Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Unas notas sobre Bookchin y el «municipalismo libertario» español

En nuestro grupo de debate por correo electrónico leímos recientemente cómo veía Bookchin la experiencia libertaria en España, a raíz un artículo aparecido en Francia con motivo de la reedición de su Los anarquistas españoles. Reproducimos a continuación la breve nota inicial de Joaquín Miras y la respuesta a esta, más una reflexión más amplia sobre el artículo, de José Luis Martín Ramos.

Intervención de Joaquín Miras

Mi tocayo Joaquín Maurín escribió que la guerra civil española enfrentó a dos ejércitos campesinos, con lo que todo eso significa, acarrea e implica. Ahora, eso sí: en el norte, la guerra se pierde en 1937, con comités UHP en Asturias y Santander y un gobierno nacionalista vasco que crean milicias propias y además IMPRIMEN dinero que obligan a aceptar manu militari. El general del norte, Llano de la Encomienda nunca tuvo ejército que enfrentar a las tropas italianas mecanizadas… Los vascos se rinden en cuanto se los desaloja del Pais Vasco –en Santoña–…, etc. Lo demás estupideces, y son estupideces anticomunistas.

Intervención de José Luis Martín Ramos

Nota Previa (sobre el comentario de Joaquín).

Supongo que el texto al que te refieres es a la segunda edición del libro de Maurín, Hacia la Segunda Revolución publicado en 1935, y reeditado por Ruedo Ibérico en 1966, con el significativo cambio de título de Revolución y contrarrevolución. Lo de que la guerra civil enfrentó a dos ejércitos campesinos, si está formulado así, requiere algo más que una matización. Maurín tenía interés en establecer una analogía directa entre la deseada revolución española y la realizada revolución rusa, y es probable que por ello extremara la analogía de ejércitos campesinos que tiene sentido –sociológico y político– en el caso de la revolución rusa pero no en el de la guerra civil española. Ciertamente, en la guerra civil los ejércitos enfrentados tuvieron una importante composición campesina, pero ya desde la perspectiva de la composición social de esos ejércitos la situación era claramente desigual. La sublevación fascista dominó en la España campesina y fracaso en la España urbana –dicho a grosso modo–, por lo que además de las tropas moras y legionarias su composición se nutrió desde el primer momento de la leva de campesinos… y de la conversión de no pocos propietarios en alféreces provisionales de sus tropas jornaleras (caricaturizo un poco). Por el contrario las tropas que se enfrentaron a la sublevación fueron en los primeros meses tropas voluntarias, surgidas del movimiento obrero muy mayoritariamente sobre todo en la zona Centro, Cataluña y Asturias. Hablando de Cataluña los alrededor de 50.000 milicianos del frente procedían de las ciudades, grandes y pequeñas. Con Largo Caballero se inicia la formación del Ejército Popular a través de las quintas y éstas desde luego siguen la estructura social de las regiones que controla la República, con una presencia creciente de los soldados que proceden de Cataluña después de que con el Gobierno Negrin le levante el bloqueo de la CNT a la llamada a filas. En julio de 1937 –con la incorporación de las primeras quintas catalanas– el 30% de los efectivos del Ejército Popular eran catalanes; en mayo de 1938 –cuando el Ejército Popular llegó a 690.000 efectivos– eran un 44% y es posible que algo más. En ese momento la población catalana ya no era mayoritariamente campesina: el 55 % de la población residía en poblaciones de más de 10.000 habitantes; y por otra parte la mayor resistencia a las quintas y el mayor número de prófugos correspondió a la Cataluña rural. El Ejército Rojo fue en buena medida un ejército campesino y los que se le opusieron tanto los Cosacos del Sur, los blancos de diversos lados o los anarquistas ucranianos eran también «ejércitos campesinos». El ejército sublevado tenía una composición campesina muy mayoritaria, pero yo nunca lo consideraría un «ejército campesino»; el Ejército Popular no era un «ejército campesino» ni tenía una composición campesina mayoritaria.

Por lo demás, estoy de acuerdo con la observación de Joaquín.

