Una mirada a la tierra
Patrick Tort - Charles Darwin
Lo que sigue es una versión abreviada del prefacio de Patrick Tort a la nueva traducción de Charles Darwin, La formación de la tierra vegetal por la acción de los gusanos, con reflexiones sobre sus hábitos, traducción de A. Berra, bajo la dirección de P. Tort, coord. por M. Prum. Precedido por Patrick Tort, «Un regard vers la terre». Vol. XXVIII de las Œuvres complètes de Darwin. Travaux de l’Institut Charles Darwin International, Ginebra, Slatkine, 2016. La obra de Darwin está ahora publicada por Champion, coll. «Champion Classiques», Essais, París.
Un extracto de La formación de la tierra vegetal por la acción de las lombrices cierra y completa este prefacio.
The Formation of Vegetable Mould, through the Action of Worms, with Observationson their Habits, publicado en Londres por John Murray el 10 de octubre de 1881, fue el último libro de Darwin, quien lo envió a la imprenta a mediados de abril, diez meses antes de morir en Down House el 19 de febrero del año siguiente, y ser enterrado, sin haber concebido nunca el deseo, en la abadía de Westminster. Del éxito del libro dan fe las seis tiradas sucesivas de mil ejemplares que jalonaron el primer año de su carrera.
Este éxito no puede explicarse únicamente por la notoriedad de Darwin, que había aumentado poco durante una última década de trabajo brillantemente inaugurada por la publicación de La descendencia del hombre (1871) y La expresión de las emociones (1872), que alcanzaron cifras de ventas comparables en tan corto espacio de tiempo, lo que, sin embargo, no ocurrió con las grandes monografías botánicas intermedias.
El interés de esta obra por la agricultura podría ser una de las razones de su éxito a principios de la década de 1880 en un país donde la cuestión agraria se había debatido durante mucho tiempo, e incluso decidido, sobre la base de una racionalidad estrictamente económica, durante treinta y cinco años de libre comercio en los que Inglaterra optó por favorecer la exportación de sus productos mineros y manufacturados, la urbanización y la importación de más de la mitad de su trigo, que resultaba menos caro que producirlo en casa. Como consecuencia, los agricultores se orientaron hacia la cría de ganado para leche y carne, y hacia la horticultura, ambas más rentables en el mercado nacional. Como consecuencia, los pastos y la horticultura crecieron a expensas de la agricultura cerealista a gran escala, lo que evidentemente tuvo que cambiar el aspecto de las zonas rurales y, dentro de los estrechos confines de los huertos, aumentar la atención prestada por el agricultor a las características del suelo cultivado y a la población de sus huéspedes, que a veces eran indebidamente condenados como repulsivos, inútiles, inoportunos o perjudiciales. Había que corregir esta injusticia.
Una historia muy antigua
La otra razón probable del éxito de la obra de 1881 reside en la pluralidad disciplinaria de sus centros de interés. La obra se sitúa en la encrucijada de la geología, la zoología, la etología, la ecología, la arqueología y el estudio de los paisajes.
En esta lista, la geología no ocupa el primer lugar por casualidad. Cuarenta y cuatro años antes, el 1er de noviembre de 1837, el joven Darwin, sin haber cumplido aún los veintinueve años, instalado temporalmente en Londres, ya transformista y dedicando toda su actividad a la publicación de resultados científicos y al relato de su viaje alrededor del mundo, había leído ante la Sociedad Geológica una breve memoria titulada «On the Formation of Mould», que fue publicada posteriormente en las Proceedings de esta Sociedad (1838, vol. II, págs. 574-576). 2, p. 574-576). El 9 de marzo de 1838, en un informe sobre el trabajo de Darwin, el geólogo y teólogo William Buckland (1784-1856) había expresado una opinión muy favorable sobre él, considerándolo «válido en todas sus apreciaciones» y recomendando encarecidamente que se publicara también en las Transactions de la misma Sociedad «por establecer una nueva e importante teoría para explicar fenómenos cuya ocurrencia es universal en la superficie de la Tierra –de hecho, una nueva fuerza geológica–».
