Otra Europa con otra moneda
José Antonio García Rubio
El pasado 22 de junio, Izquierda Unida celebró una Conferencia estatal sobre Política Europea, que aprobó por gran mayoría el documento presentado por la dirección federal. El núcleo central de ese documento es apostar por otra Europa, la de los pueblos y los trabajadores, y no por la del capital financiero. Ese objetivo se define por otra arquitectura europea desde sus cimientos que debe concretarse en un proceso constituyente, cuyos resultados sean ampliamente respaldados por la ciudanía.
En lo que respecta a la economía política, esa nueva constitución europea deberá dotarse de los instrumentos económicos, fiscales, financieros y monetarios para que se cumplan sus contenidos y no pase lo que ocurre con la Constitución española de 1978. Instrumentos que deberán ser bien diferentes a los actuales. Dicho con estructura de titular periodístico, se trata de “otra Europa con otra moneda”. Lamento, pues, no dar satisfacción a quienes plantean las cosas en términos de euro, sí; euro, no.
Cierto que el euro es la expresión monetaria del proyecto europeo del gran capital financiero y las trasnacionales. Tal vez, por eso mismo no haya sido nunca una auténtica moneda única, en sentido pleno, sino un medio de pago unificado. Para ser moneda única faltaría, entre otras cosas, una política fiscal homogénea, un Tesoro público y un Banco público emisor (BCE) con competencias semejantes a la Reserva Federal o al Banco de Inglaterra, es decir, también como prestamista de último recurso.
Esa condición ha hecho que el euro sea una catalizador de las contradicciones entre las economías del centro de Europa y la de los países periféricos, entre ellos España. Pero no es causa de las políticas de ajuste que han llevado al austericidio. La razón de éstas últimas es esencialmente política y se han dado en países que no están en el euro.
La moneda es una herramienta cuyo papel en la sociedad está determinado por el tipo de relaciones de propiedad y el grado de desarrollo de las fuerzas productivas. El euro ha estimulado el desarrollo económico en la medida en que ha facilitado el comercio entre las naciones integrantes de la moneda única, eliminando los costes derivados de los tipos de cambio, tras la eliminación de las barreras aduaneras. Hoy, como consecuencia de la crisis, de las políticas del fundamentalismo neoliberal y de sus insuficiencias iniciales, el euro es un agravante de la crisis. Por tanto, ninguna complacencia.
Pero el euro no es la causa de la crisis. Estamos ante una crisis profunda del sistema, que se da dentro y fuera de la eurozona.
Esa confusión entre causas y consecuencias ha llevado a algunos a plantear la salida del euro como el remedio. Es una posición argumentada y respetable, cuya discusión no puede sino enriquecer el debate, aunque no se esté de acuerdo con los términos en que se plantea. La recuperación de la soberanía monetaria no puede resolver ninguno de los aspectos esenciales de esta crisis, que no tiene las mismas características de las que justificaron las últimas devaluaciones en nuestro país (en la crisis del 92, la peseta se devaluó en varias ocasiones hasta un total del 25%).
No es lo mismo devaluar una moneda que pasar de una a otra, del euro a una peseta devaluada en este caso. Para evitar la fuga de depósitos, habría que hacer un corralito que permitiera una conversión ordenada de los activos en euros a los activos en pesetas.
Por otra parte, todas las deudas a partir de créditos que están denominados en euros, serían exigibles en la nueva relación de cambio euro/pesetas. Mientras que los nuevos ingresos por salarios, ventas, etc. vendrían en pesetas devaluadas. Por tanto, en el contexto de enorme endeudamiento privado esto sería letal para familias y empresas y extremadamente gravoso para los sectores populares de la población. Quien hoy tiene un crédito, supongamos que hipotecario, si le cuesta 100 salarios mensuales liquidar la hipoteca, le costaría, por ejemplo, 130. En cuanto a la deuda externa, 600.000 millones corresponden a familias y empresas y, además, el crédito futuro estaría condicionado por una fuerte subida de los tipos de interés.
Se argumenta que esa recuperación de la soberanía económica permitiría hacer una devaluación competitiva que, sobre la base de la expansión del comercio exterior, permitiera la recuperación económica y el empleo. En una economía tan internacionalizada y globalizada como la española, los efectos de una devaluación competitiva son muy discutibles. En primer lugar, ya tenemos cierta experiencia. En la devaluación antes referida de Solchaga, tuvimos el 24,5% de paro en 1994, y se produjo la reconversión industrial. No había euro
Además, conviene detenerse en algunos rasgos estructurales del comercio exterior español. Las importaciones energéticas representan el 24,4% de nuestras importaciones y habrá que pagarlas más caras en la misma proporción que se produzca la devaluación. No insisto, dada la enorme dependencia energética de nuestra economía, en la repercusión que esto tendrá sobre los precios de los productos.
En cuanto a otros productos industriales, los automóviles son el primer rubro de nuestra exportación industrial. Pero esas exportaciones son completamente dependientes de las importaciones de componentes de automoción. Las exportaciones del sector representan el 13,7% del total de nuestras exportaciones, pero el coste de los componentes importados se elevaría y no está claro que la producción doméstica pueda reemplazar esos productos en el mercado (habría que considerar la relación matriz/filial). La desindustrialización ha hecho su trabajo.
Pero tampoco una fuerza de la izquierda alternativa puede aceptar el enfoque de ganar ventajas comparativas en el comercio internacional sobre la base de reducir costes (porque se trata, sobre todo, de bajar salarios reales), y además se estanca la modernización de la estructura productiva y la aplicación de la sostenibilidad medioambiental a los procesos de producción. Además, la competencia por costes traslada el problema a los trabajadores de otros países y genera una espiral de difícil solución.
Por ello, creemos que hay que situar el debate en un nuevo nivel, en el que se resuelven las cosas decisivas: la crisis del capitalismo, la del modelo actual de construcción europea y sus alternativas. Ahí podremos hablar de qué Europa y qué moneda y contar con todas las aportaciones que tienen que decantarse en la discusión.
Nos montaron en el avión, sin contar con nosotros para el destino, en clase turista, sin derecho a comida en el vuelo y con las rodillas encogidas, pero no parece razonable tirarse del avión en marcha.
Por tanto, se trata de cambiar el destino del avión
José Antonio García Rubio es secretario ejecutivo de Economía y Empleo de Izquierda Unida.