Convertir el "No" en un Frente Político
Stathis Kouvelakis
Todos aquellos que albergaban esperanzas ante la perspectiva de un gobierno de Syrza se encuentran todavía hoy en un estado de «shock post-traumático», como acertadamente ha señalado Seraphim Seferiades. El shock es atribuible en primer lugar a la derrota de una estrategia política concreta, pero el alcance de esta derrota y su carácter demoledor es algo cuyos efectos se extienden mucho más allá de la gente comprometida, de una u otra forma, con esa estrategia.
Como miembro del comité central de Syriza durante los últimos tres años, asumo parte de esta responsabilidad colectiva. Por supuesto, no somos todos iguales en Syriza. Como miembro de la Plataforma de Izquierda, durante los pasados cinco años estuve entre aquellos que hicieron constantes intervenciones sobre cuestiones como el euro, viendo el desastre asegurado si no se tomaba otro rumbo.
Pero sería superficial afirmar que lo que ha sucedido no me concierne. La línea mayoritaria en Syriza ha llevado a la debacle, pero los que estábamos en la minoría no hemos sido capaces por nuestra parte de prevenirla, a pesar de los muchos acontecimientos que justificaban nuestra perspectiva.
A pesar de todo esto, no participo en esta discusión con alguna inclinación a la autoflagelación, no solo porque eso no sería útil, sino porque tal postura ofrece una salida fácil, una vía de escape de la sustancia política del problema.
Aquellos de nosotros que han aceptado tales responsabilidades, cada uno según su propio camino, deberían ahora intentar contribuir a una investigación colectiva de lo que podemos hacer juntos desde este punto en adelante, y no simplemente rendir nuestras armas.
Expongo aquí mis pensamientos en esta línea, organizados en tres puntos. El primero es sobre qué es lo que ha sido derrotado exactamente en esta derrota. El segundo, por paradójico que pueda parecer, es sobre qué no ha sido derrotado -lo que queda y tiene potencial para su uso en el futuro-. Y el tercero es, por supuesto, lo que hay que hacer ahora.
¿Qué fue derrotado?
Nunca es evidente en una derrota, y especialmente en una gran derrota de dimensiones históricas, determinar exactamente qué fue derrotado. El ejemplo más característico es el de la caída de la Unión Soviética y el Bloque del Este. Todavía hoy no hay acuerdo en qué fue derrotado con el colapso de aquellos regímenes.
La mayoría todavía piensa que lo que fue derrotado junto con la URSS fue el comunismo, el socialismo, la revolución, la posibilidad de liberación social. Aquellos de nosotros que no están de acuerdo con esto somos una minoría, pero esto no significa necesariamente que estemos equivocados. Pero ciertamente significa que todavía no hemos salido de esa derrota.
El jurado sigue deliberando sobre qué fue derrotado, y no me hago ninguna ilusión de que lo que voy a decir ahora pueda contar con algún tipo de amplia aceptación. Más bien lo contrario. Parece lógico, sin embargo, empezar con lo que desde mi punto de vista es el punto menos controvertido. Lo que ha sido terriblemente derrotado ha sido una estrategia política, la estrategia que la mayoría de Syriza, y de ahí Syriza como tal, ha patrocinado durante los últimos cinco años, y que podría ser llamada «Europeismo de izquierdas».
Era la idea de que se podía dar la vuelta a los memorándums y a la austeridad dentro del marco específico de la eurozona y en un sentido más general, de la Unión Europea (UE). Que no necesitamos tener un plan alternativo porque en el análisis final se encontrará una solución positiva dentro del euro y que mostrar credenciales de «buenos ciudadanos europeos» y profesiones de fe en el euro podía ser utilizado como baza negociadora.
Creo que se ha demostrado exhaustivamente en los últimos meses que nada de este estilo es posible. Se ha demostrado exhaustivamente precisamente porque ha sido intentado por un sujeto político que creía hasta el final en esta posibilidad, que se ha volcado en trabajar dentro de este marco particular y ha rechazado tenazmente estudiar cualquier otro.
Por esta razón, hablar de «traición» y del «traidor Tsipras», aunque se basa en una emoción comprensible -es obvio que alguien se pueda sentir traicionado cuando en el plazo de una semana un 62 por ciento de «noes» se convierten en un «sí»- no nos ayuda a comprender lo que ha sucedido.
