¿Plata o plomo? La cultura gánster, ariete ideológico del neoliberalismo
Joaquim Martínez
‘¿Plata o plomo?’. Pablo escobar plantea a un agente de policía dos opciones: aceptar el soborno y dejar pasar sus camiones cargados de cocaína o ser asesinado.
La frase del patrón del cártel de Medellín, dramatizada en la serie Narcos de la plataforma Netflix, se ha convertido en un icono pop.
La serie sobre el narcotraficante colombiano es una muestra entre tantas de lo que podríamos llamar cultura gánster que se extiende a todas las industrias del entretenimiento. Otras series de audiencias estratosféricas como Breaking Bad o Sons of Anarchy siguen los periplos de antihéroes dedicados a todo tipo de actividades delictivas.
Al Pacino encarnó a Tony Montana, un contrarrevolucionario cubano que llega a Miami dispuesto a hacerse rico a cualquier precio, en Scarface: El precio del poder.
La historia del cine está repleta de films de ésta temática, desde la magistral saga El Padrino de Coppola, varias de las también preciosas obras de Tarantino, a un montón de productos de bajísima calidad, pasando por otros títulos entretenidos como American Gangster o Donnie Brasco.
A finales de los 80’ y principios de los 90’, raperos como Ice-T y otros miembros de la N.W.A ponían un rap explícito y criminal en la cima del negocio musical en los EUA. El gangsta rap seguiría la estirpe con el sello Death Row Records del delincuente Suge Knight, de turbio papel en los asesinatos de los dos pesos pesados del género de medianos 90’: Tupac Shakur y Notorious B.I.G.
Durante los 2000 siguieron emergiendo estrellas gangstas como 50 Cent, Lil Wayne o T.I. A día de hoy, tanto el rap como el trap, con Gucci Mane o Yung Thug, siguen atravesados por la cultura criminal en la cual la referencialidad de personajes como el jefe del Cártel de Sinaloa, Chapo Guzmán, son un lugar común.
La poderosa industria del videojuego también cuenta con títulos como Saint’sRow, Mafia o la saga GTA. Esta última, la quinta entrega de la cual consta entre los diez videojuegos más vendidos de la historia, trata las carreras delictivas de criminales de todo tipo, desde los primeros crímenes de poca monta al encumbramiento del poder más fastuoso. La experiencia jugable ofrece un abanico interminable de misiones de extorsión, robos, soborno, asesinato, proxenetismo o tráfico de cualquier material ilegal.
“El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en este claroscuro surgen los monstruos”. Sobre esta idea que Gramsci escribiera en sus cuadernos en algún momento de su presidio en Turín han corrido ríos de tinta.
Lo que proponemos aquí es suponer la cultura gánster como uno de estos monstruos en el sentido que su auge coincide con el colapso de un ciclo acumulativo del capital, la consumación del desguace de toda alternativa verosímil al capitalismo y con la imposición del proyecto socioeconómico neoliberal, que no tardará en demostrarse fallido pero que está lejos de ser enmendado políticamente. Entendiendo que la coincidencia del auge de este fenómeno con el ciclo neoliberal no es casual, nos planteamos hacer una disección materialista del mundo del crimen que ha cristalizado ideológicamente en la llamada cultura gánster.
Economía furtiva del capitalismo
Así pues ¿qué papel juega la economía delictiva en el capitalismo mundializado en que vivimos?
En Capitalismo gore, Sayak lo resume de modo irrefutable: “Aquello ilegal trabaja fuera de la ley pero al servicio del poder, del poder de la ley, del poder de la ley y de la economía, reelaborando el esquema del poder y reproduciéndolo”.
Las compañeras del Seminario de Economía Crítica TAIFA llaman a esta actividad ilegal economía furtiva.
También, siguiendo la lógica de Rosa Luxemburg según la cual “el capitalismo [se rige por] una dialéctica interna que le obliga a buscar soluciones externas”, diferencian un núcleo duro y un núcleo blando del capitalismo orgánicamente relacionados por la dialéctica esencial del sistema. El primero funciona de forma legal e institucionalizada y el segundo, ésta economía furtiva, evade completamente el dominio del Estado de derecho.