Así, obedeciendo a la sugerencia de Buckland, la Transactions of the Geological Society publicó el mismo texto bajo el mismo título dos años más tarde (1840, vol. 5, pp. 505-509), del que sólo se eliminó la afirmación de una intuición de Darwin –juzgada «muy cuestionable» por el mismo Buckland y presente en la versión de 1838– sobre una posible analogía entre la formación de la capa superficial del suelo y la de los arrecifes de coral, afirmación que Darwin mantendría no obstante al año siguiente en el capítulo XXII de su Journal. Por último, una nota correctiva sobre la memoria de 1838 titulada «On the Origin of Mould» fue insertada en 1844 en el Gardener’s Chronicle (nº 14, 6 de abril, p. 218). Para Darwin, éste fue el período de rápida maduración de su teoría (primer Carnet sobre «transmutación» en 1837, el primer Esquisse en 1842, el segundo en 1844), una asociación sostenida con el geólogo Charles Lyell, su propia elección (el 16 de febrero de 1838) al puesto de Secretario de la Sociedad Geológica –que ocupó durante tres años–, y la publicación (en 1842) de su estudio sobre la formación de los arrecifes de coral. Por último, en 1844 (sobre todo) y 1845, Darwin estuvo claramente preocupado por los gusanos marinos y terrestres, su impacto en el medio ambiente y la química del suelo.
Una nueva geología
Este ascenso de las ciencias de la Tierra no es sólo un fenómeno de moda científica. La joven geología, encarnada en Inglaterra por Charles Lyell (1797-1875) contra la tradición bíblica, el catastrofismo cuvieriano y las múltiples cosmogonías diluvianas, tenía virtudes heurísticas exportables a la historia de los organismos. Se ha convertido en un lugar común recordar que Darwin se llevó consigo en el Beagle, a finales de 1831, el primer volumen publicado de los Principios de geología, del que recibió el segundo volumen –que contenía una exposición crítica del lamarckismo– al año siguiente en Montevideo. Lyell fue de hecho, en Inglaterra, el más famoso representante de la nueva geología uniformitaria, una adaptación del actualismo o teoría de las «causas actuantes» de ciertos geólogos continentales : los cambios terrestres no se deben, como creían Cuvier y sus seguidores, a cataclismos universales.
Las causas naturales que actualmente desempeñan un papel observable en la producción de los procesos geológicos son las mismas que siempre han modelado la superficie terrestre. Sus primeros representantes fueron el alemán Karl von Hoff (1822) y el francés Constant Prévost (1787-1856), cuyas intuiciones anticatastróficas se remontan a la misma época, y que influyeron directamente en Lyell. Cuando Darwin observó las transformaciones actuales de los organismos domésticos y dedujo de ellas la idea de un proceso similar que se desarrollaba desde la aparición de las primeras formas vivas en la naturaleza, seguía también un planteamiento actualista. La idea básica del actualismo, infinitamente atractiva en su simplicidad, y que encontramos transpuesta en la teoría darwiniana de la acumulación de pequeñas variaciones, era que causas aparentemente diminutas y accesibles a la observación cotidiana, pero acumuladas a escala del tiempo geológico, producen efectos a lo largo del tiempo que pueden observarse al nivel de las configuraciones más vastas. Ésta es precisamente la idea que Darwin desarrolló y demostró en relación con las lombrices de tierra.
Y esta idea es antigua. En Argentina, en los yacimientos de fósiles de grandes mamíferos, Darwin excavó en la tierra, y es probable que también se topara con organismos vivos. Pero fue a su tío materno Josiah II Wedgwood, heredero de las famosas fábricas de loza y otro gran movedor de tierras, a quien Darwin, en sus contribuciones gemelas de 1838 y 1840, así como en la introducción a su monografía, rindió homenaje a la primera sugerencia explicativa que recibió sobre la acción excavadora de las lombrices: el transporte a la superficie de una gran cantidad de tierra refinada a través de su canal alimentario. Así pues, fue en Maer Hall, hacia principios del otoño de 1837, durante uno de esos momentos de vacaciones que tanto le gustaban, y con el hombre que había convencido a su padre para que le dejara embarcarse a bordo del Beagle,cuando el joven naturalista Darwin adoptó y desarrolló la nueva teoría –la «Maer» a la que se refería su futura cuñada Elizabeth Wedgwood en una carta que le escribió el 10 de noviembre de 1837– que constituiría, medio siglo más tarde, el tema de su última obra.