Nota sobre el artículo

No entro en el relato político-filosófico de la segunda parte, que me parece una digresión intelectual poco conectada con la realidad. Sí en esa escasa conexión con la realidad de toda una literatura más o menos libertaria sobre la «revolución española», que se niega a considerar que sea más que anarquista porque desconocen la realidad y que se refleja en la primera parte del artículo. Y lo peor es que B. y algunos tienen en sus manos las claves para considerar y entender mejor la realidad. B, como Ealham, citan la decisión de la CNT-FAI del 23 de julio, de no secundar la propuesta de García Oliver de «ir a por todas», proclamar la «revolución social» por ser ilusoria. García Oliver se queda absolutamente solo, no lo apoya ni Durruti. Es una estupidez decir que recién derrotados a los sublevados los anarcosindicalistas abandonaron sus principios. Pero lo peor es que no explican que se acordó, no ya pactar con el gobierno de la Generalitat –lo de la entrada en el gobierno fue más tarde– sino también centrar todo el esfuerzo en el control de los centros de producción y de las calles. Pero ese control no fue una colectivización espontánea como se pretende sino la ocupación sindical –sindical, sí– de empresas industriales y comerciales –grandes y medias–, que tuvieron que compartir con otros sindicatos, que mayoritariamente fueron agrupándose en la UGT. Conviene leer el libro de Ana Mojo sobre la CNT, para no inventársela. Ocupación sindical masiva, no colectivización espontánea, dinámica de control sindical, no dinámica de control asamblea stricto sensu. Decir que eso fue consejismo es o bien ignorar lo que fue el consejismo o ignorar lo que era la CNT-FAI y más ampliamente el movimiento obrero catalán. Para la CNT-FAI ese control de los centros de producción era el primer paso y el camino para la revolución social, que –por otra parte– no todos veían de la misma manera con respecto a la organización de la Comuna revolucionaria y el papel de los sindicatos. El problema para la CNT-FAI no fue que se traicionaran a sí mismos ni que los aplastaran sus contrincantes supuestamente contrarrevolucionarios. El problema en Cataluña, escenario de la supuesta colectivización espontánea, fue que los anarcosindicalistas ya no estaban en mayoría absoluta como en los años diez y veinte, tenían que competir con otros sindicatos, y en el modelo de sindicalización de los centros de producción y distribución estaban abocados al compromiso con los otros sindicatos y finalmente con la UGT y eso generó la importante disidencia interna que llevó a la aventura de mayo de 1937.
Los anarcosindicalistas no tenían el poder el 23 de julio, y no lo abandonaron por tanto. No es que no supieran enfocar la cuestión del poder, lo hicieron mejor que tantos historiadores (contar entre ellos a Peirats ofende a la razón) que vertieron lágrimas por lo que no se hizo el 23 de julio. Aquel día los anarquistas tenían armas, muchas armas, y tenían capacidad de intimidación; pero tener armas no es tener ya el poder. Empezando por que no tenían la organización suficiente para hacer un uso eficiente de las armas que tenían… y bien que se demostró en el frente de Aragón. Abrir una guerra interna dentro de la guerra civil no podía sino beneficiar a los sublevados; en el mejor de los casos habrían constituido una Comuna anarquista sin posibilidades de supervivencia, en perjuicio de la República. Eso es lo que supo ver Durruti y no, de momento, García Oliver. Y lo que no han sabido ver quienes han hecho historia desde el tópico, desde la aplicación de las ideas a la realidad y no desde el reconocimiento de la realidad desde las ideas.

Otro tópico es el de las colectividades agrarias. Un hecho importante en el frente de Aragón, bajo la protección de las milicias anarquistas y del POUM, y también en Ciudad Real y Castellón. Pero no tanto en Cataluña y en los territorios de explotación familiar en el País Valenciano. El pequeño campesino no quería –salvo excepción– entregar su tierra a la colectividad, sino conseguir más tierra, el arrendatario quería ser el poseedor de la tierra que arrendaba; y no por ello eran « contrarrrevolucionarios» como pretendieron muchos anarquista y siguen pretendiendo algunos historiadores. Las colectividades agrarias fueron minoría. La prensa anarquista dijo que había 400, Hugh Thomas las redujo a 200 y Bernecker, el principal historiador anarquista de las colectividades, a un poco más de un centenar.

La «revolución española» con contenido anarquista es una revolución inventada, un ideal apenas. Eso no quiere decir que no se hubiese abierto un proceso revolucionario. La sublevación fascista lo hizo primero en términos de reacción contra ella y luego en los del un inicio de una transformación de las relaciones sociales y del régimen republicano que, si no hubiese sido derrotada, habría dado lugar a una democracia popular. Claro que quien considere que la revolución solo puede ser anarquista, o socialdemócrata o comunista no puede ser capaz de ver la realidad propia, concreta, de un proceso revolucionario desarrollado no en los libros sino en los hechos.

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