Patricia Heras: In Memoriam (un nuevo crimen de estado)
Rafael Narbona
Patricia Heras se suicidó el 26 de abril de 2011. Cumplía una condena de tres años de prisión. Se le había aplicado el tercer grado. A los seis meses de ingresar en la cárcel, se quitó la vida en su casa, aprovechando que su régimen penitenciario solo le obligaba a dormir en su celda. Había nacido en Madrid, pero estudiaba filología en la Universidad de Barcelona y escribía poesía. Su familia y sus amigos coinciden en retratarla como una joven hipersensible, solidaria y llena de inquietudes. Una de sus profesoras sostiene que se caracterizaba por “una sensibilidad y una lucidez que pocos más tenían dentro del aula. Además de persona extremadamente educada, había leído muchísimo y se había dedicado a reflexionar sobre las constantes humanas con refinamiento espiritual y rigor intelectual”. ¿Cuál fue su delito? La noche del 4 de febrero salió con su amigo Alex. Circulaban en bicicleta y sufrieron una caída. Alex se hizo una brecha y sangraba mucho. Llamaron a una ambulancia, que les recogió y les trasladó al Hospital del Mar. Patricia, que sólo había sufrido magulladuras, no sospechaba que iba “directamente al infierno”, de acuerdo con sus propias palabras.
Poco antes, los Mossos d’Esquadra habían realizado una carga en el centro de Barcelona. El incidente se produjo cerca de un antiguo teatro okupado en la calle Sant Pere Més Baix, donde se celebraba una fiesta rave. Desde la azotea del edificio, se lanzaron objetos contra la policía, que repartía porrazos con su brutalidad habitual. Joan Clos, alcalde de Barcelona, mintió, asegurando que una maceta impactó en la cabeza de un agente y lo dejó gravemente herido. Después, se cambió la versión. No fue una maceta, sino una piedra y se arrojó desde la calle. Las dudas de los peritos médicos se consideraron irrelevantes. De inmediato, se produjeron las primeras detenciones. Patricia y un amigo coincidieron con los detenidos en el hospital. La policía descubre su presencia y cree que pertenecen al mismo grupo por su estética “antisistema”. Patricia lleva el pelo a lo Cyndi Lauper y viste de negro. No sirven de nada sus explicaciones. Es detenida, vejada y maltratada. Más tarde, es acusada de lanzar una valla contra la policía, causando un hematoma en el muslo de un agente, lo cual es poco creíble por su delgadez y su escasa fuerza física. El juez aplica la presunción de veracidad para considerar probada la versión de dos policías, que incriminan a Patricia, Rodrigo, Ricardo, Alex Cisternas y Juan Daniel Pintos. Ricardo se lleva la condena más grave: cinco años de prisión. Patricia declara ante el juez: “No soy okupa, no soy punki y no soy una desarraigada”. Sólo es una chica normal que viste de forma estrafalaria, al menos a los ojos de la sociedad biempensante. Pasan unos años y los policías que han actuado como testigos son inhabilitados y condenados a penas de prisión por torturar a un joven negro, manipulando y falsificando pruebas para acreditar un presunto delito de tráfico de drogas. El azar estropea el montaje, pues el joven es el hijo del embajador de Trinidad y Tobago en Noruega. Patricia, Rodrigo y el resto de los acusados proceden de familias obreras o de clase media y no tienen tanta suerte. Todos los ciudadanos son iguales ante la ley, pero la experiencia demuestra que esa declaración de intenciones no se cumple en la realidad. La impunidad de la policía prospera en un sistema judicial heredado del franquismo. El racismo, el clasismo y la tortura son las señas de identidad de unas Fuerzas de Seguridad del Estado que le han declarado la guerra a los ciudadanos, particularmente los que se hallan en estado de máxima vulnerabilidad, pues han perdido su vivienda o el trabajo. Jorge Fernández Díaz, Ministro del Interior, admitió hace poco que todos los años se producen casi 4.000 denuncias contra la policía por malos tratos y torturas. Casi todos los casos se resuelven con una vergonzosa absolución. El porcentaje de condenas roza el 3%. ¿Alguien puede creer seriamente que el 97% de las denuncias son falsas? ¿No es más probable que la mayoría de las víctimas de los abusos policiales no se atrevan a denunciar, pues saben que las investigaciones son realizadas por otros policías y los jueces aplican sistemáticamente la presunción de veracidad de los agentes? ¿Se puede hablar de democracia en un escenario tan perverso, cuya intención de fondo es propagar los sentimientos de miedo, impotencia e indefensión? En un Estado policial y autoritario, hay que identificar (o inventar) a un enemigo interior que justifique la represión y el recorte de las libertades democráticas. Los perro-flautas y los antisistema son ese enemigo imaginario, al igual que en otro tiempo lo fueron las brujas o los judíos.
