Acabar con la arquitectura de siempre
Mathias Rollot
¿Qué significa la ecología para la arquitectura? De momento, es un argumento de venta. A partir de una obra corriente, Mathias Rollot contrapone las promesas verdes a lo que sería una arquitectura verdaderamente ecológica, frugal y convivial. Contra la tentación de la «arquitectura de siempre», aboga por reparar, desviar y desproyectar.
Estamos oyendo hablar (un poco) de ecología en la arquitectura. Pero, ¿qué significa esto exactamente y qué ocurre cuando intentamos transformar la ecología en un sistema de evaluación de la arquitectura? Tenemos que ponernos de acuerdo sobre lo que esto significa exactamente. Ponernos de acuerdo, en primer lugar, sobre el hecho de que no hay una, sino muchas ecologías, basadas en sistemas de valores diferentes, que no son iguales y que a menudo chocan. Después, considerar los innumerables debates que deberían poder abrirse sobre el tema y que tardan en llegar en las comunidades afectadas (tanto como en la sociedad en su conjunto). Por último, examinar con honestidad nuestras teorías, prácticas y pedagogías arquitectónicas con estas herramientas; intentar percibirlas desde múltiples perspectivas ecocéntricas, con el objetivo principal de hacer que la zona crítica de la Tierra sea habitable para todos1.
Como contribución a este importante proyecto, este artículo aborda la cuestión de la evaluación ecológica de la arquitectura. La posibilidad de evaluar la pertinencia ecológica real de una operación es algo que quizá nadie haga muy explícitamente, pero que muchos hacen implícitamente cuando hablan de buenas prácticas, de sus métodos concretos y de sus opciones éticas, de sus valores ecológicos y de sus «compromisos» en arquitectura: de este modo dicen lo que creen que es mejor hacer –es decir, implícitamente, lo que sería más ecológico. Pero más allá de la simple huella de carbono, del cumplimiento de la normativa o de la obtención de etiquetas (cuyo valor también podría ser objeto de largos debates), ¿cómo podemos considerar seriamente que un edificio es «ecológico» o que «no lo es», o incluso que un edificio es «más ecológico» que otro ? La cuestión que se plantea aquí es qué hay que tener en cuenta para hacer una demostración de este tipo, así como la cuestión más general de si tal demostración es siquiera posible.
Por supuesto, no estoy sugiriendo que todos los edificios tengan el mismo valor medioambiental. Ni mucho menos. Mi intención es, por un lado, llamar la atención sobre el sistemático y profundo carácter incompleto de las declaraciones medioambientales en arquitectura, que con demasiada frecuencia se reducen a declaraciones de intenciones o a simples «cálculos» –como si las cuestiones ecológicas pudieran plantearse en ecuaciones con respuestas definitivas. Por otra parte, se trata de poner de relieve lo absurdo del argumento común de la» compensación» (que sostiene, por ejemplo, que un poco de biodiversidad haría perdonar demasiado hormigón armado) y las diversas estrategias de ocultación o lavado verde que con demasiada frecuencia se derivan de él. Por último, intentaré mostrar cómo este llamado «argumento» es una cuestión de lo impensado, y decir hasta qué punto este impensado me parece permitido por un profundo vacío social contemporáneo en cuanto a lugares para el debate, crítico y honesto, en arquitectura. Dicho de otro modo: no tendríamos colectivamente un discurso tan pobre y erróneo, tan cobarde y falso, si tuviéramos más lugares y tiempos, más espacios y modos de pensar la arquitectura sinceros, solidarios y (auto)críticos. El espacio competitivo histórico orquestado por el capitalismo neoliberal parece haberse amplificado aún más con el reciente desarrollo de la vida digital generalizada y sus efectos atomizadores y desterritorializadores. Necesitamos redescubrir no sólo la tierra y lo terrestre, sino también el espacio político convivencial capaz de hacer de nuestros cuerpos elementos vinculados de un mismo mundo (co)habitado. ¿Qué «arquitectura ecológica» existe sin ella?
