El pequeño mundo íntimo de Gramsci
Paco Rodríguez de Lecea
Antonio Gramsci murió hace ochenta años, exactamente a las 16.10 horas del 27 de abril de 1937, como consecuencia de una hemorragia cerebral sufrida en la tarde del día 25 en la clínica Quisisana de Roma. En el “mondo grande e terribile”, como solía llamarlo el propio Gramsci, la noticia produjo conmoción. El Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista emitió un largo comunicado, que apareció en l’Unità bajo el titular «¡Que el asesinato de Gramsci encienda en el corazón de todos los italianos el fuego sagrado de la libertad!» Los últimos párrafos dicen: «El nombre de Gramsci quedará escrito con letras de oro en la bandera de la clase obrera y de los trabajadores que en Italia, en España, en Francia y en el mundo entero luchan para rechazar el infame fascismo y hacerlo desaparecer de la superficie de la tierra.
“El ejemplo de su vida de combatiente inspirará a millones de hombres en la lucha por la causa invencible de la clase obrera y del socialismo”.
Firman el texto Dimitrov, Ercoli, Manuilski, Pieck, Kuusinen, Marty, Gottwald, Moskvine, Florine, Yan Min, Kolarov, Okano, Bronkovski, Losovski, Raymond Guyot, Tuominen. Fue posiblemente Ercoli (Palmiro Togliatti) el redactor principal de aquel texto colectivo, difundido en vísperas de un Primero de Mayo y en una coyuntura crítica, tanto en el campo internacional como dentro de las fronteras de Italia.
Gramsci era un gigante en el mundo grande y terrible de la lucha del proletariado mundial, y al mismo tiempo una persona pequeña y frágil, de cabellera abundante y leonina, frente amplia, ojos grandes de un tono azul claro, y figura torcida por una deformidad, consecuencia de un accidente sufrido a los cuatro años. Contaba él mismo que, en la prisión de Ustica, se le acercó un recluso por delitos comunes y le interpeló: “¿Tú eres Gramsci?” “Sí.” “¿Gramsci, Antonio?”, insistió el hombre. “Antonio, sí.” “No puede ser”, meneó la cabeza el otro. “Antonio Gramsci es un coloso, un hombre de una talla inmensa. Imposible que seas tú.”
Antonio, Nino para su familia y los numerosos amigos y conocidos del Altiplano del Barigadu, en el centro-oeste de Cerdeña, disponía de otro mundo pequeño e íntimo al que acogerse cuando la grandeza y el terribilismo del mundo en mayúscula lo agobiaban. Ese pequeño mundo giraba en torno a dos polos: el polo físico de Ghilarza, de un lado, y de otro el polo íntimo y sentimental entrevisto por primera vez en un pasillo del sanatorio de Serebriani Bor, en las proximidades de Moscú.
- Gente de Ghilarza
Hacia el primero de los dos polos, pero en cierta forma hacia los dos a un tiempo, se volvió Nino en busca de un refugio íntimo el día en que cumplió la condena impuesta por un tribunal especial fascista. Era el 21 de abril de 1937. Teóricamente ese día recuperaba la libertad, pero su estado físico era ruinoso: mal de Pott, tisis, arteriosclerosis, crisis de gota, disturbios gástricos muy penosos, abscesos dolorosos en los músculos dorsales, hipertensión, insomnio. Desde la clínica Quisisana, en la que estaba internado desde el mes de agosto de 1935, escribió a casa pidiendo que le alquilaran una habitación en Santu Lussúrgiu, una pequeña localidad situada al pie del monte Urtigu, y tan solo unos 18 kilómetros al oeste de Ghilarza. Mea (Edmea) Gramsci, hija del hermano mayor, Gennaro, contó a Giuseppe Fiori1 que el padre de Antonio, el signor Ciccillo (Francesco) Gramsci, sufrió un golpe de fiebre al saber que volvería a ver a su hijo Nino, después de trece años de ausencia. Francesco Gramsci tenía entonces setenta y siete años y estaba muy enfermo, apenas se levantaba de la cama y necesitaba de la atención permanente de alguna de las mujeres de la casa.
Mea fue a alquilar la habitación solicitada con Teresina, su tía, y Peppina Montaldo, amiga de la familia. “Era una bella camera”, comentó a Fiori. En el modesto “gimnasio” (escuela) municipal de Santu Lussúrgiu había estudiado Nino tres cursos, entre los catorce y los dieciséis años, y recordaba que el clima le había sentado bien. El resto de los pormenores de su estancia lo explicó así él mismo: «Tres sedicentes profesores despachaban con mucha cara dura toda la enseñanza de las cinco clases. Yo vivía en casa de una campesina y pagaba cinco liras al mes por el alojamiento, la ropa limpia de la cama, y las comidas, muy frugales. Mi gobernanta era la madre de esa campesina, una mujer algo corta pero no loca, que todas las mañanas, en cuanto me veía, me preguntaba quién era yo y con qué derecho dormía en aquella casa2».
Los Gramsci esperaban la llegada de Nino a Ghilarza para el día 27 de abril. No apareció. Para ellos fue una gran desilusión. “Llegará mañana”, pensaron. El día siguiente entró una vecina en la casa y preguntó: «¿Pero es verdad que ha muerto Nino? Lo ha dicho la radio. Lo he oído en la radio.» Luego empezó a afluir la gente. Los abrazos, las condolencias, el llanto.
Intentaron ocultar la noticia al padre, acostado en su habitación del piso alto. Mea, que tenía entonces diecisiete años, se quedó con él, de guardia, para evitar que alguien entrara y le contara la verdad. Pero hubo de bajar un momento a la cocina a preparar alguna cosa, una infusión, un caldo. Ya se sabe cómo son los pueblos. Desde la cocina oyó los gritos del abuelo: «¡Asesinos, me lo han matado!» Subió a la carrera. El viejo se tiraba de los pelos, se pellizcaba, se daba puñadas. «Me l’hanno ammazzato.» Solo sobrevivió unas semanas, murió el 16 de mayo de aquel año.
