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La hecatombe de Fukushima y el compromiso y honestidad de los científicos

Salvador López Arnal

Kim-Jenna Jurriaans ha dado cuenta recientemente en “Fukushima, una mancha difícil de limpiar” [1] de una nueva arista de este “Chernóbil a cámara lenta” del que nos hablara pocos días después de la hecatombe nuclear de marzo de 2011 el científico franco-barcelonés Eduard Rodríguez Farré [2].

Un ingeniero industrial jubilado Yastel Yamada, de 73 años, junto con otros 700 coetáneos más, desea trabajar como voluntario en la limpieza de la central atómica de Fukushima Daiichi “para librar a los más jóvenes de los efectos de la radiación extrema”. Yamada forma parte de uno los grupos –cada vez más numerosos- de la sociedad japonesa, el Cuerpo de Veteranos Cualificados para Fukushima, que intentan informar documentadamente a la ciudadanía sobre los permanentes peligros de la radiación.

Uno de los objetivos del colectivo es generar presión política internacional para obligar al gobierno japonés a hacerse cargo del desastre -y no dejarlo parcialmente en manos de corporaciones privadas- dando mayor participación a científicos y expertos mundiales en el proceso de limpieza de la planta (sobre cuya duración se habla de 20 años de limpieza y 40 de controles). Hasta la fecha, la responsabilidad sobre la central sigue estando en manos de la corporación TEPCO, la empresa propietaria de la central, la empresa privada que no tomó algunas medidas especiales antes del accidente inesperado porque significaban un coste desorbitado. En sus cuentas, las cuentas no salían.

Según el ingeniero nipón, son alrededor de unas 400 -¡cuatrocientas!- las empresas que realizan en la actualidad tareas de limpieza en Fukushima Daiichi: contratas, subcontratas, subcontratas de subcontratas. Las maravillosas y supuestamente eficaces redes jerárquicas del capitalismo realmente existente. ¡La estada programada y diseñada con ojos antiobreros!

Yamada, una persona sin duda moderada pero escandalizada por la situación, ha destacado el íntimo vínculo entre las autoridades públicas japonesas y el sector empresarial. Viene de lejos. Esta es la razón última que explica la decisión gubernamental de seguir permitiendo que “el proceso de limpieza” esté en manos de Tepco. Pero, señala Yamada con alarma y razones, el éxito o el fracaso de la limpieza afectará a las generaciones futuras, no sólo niponas sino en todo el planeta. Los estrechos lazos con la industria, la cambiante información sobre seguridad, los muy dudosos cómputos sobre radiación y las, en ocasiones, contradictorias actualizaciones sobre la situación de Fukushima Daiichi, esta vez es Kim-Jenna Jurriaans quien habla, “contribuyen a acrecentar la desconfianza hacia la voluntad del gobierno japonés de proteger a sus propios ciudadanos”. ¿Es eso lo que cuenta realmente? ¿No es eso lo que debería contar?

Mientras tanto, algunos médicos japoneses continúan desestimando problemas sanitarios emergentes e incluso importantes y “reconocidos” investigadores se niegan a atribuir las anormalidades que ya han irrumpido a la radiación. El sistema sanitario japonés también ha perdido la confianza de sectores, cada vez más conscientes, de la población japonesa. Las voces que quieren silenciar ya no silencian.

Una ilustración de la situación: en noviembre de 2012, la prefectura de Fukushima presentó las conclusiones de su última investigación sobre salud: el 42% -¡el 42%!- de los 47.000 menores examinados tienen nódulos o quistes en la glándula tiroides. Las comparaciones son en este caso pertinentes: otro estudio similar realizado en Nagasaki, en 2001, registraba un 1,6% . Es decir, ¡26 veces menos! Sin embargo, cuando se le preguntó sobre el vínculo entre este hecho y la exposición a la radiactividad, Shinichi Suzuki, un investigador de la Universidad Médica de Fukushima que dirigió la investigación, sugirió a ZDF, un canal alemán de televisión, que los resultados obtenidos podían ser un reflejo de la dieta de los niños japoneses (rica en mariscos). ¡Vaya por Dios y los mariscos!

