Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Con la mano que acerca el vaso

HAY MÁS DE DOS SIGLOS de arte europeo, sustancialmente religioso, dedicado a la satisfacción y el gozo producido por el dolor         

 

QUIENES ACUSAN A LOS demás de intransigentes están afectados por el virus de lo políticamente correcto; epidemia contra la que no hay defensa        

 

13/05/2006  

 

La foto muestra a la ministra con un traje de tres piezas; esas sobrias prendas que los sastres supervivientes adoran porque además de elegantes otorgan cierto toque de distinción. Con los trajes de tres piezas – chaqueta, pantalón, chaleco- los hombres, sean altos o gordos, suelen tener la precaución de llevar la americana abrochada para evitar la apariencia de tratante en ganados. La mujer, al contrario, debe exhibirlo abierto, sin abotonar. La foto de la ministra es una exhibición de buen gusto, aplomo, confianza en sí misma reforzada por unos tacones medianos y un bolso discreto; en la hombrera izquierda, como corresponde, un broche o camafeo, que la magnífica foto de Uly Martin no permite distinguir. La ministra es Elena Salgado, una señora que usa el deje de clase alta; porque las familias bien españolas no hablan ningún castellano peculiar y bien acentuado, sino que adoptan un ligero tonillo nasal, que impregna las frases de aroma a chocolate con picatostes y criada con delantal. Por ese acento pituitario se podría aventurar que la ministra de Sanidad y Consumo no tuvo carencia de leche ni de prosaicas proteínas, ni de producto alguno, desde la más tierna infancia.  

 

La foto de la ministra que ilustraba, dominante, lo que el diario de referencia español llama «debate de la eutanasia», con su melena tibia, su cuello tentador sin collares ni señuelos, su falda como-siempre-dijo-mamá, apenas empezada la rodilla, a mí, la fotografía, me pareció pornografía periodística. Son cosas difíciles de explicar y quizá necesite el deteriorado diván del tío Freud, pero la ministra de Sanidad y Consumo me parece una paradoja ya sea con traje de tres piezas o desnuda, digámoslo sin ánimo de ofender y sin pretensiones, porque no la conozco ni en sociedad ni en intimidad, pero si hay alguien poco representativo de esa unidad indestructible que habría de ser en nuestra sociedad corrupta la Sanidad y el Consumo, si hay alguien impregnada de Sanidad y ausente de Consumo es ella. Esa sobriedad en la ropa y en la palabra, apenas delatada por el tonillo aleve y nasal, refleja una vocación sanitaria que es cosa de pocos y elegidos. El Consumo tiende a la vulgaridad, por más que tratemos de disfrazarlo. Ocurre con la muerte. La muerte es vulgar, y el debate sobre la eutanasia, palabra horrenda hasta por su simbología, traída por los pelos de la voluntariosa lucha del pentaplégico Jorge León, e ilustrada con una foto de la excelentísima señora ministra de Sanidad, Elena Salgado, con su elogiable aspecto de heredera posmoderna del añorado Balenciaga, me parece una provocación. Jorge León vivió, es un decir, durante seis años ese horripilante lado de la humanidad que es el deseo de morir cuando todos disfrutan obligándote a vivir. Hay más de dos siglos de arte europeo, sustancialmente religioso, dedicado a la satisfacción y el gozo producido por el dolor.   Jorge León Escudero tenía 47 años y trabajaba como enfermero de noche en el servicio de radiología del hospital Clínico de Valladolid, lo cual es tanto como decir que conocía el sufrimiento desde las bambalinas del teatro de la vida, nada de un espectador, aunque fuera de primera fila. Trabajar de noche le consentía dedicar tiempo a las cosas que eran su pasión, su trayectoria, lo que le gustaba hacer; la vida personal, el trabajo sobre el hierro, la escultura. Las piezas que conozco de Jorge León son vistosas y pertenecen a ese arte español que quebró en las vísperas de la transición política y que se encontró desaforadamente solo y ansioso de algo que no fuera el agobio de las vías sin salida. Son interesantes, son vistosas; no son nada del otro mundo. El que sí era de otro mundo era él, Jorge León Escudero. Militante de la izquierda radical hasta las primeras elecciones democráticas de junio del 77, allí donde se cortaron tantas coletas de toreros sin plaza.   Jorge León quedó pentaplégico a los 47 años al tratar de hacer una cabriola delante de su sobrina. Un tipo divertido, cariñoso, deportista, que sabía moverse en la barra fija de un gimnasio, ¿por qué no podía sorprender a la niña con una gracia de gimnasta? No entiendo por qué no se cuenta. Se divulga lo del accidente doméstico, como si se hubiera quemado la columna friendo huevos. ¿Por no crearle traumas a la sobrinita, que ya estará crecida? Vivimos en una sociedad de algodonosos enfermos psicológicos, obsesionados por la culpa y el pecado, y que para mayor escarnio no saben que eso ya lo trabajó Calvino hace siglos con magníficos resultados operativos en la sociedad suiza, incluidos sus bancos. Quienes acusan a los demás de intransigentes están afectados por el virus de lo políticamente correcto; una epidemia de filisteos contra la que no hay defensas. ¿Qué otra cosa se podría pensar de unos supuestos amigos y familiares que hacen público un presuntuoso comunicado, nada menos que In memoriam,donde hay frases infaustas como la de los «cuervos que buscarán carne fresca»? La idea de los cuervos y la carne fresca procede del culebrón y la telenovela, y además es falsa. Los cuervos no buscan carne fresca. Hubieran estado mucho mejor callados sin usurpar el momento de gloria que nos les pertenece, a menos que se acepte esa tradición cainita y muy occidental de que los muertos forman parte del patrimonio familiar, como los pisos en herencia y las joyas de la abuela.   Me deja anonadado que alguien pueda pasar como algo común, como un incidente de la vida, como un azar del destino inexorable, que un tipo en la flor de la vida y el disfrute, a los 47 años, acepte atarse a un alma superior,en este caso un almario respirador, para poder aspirar a maceta. Produce escozor en las entrañas pensar en un hombre como Jorge León Escudero atado a una cama o una silla, porque él no maneja más que la cabeza. Terrible, que sea sólo la cabeza. Una inteligencia viva como la suya en un cuerpo muerto y sin enterrar. He leído algunos de los impresionantes textos que publicó en su blog. Ni siquiera Schopenhauer había llegado tan lejos en su visión trágica de la existencia. Lleva fecha del 2 de mayo pasado, es decir, cuarenta y ocho horas antes de que alguien, aunando dignidad y piedad, desconectara el respirador y nuestro hombre falleciera. «En cuanto hay esperanza se pierde la posibilidad de pensar racionalmente y enfrentarnos a nuestra muerte, libres y sin miedos». Es exacto, es profundo y es estremecedor. No creo que nadie lo haya formulado con tal talento y tanta sinceridad, porque para eso se necesita una inteligencia notable y una situación que sólo se produce en aquellos momentos excepcionales que aguzan los últimos espasmos del talento.   Sólo la cabeza le era sensible a su voluntad. ¿Alguien es capaz de considerar tal tortura como una prueba divina, o del destino, o de lo que sea? Cuando escucho esa frase de beatos, según la cual «si un dios le dio la vida sólo un dios puede quitársela», pienso que esta dogmática de blasfemos asesinos, que no se conmueven ni ante el crimen, ni la guerra, ahora se enervan ante esta inteligencia privilegiada atada a su propio cuerpo muerto por un bucle del destino. Para esos bienaventurados gozosos del dolor, que dicen amarle en su postración definitiva, escribió Jorge León palabras precisas: «Eso del querer, qué egoísta es. ¿De nuevo los sentimientos como el mejor mecanismo defensor de nuestros intereses particulares, de la familia, del grupo, de la tribu, de la sociedad, de la especie?». Y añade, retador: «Que me demuestren que no es así; y mientras tanto, ¿qué me dais para sustituir lo que me compensaba en la vida?».  