El padre
El signor Ciccillo procedía de Gaeta, de una familia bienestante tal vez de origen albanés (existe una población de nombre Gramxi en el sur de Albania, próxima a la frontera griega). Su padre, el abuelo de Nino, fue oficial de la gendarmería borbónica y más tarde coronel de carabineros; uno de sus hermanos era funcionario del ministerio de Finanzas; otro, inspector de los Ferrocarriles, y el tercero militar de carrera. Ciccillo llegó a Ghilarza a los veintiún años para dirigir el Registro, y se casó dos años después con una belleza de la localidad, Giuseppina o Peppina Marcias. Su familia desaprobó la elección, por juzgar inferior la condición social de la esposa.
Gramsci padre pasó a encargarse del Registro de Ales, donde nació Nino, y después del de Sòrgono. Allí se detectaron primero irregularidades administrativas y luego un pequeño desfalco; el signor Ciccillo fue detenido (el 9 de agosto de 1898), juzgado y sentenciado a una dura condena: cinco años, ocho meses y veintidós días de prisión.
Nino tenía entonces siete años. Peppina intentó ocultar el deshonroso suceso a sus hijos, pero Nino se enteró de todos modos, en el colegio, por las burlas de los compañeros. Nunca dijo que lo sabía; del mismo modo que la madre intentó proteger al hijo, el hijo, a la inversa, quiso proteger a la madre. Muchos años después, en una carta escrita desde la cárcel a su cuñada Tania, comentó de forma indirecta el trauma causado por aquella noticia: «Tampoco mi madre conoce toda mi vida, ni las durezas que he soportado; a ella le recuerdo algunas veces la reducida parte que, con perspectiva, parece ahora llena de alegría y despreocupación. Esos recuerdos le suavizan la vejez porque le permiten olvidar las tragedias mucho más graves y las amarguras mucho más profundas que ella tuvo al mismo tiempo. Si supiera que yo conozco todo lo que conozco y que aquellos hechos me han dejado cicatrices, le envenenaría estos años de su vida3…»
A partir de aquel suceso capital, Nino eliminó al padre de su vida. No aparece nunca en sus recuerdos, salvo alguna expresión casual, a veces desabrida; no hay cartas intercambiadas con él, no lo incluye en los recuerdos llenos de añoranza a la familia desde la prisión interminable. Volcó toda su capacidad de cariño en Peppina, la madre.
La madre
Enfrentada a una catástrofe familiar y económica, Peppina, por orgullo, no quiso recurrir a la ayuda de la familia del marido y volvió a instalarse en Ghilarza con sus siete hijos. Tenía entonces treinta y siete años. Vendió unas tierras de la familia, tuvo en pensión al veterinario del pueblo, y cosía camisas por las noches, en las únicas horas que le dejaba libre el cuidado de sus hijos. La existencia se hizo muy dura para todos ellos.
Peppina había cursado hasta la tercera elemental en la escuela; leía todo lo que caía en sus manos, “incluso Boccaccio”, señala Fiori, y se desvivió por dar estudios a todos sus hijos. Fue una presencia tutelar decisiva para Nino, como para todos los demás. «Quién sabe si viviríamos, de no haber sido por ella», reflexionaba Nino muchos años después.
Desde la cárcel, Nino insistió en explicar a Peppina que aquella nueva prisión en la familia no era ningún deshonor, antes al contrario. Llegó a decirle en una carta que en cierto modo él mismo lo había querido así, confesión que desencadenó años más tarde alguna hipótesis de carácter pseudo psicoanalítico sobre una asunción de la culpa paterna, de la que podemos prescindir sin escrúpulo.
Este fue el homenaje más nítido que dedicó Nino a su madre, en una de las pocas cartas en las que, en lugar de esforzarse en tranquilizarla sobre el estado – más frágil cada día, más deteriorado – de su salud, intentó evocar a dúo recuerdos felices de las épocas vividas juntos: «No puedes imaginar de cuántas cosas me acuerdo en las que tú apareces siempre como una fuerza benéfica y llena de ternura hacia nosotros. Si lo piensas bien, todas las cuestiones del alma y de la inmortalidad del alma y del paraíso y del infierno, no son en el fondo más que un modo de ver este hecho sencillo: que cada acción nuestra se transmite a los demás según su valor bueno o malo, y pasa de padres a hijos, de una generación a otra, en un movimiento perpetuo. Puesto que todos los recuerdos que tenemos de ti son de bondad y de fuerza, y tú has empleado todas tus fuerzas en sacarnos adelante, eso significa que estás desde entonces en el único paraíso real que existe, que para una madre pienso que es el corazón de sus hijos. ¿Ves qué cosas te escribo?4»
Peppina Marcias había fallecido el 30 de diciembre de 1932. La familia lo ocultó a Nino. Él todavía mandó una carta de felicitación a su madre por la fecha de San José de 1934. Más tarde escribió a Tatiana que había sentido muy pronto que su madre no era ya de este mundo, por la falla en la relación tan intensa que existía entre los dos. Es una declaración, sin embargo, dictada por un sentimiento de pérdida desesperado, y no hay que tomarla al pie de la letra.
Los hermanos
Nino era el cuarto de los hijos del signor Ciccillo y Peppina. Los tres mayores eran Nannaro (Gennaro), Grazietta y Emma. Los pequeños, Mario, Teresina y Carlo. El grupo de Ghilarza, en torno a la casa familiar en la que habitaba aún el padre, estaba compuesto por Teresina, con su marido Paolo Paulesu y sus tres hijos, Franco (nacido pocos meses después que Delio, el hijo mayor de Nino), Mimma y Diddi (pero bueno, ¿a qué nombre “cristiano” corresponde Diddi?, pregunta Nino desde la cárcel al tener noticia de su nacimiento). También forman parte del núcleo ghilarziano Grazietta, que sirve de ayuda a la madre en los quehaceres de la casa, y a Teresina en la educación de la siguiente generación, y Carlo, que hasta 1931 – año en que perderá el empleo y marchará a trabajar a Milán en la empresa Snia Viscosa, recomendado por Piero Sraffa –, ejerce como inspector de las Lecherías Sociales Cooperativas de Cerdeña y reside en el pueblo a temporadas. Hay que contar además en el grupo familiar a la hija de Nannaro, Edmea o Mea, que en alguna ocasión se anima a escribir a Nino y lo escandaliza por su mala ortografía.
