Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Entrevista a Àngel Duarte Montserrat sobre El republicanismo, una pasión política.

Salvador López Arnal

Magnífico escritor, comprometido activista, catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Girona, republicano de una pieza, colaborador de Ayer, Mientras Tanto, Historia Social, Revista de Historia das Ideias, Le Mouvement Social, Àngel Duarte Montserrat es un estudioso de la historia social de la política y de la cultura. Entre sus últimos libros, cabe señalar El otoño de un ideal. El republicanismo histórico español y su declive en el exilio de 1939. Nuestra conversación se centra básicamente en El republicanismo. Una pasión política (Cátedra, Madrid, 2013).

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Después de felicitarte por tu nuevo libro -mil gracias por él-, te pregunto por tu concepto de republicanismo. ¿Qué es el republicanismo?

Me temo, Salvador, que resulta inevitable que empiece contestándote “en pasado” aunque la interrogación sea de presente. Cosas del oficio. El republicanismo –con toda certeza sería más exacto hablar de republicanismos- ha sido una cultura política, un movimiento social y, en este país, casi, casi, un estilo de vida. El horizonte que procuraba ese republicanismo plural dependía, claro está, de los perfiles sociales que lo sustentaban y alimentaban. El republicanismo patricio diseñaba para España un horizonte de modernidad y racionalidad burguesa en el cual, superándose los rasgos arcaicos -pervivencias semi-feudales que sostenía Azaña aún en los años 1930-, sería posible un mañana de progreso material y de cultura liberal, un futuro de democracia estable -para nada dada a las “exageraciones” populares- y de laicización de la esfera pública. Interaccionando con él, se da desde los primeros momentos de las revoluciones burguesas y los procesos industrializadores un republicanismo plebeyo, alzado en defensa del principio de la economía moral de las multitudes -que diría E.P. Thompson-, combativo contra toda exclusión, dispuesto a convertir al cuarto estado, al proletariado o a las clases subalternas –que de todas esas maneras se dijo- en el actor principal de una escena política, social, económica y cultural emancipada.

Hoy en día, como es sabido, la filosofía política republicana, reactivada en el último cuarto del siglo XX, recupera el concepto clásico de libertad como no dominación; es decir defiende que sólo el individuo que tiene asegurada una mínima autonomía económica está en condiciones de rechazar aquellas propuestas que juzgue injustas o indignas y, por el contrario, en disposición de apostar, en las plazas de deliberación y participación, por el bien común y la justicia. En ese sentido, el republicanismo que a mí me interesa es el que, enlazando con el pasado de combates populares al que aludía, entiende que la autonomía sólo puede alcanzarse mediante una serie de iniciativas que quiebren la centralidad/exclusividad del mercado en la asignación de recursos.

Afirmas también que el republicanismo es una pasión política. ¿Y eso no es malo, no es inadecuado que rija o se ubique la pasión en asuntos políticos?

En absoluto. La tensión dialéctica entre razón y emoción, resuelta en una pasión republicana, ecologista, feminista y socialista, se encuentra, a mi entender, en el corazón de todo proyecto emancipador que se precie.

Se suele afirmar que desde mediados del XIX el republicanismo obró en España como movimiento político. Pues la verdad, más allá de nuestras preferencias personales, mucho éxito no ha tenido. Si sumamos la duración de la primera República y de la segunda apenas llegan a 10 años… ¡y entre 170, el 5% más o menos! ¿Por qué crees que en España no ha triunfado el movimiento republicano como en otros países?

En España los procesos institucionales republicanos han sido breves. Brevísimos. Por ello, no deja de resultar chocante que se estigmatice a la república como fuente de casi todos los males y de todas las inestabilidades patrias. No obstante, lo de que en España no haya habido suficientes republicanos y republicanas es falso. Basta echar una ojeada a la historia social y política contemporánea. La conformación de una ciudadanía activa y el aprendizaje de la democracia, la contestación a variadas formas de dominación y las prácticas alternativas de participación política han estado -por toda la geografía peninsular, de Gijón a los municipios más diversos de la provincia de Jaén, de la federal Figueres a la atlántica Cádiz,…-, vinculados al legado y la movilización republicana progresista y federal. En España ha habido –y hay- republicanos y republicanas, lo que no ha habido suficientes -ni por asomo- han sido repúblicas.

Antes de entrar propiamente en materia, ¿por qué tras la muerte de Franco no irrumpió en España un fuerte movimiento republicano? Yo mismo formé parte de la Convención Republicana que impulsó el FRAP y solíamos hablar en el desierto, nadie –y nadie aquí es casi nadie- nos oía.

El republicanismo se agosta en 1939.

