Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Textos del autor sobre Ulrike Meinhof, a quien conoció durante sus años de estudio en el Instituto de Lógica Matemática y de Fundamentos de la Ciencia de la Universidad de Münster

Manuel Sacristán Luzón

Edición de Salvador López Arnal y José Sarrión

Estimados lectores, queridos amigos y amigas:

Seguimos con la serie de textos de Manuel Sacristán Luzón (1925-1985) que estamos publicando en Espai Marx todos los viernes a lo largo de 2025, el año del primer centenario de su nacimiento (también de los 40 años de su prematuro fallecimiento). En esta ocasión, escritos suyos sobre Ulrike Meinhof.

Los escritos ya publicados, los futuros y las cuatro entradas de presentación pueden encontrarse pulsando la etiqueta «Centenario Sacristán» –https://espai-marx.net/?tag=centenario-sacristan– que se encuentra además debajo de cada título de nuestras entradas.

Publicaciones recientes

Nuestra Bandera, n.º 268, 3er trimestre de 2025. Especial Sacristán en el centenario de su nacimiento (Presentación en la fiesta del PCE: 27 de septiembre, 12:30, espacio Patricia Laita: Marga Sanz, José Sarrión, Eddy Sánchez, Montserrat Galcerán y Francisco Sierra).

Manuel Sacristán Luzón, Seis conferencias, Barcelona: El Viejo Topo, 2025 (reimpresión; prólogo de Francisco Fernández Buey; epílogo de Manolo Monereo).

Manuel Sacristán Luzón, Socialismo y filosofía, Madrid: Los libros de la Catarata, 2025 (edición de Gonzalo Gallardo Blanco).

Manuel Sacristán Luzón, M.A.R.X. (Máximas, aforismos, reflexiones, con algunas variables libres), Barcelona: El Viejo Topo, 2025 (prólogo de Jorge Riechmann; epílogo de Enric Tello; edición y presentación de SLA).

Manuel Sacristán, Filosofía y Metodología de las ciencias sociales III, Montesinos: Barcelona, 2025 (edición de José Sarrión y SLA).

Manuel Sacristán Luzón, Pacifismo ecologismo y política alternativa, Barcelona: El Viejo Topo, 2025. Edición de Juan-Ramón Capella.

Manuel Sacristán Luzón, La filosofía de la práctica I. Textos marxistas seleccionados (Irrecuperable, 2025). Edición y prólogo de Miguel Manzanera Salavert, epílogo de Francisco Fernández Buey).

Manuel Sacristán Luzón, La filosofía de la práctica II. Los documentos del partido (Irrecuperable, 2025). Edición, notas y prólogo de Miguel Manzanera Salavert.

Ariel Petruccelli: Ecomunismo. Defender la vida: destruir el sistema, Buenos Aires: Ediciones IPS, 2025 (por ahora no se distribuye en España). «…Recogeré unas cuantas botellas lanzadas al mar por dos de los pensadores más formidables que yo haya podido leer, y que significativamente se cuentan entre los menos frecuentados: Manuel Sacristán y Bernard Charbonneau.»

INDICE

1. Presentación
2. Cuando empieza la vista (Julio de 1974): presentación de Heinrich Böll, Garantía para Ulrike Meinhof, 1976
3. Nota a la Pequeña antología de Ulrike Maria Meinhof.  

1. Presentación

Entrevistado para Acerca de Manuel Sacristán (Barcelona: Destino, 1996), se preguntó al profesor Vicente Romano (1935-2014) si el grupo al que pertenecían Sacristán y él durante su estancia en Münster (1954-1956 en el caso de Sacristán), estaba organizado en dos círculos: «uno, más restringido (el que discutía en los seminarios de Hans Schweins); otro, más amplio, al que pertenecía Ulrike Meinhof». Sabía qué contactos y qué tipo de relaciones mantuvieron Ulrike y Sacristán; sabía si se siguieron relacionando tiempo después. El traductor de Marx, Kant, Schopenhauer, Fichte y Bebel respondió en los términos siguientes:

Ulrike Meinhof era muy activa en el SDS. También estudiaba Publicística con Hagemann, como yo. Manolo me había persuadido en 1955 para que emprendiese estos estudios de Teoría de la Comunicación en Münster. Argumentaba que podrían ser muy útiles a la sociedad española y las fuerzas progresistas que pretendían cambiarla a mejor. A diferencia de Emil Dovifat, director de Instituto de Publicística de la Universidad Libre de Berlín, que había colaborado con los nazis, Hagemann, aunque también era católico como él, había combatido el nazismo y gozaba de buena reputación como científico y demócrata.

Ulrike estaba ya a la izquierda del SDS. Yo la recuerdo como una muchacha muy inteligente, pletórica de vitalidad, apasionada en las discusiones y críticas a los profesores y a la situación política. Tardó muy poco en congeniar con nosotros y en participar activamente en las discusiones y reuniones más amplias que manteníamos con los estudiantes alemanes de izquierdas, entendiendo por tales los de la Federación Socialista. La relación con Ulrike se hizo cada vez más estrecha, y así continuó después de volver Manolo a Barcelona en 1956. Con Ettore [Casari] y conmigo se mantuvo esta relación hasta que él volvió a Italia poco después y yo a España en el otoño de 1959.

Ulrike se marchó luego a Hamburgo. Allí se hizo poco después con la dirección de la prestigiosa revista konkret. Aunque nos dimos nuestras respectivas direcciones personales (ella me dejó tres) no volvimos a entablar contactos. A mí me detuvieron en Madrid en febrero de 1960, y no eran aquellos tiempos para hacer a los amigos correr riesgos innecesarios. Tampoco creo que Manolo se escribiera mucho con ella a pesar de la gran estima que la tenía [NE: no se escribieron]. Sí la leíamos, es decir, sí leíamos sus artículos publicados en konkret, cuando teníamos acceso a ellos, y seguíamos interesados en su evolución política.

Entrevistado por Antoni Munné y Jordi Guiu para El Viejo Topo en la semana santa de 1979 (la entrevista se publicó años después en mientras tanto, n.º 63, y también en Acerca de Manuel Sacristán; Félix Ovejero: «una de las entrevistas más conmovedoras que jamás he podido leer a pensador alguno»), comentó Sacristán:

En Meinhof, a mí lo que me ha llamado la atención es que ella no era una intelectual: era una científica, iba en serio, quería conocer las cosas. Aunque acabara en la locura; cosa manifiesta que acabó en la locura, en la insensatez, como Meinz, como los demás, pero eran gente que iba en serio.

Por «ir en serio» entiendo no precisamente tener necesariamente ideas ciegas –la ceguera nunca es seria: es histérica, que es distinto– ni tampoco necesariamente ideas radicales. Con las mismas fórmulas teóricas de Ulrike Meinhof se puede ser perfectamente un botarate. No es nada serio, no se trata de eso. Se trata de la concreción de su vida, del fenómeno singular. No se trata de las tesis, que pueden ser, por un lado, disparatadas y, por otro, objeto de profesión perfectamente inauténtica, a lo intelectual.

Supongo que queda muy oscuro todo eso. Tú me has hecho la pregunta de por qué me había dedicado a estos temas; yo más bien te he dicho por qué deje de escribir.

Quizá podría añadir alguna cosa. En el caso de Gerónimo, ahí van dos cosas, diferentes de las del caso de Ulrike Meinhof. En mi ocupación con Ulrike Meinhof, con el grupo de Baader-Meinhof en concreto, supongo que mi motivación es doble. Por un lado está el hecho de que yo no puedo evitar ser germanista. Yo tengo mucho amor a la cultura alemana y al pueblo alemán, me interesa mucho todo lo alemán; entre los rojos españoles, estoy en minoría, soy germanófilo al mil por mil. Entre otras cosas porque si yo me recompongo: ¿quién me ha hecho a mí? A mí me han hecho los poetas castellanos y los poetas alemanes. En la formación de mi mentalidad no puedo prescindir ni de Garcilaso ni de Fray Luis de León, ni de San Juan de la Cruz, ni de Góngora. Pero tampoco puedo prescindir de Goethe, por ejemplo, e incluso de cosas más rebuscadas de la cultura alemana, cosas más pequeñas, Eichendorff, por ejemplo; o poetas hasta menores, y no digamos ya, sobre todo, y por encima de todo, Kant. Y Hegel, pero sobre todo Kant. Bueno, el Hegel de la Fenomenología también.

Una de las motivaciones era ésta: entender cosa alemana, cosa que les pasa a los alemanes. Entender cosa que les pasa a los alemanes es entender cosa que me pasa a mí, porque tengo un buen elemento de cultura alemana asimilada. No sé, si aquí ganara [Enrique] Líster y hubiera que perder la nacionalidad por disidente, supongo yo que la nacionalidad primera que se me ocurriría pedir será la austríaca. Muy probablemente lo primero que se me ocurriría sería ser austríaco para poder tener que ver con Mozart. Desde luego, entre la música española y la música germánica, mi música es la germánica, la germánica y la italiana. Esta motivación estaba, pero sobre todo la otra, la presente, la consciente, era una motivación crítica. Intentaba entender la locura política del grupo Baader-Meinhof como negativo de la locura satisfecha de los partidos comunistas occidentales. Era otra clase de locura, pero era sólo el negativo de la misma locura, de la misma falta de sentido común.

Por otra parte, desde Barcelona, 25 de mayo de 1976, Sacristán escribió a su hermana Mª Dolores Sacristán, residente en Alemania:

Querida Lola,

¿te sería muy latoso ir mandándome lo que encuentres –en quioscos igual que en librerías– sobre Ulrike Meinhof, en especial lo referente a su última época? Para épocas anteriores, tengo una buena y extensa antología de sus editoriales en konkret desde 1960 hasta 1969. En cambio, conozco muy poco de la siniestra fase final: prácticamente sólo las informaciones de prensa (Spiegel, etc.)

Por otra parte, en 1980, Sacristán finalizaba su necrológica sobre Sartre –«En la muerte de Jean-Paul Sartre, con un recuerdo para Heidegger»– con estas sentidas palabras:

No se puede esperar de esa vida [la de Jean-Paul Sartre] mucha reflexión sobre la muerte ni mucha contemplación de la muerte. De joven, en El Ser y la Nada, había rehuido intencionadamente el reconocer la central función gnoseológica de la muerte en su antropología filosófica. De viejo «activista» veló, ciertamente, la muerte de otros (muchos no dejaremos nunca de agradecerle infinitamente su ridícula visita a los muros de la cárcel de Stammheim [NE: donde estaba encarcelada Meinhof y sus compañeros]), pero es poco verosímil que proyectara la suya.