 

Hace siglos hubo una famosa polémica teológica sobre el alma de los perros. Hasta entonces, los perros en general eran animales para comer, para cazar o para proteger, pero las damas aristocráticas instituyeron los perros de compañía y los emperadores hicieron que incluso los grandes de la publicidad, como Tiziano, los incorporaran al lienzo. Hasta entonces el perro era un ser sin historia, sin identidad, permítanme el sarcasmo, pero los poderosos exigieron que sus perros no podían desaparecer del todo y demandaron a los teólogos que les encontraran un sitio en la eternidad. Los teólogos, respetuosos, los colocaron en el limbo. Allí donde iban los niños sin bautizar. ¿No hay ningún escritor capaz de desternillarse de aquella historia del limbo, que por cierto ha sido ahora borrada por la jerarquía eclesial? Pues bien, ¿qué mierda de limbo querían darle a Jorge León Escudero, 53 años, seis de agonía, cuatro intentos de suicidarse, si es que esta palabra tiene algún sentido para quien estaba atado a un armario de aireación y esperaba la mano amiga que le diera un calmante y le dejara ir tranquilo a su limbo particular, al que cualquier ciudadano tiene derecho?. Escribió páginas excelsas en su blog, que tituló, con brillantez, Destilados pentaplégicos. 

 

Jorge León Escudero, enfermero, escultor inacabado, impaciente sufridor a la espera de una mano que le acercara el vaso, un calmante tan sólo, ni siquiera un veneno, sólo un poco de paz bebida en una pajita para evitar las secuelas del postrero ahogo. Hubo un tiempo en el que gente con voluntad luchaba por un mundo libre, hoy hasta eso resulta difícil, pero aún queda la posibilidad de hacer un esfuerzo para que hombres como Jorge León mueran como personas. Dignamente. Dejemos el sufrimiento gratificante a quienes pretenden ganar cielos, y que con su pan se los coman. El último ruego de Jorge León me parece digno de los fraternales versos de César Vallejo: «La mejor oración que me pueden dedicar mis amigos sería beber un vaso de vino en mi memoria». Amén.  

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