De ésta economía, según Sayak, “el narcotráfico constituye actualmente la industria más grande del mundo (seguida de la economía legal de los hidrocarburos y el turismo)”.
Según las Naciones Unidas, en los 90’, el negocio total de la droga llegó a los 500.000 millones de dólares en el mundo, de los cuales 200.000 millones son beneficios de los narcotraficantes y sólo 1.400 millones se quedan en los países productores.
El narcotráfico se lucra eminentemente de los pueblos y estratos sociales para los cuales el circuito capitalista legal no garantiza en absoluto la reproducción de la vida.
A su vez, el negocio de la droga genera un montón de economías criminales afluentes. Entendiendo esta economía furtiva como una exacerbación del funcionamiento del capitalismo patriarcal, no podemos dejar de apreciar que las mujeres, si observamos las diversas referencias culturales referenciadas al inicio, quedan absolutamente excluidas como sujeto. No obstante, sí que ocupan un lugar central como mercancía sexual; según la Comisión Europea, 1,8 millones de personas son víctimas del tráfico con finalidad de explotación sexual, mujeres en la mayoría de los casos. El proxenetismo también es una de las ocupaciones por antonomasia de los gánsteres, convirtiendo los pimps (chulos) setenteros, como Iceberg Slim, de quien la editorial Capitán Swing ha publicado las memorias, en otro icono pop de este imaginario.
En términos monetarios –por poner sólo algunos ejemplos de mercados criminales- se calcula que la cocaína mueve unos 70 billones de euros anuales, el tráfico sexual mueve unos 58 y el tráfico de armas otros 10.
La lucha de clases es el motor de la historia [criminal]
Encontramos que las actividades criminales constituyen un negocio muy lucrativo que acaba imbricándose con la estructura capitalista legal en el blanqueo de capitales. Incluso hay quien defiende que es precisamente el dinero del narco el que permitió mantener la fluidez del sistema financiero en la crisis del 2008. Pero cuando nos referimos al mundo criminal como un núcleo capitalista no lo hacemos tan solo en el sentido más economicista sino que lo entendemos en relación al capital como lo explica David Harvey: un proceso compuesto por distintas relaciones sociales. Parte de estas relaciones son las clases populares y sus pueblos, que pueden descubrirse antagónicas a la lógica capitalista y librar lo que llamamos lucha de clases.
Así pues, ¿cuál ha sido históricamente el papel de los más célebres agentes criminales en el curso de esta lucha de clases?
A pesar de que la retrospectiva histórica nos podría llevar, por ejemplo, hasta la comprensión de la romántica práctica de la piratería como una herramienta empleada por los emergentes imperios francés y alemán contra la España decadente, trataremos de centrarnos en los iconos criminales modernos.
Empezando por los clásicos, en los orígenes del universo gánster moderno, viajamos a la dorada Sicilia del inicio de El Padrino II. La tierra donde Don Ciccio ordena matar a Antonio Andolini en la ficción es la misma de la cual son natos la mayoría de los capos de La Mafia real. La Mafia nació durante el siglo XIX como protección de las plantaciones de cítricos, que eran tan productivas como vulnerables al menor accidente.
De los terratenientes que les requerían para la custodia de sus fincas, La Mafia sacaba cobertura política para realizar sus actividades delictivas que rápidamente se extendieron y diversificaron.
El movimiento fascista surgió a inicios del siglo XX de entre sectores del proletariado y la pequeña burguesía, defendiendo una ‘tercera posición’ reaccionaria entre el liberalismo y el comunismo. Esta tendencia veía en La Mafia la manifestación más aguda de la corrupción que la democracia liberal causaba en el Estado.