Heidegger murió a la espera del «nuevo dios» o la «nueva epifanía» del Ser para la humanidad. Sartre nos ha sugerido hasta el final –y aún eso sólo de paso– que su muerte acabaría una pasión nunca enfriada, pero siempre sabedora de su inanidad. Desde esa muerte se tiene que haber visto con un enfoque de claridad tajante la aporía del pensar subjetivista, sin verdadera Naturaleza, y el milagro trágico del activismo sin creencia material, del activismo que se podría llamar «transcendental» [la cursiva es nuestra].

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2. Cuando empieza la vista contra el Grupo Baader-Meinhof (julio de 1974)

Texto fechado en julio de 1974. Es presentación de Heinrich Böll, Garantía para Ulrike Meinhof, Barcelona: Seix Barral, 1976. Incluido en Intervenciones políticas, pp. 158-177.

Albert Domingo Curto (Razón y emancipación, p. 62) observó: «En la diferencia cualitativa que se establece entre ese intelectual que reflexiona virtualmente –por muy aguado y crítico que sea– y ese otro que hace de su análisis motivo coherente e indispensable de su actuación, esto es, en cuya práctica cotidiana verá sensato comprometer o arriesgar los privilegios de su estatus y de su vida personal, ahí, en ese abismo de diferencia, ubicará Sacristán su alto concepto de compromiso. Esa asunción de responsabilidad, esa consciencia activa es la que determinará el criterio según el cual se podrá considerar que hay científicos o intelectuales que “van en serio”, por seguir la expresión sacristaniana originariamente referida a Ulrike Meinhof, y otros que a lo sumo ejercerán, si se da el caso, una cierta influencia académica.»

Este volumen, compuesto por Frank Grützbach, recoge piezas de una polémica en los grandes medios de comunicación y difusión alemanes: periódicos diarios, semanarios, radio, televisión. La controversia se sitúa en la inveterada pugna entre la derecha social y los intelectuales liberales, progresistas o críticos. No es, sin embargo, muy representativa del tipo tradicional de estas disputas, porque, como lo comprobará el lector, hombres de iglesia se encuentran –como el desencadenador de la polémica, Heinrich Böll, que es él mismo un hombre religioso– entre los que intentan proteger a la «banda» de «terroristas» Baader-Meinhof de la histeria que desencadena contra ellos la violencia del sistema y, en cambio y por ejemplo, el escritor Günther Grass, tambor mayor de la propaganda del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD), ironiza en un sentido en última instancia opuesto. (Las intervenciones aludidas se encuentran bajo las fechas 27-I-1972 y 5-II-1972.) Pero, a pesar de complicaciones como ésa –que quizás sean sólo detalles de una época de transición en la recomposición de la tradición de izquierda entre los intelectuales–, el volumen presenta numerosas muestras de la rotundidad con que los conservadores reaccionan contra la sensibilidad de los intelectuales liberales para con las complicaciones de la vida social. Valga como ejemplo esta afirmación de un colaborador del seminario Quick: «El que, como Heinrich Böll, o también el profesor Brückner y sus compañeros de ideas, muestra una consciencia tan escindida es a la larga un peligro mayor para nosotros que Ulrike Meinhof y sus pistoleros.» (2-II-1972).

La misma preeminencia dada a Ulrike Meinhof en la polémica, en el título del artículo de Böll e incluso en el ambiente en el que acaba de empezar el proceso contra algunos miembros del grupo, remite al medio de intelectuales en el que se desarrolla la discusión, porque Ulrike Meinhof, que llega al grupo tardíamente y es mayor que todos sus compañeros (tiene 40 años cumplidos: Baader, el más joven de los ahora juzgados, tiene 32), es también la única con un historial de intelectual destacada.

La situación policíaco-procesal no justifica que se subraye así el caso de Ulrike Meinhof. El ministro federal del interior dijo en mayo de este año que había setenta presos del grupo Baader-Meinhof (Rote Arme Fraktion, Fracción del Ejercito Rojo, FER), detenidos entre 1972 y el atentado en que murió el juez Von Drenkmann en 1974, y 24 detenidos después. A eso hay que añadir los seis detenidos tras el atentado de Estocolmo (de los que se afirma que pertenecen a un grupo, el «2 de Junio», nacido con posterioridad a la FER, pero parte del mismo movimiento). El ministro añadió que la policía buscaba aún a 27 personas consideradas «peligrosas» y a 100 consideradas «seguidores», y que estimaba en 200-300 el número de los simpatizantes que dan apoyo a estos revolucionarios designados oficialmente con la expresión «violentos anarquistas de diferentes grupos, buscados con orden de detención». Tampoco es Ulrike Meinhof la única acusada en el proceso de Stuttgart-Stannheim –proceso bastante cargado, al que se prevé, muy poco precisamente, una duración de uno a tres años y en el que, en cualquier caso, se ha de oír a casi 1.000 testigos, estimar casi 1.000 peritaciones de unos 80 peritos y dominar un sumario de unos 50.000 folios–, sino que con ella comparecen Andreas Baader, Gudrun Ensslin y Jan-Carl Raspe, y habría tenido que comparecer también Holger Meins si no hubiera muerto antes, durante la huelga de hambre del grupo en protesta por su larga prisión preventiva en parcial incomunicación.

Hay que tener en cuenta, sin embargo, que toda la polémica presentada en este volumen es anterior a la detención de cuatro de los cinco procesados en Stuttgart. El volumen se cierra el 23 de Febrero de 1972. En esa fecha, el único miembro preso de lo que la prensa alemana llama el «núcleo duro» de la FER era Gudrun Ensslin. Baader, Meins y Raspe fueron detenidos el 1 de junio de 1972 en Frankfurt, Meinhof lo fue el 15 del mismo mes en un lugar de la Baja Sajonia, Langenhagen, entregada a la policía por uno de esos intelectuales liberales de consciencia escindida que tanto inquietan a la derecha. Ulrike Meinhof se había refugiado en su casa. Ahora bien, en la situación anterior a la detención del «núcleo duro», Böll y otros intelectuales liberales no tenían sólo motivos de afinidad para ver en Ulrike Meinhof la personificación de toda la tragedia. Algunos, como Klaus Rainer Röhl, ex-marido de Ulrike Meinhof y antiguo editor de konkret, se debieron mover, en parte al menos, por motivos muy personales (es patéticamente llamativo que en sus artículos Röhl no hable nunca de «grupo Baader-Meinhof», sino sólo de «grupo Baader»); pero los más se han visto movidos por la gran representatividad de Ulrike Meinhof. Sus diez años largos de columnista en una de las pocas revistas de la pobre izquierda alemana que ha tenido una proyección algo masiva –konkret– han dado de sí una articulación y formulación muy completa de la evolución que lleva de las primeras resistencias universitarias contra la guerra fría hasta el proceso de Stuttgart.

(Mucho antes de que empezara la oposición estudiantil a la guerra fría, al armamento atómico y a la guerra del Vietnam, los mutilados restos de la izquierda obrera organizada habían luchado ininterrumpidamente –aunque, la verdad sea dicha, a la desesperada y con poco resultado– por esas mismas causas, hasta que la sentencia del Tribunal Constitucional, declarando fuera de la Ley al Partido Comunista a mediados de los años cincuenta [NE: 1956], los lanzó a las cárceles y a la clandestinidad. Tendría mucho interés estudiar detalladamente la actitud de los democristianos (CDU/CSU), los liberales (FDP) y los socialdemócratas (SPD) ante aquel proceso. Pero no es éste el momento de hacerlo.)

***

Por su condición de portavoz asidua, no por los actos ilegales que se le imputan en Stuttgart, es Ulrike Meinhof tan representativa de la trayectoria de la «nueva izquierda» alemana que ella convocaba en 1962. Ulrike Meinhof nació el 7 de octubre de 1934. Su madre, Renate Riemeck, ha sido una de las dirigentes más destacadas de la Unión Alemana por la Paz. En la fase final de la guerra fría estilo Foster Dulles, luchar contra la cual fue el principal objetivo de la Unión, Ulrike Meinhof, entonces estudiante de literatura en la Universidad de Münster, Westfalia, formó parte de un grupo de acción contra lo que entonces se llamaba La Bomba, y desempeña su papel en el Congreso de Berlín contra el armamento atómico. Es el año 1959: en otoño se celebra la entrevista de Camp David entre Eisenhower y Jruschov, que encarrila el acuerdo sobre desarme controlado. Aquel acuerdo no sirvió para casi nada, como sabemos hoy, pero entonces suscitó grandes esperanzas. Ese otoño empezó Ulrike Meinhof sus columnas en konkret. konkret había sido hasta entonces un papel muy modesto –a menudo sólo cuatro páginas de máquina plana a una sola tinta– que apareció irregularmente y se vendía casi sólo en las universidades. En la de Münster, poco, y entre las miradas hostiles de una aplastante mayoría «negra». Entre las causas de que llegara a ser en algún momento el principal periódico de la izquierda –no sólo de la nueva– hay que contar las columnas de Ulrike Meinhof.

Los ejes de esas columnas sin durante mucho tiempo la distensión internacional, la lucha contra el rearme y el armamento atómico de la República Federal de Alemania (RDA) y la lucha por la democratización del Estado, lucha sentida, en realidad, como resistencia a un proceso de restauración, que más tarde Ulrike Meinhof entenderá como fascistización. El primer proyecto de leyes de emergencia, el del ministro Schröder –un cristianodemócrata de derecha (en cualquier país del sur europeo se le consideraría un fascista pobre de ideología)–, en, en efecto, de enero de 1960. Con el paso de los años, esos ejes de la actividad periodística de Ulrike Meinhof se adentrarán en terrenos nuevos y así, por ejemplo, la campaña por la paz se hará con naturalidad campaña antiimperialista. Sus columnas no perderán su orientación, aunque cambiarán algo de tono.

