El problema es que hacer y como hacerlo
Joan Tafalla
En mi opinión los documentos presentados pueden ser aprobados sin ningún tipo de problema. Contienen elementos de análisis interesantes, con los que coincido, mientras que hay otros en los que coincido menos. Pero es indiferente aquello que aprobemos como documento político o las mejoras que se podrían hacer a estos documentos vía enmiendas o por la vía del debate.
El problema que tenemos no es de programa. Tenemos superávit de programa, sobretodo si nos atenemos a las fuerzas que tenemos para aplicarlo. El problema que tenemos no es de documento político. Podríamos poner una fábrica de documentos políticos. El problema no es simplemente de organización de la subjetividad política. La crisis del movimiento comunista en el estado español dura hace ya muchos años. No se trata, simplemente, de una crisis de dirección, no se trata, simplemente, de una crisis de organización. Si fuera así, cualquier “vanguardia” dotada de la “verdadera ciencia marxista” ya hubiese ocupado el espacio a fuerza de voluntarismo. Por ejemplo, el PCC o el PCPE. Por ejemplo, el PRT.
Es cierto que crisis de dirección y crisis de organización hay. Pero es una crisis subsidiaria de un problema mayor: la crisis del sujeto social. No reconocer que el tema esencial es la crisis del sujeto social, el cambio radical de este sujeto, su metamorfosis absoluta, significa equivocarse de modo grave en lo que es más importante: el que hacer. Lo que es más importante ahora no es que escribir, sino que hacer y también, como hacerlo.
Volverse a equivocar en eso significa seguir poniendo el carro delante de los bueyes, significa equivocarse de nuevo en la apreciación del momento, que no es todavía de construcción política si no de reconstitución de clase, por tanto de acumulación de fuerzas, de lucha ideológica y cultural, de construcción de nuevas formas de socialización. ¿Quiere decir que no debemos estar organizados? Quién afirme que yo digo eso me difama gratuitamente. Hay gente que lo está haciendo.
La clase obrera industrial ya no es lo que era en los años sesenta y setenta. La clase obrera, el proletariado ha cambiado radicalmente. Las únicas luchas obreras industriales que vemos son luchas defensivas cuando no resignadas, de negociación de los cierres, de las indemnizaciones, de las prejubilaciones. El textil catalán cierra todo, entero o casi, en el silencio, y eso cambia nuestras ciudades y nuestra sociedad: de la ciudad-fábrica pasamos a las metrópolis como una reserva de fuerza de trabajo. Las Sabadell, Terrassa, Igualada, Mataró que conocimos ya no son los mismas. Cierra el metal: cierran la UH en Sabadell, y la AEG en Terrassa. Empresas del metal que fueron la cuna de toda una generación del movimiento obrero y popular de los barrios.
Cuando los chinos nos vendan sus coches magníficos, modernos, a precios de entre 3000 y 6000 ¿donde quedará la SEAT y su industria auxiliar? Así mismo, ¿qué posibilidades reales tenemos de intervenir en esta lucha desde fuera? Con la simple impresión de que nuestras hojas “han sido bien acogidas”.
Parece como si la etapa de la competencia global del capitalismo consistiese en la venganza del capital contra el ciclo de luchas de los años sesenta y setenta y sus conquistas. Aquel ciclo de lucha, como pasa siempre, ha servido para conquistar mejores condiciones sociales pero también como motor de aceleración de la dinámica interna del capitalismo. La competencia global como la ha denominado acertadamente el amigo Luciano Vasapollo nos ha cambiado radicalmente el escenario político. La lucha de clases ha pasado de la ciudad fábrica a las conurbaciones. La vieja clase obrera industrial agoniza en tanto que sujeto social mientras se produce la recomposición del proletariado metropolitano.
La nueva fase de desarrollo capitalista ha variado de una forma radical la composición de clase del proletariado. Insisto, no ver eso, no reconocer esta nueva situación, no identificar el problema, comporta un error en el que hacer. Y no somos tantos, ni tenemos tanto tiempo, como para equivocarnos otra vez. La tarea principal ahora es la encuesta. El conocimiento empírico de las capas y grupos sociales que conforman la nueva composición de clase del proletariado metropolitano. El estudio no de sociología académica si no de sociología militante de las nuevas realidades de clase. Sobre todo, de cómo funciona realmente la construcción de identidades, la percepción que tienen las nuevas capas obreras de si mismas, como se comportan en la realidad, como se socializan. Proponer a partir de este trabajo nuevas formas de socialización o reforzar aquellas que de forma incipiente se producen, esta es nuestra tarea principal hoy. Como ha sido siempre la de los comunistas.
