Remember The Álamo
Pedro Salmerón Sanginés
La mentira sistemática con que Estados Unidos justifica sus guerras de agresión y la imposición de sus modelos económicos al mundo, de la que hablamos hace quince días (http://www.jornada.unam.mx/2014/02/ 25/opinion/021a2pol), tiene en El Álamo una de sus piedras de toque. El museo de El Álamo, en San Antonio, Texas, que acabo de conocer, es un monumento a la mentira histórica que les encantaría a algunos de los falsificadores que he denunciado, sobre todo a aquellos que hablan del David estadunidense que venció al Goliat mexicano en 1847 (http://www.jornada.unam.mx/2012/05/ 12/opinion/017a1pol).
No sólo en el museo de El Álamo: la mentira se encuentra en todos lados. Conviví con profesores de historia texanos que consideran ejemplos heroicos a Travis, Bowie y Crocket (los jefes de la defensa de El Álamo), que saben todo sobre el tema en su versión imperial-estadunidense y que de Santa Anna, por ejemplo, no saben ni siquiera que volvió a ser presidente de la República durante la guerra de 1846-1848. De México, en general, también lo ignoran todo, salvo los clichés y los estereotipos.
¿Qué pasó en El Álamo? Un cerco de nueve días y un combate que duró una hora (el 6 de marzo de 1836), en el que unos mil 500 soldados mexicanos masacraron a aproximadamente 250 texanos, que en realidad no lo eran: de los 58 firmantes de la independencia de Texas sólo dos habían nacido ahí y 50 en los estados esclavistas de Estados Unidos. Entre los defensores de El Álamo la proporción era similar.
Ese hecho se ha convertido, como señala Paco Ignacio Taibo II (El Álamo: una historia no apta para Hollywood), en la piedra de toque de la historia de Estados Unidos, la que se enseña en la escuela y en la televisión y el cine. En sus versiones de El Álamo se condensan las tres grandes mentiras que señalamos en el artículo anterior: la excepcionalidad, el destino manifiesto y la conquista del oeste.
¿Por qué El Álamo? Los amigos argentinos con los que viajo en estos días por el antiguo norte de México, actual suroeste estadunidense, sugirieron que quizá por similitud con los mitos de la sublimación de la derrota, tan comunes en México. Lo pensé, pero encuentro que no: pienso que se trata de otra cosa. Permítanme (por una vez en las páginas de La Jornada) especular al respecto:
Las sagas y mitos heroicos británicos suelen tener una estructura común: unos pocos buenos que defienden una isla frente a muchos malos, que además son monstruosos (orcos, trasgos y cosas peores en la espléndida recreación moderna de las sagas nórdicas hecha por J.R.R. Tolkien), que pierden a los mejores (los mártires), pero al final se imponen, vencen casi milagrosamente, por su valor y sus virtudes.
Es que el mito de El Álamo no termina en El Álamo, sino en San Jacinto, donde Santa Anna fue sorprendido el 21 de abril. La frasecita Remember The Alamo se pronuncia ahí, y ahí empieza la canonización heroica de los defensores de El Álamo. Ahí también perdió México la posibilidad de recuperar Texas, por la combinación de cobardía, ineptitud, estulticia y muy probablemente traición del prisionero Santa Anna y quien por su captura quedó al frente del ejército, Vicente Filisola (y de casi todos los mandos mexicanos, con la honrosa excepción del general Urrea).
Y así se ha contado El Álamo, sobre todo, así lo ha contado Hollywood: los 250 héroes encabezados por los míticos y heroicos Bowie, Travis, Crocket… enfrentan a una horda de orcos encabezados por una rencarnación del maligno (don Antonio López de Santa Anna) y sacrifican sus vidas en aras de la libertad y el honor. Una interpretación que no resiste la menor crítica histórica y que elude sistemáticamente asuntos fundamentales, como la esclavitud que los colonos anglosajones trajeron consigo y que las leyes mexicanas prohibían; como el hecho que por donde pasaban las tropas mexicanas iban liberando a los esclavos. Curiosa libertad la que defendieron los 250 de El Álamo.
Pero algo aprendí, además de la eficacia de la mentira. Sin duda hay algo heroico en la decisión de aquellos aventureros esclavistas, aquellos canallas, al decidir plantarse frente a la fuerza y defender lo que consideraban su derecho; hay algo heroico en aquella decisión de no ceder. Y hay mucho de heroico en los soldados mexicanos reclutados a la fuerza en su mayoría, que caminaron cientos de kilómetros por el desierto, con hambre y sed, un frío que mató a muchos, para defender a la patria.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2014/03/11/opinion/021a2pol