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Siria y el escenario de los Balcanes

Matt Broomfield

El futuro de Siria es incierto tras el derrocamiento de Bashar al-Assad mediante la operación de blitzkrieg protagonizada por las fuerzas rebeldes a principios de este mes. Mientras millones de personas celebran con razón la caída del dictador, las grandes potencias, sobre todo Estados Unidos, Turquía e Israel, compiten por influir en el nuevo marco político. El grupo insurgente salafista Hayat Tahrir al-Sham (HTS) ha capturado el gobierno central, lo cual ha provocado la huida del país de decenas de miles de chiíes y otras minorías religiosas; los alauíes de las regiones costeras temen las represalias del nuevo régimen y los grupos kurdos del noreste se enfrentan a la embestida de las milicias respaldadas por Turquía. En este tenso panorama, uno de los escenarios más plausibles es la versión del destino de la antigua Yugoslavia cortada por el patrón del siglo XXI. En este caso, el colapso del Estado allanó el camino al conflicto interétnico, que culminó con la masacre de ocho mil bosnios en Srebrenica y la división definitiva de la antigua federación socialista en función de líneas étnicos. Mientras tanto, las reformas estructurales neoliberales impuestas en la antigua Yugoslavia impulsaron el estancamiento económico, el desempleo y la despoblación, todo ello en beneficio únicamente de las élites locales e internacionales.

El historiador yugoslavo Andrej Grubačić rechaza el uso despreocupado del término «balcanización» para describir este proceso, ya que implica un nativismo esencialista, que incapacitaría a los pueblos de la península balcánica para la coexistencia pacífica. Insiste, por el contrario, en que se trató de una «balcanización impuesta desde arriba» consistente en un programa de transferencias de población e «intervenciones humanitarias» patrocinado por Occidente, que agravó las enemistades regionales al crear un grupo discreto de Estados étnicos pequeños y débiles, lo cual dio lugar a un modelo organizado en torno a las diversas elites de establishments autoritarios e inflexibles a cuyo tenor los hombres fuertes de los Balcanes lograron una paz relativa gobernando con mano de hierro, al tiempo que abrían sus economías al comercio tanto del Este como del Oeste. La Unión Europea ayudó a sostener a estos gobiernos represivos, manteniéndolos en una sumisión perpetua mientras les negaba cualquier perspectiva real de adhesión al bloque europeo.

Aunque los contextos varían, este modelo no tiene nada de exclusivamente balcánico. A la Turquía de Recep Tayyip Erdoğan, que este año ha cumplido un cuarto de siglo en la lista de espera para entrar en la UE, se le permite igualmente reprimir a la minoría kurda dentro y fuera de sus fronteras como contrapartida por mantener a raya a los millones de refugiados sirios agazapados en su frontera y a otros contingentes migrantes. Sin extender demasiado la analogía, se podría considerar a Azerbaiyán o Arabia Saudí como otros dechados de «estabilidad», cuyos estrechos vínculos con Occidente se utilizan para encubrir sus regímenes identitarios excluyentes.

Hoy esa misma palabra de moda está en boca de los dirigentes sirios. Para salvaguardar la supuesta estabilidad del país, el nuevo gobierno está aplicando una política de no agresión respecto a las tropas israelíes que ocupan nuevas franjas del sur de Siria, mientras se aleja de Rusia, sugiriendo que retire las tropas anteriormente estacionadas en territorio sirio en apoyo de al-Assad y se acerca a las potencias occidentales, restableciendo los lazos diplomáticos con estas últimas y presionando eficazmente para que se alivien las sanciones impuestas al país. Cuando el primer ministro del actual proceso de transición Mohammed al-Bashir dirigió el cuasi Estado del HTS en la provincia de Idlib entre enero y diciembre de 2024 introdujo un paquete de medidas «modernizadoras», que incluían tecnologías de gobernanza electrónica y leyes de planificación liberales. Ahora, su gobierno pregona el abandono del proteccionismo en favor de un modelo de libre mercado, que pone fin a los controles restrictivos de las importaciones y legaliza el comercio en dólares para regocijo de los inversores internacionales, que prevén un crecimiento del PIB sirio de dos dígitos durante los próximos años. El régimen también promete respetar a las minorías religiosas, aunque se da por sentado que seguirán siendo tratadas como ciudadanos de segunda clase.

Al igual que en los Balcanes, sin embargo, es probable que los sueños de la utopía neoliberal se desinflen. Bajo el gobierno de HTS, Idlib era un caso de manual de capitalismo de amiguetes: un sistema de monopolio en el que la elite política dominaba las importaciones de petróleo, los mercados de divisas y de alimentos e incluso los centros comerciales, mientras reprimía a los especuladores rivales o a los disidentes políticos. Lo más probable es que este sistema se extienda ahora al conjunto de Siria y que la camarilla que rodea a Jolani se beneficie de los fondos para la reconstrucción, mientras el programa de privatizaciones del Estado llena los bolsillos de los empresarios afines al régimen (como sucedió durante la venta a precios de saldo de activos públicos sirios bajo el régimen de Assad).

En este sentido, HTS demuestra el acomodo forjado entre el islam militante y la economía neoliberal. Como ha argumentado Asef Bayat, el islamismo comprometido con las políticas de bienestar social característico de las décadas de 1960 y 1970, cuya evolución mostró afinidades electivas con el movimiento comunista, no pudo sobrevivir a la transición verificada tras la conclusión de la Guerra Fría. Ese islamismo fue suplantado gradualmente por una corriente más identitaria, que combinaba el conservadurismo y el sectarismo, por un lado, con el neoliberalismo y el globalismo, por otro. En los Balcanes Occidentales, la identidad étnica o religiosa sirvió igualmente para encubrir la falta de políticas sociales significativas por parte de los diversos Estado. Los autócratas a menudo avivaban el sentimiento populista antioccidental para distraer a sus ciudadanías de las penurias económicas sufridas, al tiempo que aplicaban los respectivos programas de reformas neoliberales respaldados por Occidente.

