El Partido Democrático: un partido nacido a destiempo.
Giaime Pala, Tommaso Nencioni
La crisis que está atravesando el PD (Partido Democrático) concierne e interroga a todas las fuerzas progresistas: no tanto para continuar cultivando la ilusión de que la enésima diáspora de los grupos dirigentes sea de por si suficiente para garantizar un rescate de los subalternos. Sino porque es el reflejo de la más general crisis institucional que está atravesando todo el occidente.
El PD ha fracasado porque ha fracasado el marco dentro del cual había sido construido, esto es, el de la gobernanza neoliberal; constitucionalización de la idea de que en el interior de la sociedad, finalmente pacificada después de la caída del Muro de Berlín, no hay ya conflictos, y por lo tanto unos intereses que defender u otros que reprimir, sino “problemas” a los cuales dar respuestas “técnicas”. Respuestas que tal vez se puedan hallar también dentro del caldero radical, siempre y cuando permanezcan en el interior de lo que de nosotros están esperando “los mercados”. Hablamos, pues, del “centrismo radical” que puede prosperar tanto en régimen de gran coalición (Alemania), como bipolar (países anglosajones) o técnico (Italia ha experimentado las tres versiones) y del que subyace la existencia de un meta-partido único de las clases dominantes.
El pecado original del PD no ha sido el de ser el producto de una fusión en frío entre culturas diferentes (ahora ya fuertemente diluidas), sino el de haber nacido en un momento equivocado Esto es, en una época en la cual todavía se pensaba que la “globalización real” era- y hubiera continuado siendo- un factor de progreso para el conjunto de la sociedad, y, sobre todo, para una clase media, expresión de los sectores creativos de las finanzas o de la cultura, a los que el partido observaba como el eje de la vida nacional, en cuanto estructuralmente capaces de extraer beneficio de las oportunidades de un mercado mundial cada vez más abierto.
El PD, pues, se presentó a los ciudadanos como un partido posideológico, posnacional y posclasista, que habría guiado eficazmente la inserción de Italia en la aldea global, asegurando al mismo tiempo para las clases trabajadoras el mantenimiento de niveles aceptables del Estado de Bienestar para resistir a la creciente precarización de sus empleos. El mismo europeísmo era considerado no tanto un proyecto dirigido a la creación de una entidad política continental con una fuerte identidad social (y autónoma de los intereses geopolíticos estadounidenses) sino como una vía privilegiada para insertar al país en la red de las interdependencias globales, rompiendo las rigideces que hacían difícil esta operación.
Hasta que tuvo sentido el antiberlusconismo militante, que aseguraba una identidad progresista, y, por otra parte, se mantenía un clima social aceptable, el proyecto parecía encaminarse hacia un futuro prometedor. La crisis del 2011 lo echó todo al traste. La secretaría de Bersani, no supo (o no quiso) ver que la crisis de la prima de riesgo, que el Estado no podía contener – al carecer de un Banco Central que sostuviese la deuda pública- representaba una grave torsión en el funcionamiento de democracia italiana, y que, a causa de las condiciones impuestas por el BCE y por el gobierno alemán (Pacto Fiscal Europeo, paridad presupuestaria), los poderes públicos no podían realizar las políticas anticíclicas necesarias para mantener a flote al país. Mientras, una exigua élite nacional se aprovechaba del estado de emergencia para imponer drásticas medidas de devaluacíón del trabajo como vía más rápida y más cómoda para recuperar los beneficios.
En resumen, la tan ensalzada “Europa” se había transformado en una jaula cuyas imposiciones empeoraban las cuentas públicas, los niveles ocupacionales y la vida de los ciudadanos en general. Abandonada ya, con Enrico Letta y después con Matteo Renzi, la retórica sobre los Estados Unidos de Europa y la unión fiscal continental que habrían hecho sostenible la adopción de la moneda única, el PD se limitó a reforzar su imagen de “partido de la responsabilidad” frente a un estado permanente de emergencia económica y de avance de los “populistas”. Un partido que, sin precisar nunca de qué manera y con qué instrumentos habría luchado por reorientar la política económica de la zona euro hacia el anhelado “crecimiento”:
Naturalmente, dado el rígido control impuesto por la ex área del marco alemán sobre la constitución jerárquica europea, Renzi no pudo obtener más que un leve margen en los objetivos de disminución del déficit, ampliamente insuficiente para hacer salir a Italia de la deflación y de la estagnación, y pagado utilizando la devaluación del trabajo como mercancía de cambio. El PD, pues, no está en condiciones de volver a asegurarse un consenso mayoritario en el perímetro de su viejo electorado, que poco a poco toma conciencia de que los llamamientos a la Europa del crecimiento y del trabajo se están convirtiendo en un programa bueno para las calendas griegas, o sea, para los días destinados a no llegar nunca.
La crisis generalizada de la gobernanza neoliberal, y la de las izquierdas moderadas que fueron sus más consistentes abanderados, no abre, sin embargo, automáticamente las puertas a los proyectos de emancipación popular. Una nueva derecha agresiva y excluyente afila las armas y pesca en el consenso y en los miedos de los subalternos, en un tiempo representados por el movimiento obrero organizado.
El fracaso del PD está ahí para demostrar que de nada sirve adherirse a las certezas de ayer, salvo para dejarse arrastrar en su ocaso. En el intersticio que se abre entre lo viejo que muere y lo nuevo que no sabe nacer toca inventar la democracia de mañana, antes de que aparezcan los monstruos.
Traducción: Carlos Gutiérrez