“Conectar a través de diferentes escalas y trabajar juntos”
Usted ha defendido el “derecho a la ciudad” como un movimiento de resistencia contra la apropiación y concentración del poder y de la riqueza en las clases más favorecidas, las élites financieras y el capital mundial. Ante este telón de fondo, nos gustaría preguntarle: ¿Cómo se puede explicar que en América Latina sean las zonas rurales las que han prestado mayoritariamente apoyo a los gobiernos populares frente a las zonas urbanas?
A lo largo del último siglo hemos sido testigos de un proceso de urbanización planetaria que ha conllevado la disminución acelerada de la distinción entre estilo de vida rural y urbano, la destrucción/transformación de muchas (aunque no todas) las sociedades rurales y campesinas a través de la industrialización, de la agricultura, de la urbanización del espacio rural y la desposesión de la población rural del acceso a la tierra, al agua y a otros recursos básicos. La migración forzada de la población a regiones urbanizadas junto con el despliegue, cada vez más acusado, del capital productivo en las prácticas propias de la construcción de las ciudades ha traído como consecuencia una importante transformación ecológica en relación a cómo los seres humanos viven en el planeta Tierra. La urbanización planetaria y su gran cantidad de destrucción creativa ha desatado igualmente toda una pléyade de movimientos sociales en contra de la acumulación por desposesión, así como contra la destrucción de las relaciones sociales y contra las perturbaciones medioambientales y las catástrofes. Incluso cuando se dan en áreas clasificadas como rurales, puede hablarse de luchas dentro de, y contra, el macro-proceso de urbanización planetaria. No todos estos movimientos son progresistas. De hecho, en muchos casos los movimientos tratan de proteger a sectores privilegiados de promotores y pensionistas parasitarios y depredadores de un Estado agente de la acumulación, el cual excluye a otros colectivos necesitados y migrantes de ciertos espacios sociales privilegiados (comunidades cerradas). Pienso en el movimiento del “derecho a la ciudad” como un proyecto político en el que los desposeídos reclaman su derecho colectivo a construir y reconstruir los espacios y lugares en los que viven de acuerdo con sus mayores deseos. Es un movimiento surgido en los intersticios de la urbanización planetaria que pretende redirigirla y reformarla de manera colectiva hacia fines socialmente más justos y medioambientalmente, aceptables. Esto no termina en los límites de alguna entidad ficticia llamada “la ciudad”, sino que busca unir todos los elementos que sufren con las formas de destrucción creativa propias de la urbanización planetaria y de los desarrollos geográficos desiguales, desde los centros de las ciudades hasta las ultra periferias, de un así llamado “suburbio” (slum) a otro.
Usted no tiene reparos en echar mano del concepto de la izquierda y su tradición como fuente de cambio social. Sin embargo, se tiene la impresión de que los nuevos movimientos sociales no están tan asociados a un partido o a una ideología política. Por ejemplo, en Brasil, en las principales capitales del país emergió un movimiento autónomo, independiente e incluso que rechaza la asociación con la izquierda y con el propio PT (Partido de los Trabajadores de Brasil). En Europa, tanto el 15-M español como en Italia, han emergido actores sociales diferentes. El movimiento Occupy Wall Street norteamericano parece responder también a esta nueva fisonomía emancipatoria. ¿Consideraría que ésta sería una característica de los nuevos movimientos sociales, no estar asociado a ninguna ideología o gramática política de izquierda tradicional?
Los partidos tradicionales de la izquierda y las organizaciones de trabajadores privilegiaron a los trabajadores de la fábrica y al proletariado industrial (organizados a través de sindicatos) como vanguardia para producir un cambio social gradual y para la construcción de una alternativa socialista. Pienso que ha llegado el momento de centrarse en la vida cotidiana, en sus dificultades y sus satisfacciones, como nuevo semillero para la organización política. He argumentado siempre que tendríamos que reconocer el carácter de clase de muchos de los movimientos sociales urbanos e intentar crear alianzas entre ellos y los trabajadores organizados para así cambiar la vida cotidiana. Gramsci está de acuerdo con esta forma de pensar. La organización de los consejos de fábrica, argumentaba en 1919, debe ser paralela a la creación de comités en los barrios o distritos (ward). Estos deberían “tratar de incorporar delegados de otras categorías de trabajadores que viven en el barrio (ward): camareros, taxistas, conductores de tranvías, del ferrocarril, barrenderos, empleados privados, oficinistas y otros.
