni puede cerrarse (porque para algunos, in crescendo, el “día de la Victoria” sigue siendo el día de su victoria) es otra. La infamia, el insulto, la ignominia, la abyección, el golpe (verbal) antidemocrático es que el Congreso de diputados, la cámara de representación política de la ciudadanía, por boca de su máximo representante, no condene el criminal e ilegítimo golpe de estado de 1936; que, minutos antes, PP y PSOE (con la inestimable ayuda de CiU: Dios, el dinero, el mercado, los privilegios y la historia los crían y ellos se juntan al instante y casi siempre) se opongan a declarar imprescriptibles (y delitos de lesa humanidad) los crímenes del franquismo; que se rinda homenaje institucional a “quienes murieron en defensa de sus ideales”, sin más matices, equiparando lo que no pueda ser igualado; que no se haga referencia al diseño criminal del fascismo español y europeo; que no se hable de la legitimidad, truncada militarmente, de la II República española; que no se haga la más mínima referencia a la represión (y asesinatos) del franquismo-falangismo y del postfranquismo. Nada, nada de nada. Y, que además, por si faltara algo, para dar cuenta de esa infamia, se citen las palabras de un presidente republicano dichas en una ciudad que había sido bombardeada por la aviación italiana y atacada desde el puerto por la marina fascista de Mussolini.
Que algunos diputados del PSOE, en los pasillos, y con voz baja para que no se les oyera, “no ocultaran su malestar” [1] es otro insulto más, otra de las bajezas y servidumbres poliéticas a la que ya nos tienen acostumbrados. ¡Hasta la barbilla! ¡No podemos más!
¿Importa realmente que el Congreso de los Diputados condene el golpe? Pues no, ya no importa, no ha importado nunca. Permítanme el exabrupto: que les den, que se vayan (casi) todos, no nos representan. ¿Cómo podemos identificarnos con una institución así? Son, actúan como un grupo servil al servicio (interesado) de los privilegiados e historias de siempre. No es la miseria del historicismo, no, es la miseria de esta inadmisible y persistente revisión (neofranquista, de derecha extrema) de nuestra historia reciente. ¿Señala bien, valora con ecuanimidad, el gran historiador Ángel Viñas cuando en su último libro sobre Franco y la conspiración del 18 de julio [2] enlaza las conquistas democráticas y sociales y las finalidades de la II República española con lo alcanzado y perseguido tras la muerte del dictador golpista? No lo parece, no es inmediata la respuesta. Es muy difícil responder afirmativamente.
Déjenme que recuerde a un familiar fusilado, a un abuelo materno, asesinado el 10 de mayo de 1939 en el Camp de la Bota de Barcelona (donde el Fórum), pocos minutos después de que uno de sus hijos de 17 años, José Arnal Mur, fuera golpeado con la culata de un fusil guardiacivilesco por oponerse con rabia al asesinato, y que, esta vez, no desee nada bueno: que la miseria cubra a los que no son capaces de indignarse, que la indignidad y la falta de solidez les singularice, y que los vientos que agitan incansables, levantando razonables y enfurecidas tempestades de rabia (y de impotencia a un tiempo), giren su trayectoria y los trasladen al país de los pusilánimes y los entregados. Al corazón de sus tinieblas. Que así sea.
Notas:
[1] Público, 20 de julio, pp. 2-5.
[2] Crítica, Barcelona, 2011 (último capítulo).