Un punto de encuentro para las alternativas sociales

El poder para todos

Andriy Manchuk

‘Oligarquía’. Este término del diccionario crítico de la política ucraniana fue introducido en los 90 con un objetivo malicioso: utilizarlo en la propaganda para diferenciar a los ‘honrados empresarios europeos’ de los ‘nuevos ricos corrompidos mafiosos’. Sin embargo, en los últimos meses lo han pronunciado con odio millones de personas en el este y en el oeste del país dividido por la guerra civil: los maidanistas y los ‘antimaidanistas’. A pesar de la diferencias de puntos de vista esta palabra ha sido una contraseña de la desconfianza de la sociedad hacia aquellos que gobernaron durante los últimos decenios Ucrania y la han llevado a la actual catástrofe. Pocos de aquellos que la repiten hoy prácticamente a diario -si no en acciones de protesta, en los autobuses, en las cocinas, en las páginas de sociedad y en las zonas de fumadores- saben que ὀλιγαρχία se puede traducir con la expresión ‘el poder de unos pocos’. Sin embargo prácticamente todos entienden intuitivamente el sentido de este concepto: la oligarquía gobierna allí donde están privados de derechos la mayor parte de los demás ciudadanos. Ya Aristóteles indicaba en ‘La política’ que ‘la oligarquía preserva los intereses de las clases ricas’, añadiendo: ‘En las oligarquías se ocultan en germen los dos tipos de desorden: la discordia de los oligarcas entre sí y, además, su desacuerdo con el pueblo’. Algo parecido se puede oir hoy en Kharkov, Mariupol u Odesa, en los mítines contra el régimen de Kiev -en la región de Lvov y Volynia, donde protestan los familiares de los soldados que no quieren ir a la guerra-. Claramente la gente sencilla, desconocedora de las ciencias sociales, también comprende que el régimen político en Ucrania -en su momento el de Kuchma, Yushchenko, Yanukovich y especialmente ahora- defiende los intereses de la minoría rica, a costa del saqueo de cada vez más cantidad de gente que cae por debajo del umbral de la pobreza. De la misma forma que el Maidán fue un episodio decisivo del enrocamiento interno de la élite, cuando un puñado de medios de comunicación y de control de los superricos empezaron una pelea por el reparto de los váteres de oro -tomando el poder de las manos de los simplones engañados, ‘levantados’, ‘saltadores’ y muertos en nombre de este gran objetivo-.

‘La oligarquía se perpetúa no mediante la conservación continua del poder en las mismas manos, sino que alternativamente deja caer el poder de una mano para cogerlo con otra’, advertía Karl Marx.

Aquellos que en otro tiempo robaron Ucrania, privatizando la propiedad pública y separando con un abismo de desigualdad a sus conciudadanos, han alcanzado ahora el más alto grado de poder político. No se puede negar: el principal resultado de Maidán, en esencia, ha resultado ser que los más odiosos representantes del capital financiero e industrial, quienes antes gobernaban el país indirectamente, mediante sus protegidos, han colocado abiertamente bajo su control el poder estatal: repartiéndose entre ellos los puestos de gobernadores de las regiones industrializadas de Ucrania y nombrando de entre su medio a un presidente-millonario.

La monopolización del capital llevó como resultado lógico a la monopolización del poder estatal en sus manos. Incluso los capitalistas ‘del Donetsk’, quienes escogieron como su principal blanco el Euromaidán, finalmente prestaron juramento de fidelidad al gobierno que llegó al poder, lo que expresaba claramente su carácter de clase.

‘El talón de hierro de la oligarquía’, sobre el que advertía en su distopía Jack London, aplastó al país, apoyándose en el aparato represivo estatal y los escuadrones paramilitares de los mercenarios derechistas. Este hecho es evidente incluso para muchos de aquellos quienes aún no se han librado del todo de la ilusión del ‘euromaidán’.