Bullshit ordinario
La normativa térmica, introducida a raíz de la crisis del petróleo de 1973, ha ido progresando de año en año: de un límite de 225 kWh/m2/año en 1974, a 50 kWh/m2/año en 2012, antes de convertirse en «normativa medioambiental» en 2020. Pero a pesar de su creciente complejidad, estas normativas siguen centrándose en gran medida únicamente en el consumo de energía. ¿Qué edificios ejemplares desde el punto de vista medioambiental han producido hoy cincuenta años de exigencias progresivas? Puesto que toda la arquitectura contemporánea actual está obligada por ley a cumplirlas, sólo tenemos que abrir los ojos a las últimas entregas, aquí y allá, en nuestra vida cotidiana.
Mientras escribo estas líneas, estoy mirando una obra en construcción. Desde mi balcón, puedo ver un edificio hecho enteramente de hormigón armado, poliestireno, láminas de plástico y pegamento, esteras de espuma, tubos y rollos de plástico. Icade, una empresa que dice poner «en el centro de su modelo de negocio los retos del cambio climático y la preservación de la biodiversidad para reinventar el sector inmobiliario y contribuir a una ciudad más sostenible»2, construye aquí viviendas que pueden calificarse, con razón, de «estandarizadas». Esto no sólo redunda en su propio interés económico, sino también en beneficio del crecimiento económico y el desarrollo («sostenible», se entiende) de la ciudad, el departamento, la región y el país. Todo el mundo se beneficiará del efecto de goteo. La escena me hace preguntarme ¿quién hace las etiquetas y normativas medioambientales en arquitectura, y al servicio de quién, para qué ? En los paneles de la fachada que impiden el acceso a la obra, grandes anuncios orquestan un matrimonio descarado entre capitalismo y ecologismo: «Un soplo de aire fresco con un jardín interior en el corazón del bloque» / «Ideal para invertir» «Su apartamento de 2 habitaciones desde 281.000 euros con aparcamiento incluido» / «materiales respetuosos con el medio ambiente para una construcción eco-responsable» «Loi Pinel – LMNP» / «todo el proyecto favorece las especies locales para respetar la biodiversidad». Evidentemente, puede escribir cualquier cosa para promocionar su proyecto públicamente. ¿Quién se va a quejar? La escena es tan banal como antigua. Ya nadie le presta atención.

¿Y de quién es la culpa? ¿La diseñadora gráfica que diseñó los carteles con eslóganes estereotipados, a petición de su jefe? ¿O su jefe, que, sin creerlo él mismo, leyó en un estudio de marketing que poner la palabra biodiversidad en una señal aumentaría el impacto del mensaje en un 50% a ojos del observador? Luego está la arquitecta responsable del proyecto, que tuvo que idear los argumentos arquitectónicos que se utilizarían en la campaña publicitaria, cuando sólo disponía de unos minutos entre todos los requerimientos que había que hacer para ser rentable y las contradictorias e insostenibles normativas con las que tuvo que lidiar a lo largo de todo el proyecto. Y muchas más. Lo único cierto es que no es en absoluto responsabilidad de los obreros que trabajan allí por poco dinero, manipulando todo el día estos aislantes de poliestireno, pegamentos, plásticos y otras espumas químicas en beneficio de los demás. Más allá de la dialéctica social del proyecto y de la obra, de los materiales y de la comunicación, es interesante interrogarse sobre la estrategia intelectual y el mundo habitado que revela este cuadro. Un mundo en el que la ecología parece ser un argumento de venta en el que las declaraciones medioambientales pueden multiplicarse sin garantías ni riesgos en el que «eco-materiales», «biodiversidad», «jardín interior», «local» y «planta» forman un campo léxico mágico, coherente e incuestionable. Es cierto que la cuestión ecológica se ha extendido más allá del campo de la energía, pero ¿cuáles son los resultados concretos?