Lo que había sido, si me permites la imagen clásica del árbol revolucionario de la libertad republicana, una planta que había sobrevivido a los avatares de las represiones, los exilios temporales, las derrotas políticas, las descalificaciones, las traiciones,… durante los cien años previos no pudo resistir con eficacia su traslado a tierras extrañas a lo largo de cerca de cuatro interminables décadas. La entrada de las tropas franquistas en una población suponía, entre otras cosas, la liquidación física de los maestros y maestras laicos, de las bibliotecas de los ateneos populares, de los centros de sociabilidad y cooperación democráticas. El cierre de ese instrumento de conformación de las experiencias colectivas que fue la prensa obrera, republicana, federal. Es decir, de todo aquello que constituía la materialidad de la herencia republicana plebeya y, en no pocos casos, de la patricia. Por lo demás, el franquismo se ocupó de denostar con insistente eficacia la memoria de lo que había sido la república asociándola a guerra civil, con sus atrocidades y penurias. Inicuo pero eficaz.

Como te puedes imaginar, el republicanismo de los años 1850 resultó ser distinto del de 1873, y éste del de los años primeros del siglo XX. Era distinto porque estaba vivo. Porque se adaptaba, como toda cultura política, a las conveniencias de sus productores / consumidores: el pueblo, los trabajadores cualificados, los artesanos, las mujeres que combatían contra la hegemonía clerical o la misoginia de sus compañeros,… Dilata la lista en el sentido que quieras. Algo de republicano habrá en las tradiciones libertarias, socialistas, cooperativistas, federales, autonomistas,… La capacidad de adecuación tiene que ver con la flexibilidad de los materiales y con la potencia de la aspiración fundacional -libertad, igualdad, fraternidad.

Bien, perdona que me haya alargado…

Perdonado

Todo ello será imposibilitado por casi cuarenta años de una dictadura contrarrevolucionaria que tuvo mucho cuidado en estigmatizar al republicanismo como la anti-patria y el caos, el prólogo a la guerra civil. El exilio, cuando dura tantos años, desconecta esos materiales de las experiencias de resistencia a la dominación y de combate a las prácticas de exclusión en el interior del país.

En consecuencia, intentos como los del FRAP lo tenían complicado. A pesar de querer, precisamente en la figura del Álvarez del Vayo, religar viejos y nuevos combates. Acaso no se recuerde que en las primeras elecciones democráticas, aquellas a las que ya pudo presentarse un PCE legalizado, no contaron con formaciones abiertamente republicanas dado que estaban ilegalizadas. De hecho, ni los primeros 14 de abril en democracia transicional pudieron celebrarse legalmente.

Tienes razón, había olvidado este nudo de prohibición. Te cito: “el republicanismo histórico, el que nace a mediados del XIX y queda brutalmente “liquidado” en 1939, era una cultura compleja y, si me permites, interclasista.”. ¿Por qué compleja? El interclasismo de nuestro republicanismo ¿conllevó beneficios o pequeños desastres? Te vuelvo a citar de nuevo: “En su seno hay imágenes de sociedad futura que son, en última instancia y en contexto de agudización de la lucha de clases, incompatibles. Y eso se refleja claramente en el primer tercio del siglo XX”.

Me refería a ello con el juego conceptual dicotómico de plebeyo/patricia. Conste, sin embargo, que no es un dato español. En todos los países de nuestro entorno opera esa convivencia, en ocasiones cooperativa, por momentos abiertamente hostil, entre un republicanismo que anhela una democracia liberal puesta al servicio de la propiedad privada y del progreso material y aquél otro en el que depositan sus esperanzas de liberación los sectores populares subalternos.

En otras palabras, en el seno del republicanismo, en tanto que cultura política contemporánea, se reflejan, en toda su potencia y como no podía ser de otra manera, los conflictos de clase.

¡Ay, esta lucha de clases de las que no han hablado Marx, Domenico Losurdo e incluso Mr Warren Buffett! Una imagen que habita hace años en mi mente. Me ubico en “Treball”, la inolvidable y añorada fiesta del PSUC, finales de los 70. Un grupo de militantes del partido de los comunistas catalanes persigue, con rabia no siempre contenida, a otro grupo de militantes del Partido que aireaban la tricolor. ¿Aluciné? ¿Fue un mal sueño? ¿Mi memoria no ha acuñado bien lo sucedido? ¿Por qué?

Tu memoria se ajusta a los hechos. A mí me ocurrió otro tanto en una de las primeras concentraciones legales en el Fossar de les Moreres. Aunque ahí la razón sea más nítida. Por lo que dices de la fiesta del PSUC, la ojeriza puede tener dos explicaciones. Ambas reflejo, en cualquier caso, del corte en la memoria popular que se había producido a pesar de los esfuerzos del antifranquismo en el seno de la izquierda. Pudiera ser que fueran elementos ganados por la furia legalista, plagada de renuncias, de la dirección política del partido. Pudiera ser, también, que fueran nacionalistas catalanes a los que la sola idea de una bandera española, aunque fuese la republicana, les produjera urticaria. Vete tú a saber.

Leo en un libro de reciente aparición –Xavier Diez, L’anarquisme, fet diferencial català-: “Se entiende que esta declaración, no muy afable, se vincula con el conflicto entre Felip IV y la Generalitat en el contexto de la revuelta del Cuerpo de Sangre de 1640, la efímera Primera República Catalana de 1641 y la posterior guerra de los segadores…”. ¿Esa fue la primera República en nuestro país de países?

