Un punto de encuentro para las alternativas sociales

La Tradición de la Democracia(y7)

Joaquín Miras Albarrán

Una última palabra sobre nuestros dos amigos, a título de resumen definitivo. Como hemos visto, en política Marx y Engels siguieron ateniéndose en lo fundamental, a lo aprendido en los años de París y de Colonia. En los años 60, durante el periodo de la AIT, al volver a constituirse un movimiento democrático de masas, se incorporaron de nuevo a la actividad política, dejando inconclusa y sin mayor preocupación la obra intelectual que habían ido desarrollando como paliativo a la falta de actividad política. Esta actividad duró hasta la derrota del movimiento, cuyo emblema fue la Comuna de París. Hemos podido interpretar algún texto de este periodo.

La confianza en que el movimiento fuese generando un proyecto a la altura de sus capacidades, y que el propio movimiento mostrase cuáles eran éstas, es el meollo las ideas fundamentan su actividad.

El rechazo del estado burocrático delegativo -o del estado- como medio idóneo para la acción política se encuentra, desde el principio en los textos más primitivos de Marx y Engels y se mantiene hasta el final de sus días como idea en ambos revolucionarios.

El aprecio que sintieron siempre por la tradición de la democracia, y por la experiencia del movimiento democrático moderno, que se inicia con la Revolución Francesa, la podemos ver nuevame recogida en 1891, ya muerto Marx, en la ‘Crítica al programa de Erfurth‘, redactada por Engels, texto en el que se ve cómo, para Engels, en la democracia, la actividad política democrática carece de estado, o si se prefiere, el estado político de la democracia carece de burocracia. Engels rechaza que la política consista en la representación de los ciudadanos por parte de técnicos especializados que apliquen estrategias de intervención en la sociedad conforme a técnicas de ingeniería social. La política debe ser resultado de la autoactuación de la propia ciudadanía que aplica directamente sus propias normas.

Escribe Engels: ‘Está absolutamente fuera de toda duda que nuestro partido y la clase obrera sólo pueden llegar a la dominación bajo la forma de república democrática. Esta última es incluso la forma específica de la dictadura del proletariado, como lo ha demostrado ya la Gran Revolución francesa. (.) Así, pues, república unitaria. Pero no en el sentido de la presente República francesa, que no es otra cosa que el Imperio sin el emperador fundado en 1798. De 1792 a 1798, cada departamento francés, cada comunidad poseían su completa autonomía administrativa, según el modelo norteamericano, y eso debemos tener también nosotros. Norteamérica y la primera República francesa nos han mostrado y probado cómo se puede organizar esa autonomía y cómo se puede prescindir de la burocracia, y ahora lo muestran Australia, el Canadá y las otras colonias inglesas. Semejante autonomía provincial y comunal es mucho más libre que el federalismo suizo, por ejemplo, donde el cantón es, por cierto, muy independiente respecto de la Confederación, pero lo es también respecto del distrito y de la comunidad. Los gobiernos cantonales nombran a los gobernadores de los distritos y los alcaldes, lo que no ocurre en absoluto en los países de habla inglesa…’[1].

EPÍLOGO

Con posterioridad a los personajes de los que acabamos de tratar, las luchas democráticas de masas se acrecentarían en el período subsiguiente. A consecuencia de la crisis de civilización generada por la Primera Guerra Mundial, las masas europeas irrumpieron en la política y se empeñaron en protagonizar el espacio público cuya existencia caracteriza a la Modernidad, en hacerlo crecer, y en expresarse políticamente instaurando regímenes democráticos. Esto provocaría el pánico de las burguesías capitalistas, al extremo de apoyar el fascismo.