Sobre compensar todo con no importa qué
Es difícil entender cuál es la relación real entre estos elementos con connotaciones «ecológicas», y cómo los arquitectos y la arquitectura podrían mezclar todos estos ingredientes para hacer una sopa que sea remotamente digerible. ¿Puede un aumento –incluso demostrable– de la biodiversidad «compensar» la desastrosa huella de carbono de una operación? A la inversa, ¿puede bastar con construir con materiales de origen biológico y geológico, de forma frugal para evitar los problemas de fauna, flora, hidrología y suelo que toda construcción conlleva ? ¿Y qué sustituto o excusa hay para la implicación local, para construir con proveedores locales, con artesanos locales (y aún hay que tener claro cuáles) y con el saber hacer histórico de una región? ¿Es ésta una razón válida para ignorar la huella de carbono, transigir con las grandes empresas o sellar masivamente el suelo? Lo que se cuestiona aquí no es otra cosa que la forma en que, con demasiada frecuencia, el discurso contemporáneo pone en la misma ecuación cuestiones y argumentos ecológicos que tienen muy poco que ver entre sí. Como si cualquier cosa pudiera utilizarse como «quivalente ecológico» de cualquier cosa, y más aún basándose en simples declaraciones.
Esta mezcla de géneros confiere a los debates actuales un carácter totalmente «delirante –en el sentido original de la palabra–, es una forma de delirio colectivo, una imaginación onírica que ya no toca el suelo. «Hiperreal», habría dicho probablemente Jean Baudrillard3. En este viaje irracional, sistemas de evaluación y sistemas de valores, escalas y sujetos se intercambian e hibridan, se desdibujan y se invierten a cada instante. Realizamos «intercambios simbólicos», mientras seguimos convencidos de que se trata de racionalidad y concreción, o incluso de «compromiso». Algunos de forma consciente y descarada, otros involuntariamente y sin darse cuenta. ¿Los arquitectos que defienden una cuestión para negar otra lo hacen de buena fe? Es muy fácil esforzarse por acoger murciélagos y gorriones en Europa, mientras se contribuye activamente a la destrucción de los bosques primarios de Indonesia con un edificio de maderas exóticas.

La pregunta que hay que hacerse en cada edificio es: desde el punto de vista ecológico, geográfico y social, ¿dónde se materializan los impactos ecológicos de un edificio? Dicho de otro modo, ¿el impacto ecológico debe medirse allí donde se construye el edificio, o se mide también en los «paisajes recíprocos»4 impactados por su construcción, la transformación de sus materiales y el transporte de sus materiales ? ¿Se mide a escala local, por las especies que desplaza o fomenta, o a escala planetaria, por el calentamiento global y el colapso de especies a los que contribuye a su manera la construcción del edificio ? Además, ¿qué edificio podría tener otra cosa que impactos locales, translocales y globales a la vez ? La cuestión es limitar todos estos impactos a todas estas escalas, lo mejor que podamos, y no utilizar uno de estos temas como florete para enmascarar el desastroso resultado de los demás. El objetivo es lograr el mejor equilibrio global posible para la construcción.
Pero es obvio: nadie tiene todas las claves para dominar las distintas partes del problema. No bastaría con ser ecólogo-ingeniero-hidrólogo-urbanista-geoquímico-climatólogo-arquitecto-forestal-paisajista para comprender plenamente todos los datos del problema que plantean tales ecuaciones ambientales. También necesitaríamos tener acceso a todos los datos objetivos –y, por tanto, a múltiples y costosos, cuando no imposibles, sistemas de medición– para poder plantear preguntas basadas en estudios serios de la realidad. E incluso si todo esto fuera posible, habría que poder transmitir los resultados de la encuesta a los demás, en términos comprensibles para todos. Y, por último, también habría que tener en cuenta el hecho absolutamente fundamental de que la cuestión ecológica nunca se resuelve antes de la construcción.
