Héctor P. Agosti, introductor de Gramsci en América Latina
Néstor Kohan
El poder protege, difunde y promociona a sus intelectuales predilectos. Los críticos corren otra suerte. Cuando no los asesinan (Rodolfo Walsh, Silvio Frondizi, Raymundo Gleyzer, etc.), quedan sepultados por el polvo gris del olvido o el desconocimiento de las nuevas generaciones.
Héctor Pablo Agosti [1911-1984] fue un intelectual crítico. El rescate de su memoria, a 20 años de su muerte, invita a reflexionar sobre su obra: El hombre prisionero [1938]; Emilio Zola [1941]; Literatura francesa [1944]; Defensa del realismo [1945]; Ingenieros, ciudadano de la juventud [1945]; Cuaderno de bitácora [1949]; Echeverría [1951]; Para una política de la cultura [1956]; Nación y cultura [1959]; El mito liberal [1959]; Tántalo recobrado [1964]; La milicia literaria [1969]; Aníbal Ponce. Memoria y presencia [1974]; Las condiciones del realismo [1975]; Ideología y cultura [1978]; Cantar opinando [1982]; Mirar hacia delante [1983]; Correspondencia con Enrique Amorin [s/fecha].
Agosti fue uno de los teóricos del Partido Comunista en Argentina. Si bien muchísimos intelectuales pasaron por sus filas, algunos hicieron época. Como él, Aníbal Norberto Ponce [1898-1938], Rodolfo Puiggrós [1906-1980], Ernesto Giudici [1907-1991] y, sin ser un teórico, el poeta Raúl González Tuñón [1905-1974]. Ponce tuvo que exiliarse tempranamente en México. Allí, antes de morir, revisó su liberalismo sarmientino. Puiggrós cuestionó el antiperonismo y rompió con el PC en 1946. Giudici, disidente desde años atrás, renunció al PC en 1973. El único teórico que se mantuvo fiel hasta el último día, a pesar del dogmatismo de una dirección que no ocultaba sus simpatías por Stalin, fue Agosti.
El joven discípulo de Ponce
En 1927 Agosti se suma al PCA. Tiene 16 años. Queda fascinado por Aníbal Ponce. En 1929 ingresa a la Facultad de Filosofía y Letras. Con otros jóvenes funda la agrupación Insurrexit, homónima de otra anterior. En 1933, siguiendo las sugerencias de Ponce, el joven Agosti publica Crítica de la Reforma Universitaria (en la revista Cursos y Conferencias). Ese año aparece un folleto furioso: «Quince años de derrotas bajo el signo de la Reforma» (probablemente redactado por Ernesto Sábato, compañero de Agosti en Insurrexit). Durante la década infame Agosti es encarcelado varios años (hasta 1937). Al salir revaloriza la Reforma de 1918. En la cárcel nace su primer libro, El hombre prisionero, publicado en 1938. En él escribe: «En nuestra América sólo dos grandes figuras ejemplifican al verdadero intelectual revolucionario. Una es Mariátegui, el magnífico escritor que desde su sillón de inválido promueve la organización del proletariado peruano. La otra es Mella». Adviértase que no menciona ni a Victorio Codovilla [1894-1970] ni a Rodolfo Ghioldi [1897-1985], principales dirigentes del PCA, quienes habían enfrentado a Mariátegui y a Mella.
Los Cuadernos de Cultura
No obstante el stalinismo extremo de Codovilla y Ghioldi, Agosti logra al interior del PC un espacio de reflexión autónoma que se condensa en las revistas culturales Expresión y Cuadernos de Cultura. A ésta la fundan Roberto Salama e Isidoro Flaumbaun. Agosti comienza a dirigirla a los pocos números, convirtiéndose en su guía inspirador desde 1951 hasta 1976. Cuadernos de Cultura fue posible gracias a una «división del trabajo». Como alguna vez describió al PC brasileño Carlos Nelson Coutinho, los intelectuales se ocupaban de la cultura pero no interferían con la política partidaria. En el PCA sucedía lo mismo. Agosti se daba el lujo de explorar la cultura marxista, apartándose de las «autoridades» soviéticas… siempre y cuando no se metiera con la política de Codovilla y Ghioldi, quienes vibraban al ritmo de Moscú. Abría el juego en la teoría, pero aceptando esa disciplina, incluso a costa de su propio desarrollo intelectual.