Posteriormente, tras la Segunda Guerra Mundial, como reliquia del movimiento democrático antifascista, aparecieron en Europa grandes partidos de masas que permitieron que las clases populares participasen, de uno u otro modo en la actividad política. Su intervención permitió el desarrollo de unas condiciones de vida en Europa -a la postre, también en los países sometidos a dictaduras- características y únicas. A diferencia de los Estados Unidos, en Europa se impidió que la clase trabajadora se dividiese en dos y que una parte de la misma se convirtiese en el Cuarto Mundo y viviese en condiciones de pobreza miserable, desprotección social y anomia extrema. La alianza entre los trabajadores y las clases populares hacía que las fuerzas de los segmentos sociales más potentes sirviesen para luchar en favor de los segmentos sociales más débiles.

Este modelo departido y la estrategia política correspondiente era resultado de una determinada correlación de fuerzas surgida en Europa a consecuencia de la derrota del nazifascismo y de la desaparición de la opción liberal pura o doctrinaria del mundo de la política durante más de veinticinco años, debido al involucramiento de los liberales con los fascistas en contra de los movimientos de masas democráticos. La Guerra Fría determinaría esta estrategia política y congelaría las ilusiones que las masas populares habían acariciado a la salida de la guerra.

Pero la práctica política de masas y las nuevas instituciones políticas partidarias y sindicales debían su ser, es decir, las nuevas características que poseían a  la composición y características de la nueva clase trabajadora. Procedentes del campo la mayoría de ellos –salvo Inglaterra toda Europa era mayoritariamente campesina en 1945; esta situación cambiaría en los siguiente veinte años: el ampesinado ha pasado a ser una clase social residual en Europa- se constituiría una nueva clase obrera cuyas características laborales y técnicas serían las del taylorfordismo: cadena de producción, baja cualificación técnica e intelectual , incapacidad para conocer lo que se hace y poder proponerse la elaboración consiguiente de alternativas al modelo de organización de la producción, etc.

Este trabajador de nuevo tipo es el que se ve en la necesidad de delegar la representación de sus intereses políticos y sindicales globales en funcionarios cualificados. En Europa, en determinados países se organizarían masivamente en torno de las políticas populares y desarrollarían movimientos de masas combativos y  de fuerte composición moral. Pero sus capacidades les impedían poner en el orden del día real políticas que no fuesen de redistribución,  de seguridad social y sanidad, de solidaridad, de  dignificación de la actividad laboral y del puesto de trabajo, etc.

Las organizaciones políticas y sindicales  de este periodo fueron evolucionando peligrosamente hacia la representación de las organizaciones de masas y desligándose de las tareas de organización directa a de las masas. La necesidad de los dirigentes profesionales de las instituciones de izquierda era desarrollar de arriba abajo cadenas de mando y crear hacia abajo estructuras de representación. Las burocracias desarrollaron una incomodidad creciente ante los movimientos organizados de masas democráticos que constituían su propia base, debido al grado de autonomía que seguían poseyendo en multitud de asuntos y situaciones, dentro del mundo de las empresas, etc. Por ello desarrollaron la tendencia a debilitar y difuminar las bases organizativas, y a proponer a cambio la gestión de un estado de bienestar que parecía formar parte de la naturaleza.

Pero el desarrollo de esta  tendencia estaba posibilitado por las características de la clase, de sus conocimientos y formación, de la recientísima incorporación permanente de millones de personas procedentes del campo y de otros países muy a menudo. Y, además, la aparición de un capitalismo de bienes  de consumo, por primera vez en la historia, que liquidó las tradicionales bases culturales de vida cotidiana de la clase obrera. Hubiese sido necesario un enorme esfuerzo organizativo y político para rearticular una vida cotidiana de los trabajadores controlada, como hasta la fecha, por ellos mismos[2].

El “marxismo” adquirió, durante esta época y en ciertos países un refinamiento filológico y académico muy notable, pero se separó desmesuradamente de la actividad política diaria y quedó convertido o en una artículo cultural o en un catecismo para cuadros neófitos de las instituciones de la izquierda.

