Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Ser campesino es un modo de vida

Iván Bustillos Zamorano

El sociólogo mexicano estuvo en Bolivia la semana pasada para comentar la reciente publicación de la Vicepresidencia del Estado, Karl Marx. Escritos sobre la comunidad ancestral. En el acto de presentación del libro, el vicepresidente Álvaro García Linera agradeció la presencia de Bartra, reconociéndole: “Mi profesor, mi maestro, (con el que) algún rato comentaremos las deudas intelectuales que yo tengo hacia ti, no solamente de cuando era estudiante sino hasta el día de hoy”. Y es que en su exposición (previa a la de García Linera), Bartra no dejó de criticar al Mandatario (uno de cuyos textos está incluido en el libro de Marx): si bien reconoció en el escrito del Vicepresidente un estudio ordenado de la comunidad, le cuestionó cierto mecanicismo o reduccionismo, el “problema metodológico” de acercarse a la comunidad tal como Marx se acerca al capitalismo, como un modo de producción, cuando la comunidad es mucho más —dijo—, es un modo de vida, una socialidad…

Sociólogo dedicado a la temática rural, Bartra fue fundador y director en México del Instituto de Estudios para el Desarrollo Rural Maya durante al menos 24 años, un hecho que ilustra su vocación… “Más de 24, quizás treintaitantos, pero no importa, sí, muchísimo, una vida pues…”, corrige al reportero. De su cosecha es el término “campesindio”…

Usted ha construido o usado el término “campesindio”. ¿Qué alcance tiene esta categoría?

Diría que yo no construí esa categoría; esa categoría la construyeron ustedes, en Bolivia. Yo he estado siguiendo lo más cerca que puedo los movimientos sociales en el mundo, en el continente, en México, pero también en la franja andino-amazónica. Empezó a emerger con mucha potencia un sujeto social muy claro, muy protagónico, no siempre integrado, constituido por elementos distintos, pero que se expresó de manera muy clara llevando al gobierno al MAS, a Evo, haciendo posible la Constituyente. Un sujeto que será campesino por un lado, es decir, resultado de algún modo de la modernidad, y, por otro lado, indio, es decir, con una raíz ancestral.

Un sujeto sobre el que, sin embargo, parece que no hay acuerdo sobre cuánto de clase social es, así como “campesindio”.

Creo que hablamos de clase, de lucha de clases, de poder de clase refiriéndonos a un sujeto social, colectivo, de grandes dimensiones, de larga duración; que no se constituye solo en una coyuntura sino que dura; que aparece no solo en un lugar, sino que tiene una presencia multirregional, y que en un periodo histórico más o menos prolongado empieza a definir una cultura propia. Pero lo que tenemos aquí es, por un lado, etnias, y por otro lado, clase. En un continente colonizado como éste, las etnias han sufrido por partida doble, por ser trabajadores, trabajo forzado, obreros, campesinos pobres, pero además por ser indios, hoy indígenas, pueblos originarios. Entonces, hay una doble opresión, una étnica y otra clasista, y por esto la expresión “campesindios” refiere una doble explotación, una doble dominación, y una necesidad de liberarse anticapitalista, por una parte, pero también descolonizadora, por otra.

Recién salió un estudio de la Fundación Tierra en el que se constata una suerte de arrinconamiento de la clase campesina.

Yo creo que los campesinos han estado arrinconados siempre, en Bolivia y en el mundo; el arrinconamiento es la condición misma de los campesinos dentro del capitalismo; no están nunca en expansión, salvo en periodos muy cortos en que un triunfo político o un movimiento social los coloca a la ofensiva; en términos generales están a la defensiva, están siendo desgastados, disminuidos, corroídos por dentro, aculturados; migran, abandonan sus costumbres, pierden sus conocimientos agrícolas, les quitan tierras, pierden importancia económica, importancia demográfica y, sin embargo, cualitativamente están ahí, y es que finalmente, nuestros países se siguen alimentando sobre la base de una agricultura en alta proporción campesina. Los campesinos nos alimentan; siguen siendo, desde el punto de vista del abasto alimentario, un sector fundamental.

Ahora, por ser indígena, el tema cultural parece clave.

Creo que aun aquellos jóvenes del campo que ya no desean seguir la ruta de sus padres, que les han visto fracasar una y otra vez, y que aspirarían a una vida distinta, irse a las ciudades, migrar; aun estos jóvenes, en términos de identidad, de cultura, imaginario, de los paradigmas con los que piensan y viven, siguen siendo campesinos. No se puede comprender El Alto, por ejemplo, sin su raíz campesina.

Esto nos lleva a identificar ciertas prácticas sociales y políticas propias de los campesinos; éste parece su otro potencial.

Absolutamente. Los campesinos son muchas cosas a la vez, combinadas; cosas distintas a lo largo del año, a lo largo de su vida; y a veces son cosas distintas porque un mismo pueblo campesino que migra, se transforma de ser un poblador local en su zona de origen, un aymara, a ser un colonizador, por ejemplo; y a identificarse más como campesino que como indio; es decir, los campesinos tienen mil caras, mil comportamientos distintos, y si uno identifica a los campesinos lo tiene que hacer en esta multidimensionalidad. Yo y otros sociólogos hemos dicho que ser campesino es un modo de vida, vida material y espiritual, vida política y vida económica; incluye el modo de pensar y actuar, el modo de amar, de morir, de comer, bailar, celebrar.