Alexis Tsipras, el primer ministro griego, no ha llevado a cabo un plan secreto para «venderse». Se encontró ante la bancarrota total de una estrategia concreta y cuando una estrategia política fracasa significa que solo queda escoger entre las opciones malas y las peores. O más bien, solo queda la peor opción -y esto es exactamente lo que pasó en este caso-.
Por tanto el enfoque del europeismo de izquierdas, el eje sobre el que se centró el debate tanto en Syriza como en la izquierda europea en general, y en el que se vieron reflejados tanto los conflictos del momento como los límites de Syiriza, sufrió una ignominiosa derrota. Dentro de esos parámetros generales hay, sin embargo, algunos otros factores que merecen atención.
El primero es que la estrategia del europeismo de izquierdas significaba naturalmente dejar de lado en gran parte la dinámica de movilización popular. La opción de centrarse en las negociaciones con la troika con vistas a alcanzar una solución mutuamente aceptable llevó rápidamente al primer gran fracaso, es decir, el acuerdo del 20 de febrero firmado entre el gobierno griego y el Eurogrupo.
Este acuerdo no solo ató las manos del gobierno de Syriza, abriendo camino a la capitulación que siguió. Su primera y más inmediata consecuencia fue paralizar la movilización y destruir el optimismo y la militancia que dominaba en las primeras semanas tras la victoria electoral del 25 de enero.
Por supuesto, esta degradación de la movilización popular no es algo que empezase el 25 de enero o el 20 de febrero, una consecuencia de una táctica gubernamental particular. Es algo preexistente en la estrategia de Syriza. Es algo que acompañaba la retirada de las grandes movilizaciones de masas de los primeros dos años del periodo de «terapia de shock» (2010-12), una retirada con sus propias causas subjetivas y, más significativamente, objetivas.
En cualquier caso, la adaptación a estas condiciones, la retirada del movimiento de masas, fue un asunto de elección política por parte del liderazgo de Syriza. Desde un determinado momento en adelante su propio cambio a posiciones cada vez más «moderadas», el paso del «no sacrificarse al euro» y «el euro no es un fetiche» -eslóganes que fueron oídos hasta tan tarde como las vísperas de las elecciones de 2012- a «no vamos a abandonar el euro; aceptarán lo que decimos y eso está tan claro como la luz del día», intensificaron y reprodujeron la retirada.
El segundo punto de la estrategia que ha sido derrotada es la lógica de apaciguamiento que predominaba en el «frente interno» una vez Syriza asumió las responsabilidades gubernamentales. Hay varios aspectos de esta lógica.
El primero es que se hizo una elección concreta en favor de una alianza con el personal político tradicional. Esto es evidente en la selección de Prokopis Pavlopoulis de Nueva Democracia como presidente de la república -por no mencionar otras preferencias igualmente cargadas, como la elección de Lambis Tagmatarchis, un periodista plenamente integrado en el sistema dominante de medios de comunicación, como director de la compañía pública de radiotelevisión reconstituida, una posición de ninguna manera relacionada con las limitaciones de las negociaciones y el conflicto con los acreedores.
El segundo aspecto del apaciguamiento, aún más profundo, es la lógica de evitar el conflicto y la continuidad de los mecanismos del estado profundo y el aparato estatal burgués. Dos ejemplos bastarán para ilustrar este aspecto: el nombramiento de Panos Kammenos, el líder del partido ANEL, para hacerse cargo de la política de defensa y asuntos exteriores, independientemente del contrapeso ejercido por la presencia de Costas Isychos, un viceministro de la Plataforma de Izquierda, en el ministerio de defensa (pero con una información limitada).
El rol del ministro de defensa se hizo evidente: por ejemplo, en la continuación de la colaboración militar entre Grecia e Israel -aunque sería erróneo imaginar que solo Kammenos tiene toda la responsabilidad por esto-. El otro ejemplo, por supuesto, es el que simboliza el nombramiento de Yannis Panousis, un típico político de «ley y orden» con un historial en el Pasok, como ministro de orden público, y ahora, de hecho, con poderes ampliados. Es un caso de una elección clara en favor de la continuidad a nivel de mecanismos represivos del estado, con obvias repercusiones para el equilibrio total de fuerzas político y de clase.
El tercer aspecto: el apaciguamiento del centro de poder económico, la oligarquía, y lo que en Grecia se denomina «diaploki», el intrincado nexo entre intereses empresariales, políticos y estatales. Y aquí debemos ser totalmente específicos. Por supuesto, sería un error echar toda la culpa a personas concretas. Pero debemos dejar claro el hecho de que ha habido enclaves dentro de Syriza que han estado estableciendo puentes con sectores de la oligarquía, incluso antes de que llegase al poder.