Así, cuando tras la gran  crisis capitalista de los años setenta y ochenta, el capitalismo reorganiza el aparato productivo y liquida el tipo de obrero taylorfordista, se produce la desaparición  de las organizaciones tradicionales que reposaban y se reproducían sobre la experiencia y la cultura democrática ese determinado modelo mayoritario y muy luchador de  clase obrera surgida de la posguerra.  A la vez, con el hundimiento de los países del este quedaba liquidada una condición indispensable que sostenía la correlación de fuerzas surgida de la segunda guerra mundial, y  que garantizaba el estado de bienestar, y este pasaba a la historia. La razón de ser de las organizaciones de la izquierda, en tanto que representantes y gestoras  de ese estado desaparecía a su vez

Las instituciones políticas y sindicales, cuyo grado de especialización en la representación se había desarrollado a un punto fatal, serían incapaces ya de reasumir  la nueva tarea  de recomposición organizativa de la nueva clase obrera y de regeneración de la nueva cultura democrática.  Se entraba en un fin de época, en unos países más flagrantemente que en otros. Es el periodo que conocemos bien.

Se puede explicar lo acaecido en la clase obrera europea, durante el final del siglo XlX,  sin caer en triviales demonizaciones, y se puede explicar lo sucedido en el último cuarto del siglo XX de la misma manera. Debemos recordar a las gentes que tratan de  sostener los palos del sombrajo en el presente que el demonio no existe: no vale la pena perder el tiempo en exorcismos.

Muchos debates de gran importancia de esos años quedan fuera de este texto.

Entre ellos, uno no menor, que se cifra en considerar que la actividad productiva no forma parte del reino de la libertad, sino del reino de la necesidad humana y que, en consecuencia, el autodesarrollo humano se realizará en el ámbito del consumo, fuera de la producción. Esta interpretación, como hemos visto, también tiene sus raíces en la tradición. Se produce como resultado de la interpretación o comprensión intelectual naturalizadora del proceso de producción organizado por el capitalismo, que se considera determinado por una racionalidad instrumental impuesta por la tecnología. Este argumento fue compartido por la Segunda internacional y también por la Tercera internacional, con excepciones y minorías no oficiales. Sin embargo, encierra también otras sorpresas. Elaborado en el este de Europa, por intelectuales comunistas democráticos, sirvió de argumento en contra de la intervención arbitraria del Estado en la organización productiva, y como coartada para reclamar libertad de acción para las fuerzas sociales reales de la sociedad civil, frente a las ingerencias omnímodas y arbitrarias de los partidos estado, en esas sociedades. En último análisis, fue inútil su pretensión y no pudo servir para preservar la libertad de la sociedad civil contra el estado, pero el precio que esto acarreó a aquellas sociedades es de todos conocido: hoy ya no existen.

Otro asunto de debate que quedó arrumbado y del que se ha perdido la memoria es el problema del estado burocrático, o del estado en su sentido convencional de gobierno de los funcionarios y de las élites profesionales.

En honor a la verdad y a título de testimonio -también para sugerir su lectura- hay que señalar que, durante el primer tercio del siglo XX, hubo algunas elaboraciones teórico políticas -muy pocas- de gran envergadura intelectual, desconectadas entre sí, que sostenían la continuidad con la tradición en ésta y en las demás concepciones de fondo de la tradición, y desarrollaron con creatividad sus ideas dentro de la matriz de esta tradición democrática. Todas ellas juntan la experiencia de su participación en un movimiento democrático de masas -el de los años 1917 a 1924- y su conocimiento intelectual de los autores de la tradición de la democracia.

Uno de los más importantes entre ellos es Antonio Gramsci, si bien la lectura canónica habitual pasa por encima casi sin enterarse de su adscripción radical a la tradición de la democracia.