Pareciera referirse a una identidad social de gran alcance.

Tiene que ver con paradigmas, un modelo, una manera de enfrentar los problemas. El modo de enfrentar los problemas de aquellos que ya no tienen raíces campesinas, o que las han negado radicalmente, va a ser distinto de aquellos que todavía tienen ese origen campesino, lo que los capacita, por ejemplo, para elaborar estrategias diversificadas, con múltiples elementos a la vez; lo que decimos los campesinos en México, “no poner todos los huevos en la misma canasta”, especializarse, solo saber una cosa, depender de un solo cultivo, no tener más que un ingreso; eso es suicida, y los campesinos lo saben. Los campesinos reparten los huevos en diferentes canastas para que si se rompen, no se rompan todos. Esta estrategia de diversificar, de tener muchas apuestas al mismo tiempo, de sembrar diferentes cultivos y no uno solo, es una estrategia para enfrentar la adversidad; y si un país, Bolivia, México, no aprende que hay que desarrollar múltiples dimensiones, nos va a ir muy mal.

En sus textos usted también valora mucho el, digamos, aporte democrático de lo “campesindio”.

Sí, pero las formas de ejercer el poder, el mal poder, el poder injusto, el poder de los privilegiados, son distintas en la democracia formal y en la democracia campesina. Los campesinos no viven en un orden democrático, perfecto, armónico, en donde todo se resuelve colectivamente por consenso. Entre los campesinos hay lo que se llaman caciques, hay poderes, hay quienes mandan, quienes controlan, dominan, quienes se enriquecen, pero lo hacen a través de la comunidad, no a través de partidos, repartiéndose en la clase política los cargos y los recursos; sino que lo hacen en un sistema deliberativo.

Tampoco hay que idealizar la democracia comunitaria o campesina.

Hay que democratizar el sistema deliberativo de los campesinos o indígenas; pero esto no es decir “ahora van a vivir en un sistema de partidos, todo se va a resolver por representación y por voto secreto”; de ninguna manera: vamos a democratizar la asamblea, vamos a hacer que el consenso y la asamblea sean verdadera asamblea y real consenso, no la caricatura que se ha vuelto. Los campesinos necesitan más democracia, todos necesitamos más democracia; la democracia campesina es distinta a la nuestra. Y si tomáramos a la democracia campesina, y le quitáramos esos vicios que ha contraído con el tiempo, y viéramos su esencia, creo que sí, hay mucho que aprender de la democracia campesina. No se trata de decir “los campesinos viven en verdadera democracia y nosotros no, vamos hacer lo que hacen ellos”. Ni ellos ni nosotros, ni en las ciudades ni en el campo estamos viviendo una democracia como quisiéramos; vamos a aprender a construir la democracia, unos de una forma y otros de otra.

Ahora, la principal crítica a la democracia comunitaria es que ésta puede ser efectiva en lo local, en la comunidad, pero cuando se trata de una región, departamento, el país, ya tiene problemas.

Pues sí. Cualquier cosa que queramos escalar, cambiar de escala, que funciona en pequeña escala, pues va a ser complicado. Yo no puedo trasladar los mecanismos asambleísticos y de democracia participativa directa de una comunidad pequeña a una comunidad campesina o indígena grande, porque ésta ya no va a funcionar igual, tampoco puedo hacerlo para un país; pero los métodos asambleísticos no son que la gente se junta, opina y levanta la mano. Los métodos asambleísticos en esencia son métodos consensuales; el problema del consenso es diferente al de la simple mayoría y minoría. De vez en cuando es necesario apelar a la mayoría y minoría porque no queda otro remedio; pero lo ideal en la construcción de las decisiones políticas es el consenso; éste no significa que la mayoría derrota a la minoría, sino que se construye una unidad, un consenso, que recoge elementos de la minoría y de la mayoría, de modo que todos aprendemos a dialogar y todos aprendemos a ceder. Cuando tengamos una sociedad más justa, más equitativa, cuando nuestras diferencias no sean tan profundas, que yo no tenga tanto y tú no tengas tan poco, seguirá habiendo diferencias, pero el consenso será más fácil; será un consenso entre iguales.

¿No se necesita cambiar el Estado también para todo esto?

Sí, hay que recuperar experiencias que tienen los pueblos originarios, pero también hay que inventar. No es posible decir “vamos a hacer un Estado nación campesino”; un Estado plurinacional, con multiplicidad étnica, sí, pero es un Estado. Bolivia es un Estado, y hay decisiones que son de Estado. El problema es cómo se toman estas decisiones, cómo se armoniza el interés regional con el nacional, el interés de un pueblo originario en su territorio, con sus recursos y el interés de los bolivianos todos. Si es un pueblo amazónico, y va a haber una carretera, cómo se negocia y se discute si ésta es conveniente para el Estado boliviano o no lo es; si pueden o no pueden ceder. Esto no está resuelto; y esto significa precisamente reconstruir el Estado.

Fuente: http://www.la-razon.com/suplementos/animal_politico/Armando-Bartra-campesino-modo-vida_0_2271972841.html

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