La ecología también depende, en gran medida, de las prácticas conscientes e inconscientes de los usuarios; de las cambiantes políticas y normativas urbanas; de los programas que allí se llevan a cabo y que evolucionan con cada década; del mantenimiento real y la adaptabilidad potencial de la deconstrucción posible y la deconstrucción concreta y de nuevo, de las modas y estéticas pasajeras, que impulsan la demolición de los edificios aún sólidos pero obsoletos de antaño. La ecología de la arquitectura también está en función de los desplazamientos invisibles de los ecosistemas subterráneos y aéreos que orquesta la construcción de las complejas perturbaciones de los ciclos del agua a escala de las cuencas hidrográficas o de la agentividad no humana a todas las escalas –de las palomas a las ratas pardas, de los terremotos a las olas de calor. Todo esto también debería tenerse en cuenta a la hora de cuantificar el impacto y la utilidad, la molestia y la relevancia ecológica de una construcción. Como mínimo.
Frente a una cuantificación imposible, «su ecología y la nuestra»5
En muchos aspectos, pues, es justo decir que la ecología de la arquitectura nunca podrá demostrarse plenamente, cuantificarse perfectamente, defenderse sólidamente en todos los frentes a la vez. Nunca podremos demostrar plenamente mediante ecuaciones, de forma firme y definitiva, que un edificio es «ecológico» o que «no lo es». Siguiendo con esto, parece obvio que no podemos incluir seriamente en el mismo cálculo de «equivalencia ecológica» todo un fusil-pot de cosas heterogéneas e irreductibles (¿hormigón, mariposa, inundación ?) sin un mínimo de retrospectiva crítica, precauciones, ¡incluso de segundo grado! El principio de «compensación ecológica» ya plantea serios problemas teóricos y prácticos6, aunque sólo sea cuando pretendemos «simplemente» compensar suelo con otro suelo7. La práctica de la compensación del carbono no plantea menos problemas, a pesar de que debería simplemente equiparar las toneladas de CO producidas con las toneladas evitadas o absorbidas8. ¿Cómo imaginar compensar el hormigón armado con las mariposas, la impermeabilización con el barro, el capitalismo con la participación ? Entre la resignación y la competencia9, la deshonestidad y la estupidez, éste es un debate muy parecido al que encontramos en las discusiones ordinarias, donde se mezclan el consumo de carne roja, los aviones, la jardinería y la participación comunitaria, tan rápidamente que ya no podemos distinguir entre criterios de evaluación, métodos claros de comparación u objetivos ecológicos claramente identificados.

En ambos casos, el único resultado viable es obvio: es la frugalidad; es el decrecimiento; es el residuo que no se genera y la energía que no se consume; es el producto que no se produce; es incluso posiblemente el edificio que no se levanta – disgusta a quienes también querrían silenciar el necesario debate sobre la propia nueva construcción10. Sí, en la dificultad actual, la acción más ecológica sigue siendo la que no se lleva a cabo.
Y si realmente necesitamos construir, renovar, transformar y deconstruir, entonces podríamos recurrir razonablemente a caminos que dejan pocas dudas sobre su menor nocividad : el de «construir con lo que queda»11, el de «hacerlo mejor con menos»12, el de «des-proyectar» como lo hay de «des-diseñar» 13, el de lo decolonial14 o el de «decrecimiento convivencial, sobriedad energética y low-tech para la arquitectura»15. Quienes quieran entender estos términos los comprenderán sin dificultad. La arquitectura no extractiva siempre será más pertinente que la arquitectura del espectáculo ecológico. No es menos estética ni exigente; no es menos portadora de un proyecto de sociedad compartida, alegre y creativa, ¡todo lo contrario! La sobriedad es sólo lo contrario de la embriaguez. Construyamos con el medio ambiente, cuando sea necesario, colectiva y magníficamente, liberados de la economía y de la ideología del crecimiento y del extractivismo neocolonial. Construyamos juntos asentamientos humanos más que razonables, que realmente se ajusten a los límites planetarios. Reparemos, desviemos, reivindiquemos el derecho a estructuras colectivas que todos podamos entender y cuidar de forma independiente. Como mínimo, esto requerirá que nos liberemos de los legados problemáticos de la disciplina arquitectónica ; nos deshagamos de los malos hábitos de construir como siempre ; y sigamos aplicando un principio de honestidad estrictamente sencillo, consistente en «hacer lo que decimos y decir lo que hacemos».