Escribe Gramsci: ‘Estatolatría. Actitud de todo grupo social respecto de su Estado. El análisis no sería exacto si no se tuviera en cuenta la duplicidad de formas en la cual se presenta el Estado en el lenguaje y en la cultura de las épocas determinadas, o sea, como sociedad civil y como sociedad política, como ‘autogobierno’ y como ‘gobierno de los funcionarios’. Se da el nombre de ‘estatolatría’ a una determinada actitud respecto del ‘gobierno de los funcionarios’ o sociedad política, que, en el lenguaje común, es la forma de vida estatal a la que se da el nombre de Estado y que vulgarmente se entiende como totalidad del Estado. La afirmación de que el Estado se identifica con los individuos (con los individuos de un grupo social), como elemento de cultura activa (o sea, como movimiento para crear una nueva civilización, un nuevo tipo de hombre y de ciudadano) tiene que servir para determinar la voluntad de construir en el marco de una sociedad política una sociedad civil compleja y bien articulada, en la cual el individuo se gobierne por sí mismo sin que por ello su autogobierno entre en conflicto con la sociedad política, sino convirtiéndose, por el contrario, en su constitución normal, en su completo orgánico’[3].

El paso de Gramsci se encuentra en un texto en el que reflexiona sobre la Unión Soviética, su estatolatría y las posibles salidas a la misma. Es cierto que Gramsci escribió este y otros muchos textos en presidio, y que parte del lenguaje que resulta críptico al lector de izquierdas es resultado de la necesidad de burlar la censura policial. Pero también en  muchos casos, encontramos en el discurso de Gramsci nociones y conceptos con los que no sabemos qué hacer ni cómo entenderlos, cuyos significados semánticos quedan aislados y sin interpretación en nuestras lecturas. Son los términos que proceden directamente de la tradición de la democracia, cuya razón obedece a otra lógica.

En el texto transcrito, como ejemplo, encontramos definida en todo su brillo la tradición de la democracia a través de conceptos que revelan el diálogo directo con Rousseau, con Aristóteles y con la experiencia de la Revolución Francesa y con la noción de la república sive societas civilis. Gramsci sabe que no en todas las épocas pasadas el instrumento institucional mediante el que se ejercía la actividad política fue el estado burocrático, sino la comunidad organizada de ciudadanos. Insiste en la idea de que esa forma de entender la política tuvo que ver con los individuos de un determinado grupo social -‘hay democracia cuando gobiernan los pobres’-. Sabe que la actividad de poder y organización  social se dio unas veces a través de organizaciones burocráticas -estado-gobierno de los funcionarios-, y frente a la alternativa burocrática del estado, él propone la del estado como autogobierno de la propia comunidad de los individuos constituyentes de la sociedad civil.

En este texto, en consecuencia, se rechaza el estado funcionarial, y se afirma como alternativa que el estado es la denominación de la totalidad de la ciudadanía. El texto recoge explícitamente la palabra ciudadano, y defiende la idea de autogobierno y la noción de la ‘voluntad’ de todos los ciudadanos -‘Voluntad General’ rousseauniana, que nace de la deliberación pública y el acuerdo-. La política de estado debe ser el resultado del autogobierno permitido por una sociedad civil bien organizada.

La democracia es caracterizada como un ‘movimiento’ organizado, en el mejor estilo revolucionario jacobino, cuyo fin es ‘crear una nueva civilización’.

Detrás de Gramsci se encuentra la luminosa inteligencia de Antonio Labriola, capaz de definir en su concepción del de ‘comunismo crítico’ al marxismo como teoría de un movimiento concreto organizado. Labriola es quien acuñó la denominación del materialismo histórico como Filosofía de la Práctica, porque comprendió que el marxismo es un filosofar praxeológico unido indisolublemente a un movimiento concreto.

Estas mismas ideas inspiran a Arthur Rosenberg, muerto en 1939, dos años después que Gramsci. Este teórico, catedrático de filosofía clásica, especialista en Aristóteles y marxista,  escribe: ‘La democracia como una cosa en sí, como una abstracción formal no existe en la vida histórica: la democracia es siempre un movimiento político determinado, apoyado por determinadas fuerzas políticas y clases que luchan por determinados fines. Un estado democrático es, por tanto, un estado en el que el movimiento democrático detenta el poder’[4].