Así pues, una vez Mussolini llegó al poder, sometió a La Mafia a una fuerte persecución, haciendo que muchos de sus miembros se exiliaran a los EUA. De éste éxodo nació la célebre mafia italiana de los EUA; la del ficticio don Vito Corleone o la del real Lucky Luciano. “Yo creo en América. América hizo mi fortuna” es la primera frase de El Padrino. Los EUA ‘hicieron la fortuna’ de la mafia a cambio de que esta contribuyera a su hegemonía política y económica. El propio Luciano, encarcelado entonces por su dirección de La Cosa Nostra en los EUA, movilizó la mafia siciliana a favor de los aliados en 1943 a cambio de ser deportado a Italia. Una vez derrocado Mussolini, otro enemigo común continuaba uniendo los EUA y la mafia: el comunismo.
La organización social alrededor de las actividades delictivas de La Mafia era incompatible con el control social de la producción que proponían los comunistas. Así pues, los EUA permitieron a la mafia recuperar su hegemonía en Italia con el fin de que libraran por ellos la guerra contra-insurgente que se encargaban –y se encargan- de extender a lo largo y ancho del mundo con sus alianzas más que cuestionables.
A ambos lados del Atlántico, a parte de la extorsión, el narcotráfico y el tráfico sexual, la mafia desarrolló una actividad menos conocida. Vito Genoves dijo: “Me fue muy bien trabajando para empresas como mediador en conflictos laborales”. Se refería a su intervención disuasoria en huelgas y luchas obreras.
La trayectoria anti-obrera de la mafia sigue desarrollándose e inmiscuyéndose en las estructuras del poder político; des del contacto con grupos terroristas de extrema derecha como N.A.R, operativo entre los 70’ y los 90’, a la relación con el fascista Gianni Alemano, ex-alcalde de Roma y ex-ministro de Berlusconi. Hoy –como pasa con el crimen organizado en Grecia o el Estado español- mafia y extrema derecha autónoma –organizada allá en Casa Pound- se encuentran en una gris amalgama de seguridad privada, corporativismo de los cuerpos policiales, negocios al límite de la legalidad y persecución de los movimientos sociales.
Cambiando de continente, el personaje del momento es Pablo Escobar. Su propio hijo explica que la visión de su padre que han dado las series de TV es irreal, glorificada e irresponsable.
Épico e imponente, Pablo Escobar se nos presenta como un pobre que desafía el status quo; que hace una fortuna siendo el mejor en algo que, si no hiciese él, haría otro y sobre lo que la sociedad es profundamente hipócrita; y que aún tiene tiempo de dedicarse a una especie de política populista progresista.
Esta especie de narco-obra social es similar a la arquitectura de la inclusión que se erigía alrededor de las familias mafiosas. Este fomento social se debe a una expansión tan grande de la economía basada en el negocio de la droga que, ésta, se extiende hasta los cimientos mismos de los Estados. Además, ésta incentivación subordinada contribuye al flujo de los exorbitantes capitales que genera. Es preciso recordar que el Cártel ingresaba unos 22.000 millones de dólares al año, buena parte de los cuales se tenían que enterrar porque no se podían ni blanquear. Tanto dinero tenía Escobar que no sabía ni dónde los tenía (y si algún campesino los encontraba y los gastaba era debidamente ajusticiado) y podía plantearse pagar la deuda externa de Colombia.
Lejos de todo carácter progresista, un informe de Americas Watch de 1990 explicaba que “el Cártel de Medellín atacaba sistemáticamente líderes sindicales, profesores, periodistas, defensores de los derechos humanos y políticos de izquierdas, particularmente de la Unión Patriótica”. El mismo documento explicaba: “los narcotraficantes se han convertido en grandes terratenientes y, como tal, han comenzado a compartir la política de derechas de los terratenientes tradicionales y a dirigir algunos de los grupos paramilitares más notorios”.
El mismo hijo del Zar de la cocaína afirma, como hizo Barry Seal –contrabandista informante de la CIA y la DEA- antes de ser asesinado, que su padre trabajaba para la CIA, que utilizaba el narco para la represión de los movimientos de liberación colombianos y con el tráfico de drogas costeaba las campañas de contrainsurgencia en toda Centroamérica. De hecho, varios agentes de la CIA afirman que fue la corporación la que facilitó la asociación del Cártel de Medellín desde el inicio, así como los vasos comunicantes con el tráfico interior de los EUA, con tal de controlar un único monopolio del tráfico de cocaína en los EUA.