Elogio del gusano
La interferencia dinámica de lo inorgánico y lo orgánico en el movimiento de la evolución es la clave de una perspectiva global, que es la del pensamiento ecológico moderno, cuyo nacimiento coincide con el desarrollo de la teoría darwiniana. El último libro de Darwin, escrito a los setenta y dos años, expresa con rara claridad la interacción de los tres reinos de la naturaleza: mineral, vegetal y animal. El libro consta de siete capítulos, el primero y el segundo dedicados a la etología, la anatomía, la química orgánica y las facultades mentales de los gusanos; el tercero, a las medidas físicas de su aportación de tierra vegetal; el cuarto, a las consecuencias que pueden extraerse de ello para la arqueología; el quinto y el sexto, a un aspecto de su acción geológica (la denudación del terreno por la acción del viento y del agua sobre las partículas de tierra refinada) y, una vez más, a su química orgánica. La séptima es la Conclusión, un resumen que vuelve sobre el tema de la inteligencia de las lombrices de tierra.
Dentro de su hábitat, atravesado por las galerías que excavan, las lombrices de tierra son conocidas sobre todo por sus funciones locomotoras y digestivas. Sus movimientos contribuyen a mezclar, aflojar y airear el suelo (lo que a su vez favorece la reproducción bacteriana), y su actividad manducatoria contribuye a la fertilización, reciclaje y refinado de la capa superficial del suelo, la formación de humus mediante la absorción y descomposición de las hojas, la desintegración de las partículas de roca y la producción de una masa siempre renovada de excrementos friables esparcidos por la lluvia y la acción de los vientos dominantes. Las lombrices de tierra poseen un equipo sensorial limitado, un sistema nervioso moderadamente desarrollado, una buena circulación y un potente sistema muscular. No tienen órganos respiratorios especiales –la piel cumple esta función–, pero son capaces de permanecer bajo el agua durante largos periodos. Aunque son hermafroditas, se aparean. Aunque no tienen ojos, parece que les afectan algo las diferentes intensidades de luz, que Darwin supone que pueden actuar directamente sobre sus dos ganglios cerebrales –aún no sabe si tienen células fotorreceptoras–. Parecen más sensibles al frío que al calor, y son absolutamente sordas, pero reaccionan instantáneamente a las vibraciones de un cuerpo sólido. La reactividad de las lombrices a cualquier tipo de contacto parece ser el hecho más llamativo, mientras que su sensibilidad olfativa parece limitarse a la detección de los alimentos que les gustan, lo que no deja lugar a dudas sobre su capacidad para diferenciar los sabores. Están dotados de comportamientos instintivos que pueden combinarse con elementos de inteligencia invertidos en comportamientos de aprendizaje, como se desprende del trabajo que dedican a sellar sus galerías. Omnívoros, disuelven los nutrientes (grasa, carne, almidón, celulosa) mediante una secreción digestiva similar al jugo pancreático. En la parte inferior del esófago, por encima del buche, tres pares de voluminosas glándulas calcíferas, que segregan carbonato de cal, sirven al parecer para neutralizar los ácidos intestinales desarrollados por la descomposición de las hojas de las plantas. Por último, diminutos fragmentos de piedra en la molleja y el tracto intestinal parecen actuar como piedras de moler en la trituración de los alimentos ingeridos.
Para Darwin, las tres razones que condujeron a la rehabilitación de los gusanos fueron claramente su acción fisicoquímica superficial, su presunta inteligencia y su capacidad para ilustrar de forma ejemplar y experimentable, a un nivel inesperado, la validez de la geología uniformitariana.
Observación, experimentación, mediciones y proyecciones
Si, en un país pedregoso, hay dos campos contiguos, uno recién arado y el otro abandonado a los pastos este último no presenta piedras a la vista, mientras que el campo arado extiende una multitud de piedras sobre su superficie. Es difícil imaginar que la mera vegetación que cubre el pasto pueda explicar tal diferencia entre dos extensiones de tierra vecinas de idéntica composición. Este fue el razonamiento de Darwin al comienzo de su breve comunicación de 1837. A esto sigue la mención del tío Josiah y la observación de que un lecho de cal, e incluso una capa de marga quemada y cenizas, esparcidos por un campo, habían quedado enterrados bajo una capa de tierra fina, en pocos años, a una profundidad de varios centímetros por debajo del estrato herboso. La única explicación plausible para tal fenómeno es que un agente animal efectuara esta traslación y refinamiento mediante una acción vehicular a la vez mecánica y fisiológica. La «tierra vegetal» se llamaría entonces mejor «tierra vegetal animal».