Rosenberg es el primer autor que conozco de los que reclaman la filiación política de Marx y Engels que no solamente los considera dos demócratas, sino que los enmarca dentro de una tradición de la democracia, a la que se le reconoce una relación de continuidad con la antigüedad clásica.

En esta minoría se incluye Karl Korsch, como se puede ver fácilmente en su Marxismo y Filosofía. También Korsch, conocedor y deudor de la obra de Labriola, es capaz de ver que el inmanentismo filosófico de Marx se integra en una tradición clásica. Considera el marxismo como la expresión teórica de un movimiento organizado, dotado de características históricas concretas, y rechaza el estatismo burocrático [5].

Estos teóricos piensan que la tarea política fundamental debe desarrollarse en la sociedad civil. Que la sociedad civil, desde el último tercio del siglo XlX, ha desarrollado una tendencia cada vez más acelerada de organización de la actividad, y en primer lugar la actividad productiva, de forma social, frente a la forma organizativa de la actividad productiva del campesinado parcelario, por ejemplo, que es también moderna. Que la hegemonía de un grupo social sobre el resto de la sociedad es consecuencia del control real de los procesos productivos y reproductivos. Que en consecuencia, se trata de abrir la lucha en el interior de las instituciones sociales que organizan la actividad dentro de la sociedad civil. Que las condiciones de posibilidad del desarrollo de esa lucha -o sus límites- vienen dadas por  alguna característica intrínseca de los propios movimientos organizados, aunque no saben definir cuál. Que los instrumentos de poder social democrático creados mediante la lucha en el seno de la sociedad civil, no deben abandonar nunca su papel de dominio de la institución social concreta de la sociedad civil en la que se hallan desarrollado, para tratar de constituir a partir de ellos las nuevas sobrestructuras políticas, por poco burocráticas que éstas sean. Recordemos que los consejos de fábrica eran instrumentos de contrapoder dentro de la sociedad civil, dentro de la Fiat, etc. Los soviets que nacen como asambleas territoriales, dejaron pronto este papel para tratar de articular una estructura política o estado de nuevo tipo. El vacío generado en la base social se trataba de rellenar mediante comisarios políticos.

Todos ellos coinciden también en considerar que la política se basa en la deliberación y el desarrollo de acuerdos y pactos entre diversos segmentos sociales, porque en la sociedad,  hay diversas clases productivas subalternas y diversos segmentos dentro de cada una. Todos piensan que debe articularse un bloque popular democrático que organice para la acción política a la mayoría de la sociedad, y que en su proceso de desarrollo vaya generando un proyecto común. Pero en estas otras ideas coinciden ya con otros -pocos- teóricos demócratas; que veían en los movimientos de masas un instrumento para ocupar o crear nuevos aparatos políticos de estado, simplemente.

Y desarrollaron una refinada autoconsciencia histórica del marxismo, o de los distintos marxismos que ha habido.

Pero a pesar de la riqueza creativa del pensamiento de estos tres autores, y de algún otro que eventualmente pudiera existir, y que desconozco, ninguno de los autores precitados ha tenido la menor importancia a la hora de inspirar políticas que recogieran esos puntos de vista, incluido Gramsci.

Existen otros debates no de menor envergadura que éste y que no menciono si quiera.

Pero además, y por otra parte, se han producido también cambios sociales de enorme magnitud, sobre los que un hipotético y nuevo movimiento de masas democrático debería reflexionar atentamente. En la actualidad, por imperativo del desarrollo del propio capitalismo, un amplio sector de la clase trabajadora está en posesión, nuevamente, de los conocimientos técnicos que gobiernan directamente el proceso productivo. La nueva división técnica del trabajo elimina la escisión entre trabajo manual y trabajo intelectual. Se da masivamente una alta cualificación intelectual, científica, técnica y organizativa de los trabajadores directos, y además, las nuevas tecnologías que se introducen, exigen permanentemente a la ‘autoactuación’, el protagonismo y creatividad de los trabajadores.