La CIA estaba detrás de la creación de los bancos Castle y Nugan Hand, que se relacionan tanto con el blanqueo de dinero proveniente del narcotráfico como con el financiamiento de campañas de contrainsurgencia por todo el continente, coordinadas en lo que se conocerá como Operación Gladio.
Este patrón se repetirá durante estas décadas a lo largo y ancho del continente. El ‘Golpe de la coca’ boliviano de 1980 contra el movimiento popular; el financiamiento de la Contra, opuesta al sandinismo, en Nicaragua; o a la actual situación de México, que se ha convertido en toda una narco-sociedad desde que se impusiera el neoliberalismo con el Tratado de Libre Comercio con el Canadá y los EUA (el NAFTA) que hundió la economía nacional.
Altos cargos de la policía de los EUA confirmarían que la CIA se ha servido históricamente del narcotráfico para sufragar los costes de su tarea contra-insurgente. Dennis Dayles –ex-oficial de la DEA- afirmaba: “En mis 30 años de carrera en la DEA los principales objetivos de mis investigaciones, invariablemente, resultaron estar trabajando para la CIA”.
También el antiguo agente del grupo de narcóticos de la policía de Los Ángeles, Mike Ruppert, es taxativo: “La CIA ha traficado con drogas todos los años de su existencia”.
Así como el plan coordinado de contra-insurgencia del Cono Sur es conocido como Operación Cóndor, en Europa tuvo lugar, tiempo atrás y promovida por la CIA y la OTAN, lo que conocemos como Operación Gladio.
Inicialmente diseñada como una red de células dormidas (stay behind) preparadas para enfrontar una eventual invasión soviética durante la Guerra Fría. No obstante, la red clandestina –compuesta por militantes anticomunistas, a menudo antiguos fascistas y colaboracionistas nazis, con conexiones con los aparatos estatales y coordinadas por agentes secretos- terminó desarrollando una actividad terrorista contra movimientos de izquierda y ataques de falsa bandera –consistentes en atribuir masacres a la izquierda con tal de desprestigiarla ante la población y justificar una represión excepcional-.
La operación fue revelada en Italia por Giulio Andreotti el 24 de octubre de 1990 después de que el juez Felice Casson investigara precisamente uno de estos atentados de falsa bandera atribuido a les Brigate Rosse el 1972.
Pese a ser diseñada por organismos como la CIA y la OTAN, la red stay behind debía funcionar en autonomía de cualquier Estado [de derecho] y esto pasaba por encontrar un modo de financiamiento. El periodista experto en organizaciones criminales Paul L. Williams, autor de Operation Gladio: The unholly aliance between The Vatica, the CIA and The Mafia explica la solución que encontraron para el aspecto económico.
A un coronel del Ejército de los EUA, que tenía experiencia en financiar el anticomunismo del Kuomitang chino con el negocio del opio, pensó que podía adaptar la idea y financiar la red Gladio con dinero del narcotráfico.
En este punto, la CIA recurrió a viejos conocidos. Siempre según Paul L. Williams, la CIA volvió a hacer tratos con Lucky Luciano, a quien se le facilitó el monopolio mediterráneo del mercado de la heroína, con el cual se financiaría la red Gladio.
Michele Sindona, otro capo de la mafia, había copado el espacio del sector bancario y se encontraba en una posición de poder respeto la actividad financiera italiana importantísima. Gracias a su relación personal con el Papa Pablo VI o el cardenal Marcinkus, Sindona pudo utilizar el Vaticano como paraíso fiscal. Además, Sindona coincidía en una logia masónica, conocida como Propaganda Due, con otros miembros de la mafia y con Licio Gelli, un antiguo camisa negra de Mussolini, ahora agente de la CIA e implicado en el entramado Gladio. Al otro lado del océano, quien también era miembro de esta organización era Henry Kissinger, entonces Secretario de Estado de los EUA, que, muy preocupado por los resultados del PCI en las elecciones del 69, destinó millones de dólares a la logia italiana.
