La Tierra está descontenta con la catástrofe climática capitalista
Vijay Prashad
Mientras el Norte Global incumple sus obligaciones de financiamiento climático, la COP30 dejó en evidencia que la lucha de clases es clave para conquistar compromisos vinculantes y avanzar hacia la justicia climática.

Durante las sesiones plenarias de clausura de la 30a Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP30), celebrada en Belém do Pará, en la Amazonía brasileña, Simon Stiell, secretario ejecutivo de Cambio Climático de las Naciones Unidas pronunció un discurso enérgico. Stiell, originario de Granada, llegó a este cargo tras una larga carrera en el sector corporativo y luego como ministro de medio ambiente y resiliencia climática de su país, durante el gobierno del proempresarial Nuevo Partido Nacional. En su intervención afirmó que «El negacionismo, la división y la geopolítica han asestado duros golpes a la cooperación internacional este año». No obstante, insistió en que «la cooperación climática sigue más viva que nunca, manteniendo a la humanidad en la lucha por un planeta habitable, con la firme determinación de mantener el objetivo de 1,5 °C al alcance». Cuando escuché las palabras de Stiell pensé que hablaba de otro planeta.
En mayo de 2025, la Organización Meteorológica Mundial advirtió en un informe que existe un 86% de probabilidad de que la temperatura media global cercana a la superficie supere 1,5 °C —el umbral fijado en el Acuerdo de París de 2015— por encima del promedio preindustrial (1850–1900) en al menos un año del periodo 2025–2029. También advirtió que hay un 70% de probabilidad de que el promedio quinquenal de 2025–2029 asimismo supere en 1,5 °C el promedio preindustrial. A fines de octubre de 2025, pocas semanas antes de la COP30, el American Institute of Biological Sciences publicó el 2025 State of the Climate Report: A Planet on the Brink [Informe sobre el estado del clima en 2025: un planeta al borde del abismo], en el que concluyó que «el año 2024 estableció un nuevo récord de temperatura media global en superficie, señalando una escalada del trastorno climático» y que «22 de 34 signos vitales planetarios están en niveles récord». En honor a la verdad, Stiell no sugirió que hubiera motivos para la complacencia. «No estoy diciendo que estemos ganando la lucha contra el cambio climático», reconoció. «Pero es innegable que seguimos en ella y que estamos contraatacando».
En eso estamos de acuerdo.

- Los países en desarrollo necesitarán entre US$ 310.000 millones y US$ 365.000 millones por año para 2035 solo para la adaptación climática (sin considerar mitigación ni pérdidas y daños). Si se asume una inflación del 3% anual, las necesidades reales de adaptación alcanzarán entre US$ 440.000 millones y US$ 520.000 millones anuales para 2035.
- En 2023, los flujos de financiamiento para adaptación desde los países desarrollados hacia los países en desarrollo fueron de apenas US$ 26.000 millones, menos que en 2022 y el 58% de esos fondos se otorgó mediante instrumentos de deuda, no como subvenciones: una forma de ajuste estructural verde. Los países menos responsables de la catástrofe climática son precisamente los obligados a endeudarse para enfrentar el impacto de los desastres que se avecinan.
- Según un cálculo sencillo, las necesidades son entre 12 y 14 veces superiores a los flujos actuales, lo que produce una brecha de financiamiento para la adaptación de entre US$ 284.000 millones y US$ 339.000 millones por año.

A medida que la deuda climática se vuelve un tema central, surgen afirmaciones de que el financiamiento verde atraerá capital privado. Pero esto también es un mito. El informe del PNUMA demuestra que la inversión del sector privado en adaptación es inferior a US$ 5.000 millones, y que incluso en el mejor de los casos el capital privado no aportará más de US$ 50.000 millones anuales para la adaptación (muy por debajo de lo necesario). En la práctica, el financiamiento privado solo participa en proyectos de adaptación cuando los fondos públicos son utilizados para garantizar o subsidiar sus retornos, los llamados mecanismos de «financiamiento innovador» o «financiamiento combinado» diseñados para «reducir el riesgo» del capital privado. Así, en última instancia, el costo recae sobre las arcas de los países más pobres, cuyos gobiernos en la práctica respaldan el dinero que piden prestado para financiar proyectos de adaptación que la inversión privada considera demasiado riesgosa sin esas garantías. Como afirmamos en el dossier n° 93 (octubre de 2025), La crisis ambiental como parte de la crisis del capital, este modelo de financiamiento verde consolida, en lugar de resolver, la deuda climática con el Sur Global.