De repúblicas en el sentido contemporáneo, y no tardo-medieval o moderno del término, yo no hablaría hasta 1873. Otra cosa es que el republicanismo, o los republicanismos, leyeran el pasado en clave de herencia. En ese sentido, la república catalana de 1641 se inscribe en una larga nómina de episodios reivindicados por la memoria democrática popular. Desde la reivindicación de los concejos abiertos como prácticas de democracia republicana municipal avant-la-lettre a los Comuneros y las Germanías, para no irnos más atrás.

Ocho capítulos componen tu libro más una coda republicana. Dos o tres preguntas por capítulo, no te exploto más. Antes de ello. Citas en los agradecimientos al maestro Ricardo García Cárcel. ¿Quién es este maestro?

El libro forma parte de una colección. El proyecto editorial, de hecho, ha sido pergeñado por García Cárcel, conocido historiador modernista. Su intención era la de facilitar unos materiales que sirviesen para aclarar el sentido histórico de conceptos que han devenido de uso habitual en la vida política de nuestros días.

Del primer capítulo: ¿no exageras cuando hablas de la erosión del capital simbólico de la Monarquía? Se les ve inquietos, no digo que no, pero bastante seguros de si mismos. ¿No es el caso?

Quizás sea, por mi parte, lo que podríamos denominar un pensamiento ilusorio. Admitirás, no obstante, que están en horas bajas. Lo que sí me parece incontestable es que durante décadas la monarquía resultaba intocable, se asociaba a la conquista de la democracia –al éxito de la Transición- y al progreso material. Todo ello, hoy en día, está francamente problematizado.

De acuerdo, están en horas bajas y “su narratividad” está problematizada. ¿Por qué, como sostienes, la reaparición del republicanismo no es un fenómeno exclusivamente español? ¿En qué otros lugares?

Si del pasado venimos lentamente al presente, el republicanismo reaparece en la filosofía política por la necesidad, entre otras, de plantar cara a la hegemonía cultural del neoliberalismo y del neoconservadurismo. Y de hacerlo en un contexto de crisis de las experiencias vinculadas a los relatos emancipadores de la modernidad que habían imperado en el siglo XX. Es ese un ejercicio, en cualquier caso, que no admite fronteras. Late, por otro lado, en el republicanismo una pulsión ecuménica, en el sentido más profundo de la palabra.

Paso al segundo capítulo. ¿Qué influencia tuvo en tu opinión las luchas del pueblo francés en el surgimiento de los sentimientos populares republicanos en nuestro país?

Por activa o por pasiva, como acicate o como temor, la influencia del acontecer francés en la España de principios del siglo XIX es determinante. De la misma manera que lo será la experiencia norteamericana y, sobre todo, la vivida en lo que había sido el Imperio continental español en América. Más tarde los ciclos revolucionarios tienen sus ecos en este lado de los Pirineos.

La España del XIX es un país menos aislado de lo que se presume. Dato que, por otro lado, no es para nada particular. La dinámica revolucionaria del XIX tiene una superficie preferente en los Estado-nación y contiene, al mismo tiempo y sin que para nada sea contradictorio, una nítida dimensión continental.

¿Cuándo crees que se puede hablar de la existencia de pequeños colectivos, con incidencia real aunque minoritaria, de orientación republicana democrática?

Claramente a finales de la década de 1830.

Una preguntas más sobre este capítulo: ¿hubo en España, como en otros países europeos, un 1848? ¿Existió un republicanismo socialista español?

1848 tuvo una incidencia menor en las calles de nuestro país. Menor no quiere decir inexistente. Las noticias circulaban, las ideas y las propuestas emancipadoras traspasaban fronteras y la primavera de los pueblos está detrás de la conformación, un año más tarde, del Partido Demócrata.

En esa formación hubo individualistas y socialistas, federales y unitarios, jacobinos y otros que no… Del mismo modo que en su seno habitaban demócratas republicanos y monárquicos.

En cualquier caso, y atendiendo a la última parte de tu pregunta, creo que lo pertinente es, en primer lugar, recordar la fórmula que usa el historiador, Román Miguel, cuando habla de “república obrera” y se refiere a la emergencia y consolidación de un espacio de encuentro entre la intelectualidad crítica que aparece en tiempos de la revolución burguesa –y que es al tiempo heredera del empeño ilustrado- y los trabajadores rebeldes e insumisos. Una esfera que jugó un papel determinante en el despliegue de los combates emancipadores. Y, a renglón seguido, abundar en la idea de que en los ateneos, a través de los periódicos y en todos los ámbitos de debate político y cultural de mediados del Ochocientos, el republicanismo dio vida a una significativa reflexión sobre el socialismo como orden alternativo a lo existente. Por lo demás, fue una discusión que implicó a las primeras sociedades obreras.

Paso al tercer capítulo. ¿Qué tipo de revolución fue la revolución de 1868? ¿Qué papel jugaron los republicanos?