La tentación de la arquitectura de siempre
Dicho todo esto, y sea cual sea la ecología que elijamos seguir ¿por qué hay hoy tantos intentos de compensar, o incluso de hacer invisibles, tantas acciones destinadas a enmascarar la acción X con la acción Y ? ¿De qué es señal, de qué es garantía y qué creemos conseguir con ello? Si no es, quizás, simplemente seguir con el business-as-usual. O más bien, ya que la crítica al «business» es un poco facilona y ya que muchos no se reconocen en ella, ¡la arquitectura-as-usual! Combinada con la pedagogía de la arquitectura-as-usual16 y la investigación en arquitectura-as-usual17, la práctica-as-usual es una señal que sería un error tomar a la ligera. Es la señal de un mundo que no quiere morir tanto como la prueba de que los agentes siguen a su servicio es la marca de un como-si-nada-fuera que ni siquiera se asume necesariamente a sí mismo, sino que firma por toda esa colaboración, el compromiso efectivo con la destrucción en marcha. Sí, efectivamente hay una «más que involuntaria» destrucción del Sistema-Tierra ; sí, efectivamente hay sistemas y personas para orquestarla, y un buen número de «collabos» para llevarla a cabo. La arquitectura de siempre no es menos una de sus firmas que el lavado verde que la acompaña cada vez más.
También hay que reconocer que «el mandato social de ser verde» es un hecho real. A medida que se hace más apremiante y más legítima, la arquitectura de siempre se ve impulsada a perpetuar la ilusión de una posición comprometida el lavado verde (voluntario) y el deseo verde (involuntario) son las condiciones de posibilidad para su supervivencia18. Tanto es así que sería saludable hacer frente colectivamente a la «tentación del greenwashing» que surge legítimamente con cada imagen generada por ordenador para ganar un concurso, con cada discurso para defender su postura y sus edificios. Podríamos, deberíamos optar por la crítica y la autocrítica, en solidaridad y confraternidad para hacerle frente. Deberíamos abordar este tema con otras disciplinas y otras visiones del mundo, en diálogo, por ejemplo, con reflexiones como las de Fátima Ouassak, que tiene mil veces razón al señalar las formas en que «el proyecto ecológico mayoritario» es hoy, en Francia, un proyecto de «mantenimiento del orden social actual»: «expresa una preocupación por el cambio (queremos que nuestros hijos tengan la misma vida que nosotros) y una añoranza de la vida anterior» –con todas las partes coloniales y racistas que esto incluye, estructuralmente19. Pregunta retórica : ¿qué papel juega el falso discurso ecologista de arquitectura-como-siempre en este contexto conservador ? ¿Qué tipo de «colonialismo verde», «capitalismo colonial», dominación metropolitana o limpieza étnica cristaliza bajo el disfraz de fachadas verdes, tejados plantados o espacios públicos alfombrados de verde?