El comité de barrio tendría que ser la expresión de la totalidad de la clase trabajadora que vive en el barrio, una expresión que es legítima y vinculante, que puede hacer cumplir una disciplina espontánea delegada y respaldada por las potencias y que puede ordenar el cese inmediato y completo de todos los trabajos en el barrio”. ¡De ninguna manera es esto una descripción del proletariado industrial clásico! Y además, tengamos en cuenta que esta es la única manera en la que podrían representarse los intereses de toda la clase obrera y movilizar su poder colectivo. Esto es lo que enfatiza el derecho a la ciudad. Pero como cualquier movimiento, es siempre susceptible de cooptación y puede ser demasiado fácilmente reconvertido hacia fines neoliberales. Esto no debería disuadirnos de perseguir el derecho a la ciudad como objetivo político y como misión política cuyo fin es la transición hacia una alternativa anticapitalista. Pero esto implica una nueva manera de hacer política que tiene todavía que emerger robustamente de los restos de formas anteriores de oposición organizada.
En La condición de la posmodernidad, usted subraya que, al insistir en que lo importante era la cultura y la política y no tanto la determinación económica, la Nueva Izquierda se apartó de su capacidad para encarar una perspectiva crítica sobre sí misma y fue incapaz de detener a las nuevas fuerzas neo-conservadoras, que la obligaban a competir en el mismo terreno de la producción de imagen, estética y poder ideológico. ¿Seguiría manteniendo este diagnóstico a la vista de la incapacidad de la izquierda tradicional de generar hegemonía social?
Gramsci dijo una vez que cuando los asuntos políticos son traducidos a cuestiones culturales se vuelven imposibles de responder. Con esto estoy seguro que no quiso decir que los asuntos culturales sean irrelevantes. La deconstrucción de las muchas máscaras culturales de la desigualdad social es crucial para la acción política. El planteamiento de preguntas a través de la crítica cultural es inestimable —era así en los sesenta y continúa siéndolo hoy. El gran error, no obstante, es creer que puede haber respuestas culturales que no necesitan enfrentarse a estructuras de poder político-económico y a procesos que tienen lugar en pleno corazón del sistema capitalista. En mi opinión todavía hay una reticencia malsana e inútil a explorar las respuestas político-económicas desde las cuestiones culturales, y esta reticencia es algo que promueve activamente el capital.
En su capítulo “La construcción del consentimiento” de su Breve historia del neoliberalismo usted analiza cómo el contraataque neoliberal utilizó todos sus “poderes de persuasión, cooptación, soborno y amenaza para mantener el clima de consentimiento necesario para perpetuar su poder”. También destaca en qué medida este contragolpe absorbió algunas de las demandas del 68 bajo una retórica individualista. ¿Qué quedaría de esa homogeneización neoliberal en 2014, a la vista de las dificultades que esta retórica se encuentra para ganar consentimiento?
El neoliberalismo fue y todavía es un proyecto de dominación de clase diseñado para restaurar y consolidar la clase económica dominante y el poder político. Como tal, tiene una dimensión ideológica en la que las concepciones mentales están moldeadas hacia el individualismo y hacia ciertas formas de subjetividad política, tales como la responsabilidad personal. El proyecto ha tenido un éxito extraordinario en la mayoría de los lugares. La concentración de riqueza y poder en una oligarquía global ha tenido lugar a buen ritmo y de hecho se ha acelerado a través de los años de crisis hasta nuestros días. A nivel ideológico, sin embargo, se puede cuestionar la legitimidad de este proyecto y de sus resultados, en los cuales le va muy bien al capital corporativo y a la élite capitalista, mientras que a la gente, en general, le va muy mal. Pero con tanto control de los medios e incluso de la educación, por no hablar de la compra al por mayor del proceso político, para la disidencia organizada resulta muy difícil prosperar. En su lugar vemos irrupciones sociales efímeras por todas partes, pero pocas señales de un movimiento social de base amplia a largo plazo con el propósito de construir una alternativa.
