Anova, o la república del dios Jano
Antón Dobao, David Rodríguez
De lo sucedido en la I Asamblea Nacional de Anova se podrán escribir un puñado de opiniones diferentes (y divergentes) pero, según pensamos los que esto firmamos, hay algo que es incuestionable: lo que allí tuvo lugar es lo que Jacques Rancière llama un “momento político”[1]. Es decir, un momento en el que emerge, en un corpus social dado -en este caso el corpus de la militancia de Anova-, “una fuerza capaz de actualizar la imaginación de la comunidad que está comprometida allí y de oponerle otra configuración de la relación de cada uno con todos” con el fin de “reconfigurarla”, de “definir su naturaleza” y de “dibujar el rostro de lo que ella incluye y excluye”. Lo paradójico del momento político vivido en la asamblea de Anova es que esa fuerza significativa no desafiaba la “temporalidad del consenso” -también en términos rancierianos- con un proyecto diferente del que Anova, como colectivo plural, fue construyendo públicamente desde su constitución. Antes bien, esa fuerza significativa proponía -en su desafío a la esclerotización consensual que, como el musgo pegado a los cantos rodados, comenzaba a impedir que estos rodasen libremente- regresar a lo prometido. Retomar la idea original. Ser fieles a un proyecto que no salió de la nada, sino que es el producto de años de procesos de convergencia, de decantación de ideas, de desencantos, de análisis compartidos y de alianzas.
Ese momento político deja en el aire lo que ya se conocía pero tal vez sobrevivía adormecido. Dos modelos de organización que se confrontan, y, por lo tanto, dos proyectos políticos matizadamente diferentes. ¿Incompatibles? Absolutamente, no. Dialécticos. Mientras un sector apuesta por un nuevo modelo organizativo, por armar un partido-movimiento, otro sector formula una contradicción en términos de lucha por el poder. Y tal contradicción superó incluso los marcos físicos del encuentro asambleario de la militancia de Anova. La Asamblea Nacional empezó antes de la fecha indicada y tal vez todavía no terminó del todo. Es significativo que las interpretaciones de los medios de comunicación y de algunos observadores apunten a luchas de poder y a siglas internas que en Anova no operan colectivamente, pues la organización es un espacio de adscripción individual. Pero esa parece ser la única cartografía que saben trazar medios y círculos conservadores que de una manera u otra tuvieron algo que ver en el proceso. Reducir debates, decisiones y resultados de la elección a la Coordinadora Nacional a un simple enfrentamiento entre aparatos organizativos equivale a no comprender nada de lo que ocurre ni dentro de la organización ni en el cuerpo social que opera en la sociedad civil. En realidad, todo es más complejo y más simple al mismo tiempo. Vieja y nueva política. O, por ser más exactos, política para un nuevo régimen frente a política del Viejo Régimen.
Cuando se habla de la necesidad de una nueva cultura política, más allá de caricaturizaciones, no se alude a razones de edad, sino a la necesidad de organizar un instrumento contrahegemónico para un nuevo poder constituyente. Una organización para la disidencia. Porque la crisis del régimen no es más que una expresión aguda de la crisis de un sistema que ya perdió la llave de la mediación. La mediación como factor de estabilidad sistémico pasó a la historia. Y también las organizaciones que hicieron de ella la única razón de su praxis política y sindical. El problema de la vieja política -la contradicción dentro de Anova adopta también esta terminología- no es ya un conjunto de prácticas ética y políticamente discutibles, sobre todo por lo que tienen de expropiación de la capacidad política colectiva, en consonancia con el régimen de representación; el peor problema es su imposibilidad en el mundo presente. Porque entre la organización del Viejo Régimen y la realidad material en la que habita y se constituye el sujeto de transformación existe una paralaje que se va haciendo abismo. Ya no es posible la representación monolítica de la pluralidad. El resultado de ciertos procesos dialécticos no es siempre y necesariamente una síntesis.
La confrontación se dio, se da y se dará todavía durante cierto tiempo porque es consecuencia de contradicciones de una organización que quiere ser instrumento político de la mayoría social desde la aportación de las diversas culturas de la izquierda y el nacionalismo. Anova proclama, fundacionalmente, la determinación de una nueva práctica política que rompa con la mediación, que supere la fase institucional de la izquierda, que se revuelque en la realidad material de los asalariados y asalariadas de Galicia, de ese proletariado moderno acotado entre la exclusión y sus aledaños. Lo que se dio en llamar nueva cultura política asume al mismo tiempo que la confrontación, dentro de un marco estratégico común, que origina una riqueza a la que nadie debiera renunciar. La confrontación no tiene que ver con siglas ni con élites en lucha por el poder de una organización que carece de poder: tiene que ver con ideas y con proyectos para armar la nueva organización, que es como decir empezar a diseñar una sociedad poscapitalista. En el debate que se produce en Anova, en su I Asamblea Nacional, la necesidad de identificar a la organización con un proyecto rupturista social (y nacional, si es que puede seguir habiendo distinción entre ambos) se enfrenta a viejas formas de control (y absorción). Es sólo eso lo que se expresa en Anova: lo nuevo que empuja por nacer y que por veces no acaba de encontrar espacio frente a lo viejo que no acaba de morir.