No es en absoluto una coincidencia el rol excepcionalmente opaco del viceprimer ministro, Giannis Dragasakis, como la persona dedicada por excelencia a mantener el status quo inalterable en todo el sector bancario y financiero, actuando como una barricada contra cualquier intento de cambio en un sistema que hoy constituye el nervio central, el corazón literal, del poder capitalista en su relación con el estado.
El elemento final en el fracaso de la estrategia de Syriza ha sido su concepción del partido y la evolución de la forma de partido misma -que es plenamente coherente con todo lo que se ha dicho arriba-. Incluso antes de ocupar el gobierno Syriza había tendido a convertirse en un partido cada vez menos democrático, no en el sentido superficial del término -se permitía expresar la propia opinión- sino en el sentido de que sus miembros tenían cada vez menos influencia en la conformación de la política y en dónde se tomaban las decisiones dentro del partido.
Lo que vimos que se estaba construyendo después de junio de 2012 -paso a paso pero sistemáticamente- fue una forma de partido cada vez más centrada en el líder, centralizada y separada de las acciones y la voluntad de sus miembros. El proceso acabó completamente fuera de control cuando Syriza llegó al gobierno. Desde ese momento, los altos círculos del gobierno y los centros clave de toma de decisión política adquirieron una autonomía absoluta respecto al partido.
¿Qué no ha sido derrotado?
Para los pensamientos que siguen he sacado inspiración de un texto de la escritora comunista de la Alemania oriental Christa Wolf, escrito antes de la caída de la República Democrática Alemana pero publicado después, bajo el título de Was bleibt (Lo que permanece, lo que nos queda).
Es un trabajo muy importante que desde mi punto de vista intenta decir lo siguiente: la autocrítica más estricta no debería terminar demoliendo lo que fue un importante esfuerzo colectivo. Pero esto no es todo: la búsqueda de los fragmentos de verdad que eran inherentes, entre contradicciones, en ese esfuerzo inacabado adquiere un significado especial en condiciones de derrota, porque destaca que, incluso si no llegan a realizarse, hay siempre otros potenciales dentro de una apuesta histórica.
La historia nunca está escrita de antemano: su trayectoria siempre pasa por puntos de bifurcación en los que una dirección prevalece finalmente sobre otra alternativa.
Así, ¿qué no ha sido derrotado en Syriza? En otras palabras, ¿que ha habido que haya sido positivo en esta experiencia para la izquierda y el movimiento obrero?
Como primera aproximación, destacaría los siguientes cuatro puntos, que podrían resultar también útiles para la futura reconstrucción de la izquierda radical y la reformulación de una estrategia anticapitalista actual.
Para empezar, el argumento de que un gobierno unitario de fuerzas radicales de izquierda es un instrumento necesario y probado para enfocar la cuestión del poder, ha sido validado. Por supuesto, «enfocar la cuestión del poder» no significa solucionarla. Obviamente, una cosa es el gobierno y otra muy distinta tener el poder. La cuestión es si somos capaces de usar el primero para conseguir el segundo, y si es así, cómo.
Si, digamos, conseguir el gobierno mediante una combinación de éxitos electorales y luchas de masas puede ser utilizado como punto de partida para una estrategia de «guerra de posiciones», esto es, para el desarrollo de movilizaciones populares para abrir un espacio que dé la vuelta al equilibrio total de fuerzas de clase.
Este enfoque ha sido probado hasta ahora solo en Latinoamérica. Ahora tenemos un caso en uno de los principales centros del sistema capitalista mundial, Europa, que al menos indica que es posible que una fuerza minoritaria de la izquierda radical construya un alternativa electoralmente exitosa en una situación de profunda agitación social y política y llegue al gobierno.
El límite a esta comparación se encuentra por supuesto en el hecho de que un centro imperialista relativamente autónomo, Europa, está dominado por una construcción política muy particular, la UE, que cada vez más actúa como el hegemón colectivo de los capitalismos europeos, poniéndonos toda clase de limitaciones y obstáculos que son solo en parte similares a la dominación ejercida por los Estados Unidos en su «patio trasero».