Existen, por supuesto, claras discontinuidades entre la política estadounidense de la triunfalista década de 1990 y la aproximación de Estados Unidos a la coyuntura actual. Tras un período de intervencionismo maximalista, el apetito de la potencia hegemónica por las campañas de bombardeos dirigidas directamente contra los Estados rivales empezó a menguar. Las guerras aéreas de «conmoción y pavor» de Clinton y Bush fueron sustituidas por una creciente dependencia de diversas constelaciones de actores delegados estatales y no estatales, desde los Balcanes hasta Oriente Próximo. Durante el mandato de Obama, las operaciones Timber Sycamore y Train and Equip canalizaron recursos hacia los denominados «rebeldes moderados» de Siria, que lograron, sin embargo, pocos golpes significativos contra Assad, ya que los combatientes respaldados por Estados Unidos fueron rápidamente superados por la organización predecesora de HTS, Jabhat al-Nusra. Entretanto, una coalición liderada por Estados Unidos prestó apoyo al ala militar de la federación dirigida por los kurdos conocida como Administración Autónoma Democrática del Norte y Este de Siria (DAANES) en el curso de su guerra contra el ISIS. La paulatina derrota del ISIS trajo aparejada la reducción del número de ataques aéreos estadounidenses declarados en Iraq y Siria, que pasó de decenas de miles de operaciones a apenas veinte en 2022 y así Estados Unidos pasó a depender cada vez más de Turquía e Israel para hacer valer sus intereses regionales. No fue, pues, la campaña aérea estadounidense, sino los golpes de castigo infligidos por Israel a los principales aliados de Assad, Irán y Hezbolá, los que allanaron el camino para que HTS irrumpiera en Damasco.

¿Cómo responderá Estados Unidos a la nueva situación sobre el terreno? Su presencia en el norte de Siria país siempre se justificó alegando la amenaza del ISIS, pero tenía la función adicional de impedir que Irán estableciera una zona de influencia contigua desde Teherán hasta el Mediterráneo. La caída de Assad puede haber cambiado ese cálculo. En las últimas dos semanas, las fuerzas proiraníes se han dispersado, mientras que las milicias respaldadas por Turquía han avanzado introduciéndose en el territorio del DAANES al oeste del Éufrates y esperan terminar el trabajo en las regiones orientales donde Estados Unidos sigue estacionado. Queda por ver si el gobierno estadounidense entrante concederá o no permiso a Turquía para extender su ocupación a todo el territorio del DAANES. Durante mucho tiempo, Estados Unidos había asegurado a Ankara que su colaboración con el movimiento militante kurdo era «temporal, transaccional y táctica». Trump intentó retirar las tropas estadounidenses en 2019, abriendo la puerta a una devastadora invasión turca que mató a cientos de personas y desplazó a cientos de miles. Recientemente ha afirmado que Estados Unidos no debería tener «nada que ver» con Siria, aunque los neoconservadores de su gabinete puedan discrepar de tal punto de vista.

Por sí sola, la retirada estadounidense no permitiría a los sirios decidir su destino. Es más probable que esta abra una nueva fase del conflicto en la que la presencia militar estadounidenses sobre el terreno de paso a una balcanización desde arriba. Como parte de este proceso, las grandes potencias podrían confiar en las diversas elites regionales que controlan establishments autoritarios e inflexibles para que les hagan el trabajo sucio: liquidar la federación dirigida por los kurdos y dividir Siria entre Israel, HTS y Turquía. Dado que, al parecer, Rusia espera mantener sus bases militares en la costa mediterránea alauita y quizá acoger a la nueva Siria en los BRIC, Jolani podría incluso repetir el truco puesto a punto en los Balcanes Occidentales de enfrentar a Moscú y Bruselas. Sin embargo, al igual que en esta última región, el resultado de este planteamiento será probablemente un mayor derramamiento de sangre interétnico. Surgirán voces que pedirán que la situación se resuelva mediante diversas transferencias de población, lo cual acarreará la disolución de las comunidades mixtas, que han sobrevivido a los últimos trece años de guerra civil, y hará el juego a sectarios como Jolani.

El trauma que acompañó a la desintegración de Yugoslavia hizo que no existiera una perspectiva realista de «balcanización desde abajo», aprovechando la historia de cooperación interétnica de la región para establecer una nueva federación pluralista. En Siria, sin embargo, la federación interétnica de DAANES, que agrupa en torno a cuatro millones de personas y en la que militantes kurdos de izquierda y agrupaciones árabes conservadoras coexisten pacíficamente, puede señalar un posible camino para el futuro. HTS y DAANES han evitado básicamente el conflicto durante los últimos quince días de vertiginosos cambios territoriales. ¿Podría la presión popular forjar alguna división de poder entre ellos? Las posibilidades son escasas y el pragmatismo neoliberal de HTS probablemente significa que elegirá el camino de menor resistencia: permitir que los socios regionales autoritarios de Occidente se conviertan en los señores de una Siria dividida y poner en cuestión la propia supervivencia del débil Estado kurdo. Pero a estas alturas, nada está predestinado.

Fuente: Sidecar, 18 de diciembre de 2024 (https://newleftreview.org/sidecar/posts/the-balkan-scenario)

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