El reconocimiento de Henri Lefebvre
Por ejemplo, el 4 de febrero de 1955 el filósofo francés Henri Lefebvre [1905-1991], uno de los pensadores más importantes del marxismo occidental, le envía una carta a Agosti: «Desde que recibí su trabajo Defensa del realismo llamo la atención de mis amigos franceses sobre lo que ocurre en la Argentina desde el punto de vista cultural […] Pocos textos se han escrito más serios, más profundos que esas líneas. Le confesaré que se adelantaban a casi todo cuanto se escribía en Francia por esa época (1949-50) […] Hemos conducido, usted y yo, conociéndonos muy poco, y de manera independiente, la misma lucha por la objetividad profundizada del arte nuevo». Era una consagración. Agosti, orgulloso, la incluye como prólogo en la segunda edición de Defensa del realismo [1955]. Pero en 1956 la URSS invade Hungría. Lefebvre no lo soporta y cuestiona. Lo expulsan del PCF. En la tercera edición de 1963, Agosti elimina aquel prólogo de su libro. Ese gesto, autoflagelante, resume su acatamiento de la disciplina.
Introducción de Gramsci
Agosti es el introductor de Antonio Gramsci [1891-1937] en Argentina y América Latina. Su difusión es pionera en todo el mundo. Gracias a Agosti, el pensamiento de Gramsci es conocido antes en Argentina que en Inglaterra, Francia, Alemania o EEUU. Edita las cartas del italiano en 1950 y los Cuadernos de la cárcel entre 1958 y 1962. Más allá de estas traducciones, la recepción productiva de Gramsci comienza con el Echeverría [1951] de Agosti. Distante del revisionismo histórico, rosista-peronista, y del liberalismo antiperonista, este libro no glosa a Gramsci ni es un manual introductorio. En él, Agosti utiliza sus categorías para comprender la cultura nacional del siglo XIX y «la impotencia política de la burguesía argentina», en el XX. Concluye que «se agotó el papel histórico de la burguesía argentina», pues «esta clase nace desvalida de impulsos desde antes de emprender la marcha».
Ese análisis coincide con el «prusianismo» que le atribuía Ernesto Giudici, el otro intelectual comunista de relieve. Ambas descripciones sociológicas discrepaban implícitamente con la voz oficial del PCA, que otorgaba un papel absolutamente positivo a la «burguesía nacional» en el frente democrático. Sin embargo, Agosti nunca se animó a extraer todas las consecuencias políticas que se derivaban de su estudio. Dejó picando la pelota. Sólo sus discípulos se atreverían a lidiar -rompiendo con el PC- con esa tesis explosiva. Según Agosti, Echeverría representaba una tradición democrática, nacional-popular, diferente a Rosas, Mitre y Roca. Una tesis que reaparecerá, pulida y desarrollada, en Nación y cultura y El mito liberal, sus dos libros de 1959.
Sus mejores libros
En ambos textos, Agosti reconstruye el linaje de la tradición de izquierda, enfrentando al liberalismo y al nacionalismo cultural. Encontrar un camino socialista autónomo frente a las dos caras de la cultura dominante argentina impregna una búsqueda que seguramente todavía no ha concluido. En Nación y cultura reaparece Gramsci, en señal de alarma. En medio del nacimiento de la nueva izquierda, Agosti advierte: o se «moderniza» la cultura comunista, uniéndose al pueblo-nación, o se corre el riesgo de perder la hegemonía en la izquierda (lo que finalmente ocurre). Ese año la revolución cubana trastoca todo el andamiaje político y cultural del marxismo latinoamericano. El 1 de agosto de 1959 Agosti, aunque fiel a la URSS, le escribe a Enrique Amorin: «Mirá lo que pasa en Cuba. No quiero en esto pecar de ese optimismo exagerado de que siempre me acusás, pero a mí me entusiasman los episodios de Cuba». De la mano de Gramsci, y con el trasfondo de Cuba, Agosti reexamina la supuesta continuidad entre el comunismo del siglo XX y el liberalismo del XIX, tan cara a historiadores y ensayistas del PCA como Juan José Real, Álvaro Yunque, Leonardo Paso o incluso el joven Puiggrós. En 1959 esa afinidad había estallado. Ese año, Agosti pretende dar un curso sobre Gramsci (quizás el primero en Argentina), pero Frondizi clausura la Casa de la Cultura, en un adelanto de lo que vendría después.