Segundo elemento: el programa de transición. La idea de un programa de transición es que no deberíamos contentarnos con un discurso anticapitalista abstracto y propagandístico aplicable en cualquier situación y que simplemente reitera el objetivo estratégico del socialismo y el derrocamiento revolucionario.
Las líneas divisorias intentadas y probadas, las que permiten que la ofensiva contra el enemigo de clase se active con efectividad y cambien completamente la correlación de fuerzas, deben definirse de nuevo para cada caso concreto.
Aquí también el objetivo antimemorándum era muy acertadamente, en mi opinión, el eje central del programa de transición -bajo la condición, por supuesto, que no se tuvo en cuenta, de que una línea coherentemente anti-memorándum llevaría inevitablemente a un choque total con la eurozona y con la UE misma-.
Con todas sus limitaciones, especialmente en relación al cálculo de su impacto presupuestario neto, el así llamado «Programa de Tesalónica», sobre la base del cual Syriza ganó el mandato popular el pasado enero, era una aproximación incompleta pero básicamente correcta a tal programa. No es coincidencia la forma en que entró tan pronto en conflicto con la línea seguida por el gobierno, hasta el punto de que se convirtió rápidamente un tabú mencionarlo dentro de las filas del gobierno, y hasta cierto punto también dentro del partido.
El programa de transición está también orgánicamente vinculado -es algo que aprendimos del legado del tercer y cuarto congresos de la Internacional Comunista y la posterior elaboración de Gramsci y Togliatti- con el objetivo del frente unido, la unión de todas las fuerzas del bloque de clases subordinadas a un nivel político y estratégico más alto. Fue este enfoque unificador implícito en la idea de «gobierno de la izquierda anti-austeridad» lo que encendió la imaginación de amplias masas en la primavera de 2012, permitiendo el ascenso de Syriza.
La razón de ello era que el objetivo de un «gobierno de la izquierda anti-austeridad» no era solo un «gobierno de Syriza», y aún menos el gobierno Syriza-ANEL que surgió finalmente. Era una forma de reconstruir el movimiento popular mismo, junto a sus referencias sociales y formas políticas de expresión.
Pero, como sabemos, el objetivo chocó con dos obstáculos, dando como resultado una aplicación extremadamente problemática e intrínsecamente contradictoria después del 25 de enero. Un factor fue su rechazo por parte de las demás fuerzas de la izquierda radical (KKE y Antarsya), que se mostraron incapaces de responder al problema clave de ese momento. Otro fue un impasse que marcó los límites de la estrategia de Syriza, particularmente después del giro a la «moderación» y el posterior derrumbe después de junio de 2012.
Lo anterior me lleva al cuarto y último apunte sobre «lo que queda» de esta experiencia: la relación entre lo social y lo político. Lo que hemos visto en estos últimos cinco años de memorándums es que los conflictos que se desarrollan en el curso de la confrontación de clase se unen y requieren una resolución a nivel político. Desde un determinado punto en adelante, el éxito o la victoria, incluso una victoria parcial, se produce en el nivel político y se convierte en una condición para que la movilización popular se desarrolle a un nivel superior.
Esta fue precisamente la apuesta lanzada en 2012 y con posterioridad, con todas sus contradicciones y limitaciones. Es decir, la combinación de un gobierno de izquierda y de un rico registro de luchas populares, que por supuesto no se pueden dar nunca por garantizadas y deben ser reafirmadas continuamente, hasta abrir una perspectiva de un cambio social radical.
Hay que insistir en este último punto. Lo que se ha desarrollado en Grecia no ha sido una común y corriente alternancia en el poder de partidos con una historia de gestión sistémica. No ha sido algo como la elección de François Hollande en 2012, o como el «experimento de centro-izquierda» de Romano Prodi en Italia en los años 2000. No es ni siquiera como el caso de François Mitterand en 1981, quien llegó al poder con un programa bastante radical para los estándares de ese momento.
La apuesta jugada en Grecia ha sido diferente, incorporando un poderoso potencial anti-sistémico, y exactamente por esa razón desencadenó una crisis no solo en Grecia, sino internacionalmente. Fue una confrontación a gran escala en la que nuestro lado se ha demostrado completamente incapaz no solo de ganar, sino ni siquiera de organizar una autodefensa elemental, de forma que fuimos conducidos a la capitulación que hemos visto.
¿Qué deberíamos hacer ahora?