El poder comprende que es peligrosa la hostilidad popular, intentando obligar al país a amar a los oligarcas ‘correctos’, ‘patrióticos’, de cuyas virtudes imaginarias hacen publicidad día y noche los canales de televisión bajo su control. Aunque estos capitalistas no solo tienen la responsabilidad de la guerra vinculada a sus intereses, sino que sin especial embarazo la utilizan para enriquecerse con la sangre derramada. Baste recordar el affaire, brillante por su cinismo de Igor Kolomoyski, el cual, se supone, llenó gratis de combustible los tanques del ejército ucraniano, aunque, lo que pasó en realidad, es que la dirección del Ministerio de defensa compró esta gasolina a una empresa bajo el control del oligarca de Dniepopetrovsk -con la ayuda de una negociación corrupta en la licitación opaca-. El dinero lo gastó en la formación se su propio ejército privado con militantes del ‘Sector de Derechas’ -solo un poco de los beneficios obtenidos de la refinanciación del estado, que fue generosamente organizada para la banca de Kolomeyski agradeciéndole su apoyo al régimen justo. La cuenta es para nosotros, los ciudadanos ucranianos.

Hoy está claro que precisamente ellos -los más importantes capitalistas del país- tienen la principal responsabilidad de la guerra que lo golpea, del empobrecimiento de sus habitantes, de la catástrofe económica y social, de la degradación y retorno al estado salvaje de la sociedad, de la desintegración de la misma Ucrania como tal. Es evidente que los intereses de este pequeño grupo de amos del país y la clientela que los sirve, entre la que se incluye a los trabajadores intelectuales ‘con doble estándar’ de los medios de comunicación, los ‘politólogos’ pagados y los ‘expertos’ complacientes en pleno conflicto de intereses con la mayoría de los habitantes de Ucrania. Lo que es una bendición para ellos es mortal para todos nosotros.

La crisis que ha arruinado a millones de personas solo ha enriquecido a los oligarcas. La guerra, que era un desastre para nuestro país, ha traído nuevos millones de aquellos que embrutecidos por los programas patrióticos en las televisiones ucranianas se alegran histéricamente de la muerte de nuestros conciudadanos. Con la ayuda de esta propaganda intentan inculcar el mito de que son culpables de todos nuestros males los enemigos ‘exteriores’ e ‘interiores’, desviando su ira del auténtico enemigo de clase.

Es necesario entender que todo esto le parece absolutamente aceptable a la clase dirigente ucraniana protegida por los europeos, siguiendo la tesis leninista: ‘… el imperialismo intenta reemplazar la democracia en general por la oligarquía’. El país indigente, destruido por la guerra, encabezado por una élite capitalista corrompida, completamente dependiente de los créditos del extranjero y que conserva el poder por su voluntad: esta es precisamente la Ucrania creada bajo los eslóganes patrióticos, la que organizan completamente los funcionarios de Bruselas y Washington.

La oligarquía es la guerra, es la pobreza, es el fascismo. Ucrania necesita una ‘desoligarquización’, lógica conclusión práctica que debe hacerse de lo que ha sucedido en nuestro país en los últimos 23 años y única oportunidad de salvación. La camarilla del dominio político de los superricos debe ser aplastada: el camino es destituirlos del poder, el camino es la nacionalización de las empresas robadas por ellos y pertenecientes a sus bancos. Pero esto no es posible sin una acción política unitaria de los trabajadores del este y el oeste, que deben golpear al régimen desde los dos lados del frente de nuestra guerra civil no necesaria para nadie.

Para conservar su dominio y sus capitales los gobernantes actuales del país están preparados para seguir hasta el último ucraniano esta guerra útil para ellos, disparando a la gente de los barrios, lanzando a la guerra a reclutas sin instrucción, alargando cruelmente este conflicto durante meses y dejando heridas que no cicatrizarán en muchos años. Por eso las acciones contra ellos deben producirse en todas partes: en Donetsk, donde los que protestan tomaron hoy al asalto la oficina de la Unión Industrial del Donbás, perteneciente a Taruta, en Kiev, en Kharkov, en Vinnitza, Odesa, Dnepopetrovsk y Lvov.

Abajo ‘el poder de unos pocos’. El poder en Ucrania lo debe tomar en sus manos el pueblo, convirtiendo la guerra civil desatada por los oligarcas en una guerra de clases contra los oligarcas. No por autointerés y no por venganza: como decían las palabras del Ernest Evergard Jack London, pronunciadas directamente a la cara de los gobiernos oligarcas: ‘Habiendo aprendido gracias a amargas experiencias, sabemos que con vosotros no sirve ningún llamamiento a la justicia, al humanismo, a la legalidad. Vuestros corazones son indiferentes, como el talón con el que pisoteáis a los pobres. Por eso intentamos conseguir el poder’.

Fuente: http://liva.com.ua/oligarchy-ukraine.html

Traducción de Carlos Valmaseda

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