1917 y la ciencia
Manuel Monleón
1. La Unión Soviética, una potencia científica
La Unión Soviética fue una superpotencia científica. La lista de premios Nobel de Física y de Química de la era soviética incluye a Landau, Tamm, Cherenkov, Kapica1, Semionov, Basov, Ginzburg, Prohorov, Abrikosov… Nombres como los de Ioffe, Frenkel’, Mandel’shtam, Fok, Kurchatov, Ambarcumyan, Blohincev, Lifshic, Zel’dovich, Aleksandrov, Bogolyubov son mundialmente conocidos en el ámbito de la Física del siglo XX, así como lo son en la Matemática los de Kolmogorov, Gel’fand, Arnol’d, Hinchin, Sobolev, Pontryagin, Kantorovich, Besov, o los del biólogo Oparin, los psicólogos Vygockij, Luriya, Leont’ev… Física cuántica, electrónica, láser, teoría del estado sólido, transiciones de fase, mecánica no lineal, topología, teoría cualitativa de las ecuaciones diferenciales, análisis funcional… En todos los dominios hay hoy resultados con nombre y apellido soviéticos. No suele recalcarse que la moderna teoría de la cosmología relativista de ‘big-bang’ más ‘inflación’ tiene entre sus fundadores a los soviéticos Starobinskij y Linde, y, en el origen, a Fridman. Y cada vez que ponemos un CD o un DVD le debemos algo a Zhorés Alfyórov, premio Nobel de Física en 2000 (y premio Lenin en 1972), cuyo descubrimiento de las heterouniones en 1967 revolucionó la tecnología electrónica (fibra óptica, LEDs, células solares).2
No se trata sólo de resultados, nombres o premios. En la «civilización soviética» reinaba un auténtico culto a la(s) ciencia(s), que se traducía tanto en el enorme prestigio social de la actividad y de quienes la practicaban, como en los recursos destinados a ellas. La importancia dada en las escuelas a la formación científica, la existencia de clubes, competiciones, colecciones ‘populares’ de textos de divulgación científica de alta calidad encargados a los mejores especialistas… «ningún otro país igualó a la Unión Soviética en este aspecto, ni la Alemania Guillermina, ni los EEUU de la guerra fría (…) La ciencia soviética está entre los más importantes logros culturales del siglo XX» [Kojevnikov (2004), pp 304; 303]. «Ciencia soviética», según este historiador, en el sentido de que determinadas características institucionales, de práctica, y del propio discurso científico son identificables en el periodo soviético: la organización en grandes institutos de investigación (precursora de la ‘big science’ occidental), la tradición de coloquios en los que las ideas se someten a descarnada crítica (con todos los riesgos de ataques extracientíficos), y, «en el terreno del conocimiento científico per se, descubrimientos, ideas y enfoques originales en diferentes campos de la investigación» [Kojevnikov (2004), p 303]. La prueba a contrario de la importancia que la ciencia alcanzó en la sociedad soviética es su destino tras la desaparición de la URSS: al nuevo orden social le sobraban decenas de miles de trabajadores científicos, que fueron a poblar centros de investigación en todo el mundo en la diáspora de los 90; centenas de institutos y centros de investigación fueron cerrados o languidecieron sin presupuesto; los salarios y la consideración social de los trabajadores científicos quedaron reducidos a prácticamente nada.
Es famosa la sentencia de Isaac Deutscher (atribuida muchas veces a Churchill): Stalin «encontró a Rusia trabajando con el arado de madera, y la dejó con la pila atómica» (léase: reactores nucleares) [Deutscher (1953), cap 4]. Y poco más tarde llegaría la conquista del espacio: el primer satélite artificial (sputnik), el primer cosmonauta (Gagarin), la primera cosmonauta (Tereshkova), el primer paseo espacial (Leonov), el primer alunizaje de una nave no tripulada (Lunahod), la primera estación orbital tripulada (Salyut)… En menos de dos generaciones, en efecto, la Unión Soviética pasó del arado de madera a la tecnología aeroespacial más avanzada. Y lo hizo sufriendo, durante la mayor parte de ese tiempo, aislamiento impuesto, embargo, y guerras en las que murieron casi treinta millones de personas (dos guerras mundiales, una guerra civil, guerra contra Japón) … Ningún análisis de ningún aspecto de la experiencia soviética puede hacerse abstrayéndose de ese marco histórico-material.