En la primera mitad de los años sesenta, pese a la frecuencia de acontecimientos políticos preocupantes, las columnas de Ulrike Meinhof se mantienen en un tono animado, tranquilo, que refleja la sensación de movimiento en desarrollo, de organismo en crecimiento, que tiene por entonces la izquierda alemana estudiantil e intelectual. Ulrike Meinhof escribe hasta llamamientos tan sin problemas como éste: «Al que pregunte, ¿qué se puede hacer, qué se puede hacer contra las armas atómicas, contra la guerra, contra un gobierno que no negocia [el problema centroeuropeo con la URSS y la RDA], sino que sólo se rearma?, se le dirá dónde puede apuntarse para la marcha de Pascua de 1963» (konkret, 4/1963). Y eso que el año anterior había habido la crisis de Berlín, y que aquel mismo año se había presentado (en enero) a la Dieta Federal el segundo proyecto de leyes de emergencia y que en noviembre sería asesinado el presidente Kennedy. Es verdad que también ese año, el 5 de agosto, se firmó en Moscú el tratado de prohibición de las pruebas atómicas. Tampoco ese tratado sirvió para mucho, pero todavía hoy se comprueba el alivio que supuso, especialmente para los centroeuropeos. La sensación de alivio da un marco adecuado a la confianza optimista en procedimientos políticos como las «Marchas de Pascua»: la de 1963 se orientó especialmente contra las leyes de emergencia.

Incluso la ruptura definitiva de la socialdemocracia con la tradición socialista se podía asimilar sin graves traumas cuando aún imperaba un estado de ánimo esperanzado, de movimiento progresivo que crece sin roturas (y sin que, por otra parte, la constancia del movimiento estable de la economía capitalista –del «milagro económico»– facilite la defensa contra la insinuación de los valores del sistema). Tras el Congreso de Karlsruhe de la SPD, Ulrike Meinhof titula una de sus columnas «El mal menor» (konkret, 12/1964). El mal menor es la socialdemocracia. No parece dudoso que ese fuera en aquel momento el sentir de la mayoría de la gente de izquierda en las facultades y en las redacciones.

En la primavera de 1965 ocurre algo que se puede tomar como punto crítico en la maduración de una consciencia antiimperialista en los grandes países del capitalismo: los bombardeos de Vietnam del Norte por decisión de la administración Johnson. Muy poco después empieza a notarse la crisis económica que alcanzará su punto más bajo a finales de 1967. Los motivos críticos de los jóvenes universitarios norteamericanos encuentran en Alemania un fundamento conceptual bastante más sólido que en otras universidades, a saber, las tradiciones más o menos intensamente marxistas de centros como el Instituto de Frankfurt o de cátedras desempeñadas por socialistas inequívocos, como Abendroth o Hofmann. Es un momento políticamente difícil para la gran burguesía alemana, porque la crisis económica está agotando el único prestigio de la Democracia Cristiana de Ludwig Erhand, dejando a éste en ridículo como economista y sociólogo de la «sociedad formada». El Partido Socialdemócrata salva la situación, de acuerdo con su viejo papel en Alemania: en noviembre de 1966 se concluye la «gran coalición» entre la SPD y la CDU, un pacto por el cuál los socialdemócratas entran en el gobierno con un canciller democristiano ([Kurt Georg] Kiesinger.) La decepción de la izquierda alemana ante la desaparición incluso del mal menor es grande. Sobre todo porque ya en febrero de 1967 ese gobierno con socialdemócratas en vez de clausurar el tenaz esfuerzo de la derecha por conseguir rellenar la «laguna» de un derecho de emergencia, presenta a la Dieta Federal el tercer proyecto del mismo. Ulrike Meinhof tiene aún ocasión de comentar la decepción con el lenguaje de ritmo largo y discursivo natural en los tiempos de cotidianeidad sin sobresaltos, antes de que éstos se acumulen en los tensos años 1967/1969. Así escribe en el nº 1 de konkret de aquel año, bajo el título «El proceso de clarificación»: «La adhesión de Dahrendorf [destacado jurista y sociólogo del Partido Liberal, FDP] a la gran coalición es […] instructiva. Hace poco más de un año escribía aún: ‘La gran coalición termina con la lucha de partidos como instrumento de un régimen democrático […] El precio lo paga la sociedad alemana con la vitalidad de sus instituciones democráticas’. Una de esas instituciones es la Universidad alemana; dentro de la Universidad, el mismo Dahrendorf se había convertido en institución; ideólogo principal de la admisión del conflicto […], ha depuesto luego la actitud con la cual había podido ser eficaz la oposición y se ha puesto al servicio de los que han cortocircuitado el conflicto. La fórmula, presentada al margen de los partidos, resulto puro formulismo, voceado no para hacer sitio a la oposición del trabajador industrial frente al management y al capital, a la oposición frente al gobierno, al parlamentarismo frente al ejecutivo; no fue más que una generalización aguda y sin compromiso, con la cual no se trataba de abrir trincheras en la clase de los dominantes, sino a lo sumo, de asesorarlos estilísticamente».

Si ya la decepción respecto de las opciones liberales o por el «mal menor» socialdemócrata permitía prever una salida explícitamente socialista y revolucionaria a la nueva izquierda alemana, los hechos del 67 y el 68 aumentan la probabilidad de ese desarrollo. El 2 de junio de 1967, al final de una manifestación antiimperialista, la policía berlinesa mata de un disparo a bocajarro a un estudiante que caminaba solo y sin armas de ninguna clase, Benno Ohnesorg; y el Jueves Santo de 1968 se produce el atentado contra Dutschke, uno de los portavoces más visibles del movimiento socialista estudiantil. El lenguaje de Ulrike Meinhof cambia, como cambió el estado de ánimo del movimiento: «Se acabó la broma» (konkret, 5/1968) y hay que utilizar «medios distintos de los que han fracasado, puesto que no han podido impedir el atentado contra Rudi Dutschke».

El movimiento estudiantil –que ya era más que eso, era la Oposición Extraparlamentaria, OEP– reaccionó al atentado con un ataque a los periódicos de la cadena Springer, que venían llevando desde hacía tiempo una campaña de incitación a la violencia contra la izquierda. Axel Springer es un buen ejemplo del financiero que se construye un poder político penetrando tentacularmente con su dinero en los medios de comunicación de masas. Las acciones contra la prensa de Springer se extendieron por una veintena de ciudades; en ellas hubo dos muertos y cuatro centenares de heridos; la policía detuvo a unas ochocientas personas. Las formulaciones de Ulrike Meinhof en aquella ocasión articulaban seguramente el pensamiento más autocrítico y más cauto de la OEP: «[…] ahora que se han saltado las ataduras de los Buenos Modales y la Decencia, se puede y se tiene que discutir de nuevo, desde el principio, sobre la violencia y la contraviolencia. La contraviolencia, tal y como se ha practicado en estos días de Pascua, no es adecuada para despertar simpatía, para atraer a liberales espantados al lado de la opinión extraparlamentaria. La contraviolencia corre el peligro de convertirse en violencia, en la cual la brutalidad de la policía dicta la ley de la acción, una cólera impotente sucede a la racionalidad reflexiva y se contesta con medios paramilitares a la intervención paramilitar de la policía» (konkret, 5/1968).

El último esfuerzo (baldío) por evitar la aprobación de las leyes de emergencia, la impresión –por otra parte– de los hechos de mayo y junio en Francia, la tensión en el Pacto de Varsovia: todo eso contribuye, en unos a la radicalización de las tácticas (en otoño, Baader y Ensslin causan, según dicen sus condenas, los incendios de Frankfurt) y en otros, los más, a la radicalización y profundización del pensamiento político. Ésta es la época en la que Ulrike Meinhof formula más insistentemente un pensamiento socialista. Así escribe autocríticamente tras la última marcha contra las leyes de emergencia: «Hemos defendido la democracia política en vez de atacar a los poderes sociales, las asociaciones de empresarios, junto con sus dependencias en el Estado y en la sociedad misma […]. Hemos argumentado contra las leyes de emergencia, en vez de luchar contra la fuerza de las grandes compañías. […] No hemos realizado la defensa de la democracia como lucha por la democracia económico-social, como lucha de clase por debilitar a los propietarios de la sociedad» (konkret, 6/1968).

Es una autocrítica emparentada con la crítica que dirige a los partidos comunistas de Occidente (por cierto, que el de Alemania intenta renacer legalmente por entonces mediante la fundación de uno nuevo, el Deutsche Kommunistiche Partei, DKP [Partido Comunista alemán], el 28 de Septiembre de 1968): «Los partidos comunistas del oeste de Europa se han quedado parados en el estadio de las reformas sociales y el parlamentarismo» (konkret, 7/1968). Seguramente anda Ulrike Meinhof más cerca de los sentimientos de la OEP en aquel momento que de la dieta alimenticia de los ciudadanos de la URSS cuando llama a la política jruschoviana «comunismo del gulasch». En cualquier caso, la invasión de Checoslovaquia por las tropas del pacto de Varsovia (21 de agosto de 1968) consolida, por un lado, la actitud crítica respecto de los partidos de la que fue III Internacional, pero, por otro, obliga a Ulrike Meinhof –como había obligado a Dutschke, meses antes, el previo desarrollo checo– a una profundización en los problemas del socialismo que la libera, al menos, de las versiones doctrinarías simplistas. En una de sus columnas mejor escritas escribió Ulrike Meinhof sobre el intento político de la mayoría Dubcek del PCCh varias consideraciones analíticas de interés en las que coincidía con otros observadores, y una aguda valoración del resultado cultural más decisivo del estalinismo: la despolitización de trabajadores en otro tiempo comunistas. Los hechos checos muestran, comenta Ulrike Meinhof, «lo poquísimo que habían conseguido los intentos estalinistas de politización mediante la agitación y la propaganda. La ingenuidad con la cual se hablaba antes de la invasión de un socialismo democrático de nuevo tipo, de compromiso con la Iglesia, de política antiimperialista, de una nueva formulación del marxismo, sin decir material y exactamente en que pensaba […] es probablemente un producto de la despolitización masiva por obra de la política estalinista» (konkret, 10/1968).