Si alguna revolución merece tal apelativo en el XIX español ésta fue la de 1868. Como las anteriores, aunque con singular potencia, combinó la conspiración política gestionada por elementos de las élites liberales y la asonada militar con una experiencia organizativa política (juntas revolucionarias) y armada (milicia, voluntariado) de mayor ambición y evidente protagonismo popular. Los republicanos no fueron, en esta ocasión, meros comparsas. Bien es cierto que la reconducción del proceso revolucionario les condujo a la condición de fuerza opositora, y aun rebelde, frente a la nueva situación, la de una monarquía democrática en ciernes.

¿Nos puedes regalar una valoración sucinta de Pi y Margall?

No. La hizo en todo caso Pere Gabriel, mi maestro en estas lides, cuando recordó en forma de título de artículo académico aquello de: Pi, “el mármol del pueblo”. Durante más de medio siglo fue el epítome de la decencia y el empeño republicano, federal y revolucionario. Con sus limitaciones, evidentes por otro lado, una pieza clave en la articulación de la política popular.

¿Qué papel jugaron los masones en todos estos años? ¿Quiénes eran?

Ay, querido Salvador, ése es todo otro tema. Como diría otro colega, Luís P. Martín, para los tiempos posteriores, pero en una expresión valida también para 1873, fueron los “arquitectos de la república”.

Hubo en la masonería de todo, como en botica. En cualquier caso, en un país dominado por el clericalismo, abrió un espacio, nada menor, de libertad.

Cuando los republicanos hablan en aquellos años de soberanía nacional, ¿de qué soberanía hablan?

De la que surge de una comunidad de ciudadanos y, sin solución de continuidad, de la que nace de una historia compartida, secular, milenaria. Es, la de los republicanos del ochocientos, una nación vieja reformulada y expresada como voluntad popular. En cualquier caso, y como te he venido insistiendo a lo largo de mis respuestas, el republicanismo era uno y vario. También en este orden de cosas. Si me preguntas qué entendían por nación te diré que hablaban de España. En federal, no obstante, la soberanía arrancaba del individuo, se materializaba en el municipio y de ahí para arriba pasando por los Estados. Nombre con el que, muy claramente desde los pactos federales de 1870 se alude a regiones, históricas o no.

¿Por qué duró tan poco la Primera República? ¿Tantos presidentes en tan poco tiempo? ¿Fue un período de transformación revolucionaria o de alteración sustantiva de las relaciones de poder?

Por unos momentos pareció que podía serlo. Se lo creyeron en Sevilla, donde anunciaron la república social. O en tantos y tantos municipios en los que se proclamaría más adelante el cantón. En cualquier caso ya en la primera de las repúblicas se puso en evidencia que el advenimiento de la misma generaba expectativas diversas y, en muchos extremos, contradictorias. La rápida sucesión de jefes del poder ejecutivo de la república reflejaba la complejidad del escenario. El último de los presidentes de la república democrática, Emilio Castelar, alejado ya de toda veleidad transformadora intentó, a la desesperada, dar con una república “de orden”. En vano. Ésta ya se había asociado, en los meses previos y por parte de las diversas fracciones burguesas, con la noción de riesgo para con la unidad de la patria y el orden social.

¿Cuándo Iberia, no ya España, fue un horizonte del republicanismo español? ¿Por qué?

Lo fue desde los primeros diseños constitucionales de signo republicano en los años 1830. Diría que de forma “natural”. Al fin y al cabo, ese era el relato, la república liberaría a los pueblos de Iberia y les permitiría reencontrarse, acabar con una fractura impuesta no por la geografía sino por los interese dinásticos.

¿Los cantonalistas eran republicanos o antirrepublicanos? ¿Estaban o no estaban por una República federal?

Lo eran, de republicanos, y lo estaban, por la federal. Expresaban, entre otras cosas, el recelo de la militancia popular y periférica ante la deriva acomodaticia de los elementos, incluso los más avanzados, de la minoría parlamentaria republicana.

Paso al capítulo 4, aunque ya se ve que no cumplo exactamente mi compromiso binario. ¿Cómo se restauró la Monarquía borbónica en España? ¿Con qué apoyos populares?

Mediante un pronunciamiento militar que se anticipó a una conspiración política. Lo cierto es que a la altura de diciembre de 1874 la república había perdido buena parte del apoyo popular. Ese anunciar y no concretar… La represión, no ya sobre el republicanismo sino sobre el movimiento obrero internacionalista, hizo el resto.

¿Quedaron heridas de muerte las fuerzas republicanas?

Tocadas, quedaron tocadas. Hasta 1880 no empezaron a levantar, lentamente, cabeza.

Citas, en la página 142, una curiosidad: el prólogo de Salmeron al clásico de Draper sobre los conflictos entre religión y la ciencia. ¿Qué decía en ese texto el presidente republicano?