Emma había muerto de malaria en 1920. Nannaro vive y trabaja en París. Fue él quien pasó a Nino el primer material político, varios números de Avanti adquiridos cuando hacía el servicio militar en Turín. Luego vivieron juntos en Cagliari, mientras Nino estudiaba para unos exámenes que a duras penas pudo llevar a cabo, atormentado por la mala salud y por el hambre. «El año 10, como Nannaro estaba empleado en Cagliari, fui a vivir con él. Recibí la primera mensualidad, y luego nada más: todo corría a cargo de Nannaro, que no ganaba más de 100 liras al mes. Cambiamos de pensión. A mí me tocó un cuartito que había perdido la cal por la humedad y solo tenía un ventanuco que daba a una especie de pozo, más letrina que patio… Durante cerca de 8 meses hice una sola comida al día, y llegué al final del tercer año de liceo en condiciones de desnutrición muy graves… Marché a Turín como si estuviera sonámbulo… Los exámenes duraban cerca de 15 días y solo por la habitación debía pagar una cincuentena de liras. No sé cómo conseguí acabar los exámenes, me desmayé dos o tres veces.» (Carta a Carlo, 12.9.1927).
Nannaro había visitado en una sola ocasión a Nino en la cárcel de Turi, el 16 de enero de 1930. Al margen de las cuestiones familiares, estaba encargado de una misión secreta e importante de la dirección del partido: poner en antecedentes al secretario general nominal del giro a la izquierda aprobado en el X Pleno de la Internacional comunista, en el mes de julio de 1929; y conocer su opinión al respecto. La respuesta fue rotundamente negativa: ni era fácil e inminente la quiebra del fascismo en Italia, ni se podía apostar por que el proletariado conquistara el poder sin un periodo de transición, que sería probablemente largo y durante el cual desempeñaría un papel fundamental la acción común con los demás partidos antifascistas. Antonio proponía en cambio trabajar la correlación de fuerzas con vistas a preparar una Costituente.
La svolta di sinistra había generado ya tensiones en el grupo dirigente, y determinado la expulsión del “grupo de los tres” (Leonetti, “Blasco” [Tresso] y Ravazzoli). A Antonio, su desacuerdo le repercutió en un agravamiento del aislamiento carcelario. Sus compañeros lo evitaban en las horas del patio; hubo también una cierta marcha atrás en las gestiones diplomáticas emprendidas desde Moscú para su liberación, y una carta de Grieco (también enviada a Terracini y Scoccimarro) de una imprudencia tal vez deliberada, puesta en manos de las autoridades fascistas endureció las condiciones de su condena. Nino soportó mal aquello; se sintió víctima de una conspiración y sufrió ataques de angustia; su insomnio crónico empeoró y su salud se resintió hasta un punto probablemente ya irreversible. En una ocasión escribió a Tatiana (Tania): «El mundo es verdaderamente grande y terrible y, especialmente para quien está en la cárcel, incomprensible.»
Mario, otro de los hermanos, también lo visitó en una sola ocasión. Hablaron apenas un cuarto de hora, en agosto de 1927. Mario era fascista de la primera hornada; fue el primer secretario federal de Varese, y algún tiempo después partiría para la guerra de Abisinia (en 1937 se había afincado en África). Después de su visita, Nino comentó a Tania que ahora sabía de cierto que no podía contar para nada con su hermano. A su madre, sin embargo, le argumentó de una forma más contemporizadora: «Lo que me has escrito de él me parece exagerado. Nadie, en este caso, puede ser más desapasionado y objetivo que yo, ya que Mario milita en el campo opuesto al mío […] Mario es mi hermano y le quiero a pesar de todo.» (29.8.1927).
Teresina era empleada de Correos en Ghilarza. De toda la vida era la hermana preferida de Nino. «¿Recuerdas, Teresina, lo fanáticos que éramos para leer y escribir? Me parece incluso que tú, a los diez años, a falta de libros nuevos te leíste todos los Códigos» (17.11.1930). En mayo de 1932 Nino anunció a la madre el envío, por intermedio de Carlo, de Guerra y paz de Tolstoi como regalo a Teresina, prometido desde tiempo atrás. Otro recuerdo de infancia que Nino comparte con ella: las prédicas de zia Grazia Delogu, que les ponía como ejemplo de piedad y buenas obras a donna Bisodia. Pero donna Bisodia, siempre presente en los labios de tía Grazia, no había existido nunca; era una corrupción de la fórmula del padrenuestro en latín “dona nobis hodie” (16.11.1931).
Carlo, el benjamín, fue el que con más frecuencia visitó a Nino en Turi, y también llevó a cabo para él diversos encargos y recados. Fue el único hermano presente en el entierro de Nino (junto a la cuñada Tania), y gracias a su colaboración fue posible rescatar buena parte del corpus de las Cartas desde la cárcel. Por desgracia, su carácter inestable y depresivo, sus largos silencios y omisiones frecuentes, y en particular sus intentos de mediar ante las autoridades fascistas para obtener el perdón a cambio de una declaración de subordinación y acatamiento que su hermano no estaba dispuesto a hacer, sacaron de quicio a Nino en más de una ocasión. Los siguientes párrafos corresponden a una carta a Carlo escrita el 25 de septiembre de 1933: «Te quiero escribir por varios motivos: 1º para decirte que no creo que las estupideces que me escribes sean cosa para tomarla en serio, y que en cambio esconden una buena dosis de hipocresía ingenua y provinciana; 2º para decirte que de tu venida a Turi y de tu intervención en cosas que me afectan, yo no sabía nada; que tu venida y tu intervención me han disgustado enormemente, porque comprendo que no eres capaz más que de hacer sandeces; 3º para decirte que no te inmiscuyas más en mis cosas; sea quien sea el que te lo pida, o te invite, o te ruegue, o te suplique, incluida mamá [Peppina había fallecido el mes de diciembre anterior, pero Nino aún no lo sabía]. Quiero por fin darte un consejo de hermano que te conoce a fondo (a su modo) y te quiere bien. No te empeñes nunca en hacer algo solo por quedar bien o por evitar quedar mal delante de quien sea. Comprométete solo a las cosas que eres capaz de hacer y que has decidido realmente hacer, y basta. Verás que de ese modo no sufrirás más congojas, crisis espirituales, vergüenzas, etc.»
