Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Gramsci y Togliatti en los inicios de la construcción del proyecto de la revolución popular

José Luis Martín Ramos

En la elaboración de la línea política de la IC hubo desde el primer momento un referente principal, el ruso, representante de la única revolución que había triunfado y único partido que gestionaba un estado revolucionario, cuya defensa era una natural prioridad de la IC. El segundo referente fue el KPD; con un peso que variaba en función de la expectativa de ruptura revolucionaria en Alemania. Las líneas soviética y alemana constituían, por ese orden, las coordenadas principales. De manera particular, la experiencia bolchevique marcaba la concepción del momento insurreccional de la revolución; en tanto que la alemana era la referencia principal del debate sobre la política de masas, con sus apuntes iniciales sobre el frente único y la conquista de la mayoría social la respuesta antagónica de la teoría de la ofensiva. Por otra parte, la línea soviética se abría a la cuestión de las alianzas sociales, en su caso con el campesinado, mientras que la alemana discurría sobre el camino tradicional de la socialdemocracia del obrerismo estricto. Entre ambas referencias principales existía un margen autónomo de las secciones nacionales de la Internacional Comunista, en la interpretación inicial de los acuerdos tomados en los organismos dirigentes de la IC e incluso para la elaboración de doctrina propia en el ámbito nacional. Sin esa posibilidad solo pudo ser materializada allí donde la sección nacional tenía un peso específico relevante en el movimiento obrero y donde existió un grupo dirigente capaz de construir esa doctrina propia; así ocurrió en la italiana. En otras secciones nacionales las manifestaciones de autonomía se malograron: fuera por su debilidad como partido y como parte integrante del movimiento obrero, como fue el caso de la británica, o por la carencia de ese grupo dirigente capaz de hacer valer, o respetar, sus decisiones dentro de la sección y en los órganos dirigentes de la IC, como ocurrió hasta los años treinta en la francesa.

El PCI tuvo desde sus orígenes una personalidad singular, con un perfil propio que empezó a dibujarse en las respuestas revolucionarias dadas primero a la crisis del Partido Socialista Italiano a raíz de la agresión italiana a Libia de 1912, promovida por Giolitti, apoyada o aceptada por una parte del partido, y poco después a la cuestión de la intervención de Italia en La Gran Guerra. El impacto de la revolución rusa y la experiencia de las movilizaciones obreras de 1919-1920, analizadas con sentido crítico, acabó de definir ese perfil. Esa personalidad singular le llevó a ser durante algún tiempo una sección discrepante en el seno de la IC; la de los «genios incomprendidos» como con ironía se autocalificó Gramsci en una carta a Togliatti a finales de 1923[1]. Aunque extrañe a la vista de las posiciones posteriores, fue discrepante desde posiciones que Lenin calificaría de izquierdistas. El PCI, tanto el grupo de Bordiga como el de Gramsci, rechazaba el frente único, mantenía una confrontación con el tercerista Partido Socialista[2] que prolongaba la escisión de 1921 –y que se defendía como salvaguarda de la razón histórica de esa escisión– y subvaloraba el peligro del acceso del fascismo al poder y su capacidad para construir una dictadura de naturaleza nueva. En el segundo congreso del PCI, en Roma, en marzo de 1922, Gramsci rechazó que pudiera concebirse el gobierno obrero como una coalición de diversas organizaciones. Pensaba todavía en los términos de la ofensiva obrera de 1919-1920, que consideraba repetible; a condición de que se sacara a la clase obrera de la depresión en que se encontraba tras aquel ciclo de ataque, mediante su reorganización para darle de nuevo una capacidad de maniobra de defensa y contrataque. Los comunistas italianos razonaban en términos muy semejantes a los de la «teoría de la ofensiva» y desde luego en términos de revolución obrera, de principio a fin. Todavía ante la convocatoria de las elecciones de abril de 1924 –que habrían de consolidar a Mussolini en el poder con un respaldo social que fue realidad, más allá de la trampa institucional de una ley electoral abusiva[3]– Togliatti (Gramsci estaba en Moscú y luego en Viena desde mayo de 1922 hasta mayo de 1924) interpretó la propuesta del Comité Ejecutivo de la IC de una candidatura de «unidad proletaria» como una maniobra para dejar en evidencia al ala reformista del socialismo italiano (el Partido Socialista Unitario de Turati) y romper al maximalismo del PSI, dividido entre los partidarios de fusionarse con el PCI (Serrati) y los contrarios a ello (Nenni); que Togliatti acertara en su previsión de que Turati rechazaría la candidatura unitaria no quita que su concepto de la «unidad proletaria» fuera simplemente instrumentalista, y que su procedimiento de forzar la ruptura en el seno del PSI favoreciera la minorización del sector partidario de la fusión con el PCI.