Es un texto complejo, imposible de sintetizar en una respuesta breve. Pone en evidencia, eso sí, dos cosas relevantes. La primera, que cuando los republicanos se veían apartados de la escena política y parecían condenados al ostracismo no renunciaban, nunca, a combatir en el campo de las ideas. La segunda, que la necesidad de hacer compatible ciencia y fe, razón y creencia religiosa, en España deviene una tarea central, y no precisamente fácil, para algunos republicanos. Nicolás Salmerón, filósofo, krauso-positivista, institucionista –por miembro de la Institución Libre de Enseñanza- e idealista, es una figura clave en ese intento de diálogo. Ciertamente, Salmerón no era lo que denominaríamos un materialista. Eso sí que no.

Comentas que los anticlericales osaban irrumpir en las romerías cantando La Marsellesa y el Himno de Riego. Tomo nota para seguir el ejemplo creativamente. ¿Nos explica brevemente la historia del himno de Riego, el himno republicano por excelencia?

Se dice que era el himno que cantaba la columna que dirigía Rafael del Riego en 1820. Lo apreciable del caso son, para la historia del republicanismo, dos cosas. La primera, que éste se concibe a sí mismo como el heredero legítimo de los combatientes de primera hora contra el absolutismo y la reacción, como los genuinos continuadores de las luchas de los primeros liberales para acabar con el Antiguo Régimen. También en términos corales. La segunda que, efectivamente, en las calles y plazas se dirimía, a finales de siglo XIX y principios del XX, el control simbólico de las mismas mediante la presencia y la voz popular. En su variante democrática, rebelde y plebeya esa voz era la de los himnos republicanos.

¿Cómo se enfrentaron a la temática de la mujer los primeros republicanos? ¿Se puede hablar de un feminismo avant la lettre?

El republicanismo o los republicanismos son, todos ellos, expresiones político-culturales propias de su tiempo. Ver en los primeros republicanos –a diferencia de algunos socialistas utópicos- a feministas avant-la-lettre resulta anacrónico. No obstante, es cierto que las mujeres, de manera autónoma, pensaron el espacio republicano federal como un ámbito particularmente propicio para conquistar una presencia liberada fuera del hogar. Un ámbito en el que combatir, para empezar, la misoginia de muchos de sus correligionarios varones, cuando no la de sus propios padres, esposos e hijos. En rigor, el combate de la mujer, como el de la clase obrera, es autónomo. Son sujetos colectivos que se perfilan y encuentran en el republicanismo respuestas y expectativas –en ocasiones, a pesar de los republicanos.

¿Y las colonias? ¿Qué posiciones mantuvieron los republicanos en temas coloniales?

Tan complejas y diversas como sus variantes. La solución autonomista, a menudo propugnada, no se concreta. El patriotismo o nacionalismo español, teñido de racismo, embarga al republicanismo socialmente más moderado en las crisis coloniales que culminan en el 98. En esa coyuntura la palabra de Pi y Margall alcanza uno de sus momentos culminantes. Es la voz de los sin voz. Y de la razón democrática. Es, no obstante, una voz aislada.

Estoy en el capítulo V, en la renovación del republicanismo. ¿Quién fue ese Manuel Ciges del que hablas?

En ocasiones los nombres propios permiten ilustrar procesos políticos de carácter colectivo. Lo que quería apuntar es que a caballo entre dos siglos, el republicanismo se renueva. Reencuentra el sentido primigenio de la oposición a la monarquía, renueva el vínculo estrecho entre democracia política y agenda social radicalmente reformadora, canaliza las exigencias de participación de las nuevas hornadas de españolas y españoles que llegan a la vida pública y… lo que resulta más relevante, acaban teniendo un papel fundamental, en este caso al lado de Azaña, en el advenimiento y la gestión de la II República. El caso de Manuel Ciges Aparicio, escritor y publicista, agitador de conciencias y militante republicano, es, en ese sentido, paradigmático. Contando con él, y con tantos otros como él, resulta hasta cómico decir que en 1931 en España no había republicanos.

¿Fue importante la figura de Joaquín Costa en el republicanismo español?

Joaquín Costa tuvo una relación particularmente tortuosa con el republicanismo. Pero la tuvo. De hecho, se implicó a fondo en la Unión Republicana de 1903 y, lo que para mí resulta más interesante, dotó al movimiento republicano, con motivo de la asamblea de Zaragoza de 1906, de un programa intenso, materialista, de un detallismo y una concreción en las propuestas nada habitual en los encuentros de la democracia española. Allí donde solía desplegarse retórica Costa aportó acumulación de datos y de iniciativas específicas [Me permito remitir el lector de esta entrevista a mi artículo “Joaquín Costa, republicano”, en Cristóbal Gómez Benito, Joaquín Costa y la modernización de España, Madrid, Congreso de los Diputados, 2011, pp. 251-279].

Por otro lado, para todo republicano que un hombre de la talla intelectual de Costa se sumase al movimiento de renovación de principios de siglo era sintomático de que la república estaba cerca. La fascinación de los republicanos por el científico, el sabio, el maestro era proverbial.

Aunque no sea menos cierto que también se diesen episodios de anti-intelectualismo.