El terruño
Nino se queja en una carta a Grazietta (13.12.1932) de haber perdido su capacidad de invención: «¿Te acuerdas cómo, de niños, recordaba tantas historias y las inventaba por mi cuenta? Pues ahora se ve que he perdido esa capacidad, y por eso, si no me ocurre nada en la vida real, no me ocurre nada tampoco en la vida de la fantasía. Así que no sé qué escribirte.»
Tal vez por esa razón, no se cansa de pedir noticias detalladas y exactas de todo tipo sobre la vida en Ghilarza.
«Querría llegar a comprender si Ghilarza, con la nueva situación administrativa que le han adjudicado y con la proximidad del embalse del Tirso, tiende a convertirse en ciudad; si hay más comercio, alguna industria, si una parte de la población ha pasado de las ocupaciones rurales tradicionales a trabajos de otra clase, si hay un desarrollo de la construcción, o si en cambio solo ha aumentado el número de las personas que viven de rentas. Para que me entiendas diré que, a mi juicio, Oristano no es una ciudad y no lo será nunca; es solo un gran centro rural (relativamente grande), donde habitan los propietarios de las tierras o de las pesquerías del territorio vecino, y donde existe un cierto mercado de manufacturas para los campesinos que llevan allí a vender sus productos agrícolas. Un centro de comerciantes y de propietarios ociosos, de usureros incluso, no es aún una ciudad porque no cuenta con una producción propia de nada de importancia. ¿Ghilarza tiende a parecerse a Oristano, o la energía eléctrica del Tirso proporciona la base para alguna industria, siquiera en su fase inicial? Estas cosas me interesan, y si me escribes algo sobre ellas estaré muy contento. Sabes que el aburrimiento es mi peor enemigo, por más que leo y escribo todo el día…» (A la madre, 23.9.1929).
«Las cosas que me ha escrito Grazietta me han interesado mucho. Si la malaria abre el camino con facilidad a la tuberculosis, significa que la población está desnutrida. Querría que Grazietta me informara de lo que comen en una semana: una familia dezorronaderis [jornaleros], de massaios a meitade [aparceros], de pequeños propietarios que trabajan por sí mismos la tierra, de pastores con ovejas que les ocupan todo el tiempo, y de artesanos (un zapatero, o un herrero). Si viviese la tía Maria Culcartigu lo podríamos saber pronto, pero con un poco de paciencia se podrá averiguar (preguntas: en una semana cuántas veces comen carne y en qué cantidad, o no la comen; con qué ingredientes preparan la minestra, cuánto aceite o grasa le ponen, cuántas legumbres, pasta, etc.; cuánto trigo muelen y cuántos kilos de pan compran; cuánto café o sucedáneo, cuánto azúcar; cuánta leche para los niños, etc.» (A la madre, 13.9.1931)
«Me ha maravillado que en la Tanca Regia [un territorio situado entre Ghilarza y Santu Lussúrgiu] maduren las mandarinas; quién cultiva la Tanca Regia? ¿Los ex combatientes? Y las mandarinas son bastante buenas, para mi gusto.» (A la madre, 4.1.1932)
Por una vez, Nino da pruebas de imaginación en una carta a Teresina (18.1.1932) en la que le propone hacerle llegar para distracción de sus sobrinos un cuaderno con cuentos traducidos del alemán. «Son un poco anticuados, a la paisana, pero la vida moderna, con la radio, el aeroplano, el cine sonoro, Carnera, etc., todavía no se habrá introducido en Ghilarza lo bastante para que el gusto de los niños de ahora sea muy distinto del nuestro de entonces… Pero ¿cómo se presenta [la modernidad]? Habrá peinados a la garçonne, imagino, y se cantará “Valencia” y sobre las mantillas de las mujeres madrileñas, pero todavía deben de subsistir gentes a la antigua como tía Alene y Corroncu…»
Sardismo
La rebelión de Antonio Gramsci se había efectuado en varias etapas sucesivas, desde el plano individual al general, con un importante paso intermedio: el regional, el sentimiento sardista. Lo explica así en una carta a Giulia Schucht de 6.3.1924, dos años antes de su detención y encarcelamiento: «¿Qué es lo que me ha salvado de ser un pingo almidonado? El instinto de la rebelión, que desde el primer momento se dirigió contra los ricos porque yo, que había conseguido diez en todas las materias de la escuela elemental, no podía seguir estudiando, mientras que sí podían hacerlo el hijo del carnicero, el del farmacéutico, el del negociante de tejidos. Luego se extendió a todos los ricos que oprimían a los campesinos de Cerdeña, y yo pensaba entonces que había que luchar por la independencia nacional de la región. “Al mare i continentali!” ¡Cuántas veces he repetido esas palabras! Luego conocí la clase obrera de una ciudad industrial, y comprendí lo que realmente significaban las cosas de Marx que había leído antes por curiosidad intelectual5».