En este momento, como dije antes, la sociedad griega en general está todavía en un estado de shock post-traumático. Nuestro campo ha quedado anonadado por el giro en la dinámica desencadenada por el estruendoso «no» del referéndum, todo en el espacio de unos pocos días. Cuando salimos de los círculos activistas y las capas más politizadas de la sociedad, vemos que prevalecen sentimientos contradictorios. Hay una mezcla de desilusión, ira y profunda inquietud por lo que está por llegar, pero también un margen de tolerancia por la opción escogida por el gobierno y por Tsipras mismo.
El punto nodal para recuperarse de este clima y para un reinicio es el siguiente: el 62 por ciento de «noes» está por el momento desprovisto de cualquier expresión estructurada. Su consolidación y articulación política es la tarea número uno para todos nosotros. Esta consolidación política no puede ser vista como la extensión lineal de cualquier formación ya existente -ni Syriza, ni Antarsya in otras formaciones o sectores de estos grupos-.
Deberíamos hablar en términos de un nuevo proyecto político. Un nuevo proyecto político que será de clase, democrático y antieuropeísta, y en una primera fase tomará la forma de un frente, abierto a la experimentación y a nuevas prácticas organizativas. Un frente que unirá movimientos desde arriba e iniciativas desde abajo -de forma similar a los que brotaron rápidamente durante la lucha alrededor del referéndum con la creación de «comités para el No», pero también después-.
En este momento es difícil, si no imposible, decir más sobre la forma concreta que asumirá este proyecto político. Es obviamente contingente al alcance decisivo de la lucha interna que estamos llevando a cabo dentro de Syriza, junto con los camaradas de la Plataforma de Izquierdas y otros. Comprendemos que para que este proyecto salga adelante se necesita mucho más.
Bajo ninguna circunstancia debería el ala izquierda de Syriza, y más específicamente la Plataforma de Izquierda, que es su componente mejor organizado, ser animada a reclamar un status exclusivo. En cualquier caso, interpreta un papel central, como está siendo ahora ampliamente reconocido por amigos y enemigos. Y esto en cierto sentido, quizás, está entre las ganancias más importantes de las pasadas semanas.
Con respecto a sus objetivos, tal como fueron recientemente resumidos en un buen artículo de Eleni Portalious, mi camarada de tantos años, el proyecto está centrado en los siguientes ejes básicos:
La liberación del país, y del pueblo griego, de las cadenas de la eurozona, con la inmediata elaboración de un plan para la salida de los memorándums y el euro y la total confrontación con la UE que, desde mi punto de vista, debería llegar hasta la retirada.
La reconstrucción de este país arruinado -de su economía, de su estado y de su tejido social- encabezada por la clase trabajadora y el bloque popular, llamados a dirigir este proceso.
Este proyecto tiene una profunda base de clase. Estará basado en los sectores dirigentes de la clase trabajadora que votaron «no» y rechazaron la austeridad por más del 70 por ciento en el referéndum del 5 de julio, y su columna vertebral estará formada por fuerzas que procedan de las mejores tradiciones de los trabajadores y del movimiento revolucionario en sus múltiples expresiones.
Al mismo tiempo es también nacional. Y aquí, por supuesto, hacen falta más explicaciones. Tal como lo entiendo, el término «nacional» tiene aquí dos aspectos.
El primero es el «nacional-popular» en el sentido gramsciano -que las masas trabajadoras deben emerger como la fuerza dirigente en la sociedad, que deben convertirse en «la nación» para reorientar esa «nación» en una dirección diferente.
Como dice la frase de Marx y Engels en el Manifiesto comunista, «así, por cuanto el proletariado debe en primer lugar conquistar el poder político, elevarse a la condición de clase nacional, constituirse en nación, todavía es nacional, aunque de ninguna manera en el sentido burgués de la palabra». «Nacional» aquí no significa, por lo tanto, una concepción «frentepopulista» de unidad transclase con una espectral «burguesía nacional» o con alguno de sus sectores. Se refiere a la dimensión hegemónica de cualquier proyecto centrado en la clase dirigido a ganar la supremacía política.
Además, lejos de llevar a algún tipo de retirada a una estrechez nacional, o al nacionalismo, esta «nacionalización» del nuevo bloque hegemónico, como explicaré en un momento, también implica dar cuerpo a un profundo nuevo internacionalismo.