El balance de la OEP, y en general de la izquierda alemana, a finales de 1968, es bastante malo: los años de campaña contra los proyectos de leyes de emergencia, años de lucha por una interpretación democrática o incluso simplemente liberal de la Constitución, han terminado en derrota; el agotamiento del mayo francés y el contundente barrido electoral del sesentayochismo en Francia disipan muchas esperanzas descabelladamente alimentadas por aquellos jóvenes pequeño-burgueses y burgueses que se rebelaron contra el sistema sin tener experiencia, ni siquiera consciencia, de la base clasista en la que habrían tenido que reorientarse para cambiar de bando realmente; la política exterior de los países del Pacto de Varsovia –y muchos elementos de su política interior– quitan a otros esperanzas un tanto diferentes; en el seno de la OEP alemana, en su núcleo mejor organizado, está a la vista no ya una sintomática descomposición, sino la descomposición misma. En noviembre la Liga de Estudiantes Socialistas (SDS) intenta terminar en Hannover su XXIII conferencia de delegados, que ya no le había sido posible llevar a término dos meses antes en Frankfurt. La conferencia es un caos. Alguien distribuye, por ejemplo, entre los delegados, una octavilla que se puede traducir así:

Ffffffruuuuustraciónnnnn

Pal Culo

Esto es un congreso del SDS

Antes de terminar la conferencia se habían marchado como la mitad de los delegados, y también se habían ido algunos de los portavoces de mayor influencia en los años y meses anteriores, como Semmler o Lefèvre. Lo que hoy hacen estos dos hombres podría ilustrar, ahorrando palabras, las dos principales salidas de la descomposición de la Oposición Extraparlamentaria: Lefèvre ha vuelto a integrarse en el escalafón académico, con prometedores resultados, como es natural en un hombre de sus talentos; Semmler es hoy un dirigente del Partido Comunista (Marxista-Leninista) de Alemania (KPD-ML). Como queda dicho, el viejo partido comunista se reconstituyó mediante una nueva fundación en agosto (DKP); su organización juvenil, Spartakus, es una de las tendencias más fuertes de la izquierda marxista. Pero los resultados electorales de todas las formaciones comunistas son muy bajos. Es notable que queden incluso por debajo de los modestísimos –del orden del 3-4%– obtenidos por la Unión Alemana por la Paz de Renate Riemeck, la madre adoptiva de Ulrike Meinhof, en los años de represión más dura e ilegalidad de los comunistas. Pero en los ambientes universitarios, la catástrofe, tan poco gloriosa, del Sesenta y Ocho movió a renovar las formas clásicas de organización y lucha de la izquierda de clase.

En este punto pierde seguramente mucha verdad la afirmación, hecha antes, de que la especial notoriedad de Ulrike Meinhof se debe a lo muy representativa que es de la nueva izquierda alemana. Por lo menos, ahora hay que reducir esa representatividad a la parte, muy minoritaria, de la vieja OEP que no se reintegró en el sistema, como lo hizo la mayoría, ni se decidió a engrosar y renovar la izquierda de clase tradicional, como lo hizo una minoría de cierta amplitud. Ulrike Meinhof siguió por de pronto practicando su periodismo crítico, en el que cada vez se percibe más su personal aprendizaje del Sesenta y Ocho y un desarrollo consecuente del mismo, dicho sea ignorando la cuestión de si ese desarrollo recoge o no realidad suficiente.

A finales de 1968 se celebró la vista contra Andreas Baader y Gudrun Ensslin, acusados de haber incendiado dos grandes almacenes de Frankfurt. El artículo de Ulrike Meinhof en el número 14 de konkret de 1968 crítica la ilusión de que actos como esos puedan desorganizar el aparato de producción y explotación. Pero no se distancia sin matices de los que siete años más tarde, en estos días, son sus compañeros de banquillo: «El momento progresivo del incendio de unos grandes almacenes no está en la destrucción de las mercancías; está en la criminalidad del hecho, en la violación de la ley». La que pocos meses antes, a raíz del atentado contra Dutschke, había llamado la atención sobre la necesidad de no practicar una contraviolencia que resultase incomprensible para los liberales no puede dejar ahora de suscribir la crítica de los incendios por el SDS, por ejemplo. También aquí con una reserva: «Pero queda también lo que ha dicho Fritz Teufel en la conferencia de delegados del SDS: ‘Siempre es mejor quemar unos grandes almacenes que dirigir unos grandes almacenes’».

La actitud de Ulrike Meinhof respecto de los incendios de Frankfurt se compone con motivaciones varías, no siempre fáciles de mantener ensambladas en una síntesis política: hay un análisis político-social revolucionario que tiende a borrar el acotado bienpensante que separa el «crimen político» del «delito común». En este punto reaparece la afinidad, si no con el intelectual medio, sí con el poeta. Böll dirá a la radiotelevisión de Hessen el 28 de enero de 1972: «considero en cualquier caso errónea la separación tajante entre lo político y lo criminal, error que, además, es intelectualmente insincero. Se puede incluso decir que una persona que para conseguir sobrevivir, para no morirse de hambre, tiene que robar en una sociedad es, naturalmente, también un criminal político. […]».

Por otra parte, como lo sugiere la cita de Fritz Teufel reproducida, le está ganando a Ulrike Meinhof la natural repulsión por el apartamiento de lo fundamental, tan frecuente en la cotidianeidad política. La conferencia del SDS llevará razón al condenar los incendios de Frankfurt: pero no se olvide que «siempre es mejor», etc. Esta repugnancia se va extendiendo a los que sólo hablan, aunque hablen con la radical veracidad del poeta. En el volumen colectivo Revolution gegen den Staat, editado por H. Dollinger aquel año, Ulrike Meinhof escribe que «Decir revolución exige decirlo en serio» y que la palabra ‘revolución’ rompe tabúes –tabúes de medios cómodos y prestigiosos, como lo son los de los intelectuales tradicionales– y «corta el camino que lleva de la mala conciencia a la resignación».

Alusiones así indican una perdida de afinidad con la matriz social de la autora, no ya sólo con el profesional corriente, sino también con el verdadero poeta (o científico, o filósofo), veraz, pero preso de la palabra o limitado a ella. Hay que reconocer eso, y ver bajo esa luz el abandono de que la FER va siendo objeto por parte de sus antiguos simpatizantes en los medios cultos. Pero eso no es razón para fechar en un momento u otro de esa disociación una supuesta desorganización mental de Ulrike Meinhof que explicaría el irrealismo de su política y la reducción de su representatividad. Hasta tumores cerebrales ha aducido la prensa liberal, probablemente con la mejor intención. Hay que decir que no serían muy malignos esos tumores, si Ulrike Meinhof –a diferencia de su camarada Katharina Hammerschmidt, por ejemplo, muerta de cáncer a finales de junio, a los 30 años de edad, tras más de un año de pésima asistencia médica (si asistencia se puede llamar a eso) en el curso de su larga prisión preventiva en Berlín– sigue en pie desde que abandonó las últimas ilusiones sobre la evolución del capitalismo hacia la libertad.

Sus columnas de 1969 para konkret –las últimas– muestran un pensamiento político socialista mucho más radical, sin duda, que el que expusiera antes del Sesenta y Ocho, pero de consistencia innegable, tanto en la estimación y construcción de los datos como en la argumentación. Dos ejemplos. Uno de consideración de objetivos del movimiento obrero, en este caso la codecisión o gestión paritaria de la industria: «La codecisión es un monstruito. La ley de consejos de empresa de 1920 era heredera directa del movimiento consejista de 1918/1919, resto de una revolución derrotada. La codecisión en la industria minera, en 1951, se impuso en la Dieta Federal bajo graves amenazas huelguísticas, como fósil de una renovación democrática que no ha tenido lugar en los demás sitios. La discusión de 1968/1969 sobre la codecisión, que tendrá también una función en la campaña electoral en puertas, se diagnostica por parte de los empresarios como cola de la rebelión estudiantil aquí y de las agitaciones en Francia. […] La codecisión, igual en el marco del taller que en el de la empresa, no ha sido nunca producto de una fuerza obrera victoriosa, sino siempre de una fuerza obrera reducida a la defensiva» (konkret, 3/1969).

Otro de estimación de la situación política: Ulrike Meinhof discrepa del análisis optimista que, como si estuviéramos en 1945, ve en curso en Europa un proceso de tranquila evolución democrática; ella advierte, por el contrario, un «proceso de fascistización de la República Federal y Berlín Oeste»; pero, sin embargo, eso no le impide reconocer que «desgraciadamente, todavía vale la pena hablar de la diferencia entre [el muy conservador] Schröder y [el ex-resistente democrático] Heinemann» (konkret, 7/1969). El contexto es la elección presidencial.

A finales de 1968 Ulrike Meinhof se ha separado de su marido, el antiguo (no presente) editor de konkret, Röhl, y se ha mudado con sus hijos a Berlín. Renate Riemeck cuenta que la vio por última vez a mediados de 1969. El 14 de mayo de 1970, la policía la identifica entre los miembros armados de la Fracción Ejército Rojo que liberan a Andreas Baader, y pone un precio de 10.000 DM a informes sobre su paradero que puedan dar pie a su captura. A tenor del bando de la policía, Ulrike Meinhof habría vivido hasta aquella mañana misma en la casa berlinesa alquilada a su nombre. Después de la liberación de Baader pasa a la clandestinidad. El 15 de Junio de 1972, poco después de la captura de Baader, Meins y Raspe, la policía la detiene en una casa del profesor de Hannover Fritz Rodewald, su denunciante, en la que había buscado refugio. El 13 de septiembre anuncia, con otros compañeros, la huelga de hambre en protesta por la incomunicación en el curso de la cual muere Holger Meins.

También esta huelga de hambre, así como otros rasgos de la conducta de la FER en la cárcel, es para parte de la prensa liberal alemana un inicio de enajenación mental. Der Spiegel publica en su número 23 de 1975 pasos de un papel de Ulrike Meinhof fechado el 21 de octubre de 1974 e incautado en 52 ejemplares por funcionarios de prisiones en celdas ocupadas por detenidos de la FER. El papel hace sospechar que la información de los miembros de la FER, o de Ulrike Meinhof en particular, está deformada de un modo que los lleva a sobreestimar sus posibilidades: «¿en qué país extranjero no se preparan todavía manifestaciones, etc. contra la embajada RFA, consulado general, Instituto Goethe, etc., contra las filiales de las grandes compañías RFA? / ¿qué periódico extranjero no tiene todavía la declaración para la prensa? organizar para la prensa internacional una resolución internacional de protesta contra el gobierno federal.» Pero la verdad es que las cárceles producen espejismos parecidos en presos de organizaciones revolucionarias de lo más clásico, de modo que esa circular no es razón suficiente para suponer especiales desvaríos de los presos de la FER. Más preocupante parece el estilo, tan poco propio de ella, de otro texto atribuido por la policía y el mismo semanario a Ulrike Meinhof. La convulsión y el descuido de esta forma de decir puede deberse a una duda ya adensada casi en angustia. Pero también el escribir corriendo, apoyándose en la rodilla y ante quien, arriesgándose, espera para recoger el papel y pasarlo, puede dar el mismo resultado: «Sólo la violencia ayuda donde la violencia impera y el amor al hombre no es posible más que en el ataque portador de muerte lleno de odio al imperialismo-fascismo».