La hipótesis principal de Darwin, formulada aquí por primera vez, nunca cambiaría. Iba a constituir el eje de su tratado de 1881, y encontraría confirmación en el estudio físico y químico de los suelos agrícolas y forestales, así como en el lento enterramiento de los objetos y monumentos estudiados por la arqueología, mientras que la acción de los «trabajadores de la tierra» sería inexorablemente medida más tarde por la «Piedra Gusano» depositada en el césped de Down House. Las observaciones relatadas por Darwin en su último libro reúnen viejos recuerdos -los de Maer Hall, los del viaje, o los, más recientes, de excavaciones arqueológicas realizadas en Inglaterra, como las emprendidas en el verano de 1877 en Abinger Hall, en Surrey, a petición de su amigo y anfitrión Sir Thomas Farrer, para exhumar los restos de una villa romana. También se basan en préstamos de una serie de observadores naturalistas anteriores y contemporáneos1.
Pero es sin duda a sus propios trabajos experimentales, muy próximos en sus diversos planteamientos a los de von Hensen, a los que Darwin debe la corroboración de sus hipótesis fundamentales sobre la capacidad mecánica y la probable inteligencia de estos anélidos terrícolas oligoquetos -es decir, dotados de un pequeño número de cerdas locomotoras cuya frecuencia y disposición en las caras dorsal y ventral de los anillos son un indicio para los clasificadores- que por su parte observó incansablemente tanto en la naturaleza como en su estudio naturalista. Debido a su tamaño y a su relativa impasibilidad comportamental, las lombrices de tierra tienen la ventaja de poder ser colocadas y examinadas en condiciones de vida fácilmente reconstituibles, en espacios restringidos (terrarios o frascos transparentes) y en entornos con componentes rigurosamente medidos. Aunque Darwin siempre observó la velocidad a la que se enterraban grandes objetos al aire libre, también fue en la naturaleza y en su mesa de trabajo donde siguió la captación de restos orgánicos en la superficie, su transporte a las galerías, la formación de humus y el ascenso de tierra vegetal refinada en forma de excrementos de lombriz, o donde sometió triángulos de papel de diversas formas y tamaños a su capacidad de agarre y tracción.
La principal actividad del gusano es protegerse del frío y de los depredadores excavando galerías en el suelo que aísla forrando sus paredes con una capa de fino material recubierto de moco derivado de sus propias heces, y luego atraer el alimento a estas galerías -consistente principalmente en hojas que recoge en la superficie, forrando su entrada y sellando su boca como un tampón. La actividad de excavar es por tanto -en la medida en que está destinada a la alimentación y la protección- la principal industria del Gusano Terrestre, aquella en la que gasta la mayor parte de su fuerza muscular y de la que depende su supervivencia. Por tanto, era natural suponer que también gastaba la mayor parte de sus recursos instintivos y de cualquier capacidad mental que pudiera tener, lo que quedaba por demostrar distinguiendo sus operaciones de las que se derivan de una propensión elemental y ciega a coger un fragmento de alimento de cualquier punto de su borde o superficie.
En otras palabras, el objetivo de Darwin era poner de relieve un procedimiento preferente, posiblemente fruto de la experiencia adquirida al facilitar las operaciones de enterramiento aprendiendo a resistir lo menos posible para ahorrar energía. La hipótesis del instinto ciego y de la prensión aleatoria acomoda naturalmente una indiferencia estadística en el uso de los múltiples métodos de prensión y enterramiento: el gusano agarraría la hoja por cualquier extremidad –o por cualquier punto de su contorno o superficie– para arrastrarla lo mejor posible hacia su galería. La hipótesis de la inteligencia, en cambio, presupone la elección dominante de una estrategia de prensión capaz de obedecer a un principio fijo, cualquiera que sea la naturaleza y la forma singulares del fragmento enterrado. La objetividad de la conclusión se basa, pues, en el recuento de las respuestas, previamente enumeradas en función de la observación, que se darán al problema del enterramiento. Darwin comenzó experimentando con hojas de plantas, y observó que una proporción muy elevada de ellas, cualquiera que fuera su origen, se agarraban por su extremo más afilado. Darwin sintió entonces la necesidad de depurar el experimento sustituyendo las hojas vegetales de contorno irregular por triángulos de papel de forma y tamaño estandarizados, dando así a los gusanos la oportunidad de expresar técnicamente sus elecciones de prensión sobre formas geométricas estables y claramente caracterizadas. El material experimental (es decir, el material que los gusanos llevarían consigo al final del experimento) consistió en 303 triángulos de papel de escribir, recubiertos de grasa cruda para hacerlos relativamente resistentes a la humedad. Todos tienen lados de 7,62 cm de largo. 120 de ellos tienen una base de 2,54 cm y 183 una base de sólo 1,27 cm, siendo obviamente estos últimos más estrechos. Se realizó un experimento comparativo preliminar utilizando pinzas que agarraban triángulos idénticos humedecidos «en diferentes puntos y en todos los grados de incidencia posibles», y los arrastraban dentro de un tubo corto de cristal con dos aberturas y un diámetro cercano al diámetro medio de la galería de una lombriz. Destacó el hecho de que la resistencia a la introducción es mayor cuando los triángulos se arrastran por las regiones de la base y las esquinas de la base que cuando se arrastran por la región de los vértices.