Pero el sardismo no fue para él un simple “rito de paso”. Siguió toda su vida interesado en los problemas de la isla, en el movimiento de Lussu, en cuestiones tan capitales como la de la lengua. En una carta a su hermana Teresina (26.3.1927), se interesa por la educación de Franco, el chico mayor: «¿En qué lengua habla? Espero que le dejaréis hablar en sardo y no lo reprimiréis en este tema. Ha sido un error, para mí, no haber dejado que Edmea, de pequeña, hablase libremente el sardo. Eso ha perjudicado su formación intelectual y ha colocado una camisa de fuerza a su fantasía. No debes cometer ese error con tus hijos. Además el sardo no es un dialecto sino una lengua en sentido propio, por más que no posea una gran literatura, y es bueno que los niños aprendan varias lenguas, si es posible. Además, el italiano que le enseñaréis vosotros será una lengua pobre, raquítica, hecha solo de las pocas frases y palabras de vuestras conversaciones con él, puramente infantil; no tendrá contacto con el ambiente general y acabará por aprender dos jergas y ninguna lengua: una jerga italiana para la conversación oficial con vosotros y una jerga sarda, aprendida a retazos, a mordiscos, para hablar con los demás niños y con la gente con la que se cruza en la calle o en la plaza. Te recomiendo de todo corazón que no cometas ese error y dejes que tus hijos absorban todo el sardismo que quieran, y se desarrollen espontáneamente en el ambiente natural en el que han nacido: eso no será un obstáculo para su porvenir, todo lo contrario.»
- Serebriani Bor, retrato de grupo en un interior
Fue Grigori Zinóviev, entonces presidente de la Internacional comunista, quien envió a Gramsci a reponerse al sanatorio de Serebriani Bor. Antonio había llegado a Moscú en mayo de 1922 como representante de su partido en el Ejecutivo de la Internacional, pero a su mal estado crónico de salud se añadieron una fuerte depresión y síntomas agudos de ansiedad: tics continuos “casi feroces”, temblores convulsivos y reacciones nerviosas tan bruscas que hacían temer a sus cuidadores en el sanatorio, que lo sabían sardo, que se arrojaría de pronto sobre ellos y los atacaría a cuchilladas.
Su sentimiento de soledad se atenuó a través de largas conversaciones con otra enferma, Genia (Eugenia) Schucht, varios años mayor que él, que hablaba el italiano a la perfección porque ella y su familia habían vivido varios años en Roma. Una hermana, Tania (Tatiana) seguía de hecho allí, como estudiante de Ciencias naturales en la Universidad. La familia vivía ahora en Ivanovo Vosniesiensk, un centro de la industria textil, y acudía con frecuencia a Serebriani Bor (“Bosque de Plata” es la traducción del nombre), a visitar a Genia. A mediados de julio de 1922 Antonio vio por primera vez a Giulia Schucht, la hermana pequeña de Genia. Era alta, rubia, con un hermoso rostro ovalado y largas trenzas que invadían su espalda. Tenía 26 años, cinco menos que él. Había ganado un diploma en la carrera de violín, en Italia. Él le escribiría más tarde: «Repasaba con el pensamiento todos los recuerdos de nuestra vida común; desde el primer día en que te vi en Serebriani Bor y no me atreví a entrar en la habitación porque me habías intimidado (de verdad, estaba intimidado, y hoy sonrío al recordar esa impresión) hasta el día en que te marchaste a pie y yo te acompañé hasta la gran carretera cruzando el bosque y me quedé mucho tiempo parado para ver cómo te alejabas sola, con tu bolsa de viaje, por la gran carretera, hacia el mundo grande y terrible6».
A Tania, hermana mayor de Giulia y de Genia, la conocerá Antonio en Roma en 1925. Ella tiene entonces en torno a los cuarenta años, y él cuatro o cinco menos. Cuenta así el encuentro a Giulia: «He conocido a tu hermana Tatiana. Ayer estuvimos desde las cuatro de la tarde hasta casi la medianoche, y hablamos de muchísimas cosas, de política, de su vida aquí en Roma, de sus posibilidades de trabajo. Incluso cenamos juntos y no me extraña que esté tan débil: come poquísimo, si bien no tiene ninguna enfermedad orgánica e incluso puede decirse que está sanísima. Creo que ya nos hemos hecho muy amigos… Me ha prometido contarme todas sus peripecias, de forma que pueda yo repetírtelas a ti de viva voz. Estoy muy contento de haberla conocido. Porque se parece mucho especialmente a ti; y porque políticamente está mucho más cerca de nosotros de lo que me habíais hecho creer7…»
Julca, Delka, Julik
En abril de 1937, la esposa y los dos hijos de Antonio Gramsci vivían en Moscú. Él no veía a Giulia Schucht desde el verano de 1926. El 7 de agosto de ese año ella cruzó sola la frontera de Austria, desde Trafoi, donde quedaron sus hermanas Genia y Tania con Delio. Antonio llegó a aquella población alpina a finales de agosto, y pasó junto a Delio unos días de plenitud. Escribió a Julca: «He tenido la impresión de que Delka está mucho mejor que en Roma: me parece que se ha estabilizado y robustecido. También se ha desarrollado intelectualmente: ha tomado contacto con el mundo exterior, ha conocido un montón de cosas nuevas.» Delio tenía dos años. Su padre intentó enseñarle una canción popular sarda, Lassa sa figu, puzone (deja el higo, pájaro), pero «las tías se opusieron enérgicamente» a la iniciativa. Delio marchó a Moscú con Genia, en septiembre. Antonio no lo vería más. A su segundo hijo, Giuliano (Julik), nacido en Moscú el 30 de agosto de aquel año, no lo vería nunca. Dos meses después de la despedida de la familia fue arrestado, sin consideración a la inmunidad parlamentaria que lo amparaba por su condición de diputado; juzgado por un tribunal especial, y condenado a una pena de veinte años y cinco meses de reclusión.
La larga prisión descompuso de muchas maneras la relación familiar. Antonio sufría solo, aislado del mundo y gravemente enfermo; pedía a Julca que le escribiera con frecuencia, que le contara cosas de los hijos, que le enviara fotografías. Giulia sufría también, con la carga de dos hijos pequeños a los que educar sola, con un marido irremediablemente lejano, y una relación familiar y sentimental descarrilada, fuera del control de ambos.
Giulia sufrió depresiones profundas y pasó temporadas de internamiento en clínicas, mientras Antonio le urgía, en sus cartas y a través de las de Tania, a que le escribiera, que le escribiera mucho. Ella apenas consiguió durante un tiempo redactar cartas cortas, desangeladas y repetitivas. Antonio se quejó, Tania intentó explicarle que se trataba de un problema de salud de Giulia, no de alejamiento sentimental. Antonio no lo comprendía. «Soy un sardo sin complicaciones psicológicas y me cuesta cierto trabajo comprender las complicaciones de los demás.»
