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Daños colaterales y daños morales

Ernest Cañada

Ayer por la noche TV3 emitió en el programa Sense ficció el documental de Peter Torbiörnsson Últim capítol. Adéu Nicaragua. La película reconstruye la historia de un periodista sueco, contada en primera persona por él mismo, que en tiempos de la Revolución Sandinista, y simpatizante de ella, fue conscientemente utilizado por el gobierno para infiltrar a un miembro de la seguridad del Estado en una conferencia de prensa que Edén Pastora, en aquel momento en las filas de la contra-revolución, iba a dar ante los medios de comunicación internacionales en el Río San Juan. Cuando inició el encuentro con la prensa, el 30 de mayo de 1984, estalló una bomba. En el atentado de la Penca, como se conoce popularmente, murieron 6 personas y 22 resultaron gravemente heridas, en su mayoría periodistas.

El documental muestra la lucha de Peter Torbiörnsson por descubrir la verdad y los responsables últimos de aquel atentado que le destrozó la vida. El gobierno de Nicaragua acusó a la CIA de estar detrás de aquellos hechos. El periodista sueco por su parte culpa directamente al gobierno sandinista y a Tomás Borge, ministro del interior en aquel momento, de ser los responsables.

Peter es una persona rota. Yo lo traté hace años en Nicaragua, cuando le ayudamos en la difusión de otro documental sobre la historia de una pareja campesina que estuvo filmando en distintos momentos durante cerca de 20 años, Los amantes de San Fernando. Entonces no conocía bien su historia, pero era fácil darse cuenta que era una persona obsesionada, rota por dentro. El documental está realizado desde una óptica declaradamente personal y subjetiva, es su historia, pero pone en evidencia muchas cosas, grandes verdades.

La proyección del documental en Nicaragua el año pasado fue muy impresionante. La sala de cine en el que pude verlo estaba llena de gente y al terminar, mientras aun se proyectaban los créditos finales, el público continuaba sentado en un sepulcral silencio. Acabábamos de ver algo que nos confrontaba con partes de la historia, también de nuestra historia, la de los internacionalistas que en distintas etapas nos comprometimos con aquel proceso revolucionario, que nos incomodaba y dolía, pero que también eran partes de la verdad.

A mi modo ver, el problema fundamental en aquella Nicaragua asediada de los ochenta no era si estaba justificado o no el asesinato de un tipo despreciable como Pastora, un traidor. No lo era, digo, ni lo es ahora que es nuevamente amigo del poder sandinista. Vive cómodamente y hace negocios en alianza con el capital sandinista. Lo que el documental de Torbiörsson muestra son los «daños colaterales» –dicho en el lenguaje de ahora– de aquella acción, y sobre todo cómo se oculta o en última instancia se justifica siempre por un interés superior. El problema es que ese interés superior acabara justificándose a sí mismo una y otra vez, y debajo, más vulgarmente, se convirtiera en un interés concreto y terrenal por el poder particular. La cuestión esencial está en cómo se encaran moralmente esas acciones y se enfrentan sus consecuencias y sus víctimas. Atentados como el de la Penca podrían haber sido anecdóticos, si no fuera por el empeño de algunas de esas víctimas colaterales por buscar verdad y justicia. Lo importante es el espacio moral que se abría con cada una de estas acciones y sus consecuentes justificaciones, y el distanciamiento cada vez más grande entre el ideal aclamado y la realidad, que acabó fosilizando una retórica revolucionaria cada vez más alejada de los valores morales en los que se asentó la Revolución.

Dicho todo esto, la valoración de los procesos históricos es algo mucho más complejo y suma de multitud de factores. Esta deriva moral, que explica muchas cosas de cómo fue aquella Revolución y de cómo se perdió, no invalida su valor intrínseco ni los beneficios que generó en grandes mayorías. Sin esa Revolución tampoco la Nicaragua actual podría entenderse, y sobre todo cuando se compara con la situación en la que vive la mayoría de la población en los países vecinos, como Honduras, El Salvador o Guatemala. Solo un dato: mientras en Honduras el número de muertes violentas por cada 100.000 habitantes es de 92, en El Salvador 69 y en Guatemala 39, Nicaragua registra solo 13, según la Oficina de Naciones Unidas contra las Drogas y el Delito (ONUDD). No seré yo quien haga una objeción frontal al proceso actual que vive Nicaragua con el sandinismo de nuevo en el poder, que a pesar de sus enormes contradicciones sigue representando la mejor opción para el bienestar material de amplias mayorías empobrecidas, pero hay verdades que no se pueden ocultar.

Escribo todo esto sin ánimo de polémica, a partir del diálogo suscitado con los amigos de Espai Marx. Solo quise llamar la atención sobre un documental hecho desde el dolor de alguien que, sintiéndose identificado con aquella Revolución se acabó convirtiendo, como así lo califica a cámara Edén Pastora, en un bagazo de la historia. Sin duda, el otrora Comandante Cero supo entender mucho mejor los códigos de la cultura política criolla.

Managua, 3 de octubre de 2012

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