En el experimento real, para ambos tipos de triángulos, una proporción mucho mayor (62% del total) de triángulos fueron arrastrados a las galerías por la región apical, que ofrecía la menor resistencia al ser arrastrada, a pesar de las superficies mucho más grandes que presentaban las regiones basales, que les daban muchas más posibilidades de ser agarradas. De ello se deduce que la elección de las formas de agarre no es aleatoria y que los gusanos probablemente reconocen al tacto las formas geométricas y eligen las formas de agarre que pueden facilitar las operaciones de excavación. Sólo en unos pocos casos los triángulos presentaban las marcas de una trituración que indicaba un intento previo de entrenamiento en el lado de la base, lo que se opone a la hipótesis de un procedimiento generalizado de ensayo y error. Por último, la hipótesis de un comportamiento estrictamente «instintivo» (que, en opinión de Darwin, nunca excluye el componente originalmente indistinguible de la «inteligencia») queda refutada por su variabilidad relativamente elevada en distintas situaciones.
Inteligentes y trabajadoras, las lombrices de tierra constituyen un excelente material de experimentación. Dado que es posible medir con precisión la cantidad de tierra vegetal refinada que traen a la superficie en un espacio, unas condiciones y un tiempo dados, también es posible calcular la cantidad de tierra reciclada que depositarán durante largos periodos en una unidad de medición de superficie tradicional. Las proyecciones matemáticas basadas en promedios conducen entonces a evaluaciones cuantitativas fiables de los resultados de la acción geológica de los gusanos. Utilizando exactamente el mismo procedimiento, Peter Rietschel escribió en 1975, por ejemplo, que «el pesaje de las vueltas y revueltas de los excrementos depositados en un metro cuadrado de buena pradera reveló que había de 4,4 a 8 kilogramos por año», lo que, añade, es una buena ilustración del proverbio «pequeños arroyos hacen grandes ríos»11, que podría ser el lema popularizado del actualismo en geología.
Cadáveres, monumentos y tumbas
Estas criaturas triviales, de las que todos los tratados y diccionarios de ciencias naturales de la primera mitad del siglo XIX reducían el interés a su uso igualmente trivial para la pesca fluvial, evocan en todas las mentes una asociación banal con la muerte y la descomposición. Obviamente, no es insignificante que Darwin empleara los últimos meses de su vida en escribir y publicar un libro sobre los gusanos. Que la meditación sobre la muerte en un hombre viejo y enfermo no sea ajena a esta preocupación temática parecerá una idea muy poco objetable, aunque sin duda también absolutamente trivial, como puede serlo la propia muerte para un pensador materialista. En otras palabras, tan simple y fría como el sentimiento de un científico que conoce el efecto del tiempo, y que no cree ni en la supervivencia del alma, ni en ninguna forma de inmortalidad personal, aparte de la que va unida a una obra de pensamiento útil, transformadora y duradera. Para quien el conocimiento del mundo vivo conduce inexorablemente al reconocimiento de la necesidad cíclica de su disolución. Y para quien la única instancia perenne es la de la materia, donde tienen lugar los viajes indefinidamente repetidos y variables de la vida y sus huellas.
Hasta entonces, la arqueología sólo había interesado a Darwin en la medida en que sus monumentos conservaban información sobre los seres vivos, atestiguando, por ejemplo, la antigüedad de la domesticación de un animal en el seno de una civilización. En la obra de 1881, y en los años anteriores y durante su redacción, la arqueología se vuelve interesante en la medida en que son los seres vivos los que conservan y protegen su memoria. De simples sepultureros, los gusanos se convierten así en conservadores de los archivos de la humanidad, añadiendo su estrato protector al estrato geológico de la civilización.