Como ejemplo emblemático podemos señalar el ordenador. Los nuevos saberes poseídos por quien los aplica, son polivalentes y capacitan al trabajador de forma similar a la de los viejos obreros artesanos de mediados del siglo XlX. Dos estudiosos del asunto escriben: ‘Mientras la mayoría de las máquinas tiene una estructura independiente a la que debe amoldarse el usuario, la fascinación del ordenador (.) es que el usuario puede adaptarlo a sus propios fines y hábitos mentales. El ordenador es, pues, una máquina que satisface la definición marxista de la herramienta del artesano: es un instrumento que responde a las capacidades productivas del usuario y que las amplía. Resulta, por lo tanto, tentador sumar las observaciones de los ingenieros y de los etnógrafos a la conclusión de que la tecnología ha terminado con el dominio de las máquinas especializadas sobre los trabajadores no cualificados y poco cualificados y ha reconducido el avance por la senda de la producción artesanal. La llegada del ordenador devuelve al hombre el control sobre el proceso productivo; la maquinaria queda de nuevo subordinada al operario’ [6].

Ambos autores explican, además, que la imposibilidad de prever una producción a largo plazo, por parte del capital, por desconocerse cuánto tiempo va a durar la bonanza en el ciclo económico y cuánto tiempo se va a sostener la preferencia por un producto en el mercado, impide que los capitales puedan realizar inversiones masivas en aparatos industriales muy especializados en una sola producción -‘economías de escala’-. Que, en consecuencia, la fábrica del futuro deberá parecerse más a un laboratorio que a una fábrica actual, y deberá poseer instrumental y maquinaria básica, no especializada en la producción de ningún producto concreto, de modo que pueda ser utilizada para un número indefinido de producciones. Este tipo de maquinaria impone la existencia de un trabajador altamente cualificado y dotado de creatividad, capaz de redefinir los usos de sus instrumentos de producción, los cuales deben estar supeditados a sus iniciativas, y a sus capacidades intelectuales, en consecuencia.

La imprescindibilidad de este tipo de trabajador tiene muchos ejemplos hoy día. Europa no sólo importa mano de obra descualificada, marroquí, subsahariana, etc. Necesita que cientos de miles de informáticos hindúes se instalen, de inmediato y definitivamente, en Alemania, por ejemplo, y se les garantiza total estabilidad en el empleo, el salario más alto de la escala salarial a la que pertenecen, las máximas condiciones sociales y laborales contempladas por la ley y ¡la obtención de la nacionalidad al cabo de un año de permanencia en Alemania!

Con independencia del tipo de contrato de trabajo que posean estos nuevos trabajadores, que no deben ocultar al observador la nueva realidad emergente, todos estos cambios hacen referencia a transformaciones reales en las relaciones de poder -dunameis; en potencia-. comportan la democratización del poder -en potencia-. Por lo tanto, la impotencia actual de la democracia no es ontológica, no es un rasgo intrínseco de la ciudadanía democrática, sino organizativa, del proyecto de la izquierda, de sus características institucionales y organizativas.

Ese nuevo ser o sujeto social, formado por cientos de miles de trabajadores asalariados, iguales, con capacidad de control individual y colectivo sobre la actividad, genera una nueva experiencia y, potencialmente, una nueva conciencia social. Las nuevas capacidades práxicas que posee generan una experiencia para la que no sirven las respuestas políticas institucionales de la izquierda partidaria, fundamentadas en la delegación y en el voto, organizadas por políticos profesionales que se ofrecen para liderar y conducir a personas cuya capacitación intelectual es habitualmente mayor que la de sus ‘tribunos’.