Así pues, deberíamos debatir seriamente sobre la situación actual de la profesión y sus compromisos, y trabajar juntos para inventar formas de responder a ellos, basándonos en el problema planteado de forma inteligente y honesta. De momento, por desgracia, la cuestión parece oscilar entre la vergüenza, el bochorno y los chistes malos en privado. En el debate público sobre arquitectura, seguimos en la fase del tabú, o incluso de la represión colectiva. En lugar de los intercambios estimulantes que podríamos tener, asistimos más generalmente a un silencio vergonzoso o a una grosera deshonestidad. La confusión entre solidaridad y corporativismo, el sistema cerrado de la cobertura mediática de la arquitectura y el repliegue «autonomista» en la disciplina20 parecen haber acabado con la posibilidad de confrontar la arquitectura contemporánea con los retos de nuestro tiempo. La crítica ya no existe. Pero, después de todo, ¿alguna vez ha existido realmente?21

En estas líneas, he intentado poner de relieve la doble y paradójica necesidad e imposibilidad de definir plenamente la cuestión de la ecología en la arquitectura de visualizar perfectamente todos sus contornos. Al hacerlo, quería dar razones para desconfiar de quien pretenda tener algo que ver con ella a efectos de comunicación, sobre todo cuando se hace mediante burdas compensaciones entre entidades que no tienen equivalencia ecológica. Basándome en las conclusiones y horizontes trazados por otros, he propuesto que sigamos los caminos «menos dañinos» a nuestro alcance. He querido destacar tanto la nocividad de las posturas oscurecedoras –aquellos caminos que tienden a ocultar un tema enmascarándolo bajo otro– como la de los caminos que oscurecen por completo la situación ecológica.
A modo de conclusión, les invito a reflexionar sobre las sabias conclusiones de Stella Baruk, cuya obra nos recuerda cuán a menudo estamos tentados de deducir «la edad del capitán» a partir del número de ovejas y cabras a bordo22. Con esto quiero decir que si los cálculos ecológicos de la arquitectura están a la vez plagados de «malentendidos» y con «otros sentidos» que los esperados, entonces todas nuestras ecuaciones son sencillamente erróneas. Necesitamos vigilancia e inteligencia colectiva. Esto no puede ocurrir sin, en primer lugar, un poco de honestidad intelectual, un poco de modestia y las herramientas esenciales del diálogo, el pensamiento crítico y el debate en profundidad. Para avanzar juntos en esta cuestión. Hará falta valor, en la medida en que presupondrá, un mínimo, la voluntad colectiva de superar el corporativismo esclerótico vigente en las comunidades de arquitectos.
Notas
-
Mi más sincero agradecimiento a Philippe Simay por todas las estimulantes reflexiones que hemos compartido en los últimos meses y que han enriquecido enormemente estas líneas. Y muchas gracias a Nils Le Bot, Emeline Curien, Sophie Gosselin, Jeanne Etelain y Martin Paquot por sus comentarios sobre las primeras versiones del artículo y sus valiosas sugerencias para mejorarlo. Por último, gracias a Emilie Letouzey, que ha editado este texto y me ha acompañado con mucha amabilidad en las últimas etapas antes de su publicación. Dicho esto, las debilidades del texto —pues siempre las hay— son, evidentemente, responsabilidad mía.
- Ver su sitio en Internet : https://www.icade.fr/groupe
- Jean Baudrillard, Simulacres et Simulation, Galilée, 1981 ; Jean Baudrillard, Pourquoi tout n’a-t-il pas déjà disparu ?, L’Herne, 2007.
- Jane Hutton, Reciprocal Landscapes : Stories of Material Movements, Routledge, 2019.
- Eco del título de la antología de ecología política dedicada a André Gorz. (Seuil, 2020).
- «Aunque potencialmente interesante, la compensación plantea múltiples dificultades teóricas y prácticas. Numerosos estudios realizados en los últimos años ponen en duda la eficacia de la compensación, señalan la vaguedad que rodea su evaluación y los efectos perversos que puede tener. Además, se observan prácticas cuestionables, tanto desde el punto de vista técnico como ético, entre los actores de la compensación, lo que hace que el sistema de compensación sea aún más problemático y controvertido. El balance de la compensación es, por lo tanto, muy desigual»… Adriana Blache, Frédéric Boone et Étienne-Pascal Journet, «Compensation. Notre impact sur la biosphère peut-il être l’objet d’un jeu comptable?», en Aurélien Berlan, Guillaume Carbou et Laure Teulières, Greenwashing. Manuel pour dépolluer le débat public, Seuil, 2022, p. 62.