Los discípulos «herejes» y la nueva izquierda
Con sus escritos y la ayuda de Gramsci, Agosti impulsa una corriente culturalmente renovadora dentro del PCA, en la que se inspiran sus discípulos José Aricó [1931-1991] y Juan Carlos Portantiero. Ambos, junto con Oscar del Barco, se animan a dar el paso que Agosti eludió: desobedecer a la dirección del PC. Prolongar la divergencia cultural al campo político. Así nace Pasado y Presente, primero como revista y luego como editorial. Lo mismo sucede con La Rosa Blindada de José Luis Mangieri, Andrés Rivera y Juan Gelman (aunque éstos estaban más vinculados a González Tuñón que a Agosti). En un informe -inédito- de 1965, después de la fractura de Pasado y Presente y La Rosa Blindada, Agosti reconoce su límite: «Creo que cuando enunciamos los principios de ‘tolerancia’ y ‘libre emulación’ estamos diciendo que, en las cuestiones no referidas a la línea política del Partido [El subrayado me pertenece. N.K.], el sólo método admisible es el de la confrontación (y aun la confrontación pública) de las diversas opiniones, sometidas por lo mismo a la prueba de la práctica, sin que ninguna de ellas aparezca investida con los caracteres de ‘escuela única'». Se puede discutir todo en teoría (en filosofía menciona a León Rozitchner, en historiografía a José Chiaramonte), pero el límite de la amplitud llega hasta… la política. Eso no se puede tocar. Al romper con el PC, Portantiero y Aricó pueden abocarse a la luz del día a las «herejías» que Agosti transitaba en puntas de pie y a escondidas, para no chocar con la línea partidaria. Pero hay una diferencia entre el maestro y los discípulos. Si bien Agosti se mantiene obediente, sin animarse a desafiar a la ortodoxia -seguramente su mayor debilidad-, cabe reconocerle una virtud. Nunca sigue la corriente. Se mantiene firme, aunque eso le cueste no pocas humillaciones en su rol de intelectual frente al rígido control de Codovilla y Ghioldi. Aricó y Portantiero, en cambio, se permiten romper. Así ganan prestigio en el campo cultural y pueden encarar una editorial como Pasado y Presente que, sin duda, quedará en la historia. Pero, a diferencia de Agosti, terminan navegando siempre con la ola del momento: stalinistas en los ’50, castristas y gramscianos en los ’60, montoneros en los ’70, alfonsinistas en los ’80, socialdemócratas de la «tercera vía» en los ’90 y así de corrido… Lo que se ganó en libertad intelectual se perdió en coherencia ético-política.
Balance provisorio
Agosti fue brillante, precursor y original. Asumió un compromiso. Estuvo preso. Fue lúcido y leal. No se acomodó. No tuvo miedo de contradecir la cultura oficial argentina. Ejerció un pensamiento propio, a contramano de las modas. Eso es lo mejor de Agosti, lo más rico, actual y perdurable. Sin embargo, al aceptar la «división del trabajo», terminó subordinando su reflexión a la vigilancia de Codovilla y a la implacable disciplina sectaria de su aparato. De este modo, sacrificó lo mucho que había en él de creador en aras de los moldes trillados, asfixiantes y rudimentarios del stalinismo. Ese fue su límite y su drama.