Esta experiencia nueva, en cambio, constituye un contexto de recepción idóneo para las ideas de la tradición de la democracia, desde el cual ésta puede ser comprendida, apropiada y vivificada por entero, dándole nuevo desarrollo. Ideas de la tradición olvidadas hasta la fecha, que eran consideradas ‘obsoletas’ e ‘inactuales’ nos cautivan y entusiasman. Es el nuevo espíritu de los tiempos, es decir, la nueva realidad mdemocracia, hecho posible por el desarrollo de ese nuevo tipo de experiencia potencialmente democrática fruto de la nueva masa de trabajadores cualificados, que desean protagonizar sus vidas y su sociedad ,  y a los que pertenece el autor de estas líneas, configurada por el capitalismo, la que genera esta experiencia y produce estos cambios de gafas.

He citado y resumido las ideas de aquellos “marxistas”  que comprendieron la obra de Marx como filosofar praxeológico orgánico de un periodo histórico y de un movimiento democrático concreto. En honor a ellos, para terminar, deseo aplicar el mismo método hermenéutico de autointerpretación a este ensayo.

Este ensayo debe ser considerado un eslabón en la recuperación de la tradición de la  democracia, hecho posible gracias al desarrollo de ese nuevo tipo de experiencia potencialmente democrática, que es fruto de la nueva masa de trabajadores cualificados, que se encuentran intelectual y técnicamente capacitados para gobernar su actividad  y protagonizar sus vidas y su sociedad , y a los que pertenece el autor de estas líneas.

Parte implícitamente de la experiencia de quien ha presenciado como espectador y como protagonista la liquidación de las variantes políticas estatistas, mayoritarias, de la izquierda, que se han disipado en la inanidad más absoluta, en una vorágine de autoderrota y cainismo. Esas variantes políticas de la izquierda, verdaderos mutantes de la tradición de la democracia, si bien gestionaron una correlación de fuerzas surgida de la segunda guerra mundial, fueron incapaces de realimentar los movimientos de masas que dieron lugar a esa situación y estos movimientos se han agotado y , por el momento, no existen.

Este ensayo parte también de la memoria de la experiencia organizativa de los movimientos de masas que se desarrolló entre nosotros durante el último periodo de la dictadura franquista y los primeros años de la transición.

Recoge también la tradición intelectual de la democracia conformada por los diversos discursos teóricos, o para decirlo bien, por los diversos filosofares praxeológicos que se han originado como consecuencia de la vinculación del pensamiento con los diversos movimientos organizados, históricos -singulares e irrepetibles- de masas populares o democráticos, cuyos textos escritos  conservados constituyen una tradición que, de movimiento en movimiento les ha ilustrado e inspirado a todos, y que  ha llegado hasta nosotros.

Pero este ensayo no posee organicidad con ningún movimiento democrático, real,  que hoy no existe, y no puede ser la consciencia o filosofar praxeológico del mismo; no es experiencia viva actual. Este ensayo, en consecuencia, tan solo es político conativamente, es decir, como interpelación a otras individualidades para que nos pongamos de acuerdo, mediante la deliberación, sobre los medios y formas que nos permitan  participar, desde nuestro presente,  en  la creación de un futuro movimiento político democrático.

Si no es un ensayo político,  pues no ofrece una reflexión sobre los problemas y la actividad de un movimiento de masas real a la deliberación pública del propio movimiento, tampoco puede ser, en consecuencia, un ensayo revolucionario. Para que haya proyecto revolucionario y necesidad de debatir esa situación, debería existir antes un movimiento democrático masivo, que no hay. Para poner un ejemplo ilustrativo al respecto, los textos de la Nueva Gaceta renana son textos revolucionarios, El Capital, obra valiosísima, no lo es, y no se gana nada confundiendo los términos.