Hablas de Alejandro Lerroux como de un renovador del republicanismo de principios de siglo. ¿Pero Lerroux no fue un demagogo de tomo y lomo?

Yo no puedo evitar ver en Lerroux, también, al demagogo que procura la creación de una casa del pueblo, que convierte en ciudadanos activos y orgullosos de serlo a sectores importantes de las clases populares catalanas, que impulsa cooperativas, que defiende al obrero en la tribuna de oradores… ¡Qué quieres que te diga Salvador! La impugnación de Lerroux lo es de una de las corrientes más dinámicas y corruptas, creativas y anticlericales de la izquierda catalana. ¿Corrupta? Por supuesto. La cultura del favor, sin embargo, no es privativa ni de él ni del grueso de sus seguidores.

Diego Martínez Barrio: hijo de un albañil y de una vendedora de mercado, futuro presidente de la República. ¿Qué te conmueve más de su trayectoria?

Libertario y lerrouxista… en sus orígenes. Masón y hombre de palabra. Ambicioso y generoso. Las fronteras eran tan lábiles.

Es un ejemplo de eso que, con poca claridad, estoy intentando expresar al contestar a tus preguntas. La taxonomía, el ejercicio de clasificación de las experiencias populares en cajones cerrados, explica poco.

En cualquier caso, a tu pregunta directa… no sabría decirte. Acaso el hecho de que el ascenso social, alcanzado en el interior de la vida política republicana, no le hizo perder nunca de vista sus orígenes. Por eso, a pesar de representar el centro republicano en los primeros tiempos de la Segunda República acabó fiel a la misma, pasando por la experiencia del Frente Popular y de la conducción de las instituciones en guerra y en el exilio.

¿Nos haces una síntesis apretada de los partidos republicanos en las tres primeras décadas del pasado siglo?

A los restos de algunas formaciones seculares –el partido federal- se le añade, progresivamente, un doble eje representado por el reformismo y el radicalismo. Lo decisivo, a mi entender, son, sin embargo, dos procesos fundamentales. Por un lado, el grueso, que no todo, el republicanismo catalán deja de ser “provincial” para pasar a ser “nacional”. Dicho de otra manera, el nacionalismo republicano se convierte en definidor del escenario catalán. Por el otro, el socialismo, hasta ese momento hostil al republicanismo –por burgués-, reconsidera su posición y abre las puertas a la Conjunción Republicano-Socialista. Sin duda, nos hallamos ya ante la siembra que hará posible la primavera republicana de 1931.

¿El catalanismo político fue republicano?

Todo él, ni por asomo.

¿Qué significó el Pacto de San Gervasio de 1910? ¿Quién lo suscribió? Un intento de superar el eje catalanismo/españolismo escribes. Nos explicas esta afirmación.

El republicanismo catalán se escinde a principios de siglo XX a raíz del uso político de los marcadores de identidad nacional. Unos y otros. Desde, como mínimo, 1903 o 1904. El Pacto de San Gervasio no fue otra cosa que un ejercicio de recomposición de la cordialidad intrarrepublicana. Impulsado por la dirección de la Unió Federal Nacionalista Republicana y del Partido Republicano Radical, fracasa. Las prevenciones, no ya en la militancia sino en la ciudadanía, habían calado hondo. La potencia del combate previo y conjunto contra la reacción con motivo de la Semana Trágica no había conseguido otra cosa que encubrir la profundidad de la escisión.

Hay una fotografía, para mi conmovedora, de María Casares en la página 195. ¿Qué aportaciones hizo a la cuestión de la mujer el republicanismo de este período?

Esa es una bella fotografía de los tiempos de exilio.

En todo caso, y si me lo permites, yo formularía la pregunta justo al revés: qué aportó la mujer al republicanismo. A lo bruto: lo desasnó y no lo tuvo fácil.

¡Mucho mejor así!

Me refiero a las herederas de esa república de librepensadoras que cuaja a finales de siglo XIX y que proyecta su sobra liberadora en las primeras décadas del siglo XX. La república convierte a la mujer en ciudadana, porque antes, como ciudadanas, algunas o muchas de ellas, han ocupado los intersticios del universo republicano para hacerse visibles.

¿Fue españolista el republicanismo de este período?

Hubo españolistas y hubo españoles, a secas. Los hubo nacionalistas y los hubo genuinamente cosmopolitas. No es menos cierto que el republicanismo, no ya en esos años sino con anterioridad, nacionaliza en español –y en Cataluña en catalán- en la medida que hace partícipes a los individuos de un sentido de pertenencia a una comunidad política, a un dèmos singular.

¿Qué posición adoptaron los partidos republicanos durante la I Guerra Mundial?

El grueso de ellos fue abiertamente aliadófilo, por la vía de la francofilia y otras. No quiero omitir, sin embargo, la existencia de voces radicales que, en línea con el pacifismo revolucionario del momento, se niegan a posicionarse en lo que entienden como una guerra civil europea. Pero son minoría. La mayoría estaban al lado de Francia, en los papeles impresos o acudiendo a los campos de batalla para expresar su apoyo a los combatientes por la democracia.