En definitiva, el mismo patrón lo encontramos repetido en el Kuomitang chino contra la Revolución Cultural, en los muyahidines afganos contra la URSS, que acabaran erigiéndose en narco-estado yihadista, o en el triángulo formado por Birmania, Laos y Tailandia. Alrededor del mundo, la historia de la CIA y la contrainsurgencia está ligada al narcotráfico. Pero ¿cuál era el destino de éste tráfico? Pues, en buena medida, los propios EUA.
Ya desde los tiempos de Lucky Luciano, los EUA buscaban en su población interior los consumidores de la droga. A la vez que fueron a buscar a Luciano para establecer un monopolio capaz de cubrir los gastos del Gladio, la CIA también revisitó la mafia italiana en los EUA. En este caso, Vito Genovese sería el encargado de encontrar salida a la heroína en América. La apuesta por los clubes de jazz de Harlem, frecuentados por negros, como lanzadora al mercado de la heroína fue todo un éxito: desde entonces, en veinte años el número de adictos a la heroína en los EUA pasó de 20.000 a 150.000.
De nuevo, nos encontramos ante un patrón que se repite. La importación de droga a los EUA no tan solo propulsaba a cifras impensables la economía sumergida sino que cumplía su propia función contrainsurgente.
Décadas después, la aerolínea de la CIA Air America llevaba la heroína desde el Sudeste Asiático y la cocaína desde el Cono Sur, a los EUA.
Esta droga sería –junto al terrorismo de Estado- verdugo del movimiento que había empezado a gestarse entre la comunidad negra en el 66, alrededor de un programa de 10 puntos, de la autogestión y la autodefensa comunitarias y de mucho soul; el Black Panther Party y el movimiento del Black Power.
La fase superior del macartismo fue el CointelPro (Programa de Contra-Inteligencia), puesto en marcha en los 50’ con tal de terminar con el Partido Comunista de los EUA y actualizado para terminar con los nuevos fogonazos rebeldes de los 70’: los Black Panther Party, pero también los independentistas puertorriqueños o los opositores a la guerra del Vietnam.
El programa, de nuevo, se desplegaba de forma extraoficial porque no cumplía ninguna garantía propia de un Estado de derecho. Sólo se conoció cuando una oficina del FBI fue asaltada en Pensilvania y los documentos fueron filtrados a la prensa; un año después del escándalo del CointelPro, estallaba la crisis del Watergate y, entre otras cosas, trascendía que el director de la CIA, con el aval del presidente Eisenhower, había planeado externalizar a los antiguos conocidos de la mafia el asesinato de Fidel Castro.
CointelPro constituyó todo un desarrollo represivo contra los Black Panther Party que, aparte de asesinatos de líderes como Fred Hampton, se sirvió de muchas actividades delictivas de la idiosincrasia que nos ocupa.
La captación de confidentes y delatores de entre los gánsteres y drogadictos a cambio de beneficios de varios tipos, la vinculación del movimiento a las prácticas criminales para estigmatizarlo ante la opinión pública o la destrucción del tejido con la introducción de drogas a gran escala fueron algunas de las armas más sutiles del Estado contra los movimientos.
El ejemplo personificado de la degeneración, inducida por la dinámica criminal, de ésta ola revolucionaria fue el líder Huey P. Newton. Murió tiroteado por un traficante en Oakland, poniendo fin a una etapa final de su vida marcada por el consumo de drogas y las malas compañías.
Desde la introducción a gran escala de las drogas en los barrios norteamericanos –que, por otro lado, nos parece atrevido atribuir de manera unilateral a las conspiraciones de la CIA- el narcotráfico ha propiciado el crecimiento de bandas en guerra por el control del negocio de la droga que, a su vez, han seguido expandiendo y diversificando muchos otros negocios criminales.