El mes de noviembre de 1932 supuso un punto de inflexión en la vida de Gramsci, en dos sentidos. El fascismo celebró los diez años en el poder con una amnistía parcial que rebajaba su pena de prisión a doce años y cuatro meses. Piero Sraffa, el economista amigo, protegido de potenciales represalias del régimen mussoliniano por su renombre internacional y sobre todo por su residencia en Londres, solicitó en su nombre el trámite de la libertad condicional, al haber cumplido más de la mitad de la pena. Las autoridades fascistas exigieron, sin embargo, que la solicitud fuera acompañada de una petición de gracia, a lo que Gramsci se opuso. La solicitud fue entonces denegada, y Gramsci castigado con un nuevo periodo de incomunicación. Un poco antes (4.11.1932), exponía a Tania “un cierto giro de pensamiento que se había ido robusteciendo en su interior”: «He sabido que hace algún tiempo que mujeres de hombres encarcelados y condenados a penas de mucha duración se han considerado libres de todo vínculo moral y han intentado hacerse una vida nueva. El hecho ha ocurrido (por lo que dicen) por iniciativa individual. Puede juzgarse de modos varios, puede ser condenado, explicado y hasta justificado. Pero ¿no estaría aún más justificado si ocurriera por acuerdo bilateral? No quiero decir con eso, naturalmente, que se trate de una cosa fácil, que pueda hacerse sin dolores y sin choques profundamente desgarradores. Pero puede hacerse, incluso en esas condiciones, si uno se convence de que tiene que hacerlo8…»
La idea es desastrosa. Giulia sufre por tenerlo lejos, no porque el vínculo coarte la libertad para vivir su propia vida. Pero la fuerte sacudida propiciada por esa iniciativa profundamente errónea ayuda a recomponer algo las relaciones entre los dos. Ella escribe cartas más largas, mejor razonadas, brillantes incluso; Antonio lo acusa así (julio 1933): «Carissima Julca, he releído muchas veces tu carta. Me parece como si desde muchos años atrás no hubiese leído cartas tuyas, y haya recomenzado con esta. He estudiado mucho la fotografía de Julik. Me gusta mucho la pose de nuestro chico, pero me parece que ha cambiado bastante desde la imagen que me había hecho de él. Espero la fotografía que me prometes. No sé qué escribirte, después de haber leído tu carta; quizás no hay nada que escribir por mi parte, o quizás demasiado, pero desmenuzado, pulverizado en un caos de impresiones y de recuerdos. Te abrazo tiernamente. Antonio.»
El 7 de diciembre de 1934 Antonio es transferido a la clínica del doctor Cusumano, en Formia, a la orilla del mar (en el golfo de Gaeta), para recuperarse de sus gravísimas dolencias. Giulia le escribe en enero de 1934: «Antonio caro, sé los grandes cambios en tu vida y tengo delante de mí estas cuartillas de papel y un lápiz. Cuánto querría tocar tus manos y pasar mis dedos por tu frente y tus ojos. Esta mañana, al acompañar a Delio a la escuela, miraba sus ojos (tenía toda la cabeza, las mejillas, el mentón, tapados porque estábamos a 35 grados bajo cero), con las cejas cubiertas de blanco y en el fondo una chispa de júbilo, y recordaba… tus ojos. Estoy contenta de que puedas mirar hoy el mar, el sol, y estoy contenta de haber dado a los niños patines con los que empiezan a practicar, y de que Julik me haya dicho antes de ayer, a punto de dormirse: ¿sabes qué cosa me gusta más que todas en el mundo? Los patines. Delio va a la escuela contento. Es difícil decir qué cosa le interesa más… Ve muchas cosas que los demás no observan. Tiene buena memoria. Pero trabaja poco y se cansa pronto. Antonio, no sé qué decirte de mí. Tomo prestados libros en la biblioteca…, y no los leo. Me parece que estoy escondida lejos, lejos. Y junto a mí, te veo y te siento a ti. Te abrazo fuerte. Giulia9.»
La libertad condicional por la que Tania ha hecho tantas gestiones llega por fin el 14 de octubre de 1934, de la mano de tres altos funcionarios de la policía, que le señalan que la providencia ha sido tomada “por razones humanitarias a la vista de sus delicadísimas condiciones de salud”, pero le advierten asimismo de que “cualquier otra interpretación podría inducir a las autoridades a nuevas providencias de mayor rigor.” Gramsci asegura en carta al jefe de la policía (23 octubre) que “no tiene intención de servirse de su situación para hacer propaganda ni en Italia ni en el exterior.” Sraffa, que lo visita en varias ocasiones en esta fase de su vida, tiene la impresión de que Gramsci prefiere escuchar a intervenir sobre lo que está sucediendo en el mundo “grande y terrible”.
Suceden cosas, en efecto. En el verano de 1935 el VII Congreso de la Internacional comunista señala una nueva orientación a la lucha antifascista: grandes frentes populares, unidad de acción con las fuerzas socialistas y democráticas. Es la política defendida cinco años antes por Nino ante Nannaro. Togliatti escribe a Grieco para recomendarle una acción y una propaganda con contenidos políticos, no programáticos ni de partido, con vistas a una futura Costituente. El anterior aislamiento, el “fuego amigo” intelectual contra el preso 7047 de Turi, dan paso a un clamor por la libertad del símbolo máximo de las fuerzas antifascistas italianas. Luigi Longo, en una intervención en el comité central del PCI, define a Gramsci como «el más grande italiano de este siglo.»