¿Qué representó el golpe de Primo de Rivera para el republicanismo? ¿Qué apoyos tuvo este primer dictador?

En realidad, una oportunidad. Quedaba claro que las posibilidades de desplegar una democracia representativa bajo el manto institucional de la monarquía borbónica habían pasado de limitadas a nulas. Fue un momento de acumulación de fuerzas, de articulación de expectativas… todas aquellas que iban siendo defraudadas por la zafiedad de una dictadura que no tuvo, a pesar de todo, el dramatismo de la que vendría después.

No me extiendo más, es ya un abuso. Unas pocas cosas más sin embargo. Aparte de agradecerte la datación, “1936-1939”, ¿por qué cayó la II República? ¿Era inevitable?

No, no hubiese sido inevitable. En la enemiga de los hostiles a la república, y de lo que significaba el republicanismo como anhelo de redención popular, se encuentra la causa de un golpe contrarrevolucionario y de la posterior derrota en los campos de batalla.

¿El bienio negro no desfiguró la arista popular de la República?

Lo procuró. No del todo, es cierto; pero lo procuró. El Frente Popular la rescató. Si bien es cierto que el “amanecer”, pongámonos líricos, de febrero de 1936 fue distinto, más tenso, que el de la primavera de 1931.

¿Se puede hablar, como a veces se habla, de que el Ejército Popular de la República invadió Catalunya?

Salvador, tonterías las precisas. No vamos a dar pábulo a los Pío Moa de la catalanidad, ¿no te parece?

Me parece, me parece. ¿Negrín fue un peón del PCE y de la Unión Soviética?

Ésta también es fácil. Y breve: No.

¿Qué figura de la II República te interesa más?

Con sus limitaciones, Clara Campoamor y Marcelino Domingo. Me interesan como “estudioso” del republicanismo en la medida que encarnan tensiones, tradiciones, maneras de hacer, modalidades de compromiso cívico y resoluciones en el tiempo.

No puedo preguntarte por el exilio. Dedicas a él el capítulo VII. ¿Tan mal se llevaron los exiliados republicanos? ¿Cuál fue su principal tierra de acogida?

Se llevaron mal. Entre otras cosas porque asumir la condición de derrotados no es fácil. Quién tuvo mayores cuotas de responsabilidad en el desastre no resultaba cómodo de elucidar. De qué manera se gestionan los recursos que salen del país, tampoco. Cómo hacer para mantener viva la llama republicana lejos de la patria, mucho menos. En México, mucho más que en Chile o en Argentina, el numeroso grupo de españoles exiliados tuvieron que recomponer sus biografías sin renunciar a un combate que ellos sabían, ahora más que nunca, secular. Ahí o en Francia, o en Londres, las fracturas entre republicanos liberales, comunistas, nacionalistas, cenetistas… fueron muy vivas. Acaso los años de la Guerra Mundial, y las expectativas de que la victoria aliada frente al nazifascismo restaurase la república, las neutralizaron en parte. Las decepciones posteriores a 1945 y la conformación de una lógica de guerra fría las realimentaron. En algunos casos, llegaron a ser insoportables.

Sería imperdonable no preguntarte: ¿qué papel jugaron los republicanos españoles en la resistencia antifascista europea?

Decisiva en la liberación de Francia. En realidad, pudieron y supieron presentarse como los primeros antifascistas; como aquellos que habían tenido que hacer frente, primero, a la barbarie fascista.

Otra cosa es que se les reconociese más allá de unas pocas formalidades.

Afirmas en la coda republicana que cierra tu magnífico libro: “Contar con la memoria es lo que ha salvado al republicanismo”. ¿Por qué?

En el reverdecer republicano, a día de hoy, hay mucho de nuevo, de radicalmente innovador. Muchos jóvenes ondean la bandera tricolor en las manifestaciones porque es un símbolo de rebeldía frente a lo existente, contra el orden político y social que los conduce a situaciones intolerables. Desconocen, en muchos casos lo que significó en otros tiempos. Sin embargo, en los primeros pasos de ese reverdecer se encuentra un ejercicio que en el tránsito del siglo XX al XXI se hizo muy evidente. Un ejercicio de memoria. Aquél que se expresó en la interrogación de los nietos a propósito del destino y los avatares de los abuelos, aquél que dio origen a una política de memoria que tan nerviosos pone a la derecha política, social y cultural.

¿Qué es lo que, en tu opinión, el actual republicanismo federal debe procurar? Te cito si quieres coger un nudo: “el republicanismo se está reinventando y amenaza con ser capaz de integrar luchas y aspiraciones parciales en un proyecto global, por ambiguo, heterogéneo y sometido a malentendidos que siga estando”. ¿Es eso en tu opinión?