Los ejes que modulan la confrontación son fundamentalmente tres. El primero, la necesidad de un nuevo modelo organizativo. Si concebimos una sociedad poscapitalista basada en la cooperación y en el imperio de lo común, no podemos conquistarla con una organización armada a imagen de las estructuras sociales del mundo que queremos hacer desaparecer, una estructura piramidal que de una u otra manera reproduzca la división capitalista del trabajo y distribuya roles entre los que mandan y los que obedecen, más allá de ciertos niveles de eficacia en condiciones extremas. La horizontalidad, que es sólo democracia, no es un deseo piadoso, es una necesidad. Otro de los aspectos cruciales en la configuración de la nueva organización es la dialéctica entre izquierda revolucionaria y nacionalismo. La totalidad de la militancia de Anova comparte una cultura nacionalista, aunque sus tradiciones provengan de experiencias históricas muy diferentes, y en ocasiones sin contacto orgánico entre ellas. Esas diversas procedencias históricas facilitan una diversidad de concepciones del hecho nacional gallego, desde una base común en lo tocante al objetivo estratégico: autodeterminación, derecho a decidir, soberanía, República gallega, independencia. Cualquiera de las opciones, incluso una salida federada dentro del Estado español o en marcos diferentes, exige como mínimo un instante de independencia y ejercicio absoluto del derecho a decidir, sin restricciones. En este sentido, Anova dio un paso adelante al asumir fundacionalmente esa reivindicación que en el nacionalismo no era hegemónica. Conviven, en cualquier caso, diversas concepciones del nacionalismo ligadas a culturas históricas diferentes y a nuevas perspectivas respecto al hecho nacional y a conceptos como el de soberanía. Una fuente más de contradicciones. Desde quien ve en el nacionalismo frontera insuperable en la práctica política dentro y fuera de las instituciones, hasta quien concibe la necesidad de una distribución de la riqueza social organizada en el marco de la nación. Desde un nacionalismo que entiende a la nación como sujeto político autónomo (la nación es nación aunque la gente no quiera), hasta quien la entiende como el resultado de un proceso histórico protagonizado por un sujeto colectivo con voluntad de organizarse nacionalmente. O la nación como un proceso colectivo en marcha. Esas concepciones, que tuvieron también sus espacios de debate en la asamblea de Anova, vienen a reforzar las diferencias en lo tocante a los modelos organizativos. Porque unas piensan en clave de foto fija de las dinámicas que operan en la sociedad civil, rígidamente compartimentada, cuya conflictividad se resuelve en el espacio institucional gracias a la mediación. Otras, en cambio, apuestan por los liderazgos compartidos, por la horizontalidad, por la democracia radical, por priorizar objetivos sociales sin escindir de ellos, aislándola, la cuestión nacional como si esta fuese la manifestación de un conflicto determinado por paisajes, sentimientos y espíritus. Ni soberanía ni transformación social son posibles si no hay una acumulación de fuerzas diversas que conduzcan a la hegemonía. Y para eso es necesario superar fronteras.