En 1877, Sir Thomas Henry Farrer (1833-1884), que se había casado por segunda vez cuatro años antes con la hija de un primo de Darwin por línea materna, Hensleigh Wedgwood, penúltimo hijo del tío Josiah, invitó a Charles y a su esposa Emma a alojarse en su finca de Surrey, Abinger Hall. Abogado versado en la vida pública, Farrer, futuro Lord,era sin embargo un entusiasta botánico, horticultor y entomólogo que consultaba regularmente a Darwin sobre fertilización floral o enfermedades de las plantas. El 20 de agosto de 1877, Darwin asistió a la inauguración de las excavaciones emprendidas en la propiedad de Farrer tras el descubrimiento fortuito de restos romanos durante la excavación de un corral a finales del otoño anterior. En nombre de Darwin, Farrer continuó las observaciones que había iniciado con él sobre el paso de los gusanos a ambos lados de un suelo de cemento que se desintegraba lentamente, y pudo así seguir la perforación regular de este suelo duro y la adición de excrementos a su superficie. Tres años más tarde, se comprobaría que el hundimiento provocado por el colapso de las galerías bajo este suelo se sumaba a los efectos de la deposición de tierra fina en la superficie, confirmando así la validez del mecanismo de enterramiento lento imaginado por Darwin. El enterramiento de la abadía de Beaulieu (Hampshire), una villa romana en Chedworth (Gloucestershire) y Brading (Isla de Wight), otra con basílica en Silchester (Hampshire) y las ruinas romanas de Wroxeter (Shropshire) demuestran el mismo fenómeno.
Para Darwin, en vísperas de su muerte, el simbolismo de la lombriz funcionaba en el registro de la disolución orgánica, la descomposición, el enterramiento y el olvido, pero también, de forma opuesta y complementaria, en el de la fecundación, el reciclaje, el renacimiento de la vida y su memoria, e incluso la regeneración misma, si nos centramos en esta facultad desarrollada en ellas más que en muchos otros organismos. Las tumbas en las que se entierra a los vivos (abadía de Westminster) serán a su vez enterradas (abadía de Beaulieu o basílica de Silchester) por organismos capaces durante siglos de sentarse a un festín en piedra. En la asimilación del mármol a la carne soñada por Diderot en el siglo anterior ya se alojaba la idea de las transferencias de partículas y de sustancias químicas, unificando en la historia reciente de la humanidad el pensamiento de los representantes del gran continuismo materialista, que saben que la verdad se aloja en el corazón de la tierra, y allí se inscribe. Y que la vida, como el coral, construye incansablemente su historia sobre una base de vida muerta a la que sigue engullendo en su afloramiento perpetuo.
Extractos de Charles Darwin La formación del suelo vegetal por la acción de las lombrices (p. 93-96).
Pasemos ahora al tema más inmediato de este volumen, a saber, la cantidad de tierra que las lombrices traen desde el subsuelo y que la lluvia y el viento esparcen más o menos completamente. […]
En 1822 se cercó, drenó, aró, rastrilló y cubrió con una gruesa capa de marga quemada y cenizas un terreno pantanoso sin cultivar. Se sembraron semillas de hierba, y ahora proporciona un pasto transitable pero áspero. Se excavaron hoyos en este campo en 1837, 15 años después de haber sido desbrozado, y vemos en el dibujo de abajo (Fig. 5), reducido a la mitad del tamaño real, que el césped tenía un grosor de ½ pulgada [1,27 cm], y debajo había una capa de tierra vegetal de 2 ½ pulgadas [6,35 cm] de grosor. Esta capa no contenía ningún tipo de fragmentos, pero debajo había una capa de tierra de 3,81 cm de grosor llena de fragmentos de marga quemada, fácilmente reconocibles por su color rojo, uno de los cuales, cerca del fondo, medía 2,54 cm de largo, y otros fragmentos de ceniza de carbón mezclados con algunos guijarros de cuarzo blanco. Debajo de esta capa, a una profundidad de 11,43 cm de la superficie, se encontró el suelo original, negro, turbio, arenoso, con algunos guijarros de cuarzo. En este caso, los fragmentos de marga quemada y ceniza habían sido cubiertos en el espacio de quince años por una capa de tierra vegetal fina, de sólo 6,35 cm de espesor, sin incluir el césped. Seis años y medio más tarde se volvió a examinar el campo y esta vez los fragmentos se encontraron entre 10,16 y 12,7 cm por debajo de la superficie. Así pues, en ese intervalo de 6 años y medio, se había añadido aproximadamente 3,81 cm de tierra a la capa superficial. Me sorprende que no hubieran surgido más durante el total de 21 ½ años, ya que en el suelo negro y turbio subyacente, muy cerca, había muchas lombrices. Sin embargo, es probable que en el pasado, cuando el suelo seguía siendo pobre, las lombrices fueran escasas; y entonces el suelo debió de acumularse lentamente. El aumento medio anual durante todo el periodo es de 4,82 cm [1,9 pulgadas].