***

La misma extrema derecha alemana da una pista de interés acerca de los efectos políticos de la FER: la derecha, en efecto, empezó pronto a desinteresarse de la FER y a concentrar su atención sobre la izquierda socialista clásica. Bajo la fecha 27-I-1972 encontrará el lector la siguiente advertencia del comentarista Klaus Harpprecht: «El anarquismo adolescente de los […] rodean a Ulrike es un diversivo al lado de los peligros verdaderos, que se muestran en la fría resolución de las organizaciones espartaquistas en las universidades.» Y el antiguo dirigente del partido neo-nazi (Partido Nacional-Demócrata), Adolf von Thadden, amplía ese llamamiento (4-II-1972). ¿Prueba suficiente de que los de la FER, ya antes de ser unos pobres locos presos, eran unos pobres locos en libertad, inofensivos no sólo no sólo para el sistema social, sino incluso para la visión de éste por la extrema derecha? ¿O incluso algo peor que eso? Parte de la prensa liberal alemana ve en la FER la causante de las recientes medidas, legales o administrativas, con que el gobierno federal está reforzando el ejecutivo y haciéndolo más expeditivo y suelto de gatillo, al mismo tiempo que reduce las posibilidades de defensa de los procesados en general y de los de la FER en particular. Der Spiegel escribía en su nº 25 de este año que «los pistoleros […] del bienestar han conseguido empujar la reacción de los guardianes del orden “hasta los límites” (canciller Schmidt) del estado de Derecho, y en algunos puntos incluso más allá. /No es un azar que bastantes funcionarios huelan de nuevo en las escuelas de policía ‘el moho restaurativo de otro tiempo’, ni que dirigentes policiales como el jefe superior de Wuppertal se quejen de que ‘el proceso hacia la policía amiga del ciudadano’ ha sido frenado por el terrorismo, ‘si no ya invertido con una tendencia inversa’. No sin motivo ponen en guardia renombrados profesores de Derecho contra una regresión legislativa en la que parece haber dado el parlamento de Bonn». Pero el encuestador del gran semanario liberal podría haber hecho notar al jefe superior de Wuppertal que el agente Kurras mató extrañamente a Benno Ohnesorg mucho antes de que existiera la FER ni nada parecido y los juristas podrían recordar que las leyes de emergencia no se pueden imputar a la ingenuidad de la Fracción, alguno de cuyos miembros no tendría más de diez años cuando el gobierno federal empezó a presentar ese proyecto legislativo a la Dieta. No hay dudas de que las leyes limitativas de la defensa de los acusados votadas en lo que va de año por la Dieta Federal tienen para la conciencia jurídica liberal la mácula de ser auténticamente leyes especiales, leges FER. Por ejemplo, contra el anterior procedimiento penal alemán, ahora queda limitado el número de defensores que puede nombrar un acusado; es posible excluir de una defensa al abogado sospechoso de complicidad con el defendido; se puede expulsar de la sala a un acusado y seguir su proceso; se admiten «testigos cruciales» de la acusación, gente que traiciona a sus coimputados y recibe en premio la impunidad suya, o una sentencia de especial lenidad; se controla, como en cualquier despotismo, la comunicación entre el preso «terrorista» y su defensor; se endurece la prisión preventiva de dicho preso «terrorista». También se altera el derecho penal material, introduciendo el tipo delictivo «formación de asociaciones terroristas». Y la administración de justicia no se ha retrasado mucho respecto del legislativo: a las pocas sesiones de juicio, ya están excluidas de la defensa de Andreas Baader tres abogados, o incluso de la defensa de cualquier otro de los procesados de Stuttgart-Stannheim.

En la izquierda hubo desde el principio, como es natural, crítica a la FER. Bajo la fecha 21-I-1972 el lector de este volumen encontrará la de Jurgen Seifert, un universitario naturaliter socialista: socialista de ideas y, antes que eso, de herencia, de manera de ser y de trato. Seifert se formó también en la Universidad de Münster y tiene casi la misma edad que Ulrike Meinhof. «Éste grupo que se da el nombre de Fracción Ejército Rojo», dice severamente Seifert en su discurso de la Escuela Técnica Superior de Hannover, «intenta desde hace dos años –por usar sus palabras– ‘averiguar si es correcto organizar ahora ya la lucha armada’. Si todavía es capaz de análisis político, el grupo tiene que reconocer de una vez su fracaso». Y Junge Welt («Mundo joven»), el periódico central de las juventudes comunistas alemanas (FDJ), luego de acusar de aventurerismo al grupo FER, razona por una línea leninista-estalinista sólida y tradicional: «Una antigua verdad cuenta con una nueva prueba: el que ignora las experiencias de la lucha de clases y se separa de ellas cae en las filas de la reacción. Los Baader-Meinhof se han extraviado en el laberinto de su teoría pseudorevolucionaria, están aislados en la periferia de la sociedad». «Han fracasado con su programa y se han convertido objetivamente en aliados de aquéllos contra los que hace dos años bajaron a la trinchera.» (En este volumen, 25-I-1972.) Junge Welt añade a esa crítica –compartida prácticamente por toda la izquierda alemana– una observación de interés: «Poco han ayudado, en sus años de existencia [como grupo], a la reflexión sobre las tendencias políticas presentes en la República Federal». Es verdad. Es verdad si está dicho de toda la FER, no tanto de Ulrike Meinhof, como espero que se haya visto. Y cuando se lee ingenuidades como la de Gudrun Ensslin, para la cuál es, a estas alturas, un objetivo valioso conseguir que «los cerdos mismos se vean obligados a abolir su propia ideología», (¡como si a las grandes compañías se les diera algo de ‘los valores espirituales de la civilización occidental’ o del ‘estado de Derecho’!), puede pasarle a uno lo que a Federica Montseny respecto de Daniel Cohn-Bendit cuando el Congreso Anarquista de Carrara de septiembre de 1968, que se limitó a comentar fríamente: «Le sentarían bien un par de bofetadas.»

El acierto del sentido general de estas críticas –incluso de la muy expeditiva de Montseny– parece fuera de duda. Pero sus formulaciones desembocan con facilidad en confusiones políticas bastante generalizadas en la izquierda durante esta resaca del Sesenta y Ocho. Se podría tomar como ejemplo, sin salirse de la antología que es el presente volumen, una frase más del discurso de Jürgen Seifert ya citado, aquella en la que critica a la FER por creer que «no se puede renunciar a una agudización de la lucha de clase ni siquiera cuando esa agudización produce fascismo abierto». Es verdad que el fascismo aparece como solución capitalista en los momentos de crisis y consiguiente agudización de la lucha de clases. Pero, por una parte, esa agudización no depende decisivamente de ningún grupo político, ni pequeño ni grande. Y, por otra, como también el socialismo requiere esa agudización, no parece que haya más alternativa a ésta que una eterna estabilización capitalista; la cual, como no parece que pueda serlo económica, habrá de ser política, con una forma u otra de represión, fascista policroma o fascista gris-burócrata.

Es probable que la teoría y la práctica de la Fracción Ejército Rojo no tengan justificación política alguna (aunque siempre es mejor, parafraseando a Teufel, intentar echar a los mercaderes del templo que cambalachear con ellos). También es posible que entre las causas que expliquen la obnubilación política de los de la FER algunas arraiguen en flojeras científicas o morales. (Pero no es menor probable que otras arraiguen en robusteces de ambas clases: ver la carta de Mahler a Böll, en este volumen, 31-I-1972). Pero al menos una de las causas puede impedir que algunos se queden satisfechos con la comprobación, tan obvia, de que la FER no va a ninguna parte, o con la recolección de «pruebas nuevas de viejas verdades». Esa causa es la citada confusión de la resaca del Sesenta y Ocho. La crisis que se ahonda y se alarga en las grandes sociedades capitalistas –crisis económica, crisis de concretas maneras de producir, crisis de instituciones, crisis políticas en algunos estados: crisis cultural, en suma– está originando ya desde hace algún tiempo medidas de defensa fascista del sistema, en las pintorescas formas del pasado, o en la sorprendente fórmula norteamericana hecha de corrupción y violencia, o en la forma legalista y burocrática de la que puede ser ejemplo algún aspecto de la presente evolución legislativa y ejecutiva alemana. Esta situación hará necesarias grandes concentraciones antifascistas cuya definición política global, como su contenido, tenga poco perfil. Pero de lo que no se ve ninguna necesidad es de presentar eufóricamente una situación semejante. Y, sin embargo, esto está ocurriendo en la izquierda con frecuencia cada vez mayor, confundiendo mucho el pensamiento. No es difícil dar en publicaciones de izquierdas con curiosos análisis sociales que se suponen críticos y afirman, por ejemplo, la neutralidad de órganos del Estado. O con fantasiosas perspectivas de una utopía reformista que ve evolucionar lisamente la sociedad hasta el socialismo desde el capitalismo, incluso desde una forma fascista de éste. Tesis que hasta hace relativamente poco tiempo se recibían como fruto irrelevante de la ignorancia –por ejemplo, la democracia social de Andrei Zajárov, en la que confluirían finalmente capitalismo y socialismo– o como gastados señuelos contrarrevolucionarios –por ejemplo, la vieja frase de la «tercera vía»– se oyen ahora a gentes que el público tiende a relacionar con la izquierda de clase. En medio de esa confusión, una insania política como la de Holger Meins se hace bastante comprensible, como si al negarse a comer se hubiera negado también a tragarse semejantes purés ideológicos. Muy poco antes de su muerte en prisión, al final de unas líneas que escribió, Meins garrapateó esta última frase: En medio no hay nada (Dazwischen gibt es nichts).

Notas de traductor (Sacristán):

1. Reichsacht, p. 34

Institución penal germánica que equivale al apartamiento de la comunidad con pérdida total de derechos, incluso el de la vida. El Reichsacht u Oberacht, válido para todo el Imperio, era pronunciado solo por el emperador.

2. Hans Habe, p. 102

Hans Habe es miembro del Pen americano y del centro de Pen para escritores en lengua alemana en el extranjero. Su libro On tausend fallen apareció en una edición de más de un millón de ejemplares en la Unión Soviética; otros libros suyos han conocido ediciones de cientos de miles de ejemplares en los países del bloque oriental. Su distinta novela Die Mission fue editada también por Aufbau-Verlag en la República Democrática alemana.

3. Tiros de mortero contra Böll, p. 131

En el título hay un juego de palabras: «Böller gegen Böll».