Los sectores más conservadores, que no conciben la necesidad de acumular fuerzas, de incorporar grupos sociales al proyecto de emancipación, de conquistar hegemonía con un sujeto en expansión, están descontentos con la experiencia de Alternativa Galega de Esquerda (AGE). Tal vez por el peso de la frontera del nacionalismo, tal vez porque cierta idea de (re)unificación del nacionalismo sigue operando como una especie de proyecto estratégico inconfesable para el cual no sería precisa la participación de fuerzas con relaciones estatales, como es el caso de Esquerda Unida (EU), de Equo o de cualquier otra que pueda incorporarse al Frente Amplio. No deja de percibirse entre esos cuadros cierta necesidad de que la organización funcione al estilo de la fábrica fordista: con una jerárquica división del trabajo, con estructura y responsabilidades piramidales, con centros de decisión exentos y ajenos a las masas, con flujos controlados de información unidireccional. La grieta entre la organización y el sujeto emergente, según este modelo, tiene a abrirse cada vez más. Si se impone en Anova, Anova puede entrar en obsolescencia programada. En este escenario, la experiencia de AGE (que tampoco salió de la nada, sino que es el fruto de procesos como puedan ser el pacto de gobierno de ACE en Cangas do Morrazo, la teorización de la Posición Soto por parte del independentismo, la celebración del Foro Social Galego y de la Rolda da Rebeldía, la Refundación de la izquierda en el mundo EU, la Iniciativa BenComún, etc.) parece pugnar entre ser simplemente un ensayo (incómodo, en la medida en que no se asuma la necesidad de mezclar culturas políticas emancipadoras pero de diferente raigambre) de coalición electoral de coyuntura para las elecciones autonómicas de 2012 o configurarse como punto de partida de un amplio proceso de acumulación de fuerzas de izquierda para la emancipación. También en este caso los sectores más conservadores observan con mayores reticencias las posibilidades de desarrollo de la alianza más allá del plano estrictamente institucional, de tal modo que, si sus tesis se imponen en Anova, la “explosión controlada” de AGE (ya se verá si las consecuencias de esta explosión son igual de controlables como algunos piensan) constituirá una auténtica traición a más de 200.000 personas que comprendieron, asumieron y apoyaron con su voto la necesidad de esta estrategia de Frente Amplia en un contexto histórico de agresión total del fascismo financiero. Un contexto que sigue, y seguirá en los próximos años, totalmente vigente.
El debate en Anova se produce fundamentalmente alrededor de tres ejes: el modelo organizativo, el perfil ideológico y la política de alianzas. Y en este sentido también estamos hablando de un proyecto estratégico que, indiscutiblemente, tiene Anova como fuerza de la izquierda rupturista que aspira a que el pueblo gallego, como sujeto único de soberanía, compuesto no por ninguna idea difusa de nación ni por un sentimiento regionalista convertido en fervor patriótico, sinó por las clases subalternas, sea dueño de todas y cada una de sus decisiones. Tal vez sea necesario, también, empezar a poner en cuestión la idea un tanto falaz de diferentes proyectos estratégicos entre la izquierda y el nacionalismo emancipador. Esa obsesión es precisamente la negación de un proyecto estratégico que vaya más allá de la visita institucional a los salones de palacio.
Cualquiera que conozca algo del funcionamiento del cerebro sabrá que este es un órgano incompleto y poco fiable si no utiliza de manera coordinada sus dos hemisferios. El de Anova, antes de esta I Asamblea, era un cerebro de un solo hemisferio. Una parte nada pequeña de la organización estaba excluida de los lugares donde se toman las decisiones. Esto provocaba, además del derroche de energías siempre escasas, un malestar de fondo que iba en contra de la buena marcha del proyecto a desarrollar. La Coordinadora Nacional salida de la I Asamblea Nacional, sin ser el producto de un sistema perfecto de elección (¿existe un sistema perfecto de elección?), si es el producto de un sistema (listas abiertas donde cada militante podía escoger a 36 de 75 miembros de la Coordinadora Nacional) que impedía que ningún sector organizado pudiese copar orgánicamente el partido. En este sentido, la madurez mostrada por la militancia de Anova y la sincronía de esta con lo que está sucediendo en todo el planeta con respecto a la vieja política es encomiable. Anova no tiene por qué tener miedo a aparecer públicamente como una organización hendida. Si normaliza y acepta la existencia del disenso como algo consubstancial a la democracia interna, bien puede hacer de esa hendidura una virtud. Según nuestra lectura de la organización, Anova cuenta ahora con un cerebro mucho más completo que antes. En adelante es preciso que los dos hemisferios desarrollen, con honestidad, la voluntad unívoca de que las decisiones se tomarán de manera mancomunada. Una buena coordinación de ambos hemisferios para trabajar conjuntamente y para no entorpecerse bien podría ser el principal papel que el portavoz nacional, Xosé Manuel Beiras, tenga que adoptar a nivel orgánico. Él debe ser el nervio que consiga optimizar al cerebro como un todo. Pero para conseguir esto es imprescindible que el portavoz nacional se mantenga en el justo medio. Él debe ser el eslabón. El cemento. El puente entre dos orillas llamadas a entenderse. El escultor que propicie la síntesis, como síntesis es la cabeza de doble rostro del dios romano Jano, del enconado proceso dialéctico que hoy convive dentro de Anova.
Antón Dobao y David Rodríguez son militantes de Anova
[1]Rancière, J.: Momentos políticos. Clave intelectual, 2011