Por el contrario, para la pediatra Yurika Hashimoto, con 15 años de experiencia en este ámbito de la salud, no hay ninguna duda: ‘Suzuki le está mintiendo al pueblo japonés. La gente ya no les cree más’. No ocultó su desconfianza hacia buena parte de la información divulgada por el gobierno e incluso por las altas esferas del sistema médico. Ocultan, quieren ser ocultando. Diarrea, hemorragias nasales, infecciones de la piel y conjuntivitis son algunos de los muchos síntomas que ella vio en sus pacientes, tanto dentro como fuera de la prefectura de Fukushima, desde el desastre de marzo de 2011. Cuando los pacientes afectados presentan estos síntomas a otros médicos, con frecuencia los ridiculizan o ignoran.

Dörte Siedentopf, una médica alemana retirada que durante unos 20 años trabajó con niños sobrevivientes del desastre de Chernobyl, declaró en una entrevista que ‘en todas partes a las que íbamos había los mismos síntomas’. Siedentopf, coincidiendo con su colega estadounidense Jeffrey Peterson, un profesor del Departamento de Medicina Familiar en la estadounidense Universidad de Wisconsin, apuntó un conjunto de conclusiones muy similares a las de la pediatra Hashimoto. Sea como fuere, los síntomas detectados demuestran la necesidad de realizar investigaciones epidemiológicas más amplias, así como de una mayor empatía por parte de los médicos que brindan atención primaria, señaló Jeffrey Peterson. ‘A la gente no le hace ningún bien decirle que no debería preocuparse. Estas ansiedades y preocupaciones son muy reales’, señaló. Añadió un vértice no menos importantes: los médicos japoneses tienen en estos momentos “la oportunidad única de definir verdaderamente los efectos de la radiación”, con procedimiento y precisiones que no fueron posibles cuando sucedió el accidente de Chernobyl, hace de ellos 26 años.

Y no solamente los científicos citados. En un comunicado emitido el lunes 26 de noviembre de 2012, el relator especial de las Naciones Unidas sobre el derecho a la salud, Anand Grover, quien había regresado de una visita científica a Japón, “urgió al gobierno de ese país a controlar a un sector más amplio de la población”. Durante su visita, Grover se reunió con el gobierno, con médicos, con representantes de la sociedad nipona y con habitantes de las zonas afectadas. Se mostró preocupado porque los residentes afectados no hayan tenido influencia directa ‘en las decisiones que los afectan”. Esas personas deberían participar en los procesos de toma de decisiones. Su informe independiente completo se presentará ante el Consejo de Derechos Humanos de la ONU el próximo junio de 2013.

Desde aquí, desde cualquier lugar del mundo, debemos apoyar los intentos por incrementar los controles de salud y el bienestar de la población japonesa, abonar el compromiso de algunas comunidades científicas en el proceso, y exigir responsabilidades, a un tiempo que coincidimos con los proyectos de dejar en manos públicas lo que, sin duda, es un asunto público de primera y trascendental importancia que no debe ser alterado, sesgado ni tergiversado por la melodía de los grandes negocios ni por impíos cálculos (empresariales) de coste-beneficio.

También, desde luego, y como siempre, recordar una de las mejores consignas o lemas de los movimientos sociales críticos de las últimas décadas: ¡mejor activos hoy que mañana radiactivos! Como diría y cantaría Silvio Rodríguez, nos va la vida en ello.

Nota:

[1] http://ipsnoticias.net/nota.asp?idnews=101971

[2] ERF y SLA, Ciencia en el ágora. Mataró (Barcelona), El Viejo Topo, 2012 (capítulo VI)

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