4. Lo quisieran a su imagen, p. 134

«A su imagen», en el original «nach ihrem Bild», juego de palabras con el título del célebre diario de Springer.

5. Fabeyer, p. 303

Bruno Fabeyer hirió gravemente a un empleado de correos en 1965 y disparó contra un policía en 1966. Pudo mantenerse escondido durante 14 meses. Antes de su detención, fue perseguido por gran número de policías durante semanas en los bosques de Eifel.

6. Bambule, p. 303

La obra para televisión Bambule, de Ulrike Meinhof, se desarrolla entre pupilos de correccional. La Televisión alemana ha renunciado hasta ahora a la transmisión de la pieza, porque no quiere mostrar a su público la obra «de una persona buscada por la policía». Bambule ha aparecido en forma de libro, publicado por la editorial Wagenbach, Berlín.

La siguiente nota editorial de 1980 sobre el profesor Peter Brückner, al que Sacristán aludía en la r presentación, es representativa de su ininterrumpida preocupación por las limitaciones de las libertades de expresión en el «mundo democrático occidental», por su llamamiento a la acción política, a la solidaridad activa y por su «aviso para navegantes».

La nota apareció en el núm. 3 de mientras tanto, marzo-abril de 1980, pp. 16-18. Sobre Peter Brückner y Siegfried Buback, véase Jutta Ditfurth, Ulrike Meinhof. La biografia, Barcelona: Tigre de paper, 2017, traducción (excelente) de Daniel Escribano.

El profesor Peter Brückner, ordinario (lo que aquí llamamos «catedrático») de psicología social en la Universidad Técnica de Hannover, en la Baja Sajonia, República Federal de Alemania, fue suspendido de empleo, con reducción del sueldo, en octubre de 1977. Ciertamente, su caso no es sino uno más entre los muchos de persecución de personas de pensamiento socialmente de izquierdas (aunque, como el mismo Brückner, no pertenezcan a ningún partido) en un país tan admirable por muchos conceptos, pero también tan ejemplarmente demostrativo de que la democracia burguesa es una eficaz forma de dictadura de clase, como la R.F.A.(*) El privilegio de información del que suelen beneficiarse los intelectuales, incluso los perseguidos, nos permite señalar este caso con algún detalle e invitar a través de él a la solidaridad con las víctimas de la legislación alemana-occidental, contra los «radicales», esto es, contra los disidentes del capitalismo, sobre los cuales rara vez llama la atención la gran prensa que se pretende liberal.

Peter Brückner, autor de un conocido estudio sobre «la psicología social del capitalismo» (Zur Sozialpsychologie des Kapitalismus, Frankfurt am Main, 1972) publicó con 48 coeditores más (44 de ellos docentes universitarios, 13 del mismo Land que él, la Baja Sajonia) una documentación acerca de la necrológica del asesinado fiscal general de la República, Siegfried Buback, que firmara pseudónimamente un estudiante con el gentilicio «Mescalero», evidentemente tomado de la moda juvenil de los «indios metropolitanos». Ya el escrito de «Mescalero» se declaraba explícitamente contrario al terror en general y al asesinato en particular. Pero «Mescalero» confesaba no poder evitar cierta «Alegría vergonzante» (klammheimliche Freude) por la muerte del fiscal Buback, verdadera personificación del terrorismo de estado, sobre el cual, una año antes de que lo asesinaran, el redactor que signa esta nota había escrito lo siguiente con ocasión del suicidio o asesinato de Ulrike Meinhof. «El fiscal general de la República Federal, Siegfried Buback, considera que incluso las últimas disposiciones restrictivas de la libertad del ejercicio de los abogados defensores, agravadoras del derecho penal material y hasta limitadoras de la libertad de prensa, son una sana reacción contra un periodo en el cual “se inhibió la función del estado en la garantía de la paz interior” (Obsérvese que ese período que a Buback le parece de libertinaje no reconoció a los comunistas más domicilio que las cárceles). Por eso opina el fiscal general que “legislar más duramente la detención es una de las medidas que se pueden entender como una especie de rectificación de las anteriores liberalidades que iban demasiado lejos”» (Prólogo a Ulrike Meinhof, Pequeña antología, Barcelona, Anagrama, 1976, pág 13).

Peter Brückner y sus 48 coeditores reunieron la necrología de Buback firmada por «Mescalero» y otros textos interesantes para el caso en el volumen «Una necrología de Buback. Documentación» (Buback. Ein Nachruf. Eine Dokumentation). Brückner dio además una entrevista radiada sobre el terrorismo (junio de 1977) y publicó, ya con intención de defenderse, un folleto titulado «El asunto Mescalero» (Die Mescalero Affäre, Hannover, 1977).

Las reacciones de las varias instancias judiciales y estatales (los coeditores viven en Länder diferentes) fueron variadas. La más autorizada fue la del Land Baja Sajonia, cuyo ministro de la ciencia, el conocido Eduard Pestel, exigió de los 13 profesores de su territorio coeditores de la documentación un reconocimiento escrito y firmado de sumisión que equivalía a una declaración de culpa y arrepentimiento. Peter Brückner se negó a firmar y fue suspendido de empleo, al mismo tiempo que se le prohibía la entrada al recinto universitario con un razonamiento que vale la pena reproducir para edificación de las direcciones obreras entusiastas de las libertades europeo-occidentales: «Su suspensión provisional tiene por objeto, entre otras cosas, quitarle a usted la posibilidad de influir en los estudiantes de la Universidad Técnica de Hannover, pues eso no se puede admitir a la vista de su hostil actitud para con nuestro estado. Ese objetivo se conseguiría solo parcialmente si pudiera usted hacer acto de presencia en la U.T.H. aun sin ejercer actividad docente. Por esa razón procedo a prohibirle a usted la entrada en la Universidad.» (Carta de E. Pestel a P. Brückner del 28 de octubre de 1977)

El camino de recursos emprendido por la defensa de Brückner ha culminado felizmente a finales de febrero de 1980 con la sentencia del Tribunal Federal (que es el Tribunal Supremo), la cual decide en última instancia que los editores de la Documentación no han cometido ningún delito. Pero esto no ha cesado la injusticia, a causa de la legislación contra las personas de izquierda. Es claro que, como consecuencia de esa sentencia (más exactamente de la de un tribunal intermedio, ahora confirmada por el Supremo), el Tribunal Disciplinario (administrativo) de la Baja Sajonia ha tenido que anular la decisión del ministro Pestel; pero ha dejado paradójicamente en pie la suspensión de empleo, alegando que, aunque los hechos no dan pie a ella, acaso la justifique la personalidad de Brückner. Este razonamiento inquisitorial, inverosímil después del siglo XVIII, se presenta así: «En cuanto a la cuestión de si el recurrente se tiene que considerar, por lo que hace a su entera personalidad, como un enemigo de la Constitución, es problema de decisión sobre el cual -en un caso como este, en el que, como se ha mostrado, no se ha podido hallar violaciones suficientemente evidentes del deber de lealtad a la Constitución- se tiene que dejar a la sentencia que recaiga en el proceso principal (administrativo), durante el cual el recurrente en persona habrá de ser oído por el Tribunal Disciplinario.» (Resolución del Tribunal Disciplinario de la Baja Sajonia del 15 de febrero de 1980)

El Comité alemán federal por los derechos fundamentales y la democracia ha publicado una declaración sobre el caso que se puede obtener traducida pidiéndola a mientras tanto.

La forma de solidaridad más eficaz en el caso Brückner consiste en adherirse a esa declaración firmándola. De ese modo o de otro, las adhesiones o los testimonios de solidaridad con el profesor Brückner se deben enviar al Komitee für Grundrechte und Demokratie c/o Klaus Vack An der Gasse 1 6121 Sensbachtal RFA.

Nota

(*) En López Arnal y De la Fuente, 1996: 440, su amigo y discípulo Antoni Domènech comentaba: «Me parece que sus dos años en Münster [1954-1956] tuvieron una gran importancia… La estancia de Manolo en Münster coincidió además con un momento políticamente muy delicado en la historia de la República Federal de Alemania: coincidió con la declaración de inconstitucionalidad y con la puesta fuera de la ley del KPD (el Partido Comunista de Alemania). Manolo mismo me contó alguna vez como ayudó a “limpiar” aprisa y corriendo un local de los obreros del KPD en Münster antes del registro policial. Creo que su experiencia con la democracia autoritaria de Adenauer le libró tempranamente del papanatismo provinciano con que tantos españoles de su generación se rindieron incondicionalmente, no bien cruzada la frontera, al tipo de orden político restaurado en Europa Occidental tras la guerra mundial.» (el énfasis es nuestro). El Tribunal Federal de Defensa de la Constitución prohibió el KPD en agosto de 1956; la causa duró cinco años.

El propio Sacristán había sugerido años antes de su estancia en la Universidad de Münster, en el que fuera su primer viaje Alemania, una definición de Europa muy idealizada y literaria («Heidelberg, agosto de 1950. Notas de un cursillista de verano», Laye 8-9, 1950, pp. 9 y 11): «Colonia, lunes 21.- Está lleno el “Collegium” de Colonia. Los estudiantes españoles se repartan por pensiones. A dos, nos invita un estudiante al que sobran dos camas. Su padre, que está de viaje, es catedrático de Germanística. Antes de acostarme ojeo en su compañía la biblioteca y encuentro, entre otras muchas cosas interesantes, la edición Hoepli de Dante y Del sentimiento trágico de la vida en español, en la edición Espasa-Calpe. (Ahora ya tengo una definición provisional de cara al futuro: Europa es la posibilidad de seguir encontrando en una casa del paralelo 51 el mismo libro que te has dejado en la mesilla del paralelo 41).»

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3. Nota a la Pequeña antología de Ulrike Maria Meinhof

Este texto de presentación de su breve Antología de Meinhof está fechado en Barcelona, el 8 de junio de 1976.

Con esta reducida y apresurada antología no se pretende mucho más que facilitar el recuerdo de una víctima en verdad nada típica, pero sí muy característica, de esta sociedad, intentando ayudar a la comprensión de lo que hizo, documentando brevemente el desarrollo de sus motivaciones y de su pensamiento hasta la etapa final de su vida.

