El «totalitarismo», una teoría política qué no tiene la aprobación de todos
Anne Morellinos
La historiadora Anne Morellinos transmitió este texto en reacción a los extractos de la introducción del Libro negro del comunismo publicado en el número 31 de La Revista Aide- Memoire, p. 5) leer .
Hoy lo políticamente correcto es amalgamar nazismo y comunismo, englobándolos en una categoría » pardo roja » que los programas de historia, por ejemplo, exigen a los profesores estigmatizar designándolos como los «totalitarismos».
Estos regímenes aborrecibles tendrían en común normas severas y ideológicas, la ausencia de libertad de expresión realmente disidente, el control del aparato judicial y policíaco, un régimen de partido único y el aparato dirigente poderoso. Habrían tenido entre otras cosas la pretensión de ser – cada uno – el único régimen que puede aportarle la felicidad al grupo al cual se dirigían.
Además de que podría ser un ejercicio intelectualmente saludable preguntarse si el Congo colonial, o el liberalismo (dicho más llanamente el capitalismo) no responden a estos criterios de «totalitarismo»[1], es interesante anotar que este término invadió el espacio público y que se puso tan de moda que casi no nos interrogamos sobre su función política. Pero esa función es evidente. Se trata, tras 1989 de «demostrar» cualquier intento de poner en causa el capitalismo es, en potencia, criminal y puede llevar sólo al fascismo.
Aquellos que mantienen esa proposición política pretenden pues, difundir la idea de una igualdad total entre comunismo y nazismo o, como lo dicen hábilmente, entre fascismo rojo y pardo, quien no se adhiere a esta condena de los principios como de las prácticas del comunismo será tachado en seguida como “negacionista «. Antiguos comunistas arrepentidos, cómo Stéphane Courtois o Annie Kriegel, esuvieron entre los defensores más feroces de esta teoría del totalitarismo. Sin duda, ellos tenían que demostrar tanto de encarnizamiento en la defensa de esa igualdad en la medida en que debían demostrar que se habían desprendido totalmente de su amor juvenil para reintegrarse a la honorable sociedad de los investigadores políticamente correctos.
“El libro negro del comunismo”, dirigido por Stéphane Courtois, es el arquetipo de la explotación de este concepto. Pretende probar por la «revelación» de los crímenes del comunismo que éste es criminal por naturaleza, y justificar así la teoría política del totalitarismo.
La pretensión del prefacio es crear en el lector un tipo de reflejo condicionado asociando sistemáticamente la palabra «crimen» a la palabra «comunismo». El balance numérico propuesto es nada menos que de cien millones de muertos y es asimilado a un » genocidio de clase ». Quien en esta fase de la argumentación, se atrevería aún a declararse marxista inmediatamente sería tasado por criminal por complicidad con este «genocidio».
“El libro negro del comunismo” conoció un éxito comercial inmenso. No se trató de una sorpresa vinculada a un producto aislado sino de un best-seller anticipado, de un éxito programado editorialmente como muchas obras anticomunistas (« Yo escogí la libertad » de Kravchenko vendió 400.000 ejemplares en Francia). Sin embargo, desde su salida, fue el objeto de agrios controversias. Las primeras críticas emanaron de coautores que se consideraban traicionados por Stéphane Courtois[2]. En efecto, el prefacio desplazaba el libro del dominio «científico» al ideológico y orientaba el libro hacia un objetivo: la creación de una suerte de Tribunal de Nuremberg para juzgar los comunistas de cualquier país, tribunal cuyo papel de fiscales sería desempeñado por historiadores, Cortois en cabeza.
Los coautores revelaban las fórmulas-choques, el pseudo- comparatismo y la manipulación de las cifras operadas por Stéphane Courtois en su prefacio. Se llegaba a la cifra de 100 millones añadiendo a los muertos en países comunistas, considerando que éstos habían muerto cómo consecuencia del comunismo. La suma total se refería pues a fenómenos de naturalezas muy diversas (fusilados y deportados pero también el conjunto de las víctimas de las guerras civiles, y las hambres cualesquiera que sean sus causas), en momentos diferentes, en países y circunstancias diferentes.
Este procedimiento, en caso de ser aplicado al maremoto de diciembre de 2004, ¡ lo transformaría en prototipo del crimen capitalista! ¡ Podríamos también imputar el déficit de población registrado en ex-URSS desde el 1989 como el que sería el número de otras tantas víctimas del capitalismo!
Además El libro negro – que dio lugar a una réplica muy pertinente titulada El libro negro de capitalismo[3] – afirmaba una identidad de naturaleza entre los períodos leninistas, stalinistas y posteriores a 1956. Como si comunistas eminentes y fundadores del Estado soviético no hubieran opuesto a Stalin, de quien fueron a menudo sus primeras víctimas.
Incluso Marc Lazar, amigo indefectible de Stéphane Cortés, se distanció con relación al Libro Negro[4] al que criticaba sus posiciones virulentas, sus confusiones de género, sus generalizaciones más mediáticas que universitarias, así como su balance numérico poco convincente. Recordaba – por otro lado como otro anticomunista virulento, François Furet – que ambas ramas del «totalitarismo» fueron separadas por algo más que matices: la ideología comunista está vinculada al pensamiento igualitario y universalista mientras que la ideología nazi es anti-igualitaria y racista.
Una recordatorio muy útil frente a la amalgama que constituye el concepto de «totalitarismo».
NOTAS
[1] Era el tema de la memoria en ciencias políticas de Nicolás Fragneau, “ ¿Se puede aplicar la teoría del totalitarismo a los sistemas democráticos?” U.L.B. 2000. Para el Congo belga hay que recordar que los Blancos que discutían la orden colonial racista fueron expulsados del país…
[1] Nicolás Werth, por ejemplo. Ver « Verdad y falsos propósitos del Libro negro », Le Monde, 27 de noviembre de 1997. Ver también Alain Blum, Le Monde, 18 de noviembre de 1997, las reacciones de Jean-Jacques Becker (hermano de Annie Kriegel) en “XX siècle”, verano de 98 y las publicadas en “Esprit” de enero de 1998.
[1] Publicado en la editorial Le temps des cerises.
[1] “Communisme” 59-60 de 1999.
[1] Era el tema de la memoria en ciencias políticas de Nicolás Fragneau, “ ¿Se puede aplicar la teoría del totalitarismo a los sistemas democráticos?” U.L.B. 2000. Para el Congo belga hay que recordar que los Blancos que discutían la orden colonial racista fueron expulsados del país…
[2] Nicolás Werth, por ejemplo. Ver « Verdad y falsos prpósitos del Libro negro », Le Monde, 27 de noviembre de 1997. Ver también Alain Blum, Le Monde, 18 de noviembre de 1997, las reacciones de Jean-Jacques Becker (hermano de Annie Kriegel) en “XX siècle”, verano de 98 y las publicadas en “Esprit” de enero de 1998.
[3] Publicado en la editorial Le temps des cerises.
[4] “Communisme” 59-60 de 1999.