DIRECCIÓN DE PATRICK TORT
Ediciones Slatkine (edición de lujo) y Champion (edición de bolsillo)
OBRAS COMPLETAS DE CHARLES DARWIN (en francés)
Cronología de los volúmenes publicados
– Charles Darwin, Esquisse au crayon de ma théorie des espèces (Essai de 1842), trad. M. Benayoun, M. Prum et P. Tort. Précédé de P. Tort, « Un manuscrit oublié ». Volume X des œuvres complètes de Darwin (P. Tort, dir.). Travaux de l’Institut Charles-Darwin international, Genève, Slatkine, 2007. Rééd. Paris, Honoré Champion, « Champion Classiques », 2024.
– Charles Darwin, La Variation des animaux et des plantes à l’état domestique, trad. sous la direction de P. Tort, coord. par M. Prum. Précédé de P. Tort, « L’épistémologie implicite de Charles Darwin ». Vol. XXI-XXII des œuvres complètes de Darwin. Travaux de l’Institut Charles-Darwin international, Genève, Slatkine, 2008.
– Charles Darwin, La Variation des animaux et des plantes à l’état domestique, même édition que ci-dessus, format poche, Paris, Honoré Champion, « Champion Classiques », 2015.
– Charles Darwin, L’Origine des espèces [édition du Bicentenaire], trad. A. Berra sous la direction de P. Tort, coord. par M. Prum. Précédé de P. Tort, « Naître à vingt ans. Genèse et jeunesse de L’Origine ». Vol. XVII des œuvres complètes de Darwin. Travaux de l’Institut Charles-Darwin international, Genève, Slatkine, 2009.
– Charles Darwin, L’Origine des espèces [édition du Bicentenaire], même édition que ci-dessus, format poche, Paris, Honoré Champion, « Champion Classiques », 2009.
– Charles Darwin, Journal de bord (Diary) du Beagle, trad. Marie-Thérèse Blanchon et Christiane Bernard sous la direction de P. Tort, coord. par M. Prum. Précédé de P. Tort, avec la collaboration de Claude Rouquette, « Un voilier nommé Désir ». Vol. I des œuvres complètes de Darwin. Travaux de l’Institut Charles-Darwin international, Genève, Slatkine, 2011.
– Charles Darwin, Journal de bord (Diary) du Beagle, même édition que ci-dessus, format poche, Paris, Honoré Champion, « Champion Classiques », 2012.
– Charles Darwin, La Filiation de l’Homme et la sélection liée au sexe, trad. sous la direction de P. Tort, coord. par M. Prum. Précédé de P. Tort, « L’anthropologie inattendue de Charles Darwin ». Vol. XXIII-XXIV des œuvres complètes de Darwin. Travaux de l’Institut Charles-Darwin international, Genève, Slatkine, 2012.
– Charles Darwin, La Filiation de l’Homme et la sélection liée au sexe, même édition que ci-dessus, format poche, Paris, Honoré Champion, « Champion Classiques », 2013.
– Charles Darwin, Zoologie du voyage du H.M.S. Beagle. Première partie : Mammifères fossiles, trad. Roger Raynal sous la direction de P. Tort, coord. par M. Prum. Précédé de P. Tort, « L’ordre des successions ». Vol. IV, 1 des œuvres complètes de Darwin. Travaux de l’Institut Charles-Darwin international, Genève, Slatkine, 2013.
– Charles Darwin, Zoologie du voyage du H.M.S. Beagle. Deuxième partie : Mammifères, trad. Roger Raynal sous la direction de P. Tort, coord. par M. Prum. Précédé de P. Tort, « L’ordre des coexistences ». Vol. IV, 2 des œuvres complètes de Darwin. Travaux de l’Institut Charles-Darwin international, Genève, Slatkine, 2014.