En octubre de 2010 Patricia ingresó en la prisión de mujeres Wad Ras de Barcelona. Comienza a escribir un diario que refleja su experiencia: “No he perdido mi capacidad asombrosa de abstracción con lo cual no he perdido la sonrisa ni el buen humor, sólo perturbado por un increíble atasco intestinal”. El 18 de diciembre se le concedió el tercer grado, gracias a un contrato de trabajo en el exterior. “Lo más duro -se lamentaba Patricia- son las entrevistas con la Junta de Tratamiento (la que debe aprobar si pueden concederle el tercer grado). Duele escuchar que si no reconozco mi delito no tengo voluntad de reinserción, ni arrepentimiento; hoy me ha dicho el psicólogo que eso es propio de psicópatas”. La tarde del martes 26 de abril la situación sobrepasa su resistencia psicológica. No quiere dormir en la cárcel una noche más y se suicida, arrojándose al vacío desde el balcón de su casa. Su muerte provoca un efecto demoledor en su familia y amigos. Enseguida surgen las manifestaciones de indignación y solidaridad. Cerca de 500 personas se reúnen en el Forat de la Vergonya y se dirigen con bengalas a la prisión de Wad Ras, lanzando consignas: “Abajo los muros de las prisiones”, “Las cárceles son centros de exterminio”, “Vuestras rejas no callarán nuestros gritos de libertad”, “No es suicidio, es asesinato”, “Patricia Heras, ni oblit ni perdó”. Al día siguiente, se manifiestan 300 personas en Zaragoza y la policía carga contra ellas, provocando múltiples lesiones y heridas. El 4 de mayo se realiza una concentración en Madrid frente al Ministerio de Justicia. En Girona, se realizan pintadas: “Patricia, no olvidamos” y se revientan siete cajeros automáticos. Gregorio Morán, columnista de La Vanguardia, afirma que la conciencia de los policías, jueces y funcionarios de prisión “pesa menos aún que los artículos de periódico que nunca salieron para homenajear a una poeta muerta, con final de perro abandonado”.
Patricia dejó una frase desoladora y de indudable belleza lírica: “Mi reino está inerme y envenenado como todo mi ser… Me sé vencida”. En una nota de despedida dirigida a su amiga Silvia, escribió: “No puedo más con este dolor…”. La madre de uno de los procesados, Mariana Huidobro, escribió una carta responsabilizando a los policías, los jueces y los políticos del suicidio de Patricia. “Patricia era un ángel que necesitaba sus alas para volar y ustedes se las cortaron”. Amnistía Internacional denunció que al menos tres de los detenidos en el incidente de Sant Pere Més Baix fueron torturados. Patricia también denunció malos tratos. Jueces y forenses actuaron una vez más como encubridores. La tortura está profundamente arraigada en el Estado español y las instituciones explotan su potencial intimidador y su capacidad de obtener falsas inculpaciones. Aún cumplen condena tres jóvenes y ningún juez se ha planteado revocar la sentencia de Patricia. Tampoco se ha revocado la sentencia de Salvador Puig Antich ni se ha juzgado a los asesinos del estudiante de derecho Enrique Ruano, torturado hasta la muerte en 1969 por tres agentes de la Brigada Político-Social. Ruano militaba en el Frente de Liberación Popular, una organización antifranquista a la que se llamaba coloquialmente FELIPE. Se afirmó que se había suicidado, lanzándose al vacío desde el séptimo piso de un inmueble de Príncipe de Vergara (por entonces, General Mola). El ABC publicó un falso diario que le presentaba como un muchacho depresivo e inestable. Torcuato Luca de Tena, entonces director del diario, ha reconocido las presiones de Manuel Fraga Iribarne para publicar el engaño. Ahora sabemos que se falseó la autopsia para ocultar que uno de los policías disparó contra Ruano antes de arrojarlo por una ventana. Francisco Luis Colino, Jesús Simón Cristóbal y Celso Galván, los tres agentes que participaron en el crimen, recibieron en los años posteriores 26 condecoraciones, la mayoría otorgadas después de 1975. Celso Galván trabajó como escolta de la Casa Real, Colino ocupó un cargo de libre designación en la Delegación del Gobierno de Madrid y Simón ejerció como comisario en Torrejón de Ardoz en la época de José Barrionuevo como Ministro del Interior. Ninguno manifestó el más leve signo de arrepentimiento. Fraga amenazó por teléfono al padre de Enrique Ruano, recordándole que aún tenía una hija y no debía escarbar más en el caso.
No sé si Patricia Heras conocía la historia de Enrique Ruano. Tenían más o menos la misma edad. Sus vidas se quedaron incompletas, trágicamente truncada por un sistema que apenas ha experimentado cambios desde el 18 de julio de 1936. El franquismo sigue vivo. Está en el Ejército, las Fuerzas de Seguridad del Estado, los tribunales, el Congreso de los Diputados, los grandes periódicos, cada vez más parecidos a la prensa del Movimiento. Patricia podría haber sido mi alumna. He conocido a muchas chicas así. No puedo perdonar ni absolver a los criminales que conspiraron para inculparla de un crimen imaginario y empujarla al suicidio. Desgraciadamente, sólo puedo expresar mi profunda tristeza, al igual que millones de ciudadanos, cuya indignación se ha convertido en dolorosa impotencia. Cuando se comete una injusticia y las instituciones amparan el delito o incluso lo perpetran, no se puede hablar de libertad, democracia o derechos humanos. La España de 2014 es la España de 1969, ligeramente maquillada para adaptarse a los cambios del escenario internacional. Siguen gobernando los canallas y la sociedad, cada vez más oprimida, humillada y maltratada, se pregunta si las fosas clandestinas del franquismo no son los verdaderos pilares de este tiempo de infamias. Patricia, me hubiera gustado conocerte en las aulas y escuchar tus poemas. Cada vez que muere una chica como tú el mundo se convierte en un lugar mucho más pobre, mezquino y sombrío. Descansa en paz.
Fuente: http://rafaelnarbona.es/?p=6572