Construir organización sin este análisis previo significa hacer lo mismo que hicimos, repetiremos por enésima vez lo que hicimos dentro del PSUC, del PCC o de EUIA. Activismo sin análisis, táctica sin estrategia. Aún peor, el peligro ahora es construir hiperactivismo grupuscular. Y esta no es la prioridad de Assemblea Roja.
Algunos ya hicimos la crítica del eurocomunismo el año 1982. Y construimos el grupúsculo: el PCC. Un grupúsculo que parecía un partido: en Catalunya tenía cerca de 8000 militantes y vendía entre 8 y 10 mil semanarios con una red de 40 locales por todo el territorio y con células en las principales empresas y barrios obreros. Influía o tenía la mayoría en diversas uniones locales y comarcales y federaciones de CCOO. La falta de análisis de los cambios que sufría la composición de nuestra clase, junto a otro fenómeno al que ahora me referiré (el tomar como referente en la construcción del partido un modelo que correspondía a una fase anterior), han deshecho el grupúsculo y han convertido sus restos en una combinación entre lobby sindical y grupo de liberados institucionales. El radicalismo de algunas frases de nuestro documento actual se queda atrás respecto al radicalismo de los documentos de aquel grupúsculo. Ahora, además, falta la gente. Los resultados finales de todo esto son previsibles.
El otro aspecto que creo imprescindible de tratar además de que hacer, es el como hacerlo. Es necesaria una verdadera revolución interior, en el sentido de un cambio radical de cultura política. La construcción política no es un simple acto de voluntarismo y de credibilidad carismática. Es algo más complicado y difícil, es algo más capilar, más microfundamentado. Ninguna de las culturas políticas comunistas del siglo XX nos servirá, por muy gloriosas que sean, y por muy orgullosos que estemos de ellas. Nadie puede cancelar lo que representa la revolución rusa, ni el frente popular, ni la resistencia antifascista europea, ni la guerra civil española, ni la defensa de la república, los brigadistas internacionales, ni el maquis, ni la resistencia antifranquista. Hechos y tradiciones de las que nos sentimos herederos. Pero la cultura política a construir hoy no puede ser, ni será, una reiteración de los “buenos viejos tiempos”. La cultura comunista para el siglo XXI se habrá de construir entroncando con aquellas viejas y buenas tradiciones pero asentándose en las realidades actuales.
Tampoco el trostkismo, que teniendo razón moral en la denuncia de los crímenes que se cometieron contra ellos, puede ofrecer ningún ejemplo claro y real de aplicación exitosa de sus tesis. El documento está demasiado lleno de ideas básicas del trostkismo, con las que, os lo digo claro, no me identifico ni creo que llegue a identificarme nunca. Me refiero a implícitos teóricos, a propuestas políticas y a propuestas de organización. Me refiero a que hacer y a como hacerlo.
Creo que debemos rehacer de arriba a bajo la forma en que entendemos la política y la organización, y creo que eso está estrechamente ligado a un problema de concepción central, que es el de la relación entre la democracia y el comunismo. No me alargaré en este tema por que he escrito mucho sobre el y aquel que quiera saber que pienso no necesita más que leer mis trabajos, concretamente mi intervención en Roma el septiembre pasado o la intervención conjunta que hice con Joaquín Miras el julio pasado en la escuela de formación de CR en Amayuelas. También se puede releer el documento fundacional de Rojos i roges.
Lo que quiero decir, en síntesis, es que con una mezcla de liderazgo carismático y de entrismo no construiremos una organización. No se puede transformar en dirección política una coordinación a la asiste la gente voluntariamente sin que les haya elegido nadie, nadie se puede erigir en dirigente sin estar dispuesto a ser dirigido. “El educador, como dice la 3ª Tesis de Marx sobre Feuerbach, ha de ser educado”.
En este apartado quiero incluir las dificultades que tenemos para comprender que era y como se articulaba el inmenso movimiento social que derrocó al gobierno fascista de Aznar, o ahora, por ejemplo los movimientos de los “rebeldes primitivos” de las conurbaciones francesas. O la estrechez con la que analizamos fenómenos revolucionarios como el movimiento antiglobalización, o la revolución en curso en Venezuela. O el sectarismo que significa contraponer la perspectiva ciudadana a la perspectiva de clase, errores que ni Marx ni Lenin cometieron nunca.