- La COP proporciona un escenario global donde el Sur Global puede exigir reparaciones, financiamiento por pérdidas y daños, y apoyo para la adaptación. Es en la COP donde puede sostenerse el argumento en contra del financiamiento climático basado en deuda y en contra de las metas voluntarias. La COP no es un sitio de salvación, pero puede ser un sitio de lucha.
- La COP permite al Sur Global mantener el principio de «responsabilidades comunes pero diferenciadas», establecido en la Declaración de Río durante la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo (1992).
- La COP obliga a los Estados ricos a negociar públicamente en lugar de retirarse a reuniones a puertas cerradas, donde la gobernanza climática quedaría completamente en manos del capital privado y de la informalidad de lxs poderosxs. La disputa sobre el significado del financiamiento climático (ya sea como deuda o como reparaciones) puede seguir ocurriendo a la vista de todxs.
Después de la COP30 le pregunté a Asad Rehman, de Amigos de la Tierra (Internacional), por qué considera valioso luchar en las calles fuera de los recintos de la COP. Para Asad, la primera batalla consiste en convencer al movimiento climático de que la lucha no se trata solo del uso de combustibles fósiles, sino de una crisis en nuestras economías y sociedades, que deben transformarse. Al mismo tiempo, me dijo: «En realidad, hay algo de esperanza». Esto se debe a que el movimiento climático plantea que el problema no es la falta de financiamiento, sino la falta de voluntad política. El financiamiento existe (como sostiene la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo en un nuevo informe, Todos los caminos conducen a la reforma: hacia un sistema financiero capaz de movilizar 1,3 billones de dólares para la financiación climática). Mientras se realizaba la COP30, tuvo lugar una reunión en Nairobi, Kenia, del Convenio Marco de las Naciones Unidas sobre Cooperación Fiscal Internacional, donde los países más ricos bloquearon el avance hacia un impuesto corporativo justo que obligue a quienes contaminan a pagar por los daños medioambientales que causan. Si se implementara, este impuesto podría recaudar US$ 500.000 millones por año, un buen inicio para las reparaciones climáticas. Sin embargo, mientras el Norte Global insiste en que «no hay dinero» para el financiamiento climático, los países de la OTAN acuerdan aumentar el gasto militar al 5% del PIB, pese a la evidencia clara de que el militarismo es un importante generador de emisiones de gases de efecto invernadero. «Ver al movimiento climático argumentar a favor de la cancelación de la deuda, de impuestos a la riqueza y de la reforma de las reglas comerciales es un paso positivo», señaló Asad. «Ahora, el movimiento climático empieza a entender que esta es una cuestión económica. Se trata de un cambio de paradigma».

En su contribución para la oficina de Nuestra América, Loureiro, del MST, describió la COP30 como un espejo con dos caras: «de un lado, la celebración de las llamadas ‘soluciones de mercado’ y de la descarbonización financiera; del otro, […] la fuerza creciente del campo popular que hizo de Belém un territorio de denuncia, solidaridad internacionalista y construcción de alternativas reales». En su conclusión nos exhorta a entender la catástrofe climática como un escenario de lucha de clases, uno que solo puede superarse más allá del capitalismo:
[…] no hay salida real para la crisis climática sin ruptura con el modelo capitalista y no hay ruptura posible sin organización popular, sin lucha colectiva y sin enfrentamiento a las estructuras que lucran con la devastación.
Cordialmente,
Vijay
Fuente: Instituto Tricontinental de Investigación Social, Boletín 49 (2025), (https://thetricontinental.org/es/newsletterissue/boletin-catastrofe-climatica-capitalista/)