Las primeras bandas vinculadas a este ciclo fueron los Crips y los Bloods: bandas afroamericanas de Los Angeles, el crecimiento explosivo de las cuales coincide con la desarticulación del Black Power y la aparición masiva del consumo de crack en los ghettos norteamericanos. Desde entonces, tanto en las calles como en los centros penitenciarios, no han dejado de proliferar nuevas bandas afroamericanas, sumadas a las bandas latinas, asiáticas o a las supremacistas blancas.
Siguiendo el desarrollo argumental de la presente exposición, pensamos que la conversión de los grupos de jóvenes o bien en empresas de la droga o bien en masas de adictos a esta consolidaron, no tan solo un lucrativo mercado, sino también un tejido social permanentemente debilitado. También lo han considerado así distintas entidades civiles como la NAACP (Asociación Nacional del Progreso de las Personas de Color) o la BAPAC (Asociación Política Negra de California). Como resultado del boom del crack, el tráfico de armas, negocio que factura unos 6.000 millones de dólares cada año, también experimentó su boom particular en un país donde hay aproximadamente un arma por habitante y mueren 33.000 personas por armas de fuego al año.
Esta misma dinámica de introducción de las drogas en la comunidad con tal de desactivar sus sectores más combativos, sin embargo, la podemos encontrar mucho más cerca.
La llamada Transición española, la de los Pactos de la Moncloa y la reconversión industrial de Felipe González, también fue acompañada de un aumento del flujo de drogas. Sin entrar en si se puede hablar de la famosa “generación perdida”, lo cierto es que una sangría de víctimas de sobredosis y del SIDA fue invadiendo los barrios obreros –bueno, y los que no lo eran también- que se fueron vaciando de luchas. Los años de la aguja: del compromiso político a la heroína describe esta parábola en Zaragoza.
Especialmente sonado es el caso de Euskal Herria, del que Pepe Rei ha expuesto durante muchos años a partir de sus investigaciones en Egin que se trató de todo un dispositivo del Estado contra la excepcional movilización de la izquierda abertzale.
En Intxaurrondo: la trama verde, Rei expone como en esta sombría comisaria convergieron el terrorismo de Estado de los GAL, las estructuras franquistas de la Guardia Civil, las tramas mafiosas de las oligarquías españolas y el narcotráfico transnacional. Tramas corruptas que, por otro lado, se extienden hasta la actualidad.
Años después, y a otra escala, este tipo de tácticas volverían a hacer estragos, esta vez en el movimiento okupa de los 90’ y también en Cataluña.
Finalmente, es preciso no olvidar el verdadero destino de la inmensa mayoría de las personas que caen en el circuito criminal, que no es el ático de lujo de un rascacielos de Los Angeles, sino la cárcel.
Escribía Arnaldo Otegi que ‘quienes no renunciamos a analizar nuestras sociedades desde la perspectiva de la existencia de clases sociales también observamos la población penitenciaria y la conclusión es sencillamente demoledora: no hay ricos en las cárceles, sólo hay gente humilde, de extracción social muy baja y con graves deficiencias educativas o de formación cultural.’
Las cárceles también forman parte de la zona gris del capitalismo. En condiciones de encarcelamiento, las condenadas constituyen mano de obra cuyas condiciones laborales, en regímenes y convenios penitenciarios, escapan a toda legislación ordinaria. Además, el régimen penitenciario genera toda una industria carcelaria, a menudo externalizada. El premiado documental XIII Enmienda –en referencia a la enmienda de la Constitución de los EUA referente a la prohibición de la esclavitud- plantea como el sistema penitenciario se constituye en un verdadero sistema esclavista donde interseccionan raza y clase y que, lejos de cumplir con la supuesta finalidad reinsertora, se está consolidando como un sistema económico lucrativo al servicio de las grandes corporaciones.
La cultura gánster: ariete ideológico del neoliberalismo
Entendidas las dimensiones económica e histórica del universo gánster… ¿Qué podemos extraer en el plano cultural?
Una de las sentencias fundacionales del proyecto neoliberal en Europa fue el ‘There is no alternative’ de la dama de acero, Margaret Thatcher. (TINA).