Es una antología desequilibrada, además de breve: no contiene ningún artículo anterior a 1960, ni de los años 1961, 1963, 1965. Y sólo presenta un artículo de cada uno de los años 1960, 1962, 1964 y 1966. En cambio, da cuatro de 1967 y ocho de 1968. Ese desequilibrio obedece a una hipótesis que no se debe callar al lector: la de que la fase en la que se decide la actitud final de Ulrike Meinhof comprende esos dos años 1967 y 1968. Los argumentos de los años anteriores sirven sobre todo para documentar el largo arrastrarse de los problemas políticos y sociales de los que arrancó la actividad organizativa y publicística de Ulrike Meinhof: también documentan así, indirectamente, la derrota de los esfuerzos democráticos por evitar la involución política de Alemania tras las esperanzas suscitadas por la derrota del nazismo. Desde 1959 propaga Ulrike Meinhof la necesidad de resistir contra las leyes de emergencia; pero trece años más tarde, en la cárcel, con esas leyes represivas ya promulgadas (y por la socialdemocracia, no sólo por la derecha tradicional), tendría que escribir contra algo mucho peor, más claramente neofascista: los decretos contra los radicales de 1972, obra de un gobierno de coalición del Partido Socialdemócrata y el Partido… Liberal.

Aunque la motivación de esta antología sea sólo contribuir a un recuerdo de Ulrike Meinhof, sin embargo, ya esa intención requiere unas cuantas rectificaciones de errores difundidos por la prensa a raíz de su muerte.

No se trata de hacer ninguna apología, aunque un homenaje a esta víctima, como a cualquier otra, estaría justificado. Pero impide limitarse a ello (y precisamente por fidelidad del recuerdo) la importancia que los problemas entre los que ha vivido Ulrike Meinhof tienen para una política revolucionaria. Seguramente por eso la persona que más conoció a Ulrike Meinhof –su madre adoptiva, Renate Riemeck– creyó necesario referirse críticamente a ella en dos ocasiones, la más reciente ya posterior a su muerte. Sólo la debilidad y el aislamiento de la izquierda alemana explican que la admirable Renate Riemeck –animadora y dirigente de la única resistencia algo popular a la restauración conservadora en la República Federal durante lo peor de la guerra fría– sea poco conocida por los demócratas europeos. Renate Riemeck registraba en 1972 la consunción de la onda agitatoria iniciada en Alemania en 1967 y reforzada por los hechos de mayo de 1968 en Francia («La agitación se ha apagado porque las ideas confusas no hacen un programa político y los conceptos nebulosos no tienen fuerza coordinadora») y, sobre ese fondo, describía así la penúltima época de su ahijada, la fase de clandestinidad: «Ulrike Meinhof se ha quedado sin tierra bajo los pies. Su visión del futuro corresponde al nivel de consciencia de los adolescentes que pueden saltarse el presente y despreciar tranquila e inocentemente el pasado. Ulrike habría debido saber de qué hablaba. Para reanimar su viejo amor por el vagabundo Knulp de Hermann Hesse no necesitaba disfrazarse ella misma de vagabunda redentora. No estaba ya en los diecisiete años, y sabía que sólo se consigue consciencia revolucionaría cuando se ponen fundamentos racionales y objetivos claros».

Renate Riemeck tiene tanta razón en ese juicio como en este otro que es, además, un presentimiento (y hasta un epitafio), desgraciadamente acertado, del final de la historia, escrito con cuatro años de anticipación: «Ahora está (Ulrike Meinhof) férreamente atenazada por el destino del grupo. No le abandonará, sino que preferirá morir antes que hacer algo que le parezca traición. Ulrike Meinhof: la ira contra los males del mundo la empujó a huir de la realidad».

***

En la prensa semanal han aparecido errores tontos (aunque a veces malintencionados) ante los que no vale la pena detenerse. Baste con recordar de paso que es falso que el padre de Ulrike Meinhof muriera a consecuencia de una depresión profunda (que hubiera traumatizado a Ulrike cuando tenía cinco años): murió de una grave enfermedad orgánica, como su madre; que es poca seria la insinuación de que en sus últimos tiempos Ulrike estuviera mentalmente alterada por causa de un tumor cerebral, pues el tumor de que se trata le fue operado no recientemente, sino en 1962, y el lector tiene en esta antología muestras de su razonamiento y su percepción de la realidad en los años siguientes; y que también es inconsistente la pretensión de algunos periodistas de explicar la conducta de Ulrike Meinhof por supuestas complicaciones pasionales de su relación con Andreas Baader, un destacado miembro de la Fracción Ejército Rojo (FER): entrando por un momento en el mundo mental de esos periodistas, se puede indicar que acompañante asiduo de Ulrike Meinhof en sus últimos tiempos de libertad no fue Baader, sino Müller, sobre el cual más vale no razonar, sino sólo mirar y pasar, porque traicionó al grupo y actuó de delator ante la policía.

Pero al lado de esas falsedades, que se encuentran sobre todo en prensa de entretenimiento, están las destinadas a públicos más interesados por cuestiones políticas. De ellas vale la pena mencionar dos:

-El sociólogo Helmut Schelsky ha afirmado que la FER se proponía implantar una «tiranía profética» en cuya preparación Ulrike Meinhof desempeñaba el papel de «sacerdotisa de la violencia». Seguramente la lectura de las pocas páginas de esta antología bastará para mostrar la implausibilidad de esa interpretación de Schelsky, la incoherencia entre la figura que él dibuja y las raíces filosóficas de Ulrike Meinhof. (Otros pensamos, dicho sea de paso, que los catedráticos reaccionarios son levitas de una hierocracia parasitaria de letratenientes).

– La otra falsedad principal de este tipo es la deformación ideológica del pensamiento político de Ulrike Meinhof y de toda la FER. El error que consiste en enmarcar la actitud de Ulrike Meinhof en el Sesentayochismo no necesita refutación: lo subsanan las simples fechas (lo que no quita que el Sesenta y Ocho haya tenido, efectivamente, mucha influencia en el pensamiento político ya maduro de Ulrike Meinhof).

Más sutil es la costumbre que tienen muchos publicistas y las instancias policiales de llamar «anarquista» a un grupo que se considera a sí mismo fracción de un ejército rojo. Me parece que esa impropiedad revela el prejuicio de que la FER es un grupo de inconsecuentes sin pensamiento serio, y también la tendencia a ensombrecer la palabra «anarquismo» haciéndola sinónimo de «explosiones» y «muerte» (las órdenes de captura dictadas contra el grupo hablan de «delincuentes violentos anarquistas»). Dos pájaros de un tipo. Pero sobre este punto los presos de Stuttgart-Stannheim (cuando, ya muerto Holger Meins, eran todavía cuatro: Andreas Baader, Gudrun Ensslin, Ulrike Meinhof, Jon Carl Raspe) tuvieron ocasión de expresarse con precisión en la entrevista por escrito que les solicitó el semanario liberal Der Spiegel en enero de 1975. Es sumamente probable que la redactora de las respuestas fuera Ulrike Meinhof:

PREGUNTA: ¿Cómo se consideran ustedes a sí mismos? ¿Se consideran anarquistas o marxistas?

RESPUESTA: Marxistas. Pero el concepto de anarquismo de los servicios estatales (…) es un intento de aprovechar para el estado imperialista la vieja disputa entre el marxismo revolucionario y el anarquismo revolucionario. (…) Más, de acuerdo con esa falsa comprensión del marxismo, Lenin era anarquista y su obra Estado y Revolución sería un libro anarquista (…)

***

No he recogido entre los puntos merecedores de rectificación el frecuente reproche despectivo, dirigido a los miembros de la FER, de que se trata de un grupo de «desesperados» o, como se dice en varias lenguas europeas, con un término castellano corrompido, «desperados». (Por cierto que, aunque alguna vez se recuerda que los castellanos hemos suministrado al léxico político el término «liberal», no se suele recordar que también hemos ofrecido el complemento: «desesperado».) No lo he hecho porque esta cuestión es más larga de tratar. No es raro que unos marxistas o unos demócratas radicales se desesperen de vez en cuando en la República Federal Alemana (o en la Democrática, por lo demás). El fiscal general de la República Federal, Siegfried Buback, considera que incluso las últimas disposiciones restrictivas de la libertad de ejercicio de los abogados defensores, agravadoras del derecho penal material y hasta limitadoras de la libertad de prensa, son una sana reacción contra un período en el cual «se inhibió la función del Estado en la garantía de la paz interior.» (Obsérvese que ese período que a Buback le parece de libertinaje no reconoció a los comunistas más domicilio que las cárceles.) Por eso opina el fiscal general que «legislar más duramente la detención es una de las medidas que se pueden entender como una especie de rectificación de las anteriores liberalidades, que iban demasiado lejos». Se puede admitir que en un país cuyo fiscal general, habiendo vivido el pasado reciente que sabemos, opina cosas así, debe haber bastantes «desperados». De todo eso sabemos aquí lo suficiente, por otra parte, para no arrojar la primera piedra a nadie. Los entonces cuatro de Stuttgart lo sabían también, y se expresan al respecto en la entrevista antes citada: «Desde 1918/1919 la burguesía imperialista, su Estado, tiene la iniciativa de las luchas de clases en Alemania, y está a la ofensiva contra el pueblo, hasta el aplastamiento completo de las organizaciones del proletariado bajo el fascismo, de modo que la derrota del viejo fascismo no se produjo por una lucha armada aquí, sino por el ejército soviético y los aliados occidentales. (…) Aquí no ha habido resistencia antifascista armada, como la hubo en Francia, Italia, Yugoslavia, Grecia, España e incluso Holanda. Los aliados occidentales destruyeron inmediatamente, en el 45, los conatos que había. Eso significa, para nosotros y para la izquierda legal, que aquí no hay nada con qué enlazar, nada ya dado organizativamente o en la consciencia del proletariado, ni siquiera tradiciones democráticas republicanas.»