No obstante, la dura lección del triunfo de Mussolini –ratificada después con la supervivencia del fascismo al episodio del asesinato del diputado socialista Mateotti– fue bien tomada por el nuevo grupo dirigente promovido por Gramsci, con la colaboración fundamental de Togliatti, que desplazaría de la dirección del partido a Bordiga, empeñado en mantener la línea izquierdista inicial. El cambio lo inició Gramsci en los últimos meses de su estancia en Moscú y empezó a socializarlo al resto del partido en carta al Comité Ejecutivo del PCI el 12 de noviembre de 1923, con un planteamiento que era ya radicalmente distinto. El motivo de su reflexión fue la discusión sobre el título de un nuevo periódico del partido, para el que Gramsci propuso L’Unitá, como símbolo de la unidad entre el proletariado y el campesinado, que se materializaría en la nueva consigna del gobierno obrero y campesino. Esa unidad añadió, había de situar la relación entre obreros y campesinos no solo como una relación de clase sino también «y especialmente como un problema territorial, esto es como uno de los aspectos de la cuestión nacional», introduciendo en la revolución italiana la cuestión del Mezzogiorno como cuestión central. Gramsci subrayó el carácter específicamente italiano que había de tener la revolución y por tanto la propuesta estratégica, concluyendo que consideraba «personalmente» que la consigna de «gobierno obrero y campesino» debía ser adaptada en Italia en los términos de «República federal de los trabajadores y los campesinos». Gramsci abandonaba la consideración estrictamente movilizadora o propagandística de la consigna del gobierno obrero y campesino; adaptada a la situación italiana, se convertía en un objetivo político sustantivo, una propuesta alternativa de clase y nacional, un anillo efectivo de una cadena histórica. Por otra parte, la asunción de la cuestión meridional como integrante fundamental de la estrategia revolucionaria italiana se acompañó con una autocrítica explícita sobre las movilizaciones de 1919-1920 y la política estrictamente obrerista seguida entonces y hasta ese momento; Gramsci concluyó que aquellas movilizaciones habían sido finalmente neutralizadas sin poder desembocar en una salida revolucionaria porque no se había conseguido implicar en ellas al campesinado y sobre todo al campesinado pobre del sur de Italia.

Gramsci atrajo a sus nuevas posiciones a Togliatti y Terracini –uno de los más notorios defensores de la teoría de la ofensiva en los debates de la IC de 1921-1923– así como a antiguos seguidores de Bordiga, como Grieco, y aglutinó un nuevo grupo dirigente que fue construyendo un discurso no solo propio sino innovador, que se apartaba de la esterilidad creciente del de la IC y sus movimientos ondulatorios entre golpes de izquierda y lecturas bizantinas de las consignas acordadas. La consideración del objetivo de la República federal de trabajadores y campesinos llevaba a la aceptación de las reivindicaciones democráticas del campesinado como algo sustancial del proyecto revolucionario, no ya como una maniobra de la burguesía. La construcción de una estrategia propia de la revolución italiana siguió avanzando en otro terreno del análisis del fascismo, abandonando la subvaloración inicial y concluyendo, en contradicción con Bordiga, que entre el fascismo y su alternativa definitiva, el socialismo, podría producirse una salida intermedia promovida por la propia burguesía y los sectores liberales y reformistas antifascistas, de carácter políticamente democrático. El anillo de la transición, considerado primero en términos negativos –en beneficio de la burguesía y del sistema capitalista– pasó a ser considerado finalmente en términos positivos. No sólo la burguesía tendría la opción de dar una salida diferente al fascismo, también esta podía y habría de ser precisamente la opción diferente que sellaría la alianza italiana entre el proletariado y el campesinado, cuya movilización conjunta contra el fascismo adquiriría la naturaleza de una revolución popular: el anillo transitorio de la república de los trabajadores y los campesinos, a los que se añadirían luego segmentos de la clase media, intelectuales y profesionales. El concepto de la revolución popular, como motivo político, como objetivo de lucha por el poder y de organización del nuevo poder, sintetizó esa elaboración estratégica excepcional que se fue construyendo en el PCI.