En junio, Antonio sufre una nueva crisis de salud. En agosto es trasladado a la clínica Quisisana de Roma. Durante el invierno de 1936-37, su situación empeora rápidamente hasta hacerse desesperada. Emprende en ese momento dos iniciativas solo aparentemente contradictorias. De un lado, presenta una instancia para reunirse con su mujer en Moscú. Del otro, pide a sus parientes que le alquilen una habitación en Santu Lussúrgiu. Viajar está fuera de cuestión, en su estado. A Julca intenta convencerla – en vano – de que una estancia breve, de seis a ocho semanas, suya en Italia podría tener “consecuencias óptimas” para los dos. De un lado, la situación internacional no facilita ese tipo de viajes, y Julca se resiste a dejar a sus hijos solos en la URSS, sin ninguna seguridad acerca de cuándo podrá regresar. De otro lado, Antonio ha mencionado que ese reencuentro podría “cancelar definitivamente una etapa” de sus vidas, y ella teme las posibles implicaciones de ese propósito. Giulia no pretende cancelar ninguna etapa de la vida de ambos, quiere que Antonio se reúna con ella en Moscú, y no entiende qué va a hacer él a Cerdeña. Tania, que lo ve con frecuencia y se declara “espantada” por las condiciones de salud de Antonio, ofrece a su hermana una mentira piadosa: desde Cerdeña le será más fácil escapar a la vigilancia de la policía y huir de Italia para encontrarse con ella.
Acabo esta sección con un párrafo de una de las últimas cartas de Antonio a su esposa. Si recordamos que el paraíso que ofrecía a su propia madre consistía en vivir en el corazón de sus hijos, podremos comprender las siguientes líneas en toda su dimensión humana: «Cara Julca, es preciso que volquemos en nuestros hijos todo el afecto que nos unía a nuestros seres queridos, y que hagamos revivir en ellos todo lo que de mejor y más bello permanece en nuestra memoria. Te abrazo con mucha ternura10».
Tania
Pero la inmortalidad más consistente y universal no había de llegar a Antonio Gramsci de la mano de su carissima Julca, sino de la oscura, la romántica, la inconsistente, la débil Tatiana Schucht, la mujer que perseveró contra todas las adversidades, incluso contra los terribles ex abruptos de Antonio, y fue durante años su interlocutora, su enfermera, su visitante asidua, la persona que le proporcionó los libros de consulta que necesitaba y los cuadernos pequeños en los que escribía, la que los introdujo en la cárcel, la que los guardó una vez rellenados en lugar seguro y los ordenó y los recopió cuando hizo falta, la que los entregó en la URSS a quien podía hacer buen uso de ellos. Fue, finalmente, la única persona que acompañó a Gramsci enfermo en su última crisis y la que, junto a Carlo, siguió su féretro hasta el depósito del cementerio de Verano, en Roma, desde el cual serían transferidas sus cenizas, después de la liberación, al cementerio de los Ingleses.
Enferma ella misma de tuberculosis, Tania volvió a su país natal en 1939, al inicio de la gran conflagración mundial, y aventada por la fuerza de la tormenta fue a morir en 1941 en la capital de Kirguizistán, que entonces llevaba el nombre del héroe local, el general soviético Frunze, y en 1991 recuperaría su antigua denominación de Bishkek.
¿Estaba Tania enamorada de Antonio Gramsci? Giuseppe Fiori lo preguntó a su amiga más íntima, Leonilde Perilli, y Leonilde le contestó que Sí. ¿Tuvo ese hecho, adscribible al universo de las impresiones subjetivas, alguna importancia en el curso que siguieron las relaciones entre ambos? Muy relativa, en el mejor de los casos. Antonio, que sin duda estaba al corriente de los sentimientos de su cuñada (ella era expansiva, abnegada, un poco ingenua; él era sagaz), le dirigió en relación con este asunto una frase tan seca, que resulta cruel. Ocurre en los peores momentos del alejamiento “espiritual” de Giulia; no le escribe, y él explica a Tania que se siente desconcertado y humillado. Y añade: «Pero estás tú, me dirás. Es cierto, eres muy buena y te quiero mucho. Pero estas no son cosas en las que valga la sustitución de personas.»
En otra ocasión es más contemporizador, pero no más tierno. Este es el plan de vida que le ofrece: «Ya ves que te escribo como si fueses mi hermana, y tú en este tiempo has sido para mí más que una hermana. Por eso también te he atormentado, algunas veces. ¿Pero no es cierto, acaso, que atormentamos precisamente a las personas a las que más queremos? Quiero que hagas todo lo posible para curarte y estar sana. Así podrás escribirme, tenerme informado sobre Giulia y los niños, y consolarme con tu afecto.»
Tampoco le gusta que Tania se dirija a él de una forma demasiado familiar: «Sabes que me hace un efecto extrañísimo oírte llamarme Nino: así me llamaban en casa hace mucho tiempo, y así me escriben mi madre y Carlo. Incluso me da un poco de risa, porque se trata, en mi vida, de un escenario viejísimo y anacrónico.»
Lo anterior figura como posdata en una carta fechada el 27.8.1928. El 3 de diciembre del mismo año, a propósito de los esfuerzos de Tania por transferirlo de la cárcel a un establecimiento hospitalario en el que pueda estar mejor atendido, se desfoga con su hermano Carlo: «Tatiana me ha desilusionado; creía que era más sobria en su imaginación, y más práctica. Veo en cambio que se hace novelas, como la de que es posible cambiar la reclusión por un internamiento, atendiendo a razones de salud: cosa posible en vía ordinaria, ya se entiende, es decir en virtud de leyes y reglamentos escritos. Eso solo sería posible como una medida personal de gracia, que se concedería, se entiende, solo a partir de una solicitud motivada por cambio de opiniones y reconocimiento etc., etc. Tatiana no piensa en nada de eso: es de una ingenuidad cándida que a veces me espanta, porque yo no tengo intención de arrodillarme delante de quien sea, ni de cambiar en nada mi línea de conducta… Por todo lo cual, es preciso que Tatiana sepa que de tales novelerías no hay ni que hablar, porque tan solo hablar de ellas puede hacer pensar que se trata de acercamientos que puedo haber sugerido yo mismo. Dame el gusto de escribirle tú estas cosas a Tatiana, porque si le escribo yo, temo ofender su sensibilidad.»