El proyecto es también nacional en el sentido de que en este momento hay un problema de soberanía nacional en Grecia -es decir, de la existencia de soberanía popular y de democracia en sí-. El nuevo acuerdo que ha sido firmado por el gobierno griego no solo perpetúa el dominio de la troika, lo profundiza. Estamos ahora en una situación en la que el estado griego y cualquier gobierno griego elegido, básicamente no tiene en sus manos ni una sola palanca para ejercer ningún tipo de política en absoluto.
Este es quizás el objetivo más profundo del memorándum, por encima y más allá de la imposición de otro paquete de bárbaras medidas de austeridad.
El secretariado para los ingresos nacionales, separado del resto del gabinete y colocado bajo el control de la troika, ha adquirido una total autonomía respecto al gobierno. Está siendo creado un consejo financiero que podrá instituir automáticamente recortes horizontales si hay divergencias respecto a cualquier objetivo fiscal establecido en el memorándum. El infame fondo de 50 mil millones de euros está también siendo creado bajo el control directo de la troika, y todas las propiedades públicas griegas señaladas para su privatización están siendo colocadas bajo su jurisdicción.
Hasta EL.STAT, el servicio estadístico de Grecia, está siendo transformado en una autoridad claramente independiente que estará controlada directamente por la troika y servirá como mecanismo para controlar y comprobar, diariamente, la aplicación por parte del estado griego de los objetivos del memorándum.
Grecia está siendo convertida, por tanto -voy tan lejos como para extraer esta analogía- en una especie de mandato de Kosovo grande, un país atado de pies y manos por las cadenas neocoloniales y relegado al status de un insignificante y arruinado semiprotectorado balcánico. Ante tal coyuntura, la referencia a la nacionalidad indica que hay un problema de recuperación de la soberanía nacional como prerrequisito para ejercer no ya políticas anticapitalistas, sino democráticas y progresistas del tipo más elemental.
Este proyecto, finalmente, y esto no es de ninguna manera incompatible con lo que se acaba de declarar, es profundamente internacionalista. No solo porque la defensa de los intereses vitales de clase del pueblo trabajador y las capas populares de un país es por su naturaleza internacionalista, dado que el pueblo explotado de diferentes países tiene intereses comunes. Es internacionalista en un sentido mucho más concreto, porque una grieta en el eslabón débil en la eurozona y la UE abre camino para otras rupturas en Europa y da un poderoso golpe al edificio reaccionario y antipopular de la UE.
Nuestro internacionalismo no solo no tiene nada que ver con el euro y la UE, sino que surgirá de sus cimientos una resistencia aún mayor a, y un rechazo de, estas formaciones por parte de los pueblos de Europa.
La lucha del pueblo griego y de otros pueblos europeos contra la jaula de hierro de la UE demostrará el carácter de clase e imperialista de este edificio y permitirá por tanto que las luchas dentro del centro histórico del capitalismo mundial conecten con los movimientos más amplios contra el dominio imperialista y capitalista a escala global y más particularmente con los movimientos del Sur Global, que empieza justo al otro lado del Mediterráneo.
No olvidemos aquí que en el año señero de 2011, la primera ola de rebelión popular tras el arranque de la crisis de 2008 llevó a los estallidos casi simultáneos de la Primavera Árabe y de los movimientos griego y español de ocupación de plazas.
Ahora podemos extraer como conclusión de la experiencia política que siguió, que la perspectiva de una genuina «otra Europa», que no puede ser sino socialista por su orientación, requiere la disolución de la eurozona de hoy y de la UE, empezando por romper sus eslabones más débiles. Además, esta disolución es un prerrequisito para una ruptura adecuada por parte de Europa tanto con su pasado colonial como con su presente neocolonial e imperialista.
Como conclusión, diría que hemos aprendido una dura lección y a un precio muy alto. Como suele ser cierto en este tipo de situaciones, los primeros en pagar el precio serán los trabajadores y en este caso Grecia como país y como sociedad. Pero para nosotros, para las fuerzas de la izquierda radical y anticapitalista, era una lección necesaria. Puede llevar a nuestra destrucción, pero también a un nuevo principio. O como dijo nuestro gran poeta Kostis Palamas, a un «nuevo nacimiento» -si podemos reflexionar sobre él y al mismo tiempo actuar-.
Adaptado a partir de una charla en una reunión pública organizada por el webzine Kommon, en Atenas, el 23 de julio. Muchas gracias a Panagiotis Frantzis por su ayuda para transcribir la charla y a Wayne Hall para la traducción -al inglés-.
Publicado originalmente en: https://www.jacobinmag.com/2015/08/tsipras-debt-germany-greece-euro/