Usted ha hablado con preocupación en una entrevista reciente (con Lina Megalhäes, Viento Sur, mayo de 2014) que la emergencia de “partidos locos en Europa, donde líderes carismáticos intentan captar lo que está ocurriendo en las calles”. En los procesos políticos latinoamericanos, sin embargo, también hemos visto cómo estos liderazgos han cumplido una función política desdeñable. ¿Qué valor daría a estos nuevos liderazgos, muy diferentes, todo sea dicho, en el proceso de resistencia frente a la lógica global de desarrollo capitalista?
Cuando dije esto me estaba refiriendo, por supuesto, al surgimiento de movimientos fascistas, particularmente en Europa (siendo un ejemplo Amanecer Dorado en Grecia). Yo defiendo estos días una nueva forma de hacer política pero al mismo tiempo me opongo a lo que llamo el “fetichismo de formas organizativas particulares”, que condena a la impotencia a cierta izquierda contemporánea frente al poder de clase capitalista fuertemente centralizado, movilizado en la actualidad a través de un aparato estatal represivo. En algunos segmentos de la izquierda hay un miedo profundo a la jerarquía y por extensión, a estructuras de fuerte liderazgo, y pienso que la emergencia de tales estructuras en Venezuela, Bolivia, Ecuador y en otras partes no debería desestimarse por carecer de elementos positivos, aunque crea que es fundamental construir mecanismos para hacer rendir cuentas al liderazgo. Desafortunadamente, en la tradición política latinoamericana existe siempre el peligro de caer en el estilo de gobierno peronista y de “caudillo”, de modo que no estoy defendiendo que todo eso esté bien. Pero se necesita un liderazgo fuerte para hacer frente a las inmensas concentraciones de poder político y militar en el Estado capitalista.
Volvamos a Europa: es sabido que las élites financieras desempeñan una función fundamental en la acumulación capitalista, así como en los gobiernos europeos y en otros entramados políticos. Desde su punto de vista, ¿cuál es la escala territorial más prometedora de cara a construir nuevos proyectos políticos? ¿Gobiernos locales y municipales? ¿Los départements franceses o las comunidades autónomas españolas? ¿Qué función pueden desempeñar las instituciones europeas en estos proyectos?
Siempre he pensado que la forma cómo abordó esta cuestión el Manifiesto Comunista fue ejemplar. Comenzamos al nivel del individuo que reconoce su propia alienación. Los individuos se reúnen en lugares de trabajo (a los que yo añadiría ahora centros comunitarios) y reconocen su alienación mutua. Entran en alianzas con trabajadores en otros lugares y otras comunidades y así comienzan a trabajar juntos en el nivel regional/urbano. Entonces reconocen la necesidad de conquistar el poder estatal y de pasar a un nivel de política nacional antes de que, al final de la argumentación, lleguemos a pensar en los trabajadores (y habitantes) del mundo uniéndose para liberarse de sus cadenas en todas partes. En otras palabras, es importante desplazarse a través de estas diferentes escalas o niveles y no privilegiar una sobre las demás. En el pasado se enfatizó demasiado el poder del Estado pero ahora gran parte de la izquierda prefiere trabajar en el nivel local. Esto es un error. No puede afrontarse la pregunta crucial de las infraestructuras organizativas físicas y sociales que los movimientos locales autónomos necesitan para prosperar y para colaborar e integrar sus actividades de apoyo mutuo a través del espacio y el tiempo. Necesitamos encontrar maneras de conectar a través de diferentes escalas y trabajar juntos, así como escalas móviles, con el fin de maximizar nuestra efectividad política.