– Charles Darwin, Zoologie du voyage du H.M.S. Beagle. Troisième partie : Oiseaux, trad. Roger Raynal sous la direction de P. Tort, coord. par M. Prum. Précédé de P. Tort, « L’ordre des migrations ». Vol. V des œuvres complètes de Darwin. Travaux de l’Institut Charles-Darwin international, Genève, Slatkine, 2015.
– Charles Darwin, La Formation de la terre végétale par l’action des vers, avec des réflexions sur leurs habitudes, trad. A. Berra, sous la direction de P. Tort, coord. par M. Prum. Précédé de P. Tort, « Un regard vers la terre ». Vol. XXVIII des œuvres complètes de Darwin. Travaux de l’Institut Charles-Darwin international, Genève, Slatkine, 2016.
– Charles Darwin, Zoologie du voyage du H.M.S. Beagle. Quatrième partie : Poissons, trad. Roger Raynal sous la direction de P. Tort, coord. par M. Prum. Précédé de P. Tort, « Négocier avec la Providence ». Vol. VI, 1 des œuvres complètes de Darwin. Travaux de l’Institut Charles-Darwin international, Genève, Slatkine, 2018.
– Charles Darwin, Zoologie du voyage du H.M.S. Beagle. Cinquième partie : Reptiles, trad. Roger Raynal sous la direction de P. Tort, coord. par M. Prum. Précédé de P. Tort, « Le secret de l’iguane ». Vol. VI, 2 des œuvres complètes de Darwin. Travaux de l’Institut Charles-Darwin international, Genève, Slatkine, septembre 2019.
– Charles Darwin, L’Expression des émotions chez l’Homme et les animaux, traduction et édition savante par P. Tort. Précédé de P. Tort, « L’origine de la sympathie ». Paris, Honoré Champion, « Champion Classiques », 2021.
– Charles Darwin, L’Autobiographie, traduction et édition sous la direction de P. Tort avec la collaboration de M. Prum. Précédé de P. Tort, « Darwin ou la confidence restituée. Hommage à Nora
– Charles Darwin, Esquisse au crayon de ma théorie des espèces (Essai de 1842), trad. M. Benayoun, M. Prum et P. Tort. Précédé de P. Tort, « Un manuscrit oublié ». Format poche, Paris, Honoré Champion, « Champion Classiques », 2024.
Notas
1. Entre ellos el clasicista Gilbert White, William Kencely Bridgman, el invertebrador suizo Edouard Claparède –que había estudiado la histología del Lombric en 1869–, el francés Edmond Perrier –cuyo Archives du Muséum publicó en 1872 el Recherches pour servir à l’histoire des Lombriciens terrestres, y que en 1882 prologó la edición francesa del libro traducido por M. Lévêque por Reinwald bajo el título Role of earthworms in the formation of topsoil–, Gustav August Eisen –que dio su patronímico a los Lumbricidae Genera Eisenia y Eiseniella–, el fisiólogo Michael Foster y su colega francés Léon Frédéricq, el botánico alemán Wilhelm Hofmeister y su colega inglés George King –Director del Jardín Botánico de Calcuta–, el naturalista belga Charles-François Morren –que se interesó por las glándulas calcíferas de las lombrices de tierra, a las que dio su nombre–, el zoólogo Edwin Ray Lankester, Fritz Müller –el gran discípulo alemán exiliado que informó a Darwin sobre las lombrices brasileñas–, los geólogos Andrew Crombie Ramsay, Henry Clifton Sorby, William Whitaker, Alfred Tylor, Archibald y James Geikie, James Croll, Thomas Mellard Reade, Alexis A. Julien y su colega alemán residente en Nueva Zelanda, Julius von Haast, el botánico y horticultor escocés John Scott, el sorprendente John Benjamin Dancer (inventor de la microfotografía) y, sobre todo, el fisiólogo alemán Victor von Hensen, el experimentador que un año más tarde publicaría conclusiones muy similares. Darwin también utilizó las aportaciones de diversos informantes (como el industrial de Edimburgo William Fullerton Lindsay-Carnegie, que ya en 1838 aprobó sus tesis), o las investigaciones realizadas a petición suya por sus propios hijos William, George, Francis y Horace.
Imagen de portada: Julian Zwengel en Unsplash
Fuente: Terrestres, 15 de noviembre de 2024 (https://www.terrestres.org/2024/11/15/un-regard-vers-la-terre/)