La singularidad de ese discurso, fue asumido por sus autores, aunque sus detractores en la dirección de la Internacional Comunista, los tildaron despectivamente de una pretensión de excepcionalidad. Acabado el X Pleno del Comité Ejecutivo de la IC, en julio de 1929, la delegación italiana –Togliatti, Grieco y el sindicalista Di Vittorio– fue llamada a capítulo en una reunión en la que estuvo sometida a una andanada de invectivas por parte de Manuilsky, Ulbricht, Stepanov, responsable entonces del Secretariado Latino del CEIC, y el ucraniano Vasiliev, una de las piezas básicas del aparato de organización del CEIC[4]. Ulbricht acusó al PCI de no ser combativo con el fascismo y ser demasiado permeable a las concepciones «socialfascistas»; Manuilski de haber sobrevalorado las consignas transitorias, y Vasiliev se lanzó a fondo en su acusación de gradualismo al PCI y la condena de la concepción de la revolución popular, que para él no podía ser otra cosa que reformismo enmascarado, como expresión de gradualismo. Todos ellos reprochaban a la dirección del PCI de haberse situado, por sí misma, en una posición de excepción dentro de la IC. Toda la delegación rechazó sin fisuras las acusaciones, aunque correspondió a Togliatti, como era lógico, las respuestas más contundentes y… la adopción de una solución también «transitoria» para la nueva tormenta que se producía entre la dirección de la IC y el PCI. Sobre la relación con la socialdemocracia, Togliatti se había negado siempre a adoptar el término «socialfascista» y se mantuvo en la interpretación de la socialdemocracia como ala de la burguesía; y frente a la acusación de gradualista defendió la revolución popular, apoyándose en Lenin: «Se trata de una de las características de la revolución. La revolución en Italia ha de tener esa característica, sin la cual no vencerá», reiterando la autocrítica de las movilizaciones de postguerra, que habían ignorado la cuestión campesina. Di Vittorio detalló: «las fuerzas motrices de la revolución italiana son: la clase obrera, los trabajadores agrícolas, los campesinos pobres del Mezzogiorni en Italia (que constituye una clase semiproletaria que se encuentra en situaciones peores que el proletariado) y las minorías nacionales».

La discusión iba camino de una nueva ruptura que el PCI, clandestino y con un cuerpo militante muy frágil, no podía permitirse. Togliatti propició una salida, a lo Galileo, a la espera de tiempos mejores. «Siempre hemos dicho que era tarea de nuestro partido estudiar la situación particular en Italia (…) Si el Comintern nos pide no hacerlo más, no lo haremos más. Pero, ¿no es un problema político estudiar la particularidad de la región italiana? (…)Si hacer eso es “excepción” no lo haremos más; pero, ya que no se puede impedir pensar, nos guardaremos para nosotros estas cuestiones y nos limitaremos a hacer afirmaciones personales. Sin embargo, yo afirmo que este estudio debe hacerse»[5]. E pur si muove. Togliatti evitó hacer una autocrítica, pero aceptó no desarrollar la «excepcionalidad» de manera concreta mientras el Comintern, la expresión de la mayoría política de la IC, se lo pidiera y esperar a que lo que estaban haciendo dejara de ser considerado excepción; conocedor de todo el panorama –de la situación de Italia, de la URSS y de la IC– y responsable efectivo del partido se tragó el sapo, sin reconocer nunca que fuera buena comida. Aceptó incluso compartir dirección con Longo y las juventudes comunistas, que se alineaban con el CEIC en las críticas a la política del partido en los últimos años. No solo salvó la unidad del grupo dirigente y probablemente la del partido; salvó la propuesta que se estaba haciendo y que puso de nuevo en el centro de la política comunista, y no solo la italiana, a partir de 1935 en el transcurso de la formulación del Frente Popular y poco después como orientación revolucionaria en la guerra de España.

Notas

[1] Paolo Spriano, Storia del PCI. De Bordiga a Gramsci…, pag. 295
[2] La corriente maximalista siguió siendo mayoritaria en el PSI, partidario de una Tercera Internacional que en 1920-1921 no se integró en ella por discrepancias no insalvables sobre las condiciones de admisión. En 1922 Lenin propugnaba en Italia una fusión entre los socialistas terceristas y el PCI, similar a la del KPD y el USPD en Alemania
[3] La Ley Acervo, promovida por Mussolini en 1923, por la que la candidatura que alcanzara más del 25% de los votos, se alzaría con los 2/3 de los escaños; no habría necesitado ese abuso, la «lista nacional» de Mussolini obtuvo más del 66% de los votos.
[4] «Togliatti, Grieco e Di Vittorio alla comisióne italiana del X Plenum della Internazionale Comunista» con introducción de Ernesto Raggioneri, Studi Storici, 1971, nº 1
[5] Ibidem

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