Bien es posible que con esas recomendaciones a Carlo, Nino pretendiera matar dos pájaros de un tiro; más arriba queda constancia de la reacción furiosa que provocaron en él las gestiones bienintencionadas pero torpes de Carlo en cuestiones muy parecidas a las que trata aquí. El problema, tanto en el caso de Carlo como en el de Tania, no son ellos mismos sino la tela de araña que se está tejiendo desde la embajada soviética en Roma sobre su situación, en unos momentos de cierta entente diplomática entre la URSS de Stalin y la Italia de Mussolini. Gramsci se ve a sí mismo como un juguete a merced de fuerzas oscuras, o como un peón de una partida de ajedrez que se juega en varios tableros al mismo tiempo. No conoce las movilizaciones que tienen lugar en el mundo grande y terrible por su causa, pero de alguna manera es consciente de su valor de símbolo internacional, y cuando prohíbe a sus interlocutores atender cualquier sugerencia, “venga de donde venga”, que no esté expresamente autorizada por él mismo, no piensa únicamente en las autoridades fascistas ni en la predisposición bondadosa de familiares y amigos personales. Tania se hará eco de esas prevenciones respecto del “fuego amigo” y las contará a Sraffa, su contacto más estable con la dirección del Partido; y Sraffa las descartará como un caso simple de “carcelismo” paranoico. Se ha hurgado mucho en esa dirección, pero no corresponde a la intención de este escrito dar cuenta de tales honduras.
Tania es, por otra parte y al mismo tiempo, la interlocutora por excelencia de Antonio, el otro polo en el que descansa y se refuerza su pensamiento, siempre “dialéctico o dialógico”. En la famosa carta de 19.3.1927 en la que le anuncia «esta carta mía, querida Tania, va a ponerte los pelos de punta», le dice: «Escríbeme tus impresiones; yo me fío mucho de tu buen juicio y del fundamento de tus opiniones. ¿Te he aburrido? Has de saber que el escribir es para mí el sucedáneo de la conversación: cuando te escribo me parece verdaderamente estar hablándote; lo que pasa es que todo se reduce a un monólogo, porque tus cartas no me llegan o no se refieren a la conversación emprendida. Por eso, escríbeme cartas, y largas, además de las tarjetas; yo te escribiré una carta cada sábado (puedo escribir dos por semana) y me desahogaré11.»
Cierro estas notas sobre el trato, feroz en ocasiones y en otras tierno, de Antonio hacia Tania, con dos textos: el primero (16.5.1933) es un reproche que duele al lector por lo exasperado e injusto; en el segundo, cronológicamente un poco anterior (23.4.1933), flota un aire de “adiós a la vida” a medias irónico y a medias tierno.
«Cuando leo en una tarjeta tuya que mi “trabajo tendrá siempre un valor excepcional”, aparte el convencionalismo de la afirmación, no puedo dejar de pensar en la ironía implícita en la frase, cuando veo que mis consejos, que son el resultado de una elaboración precisa y repleta al máximo de experiencia personal, son simplemente despreciados en favor de iniciativas caprichosas, que ni siquiera tienen en cuenta las repercusiones que van a tener sobre mí, muy fáciles de imaginar después de lo que ocurrió en septiembre…»
«Carissima, de todas las maneras te doy las gracias por todo lo que has hecho por mí con tanto afecto y tanta abnegación. Creo que te has convencido de que no recurro a tu ayuda a la ligera. Es posible que en mis males no haya nada de catastrófico (yo no puedo juzgar sino el grado de mis sufrimientos); como te dije hace ya mucho tiempo, tampoco en una gota de agua que cae sobre la cabeza hay nada de catastrófico, y sin embargo una de las torturas más refinadas parece que es precisamente la del estilicidio, a la que, al parecer, nadie resiste más de cuatro días. Ciertamente, la mejor prueba del hecho de que se ha estado verdaderamente enfermo es la de morir: eso satisface todas las exigencias científicas y administrativas. Pero no me apetece aceptarlo sin más, a ojos cerrados. Como ves, mi espíritu está bastante alto, si bien no consigue hacer cesar las crisis de fiebre, el insomnio ni las taquicardias.
Te abrazo tiernamente. Antonio».
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Paco Rodríguez de Lecea. Coeditor de “Pasos a la izquierda” y escritor.
1.- Giuseppe Fiori, L’universo affettivo di Nino, incluido en Gramsci. Le sue idee nel nostro tempo, Ed. l’Unità 1987. La parte principal de los datos que se recogen en el presente trabajo proceden de esta fuente. [^]
2.- Citado en Paolo Spriano, Profilo di Antonio Gramsci, en Gramsci, un protagonista del nostro tempo, edición a cargo del Settore nazionale Feste de l’Unità, 1987. No he podido localizar la carta o el escrito al que corresponde este párrafo. [^]
3.- Carta a Tatiana Schucht, 3 octubre 1932. Recogida en M. Sacristán, Antonio Gramsci. Antología, Siglo XXI ed., 1970, p. 329. [^]
4.- Gramsci, Lettere del carcere, 1-198 (15.6.1931). Editrice l’Unità, 1988. La referencia a otras cartas de las que se precisa la fecha y el destinatario procede de la misma fuente, a menos que se incluya una referencia distinta. La traducción es mía, si no se dice otra cosa. [^]
5.- En M. Sacristán, Antonio Gramsci, cit., p. 154. [^]
6.- Citado en Fiori, cit., p. 52. No he conseguido localizar la carta en las colecciones a mi disposición. Debe corresponder a finales del año 1923 o inicios de 1924, probablemente escrita desde Viena. [^]
7.- Citado en Fiori, cit., p. 53. [^]
8.- En M. Sacristán, Antonio Gramsci, cit., p. 331. [^]
9.- Recogido en P. Spriano, Profilo…, cit. (p. 93). [^]
10.- Nuove lettere di Antonio Gramsci, p. 48.Recogi00do en Fiori, cit., p.60. [^]
11.- A propósito de esta carta, en la que Gramsci se plantea escribir algo für ewig, “para la eternidad”, he escrito un apunte breve en otro lugar. Ver: http://vamosapollas.blogspot.com.es/2017/05/gramsci-fur-ewig.html. [^]
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