Para entender esta historia de éxito de la ciencia soviética debe tenerse en cuenta el contexto de la industrialización y modernización que experimentó el país desde finales de los años 20, acompañada de lo que la historiografía reciente ha llamado la «revolución cultural» de los años 30 [Fitzpatrick (1978)]. Las necesidades de aquélla en tecnologías (eléctrica, electrónica, materiales) no hubieran podido ser cubiertas, en un contexto de aislamiento, sin un potente desarrollo científico propio. Y recíprocamente: sin los éxitos de la aplicación a la resolución de los problemas industriales acuciantes del momento, el desarrollo científico habría carecido de su principal factor potenciador.
Pero, al lado de esto, hay también que considerar el papel jugado por la matriz ideológico-cultural de los revolucionarios rusos, de los bolcheviques en particular. Las fuerzas que llevaron adelante la revolución de 1917, ya desde marzo, eran de inspiración marxista: socialdemócratas-mencheviques, socialistas-revolucionarios, y, desde luego, los socialdemócratas-bolcheviques (luego, comunistas). Y el socialismo marxista se quiso científico3 ya desde sus orígenes. Marx llamaba «canalla» a quien subordinase el conocimiento científico a intereses extraños al propio conocimiento [MEW 26.2, p 112], y desde Engels el socialismo es «socialismo científico». Éste, en una coyuntura histórica de ascenso del movimiento obrero, elabora sus famosas síntesis (Anti-Dühring, Ludwig Feuerbach, Del socialismo utópico al socialismo científico) para dotar de una cosmovisión propia al movimiento, cosmovisión en la que deben aparecer integrados consistentemente, junto a otros, los saberes científicos, y en particular, los de las ciencias naturales. Y Lenin, en 1908, jurista de formación, se da cuenta de que debe bucear en los resultados más recientes de la Física del siglo XX para comprender su impacto en la visión del mundo y combatir las interpretaciones escépticas y mistificantes de los mismos (Materialismo y empiriocriticismo). Esto hizo de la vanguardia obrera de principios del siglo XX en Rusia «un especial fenómeno histórico- cultural que jugó un gran papel en la revolución. Se trataba de un trabajador que tenía un fuerte apego por el saber y la lectura, característico de los trabajadores recién emigrados del campo, y que recibía tres tipos de literatura en el pico de su maduración: la literatura rusa del «siglo de oro», la literatura optimista ilustrada de la época de la industrialización, y la literatura social optimista marxista, una combinación única para su tiempo. En las bibliotecas obreras de las fábricas se encontraba en esa época, junto a las novelas, el Origen de las especies de Darwin, o la Astronomía de Flammarion. En las bibliotecas de las trade union inglesas de esa misma época sólo podía encontrarse almanaques de fútbol y crónicas de la realeza» [Kara-Murza (2002), p 71]. Más tarde, ya tras la revolución, Lenin seguía llamando a «seguir de cerca los problemas que plantea la novísima revolución en la esfera de las Ciencias Naturales y atraer a esta labor a los investigadores naturalistas» [Lenin (1922), p 686]. Historiadores occidentales no han sido insensibles a esta particularidad de la revolución rusa: «Vendrá el tiempo en que se verá el papel desempeñado por la ciencia natural en la ideología de la Revolución Rusa, y en la del régimen que le siguió, como la característica más inusual de esa ideología. Otras grandes revoluciones políticas del mundo moderno, la americana, la francesa o la china, prestaron alguna atención a la ciencia, pero ninguna de ellas produjo una ideología sistemática y persistente relativa a la naturaleza física y biológica como lo hizo la Revolución Rusa» [Graham (1987), p x].