En realidad, la cultura gánster comparte necesariamente esta premisa. Como hemos dicho antes, esta cultura coincide con la derrota de los proyectos sociales anticapitalistas modernos y la imposición del neoliberalismo, primero en la periferia globalizada y después en el núcleo metropolitano.
El crimen, en las periferias desposeídas, termina imponiéndose como razón de ser de verdaderas narco-sociedades en las que, fuera del círculo criminal, hasta la supervivencia fisiológica se hace difícil.
Pese a que no hay que subestimar tampoco en las sociedades capitalistas metropolitanas una creciente dificultad para obtener la cesta de bienes de consumo básicos para la reproducción de la vida, hay otra lógica que se debe contemplar.
En estos núcleos, la revolución de los medios de producción en contradicción con la valorización del capital fundada en la explotación del plusvalor del trabajo asalariado ha generado –y sigue generando- una masa asalariada cada vez más precaria o directamente excluida del trabajo asalariado. Este desajuste entre un desarrollo tal de los medios de producción que, en una organización social erigida alrededor de las necesidades de las personas y no de las del capital, permitiría como nunca en la historia no tan solo la supervivencia física sino el verdadero desarrollo del potencial humano, pone las bases de la ideología gánster. Sencillamente, el sinsentido del desajuste entre capacidad productiva y tasa de explotación, al coincidir con la ausencia de alternativas comunitarias tangibles a la carrera individualista y consumista, genera el sustrato de esta cultura gánster que tan bien describe el personaje encarnado por Ray Liotta en Uno de los nuestros:
‘Para nosotros, vivir de otro modo era impensable. La gente honrada que se mataba en trabajos de mierda por unos salarios de miseria, que iba a trabajar en metro y pagaba sus facturas, estaba muerta. Eran unos gilipollas, no tenían agallas.’
Es este el fundamento ideológico de lo que el doctor mejicano Ciro Murayama ha descrito como la conversión de lo que Marx llamaba ejército industrial de reserva en un verdadero ejército delictivo de reserva.
La disrupción con el orden establecido, con la cultura del esfuerzo propia de la etapa capitalista anterior e incluso el antagonismo gánster con la autoridad estatal y con su brazo armado, la policía, que suele acosar a la juventud vulnerada, aconteciendo una enemistad inmediata de gato y ratón, le da una apariencia de rebeldía contracultural.
No obstante, la rentabilidad y asimilación de ésta cultura por parte del capitalismo, que decoraba la Puerta del Sol madrileña estas Navidades con una pancarta enorme donde se leía ‘Oh, blanca Navidad. Narcos’ y aparecía Pablo Escobar, como si nada, nos obliga a preguntarnos sobre la verdadera relación de esta cultura con el capital.
Sayak explica que el crimen no es un accidente en el capitalismo sino el desarrollo de su lógica más agresiva.
A partir de la célebre frase que da título al texto ‘¿Plata o plomo?’, reflexionamos que es preciso suspender la inicial simpatía que podría generar la hostilidad contra la autoridad policial de un Estado colombiano oligárquico, y pensar la frase como una metáfora de la naturaleza del crimen como ariete neoliberal.
Según la metáfora que planteamos, la actividad de Escobar representaría la lógica de acumulación del capital extendiéndose intensivamente contra el Estado, representado por la policía, que, pese a seguir al servicio de la reproducción capitalista, no deja de ser también cristalización civil de la lucha de clases y, por lo tanto, de contener ciertas victorias populares. El crimen es la naturaleza más salvaje del capital escapando a toda regulación, la confirmación más sangrienta de la victoria de la economía sobre la política en el mundo del capital.
El texto presente no pretende ser una condena moral al disfrute de esta cultura ni una revictimización de las más desposeídas, sino una reflexión crítica sobre lo que a menudo se presenta como contracultura rebelde que ha de llevar a la izquierda a cuestionarse por qué no está siendo capaz de plantear una alternativa en condiciones de disputar la hegemonía de la cultura gánster, ariete ideológico del neoliberalismo.