- Magali Weissgerber, Samuel Roturier, Romain Julliard, Fanny Guillet, «Biodiversity offsetting : Certainty of the net loss but uncertainty of the net gain», Biological Conservation, vol. 237, septembre 2019, pp. 200-208. Para una bibliografía más accesible sobre el tema, véase más bien Marie Astier, «Grands projets destructeurs : l’esbroufe de la “compensation écologique”», Reporterre, 2019.
- Véase especialmente Stéphane Foucart, «Les bénéfices climatiques de la “compensation carbone” sont au mieux exagérés, au pire imaginaires», Le Monde, 29 janvier 2023 ; Alice Valliergue, Compensation carbone. La fabrique d’un marché contesté, Sorbonne Université Presses, 2021 ; Augustin Fragnière, La compensation carbone : illusion ou solution ?, PUF, 2009.
- Al leer estas líneas, un colega comenta: «Yo plantearía la hipótesis de la alienación, de una sutil mezcla entre: una convivencia mórbida y resignada de los individuos con el desolador espectáculo de la hegemonía capitalista; una ansiedad por el éxito y la supervivencia en un sistema que aplasta a los más débiles; y una renuncia intelectual ante una sociedad que ya no se basa en la razón (la ciencia) y la ética para gobernar».
- Charlotte Malterre-Barthes, A moratorium on new construction, Steinberg Press, 2025.
- Philippe Simay, Bâtir avec ce qui reste, Terre Urbaine, 2024.
- Philippe Madec, Mieux avec moins, Terre Urbaine, 2021.
- «Dé-designer », llamada a contribuciones de la Revue Azimuts – Design Art Recherche.
- Mathias Rollot, «Onze pistes vers une métamorphose décoloniale de l’architecture», AA’, 2025.
- Solène Marry (dir.), Architectures low-tech. Sobriété et résilience, Parenthèses/Ademe, 2025 ; Mireille Roddier, «Degrowth, Energy Sobriety, Low-Tech : Towards an Architecture of Conviviality», Places Journal, 2024.
- Mathias Rollot, «Pourquoi enseigner l’alternatif ?», AMC, 2024.
- Mathias Rollot, «Urgence écologique : quel impératif éthique pour la recherche architecturale?» (documento pdf), en Emeline Curien, Cécile Fries-Paiola (dir.), Humains, non-humains et crise environnementale, Rencontres interdisciplinaires Mutations 02, ENSA Nancy,mars 2021 ; Mathias Rollot, «Pourquoi chercher?» (document pdf), La Recherche architecturale, éditions de l’Espérou, 2019, pp. 263-300.
- Sobre el greenwashing y el «greenwishing» en arquitectura, véase la introducción del libro Charlotte Malterre-Barthes (éd.), «On Architecture and Greenwashing», The Political Economy of Space Vol. 01, Hatje Cantz, 2024.
- Fatima Ouassak, Pour une écologie pirate. Et nous serons libres, La Découverte, 2023, pp. 24-25.
- Mathias Rollot, Décoloniser l’architecture, Le Passager Clandestin, 2024.
- Muy interesante es, en este sentido, la contribución de Hélène Jannière al reciente libro colectivo La Critique à l’œuvre. Basándose en los discursos de Pierre Joly (1925-1992), la historiadora muestra claramente hasta qué punto los años sesenta ya podían sufrir una «ausencia de crítica» arquitectónica, de «debates que se quedaban dentro de la disciplina» y, en términos más generales, de un «entre nosotros» empobrecedor para la arquitectura, para los arquitectos y para la propia sociedad. Hélène Jannière, «à la recherche de l’opinion publique : polémiques françaises sur la critique, 1958-1969», en Denis Bilodeau, Louis Martin, La Critique à l’œuvre. Fragments d’un discours architectural, éditions de la Villette, 2025, pp. 20-42, p. 21.
- Stella Baruk, L’Age du capitaine. De l’erreur en mathématiques, Seuil, 1998.
Fuente: Terrestres, 22 de julio de 2025 (https://www.terrestres.org/2025/07/22/en-finir-avec-l-architecture-as-usual/)