En la peculiar asimilación cultural de la ciencia por la sociedad soviética jugó también un papel el «cosmismo» de la cultura campesina: la consideración de la naturaleza como un organismo, propia de las culturas campesinas tradicionales. Gracias a esa matriz «la cultura rusa asimiló la ciencia sin necesidad de subvertir su propia consideración del mundo, evitando así el nihilismo y el pesimismo que se dieron en occidente. El modelo del mundo de Newton se acopló con el sentimiento cosmista campesino, alojándose ambos en la conciencia en planos diferentes. [A diferencia de lo que sucedió en los estados fascistas], el estado soviético no recurrió a la anti-Ilustración ni a seducir a los diferentes pueblos de la URSS con una ideología anti-científica. Al contrario, se colocó a la ciencia en los fundamentos de la ideología estatal. Los bolcheviques habían estudiado en las cárceles el libro de Lenin sobre la crisis de la Física (que Lenin se equivocara en esto o en aquello no es lo importante, lo esencial es que se trataba de un movimiento político que consideraba obligatorio pensar la dialéctica de la naturaleza y la crisis de la imagen newtoniana del mundo)» [Kara-Murza (2002), p 475].
2. Un poco de historia
La situación de la ciencia en el imperio ruso antes de la Primera Guerra Mundial es de subdesarrollo. La actitud predominante del científico ruso era la de sentirse un contribuyente al acerbo mundial del conocimiento, pero de desdén por las aplicaciones prácticas, por la investigación ‘aplicada’; «después de todo, la industria apenas ofrecía oportunidades laborales, y las únicas salidas estaban en las universidades y otras instituciones de enseñanza» [Kojevnikov (2004), p 1]. Ni las incipientes industrias del petróleo, de los textiles y de los colorantes servían de estímulo al desarrollo de la investigación científica: estaban en manos de capital extranjero, y Rusia importaba todas las tecnologías necesarias, principalmente de Alemania. La Primera Guerra Mundial puso de manifiesto el grado de dependencia casi colonial de Rusia, y provocó las primeras reacciones tendentes a superarlo. Aparecieron los primeros institutos de investigación (química, óptica: para atender las necesidades militares), y personalidades como el biólogo Timiryazev o el geólogo Vernadskij lanzaron iniciativas para organizar sistemáticamente la investigación científica. La propuesta de éste último de crear una «Comisión para el Estudio de las Fuerzas Productivas Naturales de Rusia», para el estudio y explotación de los recursos naturales propios, fue adoptada por la Imperial Academia de Ciencias en 1915, separándose de su tradición centenaria de concentrarse en la «ciencia pura»; la idea de Vernadskij de organizar la investigación en un sistema de institutos dependientes de la Academia de Ciencias fue una anticipación de lo que, veinte años más tarde, acabaría siendo el sistema consolidado de ciencia y tecnología soviético [Kojevnikov (2004), p 22].
El primer gobierno soviético adoptó entusiásticamente las propuestas de Vernadskij, y él mismo, aunque de ideología conservadora (era un monárquico liberal, miembro del partido Demócrata Constitucionalista), colaboraría hasta su muerte con el gobierno, sin escatimar elogios hacia la política educativa y científica de los bolcheviques. La organización de institutos de investigación, con científicos eximidos de la docencia, en los que se persiguiera la ligazón de la ciencia básica con las aplicaciones industriales fue política del gobierno soviético desde el primer momento. Contó con el apoyo de la mayoría de los científicos investigadores, aunque no de los cuerpos universitarios (la mayoría de las universidades había protestado cuando la toma del poder por los bolcheviques).