Lo que a muchos observadores parece ceguera de «desperados» tiene, pues, su explicación. Y probablemente tiene, además, sentido y una sensatez considerable. Renate Riemeck, con la penetración que le da su superior conocimiento de Ulrike Meinhof, ha observado que ésta, bastante mayor que los estudiantes del 68 y formada mucho antes y más sólidamente que ellos, tuvo siempre reservas respecto del movimiento principalmente universitario (en Alemania, exclusivamente universitario-intelectual) al que se suele aludir con aquella fecha, pero que, por otra parte, no se resignó nunca –como, en cambio, se han resignado tantos estudiantes de los de entonces– al enfriamiento de aquella chispa, sino que se entregó luego a «una especie de desesperación tozudamente no resignada que la condujo a juicios erróneos». En Ulrike Meinhof no han dejado nunca de vivir las esperanzas que el Sesenta y Ocho dio a mucha gente que se afanaba desde mucho antes. La vena sesentayochista de Ulrike Meinhof ha sido tan auténtica como lo era todo en ella. Esa autenticidad –en esto no me parece acertada Renate Riemeck– no es nada adolescente. Y a propósito de la «especie de desesperación» tozuda que la ha llevado a errores, cosa innegable, habría que añadir que no sólo a errores, sin embargo. El paso siguiente de la entrevista de enero de 1975 (cuya redacción ya he dicho que atribuyo a Ulrike) será todo lo inquietante que se quiera, pero no resulta evidente que sea un error: «Hoy la política revolucionaria tiene que ser a la vez política y militar. Eso se desprende ya de la estructura del imperialismo, del hecho de que el imperialismo ha de asegurarse su poder –hacia dentro y hacia fuera, en las metrópolis y en el Tercer Mundo– de un modo primariamente militar, mediante alianzas militares, intervenciones militares, programas de antiguerrilla y de “seguridad interior”, que son desarrollo de un aparato de violencia. A la vista del potencial de violencia del imperialismo, no hay política revolucionaria sin solución de la cuestión de la violencia en cada fase de la organización revolucionaria».

***

Creo que estas columnas de konkret, la revista cuya principal animadora fue Ulrike Meinhof, se deberían completar con una selección de escritos de la cárcel. Pero lo que hoy [1976] se puede recoger es todavía demasiado poco y demasiado fragmentario.

Las pocas notas informativas puestas a algunos artículos de Ulrike Meinhof son todas de la presente antología en castellano.

Notas del traductor

1. ¡Emergencia, emergencia!, p. 19.

konkret, 18, 1960. En enero de ese año el ministro democristiano del Interior presentó su proyecto de leyes de emergencia.

2. «… plan Lücke, discurso de Speidel, reforma del servicio militar y proyectos de ley en los cajones ministeriales contra la prensa, el parlamento y los partidos.», p. 20.

El memorial sobre el ejército, el plan Lücke (ministro democristiano) y el discurso del general Speidel tendían a olvidar las limitaciones puestas inicialmente al ejército federal.

3. «Liga socialista de los estudiantes alemanes…», p. 28.

Sozialisticher Deutscher Studentbund (SDS), la organización estudiantil universitaria del Partido Socialdemócrata, muy activa en 1967-1968 y expulsada del partido.

4. Erich Kuby, p. 28.

Escritor y periodista de izquierda, autor de uno de los primeros libros críticos de la restauración capitalista en Alemania, del «milagro económico»: Das Mädchen Rosemarie, reportaje novelado sobre el asesinato de una prostituta implicada en intrigas de espionaje económico e industrial (Rosemarie Nitribitt).

5. «Por cierto que la línea de política interior de la SPD es perfectamente conciliable con su reciente oportunismo.», p. 33.

Se refiere al abandono, en política internacional, de la línea contraria al rearme y, en particular, a las armas atómicas que los socialdemócratas alemanes practicaron desde 1945 hasta el congreso de Karlsruhe, oficialmente. Y algo menos tiempo en la práctica.

6. MLF, p. 34.

La Multilateral Force (MLF) fue la solución arbitrada por el gobierno norteamericano para posibilitar que las tropas alemanas occidentales pudieran intervenir en la guerra atómica, respetando al mismo tiempo formalmente los acuerdos internacionales subsiguientes a la II Guerra Mundial.

7. Lucha salarial, p. 37.

konkret, 1966, n.º 2. El artículo está escrito con ocasión de una campaña de la asociación patronal contra el sindicato metalúrgico, que reivindicaba la reducción del tiempo de trabajo en una hora y cuarenta y cinco minutos.

8. La amenaza de Nordhoff, p. 38.

Director general de Volkswagen durante muchos en la II postguerra. Bajo su gestión se reprivatizó la empresa como modelo de lo que entonces se llamaba «capitalismo popular».

9. Casa Springer, p. 38.

Alex Springer es propietario de un importante imperio periodístico que practica una política conservadora. El periódico de más defusión en Alemania (la Bild-Zeitung) pertenece a esa cadena.

10. Der Arbeitgeber, p. 41.

Organo del instituto patronal de economía. «Der Arbeitgeber» quiere decir el patrono.

11. Tercer proyecto de let, p. 43.

konkret, 1967, n.º 4. El tercer proyecto de ley de emergencia fue presentado a la Dieta Federal por el ministro Lücke en febrero de 1967. La socialdemocracia (SPD) estaba ya integrada en el gobierno de coalición con la democracia cristiana (CDU, a la que pertenece Lücke), pero no había mantenido su inicial oposición a esa legislación, sino que se había limitado a suavizar la ley.

12. … acciones del tipo de la del Spiegel…, p. 45.

Se refiere a una operación montada por el ministro cristianosocial Strauss contra el seminario liberal hamburgués, Der Spiegel. El gobierno construyó una acusación de alta traición, procedió a ocupar la redacción de la revista e hizo detener en España a uno de sus jefes de redacción. Se produjo una protesta importante y, por otra parte, la magistratura no cedió suficientemente a la presión gubernamental, con lo que la causa no siguió adelante.

13… y el Stern solo no puede salvar al Stern, p. 46.

El Stern es el único seminario popular alemán que tiene una tirada y una difusión importante y mantiene posiciones con una ligera tendencia de izquierda. Un periodista de Stern fue el que consiguió no hace mucho descubrir los planes de conspiración del general Spinola en Portugal.

14. Napalm y Pudding, p. 49.

konkret, 1967, n.º 5. Escrito con ocasión de la visita del vicepresidente de los USA, Humphrey, a Berlín, en el curso de la cual unos estudiantes le bombardearon con bolsa de plástico llenas de natillas.

15. El ala obrera, p. 61.

konkret, 1967, n.º 12. Escrito cuando se acercaba el momento más bajo de la crisis económica de 1967, la primera que cambió realmente las expectativas optimistas de la época del «milagro económico».

16. Ruhr, p. 61.

La cuenta minera y siderúrgica del río Ruhr es la única zona de la Alemania Federal en la que la presión nazi (1933-1945) y cristianodemócrata (1945-1968) no ha exterminado al Partido Comunista de Alemania (KPD, DKP).

17. Contraviolencia, p. 67.

konkret, 1968, n.º 2. El artículo está escrito durante la discusión interna del movimiento estudiantil y sus ramificaciones (el conjunto de la Oposición Extra-Parlamentaria, APO) acerca de la utilización de la contraviolencia para defenderse de la policía y de la presión de las autoridades académicas.

18. Die Zeit, p. 69.

Die Zeit (El tiempo, o sea, The Times) es un importante periódico conservador de Hamburgo, con difusión en toda Alemania.

19. «Debajo de la toga mil años nos ahogan», p. 69.

Traducción libre de una pancarta que desplegaban los estudiantes en el Auditorium maximum de Hamburgo en la fiesta de matriculación, más o menos equivalente a la inauguración de curso en España.

20. AStA, p. 70.

Allgemeiner Stundenten-Auschuss, Comisión estudiantil general. Es un cuerpo estudiantil elegido que existe en cada Universidad alemana. Se ocupa principalmente de actividades asistenciales y culturales. En la gran crisis de 1967-1968 el absentismo electoral de los estudiantes, regla general hasta entonces, pasó de un curso a otro a una intensa participación. Los AStA se politizaron mucho, algunos de ellos (los de las universdades mayores) en sentiso socialista.

21. Benno Ohnesorg, p. 71.

Estudiante muerto de un tiro en la cabeza por un policía (identificado y absuelto) al final de una manifestación por los presos políticos de Persia, con ocasión de la visita del Shah.

22. De la protesta a la resistencia, p. 75.

konkret, 1968, n.º 5. Escrito con ocasión del atentado contra el dirigente estudiantil socialista Rudi Dutschke el jueves santo de 1968.

23. Estado de emergencia. Lucha de clases, p. 81.

konkret, 1968, n.º 6. Escrito con ocasión de la última gran manifestación contra el proyecto de leyes de emergencia.

24. El visado obligatorio, p. 87.

konkret, 1968, n.º 7. Escrito con ocasión de la implantación de visado obligatorio para los viajeros alemanes occidentales hacia Berlín.

25. Pues precisamente por eso, porque la pretensión de representación única tiene una base material muy estrecha -pues una voz más a su favor en la ONU no aumentaría el bloque norteamericano más que en un voto irrelevante…, p. 89.

Al no estar resuelto el pleito estatal entre las dos Alemanias, no se podía resolver la cuestión de su presencia en la ONU.

26. Doctrina Hallstein, p. 89.

Político alemán muy influyente en la Comunidad Europea y la Alianza Atlántica, democristiano, muy vinculado al canciller Adenauer. Dio su nombre a la doctrina de la representatividad única de la República Federal. Segun esa política, la BDR [Bundesrepublik Deutschland, República Federal de Alemania] rompía sus relaciones diplomáticas con todo país (en la práctica, eso se limitaba a los del Tercer Mundo) que las estableciera con la DDR.

27. Hay que elaborar el shock, p. 93.

konkret, 1968, n.º 10. Escrito con ocasión de la invasión de Checoslovaquia por las tropas del Pacto de Varsovia.

28. El incendio de unos grandes almacenes, p. 97.

konkret, 1968, n.º 14. Escrito con ocasión del proceso por incendio de unos almacenes de Frankfurt por Gudrun Ensslin y Andreas Baader, dos de los cinco inicialmente coimputados de Stuttgart.

29. Fritz Teufel, pp. 102-103.

Fritz Teufel, actualmente [1976; fallecido en 2010] detenido y en espera de juicio, fue en la segunda mitad de los años sesenta un miembro destacado del movimiento estudiantil. Personalidad de pensamiento muy productivo y auténtico, era miembro de la organización marxista SDS y, al mismo tiempo, muy fecundo para el movimiento anarquista. En el momento de su detención pertenecía, probablemente, al «Movimiento 2 de junio». Teufel fue protagonista, en los años de la agitación estudiantil, de un incidente que no se ha olvidado. En un momento de la vista contra él y Langhans, se ordenó a ambos imputados que se pusieran en pie por alguna causa ceremonial. Al principio se negaron. Al cabo de varias exhortaciones y castigos cedieron y se levantaron. Teufel comentó su condescendencia diciendo: «Bueno, si tan útil ha de ser para esclarecer la verdad…». Ulrike Meinhof se refiere probablemente a esas palabras cuando habla de «formulaciones muy buenas» de Firtz Teufel.

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