Te empiezo a responder por el final. El republicanismo ha sido, y probablemente, sea fuente de equívocos. Hay quien querrá ver en la república un marco institucional que concluye la construcción de una democracia representativa. El principio electivo alcanza a la máxima autoridad del Estado. Habrá, sin embargo, quien la perciba como una puerta abierta a un nuevo orden social, económico y político. Como una ampliación del campo de la política, como el mecanismo a través del cual conformar una ciudadanía activa y participativa, dispuesta a laborar mediante la deliberación por un horizonte de bienestar compartido. La república como, en suma, una apuesta decidida por lo común.

Es inevitable el malentendido. Y, Salvador, en el libro hablo de ambas nociones en perspectiva histórico. Explico la coexistencia de ambas. Como ciudadano de hoy y aquí, me parece que el lector tendrá claro que estamos pensando en el interés y la utilidad que tiene el republicanismo para una izquierda transformadora.

Lo tiene desde luego. Cuatro preguntas más para finalizar. ¿Por qué nos cuesta tanto a los militantes de izquierda pronunciar la palabra España?

El franquismo dio fuerza al sintagma “Estado español” y la izquierda muestra una extraña querencia por el mismo. No sé, supongo que España, en las últimas décadas, ha pasado a ser una palabra tabú. Lo que por otro lado da lugar a confusiones asombrosas.

¿A qué confusiones?

Algunas tan absurdas como que se hable de la clase obrera del Estado español y uno o una no se esté refiriendo al funcionariado, que debe ser lo más parecido que existe a una “clase obrera del estado”. Entiendo que España pueda resultar un vocablo incómodo, y hostil, para quienes vivan una identidad que haya sido objeto de agresiones por un Estado unitario y centralizador, pero lo lógico sería impugnar al Estado, ¿no?

Otro ejemplo, en las páginas de la izquierda anticapitalista, en general, se suele usar una terminología dispar. Ves los enlaces y te encuentras con Italia, Portugal, Grecia, Francia, Alemania, Estado español… En ocasiones Estado español va justo delante, o detrás de Francia; que no Estado francés. En fin, el lenguaje crea realidad pero difícilmente consigue ocultarla del todo.

¿Por qué actualmente el período de la II República es visto con ojos muy alejados por parte de la ciudadanía catalana muy movilizada por motivos identitarios?

¿Por española? El nacionalismo español es temible, pero el catalán es de una eficacia pasmosa. Incluso en las distorsiones.

¿Nos regalas un ejemplo?

Que la guerra civil española, en la medida que se entiende como el correlato inevitable de la República, fue una guerra de agresión contra Cataluña les parece, a las jóvenes generaciones educadas en la escuela democrática, una verdad incuestionable. Te lo llegan a decir incluso ante un mapa de fosas, lo que ya tiene bemoles.

Hay estudios académicos recientes que recuerdan lo obvio: el retorno en 1939 de catalanes que habían huido un par de años antes -por la revolución, para evitar la conscripción militar,…- y que ahora constituyen las nuevas élites políticas del franquismo. En buena medida reeditando su papel secular. Pues bien, todo ello no consigue erosionar el relato de España contra Cataluña. Ni por asomo.

¿Todo republicanismo es una forma de democracia? ¿Toda posición democrática debe ser forzosamente republicana?

No a la primera. A estas alturas de la historia, sí a la segunda. Para no caer en contradicciones elementales, digo.

Estar, apoyar a una República federal, ¿qué significa hoy exactamente?

Hacer un llamado a la participación ciudadana, reclamar el interés de la ciudadanía por la política, aspirar a un orden social basado en el principio de equidad, retornar la soberanía al municipio, dar cabida a la libertad de los pueblos y naciones de España,…

No sé, Salvador. Lo contemplo como la posibilidad de proceder a la construcción de una agenda pública renovada entre todas y todos. Una utopía hacia la que dirigirnos, hacia la que andar juntas.

Gracias, muchas gracias estimat Àngel, por tus lecciones republicanas, por tu hermosa y admirable pasión republicana. Por cierto, creo que tienes vinculaciones muy profundas con Andalucía. ¿Cómo está el republicanismo andaluz? ¿El andalucismo es también un republicanismo?

Como por el resto de España es un movimiento al alza. Veremos si consigue cuajar. Está vinculado a la activación de propuestas de recuperación de la democracia, de retorno de la voz decisiva a la ciudadanía y de políticas concretas para hacer frente a las agresiones del neoliberalismo.

Frente a los oligarcas -que los hay- y sus turiferarios el republicanismo andaluz aspira a recuperar el tono escandaloso y subversivo de la democracia.

El andalucismo debería ser, en todo ello, elemento nodal. A diferencia de otros nacionalismos -y no lo digo, por ejemplo, por el gallego-, el componente de clase -superadas fases históricas en las que se desnaturalizó- es nítido, cabal. El pueblo andaluz es un sujeto colectivo sometido a la voracidad de lo que ahora designamos como élites extractivas y en tiempos llamábamos capitalismo monopolista. Su liberación no pasa por el privilegio. Pasa por la igualdad. Republicana.

Fuente: http://www.construirrepublica.org/entrevista-con-angel-duartesobre-el-republicanismo/

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