La actitud del primer gobierno soviético fue neutralizar y ganarse a los científicos (de extracción social acomodada y, la mayoría, de mentalidad conservadora) con facilidades materiales y salariales: es el periodo del pacto leninista con los «especialistas burgueses», de las llamadas de Lenin a cobrar consciencia de la importancia vital para el poder soviético de la elevación del nivel de instrucción, cultural, y científico de la población [Lenin (1918; 1923)]. Este periodo, que llega hasta final de los años 20, abarca el caos inicial de la secuencia guerra mundial-revolución-guerra civil y el periodo de reconstrucción y recuperación de la «Nueva Política Económica» (NEP). Durante él aparecen muchos centros de investigación, las más de las veces por iniciativas locales de investigadores, que nuclean desarrollos industriales incipientes ligados a nuevas tecnologías (óptica, rayos X, metalurgia, …). Para los contemporáneos este sistema representaba la manera socialista de organizar la investigación científica. Los nuevos institutos científicos, subvencionados por el gobierno, llevaban una existencia al margen de las instituciones de enseñanza superior, y sus trabajadores eran pagados por investigar, no por dar clase; eran más grandes que el típico instituto o laboratorio universitario, y estaban organizados alrededor de grandes proyectos multidisciplinares que requerían la colaboración de ingenieros y científicos de diferentes disciplinas, combinando la investigación básica avanzada con el desarrollo y producción de alguna nueva tecnología o el desarrollo de algún objetivo práctico civil o militar. «La experiencia del instituto óptico y de otros se convirtió en ejemplo paradigmático del estilo soviético de modernización industrial, impulsada principalmente por la ciencia, más que por mecanismos de mercado. El método típico de creación de nueva tecnología en la Unión Soviética, desde los 1920s hasta el fin del periodo de Stalin al menos, consistía en crear un instituto de investigación especial en asociación con algún taller o fábrica experimental, de modo que los investigadores eran quienes tenían un grado sustancial de autoridad sobre la producción industrial, en vez de al revés. Estos institutos—llamados frecuentemente el «estado mayor» de la industria correspondiente—fueron el elemento clave del esfuerzo modernizador soviético, y cargan con la corresponsabilidad de muchos de sus éxitos y fracasos» [Kojevnikov (2004), p 43].
El periodo de la NEP supuso la lenta recuperación del país de los desastres de las guerras. Supuso el nacimiento de muchos de estos embriones, aunque, propiamente, «no hubo una política científica nacional durante los años 1920s» [Josephson (1988a), p 369], hasta la creación del departamento de I+D del Consejo Supremo de la Economía Nacional (VSNH). El número de trabajadores científicos pasó de 8658 en 1923 a 14805 en 1928 [Josephson (1988b)]. A finales de esta década (1928) el gobierno soviético decide acelerar conversión del país en una potencia capaz de enfrentarse a las amenazas que se vislumbraban en el horizonte y que se harían efectivas en pocos años: comienza el «gran viraje» (velikij perelom), el periodo de la industrialización a gran escala y la colectivización de la agricultura. Ello va a revolucionar todos los aspectos de la vida soviética, también el relacionado con la ciencia. El número de institutos científico- técnicos dependientes del VSNH pasa de 13 en 1923 a 50 en 1930; en este año hay ya 25286 trabajadores científicos [Josephson (1988b)]. Pero, sobre todo, son los cambios sociales e ideológicos los que marcan una diferencia sustancial respecto de la época de la NEP.
Durante los años 1920s los equilibrios con la antigua intelectualidad (el «pacto con los especialistas burgueses») habían permitido a ésta grandes márgenes de autonomía (hasta 1929, por ejemplo, no hubo ningún miembro del Partido Comunista en la Academia de Ciencias) y de expresión: la edición de puntos de vista discrepantes de la ideología comunista no era infrecuente, y no había una «ortodoxia» ideológica que hubiera que seguir en materia cultural o científica. El «gran viraje» supone la ruptura de los equilibrios con la vieja intelectualidad, «burguesa» o marxista: una generación joven y radical desplaza a la antigua, en un ambiente de crítica ideológica en el que se estrecha cada vez más los criterios de lo que se considera admisible. Muchos «especialistas burgueses» y profesores universitarios son desplazados entre 1928 y 1931, y aunque la mayoría de ellos son repuestos más tarde (1932-36, periodo en el que se corrige excesos anteriores), se ha instaurado definitivamente una ortodoxia ideológica respecto de la cual ya será en adelante difícil discrepar en los medios oficiales [Barber (1979)]. La nueva intelectualidad ha sido formada ya en las instituciones nacidas tras la revolución (el Instituto de Profesorado Rojo, la Academia Comunista, las Rabfaki—facultades obreras para preparar a los trabajadores fuera de la jornada laboral), y todo el periodo supone uno de los mayores procesos de promoción social de la historia. Es la creación de una nueva capa dirigente de la sociedad, extraída de las clases trabajadoras4. Así, en el campo que nos ocupa, en 1928 había 40000 estudiantes de origen obrero o campesino (un 25% del total), mientras que en 1932 eran 290000 (un 58% del total) [Barber (1979), p 148]; en el mismo periodo, el número de trabajadores científicos de origen trabajador pasa del 16.5% al 30.4%. En todas las instituciones y empresas cuadros de nueva formación se hacen con los puestos de responsabilidad. «El «gran viraje» supuso una vasta expansión e intensificación del proyecto cultural bolchevique. Este programa abarcaba la constitución de instituciones, la ingeniería social, el intento de crear expertos rojos, la extensión del marxismo de partido, la reorientación de la ciencia, y el crecimiento del sistema cultural» [David-Fox (1997), p 260].