Construir con estas perspectivas erróneas y con estos métodos de construcción, acaba produciendo verdaderos monstruos. La experiencia la hemos hecho demasiadas veces en nuestro país y en el conjunto de Europa. Si hemos salido del PCC, del PCE y de EUIA no es para repetir en metodología los mismos modelos que criticábamos. Insisto que el problema no consiste en tener un programa más claro y radical que el PCC, el PCE o EUIA. Eso sería demasiado fácil. El problema es de cultura política y organizativa. El problema es de claridad en el tema capital como es la relación de la subjetividad social con la subjetividad política. El problema es comprender en que fase de la construcción estamos.
No ha habido ninguna revolución social triunfante que se hiciese bajo un programa socialista o comunista (perdonad me gustan más estas expresiones que la ambigua expresión “anticapitalista”). Las revoluciones triunfantes las han hecho las masas con reivindicaciones tan simples como el pan, tierra, la paz o la independencia nacional. Tres ejemplos: Rusia, Vietnam, Cuba. Para que una reivindicación como esta (que podría ser digerida por el sistema) se convierta en revolucionaria se necesitan nada más que dos condiciones:
a-que sean una necesidad real y urgente de las masas proletarias, campesinas y populares (o sea: que no puedan continuar viviendo sin conseguir esta reivindicación). O sea que las fuerzas productivas (el proletariado es la principal fuerza productiva) estén dispuestas a morir para poder vivir y acabar con las fuerzas destructivas.
b-que la reivindicación sea antagónica con las tendencias de fondo de la fase concreta del desarrollo capitalista.
Los revolucionarios que han conseguido dirigir estas revoluciones tenían la capacidad de relacionar esto con su totalidad concreta (o sea, el marco concreto en el que se movían) y actuaban en consecuencia no criticando las insuficiencias de los movimientos reales de los trabajadores y tratando de imponer el propio programa, si no acompañando los movimientos, interviniendo, aprendiendo y estudiando las tendencias de fondo. Eran consecuentemente democráticos. En este contexto la relación entre democracia y comunismo no es un tema libresco ni ideológico, es directamente político y práctico.
Acabo con tres ejemplos prácticos de lo que quiero decir:
– Yo no considero a Chávez como a un caso de “bonapartismo atípico”, comparable a Perón o Lázaro Cárdenas, como han dicho recientemente algunos miembros de CR en un boletín sobre la revolución venezolana. No considero que nuestra tarea sea criticar y diferenciarse del chavismo para construir “rancho aparte”. Considero que en Venezuela hay un proceso revolucionario en marcha y lo que se debe hacer desde Europa es pura y sencillamente apoyarlo. Hablo de Venezuela y hablo del método de trabajo para Catalunya.
– La crisis del gobierno Lula en Brasil no se resuelve por el intento de construir una coordinadora de grupúsculos salida del PT, o en reforzar uno que nunca ha estado (realmente) en el PT. Creo que la vía más adecuada es aquella que nos señala el MST: estudiar la nueva situación, resituarse en ella, continuar construyendo movimiento social, nueva forma de socialización, nueva cultura política y de lucha. Hablo de Brasil y hablo de Catalunya.
– En el movimiento republicano. No creo que el problema consista en ver quién agrupa más gente detrás de una pancarta en una manifestación. El problema no es ver quién es más radical en la crítica al monarca. Tampoco en afirmar que en el fondo no queremos una república burguesa sino socialista. Eso ya se ha hecho en España en otros momentos. Lo hicieron el MC y la LCR en los setenta. Los hizo el PCC en los ochenta. El problema es más de fondo: construir de forma microfundamentada con organizaciones capilares difusas por todo el territorio en que se practique la cultura republicana democrático-popular, en que se organice sociedad civil alternativa que funcione con criterios republicanos. El problema es empezar a cambiar nuestra propia forma de hacer política y hacerla de forma republicana. Eso no se puede hacer sin conocer mínimamente nuestra tradición republicana democrático-popular. Otra cosa significa condenarse a ejercicios de verborrea, alejados de las necesidades actuales de construcción y acumulación de fuerzas republicanas. Otra cosa significa no comprender como vino la segunda república a España y volver a repetir los errores cometidos por los comunistas aquel 14 de abril de 1931, en la época de Bullejos. Unos errores que el propio PCE ya se autocriticó hace unos setenta años.
Hechas estas consideraciones, repito lo que decía al principio: el documento político no me parece malo del todo y no tengo inconveniente en hacerlo mío en todo lo que contradiga lo que acabo de exponer.
Intervención de Joan Tafalla en el segundo encuentro de Assemblea Roja-Corrent Roig, Barcelona 12/11/05