La revolución no depende de la voluntad y la retórica, de la fantasía especulativa de una o varias personas, o de estas cosas más unas pistolas. La revolución es un proceso real, ontológico, e histórico. A tenor de los dicho, es fácil comprender que si cada movimiento genera un filosofar praxeológico singular, consecuencia de su composición y de sus problemas, lo mismo sucede en cada cambio revolucionario.

Nada vale envidiar y fantasear hipótesis, estrategias y situaciones, cuando no existe el agente masivo. De hacerlo, lo que puede ocurrir es que nos suceda como al comerciante envidioso del chiste que Marx narra en su texto contra Heinzen, para ridiculizar el doctrinarismo -es el nombre técnico que da Marx a estas actitudes-. Cuenta Marx que había dos comerciantes, uno de los cuales había alcanzado un gran éxito en sus negocios. El otro, que no había llegado a tener esa misma suerte, corroído por la envidia decidió copiarle…¡los libros de contabilidad!.

Pero llegado aquí creo haber demostrado que también el pensamiento de la democracia perteneciente a los movimientos de la modernidad es heredero de la tradición clásica y que sólo adquiere pleno sentido si se lo interpreta a la luz de su propia tradición, y que esto se debe a la consciencia de continuidad y de tradición que los une. Creo que ahora puedo escribir, sin que se tache la frase de falta de fundamento, que la tradición de la democracia, que se gestó en la antigua Grecia ha inspirado los movimientos emancipatorios de la modernidad. En esa medida, el objeto de esta ponencia está cumplido.

 

Verano/Otoño  de 2000

 

[1] Federico Engels ‘Contribución a la crítica del proyecto de programa socialdemócrata alemán de 1891’ discutido en el congreso celebrado en la ciudad de Gotha, en Marx y Engels, Obras Escogidas, Ed. Progreso, Moscú, 1974, vol 3, p. 456 y 458.

[2] Ver Conversaciones con Lukács, Ed Alianza, 1969, Varios autores. También, el primer tomo de la Estética del mismo autor, Ed Grijalbo, 1965, y de su alumna Agnes Heller, Socilogía de la vida cotidiana, Ed Península.

[3] Antonio Gramsci, citado por la Antología, Ed. Siglo XXl, M., 2ª ed. 1974, p. 315, cuya traducción excelente debemos a Manuel Sacristán Luzón.

[4] Arthur Rosenberg, Democracia y socialismo. Historia política de los últimos ciento cicnuenta años (1789-1937), Ed. Pasado y presente, México 1981, p. 335, 336. Hay traducción argentina en Ediciones Claridad, de 1969.

[5] Un lugar diverso ocupa Georg Lukacs, que pertenece también a la experiencia de las luchas democráticas de masas que constituyen el marxismo occidental en Europa durante los años veinte. Pero, en política, trata de llegar a compromisos entre la teorización de la experiencia de masas de las alas más radicales de estos movimientos de masas europeos, y la oriental bolchevique, en la que posee preeminecia teórica la idea del partido como conciencia externa de la clase -en Lukács, el marxismo como conciencia ‘atribuible’ del proletariado, etc- y se aparta de los otros autores en este punto y no para siempre. A estas alturas, cumple decir sin temor que Lukács es otro de los grandes pensadores de la tradición democrática del siglo XX.

La teoría bolchevique del partido no es, por cierto, una teoría ‘asiática’; es la teoría de Kautsky a rajatabla. Según éste, en la sociedad capitalista se produce una radical división del trabajo entre los manuales y los intelectuales. Esto hace que la elaboración intelectual de la teoría del socialismo no pueda ser efectuada por los obreros, sino por intelectuales burgueses progresistas que se la comunican luego a los obreros más cultos e inteligentes, etc.

[6] Ver Michael J. Piore y Charles F. Sabel, La segunda ruptura industrial, Ed. Alianza, M. 1990, p. 374.

©EspaiMarx 2000 Artículo incorporado el 12 Noviembre, 2000

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