3. Ciencia e ideología
Al inicio de la década de los 1930s se produce la primera de las dos ‘campañas’ de debate ideológico sobre los resultados de algunas ciencias (la otra ‘campaña’ es la de la postguerra, a partir de 1946, que comprende el famoso «caso Lysenko»). ¿Qué fueron, qué alcance tuvieron estos episodios?
Los debates en torno a la interpretación filosófica de los resultados de las ciencias no eran nuevos en la tradición bolchevique (ya se ha recordado aquí el Materialismo y empiriocriticismo de 1909). Lo que hay de nuevo a partir de 1931 es el ambiente general en que se producen. La de los años del primer plan quinquenal es una atmósfera tensa, de consciencia de estar en una carrera para poder afrontar un desafío a vida o muerte; «de logros heroicos y de crisis; de optimismo ilimitado y de profunda inseguridad; llena de exhortaciones a «asaltar cualquier fortaleza» y cargada de rumores sobre espías y saboteadores» [Barber (1979), p 150]; de presión para subordinar cualquier cosa a la causa de la unidad nacional y de la supervivencia del socialismo. En ese ambiente cristaliza una ortodoxia ideológica liderada originalmente por los jóvenes que se hacen cargo en 1931 del principal órgano de expresión teórica marxista, Pod Znamenem Marksizma (Bajo la bandera del marxismo): Mitin, Yudin, Kol’man, Maksimov, y otros. Aspectos interpretativos de la Mecánica Cuántica o la Relatividad son considerados por estos filósofos incompatibles con el marxismo-leninismo, y se abren debates ásperos con ataques a físicos reconocidos (Tamm, Frenkel’, Mandel’shtam), los cuales se defienden …también desde los postulados del materialismo y el marxismo. Esta campaña contra el «idealismo físico» [Sonin (1994)] pasó pronto a un estado de latencia, para revivir efímeramente en la segunda oleada de debates ideológicos, la que se produce al estallar la Guerra Fría, y volver a vivir la Unión Soviética bajo la psicosis de un ataque inminente. Un subproducto de esta ortodoxia ideológica son los numerosos textos de la época caracterizados por un estilo argumentativo a base de citas de autoridad y exageraciones ridículas.5
No podemos entrar aquí en el detalle de estas campañas. La historiografía de la Guerra Fría y la conservadora (que hoy vuelve a imperar de manera incontestada en los medios) ha presentado todos estos procesos como maniobras orquestadas «por el partido» para imponer una uniformidad ideológica y disciplinar a diferentes sectores de la población; de seguirla, habría que creer que la Mecánica Cuántica o la teoría de la Relatividad estuvieron «prohibidas» en la URSS. La historiografía más seria, sin embargo, coincide en poner de manifiesto que en todos estos episodios los procesos fueron más complejos, que existía una dinámica conflictual de base, autónoma6, y que la intervención del partido, cuando la hubo, fue a instancias de las partes, y muchas veces cuando un ‘bando’ ya había resuelto a su favor [Fitzpatrick (1978); Kojevnikov (2004); David-Fox (1997), p 271; Barber (1979), pp 143; 163]. «Varias partes esenciales del folklore no pueden sostenerse, y deben ser rechazadas o cambiadas. Para empezar, las teorías de la relatividad y de los cuanta no sufrían la amenaza de una prohibición ideológica en 1949. Los debates sobre su aceptación habían sido resueltos mucho tiempo atrás en la Unión Soviética, y su validez ya no era cuestionada» [Kojevnikov (2004), p 218]. Kojevnikov cuestiona que el caso de Lysenko pueda ser tomado como representativo de estas campañas de discusión; en el entorno de esos años hubo otras muchas discusiones (filosofía, 1947; biología, 1948; lingüística, 1950; fisiología, 1950; economía política, 1951) que no encajan en el estereotipo de la campaña de discusión como alibi de la purga política. «Docenas de otras discusiones críticas están recogidas en la prensa entre 1947 y 1953. Autoridades políticas de algún nivel estuvieron involucradas solo en alguna ocasión, pero la mayoría de los encuentros fueron organizados exclusivamente por académicos. En la mayoría de los episodios es difícil o imposible clasificar a los participantes como «Lysenkos» y «científicos verdaderos». Las disputas podían reflejar desacuerdos conceptuales serios, y también conflictos institucionales o animosidades personales. Su efecto general sobre las disciplinas científicas puede ser calificado como mixto: a veces negativo, a veces, como en la lingüística, más positivo, y en muchos otros casos como irrelevante» [Kojevnikov (2004), p 190].
