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Un nuevo escenario de las luchas de clases

Evaluación, inflación y grupos sociales

El gobierno de Duhalde intenta reprocesar las demandas populares para que nada cambie. La nueva política económica descargará los costos de la devaluación sobre los salarios y proseguirá el ajuste fiscal para acceder a los favores de Washington. La inflación abrirá un nuevo escenario de las luchas de clases.

La enorme oleada popular que volteó a De la Rúa y Cavallo y devolvió a Rodríguez Sáa a la tranquilidad de San Luis, ahora será utilizada para sostener el brazo de los devaluacionistas. Sin embargo, este intento de reprocesar las demandas populares desde el gobierno para que nada cambie, necesariamente seguirá conviviendo con el fantasma de los cacerolazos, ya que el (¿nuevo?) esquema de política económica descargará los costos de la devaluación sobre los salarios y proseguirá el ajuste fiscal para acceder a los favores de Washington. Para colmo de males, los dos núcleos más sensibles que hoy concentran el malhumor social, el inédito nivel de recesión y el «corralito», seguirán vigentes por más discurso keynesiano que se ensaye. El primero, porque la devaluación agravará la caída de los salarios reales a favor de unos pocos exportadores e industriales locales y, sumada al ajuste estatal, profundizará el derrumbe productivo; el segundo, porque el «corralito» solo se abrirá en cuentagotas remachando la depresión económica, ya que la plata que los ahorristas pusieron en los bancos fue fugada al exterior consumando uno de los robos más flagrantes de la historia.

Devaluación

La devaluación anunciada por Remes Lenicov supone una transferencia de ingresos desde los trabajadores hacia los exportadores y algunos grupos industriales. Al no haber control de precios ni compensación alguna, la devaluación se trasladará preventivamente a los precios domésticos minando el poder de compra de los alicaídos salarios reales. Quizás el gobierno logre sortear el descontrol hiperinflacionario, pero sin dudas tolerará la caída de los ingresos reales.

Por caso, antes del anuncio formal de la devaluación se implementaron fuertes remarcaciones de precios en productos de consumo masivo, anticipando la suerte de los salarios. Los supermercadistas y empresarios del sector alimentario se comprometieron con el gobierno a no aumentar los precios «más allá de la pauta cambiaría», o sea: prometieron acomodar los precios según cómo impacte la devaluación en sus costos. El gobierno les creyó.

Pero los aumentos siguieron y se expandieron a los comercios que venden electrodomésticos, artículos de computación, materiales para la construcción, productos de perfumería, y en algunos comestibles como el pan que llegó a aumentar un quince por ciento. Como Juan Carlos Pugliese hace once años, el presidente Duhalde convocó a los sectores más poderosos de las cadenas de comercialización para pedirles que «den una mano en un momento tan especial del país».

Asimismo, con la devaluación el endeudamiento total -hoy dolarizado- aumenta en 87 mil millones de pesos, y más de esa mitad le corresponde al Estado. De este modo, todos (el sector público y los empresarios privados, incluidos los bancos) entran en una etapa de convocatoria de acreedores, donde sincerarán la imposibilidad de pagar, incluyendo a los depositantes cuyos fondos quedaron presos en los bancos. Como ocurre con una empresa individual, los costos principales de esa convocatoria los pagarán los asalariados y los excluidos. La única compensación de la devaluación ha sido para los endeudados, que serán asistidos por el Estado. Ese subsidio se pagará con inflación, es decir, con una salario real -si aún cabe- más bajo que el actual.

Como en los últimos diez años, una vez más el Estado interviene para proteger a los grupos económicos y a los bancos. Instrumenta una devaluación ortodoxa, sin compensaciones, privilegiando a los grandes capitales que ya pusieron a salvo sus depósitos fugándolos al exterior. Al mismo tiempo, el gobierno promete planes de empleo de 200 pesos que, seguramente, cuando sean cobrados la devaluación habrá reducido a la mitad.

Escenarios

El escenario que viene es una combinación socialmente explosiva de depresión productiva con inflación. Para Remes, las desgracias hoy sirven de consuelo: como la gente no tiene un peso, la ausencia de demanda impedirá que haya una fuerte remarcación de precios. «Habrá algún efecto en los importados y en algunos productos exportables», sostuvo el ministro.

«Recuerdo la devaluación del 67 que fue del cuarenta por ciento -dijo Remes a los periodistas-, y los precios aumentaron muy poquito porque hubo una política fiscal y monetaria serias y un acuerdo voluntario con empresas para morigerar eso», relató. Para el funcionario, solo hubo estallido inflacionario cuando la devaluación fue acompañada de emisión y el Estado estaba desordenado en materia fiscal y se aumentaban los salarios. Remes promete que esos peligros no se repetirán, pero olvida que la economía argentina, a pesar de diez años de convertibilidad, aún sigue dolarizada.

Ahora el tema crucial es: ¿cuál será el valor del dólar en el mercado libre de cambios? El gobierno apuesta a que la cotización ronde 1,55, un valor compatible con el tipo de cambio oficial de 1,40. Sin embargo, si el dólar libre se dispara, alentara aun más la remarcación de precios ya en marcha. Para evitar ese resultado, Economía restringió las operaciones de compra y sólo se podrá comprar divisas con pesos billete. En esa dirección, el dólar oficial fijo fue instrumentado como un «ancla nominal» de los precios, un valor de referencia que en una economía dolarizada debería contener las expectativas inflacionarias. Sin embargo, si el dólar libre se dispara pasará a ser el verdadero valor de referencia y desbocará el crecimiento de los precios.

Así, el equipo económico de Remes Lenicov limitará al máximo la cantidad de pesos a canjearse por dólares, de manera de desalentar la demanda de divisas, y tampoco estará permitido pasar cajas de ahorro o cuentas corrientes de pesos a dólares, ni adquirir la moneda norteamericana con cheques. Como en los tiempos de Alfonsín, el Banco Central intervendrá en el mercado libre vendiendo dólares para frenar una suba descontrolada de la divisa.

De tal modo, si tiene éxito para controlar la explosión de los precios habrá sacrificado toda forma de reactivación por años. No obstante, los tiempos de estabilidad y deflación habrán quedado en el pasado y se abrirá una nueva era donde la inflación, es decir, la pelea de los distintos actores sociales por porciones de un ingreso cada vez menor, reaparecerá como un nuevo escenario de las luchas de clases.

 

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