Más allá de estos avatares, se ha planteado la cuestión de la influencia de la ideología marxista sobre el desarrollo de la ciencia soviética. Tampoco podemos profundizar aquí en esta cuestión. Casos podría aducirse para ilustrar todo tipo de tesis. Havemann, Monod o Bunge han sentenciado que el materialismo dialéctico no había servido de ayuda nunca a ningún científico. Otros científicos han declarado justo lo contrario (Fok, Haldane, Bernal, Langevin, Rosenfeld, Bohm, Levins, Taketani, …). Un historiador occidental, físico de formación, observa: «Estoy convencido de que el materialismo dialéctico ha influido el trabajo de algunos científicos soviéticos, y de que en ciertos casos esta influencia les ayudó a llegar a concepciones que les hicieron ganar reconocimiento internacional entre sus colegas extranjeros» [Graham (1987), p 3]. Kojevnikov ha analizado detalladamente casos en los que puede defenderse la ‘inspiración’ de la ideología marxista sobre conceptos introducidos en la Física por los físicos soviéticos Frenkel’ y Landau (cf. los trabajos citados en [Kojevnikov (2004)]). Muy cerca del final de la Unión Soviética, Loren Graham podía decir: «El materialismo dialéctico soviético contemporáneo es un logro intelectual impresionante. En manos de sus practicantes más capaces, es un intento sincero y legítimo de entender y explicar la naturaleza. En términos de universalidad y grado de desarrollo, la explicación dialéctico-materialista de la naturaleza no tiene competidor entre los sistemas contemporáneos de pensamiento» [Graham (1987), p 429]… Esta cuestión no deja de ser un caso particular del problema más general de la relación entre ciencia y filosofía. Hay que tener presente que, al tiempo que filósofos y científicos soviéticos discutían sobre las interpretaciones de la Relatividad o la Mecánica Cuántica, lo mismo sucedía fuera de la URSS …y sigue ocurriendo hoy. Es difícil mantener que las ciencias están libres de presupuestos de carácter filosófico (hoy, físicos como G Ellis reclaman que se les preste atención en Cosmología), o que sus resultados no influyen en la visión del mundo (baste, a título de ejemplo popular, la mística basada en palabrería ‘cuántica’). El diamat fue desde su inicio consciente de su dimensión de visión del mundo, y del papel que de ahí se derivaba respecto de la integración en ella de la reflexión acerca de los resultados de las ciencias naturales y sus implicaciones.
Obras citadas
Barber J, «The establishment of intellectual orthodoxy in the USSR, 1928-1934». Past and Present 83 (1979) 141-164
David-Fox M, Revolution in the mind. Higher learning among the bolsheviks, 1918-1929. Cornell UP, Ithaca 1997
Deutscher I, Russia after Stalin (1953). Online en español (Rusia después de Stalin) en:
https://www.marxists.org/espanol/deutscher/1953/rusia_despues_de_stalin.htm#h06
Fitzpatrick S (ed), Cultural Revolution in Russia, 1928–1931. Indiana University Press, Bloomington 1978
Graham L, Science, philosophy and human behavior in the USSR. Columbia UP, NY 1987 Josephson P R, «Science policy in the Soviet Union, 1917-1927». Minerva 26 (1988a) 342-369
Josephson P R, «Physics, stalinist politics of science and cultural revolution». Soviet Studies 40 (1988b) 245-265
Kara-Murza S, Sovetskaya civilisaciya. Ot nachala do velikoj pobedy. Algoritm, Moskva 2002
Kojevnikov A, Stalin’s great science. The times and adventures of soviet physicists. Imperial College Press, London 2004
Lenin V I, «Las tareas inmediatas del poder soviético», 1918. En: Obras escogidas en tres tomos, t2. Progreso, Moscú s/d (ed rusa de 1961)
Lenin V I, «Sobre el significado del materialismo militante», 1922. En: Obras escogidas en tres tomos, t3 Progreso, Moscú s/d (ed rusa de 1961)
Lenin V I, «Páginas del diario», 1923. En: Obras escogidas en tres tomos, t3. Progreso, Moscú s/d (ed rusa de 1961)
Sonin A S, Fizicheskij idealizm. Istoriya odnoj ideologicheskoj kampanii (El idealismo físico. Historia de una campaña ideológica). Izd Fiziko-Matematicheskaya Literatura, Moskva 1994
Notas
1 Translitero las palabras rusas tal como ahora es habitual (cf. www.translit.net); así, pongo ‘Kapica’ en lugar del más habitual ‘Kapitsa’, ‘Prohorov’ por el antiguo ‘Prokhorov’, ‘Blohincev’ por ‘Blokhintsev’, ‘Vernadskij’ por ‘Vernadsky’, ‘Hinchin’ por ‘Khinchin’, ‘Alfyórov’ por ‘Alferov’, etc.
2 Alfyórov es miembro del Partido Comunista de la Federación Rusa, del que ha sido hasta hace muy poco dirigente y parlamentario en la Duma rusa. Leonid Kantorovich, anteriormente citado, es uno de los inventores de la programación lineal y la optimización; con sus métodos se aseguró el abastecimiento de Stalingrado durante 1942. Fue premio Lenin en 1965 y premio Nobel (de Economía) en 1975.
3 Si bien «científico» en un sentido que, en su origen, es menos estrecho que el que termina adquiriendo la palabra tras el positivismo del siglo XX; un sentido que es el de la Wissenschaft alemana y también el de la nauka rusa, conceptos que desbordan el significado de ‘ciencia’ propio del positivismo.
4 El premio Nobel Alfyórov, recordado al principio de este texto, es hijo de obrero y soldado; su hermano Marx combatió en Stalingrado, y murió en otra batalla, en 1944.
5 Como ejemplo real, he aquí el final de un artículo de un conocido astrónomo: «Nuestra cosmología soviética se esfuerza en ser digna de nuestro gran país, de nuestro gran tiempo, digna de nuestro gran líder, el más grande científico de nuestro planeta, el camarada Stalin» (M Ejgenson, «O beskonechnosti Vselyonnoj» («Sobre la infinitud del universo»). Pod Znamenem Marksizma (8) (1940) 61-85). Estas campañas ideológicas no deben ser confundidas con el «gran terror» de 1937-1938, que acarreó la eliminación física de los dirigentes más notorios de la oposición política dentro del aparato del estado y del partido, especialmente de los simpatizantes de Trotskij. En 1937-38 fueron ejecutados los destacados físicos Shubnikov, Bronshtejn y Gessen (Boris Hessen), así como otros conocidos miembros de la intelectualidad soviética.
6 En esto, las conclusiones son similares a las obtenidas en los estudios de Arch Getty sobre los años de las grandes purgas, de Viola sobre la colectivización, de Siegelbaum y Kuromiya sobre la industrialización… Los estudios de estos autores (todos ellos occidentales) han corregido la imagen transmitida durante muchos años por la historiografía conservadora sobre estos temas. Sin embargo, permanecen sin traducir al español, y, en su lugar, son los Figes, Service, Pipes e tutti quanti las referencias habituales incluso de gentes de izquierda.
Fuente: Nuestra Bandera 237 (2017)